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Neurosis de guerra? Guerra permanente!

Fecha Publicación: 01/01/2002
Autor/autores: Juan Campos

RESUMEN

A modo de introducción en breve resumen se revisa en concepto de neurosis de guerra en el Siglo XX; Se hacen explícitos los de sueños de paz y realidad de la guerra a que responde el problema, y de manifiesto la óptica psicoanalítica y la trayectoria de vida y experiencias personal, profesional y políticas que determinan el interés del autor por el tema.

Este trabajo es solo un borrador del trabajo más amplio precursor del libro sobre «Psicoanálisis y guerra» en el que el autor viene trabajando desde 1980.


Palabras clave: Guerra, neurosis
Tipo de trabajo: Conferencia
Área temática: Psiquiatría general .

Neurosis de guerra? Guerra permanente!

Campos, Juan

Coordinador de www. grupoanalisis. org

PALABRAS CLAVE: Guerra, Paz, "Neurosis social".

(KEYWORDS: War, Paece, "Social neurosis". )

[otros artículos] [27/2/2002]


A modo de introducción en breve resumen se revisa en concepto de neurosis de guerra en el Siglo XX; Se hacen explícitos los de sueños de paz y realidad de la guerra a que responde el problema, y de manifiesto la óptica psicoanalítica y la trayectoria de vida y experiencias personal, profesional y políticas que determinan el interés del autor por el tema. Este trabajo es solo un borrador del trabajo más amplio precursor del libro sobre «Psicoanálisis y guerra» en el que el autor viene trabajando desde 1980.

 

 

 




Breve currículum del Dr. Juan Campos

Nacido en Barcelona, 1928. Licenciado [UB, 1941] y Doctor, [U. Complutense] en Medicina y Cirugía; Especializado en psiquiatría [Hosp. Psiquiátrico de Caracas, Venezuela y Maudsley Hosp. Postgrados en "Diplomate Psychological Medicine" [London Univ. 1958] y en "Psychotherapy and Psychoanalysis" y "Analytic Group Psychotherapy" [Univ. of the State of New York, 1963]. Desde entonces vive y trabaja en Barcelona, donde fue Jefe de Servicio de psiquiatría [Hosp. de San Juan de Dios, 1963-68] y Catedrático contratado y Jefe del Dep. Psiq. Y Psicl. [UAB, 69-74]. Desde 1979 viene promoviendo el desarrollo del "movimiento grupoanalítico europeo" y en países de habla hispana. Actualmente es miembro honorario de la SEPTG, de la APAG y la SEGPA, Life Fellow de la AGPA , miembro del Advisory Board de la Lifwynn Foundation y Honorary Member de la Group Analytic Society (London). Autor de más de 50 trabajos y dos libros en grupo análisis y su aplicación a la educación, sociología de la salud, medicina, psiquiatría y profesiones de ayuda, en especial de la del psicoanálisis.
_________________________

Estamos en guerra! 5 meses, 32 semanas, 154 días. . . desde el luctuoso 11 de Septiembre o Yumadaz-Zany 1422, 20.

Parece que fue ayer. . . aún esta por borrarse de mi retina la huella dejada por el impacto de la tormenta mediática desencadenada. . . yacen ya más muertos en las cuevas en las montañas del Afganistán que en el zero ground de Nueva York. . . y la cosa sigue! Como dice Bush la cosa va para largo.

Algunos dicen que hemos entrado en una nueva Era. . . lo que es la Cristiana fue poco afortunada en cuestión de guerras. . . tampoco lo fue la judía que le precedió o la hebrea que le siguió. . . a lo mejor eso de la paz a los humanos no les va, no están hechos para ella. . , ¿Cómo será la Nueva Era?. “EL psicoanálisis nació, por decirlo así, [dice Freud]con el siglo XX. La obra con la cual apareció ante el mundo como algo nuevo, mi interpretación de los sueños, vio la luz en 1900”. En realidad fue publicado un poco antes, en 1899. . . fue por cuestiones de marketing que el editor le puso esta fecha. Mientras Freud con su libro de las interpretaciones estaba ocupado en traer la luz al mundo otros hombres en la Haya andaban empeñados en soñar sueños imposibles como el de la Primera Conferencia Internacional de la Paz.

