Sería soberbio de mi parte acercarme a este evento creyendo saber cómo se resuelven los obstáculos en el trabajo interdisciplinario, cuándo la complejidad de esa tarea como la de las patologías que debe abordar, los sobredimensionan de tal forma, que en ocasiones los apreciamos como escollos insalvables.
Asumo sí el compromiso de intentar reflexionar con Uds. acerca de la violencia y la repercusión que ella tiene a la hora de procurar un abordaje interdisciplinario e integral a sus víctimas. Iremos lentamente pasando revista a una serie de aspectos que resultan trascendentes, cuando debemos dar respuestas hoy, a una temática de indiscutible vigencia.
¿Cómo resolver los obstáculos en el trabajo interdisciplinario para lograr la reparación en víctimas de violencia?
Norberto Garrote.
Jefe de la Unidad de Violencia Familiar del hospital Pedro de Elizalde (Ex Casa Cuna) Buenos Aires, Argentina
PALABRAS CLAVE: Violencia, infancia, trauma.
Sería soberbio de mi parte acercarme a este evento creyendo saber cómo se resuelven los obstáculos en el trabajo interdisciplinario, cuándo la complejidad de esa tarea como la de las patologías que debe abordar, los sobredimensionan de tal forma, que en ocasiones los apreciamos como escollos insalvables.
Asumo sí el compromiso de intentar reflexionar con Uds. acerca de la violencia y la repercusión que ella tiene a la hora de procurar un abordaje interdisciplinario e integral a sus víctimas. Iremos lentamente pasando revista a una serie de aspectos que resultan trascendentes, cuando debemos dar respuestas hoy, a una temática de indiscutible vigencia.
Creo que todos somos conscientes que vivimos en un contexto violento. Basta levantarnos y comenzar el día para contactarnos con ella. Abrir un diario, encender el receptor radiofónico o el televisor, es suficiente para acercarnos a hechos de lo más significativos, que pintan una realidad con crueldad, sin contemplaciones ni recatos.
¿Es preciso ofrecer el horror así en crudo, con testimonios que lo avalen sin importar edad, condición, estado, aveces de manera pornográfica para que no queden dudas, apelando a la reiteración a los efectos que la voz o la imagen quede grabada?.
Nos detuvimos a observar con sentido crítico lo que sucede cuando salimos de nuestros hogares?. Una sucesión de acontecimientos que se desarrollan en la calle, caminando, conduciendo, en el comercio, en las instituciones, todas ellas cargadas de violencia. Como consecuencia la sentimos, la padecemos, la protagonizamos, familiarizándonos con ella como si fuera un modo de vida.
Estos contextos peligrosamente nos van insensibilizando y corremos el riesgo de incorporar al modelo violento a la cotidianeidad.
Tal vez éste sea el primer punto en el que reparar, ya que nos involucra a todos.
Seguidamente deberemos detenernos en el reconocimiento de los sentimientos que nos genera acercarnos al fenómeno violento, más precisamente a la víctima o al victimario.
Bronca, intolerancia, rechazo, impotencia, miedo, angustia, confusión, tristeza, entre otros, serán experimentados por muchos de todos nosotros.
Yo les pregunto si de tal forma creen factible implementar acciones adecuadas a las necesidades de aquél que merece ser ayudado. Seguramente me dirán que no, ya que como consecuencia de estos sentimientos, tal vez neguemos, justifiquemos, o bien implementemos los mismos modelos violentos que pretendemos modificar.
Pues bien, reconocer cuáles son las reacciones emocionales que nos embargan ante los hechos violentos, es la segunda premisa para aproximarnos a éstos.
Digo aproximarnos a la violencia y de ningún modo involucrarnos con la misma.
Un estudioso de los fenómenos violentos, el Dr. Saúl Franco Agudelo manifiesta que la violencia debe considerarse como un objeto de estudio científico. Si uno toma este recaudo podrá establecer la distancia óptima que nos permita realizar una observación ajustada del hecho a estudiar.
Esta es la condición indispensable para que el profesional que toma contacto con la manifestación violenta, pueda comprender la situación en su totalidad.
