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En un lugar de La Mancha... Francesc Tosquelles y Max Hodann, creadores de las primeras comunidades terapéuticas durante la Guerra Civil Española.

Autor/autores: Francisco Javier Montejo Alonso
Fecha Publicación: 01/03/2013
Área temática: Psiquiatría general .
Tipo de trabajo:  Conferencia

RESUMEN

Entre 1937 y 1939, en plena Guerra Civil Española y ambas en la demarcación del ?frente del Sur?, se llevaron a cabo dos experiencias absolutamente renovadoras en cuanto a la asistencia psiquiátrica y psicoterapéutica: el hospital de Almodóvar del Campo (Ciudad Real), que dirigió el psiquiatra catalán Françes Tosquelles; y el hospital de Madrigueras (Albacete), dirigido por el psiquiatra austríaco Max Hodann.

Ambas experiencias, caídas en el mas absoluto olvido, supusieron la constitución de dos pioneras ?comunidades terapéuticas? alentadas desde posiciones teóricas cercanas al psicoanálisis, lo que les conectaba mas o menos directamente con la primera comunidad terapéutica del ámbito psicoanalítico: el sanatorio Psicoanalítico de Tegel, que dirigió el psicoanalista Ernst Simmel en las afueras de Berlín entre 1927 y 1931. Las experiencias de Tosquelles y Hodann suponen dos claros precedentes de la radical transformación sobre la manera de comprender y de tratar la enfermedad mental, adelantándose varias décadas a los planeamientos de la futura psiquiatría comunitaria, la psiquiatría extensiva (o de sector), la psicoterapia institucional e incluso la antipsiquiatría. Llama la atención el absoluto desconocimiento sobre estas experiencias precursoras que tienen los profesionales de la salud mental en nuestro país. Especialmente en unos momentos como los actuales, donde la demanda de atención desborda los dispositivos de atención a la salud mental, anclados en modelos biologicistas y derivados del insuficiente encuadre clínico privado, que evita el cuestionamiento de los trastornos mental reconvirtiéndolos en ?enfermedades?, propiciando la alienación masiva y desterrando la subjetividad inherente a los procesos mentales.

Palabras clave: Francesc Tosquelles, Max Hodann, Guerra Civil Española


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Autor:

Francisco Javier Montejo Alonso. psicoanalista y Psicoterapeuta, Especialista en psicología clínica, psicólogo de la C. M. , Doctor por la UCM, Profesor del Máster de psicoterapia Psicoanalítica (UCM), Máster de psicoanálisis y teoría de la Cultura (UCM) y Máster del teoría Psicoanalítica (UCM). C/ Ríos Rosas nº 25, 28003 Madrid. Correo: montejo. alonso@gmail. com.

 

Título:

En un lugar de La Mancha. . . Francesc Tosquelles y Max Hodann, creadores de las primeras comunidades terapéuticas durante la Guerra Civil Española.

 

 

“Dichosa edad y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronce, esculpirse en mármoles y pintarse en tablas para memoria en lo futuro”.

 

 

 

(Miguel de Cervantes, El Quijote, I, 84)

 

 

 

INTRODUCCIÓN: De Quijotes, gigantes y molinos…

 

Nos guste o no nos guste la palabra crisis es el significante de moda, tomando el valor de significante absoluto, de “amo” que dirían los sofisticados integrantes de la horda lacanista. La crisis justifica todo tipo de contrarreformas, presentadas como “reformas inevitables y valientes”1, y necesarias todas ellas para tranquilizar a los mercados, ese nuevo dios Moloch de apetito insaciable que requiere continuos sacrificios sin cesar. Reformas aplicadas a modo de ansiolítico que sin embargo solamente producen un efecto rebote incrementando la angustia de los terribles mercados. La lógica que subyace es como poco psicotizante: solo empobreciéndonos lograremos mantener nuestras cotas de riqueza. Buen campo de análisis para los profesionales de la salud Mental.

 

 

Entrando en ésta, en la Salud Mental, asistimos al desmoronamiento, paulatino pero sin pausa, de lo poco que quedaba ya del impulso reformista que eclosionó a principios de los años ochenta del siglo pasado, mientras contemplamos impotentes y resignados el auge de un neobiologicismo que reduce los trastornos y sufrimientos mentales a meras enfermedades, y a aquellos que los padecen a simples objetos pasivos de refinados y caros fármacos. Eso sí, todo ello, enmarcado en grandes principios que garantizan que “el paciente es el centro del sistema”2, marco incomparable de un modelo de atención comunitario que nadie cuestiona abiertamente pero en el que ya nadie parece creer, salvo que hayamos pasado a entender el término de “comunitario” exclusivamente de manera administrativa, como mera referencia a la comunidad autónoma.

 

 

Se sacralizan los términos a la par que se vacían sus contenidos y se pervierten sus objetivos. Se exalta lo comunitario pero aumenta la distancia real entre la asistencia en Salud Mental y los Servicios Sociales, cada vez más cercanos a la vieja beneficencia y a precarios servicios de atención en crisis. . El vigente Plan Estratégico en Salud Mental de la Comunidad de Madrid, para el periodo 2010-2014 sanciona los principios de modernidad, profesionalidad y cientificidad3 en aras de una progresiva (¿o más bien deberíamos decir regresiva?) especialización. Es decir, todo lo opuesto al modelo de asistencia comunitario que surgió para combatir precisamente la “especialización”, para sacar la “enfermedad mental” del ámbito del hospital psiquiátrico y reintegrarla a la comunidad, resignificándola más allá del discurso médico-científico.

 

 

Todo ello sin entrar en las flagrantes contradicciones de la creación de servicios y dispositivos de atención territorializados a la vez que se pretende establecer la demarcación única, que por supuesto garantiza la libertad del paciente para elegir facultativo especialista e introduce las leyes del mercado y la competencia en los servicios públicos. El “paciente” así se convierte en consumidor de servicios y pasa a ser “cliente”, y ya se sabe que el cliente siempre tiene la razón, aunque en nuestro caso el paciente acuda por haberla perdido.

