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La interpretación en psicoterapia desde el punto de vista relacional.

Autor/autores: Susana Espinosa Gonzalbo
Fecha Publicación: 01/03/2009
Área temática: Tratamientos .
Tipo de trabajo:  Conferencia

RESUMEN

La interpretación como herramienta técnica de primer orden en el psicoanálisis "clásico" ha experimentado un profundo cambio con el nuevo paradigma que representa la perspectiva relacional. Desde esta perspectiva, las relaciones y los afectos vinculados con ellas adquieren una importancia de primer orden. El terapeuta ya no es un sujeto neutral que observa el psiquismo de otro. El terapeuta relacional reconoce que en la relación terapéutica se producen intercambios entre ambas subjetividades, las de los dos participantes de la relación. Los terapeutas relacionales han ido prestando mucha más atención a como se llega a las interpretaciones a través de estos procesos mutuos que se van sucediendo en esa particular relación.

La interpretación es considerada desde la participación interpersonal y como algo emergente desde la misma relación y no desde fuera de ella. Por añadidura, el contenido de una intervención que pueda considerarse interpretativa no remite a una intervención concreta y completa, es más amplia y más compleja y se va engarzando con todo un repertorio de experiencias psíquicas que van cambiando con el suceder temporal. La interpretación, como herramienta fundamental de la técnica psicoanalítica tradicional ha experimentado una profunda revisión con el cambio de paradigma que presenta la perspectiva relacional.

Palabras clave: psicoterapia


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La interpretación en psicoterapia desde el punto de vista relacional,

Susana Espinosa Gonzalbo.

Resumen

La interpretación como herramienta técnica de primer orden en el psicoanálisis "clásico" ha experimentado un profundo cambio con el nuevo paradigma que representa la perspectiva relacional. Desde esta perspectiva, las relaciones y los afectos vinculados con ellas adquieren una importancia de primer orden. El terapeuta ya no es un sujeto neutral que observa el psiquismo de otro. El terapeuta relacional reconoce que en la relación terapéutica se producen intercambios entre ambas subjetividades, las de los dos participantes de la relación. Los terapeutas relacionales han ido prestando mucha más atención a como se llega a las interpretaciones a través de estos procesos mutuos que se van sucediendo en esa particular relación. La interpretación es considerada desde la participación interpersonal y como algo emergente desde la misma relación y no desde fuera de ella. Por añadidura, el contenido de una intervención que pueda considerarse interpretativa no remite a una intervención concreta y completa, es más amplia y más compleja y se va engarzando con todo un repertorio de experiencias psíquicas que van cambiando con el suceder temporal.

La interpretación, como herramienta fundamental de la técnica psicoanalítica tradicional ha experimentado una profunda revisión con el cambio de paradigma que presenta la perspectiva relacional.

Revisión histórica (1)

La interpretación adquiere importancia técnica en el trabajo de Freud (1911) “El manejo de la interpretación de los sueños en psicoanálisis”:
“Sostengo, pues que la interpretación de los sueños no se debe practicar, en el curso de un tratamiento analítico, como un arte en sí, sino que su uso queda sometido a las reglas técnicas que rigen todo el conjunto del tratamiento”

La interpretación es definida según Laplanche (1) de este modo:

“A) Deducción, por medio de la investigación analítica, del sentido latente existente en las manifestaciones verbales y de comportamiento de un sujeto. La interpretación saca a la luz las modalidades del conflicto defensivo y apunta, en último término, al deseo que se formula en toda producción inconsciente.
B) En la cura, comunicación hecha al sujeto con miras a hacerle accesible este sentido latente, según las reglas impuestas por la dirección y la evolución de la cura. . . ”

Dado que la comunicación de la interpretación es por excelencia el modo de acción del analista, el término empleado aisladamente tiene asimismo el sentido técnico de interpretación comunicada al paciente en todos los casos. El paciente nunca interpreta, puede establecer asociaciones pero no se admite que pueda interpretarse a sí mismo y menos aún al terapeuta, en todo caso puede expresar contenidos de tipo transferencial , es decir proyecciones de su mundo interno sobre la figura del analista, y éste usará ese material para trabajarlo.
Como se puede apreciar, en el psicoanálisis clásico sólo el analista interpreta proporcionando al paciente un saber que para éste es inconsciente. El analista se refiere a la vida psíquica del analizando y considera que su propia subjetividad está al margen de su actividad.