De tal manera, estaremos buscando la posibilidad de hacer una evaluación de “la película”, y no quedarnos con la imagen de una “foto”, sin contexto, sin historia, que conmueve; que sólo representa un hito, es parcial y no aporta todos los datos suficientes que permitan esclarecernos.
Otro de los elementos a considerar es el concepto de violencia. La sociedad y sus referentes, todos nosotros por ejemplo, ¿tenemos un criterio consensuado respecto de qué se evalúa como manifestación violenta capaz de merecer un abordaje específico?.
Seguramente que las conceptualizaciones de cada uno de nosotros serán diferentes. Esto no contribuye al esclarecimiento de las situaciones problemáticas. En todo caso bajo un mismo título, estaremos apreciando realidades diferentes. Qué entendemos por violencia conyugal, mujer maltratada, maltrato infantil, abuso sexual, tan sólo por nombrar algunas manifestaciones de la violencia doméstica.
Estamos de ésta forma reconociendo los escollos previos a cualquier intervención, que interfieren en la práctica cotidiana.
Siguiendo en la misma línea de trabajo, es interesante reparar en los desencuentros originados respecto del marco teórico que intenta explicar la violencia y la modalidad de intervención que sustente dicha línea de pensamiento.
En su momento desde el modelo médico se pretendió jerarquizar la impronta psicopatológica de quien cometía hechos violentos. La realidad se encargó de desvirtuar como válida esa propuesta.
Inmediatamente otras corrientes otorgaron trascendencia a la teoría sociológica a la hora de tal entendimiento. Tampoco en este caso pudo sustentarse la comprensión del fenómeno en la innumerable sucesión de situaciones presentadas.
Vonfenbrener fue quien formuló la teoría ecológica, que pretende con un criterio amplio integrar distintos aspectos (el individual, familiar, social y sociocultural) de un sistema constituído por el microsistema, macrosistema y exosistema. De tal forma se incorpora la multicausalidad capaz de explicar un problema eminentemente complejo.
Este criterio de apertura para el análisis de una situación, es el aconsejable a los efectos de evitar caer en una visión parcializada de la realidad, que dejará huecos insalvables al momento de actuar.
Si nos acercamos de este modo amplio y abarcativo, compartiremos desde distintas miradas la lectura de un fenómeno por demás complicado.
Se explica así la interdisciplina como instrumento efectivo en el diagnóstico y tratamiento de las manifestaciones violentas. Pero cuando digo interdisciplina no estoy diciendo multidisciplina. En este último caso, el término nos reporta al criterio de cantidad, muchas disciplinas.
Quiero profundizar en el concepto de interdisciplina, que interpreto como totalmente distinto.
La interdisciplina significa entre disciplinas, por lo tanto un espacio que se abre entre ellas. Un espacio nuevo de encuentro e intercambio, que no será patrimonio hegemónico de ninguna de las que lo conformen.
Este criterio supone resignar una cuota de poder, de ese poder que pretende ejercer toda disciplina en detrimento de las otras.
Este punto estimo que es prioritario y estoy convencido que sus contenidos deberían formar parte de la curricula de las respectivas carreras de grado.
Nosotros estuvimos formados con una concepción individualista y hegemónica, preparados supuestamente para dar respuestas óptimas a los problemas que se nos presentan. De tal forma con estos criterios, muchos caen en la práctica de la ley del todo o nada. Debo resolver bien el problema que tengo entre manos, de no ser posible que desde mi lugar lo logre, sobreviene la respuesta: aquí nada se puede hacer.
En tal caso cabe aceptar las propias limitaciones , pero no por eso dejar de agotar todas las instancias, más allá de las propias para que el problema se resuelva lo mejor posible.
Esta formación es la que sustenta la dificultad en el trabajo interdisciplinario, la que limita la posibilidad de sumar puntos de vista, criterios y prioridades contemplando las necesidades de la gente.
El trabajo interdisciplinario implica conocer el método, procedimientos y conceptos sustentados por la otra disciplina para facilitar el consenso que permita una respuesta integral.
Quiero insistir también que un ejercicio como éste de ninguna manera pretende desdibujar el rol que cada referente debe conservar.