 

 

Al final, la competencia, ese gran principio regulador de todo que pone a cada uno en su sitio -como dios manda-, regulará todo a la manera de omnipotente demiurgo, logrando que los más fuertes, los más capacitados, los más aptos y adaptables (¿quizás los más altos, más guapos, mas jóvenes, más listos y más ricos?) no tengan la rémora de tener que tirar de los demás. Las redes que contenían a los sujetos que caían, a los que no pueden continuar en la lucha y la competencia y terminaban desfalleciendo, tienen cada vez agujeros más grandes. Y por esos agujeros se cuelan las personas en caída libre.

 

 

Evidentemente asistimos a la culminación de un largo proceso, no de algo coyuntural y circunstancial motivado por la crisis actual. Las opciones se jugaron hace tiempo, probablemente -como casi siempre en nuestras vidas- cuando no éramos conscientes de lo que estábamos jugándonos. Ahora solo asistimos a los efectos, a los síntomas.

 

 

Hace ya algún tiempo Guillermo Rendueles4, aún durante el supuesto auge del movimiento reformista psiquiátrico y en el marco de una publicación conjunta acerca de los “Orígenes y fundamentos de la psiquiatría en España” (1997), cuestionaba la “paella ideológica intragable” que ocultaba la carencia teórica del movimiento de reforma psiquiátrica. Allí Rendueles apuntaba hacia un factor importante, que al menos el autor que escribe este artículo no ha vuelto a encontrar referido: nos habíamos equivocado al buscar los antepasados, al elegir la “novela familiar”. Ésta se habría reconstituido durante la transición democrática sobre la recuperación parcial de “los psiquiatras republicanos partidarios de la eugenesia, del manicomio provincial y de psiquiatrizar la sociedad entera”, y habría olvidado, o más bien denegado y desmentido, sus verdaderos antepasados teóricos, que Rendueles (1997, 296) sitúa en el “pensamiento libertario español”.

 

 

Ciertamente los trabajos e investigaciones sobre recuperación de la memoria histórica de la psiquiatría española anterior al final de la Guerra Civil no son aún muy numerosos, pero la práctica totalidad se agrupan en los mismos asuntos, muy centrados en las reformas legales y administrativas impulsadas desde los gobiernos de la II República Española, y distintas revisiones sobre las obra de las figuras principales de la psiquiatría de entonces (Lafora, Juarrós, Sacristán, etc. ), herederos todos ellos del pensamiento de Cajal5. Tras los panegíricos suele ocultarse el “cientificismo y especialización” que solo Emilio Mira y Sanchís Banús denunciaron en su momento, oponiéndose sin éxito a la redacción que Jiménez de Asúa dio a la Ley de internamiento psiquiátrico de 1931 (Angosto, 1993, 204). Aquella valorada ley, aunque reformaba el hospital psiquiátrico, lo mantenía como centro de la asistencia de la enfermedad mental sin llegar a cuestionar el estatuto e imaginario social y científico de ésta. Las reformas, que siempre fueron promovidas desde la élite intelectual en sentido orteguiano, desde los psiquiatras ilustrados y bien intencionados, ciertamente no tuvieron tiempo real para su verdadera plasmación. El alzamiento militar que desencadenó la guerra Civil en julio de 1936 nos privó de sus posibles frutos y resultados.

 

 

Sin embargo la guerra, esa crisis total, produjo experiencias absolutamente revolucionarias en cuanto a la asistencia y tratamiento de la enfermedad mental, que sin embargo siguen sumidas en el olvido casi absoluto. El propósito de este artículo se centra precisamente en dos de aquellas experiencias olvidadas, que nadie -o casi nadie para ser más justos6 - quiere recuperar y reintegrar a la “novela familiar” de la psiquiatría española. Quizás, en línea del cuestionamiento que planteaba Renduelles (1997), porque su recuperación supone la recuperación de otras tradiciones, otros antecedentes teóricos fuertemente enraizados en el pensamiento libertario, aquel que buscaba resignificar la enfermedad mental desde la práctica comunitaria, indagando su poder de cuestionamiento y subversión de las costumbres, de la moral y de los conocimientos científicos establecidos, “lo instituyente” si habláramos en términos de análisis Institucional (Lourau, 1970). El pensamiento que cuestionaba el papel de “vigilar y castigar” al que queda reducida la comunidad en el contexto de la competencia y la lucha por la vida que ha vuelto a presidir nuestra realidad contemporánea.

 

 

Entre 1937 y 1939, en plena Guerra Civil Española y ambas en La Mancha, en la demarcación del “frente del Sur”, se llevaron a cabo dos experiencias absolutamente renovadoras en cuanto a la asistencia psiquiátrica y psicoterapéutica: el hospital de Almodóvar del Campo (Ciudad Real), que dirigió el psiquiatra catalán Francesc Tosquelles; y el hospital de “La cueva de la Potita” en las inmediaciones de Madrigueras (Albacete), organizado por el psiquiatra alemán Max Hodann. Ambas experiencias, sepultadas durante más de sesenta años en el más absoluto olvido, supusieron la constitución de dos pioneras “comunidades terapéuticas” alentadas desde posiciones teóricas y técnicas cercanas al psicoanálisis, lo que las conectaba más o menos directamente con la primera comunidad terapéutica surgida desde el ámbito psicoanalítico: el sanatorio Psicoanalítico de Tegel, que dirigió el psicoanalista Ernst Simmel en las afueras de Berlín entre 1927 y 1931. Esta línea enlazaría a través de la figura de Emilio Mira y López, con los orígenes de las primeras comunidades terapéuticas reconocidas por todo el mundo: las ideadas y conceptualizadas por Maxwell Jones en Inglaterra a comienzos de los años 50. Estableciendo así una vía complementaria, la “vía española”, a la expuesta por Pérez del Rio (2010), el origen alemán de la Comunidad terapéutica.

 

Las experiencias de Tosquelles y Hodann suponen dos claros precedentes de la radical transformación sobre la manera de comprender y de tratar la enfermedad mental, adelantándose varias décadas a los planeamientos de la futura psiquiatría comunitaria, la psiquiatría de sector, la psicoterapia institucional e incluso la antipsiquiatría.

 

 


Francesc Tosquelles (1912-1992) Max Hodann (1894-1946)

 

 

“Erase una vez… En un lugar de La Mancha. . . ”.