En el modelo relacional se considera que las dos personas que conforman la relación terapéutica aportan aspectos de su subjetividad construyendo una relación específica en la que ambos miembros colaboran, se regulan mutuamente. . .

La interpretación ha sido la herramienta técnica más importante en la medida en que el foco principal se enfocaba en descubrir significados inconscientes ocultos respecto a pulsiones y defensas armadas contra los conflictos derivados de esas pulsiones.

La perspectiva relacional es presentada por Mitchell (1988) (2) de este modo:

“. Las teorías del modelo relacional. . . no nos describen como un conglomerado de impulsos de origen físico sino como si estuviéramos conformados por una matriz de relaciones con los demás, en la cual estamos inscritos de manera inevitable, luchando simultáneamente por conservar nuestros lazos con los demás y por diferenciarnos de ellos.
Para las perspectivas relacionales, la mente es fundamentalmente diádica e interactiva; por encima de todo, la mente busca el contacto, el engranaje con otras mentes.

Al cambiar la perspectiva, e introducirnos en el modelo relacional los conceptos teóricos y técnicos necesitan ser revisados y modificados con otros significados en un nuevo paradigma.
Esto abre nuevos interrogantes sobre la interpretación que nos mueve a revisar su sentido primero, postulado por Freud dentro de una concepción teórica concreta y a revisar qué se puede mantener como válido y qué precisa ser reformulado en un contexto diferente.
Siguiendo a Mitchell, “una interpretación es un acontecimiento relacional complejo no tanto porque modifique algo del paciente o porque desencadene un proceso de desarrollo que estaba frenado, sino porque dice algo muy importante sobre la ubicación del analista respecto del paciente, sobre el tipo de relación que pueden establecer ambos. ”
A lo largo de los últimos años, las investigaciones sobre lo que produce el cambio psíquico en psicoterapia han conducido a destacar las diferentes intervenciones que puede hacer un terapeuta y que no se han considerado interpretaciones propiamente dichas de acuerdo con el referente tradicional. Es decir, aquello que posteriormente el paciente dice que le ayudó a cambiar, a sentir algo diferente y novedoso. Si antaño la interpretación era la vía preferente para el cambio, nos hemos encontrado con otras intervenciones que hacen la misma función o producen esos efectos.
En la amplia literatura sobre estos sucesos, es frecuente encontrar comentarios en los que el paciente destaque la forma en que el terapeuta expresó algo, y no tanto lo que dijo; el tono emocional comprometido con los afectos del paciente, algo que se desprende y permite al paciente percibir que el terapeuta está realmente en una sintonía emocional con él. ( Frente a la distancia “objetiva” y fría de las intervenciones “ideales” de otros tiempos en que el analista reflejaba la patología del otro como un traductor separado emocionalmente. )

De lo anterior se desprende lo que el modelo relacional destaca: 

Los terapeutas relacionales han ido prestando mucha más atención a como se llega a las interpretaciones a través de estos procesos mutuos que se van sucediendo en esa particular relación. La interpretación es considerada desde la participación interpersonal y como algo emergente desde la misma relación y no desde fuera de ella.  
Al pasar el terapeuta a ser también participante de la relación, las interpretaciones generadas producen cambios en ambos, consolidan la relación y animan a continuar con la tarea exploradora.
En “La interpretación como expresión de la subjetividad del analista” de Aron
(3 ) podemos leer:
“. . . lo que los enfoques relacionales tienen en común es una comprensión de la interpretación como un proceso mutuo, intersubjetivo, afectivo e interactivo. Una interpretación supone una participación interpersonal. ”