Por ejemplo el médico no será sino aquél que se haga cargo dentro de la aludida respuesta integral, de los aspectos médicos, como el psicólogo de los inherentes a su profesión, así como aquellos relacionados con lo social o lo legal por el trabajador social o el abogado, pero sin dejar de concebirse como integrados e interrelacionados.
Por último, en relación al trabajo interdisciplinario, se espera de él la resolución del problema lo mejor posible. Quiero detenerme en este último concepto. Cuando digo lo mejor posible no estoy haciendo referencia a lo ideal; cotidianamente nos enfrentamos ante situaciones complejas en las que las respuestas ideales estarán lejanas o inexistentes. Pero éste no debe ser motivo para seguir sosteniendo el criterio del todo o nada al que aludí anteriormente. La práctica diaria nos coloca en la dura tarea de buscar lo mejor dentro de lo posible y éste será un mérito y no un descrédito, al tiempo de evaluar resultados.
Esta modalidad implica un intenso intercambio y comunicación, condición imprescindible para el trabajo con fenómenos violentos. Pero difícilmente se logren estos objetivos en la medida que no se haya instalado el compromiso con la tarea en todos sus integrantes.
Como podrán apreciar cada uno de estos ítems nos permiten reflexionar a propósito de los desencuentros que se suscitan desde las individualidades en el posicionamiento previo o durante el trabajo interdisciplinario.
Por supuesto que el desarrollo del abordaje individual de esta patología psicosocial se agota en sí misma ya que la mirada parcial no permite apreciar la totalidad del problema y la toma de decisiones será sumamente complicada ya que no tendrá el respaldo y la solidez que le otorga un equipo.
Vale aquí sostener que para poder cuidar de aquel que nos reclama ayuda nos debemos sentir cuidados. Esto implica saber que no estamos solos, que tenemos la libertad de trabajar sin presiones, que nos respalda una tarea de equipo y la institución a la que pertenecemos.
De no ser así seguramente la producción no será óptima, como tampoco lo será la calidad de vida de aquellos que intentan dar un servicio a la comunidad en riesgo.
Estimo que otro de los problemas que se nos presenta y que no resulta fácil resolver, es la falta de reconocimiento de las víctimas o los victimarios de la necesidad que tienen de recibir ayuda. La situación se torna más compleja en la medida que es un niño el que permanece en riesgo como consecuencia de los acontecimientos violentos que tienen a sus padres como responsables.
En estos casos es prioritario recrear esa demanda inexistente a los efectos que estos progenitores puedan reparar y sostener su función, contemplando las necesidades de los hijos.
Demás esta decir que éstos desafíos se plantean desde el equipo asistencial, pero evidentemente son insuficientes si además no se brindan las condiciones desde el punto de vista legal que resguarden al niño en riesgo.
En ocasiones para sostener esta protección y hasta tanto la justicia disponga la modalidad de cuidado, el hospital Público es el ámbito que ofrece dicho resguardo.
Es interesante reconocer que al completarse los procedimientos médicos, sean éstos diagnósticos o terapéuticos, los responsables de las salas de internación pretenden que el niño sea externado, a veces a los efectos de evitar la presentación de alguna enfermedad en un medio potencialmente nocivo. Estoy persuadido que ese recurso hospitalario no es el óptimo para el desarrollo del niño, pero como decíamos con anterioridad, a veces es lo mejor dentro de lo posible.
En estos casos le cabe al equipo la responsabilidad de establecer la comunicación fluída con los diferentes referentes que se hacen cargo del tratamiento integral del paciente, para la adecuada comprensión de la situación.
Del mismo modo será imperativo que la Institución Justicia sea participada de los obstáculos y riesgos que representan para el niño la permanencia prolongada del mismo en un medio hospitalario.
Este dato pone en escena no sólo a la interdisciplina sino también a la intervención interinstitucional. El sector Salud, Justicia, Educación y Acción Social, serán protagonistas en un amplio espectro de casos.
De tal forma se multiplican los desencuentros, en la medida que se establezcan desinteligencias entre los referentes de las distintas instituciones.