 

Antes los cuentos siempre empezaban así: “Erase una vez. . . ”. Aquello nos indicaba que lo que íbamos a escuchar no debía inquietarnos más de la cuenta, ni tampoco entusiasmarnos demasiado. Era algo que había pasado hace mucho, mucho tiempo, en un tiempo que se alejaba más allá de lo cronológico: un tiempo mítico. Si aceptamos, con todos los reparos que se quieran, que las novelas no dejan de ser cuentos largos, y si de acuerdo con las mas doctas opiniones “El Quijote” sigue considerándose como “la novela” por antonomasia, todos sabemos, incluso aquellos que no lo han leído, que comienza de aquella manera: “En un lugar de La Mancha. . . ”.

 

 

Comencemos pues nuestro cuento: Erase una vez, en la primavera de 1938, hace ya más de setenta años, y en un lugar de La Mancha llamado Almodóvar del Campo, que llego un médico que era casi mago y hacía hablar a los que habían perdido el habla, y que a decir de las gentes del lugar era muy bueno7. Llegó y creó un hospital para los soldados que se habían trastornado, pues en aquéllos tiempos se estaba en guerra.

 

 

Francecs Tosquelles tenía entonces 25 años y acababa de ser nombrado Médico Jefe de los Servicios psiquiátricos del Ejército de Extremadura a instancias de su maestro y mentor Emilio Mira y López, que, poco antes en febrero de 1938, había sido nombrado Jefe de los Servicios Psiquiátricos del Ejército de la República.

 

 

El joven Tosquelles eligió Almodóvar del Campo, en la provincia de Ciudad Real, como lugar idóneo para organizar un hospital psiquiátrico de retaguardia donde acoger a combatientes aquejados de trastornos psicológicos graves. Para ello escogió un edificio recientemente construido a las afueras del pueblo, la escuela de Capataces8. En principio solo contaba con la ayuda de otros tres médicos, Sauret, Peña y Marín, por lo que tenían que comenzar por contratar personal para el hospital. Tosquelles decidió contar con personas del propio pueblo que no tuviera ningún tipo de experiencia psiquiátrica, personas que conocieran al ser humano en profundidad pero sin prejuicios ni miedo a la locura9. Así contrató a varios médicos militares con interés en psiquiatría pero sin experiencia previa, a un cura, algún abogado, algún pintor y a las prostitutas del burdel del pueblo, que pese a estar “oficialmente” clausurado continuaba su actividad. Tosquelles llegó a un acuerdo con las prostitutas: haría la vista gorda respecto al prostíbulo si ellas colaboraban en el cuidado de los enfermos del hospital, siempre y cuando mantuvieran el compromiso de no tener relaciones sexuales con ellos, es decir garantizando la prohibición del incesto (Tosquelles, 1991 y Labat, 1997, 238). Se rodeó pues de personas con actitud abierta hacia los enfermos psíquicos y personas influyentes en los diversos estratos de aquella sociedad rural, logrando convertir el hospital en un dispositivo integrado en la comunidad y desmarcándose de la “cientificidad” y la “especialización”. En poco tiempo todas aquellas personas eran magníficos cuidadores.

 

 

Es momento de hacer un breve descanso en nuestra narración para detenernos en contar quién era ese joven psiquiatra, quién era Tosquelles, que aún hoy en día sigue siendo un gran desconocido para la práctica totalidad de profesionales dedicados a la salud mental en nuestro país.

 

 

Francesc Tosquelles i Llauradó nació el 22 de agosto de 1912 en Reus. Desde los siete años su tío y padrino Francisco Llauradó le llevaba a comer los domingos al Instituto Pere Mata, uno de los manicomios más avanzados de la época, ya que era íntimo amigo del director del instituto Emilio Briansó que, como era costumbre entonces, vivía en la institución. Francisco Llauradó era médico y fue uno de los primeros en interesarse en el psicoanálisis, al punto que publicó un artículo sobre Freud y la interpretación de los sueños en 1913 (García Siso, 1992, 57). A la par que el interés por la medicina y psiquiatría, desde niño Francesc se educó en un ambiente catalanista, adquiriendo desde muy temprana edad la conciencia de vivir en un país ocupado donde era forzado a hablar en una lengua oficial, el castellano, que tenía que compartir con su lengua materna, el catalán.

 

 

Tempranamente, a la edad de 15 años, y en plena dictadura del general Primo de Rivera, inició sus estudios de medicina. Tosquelles, que ya había conocido a Emilio Mira en el Instituto Pere Mata antes de sus estudios, se convirtió en su discípulo avanzado. Mira, pese a que nunca fue psicoanalista, fue uno de los principales introductores del psicoanálisis en España, lo que favoreció la temprana adscripción de Tosquelles al psicoanálisis. Su educación y la convulsa época de su formación universitaria, condicionan desde su adolescencia un intenso compromiso político. Se integró en el BOC (Bloque Obrero y Campesino) organización comunista clandestina y catalanista cercana a las posiciones anarcosindicalistas de la CNT y la FAI -la organización de masas preponderante en Cataluña y que entonces estaba prohibida- y se convirtió en un apasionado lector de Marx y Freud. Al terminar sus estudios de medicina en 1931 comenzó a colaborar en el Instituto Pere Mata y al poco tiempo, probablemente por consejo de Mira, que por su parte había realizado un análisis con Otto Rank (Mira y López, 1963, 42), comenzó su análisis didáctico. A diferencia de Ángel Garma, que justamente entonces retornaba de Berlín ya formado oficialmente como psicoanalista, Tosquelles no disponía de medios económicos para formarse fuera de España, por ello aprovechó la llegada de un psicoanalista húngaro a Barcelona, Sandor Eiminder, para iniciar su análisis, que durará unos dos años. Eiminder era judío y había formado parte del grupo de August Aichhorn en Viena, colaborando en las comunidades infantiles y juveniles que éste dirigió10. Parece ser que también había pasado por el Instituto Psicoanalítico de Berlín, lo que justifica su temprana huida y exilio en Barcelona, donde coincidió en el Instituto Pere Mata con otros psicólogos también huidos del ascenso de los nazis: Werner Wolff, que formaba parte de la escuela gestáltica, Bradffeld, psicoanalista adleriano, y Strauss, profesor de psiquiatría infantil en Heidelberg.