El propósito era ponerle bozal a la guerra, dulcificarla, humanizarla o evitarla de por siempre. Hubo más conferencias como aquella.

Cuando el 28/06/1914 en Sarajevo Gavrilo Princip de un pistoletazo puso en marcha el siglo que pasará a la historia como el de las Grandes Guerras, se llevaban celebradas no sé cuantas conferencias y estas no pararon en todo el Siglo XX. Resulta paradójico, a la vez que emblemáticos que el ataque a las Torres Gemelas y al Pentágono coincidían con el decretado por la ONU como “Día Mundial de la Paz y con el inicio de la década de la UNESCO para el ¡cultivo de la paz y la evitación de la violencia! Es curioso que no eligieran el propio edificio de las Naciones Unidas que era el día de la apertura de su período ordinario anual de sesiones o la Casa Blanca que, valga la redundancia, tampoco hacía para un mal blanco. En 2001, el día de apertura será el 11 de septiembre. Me encontraba yo aquel 11 de Septiembre preparando los materiales para un curso para este III CVP sobre Trigant Burrow, el psicoanalista americano descubridor de grupoanálisis acabando de acotar y traducir el último de sus trabajos: «Receta para la paz!!!!» Su último trabajo, publicado justo después de su muerte, a principios de la guerra fría en 1950 y que yo considero de total actualidad si no para remediar, sí para entender la crisis mundial en la que seguimos desde entonces. Años antes, a principios de los treinta, Sigmund Freud terminaba preguntándose al final de su Malestar en la Cultura “¿acaso no estará justificado el diagnóstico de que muchas culturas -o épocas culturales, y quizá aun la Humanidad entera- se habrían tornado «neuróticas» bajo la presión de las ambiciones culturales Bien, si alguna época cultural, alguna civilización, o la Humanidad entera haya merecido tal contundente diagnóstico, ¡esa el la nuestra! Freud opinaba allí asimismo que “La investigación analítica de estas neurosis bien podría conducir a planes terapéuticos de gran interés práctico, y en modo alguno me atrevería a sostener que semejante tentativa de transferir el psicoanálisis a la comunidad cultural sea insensata o esté condenada a la esterilidad. ” Él ciertamente no se atrevió, por las razones que fuera: “. . . habría que proceder con gran prudencia, continua, sin olvidar que se trata únicamente de analogías y que tanto para los hombres como para los conceptos es peligroso que sean arrancados del suelo en que se han originado y desarrollado. Además, el diagnóstico de las neurosis colectivas tropieza con una dificultad particular. En la neurosis individual disponemos como primer punto de referencia del contraste con que el enfermo se destaca de su medio, que consideramos «normal» Este telón de fondo no existe en una masa uniformemente afectada, de modo que deberíamos buscarlo por otro lado. En cuanto a la aplicación terapéutica de nuestros conocimientos, ¿de qué serviría el análisis más penetrante de las neurosis sociales si nadie posee la autoridad necesaria para imponer a las masas la terapia correspondiente? Pese a todas estas dificultades, (concluye, y yo subrayo) podemos esperar que algún día alguien se atreva a enfrentarse con semejante patología de las comunidades culturales. ” Ese alguien que osó hacerlo fue Trigant Burrow y a ello, a estudiar la estructura de la locura, dedicó treinta y tres años de su vida y toda su imaginación y energía como biólogo, como médico, como psicoanalista y como investigador de laboratorio en psiquiatría social y analítica.

 

 

Mientras que Freud se contento con hacer de “antropólogo de sillón”, Burrow terminó siendo un “antropólogo clínico” El lema de su vida, el que escogió como divisa para su "The social neurosis: a study in ‘clinical anthropology” (Phylosophy of Science Vol. 16, No. 1, January, 1949) fue esta maxima de Thomas Huxley “The end of society is peace and mutual protection, so that the individual may reach the fullest and highest life attainable by man. The rules of conduct by which this end is to be attained are discoverable—like the other so-called laws of Nature—by observation and experiment, and only in that way. ”

