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Pensamiento sistémico aplicado.

Fecha Publicación: 01/03/2005
Autor/autores: J. D. Moreno

RESUMEN

La intención de esta ponencia es mostrar que la aplicación del pensamiento sistémico en el área de la enfermedad y salud mental se ha circunscripto a áreas específicas, que si bien han explorado nuevos horizontes conceptuales, refrescando y desempolvando la operatoria clínica, abriendo nuevas alternativas de abordaje, revitalizando la idea de cambio, anudándolo nuevamente a la eficacia y trayendo a la práctica psicoterapéutica los mecanismos de validación científica, no se ha aplicado en toda la extensión de sus posibilidades a la redefinición de las categorías ya existentes.

Luego de un breve recorrido histórico me propongo demostrar que en el área de la conducta humana el pensamiento sistémico ha utilizado pobremente los axiomas epistemológicos que lo sostienen. Por ende, sostengo que el pensamiento sistémico trabaja en un campo autolimitado, y que en esas limitaciones agregó una dimensión adicional a la comprensión y a la práctica clínica, acomodándose a la estantería reduccionista que la ciencia clásica fue construyendo para dar cuenta de la enfermedad mental.


Palabras clave: pensamiento sistémico
Tipo de trabajo: Conferencia
Área temática: Tratamientos .

Pensamiento sistémico aplicado.

J. D. Moreno.

Facultad de psicología de la Universidad Maimónides -Escuela Sistémica Argentina.

 

Resumen

La intención de esta ponencia es mostrar que la aplicación del pensamiento sistémico en el área de la enfermedad y salud mental se ha circunscripto a áreas específicas, que si bien han explorado nuevos horizontes conceptuales, refrescando y desempolvando la operatoria clínica, abriendo nuevas alternativas de abordaje, revitalizando la idea de cambio, anudándolo nuevamente a la eficacia y trayendo a la práctica psicoterapéutica los mecanismos de validación científica, no se ha aplicado en toda la extensión de sus posibilidades a la redefinición de las categorías ya existentes. Luego de un breve recorrido histórico me propongo demostrar que en el área de la conducta humana el pensamiento sistémico ha utilizado pobremente los axiomas epistemológicos que lo sostienen. Por ende, sostengo que el pensamiento sistémico trabaja en un campo autolimitado, y que en esas limitaciones agregó una dimensión adicional a la comprensión y a la práctica clínica, acomodándose a la estantería reduccionista que la ciencia clásica fue construyendo para dar cuenta de la enfermedad mental.



La teoría de la comunicación humana y el pensamiento sistémico

En el año 1967, Watzlawick, Beavin y Jackson, ampliaron los límites de la psicopatología y la clínica psicológica al utilizar herramientas y puntos de vista del pensamiento sistémico para considerar y operar sobre la conducta humana. Su ya clásico libro, la teoría de la comunicación Humana, fue un punto de inflexión para la psicología, y, a mi entender, determinó las líneas rectoras dentro de las cuales se aplicaría el pensamiento sistémico en el territorio de la salud mental en los años subsiguientes.

Los autores no observaron al individuo sino que se focalizaron en la relación, y, de allí, derivaron su mirada al contexto en donde ésta ocurre, afirmando que los sistemas interpersonales pueden entenderse como circuitos de retroalimentación, ya que la conducta de cada persona afecta la de las otras y es, a su vez, afectada por éstas. Este punto de vista fue revolucionario: teorizó desde el andamiaje de una nueva epistemología algunos planteos que habían intentado extender el horizonte de la psicología más allá del ámbito personal (Sullivan, H. , 1974). Pero, como decía anteriormente, el aporte de los autores de la teoría de la comunicación Humana no sólo redimensionó el espacio de la psicología sino que también predeterminó la manera en que una nueva mirada sobre la ciencia, el pensamiento sistémico, se aplicaría en ese área. A renglón seguido de comprender al individuo en un sistema de relaciones, Watzlawick, Beavin y Jackson (1981) escribieron que "de ningún modo debe entenderse nuestro punto de vista como una negación de la realidad de lo intrapsíquico o de la validez de las teorías genéticas, hereditarias, metabólicas o de otro tipo acerca de la conducta humana. Nuestro estudio intenta contribuir con una dimensión adicional a cuya utilidad clínica y terapeútica nos referiremos en los capítulos siguientes" (la negrita me pertenece). Lo que esta presentación propone es que su genial aporte, al ser planteado en términos de una “dimensión adicional”, predeterminó y limitó la aplicación del pensamiento sistémico, y que la autoridad y jerarquía de su trabajo ha sostenido hasta el presente esas líneas rectoras en su aplicación al campo de la salud y la enfermedad mental.