La confianza mutua se logra en la medida que cada institución se muestre transparente y convincente para el resto de los interlocutores.
En lo que respecta al sector salud, la presentación de una metodología de trabajo prolija, clara, y con fundamento científico será el reaseguro que otorgue credibilidad a la intervención.
Pero es cierto que quien tiene que tomar decisiones es el Juez, conocedor de las leyes, los derechos y garantías de los individuos, que en materia de otro resorte profesional, recurre a peritos que lo esclarecen en los aspectos que ameriten fallar a derecho.
Los aportes provenientes del sector asistencial merecen ser explicitados detalladamente con la solidez que corresponda a la realidad que cabe analizar.
Más allá de los aportes presentados por escrito, el acercamiento personal en casos complejos, facilitan el intercambio y la comprensión acabada del problema.
Por lo tanto, podemos apreciar la trascendencia que la comunicación adquiere entre los actores que deben acercarse concretamente a un determinado hecho violento.
Aquí conviene ejemplificar algunas situaciones que se suceden con los niños, personajes vulnerables que merecen una atención especial, en tanto frecuentemente por sí solos no están capacitados para decidir el pedido de ayuda.
En ocasiones la escuela por medio de la maestra de grado registra una serie de acontecimientos que le suceden a alguno de sus alumnos y que habilitan la sospecha del padecimiento de maltrato. Como consecuencia de ésta se abren diferentes alternativas:
-que la maestra transmita a sus superiores la inquietud y de no ser concluyente la observación, no se decida instrumentar ninguna acción preventiva.
-que los responsables de la escuela formulen una denuncia judicial.
-que la maestra derive a la madre del alumno a un servicio hospitalario para su evaluación.
-que las autoridades de la escuela convoquen a los padres y le soliciten firmar un acta en la que consten las condiciones en las que el alumno asistió a clase.
-que la maestra junto al cuerpo directivo convoquen al servicio de emergencias para que se constaten los elementos que soportan la sospecha.
-que las autoridades convoquen a los profesionales de los equipos de orientación escolar para una evaluación de la situación.
La sola enumeración de alguna de las posibilidades factibles, nos habla de la diversidad de criterios que suelen sustentarse por parte de esa institución.
Del mismo modo debo reconocer que médicos pediatras, profesionales que pertenecen a hospitales públicos, me han transmitido la preocupación por la falta de registro en las guardias de esos establecimientos, de niños maltratados.
En otros casos, el servicio de emergencias se negó a extender el pertinente certificado del examen realizado, a pesar de lo solicitado por la escuela. Algunos que ante la presunción de esta patología, rápidamente solicitan la derivación a otro servicio asistencial para desligarse de la responsabilidad que implica su abordaje.
Estos ejemplos nos permiten reflexionar acerca de la escasa incorporación de la interconsulta a los centros asistenciales con equipos especializados, para lograr un adecuado abordaje de la situación.
En otras ocasiones he sido testigo de intervenciones desafortunadas a pesar de la habilidad demostrada por los profesionales de un hospital de alta complejidad, ante la consulta de un lactante con una patología que comprometía al sistema nervioso central. Si bien es cierto que pudieron sospechar con criterio científico la posibilidad de maltrato y recurrir para la evaluación integral de la familia a un equipo especializado inserto en otro centro asistencial, mientras permanecía internado el niño en el establecimiento que originó la interconsulta, el resultado final no sirvió a las necesidades del niño.
Digo esto ya que los conceptos médicos que sostuvieron el diagnóstico presuntivo, fueron modificados paulatinamente por los mismos profesionales que poco antes los habían respaldado con sustento. Así pues el equipo interdisciplinario que concluyó la evaluación confirmó el diagnóstico presuntivo sin la apoyatura de aquellos que bien habían pensado originalmente y luego por las presiones y amenazas de la familia, no se atrevieron a mantener.
En este ejemplo queda plasmada la incomunicación interinstitucional en la adopción de un criterio común y consensuado, fractura que aprovechó la familia para lograr imponer la duda ante un juez que recibió así informes que ofrecían confusión y falta de claridad.