No sé por qué a los psiquiatras se nos da mejor eso de la psiquiatría de guerra que no la psicología de paz ---entendiendo ésta como una manera de vivir, de pensar, de sentir y de hacer en paz, en paz con uno mismo y con los demás. Quizás sea debido a la condición de médicos, que más bien lleva a esperar a que el sano se le ponga enfermo el cuerpo para poderlo curar y devolverlo, ya sano de cuerpo que no de vida, a la situación y condiciones que le llevaron a enfermar. Las neurosis de guerra, primera entidad gnoseológica de orden grupal inventada por los médicos el siglo pasado cuando la guerra, un mal común. una enfermedad endémica. . . se globalizó y convirtió en pandémica. Desde que el mundo es mundo que hubo guerras, la historia al fin al cabo no es mucho más que un recuento, parcial naturalmente, de las que tuvimos que sufrir los humanos. Hasta no llegar al siglo pasado, sin embargo, la guerra era cuestión de profesionales de carrera, guerreros y mercenarios que se ganaban con ella la vida, y la gloria con el noble oficio de matar semejantes y hacerlo con toda la impunidad que da una buena causa.

Antes, en la antigüedad hubo incluso guerras de religión, guerras santas, monjes guerreros, cruzadas con que ganar indulgencias ganarse el cielo o entrar en el paraíso al mismo tiempo que uno esquilmaba al enemigo. Con la guerra de 1914 sin embargo, una guerra justa por ambos bandos en contienda, como son todas, sea dicho de paso, los militares de oficio, los «señores de la guerra» no contaban con suficiente «soldadesca» para la Gran Guerra que armaron, y se vieron obligados a recurrir en gran escala a civiles, paisanos, es decir a profanos en el oficio de la guerra. Los llevaron engañados con la excusa de que aquella iba a ser la última de las guerras y el señuelo de banderas y estandartes, entonando llenos de gozo, himnos patrióticos y marchas guerreras, marchando al paso que les mercaban las bandas militares. . . pero ese entusiasmo duró poco, tan sólo hasta llegar a las trincheras. Allí empezó a sonar otra música, el tronar de los cañones substituyó al de las bandas, y en vez de las flores de las turbas enardecidas que les despedían empezaron a llover obuses, fango y los colegas caían como moscas a lado y su sangre y sesos desparramados les emporcaban la guerrera que tan orgullosamente lucían.

El estruendo de los cañones no les dejaba conciliar el sueño, y de hacerlo les acosaban las pesadillas de los que despiertos no podían evitar mal vivir.

Pero no todos tenían madera de héroes, y ni siquiera estos se escabullían de pasar miedo. No había vuelta atrás, huir frente al enemigo era para afrontar un pelotón de fusilamiento, que además de por vida ir cubierto de vergüenza tu y los tuyos por los siglos de los siglos. Este y no otro era el conflicto que tenían los ciudadanos hechos soldados a la fuerza por una soldada de miseria y no digamos de para aquellos con conciencia les suponía el conflicto de tener que matar, morir matando o morir huyendo como sucedía a los desertores. Ante esta situación, no es de extrañar algunos, a sabiendas o no, se devanaran los sesos. ¡Adelante!

Mientras el cuerpo aguante, siempre adelante les arengaban sus jefes. La solución era bien sencilla, que el cuerpo dejara de aguantar y ponerse enfermo. Que los cuerpos de ejercito se descompusieran con ello, no importa.