Len Troncale (1989), en un artículo tutulado “El futuro de la investigación en teoría General de los Sistemas: obstáculos, potencialidades, estudio de casos” discrimina distintos niveles de la observación sistémica. El primero, la más reduccionista, es el análisis de Sistemas, que se ocupa de la recolección, tratamiento y validación de datos concretos sobre los múltiples componentes de algún sistema concreto específico; en general, afirma, el análisis de Sistemas se limita al estudio detallado de un sistema particular. El segundo, es la teoría de Sistemas, que insiste sobre comparaciones más amplias que el análisis de Sistemas, a través de varios sistemas específicos, dentro de una disciplina o un fenómeno. Sobre casos específicos estudiados por técnicas de análisis de Sistemas generaliza, para entender un fenómeno o proceso complejo en el marco de una disciplina tradicional. El tercer nivel, más genérico, es la teoría General de Sistemas, que exige comparaciones amplias a través de muchas escalas diferentes de sistemas y de muchas disciplinas tradicionales, y lleva a descripciones abstractas y cualitativas de funciones sistémicas generalizadas, poniendo énfasis en funciones de nivel sistémico y utilizando isomorfías. El cuarto nivel es la Ciencia de Sistemas, un colectivo no específico. Y el nivel más abstracto es el pensamiento Sistémico, un término abarcativo que se refiere a la tendencia a poner énfasis en las numerosas conexiones entre los fenómenos y sus similitudes abstractas, más que sobre las diferencias y la limitación de las interacciones para simplificar la investigación.

Desde las categorìas que establece Troncale, la teoría de la comunicación Humana se posicionó en el nivel del análisis de Sistemas. La “dimensión adicional” que sus autores agregaron a la psicología tenía las formas de la primera cibernética: las categorías de salud y enfermedad mental fueron cambiadas por las de homeostasis, circuitos de realimentación e intercambio de información en términos de conducta. A la realidad de lo intrapsíquico y al cerebro (donde se aplican las teorías genéticas, hereditarias y metabólicas) se agregó el contexto, tanto desde una modalidad de consideración como de intervención. Watzlawick, Beavin y Jackson, instrumentaron la epistemología sistémica en términos de análisis de Sistemas, y así limitaron su campo de observación a un espacio específico. La nueva dimensión que presentaron, si bien fundamental, se sumó a los abordajes y maneras de comprender la conducta humana ya existentes.

La consecuencia es que el pensamiento sistémico se autolimitó, agregándose como un estante más a la biblioteca de la enfermedad y salud mental. Una biblioteca que la Ciencia Natural había diseñado siguiendo sus clásicas líneas axiomáticas: objeto separado del sujeto que conoce, objetividad del conocimiento, validación por medio del método experimental, fenómenos reversibles, modelos precisos y detallados, enseñanza por disciplina, segmentación de la realidad de acuerdo a la disciplina (Rosnay, J, 1975). Fue en ese orden de conocimiento donde se comenzaron a ubicar los numerosos trabajos que fueron apareciendo en la investigación y formas de operar técnicamente con el contexto, desde la terapia estratégica individual hasta la familiar.


La “biblioteca” de la enfermedad mental

Desde que la enfermedad mental se consideró como tal, su conocimiento y abordajes se fueron organizando según las variables de la Ciencia Natural. En el año 1795, Pinel libera a los alienandos de las cadenas en el hospital de Salpetrierre, y a partir de allí los “problemas del espíritu” son considerados en términos médicos. Pasaron muchos años, hasta 1861, para que adquirieran un estatus completo de enfermedad. Fue cuando Griesinger los ubicó en un órgano: el cerebro (Griesinger, W. , 1997). Así, los fenómenos psíquicos fueron entendidos como funciones del cerebro, y a causa de su ser orgánico pasaron a ser concebidos e interpretados por el investigador natural.