Creo conveniente aclarar en qué consiste la subjetividad del terapeuta; de hecho, hace años, en un seminario abordamos la lectura de Stephen Mitchell, “Conceptos relacionales en psicoanálisis”. Hubo reacciones diferentes ante las ideas de este autor. Una de las cuestiones que más movilizaron al grupo fue el uso de “la subjetividad del terapeuta” . ¿A qué subjetividad remitía?. Revisamos conceptos, los aspectos evolutivos, la formación, las normas que se deben mantener, etc. y de ello surgió el trabajo conjunto:
“La Subjetividad en la Técnica Analítica. Escucha en Acción. ”(4) en el que destacamos:
“Desde nuestro punto de vista determinados estados contratransferenciales, pertenecientes a la subjetividad del analista, integrada en el todo de la relación, deben ser comunicados a los pacientes en los tratamientos. . . ”
En este trabajo, aclaramos que la transmisión modulada de ciertos estados subjetivos es un método de intervención genuino dentro de lo que Killingmo (1995) (5), ha llamado intervenciones afirmativas, es decir que pueden ser generadoras de significado allí donde el paciente presentaba un vacío, elementos renegados y/ o negados, no simbolizados, tampoco reprimidos.
La interpretación por tanto, mantiene el sentido de aportar significado al mundo psíquico del paciente con el complemento fundamental ahora de tratarse de un significado experimentado en un contexto afectivo compartido.
Ya no se trata sólo de descubrir significados ocultos bajo defensas como la represión, negación, etc. A menudo se trata de experimentar afectos que fueron inhibidos por las modalidades relacionales en las que el sujeto estuvo incluido en aquellos tiempos en que estaba construyendo su personalidad.
Ornstein, A. ( 6 ) apunta que “nuestra meta es ser interpretativamente responsivo de tal manera que los pacientes se sientan comprendidos en profundidad. Esto significa que nuestras palabras deben aproximarse tanto como sea posible a lo que está siendo experimentado. Ser “conocido” y sentirse comprendido (o experimentar al terapeuta como haciendo un genuino esfuerzo por comprender) crean “encuentros íntimos”, que son algunos de los momentos emocionalmente más significativos en el proceso de tratamiento. Si bien es cierto que mucho del trabajo terapéutico ocurre a aparte de la comunicación verbal, los significados pueden no surgir completamente hasta que son articulados en palabras. ”
El modo de interpretar o de hacer otras intervenciones debería modificarse para que se muestren de forma más clara la subjetividad de la percepción y comprensión del terapeuta. Bollas (1987) (7) se ha referido a la importancia de que los terapeutas anuncien su subjetividad a los pacientes. Sugiere estrategias tan simples como formular las intervenciones con frases iniciadas del siguiente modo: “Se me ocurre. . . ” o “Estoy pensando . . . ” Este modo de presentar las observaciones permite establecer una relación más igualitaria que permite al paciente responder con más libertad, corregir al terapeuta, añadir sus cometarios, disentir y formular una alternativa, etc.
Siguiendo a Aron (3) las interpretaciones y otras intervenciones son útiles porque contienen tres dimensiones: la dimensión afectiva/ experiencial, la dimensión insight/ cognitiva y la dimensión relación / interacción. Clásicamente, se ha enfatizado la dimensión cognitiva, orientada al insight, cuando se ha querido explicar la naturaleza del cambio psicoanalítico. Sin embargo, al ser así, se ha subestimado sistemáticamente el componente afectivo de las intervenciones del analista, aun por aquellos que ha reconocido la dimensión relacional/ interactiva. Pensamos que las tres dimensiones son importantes, pero ha sido muy descuidada la respuesta afectiva del analista, la respuesta óptima (Bacal, 1985).
Diferentes autores destacan la necesidad que tienen las personas de conectarse con los demás, de establecer vínculos de apego, de conocer y ser conocido por los otros, de recibir reconocimiento. Tanto niños como adultos, pacientes y analistas, todos necesitan sentir que el afecto que expresan hacia el otro le llega, da en el blanco. Las personas necesitan sentir que tienen un impacto en los otros – no son ignorados – y los pacientes necesitan sentir que están teniendo un impacto emocional en sus analistas. Sólo pueden saber si lo han logrado, si los objetos a quienes dirigen esos afectos responden de alguna manera que muestre que han sido afectados, conmovidos, cambiados.  
Por otra parte, la presencia del analista (Casement, 1985) (8) es enorme e impactante, por más que se haya pretendido hacerla pasar desapercibida. Los pacientes, perciben su presencia, atienden a sus intervenciones, maneras de estar, etc. De ahí, a reconocer mejor la presencia del analista como figura real y realizando el rol que le corresponde como analista. El control emocional rígido del analista, indicado tradicionalmente, confunde y produce inseguridad en el analizando, creando un factor de estrés que proviene de la relación terapéutica, no de los problemas del paciente.  
Una ilustración clínica de este autor:
“El Sr. E vino a consultarme tras haber sido rechazado por otras personas a las que había acudido en busca de ayuda. Era más joven que yo y más alto, . . . y por supuesto más fuerte, de modo que su sola presencia producía un impacto que pornto se vería acrecentado por sus modales.
Mientras me contaba cómo había sido derivado para tratarse conmigo, empezó a gritar y a golpear el brazo del sillón con una violencia apenas contenida. . . Ya me había dicho que sus pensamientos estaban plagados de fantasías homicidas y que su necesidad de controlar esos sentimientos estaba arruinando su vida.
Le que sigue me lo dijo a gritos:
Paciente: Usted está ahí sentado y nada más. Lo sé. . . Hará lo mismo que todos los otros. . . . Piensa que soy incurable. . . Me consideran violento. NO SOY UN HOMBRE violento. Nadie me cree. USTED NO ME CREE, ¿NO ES CIERTO?. . . Piensa que necesito unas píldoras. . . ¿NO TOMARÉ PÍLDORAS!. . .
Supervisión interna de Casement: Me sentía cada vez más angustiado y comprendí que me hallaba en el polo receptor de una identificación proyectiva; no obstante, no discernía lo que era puesto en mí. Sin duda concernía a los sentimientos violentos. Yo tenía miedo.