 

 

Tosquelles colaboró activamente en otras instituciones: “La Sageta”, centro de psiquiatría infantil, y el Ateneo Obrero, donde en 1932 organiza un seminario sobre Marx y Freud (Tosquelles, 1983, 3). En 1933 logró por oposición una plaza de residente en el Instituto Pere Mata y completó su formación psicoanalítica y psiquiátrica participando en los numerosos congresos, seminarios y jornadas clínicas que allí se organizaban, participando especialmente en los cursos que impartieron Henry Ey y Gaëtan de Clarembault. Allí tuvo un privilegiado acceso a la tesis doctoral de un joven y casi desconocido psiquiatra Jacques Lacan, que acababa de ser publicada en Francia (Lacan, 1932), y participó activamente en un seminario sobre Freud y Lacan celebrado en Reus (Labat, 1997, 234).

 

 

Tosquelles comenzó a practicar el psicoanálisis, publicando al poco tiempo un caso clínico y redactando los apartados dedicados al psicoanálisis del “Manual de Psiquiatría” de Emilio Mira (1935). El caso publicado, “A propòsit del analisí d'una personalitat anormal” (Tosquelles, 1935), presenta el tratamiento psicoanalítico de una mujer ingresada en el Instituto Pere Mata, que padecía lo que hoy entenderíamos como patología borderline. En aquel trabajo Tosquelles mostró estar muy al día de las variaciones técnicas y teóricas del psicoanálisis de vanguardia, citando entre otros autores a Wilhelm Reich, Charles Odier, Helen Deutsch o Ruth Mack Brunswick (García Siso, 1992). Publicó aquel trabajo solamente en catalán, lo cual evidentemente limitó su difusión, aunque esto no justifica que aún hoy siga absolutamente olvidado pues supuso el primer trabajo verdaderamente psicoanalítico publicado en España tras los de Ángel Garma.

 

 

Es significativo que la monografía más exhaustiva sobre el psicoanálisis en España, la publicada por la Asociación Española de neuropsiquiatría (Carles, Muñoz, Llor y Marset, 2000), no haga ninguna referencia al respecto, omitiendo también que tras Garma Tosquelles es el segundo psicoanalista español que se sometió a un análisis didáctico. Por el contrario si se cita a Bustamente, Solís y Molina Muñoz como los primeros psicoanalistas después Garma en psicoanalizarse, e inevitablemente no falta la mención a Ramón Sarró, que había dejado inconcluso su análisis con Helen Deutsch11 y su formación psicoanalítica en el Instituto Psicoanalítico de Viena. Sarró siempre rentabilizó aquella estancia en Viena, aunque desde su regreso a Barcelona se alineó con las tesis cercanas a Lopez Ibor (1936): el psicoanálisis no era apto para los españoles y ya estaba superado. También fue el introductor del electroschok en España, y siempre se posicionó más cerca de Jung que de Freud. Como él mismo dijo en una conferencia celebrada en 1931 en el Ateneo de Barcelona: “Me gustaría que se me recordara mas como parricida de Freud que como alumno”. Tosquelles, que se encontraba presente allí, recordará algunos años después (Rebollo Conejo, 2006):

 

 

(…) Sarró, en el año 1931, fue a pasar ocho o diez días a Viena. . . No sé adónde fue en Viena, pero sé que cuando él volvió yo participé en el Ateneo de Barcelona en una conferencia de Mira y Sarró sobre Sigmund Freud y Viena. Por aquel entonces hizo muchos elogios del psicoanálisis, diciendo que era el principio de la vida, de la ciencia, a pesar de que dos minutos más tarde se escapó por las alcantarillas hacia el psicoanálisis existencial. Hay que recordar que en el año 1931 Sarró fue el ponente en el Congreso de Córdoba sobre "Heidegger y el existencialismo en la psiquiatría". Y que, en resumidas cuentas, si fue a Viena, es todo lo que hizo, pero no ha tenido otras intervenciones si no son las de hablar mal del psicoanálisis. Sarró siempre habló mal del psicoanálisis y en particular después de 1935 porque, según él y otros que se quedaron allí abajo, fue Mira y nosotros los que trabajábamos con el Ejército de la República, los que organizamos las checas para matar a los buenos españoles que eran los fascistas.

 

 

En 1935, en plena efervescencia política tras la fallida Revolución de Asturias, Tosquelles participó directamente en la fundación del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) apartándose definitivamente del comunismo oficial. Al estallar la Guerra Civil se alista en las milicias antifascistas del POUM y marcha al frente de Aragón, donde se encargó de la evacuación de los pacientes del psiquiátrico de Huesca, atacado por las tropas fascistas. Posteriormente se encargó de la reorganización del sanatorio de Sariñena, donde también ofició de cirujano y médico general.

 

 

 

Como allí tenía pocos enfermos a su cuidado dedicó parte de su tiempo en “curar a los médicos” (Tosquelles, 1991):

 

 

(. . . ) tomé por costumbre curar a los médicos, para que esos tipos perdieran el miedo y sobre todo algo más importante que el miedo. La guerra civil conlleva a un cambio de perspectiva acerca del mundo. Los médicos, comúnmente, tienen en la cabeza la estabilidad de un burgués. Son pequeños o grandes burgueses que quieren vivir solos y ganar dinero, ser eruditos. Ahora bien, en una guerra civil como la nuestra, era necesario que el médico pudiera admitir un cambio de perspectiva sobre el mundo; qué pudiera admitir que son los clientes quienes determinan su clientela, y que él no es del todo pudiente. Así, me ocupé de la psicoterapia de hombres normales para evitar la crisis. No se puede hacer psiquiatría ni en un sector ni en un hospital si se conserva una ideología burguesa e individualista. Un buen ciudadano es incapaz de hacer psiquiatría. La psiquiatría conlleva una anti-cultura, es decir, una cultura que tiene otra perspectiva que la del sujeto.

 

 

En febrero de 1938 Emilio Mira es nombrado Jefe de los Servicios Psiquiátricos del Ejercito de la República, ya reorganizado como “ejército popular” y disueltas las milicias. Mira diseñó todo el dispositivo asistencial teniendo en cuenta su idea de una psiquiatría “extensiva”, centrándose más en la salud mental que en la enfermedad y ocupándose tanto de los enfermos como del resto de la comunidad. El campo de actuación del psiquiatra dejaba de ser exclusivamente el hospital psiquiátrico y los enfermos mentales, pasando a serlo la comunidad de referencia y la salud mental de toda la población. Frente al aislamiento y la especialización propuso la reintegración, la prevención y promoción de la salud mental de la comunidad.