La Medicina y las herramientas de la investigación se ocuparon de ellos. La vida anímica fue entendida en términos de reflejos cerebrales, mediados por un nivel intermedio que era el de la representación. La psiquiatría se dimensionó y creció en la observación precisada por la semiología, creó un vocabulario propio y lo organizó puntillosamente en categorías diagnósticas, que en gran medida llegan hasta nuestros días. Entonces empezaron a aparecer sus limitaciones para manejar conceptos que salían del orden biológico. La idea de “representación” fue un intento para mantener dentro de la esfera de lo orgánico lo que ya excedia sus límites. El caldo estaba bullendo cuando Freud, en la Etiología de la histeria, plantea la necesidad de una psicología de un orden muy distinto al estudiado hasta ahora por los filósofos, (Freud, S. 1973) que hemos de crear, dice, para nuestras necesidades. Las de él y unos pocos amigos que se ocupaban clínicamente del padecer psíquico, agregamos nosotros. Años después, en la interpretación de los sueños (Freud. S. , 1898) Freud profundiza su discusión con los límites de la biología y se disculpa de las deficiencias de sus descripciones, planteadas como provisionales, ante la dificultad para introducir términos fisiológicos o químicos en un ámbito que le era ajeno y que aún no tenía un vocabulario conceptual apropiado. Fue entonces cuando resolvió el problema proponiendo una idea genial por la amplitud que concebía y las consecuencias que aparejaba, una idea capaz de contener los dos polos aparentemente antitéticos, lo biológico y lo psíquico: el instinto.

Concepto que funde la vertiente psicológica con la orgánica. La psicodinamia piscoanalítica se inicia poniendo en funcionamiento una dimensión, la psíquica, en relación a otra, la biológica, y el germen de ese motor está sintetizado en la concepción del instinto. Sin embargo, en el curso de su evolución, la teoría, y mucha de la práctica psicoanalítica se fueron diferenciando de la dimensión biológica, que finalmente quedó en una zona de penumbra y volvió a la psiquiatría, quedando unos pocos puentes que apenas si sirven para relacionar los dos polos que Freud había intentado amalgamar.

Así, quedó el cerebro, por un lado, entendido y trabajado por la psiquiatría, y el aparato psíquico por otro, comprendido y trabajado por el psicoanálisis. Tenemos entonces los estantes básicos de la biblioteca. La enfermedad mental, que Griesinger había ubicado en el cerebro, devino en entidades nosológicas claramente definidas en diagnósticos precisos, pronósticos de procesos, algunas claras etiologías orgánicas y muchas otras anegadas en el incierto territorio de la neuroanatomÍa, la neuroquímica y la genética, hasta que el impulso de la neuroquímica y la farmacología las desempolvó, otorgándoles herramientas terapeúticas cada vez más eficaces. Y el estante del psicoanálisis, que devino en psicología Psicodinámica y se abrió y expandió en múltiples líneas y técnicas terapéuticas, pudiendo dar cuenta de buenos resultados dentro de sus propios códigos diagnósticos y expectativas pronósticas.

En esto estaba la biblioteca de la Salud Mental cuando la otra más grande que la incluye, la de la Ciencia Natural, comenzó a resquebrajarse. Las grietas provenían desde la física, en especial de la mecánica cuántica (Martínez Miguelez, 1993), y se fueron agrandando hasta llegar a los cimientos cuando Bertalanffy (Bertalanffy, L. 1968) formuló las razones para un modo de pensar diferente, sintetizando los nuevos axiomas paradigmáticos que modificaron las bases de la Ciencia Natural y abrieron una mirada diferente. Este autor sostuvo que las ciencias del comportamiento, sociales y biológicas exigen modelos distintos a los físicos, que estas ciencias presentan fenómenos para los cuales la física no brinda conceptos, y que era necesaria una modelización interdisciplinaria.