Lamentablemente el niño no logró el resguardo que merecía y la familia perdió la posibilidad de trabajar terapéuticamente con el objetivo de ser rehabilitada.
Sinceramente me preocupa en estos tiempos el manejo ético que merece el abordaje del abuso sexual infantil.
Dan cuenta de esta realidad el número de consultas que por conductas y sintomatología sospechosa, además del relato puntual de abuso sexual que refieren los niños, se registran en instituciones públicas y privadas.
A este resultado se fue arribando destruyendo mitos y creencias instalados fuertemente en el imaginario social, como por ejemplo que la palabra del niño tiene menos valor que la del adulto, que los niños mienten, que los niños fantasean, que los niños deben obediencia estricta a los adultos, por nombrar algunos.
Debemos reconocer que la información mediática ha puesto el énfasis en la divulgación de esta temática; no entramos aquí a realizar un análisis exhaustivo desde el punto de vista ético acerca de algunos de los métodos utilizados, como tampoco la evaluación de la promoción de conductas que favorecen estas prácticas abusivas.
A pesar de todo hemos avanzado muchísimo en el reconocimiento de esta problemática y en todo caso la mayor demanda experimentada en estos últimos tiempos, no hace más que confirmar la presencia de este fenómeno de una manera más extendida , que la presumida en otras épocas. Entonces no conocíamos de su existencia como hoy.
Decíamos que este proceso incrementó una demanda asistencial que requería un abordaje y manejo metodológico con características muy particulares.
Se llega a esta conclusión ya que el clínico por medio de un examen adecuado desde el punto de vista médico no podía constatar en la mayoría de los casos las evidencias físicas que pudieran corroborar el abuso sexual.
Una batería psicodiagnóstica convencional practicada a un niño (a través de las pruebas proyectivas habituales) no arribaba de manera frecuente a un diagnóstico de abuso sexual infantil.
En tanto la demanda manifiesta no hubiera estado relacionada con el abuso sexual, seguramente jamás se le hubiera ocurrido a un terapeuta interrogar a un niño acerca de los supuestos actos ejercidos por terceros que lo hubieran molestado. Aún hoy un sinnumero de profesionales ignora cómo avanzar cuando en el curso de un psicodiagnóstico surge esta temática.
Es evidente que una sospecha diagnóstica de abuso sexual infantil genera sentimientos contratransferenciales que ponen a prueba a quien está ubicado en el lugar de convalidarlo.
Es cierto del mismo modo que no sólo es preciso revisar nuestras historias personales y elaborar esos sentimientos a los que me refería, sino que también se hace imprescindible conocer una metodología apropiada que logre el objetivo previsto: descartar o validar el abuso.
Estamos ante una patología psicosocial, cruzada al mismo tiempo por una connotación legal. Este es otro componente que hace aún más complicada la tarea.
Por lo tanto, podemos apreciar la trascendencia que la comunicación adquiere entre los actores que deben acercarse concretamente a un determinado hecho violento.
Aquí conviene ejemplificar algunas situaciones que se suceden con los niños, personajes vulnerables que merecen una atención especial, en tanto frecuentemente por sí solos no están capacitados para decidir el pedido de ayuda.
En ocasiones la escuela por medio de la maestra de grado registra una serie de acontecimientos que le suceden a alguno de sus alumnos y que habilitan la sospecha del padecimiento de maltrato. Como consecuencia de ésta se abren diferentes alternativas:
-que la maestra transmita a sus superiores la inquietud y de no ser concluyente la observación, no se decida instrumentar ninguna acción preventiva.
-que los responsables de la escuela formulen una denuncia judicial.
-que la maestra derive a la madre del alumno a un servicio hospitalario para su evaluación.
-que las autoridades de la escuela convoquen a los padres y le soliciten firmar un acta en la que consten las condiciones en las que el alumno asistió a clase.
-que la maestra junto al cuerpo directivo convoquen al servicio de emergencias para que se constaten los elementos que soportan la sospecha.
-que las autoridades convoquen a los profesionales de los equipos de orientación escolar para una evaluación de la situación.
La sola enumeración de alguna de las posibilidades factibles, nos habla de la diversidad de criterios que suelen sustentarse por parte de esa institución.