 

 

A instancias de Mira, y pese a su militancia en el POUM, que en aquellos momentos ya había sido ilegalizado y sus militantes eran perseguidos y eliminados por los agentes estalinistas12, Tosquelles fue nombrado Médico Jefe de los Servicios Psiquiátricos del Ejercito de Extremadura.

 

 

Siguiendo las directrices de Mira, la atención psiquiátrica se organizó básicamente en dos dispositivos: los de atención inmediata, cercanos al frente de batalla y los hospitales de retaguardia, que se instalaron al menos a 50 km del frente. Tosquelles eligió ubicar el hospital psiquiátrico de retaguardia, o “asilo” como menos hipócritamente prefería llamarlo (Periáñez, 1997), en la localidad de Almodóvar del Campo, poniendo en práctica la “psiquiatría extensiva” (Tosquelles, 2001, 66): “Rechacé de entrada ser considerado un psiquiatra clásico, reducido a tratar enfermos mentales”

 

 

 

 

 

Edificio de la “Escuela de capataces” que albergó el hospital psiquiátrico militar de Almodóvar del Campo, imagen antigua y actual. L
a fotografía antigua es gentileza de Javier de la Fuente,

 

 

Eligió para su asilo un moderno edificio a las afueras del pueblo, que se había inaugurado un par de años antes para la escuela de Capataces13. Desafortunadamente Tosquelles nunca escribió de manera explícita sobre aquella experiencia, que duró poco más de un año. Pero en algunas entrevistas y especialmente en su autobiografía (Tosquelles, 2001) contó lo suficiente para afirman que en Almodóvar del Campo funcionó una “Comunidad Terapéutica”. Él mismo lo afirmó, ya convertido en una de las principales figuras de la psiquiatría francesa y principal figura de la “psiquiatría de sector” y fundador de la “psicoterapia institucional” (Tosquelles, 1991).

Tosquelles fue de los primeros en comprender que la práctica psiquiátrica “clásica” alienaba aún más al paciente y que el factor fundamental de su curación radicaba en la participación en la vida comunitaria, donde podía encontrar un sentido a su locura. Y esto con más de una década de anticipación sobre el creador oficialmente admitido de las Comunidades Terapéuticas, el británico Maswell Jones (1952), quien por cierto trabajó conjuntamente con Emilio Mira en el Maudsley hospital de Londres durante los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial (Villasante, 2010, 431).

 

 

Aunque ningún testimonio ni documento publicado nos permita relacionar a Tosquelles y su experiencia en Almodóvar del Campo con la primera experiencia comunitaria del ámbito psicoanalítico, el sanatorio Psicoanalítico de Tegel, dirigido por Ernest Simmel entre 1927 y 1930, es innegable que ambas experiencias comunitarias se alimentan de las mismas fuentes: el pensamiento psicoanalítico y marxista alejados de los diversos dogmatismos. Además, directa o indirectamente, algo debió de llegar a Tosquelles a través de su analista Sandor Eiminder, que había vivido aquella experiencia de manera muy cercana. No por ello hay restar importancia a la enorme influencia que Tosquelles siempre reconoció y reivindico con respecto a Mira y su modelo de “psiquiatría extensiva”.

 

 

Es conveniente resaltar ahora, antes de contar el final del hospital militar de Almodovar del Campo, que pese a lo breve de la experiencia, Tosquelles logró que aquella comunidad terapéutica no se aislará de su entorno. Además de integrar en la misma a numerosas personas de distintos estratos sociales del propio pueblo como colaboradores directos, Tosquelles se ocupó también de la salud mental de los habitantes de Almodóvar del Campo, atendiéndolos y realizando actividades de promoción de la salud mental de la población civil en aquellas difíciles circunstancias bélicas. Es decir, desarrollando plenamente los principios de la “psiquiatría extensiva” tal y como Mira había definido.

 

 

Tras el golpe del coronel Casado el 5 de marzo de 1939 el frente se desmoronó y el 29 de marzo , tres días antes de la finalización oficial de la guerra y un día después de la entrada en Madrid de las tropas de Franco, un contingente de tropas mauritanas entraron en Almodóvar del Campo. Ocuparon el hospital “rompiendo todo a su paso y persiguiendo violentamente al personal y a los enfermos” (Tosquelles, 2001, 213). Tosquelles, que en lugar de huir había preferido quedarse con sus enfermos y colaboradores, salió al encuentro de los ocupantes vestido de civil como acostumbraba y vociferando como un energúmeno. Aquello provocó cierto estupor entre los asaltantes, que impresionados reclamaron la presencia de su oficial. Tosquelles se presentó como el médico encargado del hospital, sin desvelar su carácter y rango militar: “Yo le expuse entonces mi verdadero problema inmediato: cómo alimentar y calmar a los locos allí reunidos; cómo, por lo demás, organizar su evacuación” (Tosquelles, 2001, 213).

 

 

De esta manera tan surrealista, Tosquelles, que esperaba ser fusilado en el acto, fue confirmado como “médico director del hospital militar de Almodóvar del Campo”, y con autorización para reclamar de la intendencia militar del llamado ejército nacional todo lo que precisara. Por supuesto utilizó aquella autorización durante un par de meses, el tiempo que siguió al mando del hospital, y el tiempo que necesitó para organizar muy lentamente la evacuación de sus enfermos y de los falsos enfermos que había acogido para salvarles la vida. Tiempo que utilizó también para preparar su huida a Francia14 atravesando territorio enemigo y recogiendo a su esposa e hija, que estaban en Asturias.

 

 

La historia de Tosquelles al llegar a Francia e ingresar en un campo eufemísticamente llamado de “refugiados”, en realidad un verdadero campo de concentración, no es menos surrealista y rocambolesca que la del final del hospital de Almodóvar. Pero ahora no es el momento de contarla.

 

 

 

En otro lugar de La Mancha… en La Cueva de la Potita (Albacete).

 

En otro lugar de La Mancha, a unos 250 km de Almodóvar del Campo y cronológicamente anterior, nos encontramos con otra experiencia pionera respecto a la creación de una Comunidad Terapéutica: la que organizó y dirigió Max Hodann, el sanatorio para combatientes de las Brigadas Internacionales, en el paraje de Cuasiermas, cercano al pueblo de Motilleja y a unos trece kilómetros de Albacete. Max Hodann es un personaje aún más desconocido que Tosquelles, por lo que nos vamos a demorar en trazar un breve semblante biográfico.