Un estante se agrega a la biblioteca

Es sobre una nueva lógica de la ciencia que asienta la teoría de la comunicación Humana. Al incluir el tiempo en la observación los fenómenos pasan a ser irreversibles; se consideran procesos, decurso de hechos; el observador es partícipe del objeto que observa; la validación de las hipótesis y modelos no es experimental sino por comparación con la realidad, generalmente en términos de “funcionalidad”; la realidad se entiende como un objeto complejo y la enseñanza toma el cariz de la transdisciplina. Watzlawick. Beavin y Jackson, trabajaron desde este nuevo paradigma y propusieron un modelo que daba cuenta de una dimensión de realidad que hasta ese momento no se había considerado más que en los trabajos de Bateson (Bateson, G. , Jackson, J. , Haley, J. , Weakland, J. , 1956). ¿Pero qué pasó entonces? El contexto y todos los desarrollos posteriores que ocurrrieron en derredor de él comenzaron a ocupar un nuevo estante en la biblioteca de la enfermedad mental.

El problema, si así puede llamarse, fue que el aporte de la teoría de la comunicación Humana quedó ubicado como una dimensión más, y con ello se redujeron las posibilidades del pensamiento sistémico de redimensionar el conocimiento ya existente, de atar cabos, de tender puentes, de entretejer en términos de complejidad. Desde ese momento hasta el presente han aparecido diversas escuelas que hacen nuevas distinciones en el amplio territorio del contexto. Cada una ha desarrollado modelos de abordaje.

Pero todas ellas se han circunscripto al nivel de análisis de Sistemas, porque definen un sistema específico y trabajan sobre él, agregando nuevas “dimensiones adicionales”. Así, las escuelas estratégicas (Boscolo, L. , Cecchin, G, Hoffman, Penn, P. 1989), (Haley, J. , Hoffman, L. , 1984) distinguieron la comunicación en los términos de pragmática, o sea, la conducta, consideraron el intercambio de información como circuitos de realimentación, y diferenciaron los conceptos de variable y función para comprender las interacciones y actuar sobre ellas. Minuchin (Minuchin, S. , 1974) consideró al individuo en su contexto social y a la familia en su dimensión estructural, organizada sobre variables genéricas sujetas a un proceso de desarrollo. El problema de la observación derivó en la segunda cibernética y con ello la aparición de modelos que hacían eje en el “encastre” entre observador y observado, y de allí el surgimiento de una realidad producida por la relación (Watzlawick, P. y otros, 1988). Y finalmente se planteó dentro de la terapia el problema del lenguaje, y se propuso la reflexividad conversacional como creadora de realidades sociales, el yo dejó de estar dentro de los límites de lo indivicual para ubicarse en una trama de relaciones (Mc Namee, Sh. , y Gergen, K. , 1996).

Cada escuela produjo sus propios libros que se agregaron al estante ya rotulado como “contexto, familia, interacción”. Ninguna de ellas conceptualizó desde la transdisciplina, ninguna utilizó la riqueza del pensamiento sistémico en toda su complejidad. Ninguna intentó redefinir la enfermedad / salud mental desde la interacción cerebro – aparato psíquico – contexto.

Limitadas al análisis de una dimensión, todas ellas siguieron el plano reduccionista según el cual se había construído la biblioteca. Si la intención inicial de Freud no era sesgar el psicoanálisis del cerebro, me atrevería a afirmar que mucho de eso ocurrió. En cierto sentido, algo semejante está ocurriendo con los aportes que provienen de la perspectiva del contexto: los más parecen sesgados del cerebro y del aparato psíquico. Se abrió un nuevo horizonte pero no se ha enlazado con los otros ya existentes, siendo que el nuevo contiene los instrumentos epistemológicos para hacerlo. A mi entender, esta es una deuda que la aplicación del pensamiento sistémico tiene con la salud mental: no ha redimensionado su espacio sino que delimitó territorios, muchas veces en detrimento de los circundantes.

Lo antedicho tiene implicancias clínicas importantes. El reduccionista orden de la biblioteca perdispone a que en ocasiones se considere el aparato psíquico como si fuera autónomo del cerebro, al individuo ajeno a su contexto, a la familia como si estuviera constituida por interacciones, feedbacks, estructura, a la realidad como si fuera el resultado de la interacción discursiva.

Quienes nos dedicamos a la clínica confrontamos diariamente las limitaciones de las ópticas teóricas con la compleja riqueza de todo cuanto ocurre en un consultorio, y sabemos de las diferencias que existen si ese consultorio es privado o de un hospital, si el hospital está en un barrio elegante o en la periferia.