A nivel personal salvar la piel era la inmediata encomienda-. Como “darse de baja” una vez enrolado no estaba permitido la alternativa era “ser baja”. Cabían solo había dos soluciones, o volverse loco —y te evacuaban mal que fuera para recluirte por lunático y de vida en manicomio— o bien, “hacerte el loco”—hacer como que no te enterabas de que la muerte te acechaba, cosa que en la vida civil no estaban acostumbrados, pero que en el frente se hace bien difícil ignorar— o mejor “hacerte pasar por loco”, solución genial que la soldadesca con la ayuda de los médicos de ambos bandos inventaron. Así nació el “shell shock” y las polémicas acerca de si de lo que estaba afectado en estas “bajas” eran sus neuronas y meninges, se trataba de si eran enfermos imaginarios a lo Moliere, o meros “simuladores” victimas de sus cavilaciones, imaginación perversa y deshonrosa cobardía. Lo malo era que a esos su perdida de juicio, les podía suponer un “juicio sumarísimo de guerra” castigado con la misma severidad que desertor puro y llano o al listillo que para escapar se mutila pegándose un tiro en el índice asesino: es de acabar frente a un pelotón de fusilamiento. Ahí fue cuando en su auxilio vinieron los médicos y la sanidad militar, con una triple misión: separar ovejas de cabritos; convencer por las buenas o por las malas a quienes iban de buena fe de que volvieran al matadero; y mandar al pelotón a los malvados, para que sirvieran por lo menos de ejemplo. Dado que por aquel entonces ni el suero de la verdad ni el detector de mentiras se habían todavía popularizado ni abundaban, a mucho tirar se disponía de las «asociaciones encadenadas» de Jung o a la «cura hablada» bajo hipnosis, barbitúricos o con la ayuda de corrientes farádicas y con ellas tuvieron que contentarse los médicos en su diagnostico diferencial entre «shell shock», «shock psicológico» «fatiga o neurosis de guerra», o simulación pura y llana, si bien no todos —algunos preferían sacarles la verdad a golpe de ferodo o torturas de género que fueran hasta confesar su criminal cobardía o “curarles” de ella y devolverlos al frente. Si el miedo les había enfermado, sería el miedo quien les curaría” Hubo médicos, sin embargo que acosados por sentimientos humanitarios, se les ocurrió aducir el inconsciente freudiano y atribuir al conflicto intra-psíquico la cobarde “histeria masculina” y considerarlas neurosis ambientales, neurosis o fatiga de guerra. Así fue como se introdujo el término de neurosis de guerra o neurosis de defensa y la “cura hallada” en el armamentarium de la Sanidad y de la Justicia Militares, cuerpos del Ejército responsables de encontrar solución al problema. A fines de la primera guerra mundial, además de las neurosis de guerra habían nacido la medicina psicológica con dos especialidades: la psiquiatría militar y la psiquiatría forense, y ¿porqué no?, la psicología militar, por lo menos los Americanos hicieron buen uso de tests en su reclutamiento de civiles.

 

 

Mi interés particular por la neurosis de guerra, deriva del que tengo por el desarrollo de la medicina de la psiquiatría y el papel en ese desarrollo jugaron el psicoanálisis, las psicoterapias y las terapias de grupo o terapias de la comunidad.

Gracias a los buenos oficios de von Freund, un cervecero de Budapest, afecto de cáncer que se había analizado con Freud durante la guerra y hecho gran amigo, los poderes centrales organizaron en esta ciudad un Symposium sobre neurosis de Guerra que ha pasado a las historia del psicoanálisis como su Vº Congreso Internacional, por más que con exclusión de un holandés, todos sus participantes, ni tan siquiera una veintena, procedieran del de los poderes centrales, si bien a la hora de publicarlo en 1919 se añadiría el londinense Ernest Jones con su «Neurosis de guerra (shell shock):

punto de vista Freudiano». El libro, totalmente de actualidad, que conjuntamente con los de Abraham Kardiner del 1941 «The Traumatic neurosis of War» y de K. R. Eissler del 1966 «Freud as an Expert Witness» nos demuestran lo poco que han cambiado las opiniones desde el punto de vista del psicoanálisis. Es a este respecto de interés el primero y último párrafo del prólogo de Freud al Congreso y que a continuación cito: Así empieza
“Nunca hemos pretendido haber alcanzado la cima de nuestro saber ni de nuestro poder, y ahora, como antes, estamos dispuestos a reconocer las imperfecciones de nuestro conocimiento, añadir a él nuevos elementos e introducir en nuestros métodos todas aquellas modificaciones que puedan significar un progreso. Viéndonos reunidos de nuevo, después de largos años de separación, durante los cuales hemos luchado animosamente por nuestra disciplina, he de inclinarme a revisar el estado de nuestra terapia y a examinar en qué nuevas direcciones podría continuar su desarrollo. Hemos formulado nuestra labor médica determinando que consiste en revelar al enfermo neurótico sus tendencias reprimidas inconscientes, y descubrir con este fin las resistencias que en él se oponen a semejante ampliación de su conocimiento de sí mismo. El descubrimiento de estas resistencias no equivale siempre a su vencimiento; pero una vez descubiertas confiamos en alcanzar este último resultado utilizando la transferencia del enfermo sobre la persona del médico para infundirle nuestra convicción de la falta de adecuación de las represiones desarrolladas en la infancia y de la imposibilidad de vivir conforme a las normas del principio del placer. Ya en otro lugar hube de exponer los caracteres dinámicos de este nuevo conflicto que sustituimos en el enfermo al anterior, patológico, y por ahora no tengo nada que agregar a dicha exposición. ”