 

 

Max Julius Hodann había nacido en 1894, en la localidad de Neisse - actual Polonia pero entonces parte del Imperio austro-húngaro-, en el seno de una familia judía de médicos militares. A los cinco años su familia se trasladó a Berlín y a los 19 años el joven Max comenzó sus estudios de medicina. Durante sus estudios secundarios en el gymnasium había sido compañero de uno de los hijos de Karl Kautsky, el líder de la socialdemocracia alemana. Había frecuentado su casa y conocido personalmente a relevantes personajes del movimiento obrero como el propio Kautsky, Rosa Luxemburgo o Clara Zetkin, vinculándose desde su adolescencia con los movimientos juveniles socialistas y sionistas. Al comenzar sus estudios de medicina entró en contacto con Magnus Hirschfeld, reconocido como el fundador de la sexología moderna, y que había sido uno de los ocho fundadores de la Sociedad Psicoanalítica de Berlín en 190815, aunque nunca fue psicoanalista

 

 

Hodann finalizó sus estudios de medicina en 1919, al poco determinar la Gran Guerra y proclamarse la República de Weimar. Para entonces ya era miembro del SPD, el Partido Socialdemócrata Alemán, aunque se posicionó en el ala izquierda, muy cercano a la Liga Espartaco, embrión del futuro partido comunista. Se afilia también y participa muy activamente en la Unión de Médicos Socialistas, sindicato médico que presidía entonces el psicoanalista Ernst Simmel. Hodann realizó varios viajes a la recién creada URSS especialmente interesado por la política sexual soviética. Desde 1921 se integró en el “Instituto para el estudio de la sexualidad” fundado por Hirschfeld en 1919, y también fue nombrado director del Departamento de Salud de Reinckendorf, barrio obrero de Berlín, cargo que ocupó hasta la llegada de Hitler al poder.

 

 

Hodann fue uno de los principales impulsores de la Liga Internacional para la Reforma Sexual y un activo escritor de libros y folletos sobre educación y esclarecimiento sexual destinados a la población joven y obrera, destacando “Amor y sexualidad” (1927), que se editó en España en 1936 convirtiéndose en el primer manual de sexología destinado a las clases populares, al mismo nivel del célebre manual de Van de Velde (1926) para la clase ilustrada y la burguesía. Durante la segunda mitad de los años veinte Hodann realizó una intensa labor de conferenciante y promotor de centros de información y orientación sexual para los jóvenes de la clase trabajadora, tanto en Berlín como en Viena, adonde viajaba con asiduidad16. Allí participó en el IV Congreso Internacional de Sexología en 1929 y entró en contacto con Wilhelm Reich 17.

 

 

Políticamente se apartó paulatinamente de la línea reformista del SPD, hasta que fue expulsado e ingresó en el Partido Comunista Alemán, alineándose en el ala izquierdista, muy cercano a las posiciones de los trotskistas. En 1933, tras la subida al poder de Hitler, Max Hodann fue cesado en todos sus puestos, incapacitado para ejercer la medicina y encarcelado por la Gestapo, al igual que su colega psicoanalista Simmel. El Instituto de Sexología de Hirschfeld, donde habían sido tratados numerosos miembros del partido nazi, fue asaltado y clausurado. Hodann logró huir de la cárcel e inició un largo peregrinaje: primero en Basilea, luego París18, Palestina, Oslo, y en la primavera de 1935, llegó a Londres, donde también intentaba establecerse Wilhelm Reich. Hodann quiso reconstruir un instituto de sexología similar al de Berlín (Dose, 1997), pero pese a contar con importantes apoyos no lo consiguió, y al no serle renovado el visado tuvo que abandonar Inglaterra a finales de 1935. Volvió a Oslo y tuvo una corta estancia en la URSS. El 7 de agosto de 1937, tras asistir en París al Congreso Internacional de Intelectuales, se alistó como médico en las Brigadas Internacionales, recibiendo el grado de “teniente medico”. Como gran parte de los alemanes antifascistas exiliados por toda Europa, Hodann acudió a España tanto para defender a la República y la revolución española como para parar el fascismo.

 

 

 

Al poco de llegar a España, a finales de noviembre de 1937 se le encomendó la organización de un “hospital de retaguardia” para brigadistas cercano a Albacete, sede organizativa de las Brigadas Internacionales.

 

 

Durante muchos años aquella experiencia ha sido absolutamente olvidada. La memoria histórica sobre Hodann comienza a recuperarse en 2004, cuando su nombre aparece como director del hospital de Madrigueras y se le cita erróneamente como “discípulo de Freud que dirigió un hospital para enfermos mentales brigadistas”, en un ensayo de Gómez Flores (2004) sobre el Albacete de la Brigadas Internacionales19. A partir de aquí el psiquiatra valenciano Cándido Polo Griñan (2006, 2007a y 2007b) desarrolló una intensa labor de investigación a través de diferentes fuentes, que ha permitido recuperar parte de la experiencia que dirigió Hodann al frente del hospital que fue conocido popularmente como “La Cueva de la Potita”. El edificio era un palacete construido como pabellón de caza en los años veinte, que había sido incautado a una rica familia de Albacete20. Estaba situado al lado del rio Júcar en el conocido “paraje de Cuasiermas”, en un lugar apartado y entre numerosos árboles, y reunía buenas condiciones para hospital de descanso y rehabilitación. Hodann tenía que ocuparse de más de cien brigadistas de muy distintas nacionalidades, contando solamente con un médico auxiliar y escaso personal de apoyo.

 

 

Hodann, que desarrolló una intensa labor en la revista de la XV división “La voz de la sanidad”21, no escribió sin embargo nada acerca del hospital. La principal fuente sobre el trabajo cotidiano en “La Cueva de la Potita” la encontramos en la monumental novela del alemán Peter Weiss (1981) “La estética de la resistencia”, donde Hodann aparece como uno de los personajes principales. Weiss conoció a Hodann en su segundo exilio de Oslo, donde ambos coincidieron y se hicieron amigos. Allí tuvo el escritor acceso a sus diarios, contándose que fue psicoanalizado por el propio Hodann (Fuster Ruiz, 1996, 88).