Desde la clínica se sabe que la acción de un fármaco no es solamente química, sino que ocurre en una relación, que ese fármaco se significa en el vínculo terapeútico y se redimensiona en una familia, que puede estigmatizar o desvalorizar, y también se sabe que tiene un aura social según el marketing puesto en derrededor de cierta problemática de la cual sugestivamente hablan los medios de comunicación, ¡para la cual ese fármaco es la indicación precisa! La clínica constantemente plantea problemas que obligan a entretejer elementos y considerar complejidad, el pensamiento sistémico tiene bases axiomáticas que permiten considerarla y abordarla, y a mi entender todavía no las ha usado en toda su amplitud.

Si la enfermedad mental emergió desde el sótano de la Medicina tenemos que aceptar que fue gracias al psicoanálisis, a la inclusión del contexto, a la familia y a la psicología Social, que hoy tenemos una biblioteca bien provista para entenderla y trabajar en ella, pero aunque desarrollemos nuestra actividad predominantemente desde la visión de uno de sus estantes no podemos desconsiderar los otros. Sería utópico pensar que un psicólogo o un psiquiatra pueda manejar idóneamente todas las lineas y abordajes teóricos (sería utópico y a la vez contradictorio con el espíritu de esta presentación), pero mientras el pensamiento sistémico no se aboque a enlazar dominios, a complejizar en el sentido de la transdiciplina, a hacer alguna que otra travesura en la biblioteca rigurosamente ordenada de la conducta humana, los muchos y variados puntos de vista teóricos y modalidades de abordaje no dejan de ser reduccionistas. Me atrevo a sugerir que mientras esto no ocurra la aplicación más básica que el pensamiento sistémico puede aportar es ayudarnos a tener presente la complejidad en la que trabajamos y que nos involucra. Tenerla presente, cualquiera que sea el área específica en que nos desempeñemos, considerarla como el trasfondo de la labor, es su aporte más esencial, porque nos hace saber que cuando trabajamos siempre hacemos un recorte, y que la eficacia de las operaciones clínicas dependen en gran parte de saber que el espacio que observamos y transitamos es apenas el que ilumina nuestra linterna teórica.


Bibliografía

Bateson, G. , Jackson, J. , Haley, J. , Weakland, J. , (1956). Towards a theory of schizophrenia. Behavioral Science. (1), 251 – 254.

Bertalanffy, L. (1968). General Systemas Theory. Fodations, development, applications. New York, G. Braziller.

Boscolo, L. , Cecchin, G, Hoffman, Penn, P. , (1989) terapia sistémica de Milán. Buenos Aires, Herder.

Freud, S. (1973). Estudios sobre la histeria, en Obras completas, tomo 1. Madrid, Biblioteca nueva. Pág. 315.

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Griesinger, W. (1997). patología y terapéutica de las enfermedades mentales. Buenos Aires. Ed. Polemos.

Haley, J. , Hoffman, L. , (1984). Técnicas de terapia familiar. Buenos Aires, Amorrortu.

Mc Namee, Sh. , y Gergen, K. , (1996). Una postura reflexiva para la terapia familiar. Barcelona, Paidós.

Martínez Mibuelez, M. , (1993) El paradigma emergente. Barcelona, Gedisa.

Minuchin, S. , (1974). Families and family therapy. New York, Harvard College.

Rosnay, J. (1975). Le macroscope. Vers une vision globale. París, Ed. Du Seuil.

Sullivan, H. S. (1974). La teorìa interpersonal en psiquiatría. Buenos Aires, Ed. psique.

Troncale, L. R. (1989). El futuro de la investigación en teoría general de los sistemas: obstáculos, potencialidadces, estudios de casos. Cuadernos del GESI (11), 1 – 68

Watzlawick, P. , Beavin, J. , Jackson, D. (1967). Pragmaticas of human communication. New York, Norton & Company.

Watzlawick, P. , Beavin, J. , Jackson, D. (1981). teoría de la comunicacion humana. Barcelona, Ed. Herder.

Watzlawick, P. y otros, (1988). La realidad inventada. Barcelona, Gedisa.


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