Y este es su último:

“Se nos planteará entonces la labor de adaptar nuestra técnica a las nuevas condiciones. No dudo que el acierto de nuestras hipótesis psicológicas impresionará también los espíritus populares, pero, de todos modos, habremos de buscar la expresión más sencilla y comprensible de nuestras teorías. Seguramente comprobaremos que los pobres están aún menos dispuestos que los ricos a renunciar a su neurosis, pues la dura vida que los espera no les ofrece atractivo alguno y la enfermedad les confiere un derecho más a la asistencia social. Es probable que sólo consigamos obtener algún resultado cuando podamos unir a la ayuda psíquica una ayuda material, a estilo del emperador José. Asimismo, en la aplicación popular de nuestros métodos habremos de mezclar quizá el oro puro del análisis al cobre de la sugestión directa, y también el influjo hipnótico pudiera volver a encontrar aquí un lugar, como en el tratamiento de las neurosis de guerra. Pero cualesquiera que sean la estructura y composición de esta psicoterapia para el pueblo, sus elementos más importantes y eficaces continuarán siendo, desde luego, los tomados del psicoanálisis propiamente dicho, riguroso y libre de toda tendencia. ”

No era esta, sin embargo, la primera vez que Freud se interesaba por la guerra, ni sería tampoco la última. La primera había sido en 1915 cuando expresó su conclusión ante su «Decepción ante la guerra» de este modo: “Por qué las colectivas individualidades, las naciones, se desprecian, se odian y se aborrecen unas a otras, incluso también en tiempos de paz, es, desde luego, enigmático. Por lo menos, para mí. En este caso sucede precisamente como si todas las conquistas morales de los individuos se perdieran al diluirse en una mayoría de los hombres o incluso tan sólo en unos cuantos millones, y sólo perdurasen las actitudes anímicas más primitivas, las más antiguas y más rudas. Estas lamentables circunstancias serán, quizá, modificadas por evoluciones posteriores. Pero un poco más de veracidad y de sinceridad en las relaciones de los hombres entre sí y con quienes los gobiernan deberían allanar el camino hacia tal transformación”. Luego a punto de acabar su famoso discurso del “oro puro del análisis”, dirá en su prólogo al Symposium sobre neurosis de Guerra de Budapest el 28-29 de Septiembre de 1918. Muchas veces me he preguntado porqué a Freud no se le ocurrió cambiar de caldero y pasar al análisis en grupo la aplicación popular del su método y no contentarse en su aleación del “oro puro del análisis” en vez de hacerlo con el cobre de la sugestión directa o a una ayuda material al estilo del Emperador José (las pensiones de guerra o a necesitados). En junio de 1932, a sugerencia de Albert Einstein, fue invitado por el secretario de Instituto Internacional de cooperación Intelectual, Comité Permanente de Arte y Literatura de la Liga de las Naciones Unidas a sumarse en correspondencia con aquel sobre un tema que en aquellos momentos a dicha Liga de las Naciones Unidas preocupa. Responde así en septiembre del 1932 a la carta que Einstein le envia:

 

 