 

 

Sin duda alguna Hodann conocía bien la experiencia que Ernst Simmel había desarrollado en el sanatorio de Tegel en Berlín, a finales de los años veinte. Ambos habían coincidido en la Asociación de Médicos socialistas y la relación entre el instituto de Hirschfeld, donde entonces trabajaba Hodann, y los psicoanalistas de la Policlínica Psicoanalítica de Berlín22 era muy fluida e intensa. En Tegel se había organizado la primera Comunidad terapéutica, bajo principios de actuación psicoanalíticos y con gran desarrollo de una perspectiva de tipo grupal y autogestionaria.

 

 

 

 

Imagen actual del edificio principal de la Cueva de la Potita (fotografía de Ana Guerrero).

 

 

Cuando Hodann se encontró al frente de “la Cueva de la Potita”, Tegel era el único precedente con el que contaba para organizar una comunidad terapéutica. Pero si bien en Berlín habían coincidido pacientes de todo tipo, incluyendo vagabundos de los albergues de Berlín, Hodann se encontró con más de cien pacientes de distintas lenguas y nacionalidades, y muy diversa procedencia social y económica. Solamente llegar a comunicarse era una enorme proeza en aquella pequeña torre de Babel (Weiss, 1999, 259):

 

 

Había que comenzar con aquellos que mas sufrían por la pérdida de actividad, que no estaban ligados a ninguna lengua, que solo podían hacerse entender mostrando sus heridas, que si no enmudecían. Con ellos, unos cuantos daneses, suecos, yugoslavos, tenían que demostrarse la promesas de solidaridad (…) Había que comenzar con aquellos que sentían con más fuerza la soledad, el ser extranjero, pero con ello tocábamos algo que también afectaba a todos los demás, la dificultad fundamental de expresarse

 

 

En la Cueva de Potita y en la revista de la división, Hodann participó en duras polémicas sobre política sexual, en especial con respecto a su aplicación a la vida cotidiana de los combatientes. Nuevamente, y con más ahínco si cabe dadas las circunstancias bélicas, se enfrentó a las clásicas posiciones psiquiátricas sobre los supuestos perjuicios de la masturbación (Hodann, 1937) y combatió la persecución de la homosexualidad y los homosexuales.

 

 

El brigadista y poeta holandés Jef Last, que fue enviado al hospital de Hodann por su homosexualidad, elogió la profesionalidad de Hodann durante su hospitalización, y su diferente posicionamiento descriminalizando la homosexualidad y el onanismo de los soldados. Last describió también cual era la actitud general de los mandos militares, los comisarios políticos y los médicos de las brigadas (Last, 1938, 34-35):

 

 

(…) Incluso en el terreno sexual, seguimos el nuevo puritanismo de la Unión Soviética. En las guarniciones de las Brigadas Internacionales los prostíbulos fueron cerrados; los comunistas respondían con el lema: "Las enfermedades secretas son deserción ". Los criminales actos homosexuales eran castigados en el campo de instrucción de Madrigueras con penas de prisión de cinco semanas; onanismo tres días de la misma sentencia. Nuestra comisario político comunista dijo que un comunista debe saber dominar su sexualidad ¡Pero estaban muy lejos de ser todos estos soldados comunistas! Estos hombres, después de haber pasado meses y meses en el frente, nunca habían visto a una mujer y comenzaban a sufrir de abstinencia, haciendo mucho daño a su moral.

 

 

Esta actitud abierta y progresista que además otorgaba a la libertad sexual un papel clave en la lucha política, se extendía a las asambleas cotidianas y a las charlas y debates culturales y políticos. A las sesiones de música y poesía de Maiakovski, que jalonaban el día a día en la Cueva de la Potita. Con respecto a las llamadas “neurosis de guerra”, Hodann tuvo que enfrentarse con los que solamente veían “simulación” y cobardía en los afectados, propiciando tratamientos sugestivos en la misma línea que Sacristán (1937 y 1938), frente a los mal llamados tratamientos coercitivos, contrarios a la más elemental ética médica, tal y como años antes tras el final de la Gran Guerra había manifestado el propio Freud (1920). Todo ello, sumado a las prácticas de grupo que buscaban fomentar la autogestión y evitar el aislamiento mental y moral de aquellos hombres, empezaron a inquietar a los comisarios políticos, que eran cada vez más partidarios de fomentar una férrea y automática disciplina. Por contra, Hodann en las reuniones del hospital decía : “Pero cómo va salir de nosotros la liberación, cómo se podrán realizar los cambios, si nosotros sólo hemos aprendido a someternos, a subordinarnos y a esperar instrucciones (Weiss, 1999, 265).

 

 

No paso mucho tiempo sin que Hodann recibiera una importante visita: junto a su compañera Lise Lindbaek, llegaron al hospital Ilya Ehrenburg, periodista soviético, y dos representantes del estado mayor, Mewis y Stahlmann. En principio le plantearon que solamente se trataba de una visita para mostrar a Ehrenburg los hospitales de los alrededores de Albacete, pero en realidad venían a notificar a Hodann la orden de traslado a otra unidad en la costa alicantina, concretamente a Denia. Tras alabar su trabajo en la Cueva de la Potita, expresaron a Hodann la creciente inquietud que estaba despertando su trabajo allí y sus artículos sobre política sexual en “La Voz de la Sanidad”. En aparente tono desenfadado Stahlmann dijo:

 

 

“. . . incorporar una discusión de ese tipo sería verdaderamente pequeñoburgués, en una guerra de liberación como la que se estaba librando ahora en España, había que dejar aparte las necesidades sexuales, y en un tiempo tal no pertenecía a las tareas de un médico el ocuparse de cuestiones de vida privada (Weiss, 1999, 300).