Del mismo modo debo reconocer que médicos pediatras, profesionales que pertenecen a hospitales públicos, me han transmitido la preocupación por la falta de registro en las guardias de esos establecimientos, de niños maltratados.
En otros casos, el servicio de emergencias se negó a extender el pertinente certificado del examen realizado, a pesar de lo solicitado por la escuela. Algunos que ante la presunción de esta patología, rápidamente solicitan la derivación a otro servicio asistencial para desligarse de la responsabilidad que implica su abordaje.
Estos ejemplos nos permiten reflexionar acerca de la escasa incorporación de la interconsulta a los centros asistenciales con equipos especializados, para lograr un adecuado abordaje de la situación.
En otras ocasiones he sido testigo de intervenciones desafortunadas a pesar de la habilidad demostrada por los profesionales de un hospital de alta complejidad, ante la consulta de un lactante con una patología que comprometía al sistema nervioso central. Si bien es cierto que pudieron sospechar con criterio científico la posibilidad de maltrato y recurrir para la evaluación integral de la familia a un equipo especializado inserto en otro centro asistencial, mientras permanecía internado el niño en el establecimiento que originó la interconsulta, el resultado final no sirvió a las necesidades del niño.
Digo esto ya que los conceptos médicos que sostuvieron el diagnóstico presuntivo, fueron modificados paulatinamente por los mismos profesionales que poco antes los habían respaldado con sustento. Así pues el equipo interdisciplinario que concluyó la evaluación confirmó el diagnóstico presuntivo sin la apoyatura de aquellos que bien habían pensado originalmente y luego por las presiones y amenazas de la familia, no se atrevieron a mantener.
En este ejemplo queda plasmada la incomunicación interinstitucional en la adopción de un criterio común y consensuado, fractura que aprovechó la familia para lograr imponer la duda ante un juez que recibió así informes que ofrecían confusión y falta de claridad.
Lamentablemente el niño no logró el resguardo que merecía y la familia perdió la posibilidad de trabajar terapéuticamente con el objetivo de ser rehabilitada.
Sinceramente me preocupa en estos tiempos el manejo ético que merece el abordaje del abuso sexual infantil.
Dan cuenta de esta realidad el número de consultas que por conductas y sintomatología sospechosa, además del relato puntual de abuso sexual que refieren los niños, se registran en instituciones públicas y privadas.
A este resultado se fue arribando destruyendo mitos y creencias instalados fuertemente en el imaginario social, como por ejemplo que la palabra del niño tiene menos valor que la del adulto, que los niños mienten, que los niños fantasean, que los niños deben obediencia estricta a los adultos, por nombrar algunos.
Debemos reconocer que la información mediática ha puesto el énfasis en la divulgación de esta temática; no entramos aquí a realizar un análisis exhaustivo desde el punto de vista ético acerca de algunos de los métodos utilizados, como tampoco la evaluación de la promoción de conductas que favorecen estas prácticas abusivas.
A pesar de todo hemos avanzado muchísimo en el reconocimiento de esta problemática y en todo caso la mayor demanda experimentada en estos últimos tiempos, no hace más que confirmar la presencia de este fenómeno de una manera más extendida , que la presumida en otras épocas. Entonces no conocíamos de su existencia como hoy.
Decíamos que este proceso incrementó una demanda asistencial que requería un abordaje y manejo metodológico con características muy particulares.
Se llega a esta conclusión ya que el clínico por medio de un examen adecuado desde el punto de vista médico no podía constatar en la mayoría de los casos las evidencias físicas que pudieran corroborar el abuso sexual.
Una batería psicodiagnóstica convencional practicada a un niño (a través de las pruebas proyectivas habituales) no arribaba de manera frecuente a un diagnóstico de abuso sexual infantil.
En tanto la demanda manifiesta no hubiera estado relacionada con el abuso sexual, seguramente jamás se le hubiera ocurrido a un terapeuta interrogar a un niño acerca de los supuestos actos ejercidos por terceros que lo hubieran molestado. Aún hoy un sinnumero de profesionales ignora cómo avanzar cuando en el curso de un psicodiagnóstico surge esta temática.