“Como usted ve, no es mucho lo que se logra cuando, tratándose de una práctica y urgente, se acude al teórico alejado del mundo. Será mejor que en cada caso particular se trate de enfrentar el peligro con los recursos de que se disponga en el momento; pero aún quisiera referirme a una cuestión que usted no plantea en su escrito y que me interesa particularmente. ¿Por qué nos indignamos tanto contra la guerra, usted, y yo, y tantos otros? ¿Por qué no la aceptamos como una más entre las muchas dolorosas miserias de la vida? Parece natural; biológicamente bien fundada; prácticamente casi inevitable. No se indigne usted por mi pregunta, pues tratándose de una investigación seguramente se puede adoptar la máscara de una superioridad que en realidad no se posee. La respuesta será que todo hombre tiene derecho a su propia vida; que la guerra destruye vidas humanas llenas de esperanzas; coloca al individuo en situaciones denigrantes; lo obliga a matar a otros, cosa que no quiere hacer; destruye costosos valores materiales, productos del trabajo humano, y mucho más. Además, la guerra en su forma actual ya no ofrece oportunidad para cumplir el antiguo ideal heroico y una guerra futura implicaría la eliminación de uno o quizá de ambos enemigos debido al perfeccionamiento de los medios de destrucción. Todo eso es verdad y parece tan innegable que uno se asombra al observar que las guerras aún no han sido condenadas por el consejo general de todos los hombres. Sin embargo, es posible discutir algunos de estos puntos. Se podría preguntar si la comunidad no tiene también un derecho a la vida del individuo, además, no se pueden condenar todas las clases de guerras en igual medida; finalmente, mientras existan Estados y naciones que estén dispuestos a la destrucción inescrupulosa de otros, estos otros deberán estar preparados para la guerra. Pero dejaré rápidamente estos temas, pues no es ésta la discusión a la cual usted me ha invitado. Quiero dirigirme a otra meta: creo que la causa principal por la que nos alzamos contra la guerra es la de que no podemos hacer otra cosa. Somos pacifistas porque por razones orgánicas debemos serlo. Entonces nos resulta fácil fundar nuestra posición sobre argumentos intelectuales.

Esto seguramente no es comprensible sin una explicación. Yo creo lo siguiente: desde tiempos inmemoriales se desarrolla en la Humanidad el proceso de la evolución cultural. (Yo sé que otros prefieren denominarlo: «civilización»). A este proceso debemos lo mejor que hemos alcanzado, y también buena parte de lo que ocasionan nuestros sufrimientos. Sus causas y sus orígenes son inciertos; su solución, dudosa; algunos de sus rasgos, fácilmente apreciables.

Quizá lleve a la desaparición de la especie humana, pues inhibe la función sexual en más de un sentido, y ya hoy las razas incultas y las capas atrasadas de la población se reproducen más rápidamente que las de cultura elevada. Quizá este proceso sea comparable a la domesticación de ciertas especies animales. Sin duda trae consigo modificaciones orgánicas, pero aún no podemos familiarizarnos con la idea de que esta evolución cultural sea un proceso orgánico. Las modificaciones psíquicas que acompañan la evolución cultural son notables e inequívocas.

Consisten en un progresivo desplazamiento de los fines instintivos y en una creciente limitación de las tendencias instintivas. Sensaciones que eran placenteras para nuestros antepasados son indiferentes o aun desagradables para nosotros; el hecho de que nuestras exigencias ideales éticas y estéticas se hayan modificado tiene un fundamento orgánico. Entre los caracteres psicológicos de la cultura, dos parecen ser los más importantes: el fortalecimiento del intelecto, que comienza a dominar la vida instintiva, y la interiorización de las tendencias agresivas, con todas sus consecuencias ventajosas y peligrosas. Ahora bien: las actitudes psíquicas que nos han sido impuestas por el proceso de la cultura son negadas por la guerra en la más violenta forma y por eso nos alzamos contra la guerra: simplemente, no la soportamos más, y no se trata aquí de una aversión intelectual y afectiva, sino que en nosotros, los pacifistas, se agita una intolerancia constitucional, por así decirlo, una idiosincrasia magnificada al máximo. Y parecería que el rebajamiento estético implícito en la guerra contribuye a nuestra rebelión en grado no menor que sus crueldades. ¿Cuánto deberemos esperar hasta que también los demás se tornen pacifistas? Es difícil decirlo, pero quizá no sea una esperanza utópica la de que la influencia de estos dos factores -la actitud cultural y el fundado temor a las consecuencias de la guerra futura- pongan fin a los conflictos bélicos en el curso de un plazo limitado. Nos es imposible adivinar a través de qué caminos o rodeos se logrará este fin. Por ahora sólo podemos decirnos: todo lo que impulse la evolución cultural obra contra la guerra. Lo saludo cordialmente y le ruego me perdone si mi exposición lo ha defraudado.