Sabía que el paciente había solicitado tratamiento infructuosamente en otras ocasiones. Las personas a las que había visto reaccionaron ante él como si fueran “contenedores temerosos de lo contenido” (Bion, 1967). Por lo tanto esos rechazos reiterados debieron haber incrementado su miedo a su propia violencia.
Tras este torrente de gritos, interrumpí al Sr. E. Y le dije:
Terapeuta: Usted piensa y habla por mí, basado en las experiencias que tuvo con otras personas. Querría expresar mis pensamientos por mí mismo. Usted espera que yo lo eche, pero no lo haré. Le ofrezco tomarlo en tratamiento. Pero con una condición. Sé que tiene muchos sentimientos violentos que tal vez necesite introducir en su terapia. Puede traer aquí toda la violencia que necesite siempre que quede limitada a las palabras. Si esta violencia verbal se convierte en violencia física, no puedo prometerle que sea capaz de seguir tratándolo.
Paciente: ¡Conque tiene miedo!
Terapeuta: Sí. Usted puede infundirme miedo de su violencia; pero creo que tal vez con ella precisamente necesita usted que yo me mantenga en contacto, sin verme obligado a echarlo. . .
El Sr. E fue sosegándose. Comprendió mis palabras. . . ”
En esta secuencia clínica vemos como el paciente produce un sentimiento de miedo en el terapeuta. Éste le comunica a través de la condición de no usar la violencia física su estado emocional. El paciente, al decir : “¡Conque tiene miedo!” ha reconocido los sentimientos del terapeuta (le interpreta). El terapeuta reconoce que sí, que es cierto. El hecho de que el terapeuta sintiera miedo como el propio paciente pero fuera capaz de contenerlo y mantenerse en contacto ayudó al paciente a relajarse.
Por todo lo expresado anteriormente, es muy importante sintonizar afectivamente, lograr ese encuentro intersubjetivo. Las emociones /cogniciones / experiencias se van canalizando a través de las intervenciones, modulando todos estos factores al servicio de las necesidades del paciente.