 

 

Hodann no se sumó a las risas y defendió pausada pero enérgicamente sus posiciones respecto al onanismo como medio natural profiláctico e inofensivo durante la guerra, y lo más importante, como alternativa a la prostitución, degradante para las mujeres y contraria a la ética revolucionaria (Weiss, 1999, 301):

 

 

Toda guerra, dijo, incluso una guerra popular nacional presenta un estado patológico con todas las consecuencias individuales que se derivan. Los combatientes, por mucha conciencia política que tuvieran, estarían en tal estado de irritabilidad debido a la continencia, que debilitaría su resistencia. El Estado clasista se había preocupado de satisfacer el apetito sexual de los soldados con la creación de burdeles, pero para un ejército popular ese procedimiento no podía aceptarse, porque si bien estabilizaba el estado de ánimo de los soldados, colocaba sin embargo a la mujer en una situación humillante (…) En la España republicana, nosotros procuramos, dijo, suprimir la prostitución y después eliminar los dogmas sociales y eclesiásticos, la mujer estaría, en un principio, igualada al hombre (…) la unión de camaradería entre el hombre y la mujer en la lucha de liberación constituía el comienzo para una liberación del culto a la virginidad. Y en lo referente al onanismo había que considerarlo como un medio natural profiláctico durante la guerra y por nuestro rechazo a la prostitución.

 

 

Le replicaron que el mejor remedio eran la continencia, el ejercicio físico y el deporte, añadiendo la insinuación de que practicaba “tratamientos psicoanalíticos individuales”23 (Weiss, 1999 , 302), algo que Hodann negó argumentando que lo que ponía en práctica era “diálogo abierto y directo o terapia de grupo”. Después le acusaron directamente de que bajo la cobertura de su trabajo terapéutico, Hodann estaba formando un “circulito anarquista”.

 

 

De poco sirvieron las respuestas y argumentos de Hodann. La decisión ya estaba tomada de antemano y él sería trasladado a Denia, mientras que sus pacientes se reintegrarían a sus unidades militares. Hodann dedicó sus últimos días a visitar a los campesinos de las granjas y casas de labor cercanas, con los que había intentado realizar una labor de acercamiento no solamente para cubrir las necesidades alimenticias de sus pacientes, sino en la idea de un trabajo de tipo comunitario como la que realizaba años antes al dirigir los servicios de salud de un distrito berlinés.

 

 

En Denia, Max Hodann se encargó durante algunos meses de una “estación sanitaria de tránsito”, conocida como “Villa Cándida” (Polo Griñan, 2007a, 235). Allí los combatientes enfermos pasaban un breve tiempo antes de su traslado a una clínica especializada. Hodann intentó retomar plenamente sus actividades, pese a no poder formar una nueva comunidad terapéutica. A través de informes, charlas y conferencias retomó su actividad divulgadora y de promoción de la salud, especialmente en lo concerniente a la salud y educación sexual. Y no solo entre los enfermos que estaban a su cargo, también entre la población civil, aprovechando que su nuevo hospital se encontraba en el interior del núcleo urbano de Denia. Al poco tiempo, en abril de 1938, todos sus pacientes aquejados de trastornos mentales fueron trasladados a un hospital psiquiátrico que se instaló en Burriana, Valencia (Polo Griñan, 2007a, 236).

 

 

Max Hodann abandonó España en el otoño de 1938, repatriado a París cuando el gobierno de Negrín disolvió las Brigadas Internacionales.

 

 

 

4. “…de cuyo nombre no quiero acordarme”. Los tres des-encuadres de Tosquelles y Hodann.

 

 

Para intentar establecer las posibles razones que pudieran dar cuenta del persistente olvido, de la “desmentida” permanente bajo la que han sido enterradas las experiencias relatadas, voy a partir por buscar sus puntos de confluencia; los factores comunes que compartieron Francesc Tosquelles y Max Hodann, ya que ciertamente no nos consta que hubiera nunca contacto directo entre ambos.

 

He dado en subtitular este apartado “los tres des-encuadres de Tosquelles y Hodann”, lo daría cuenta de la triple exclusión a la ambos autores y, en el caso que nos ocupa, sus experiencias pioneras durante la Guerra Civil, han sido sometidos: como psicoanalistas en el margen del movimiento psicoanalítico, como militantes en las afueras, o más allá, de la izquierda oficial y como “extranjeros” en su propio país, que tuvieron que buscar el camino de la huida y el exilio.

 

 

4. 1. Des- encuadre psicoanalítico.

Si bien Hodann y Tosquelles son hijos de dos generaciones diferentes, Hodann nació en 1894 y Tosquelles en 1912, sus orígenes y su formación confluyen en numerosos aspectos. Ambos nacieron en el seno de una familia de la pequeña burguesía, con contacto directo con la medicina, y formando parte de grupos culturales catalogables como “marginales” frente al poder instituido: Hodann era judío y Tosquelles, educado y criado en un ambiente catalanista, siempre se sintió miembro de una comunidad “ocupada”. Los dos vivieron su adolescencia y juventud en la confluencia de su formación universitaria y la descomposición del régimen institucional, político y social: Hodann la Primera Guerra Mundial y la caída del Imperio alemán y Tosquelles la dictadura de Primo de Rivera y la caída de la monarquía de Alfonso XIII. Desde muy jóvenes ambos participaron en movimientos políticos de la izquierda revolucionaria, comprometiendo directamente su práctica profesional como médicos con sus ideales políticos revolucionarios y superando el viejo elitismo de los partidos socialdemócratas,

Desde un punto de vista teórico, Hodann y Tosquelles son “encuadrables” en la confluencia del pensamiento de Marx y Freud. Paradójicamente, en lo que respecta a la formación psicoanalítica por entonces ya bastante institucionalizada, quien más difícil lo tenía era Tosquelles, y sin embargo fue quién realizó una formación más cercana a la ortodoxia, realizando su análisis didáctico. De Hodann no sabemos que realizara nunca tal análisis, ni que se convirtiera en psicoanalista, pese a las facilidades que tenía al residir en Berlín, donde existía el primer y más importante instituto de formación psicoanalítica, y pese a tener múltiples contactos directos profesionales y personales con los principales psicoanalistas de Berlín, especialmente con Abraham y Simmel.

 

 

Hodann y Tosquelles evitaron formar parte directa, “encuadrarse”24, en el movimiento psicoanalítico internacional. A diferencia de Freud y sus seguidores su “causa” no fue el psicoanálisis sino la revolución social, y para ambos el psicoanálisis, tanto la teoría como la práctica, era un instrumento para el cambio social y para la liberación de los hombres y mujeres. Los dos relegaron su compromiso con el psicoanálisis a un segundo plano, detrás de un prioritario compromiso social por una causa mayor, a la que en su opinión también servía el psicoanálisis. Por supuesto que en esa posición no fueron l

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