Suyo, SIGMUND FREUD

 

 

Más o menos por aquel entonces Freud añade a su Malestar en la Cultura este último párrafo.

“A mi juicio, el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si -y hasta qué punto- el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas del instinto de agresión y de autodestrucción. En este sentido, la época actual quizá merezca nuestro particular interés. Nuestros contemporáneos han llegado a tal extremo en el dominio de las fuerzas elementales que con su ayuda les sería fácil exterminarse mutuamente hasta el último hombre. Bien lo saben, y de ahí buena parte de su presente agitación, de su infelicidad y su angustia. Sólo nos queda esperar que la otra de ambas «potencias celestes», el eterno eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario. Mas, ¿quién podría augurar el desenlace final?
Alguien que un día se aventuró a enfrentarse con la patología de las neurosis culturales, fue Trigant Burrow de Baltimore, uno de los discípulos de Freud, el primer psicoanalista nativo Americano analizado y entrenado por Jung en Zurich entre 1909-1910, el único americano presente en Nuremberg al fundarse la Internacional Psicoanítica y uno de los once a fundar la American Psychoanalytic Assocation.

A Trigant Burrow, las guerras intestinas del psicoanálisis que llevaron a su maestro Jung a la exclusión, le habían afectado tanto que por fidelidad a la causa en 1914 tenía decidido repetir su análisis didáctico con Freud y éste lo había aceptado, cosa que la guerra les impidió llevar a cabo tal como habían concertado. Su destino era el de descubridor del método grupal de análisis o de laboratorio, que luego describiría y para el que acuñaría el nombre de grupoanálisis. Curiosamente, su aventura empieza más o menos al tiempo que sus colegas alemanes capitaneados por Freud en su «Los caminos de la terapia psicoanalítica» en Budapest están contemplando “revisar el estado de nuestra terapia y a examinar en qué nuevas direcciones podría continuar su desarrollo. ” Esto sucede al poco que EEUU entrara como beligerante activo en la contienda, transformando así una Guerra Europea, que si bien viciosa era aún de corte clásico, en una Guerra Mundial, llamada la primera, pero que, bien pensado no acabó nunca, dado que el humillante tratado de Versalles sirvió a los contendientes tan solo de respiro para tomar aliento y prepararse para la segunda y buscar motivo para reanudarla. De la guerra civil que se dio en España, una lucha de talle ideológico, y que de civil tuvo bien poco, dicen costó un millón de muertos, pero que sí sirvió de espacio transicional y banco de pruebas para afilar las espadas para ensayar armas y estrategias a utilizar en la segunda y de precursora a la guerra fría que seguiría por más de otros treinta años hasta la caída del muro de Berlín y la re-unión de las dos Alemanias. De esta guerra yo si me acuerdo, la empecé recién cumplidos los ocho años y se terminó, terminar es un decir, sin haber todavía cumplido los once.

Mi “largo verano del 36” lo pasé en Taradell, en la Plana de Vich: lo empecé de veraneante y lo acabé de refugiado y acogiendo refugiados murcianos en casa. Eso no me privó del peor de los bombardeos en Barcelona o a mi madre de ser sepultada en uno de los de Vich del que hubo de ser rescatada, viva pero con una “neurosis de guerra” que la obligaba a hacernos pasar los días en el monte mientras duraba el aquel duro invierno del 38. Si no acabé de “niño de guerra” y me ahorré campos de concentración, tener que militar en el maquis y acabar en Matthausen, morir en las estepas de Rusia o desterrado a Siberia fue gracias a que la “neurosis de guerra” de mi madre se convirtió en prudencia y rehusó ella montarnos camino de la frontera en el camión con que su hermano nos había venido a buscaren la retirada del Ejercito de la República. Esta quizás sea otra razón por las que terminara de psiquiatra y psicoanalista e interesado en neurosis de guerra.


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