Es evidente que una sospecha diagnóstica de abuso sexual infantil genera sentimientos contratransferenciales que ponen a prueba a quien está ubicado en el lugar de convalidarlo.
Es cierto del mismo modo que no sólo es preciso revisar nuestras historias personales y elaborar esos sentimientos a los que me refería, sino que también se hace imprescindible conocer una metodología apropiada que logre el objetivo previsto: descartar o validar el abuso.
Estamos ante una patología psicosocial, cruzada al mismo tiempo por una connotación legal. Este es otro componente que hace aún más complicada la tarea.
Una vez más el niño, objetivo principal de la intervención, se pierde entre las diferencias planteadas por los adultos y los supuestos derechos inherentes a estos últimos.
Frente a este panorama me pregunto cuánto debemos caminar aún para otorgar al niño el valor y significado que tiene como sujeto de derecho?
¿Es ético que el niño sea testigo de una guerra protagonizada por los padres, asesores técnicos de parte, peritos oficiales, profesionales de la salud, jueces, defendiendo en muchas oportunidades, posiciones personales en nombre del interés superior del menor?
Pudimos tomar conciencia del trauma que estas particulares modalidades de procedimiento pueden traer aparejado al niño víctima?
Estimo que se abre un espacio de reflexión de manera inexorable en el que prime el sutil equilibrio entre los deberes y derechos que cada uno de nosotros ponemos en juego a la hora de asumir estas responsabilidades. De establecerse este equilibrio estaremos ejerciendo las funciones para la que fuimos convocados con la plena libertad, alejados del sometimiento que nos convertiría en víctimas o del abuso de poder que nos tendría por victimarios.
De todas formas aprecio que el gran conflicto se establece en la medida que el abusador toma conciencia de las penas que le pudieran caber como consecuencia del acto cometido, intentando a toda costa evitar la pérdida de la libertad.
Considero que la ley del talión no resuelve el problema, no repara tampoco el daño sufrido por el menor.
Dice Mira y Lopez que la sociedad debe considerarse obligada respecto del criminal y dedicar su esfuerzo a reformarlo, reeducarlo y reintegrarlo a su seno, si bien toma las precauciones necesarias para que el proceso de esa reforma no se malogre por esa reincidencia de los factores que llevaron a la comisión del crimen.
Creo que no debemos perder de vista la función a desarrollar por los equipos de salud ante estas patologías psicosociales. La prevención es fundamental, así como la asistencia de los niños, las mujeres y las familias, con el objetivo de resguardar a la víctima y lograr la reparación que merece. Además insistiremos en la reformulación de sus respectivos roles familiares priorizando una modalidad interaccional y comunicacional no violenta.
Para cumplir con estos objetivos es primordial que los integrantes de un equipo interdisciplinario no repliquen los modelos violentos semejantes al de las familias que atienden. Este es un aspecto que no puede soslayarse ya que se reproduce la violencia en la mayoría de los grupos dedicados a esta tarea. Para evitar estas consecuencias indeseables, es imprescindible establecer espacios de reflexión a propósito de la tarea, que permitan esclarecer los mecanismos que establecen la instalación de estrés y las reacciones de los participantes ante el mismo. Es bueno que este espacio sea coordinado por un profesional ajeno al grupo humano que lo conforma, para ofrecer una mayor eficacia.
Debo reconocer que no todos son obstáculos, los aciertos son los que nos permitieron avanzar en esta última década para lograr hoy estar aquí, compartiendo reflexiones en función de una mejor calidad prestacional.
Para finalizar quiero poner el énfasis en la necesidad de constituir una red formal de asistencia a estas patologías del nuevo siglo, convencido del éxito con la participación coordinada de la comunidad toda a través de los servicios sanitarios, educacionales y sociales.
Abrirnos a un pensamiento distinto es la clave en los tiempos que corren, y a propósito tiempo atrás en la ciudad de Buenos Aires unos afiches decían “Por pensar distinto hace 2000 años lo crucificaron”, hoy pensar distinto no debe suponer el sacrificio de nadie, por el contrario, el bienestar de todos.
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