Por añadidura, el contenido de una intervención que pueda considerarse interpretativa no remite a una intervención concreta y completa, es más amplia y más compleja y se va engarzando con todo un repertorio de experiencias psíquicas que van cambiando con el suceder temporal.


Bibliografía

(1) Laplanche, J, Pontalis, J. B. (1968) Diccionario de psicoanálisis. Ed. Labor. Barcelona. 1983
(2)Mitchell, S. A. (1988) Conceptos relacionales en psicoanálisis. Siglo XXl.
(3) Aron, L (1996) - La interpretación como expresión de la subjetividad del analista (en A. Liberman y A. Abello Winnicott Hoy, Madrid: Psimática, 2008.
(4) Aburto. M. et al. (Colectivo Grita) (1999). La Subjetividad en la Técnica Analítica. Escucha en Acción. Intersubjetivo, 1, 7-48.
(5) Killingmo, B. (1995). Affirmation in Psychoanalysis. International Journal of Psycho-Analysis, 76: 503-518.  
(6) Ornstein, A. ¿Son las palabras realmente importantes. Nuevos comentarios acerca del proceso interpretativo. Revista aperturas Nº 25
(7) Bollas, C. (1987). The Shadow of the Object. New York: Columbia University Press. La sombra del objeto. Amorrortu. (1991) Buenos Aires.
8) Casement, P. (1985) On learning from the patient. Routledge. (1992) London.

Bibliografía consultada.

Avila, A. , Rojí, B. , Saúl, L. A. Introducción a los tratamientos psicodinámicos (Madrid: UNED, 2004)
Liberman A. y Abelló A. “Winnicott hoy” Ed. Psimática. (2008) Madrid
Etchegoyen H. (1986). Los fundamentos de la técnica analítica. Amorrortu. Buenos Aires.
Balint, M. (1968)The basic fault. Londres. Tavistock
Ávila Espada, A. (2005). Al cambio psíquico se accede por la relación. Intersubjetivo, 2, 195-220. .
Boston Change Process Study Group (2003). The “something more” than interpretation revisited: Sloppiness and co-cretivity in the psychoanalytic encounter. Journal of the American Psychoanalytic Association, 53 , 693-729.
Espinosa, S. , García-Valdecasas, S. , Pinto, J. M. , R. Sutil, C. , Vivar, P. , Aburto, M. , Ávila, A. y Bastos, A. (Colectivo Grita) (2005). Procesos de Mutualidad y reconocimiento. Un nuevo contexto para la reconsideración de la transferencia. Intersubjetivo, 2, 180-194.
Killingmo, B. (1989). Conflict and Deficit: implications for technique. International Journal of Psycho-Analysis, 70: 65-79.  
Killingmo, B. (1995). Affirmation in Psychoanalysis. International Journal of Psycho-Analysis, 76: 503-518.  
Killingmo, B. (1999). Revisión de la denominada “Regla de Abstinencia”. Intersubjetivo, 1, 1, 65-78.
Lyons-Ruth, K. (1999). The Two-Person Unconscious: Intersubjective Dialogue, Enactive Relational Representation, and the Emergence of New Forms of Relational Organization. Psychoanalytic Inquiry, 19, 576-617
Maroda, K. (1991) The power of countertransference. Innovations in Analytic Technique. Jason Aronson
Stolorow R. Atwood G. (1992). Los contextos del ser. Las bases intersubjetivas de la vida psíquica. Herder. Barcelona.
Safran J. D. Y Muran (2000). La alianza terapéutica. Una guía para el tratamiento relacional. Desclée de Brouwer. Bilbao.

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