El desarrollo del primer año marca las características de la maduración neuropsicológica. Las primeras relaciones del niño con el mundo se basan en actividades gnosopráxicas reflejas, que posteriormente se integran a conductas más complejas. Los primeros vínculos afectivos son fundantes de la construcción de la personalidad y contribuyen de manera singular para la construcción del esquema corporal y viceversa. La arquitectura corporal conlleva en sí misma el soporte para el desarrollo del yo psíquico y sociocognitivo.
Este cuerpo en movimiento y el espacio en el que se despliega y que a su vez construye, se asisten mutuamente para construir un espacio vivencial temporalizado y un lugar en el mundo. En las últimas décadas se han incrementado las actividades en las que el niño pequeño no sólo utiliza el medio terrestre para este desarrollo, extendiéndose al medio acuático. Sin embargo, las mismas se han orientado a fortalecer el vínculo madre-hijo o a rehabilitar fragmentos corporales dañados, perdiendo de vista que el cuerpo no es algo diferente al sujeto que lo porta y que este espacio es propicio para el desarrollo integral del ser humano. En el presente trabajo nuestro objetivo es redefinir este medio como espacio. Posteriormente, se describirán las actividades que se realizan en el espacio acuático en cada etapa evolutiva, fundamentando las mismas a partir de los procesos neurofuncionales que subyacen (reflejos arcaicos, actividades gnósicas, organización postural y vestibular, etc. ). Se analizará como éstas contribuyen a la organización psicomotriz y al desarrollo psico-cognitivo del niño.
Espacio acuático y desarrollo de la organización psicomotriz.
Alicia E. Risueño (*) Noemí A. Giordano (**)
(*) Lic. en psicología. Lic. en Psicopedagogía. Doctorado en Psicología
Prof. Asociada Dto. de Biología Área humanística Universidad Argentina John. F. Kennedy. Presidenta Sociedad Argentina de Biopsicopedagogía. Secretaria Gral. Asociación Argentina de Ciencias Psicofisiológicas. Sarachaga 4959 Bs. As. Argentina email
(**) Directora de escuela Agua. Entrenadora de natación. Especialista en psicomotricidad.
PALABRAS CLAVE: esquema corporal, espacio acuático. Organización psicomotriz. Desarrollo neuropsicosociocognitvo
Resumen
El desarrollo del primer año marca las características de la maduración neuropsicológica. Las primeras relaciones del niño con el mundo se basan en actividades gnosopráxicas reflejas, que posteriormente se integran a conductas más complejas. Los primeros vínculos afectivos son fundantes de la construcción de la personalidad y contribuyen de manera singular para la construcción del esquema corporal y viceversa.
La arquitectura corporal conlleva en sí misma el soporte para el desarrollo del yo psíquico y sociocognitivo. Este cuerpo en movimiento y el espacio en el que se despliega y que a su vez construye, se asisten mutuamente para construir un espacio vivencial temporalizado y un lugar en el mundo.
En las últimas décadas se han incrementado las actividades en las que el niño pequeño no sólo utiliza el medio terrestre para este desarrollo, extendiéndose al medio acuático. Sin embargo, las mismas se han orientado a fortalecer el vínculo madre-hijo o a rehabilitar fragmentos corporales dañados, perdiendo de vista que el cuerpo no es algo diferente al sujeto que lo porta y que este espacio es propicio para el desarrollo integral del ser humano.
En el presente trabajo nuestro objetivo es redefinir este medio como espacio. Posteriormente, se describirán las actividades que se realizan en el espacio acuático en cada etapa evolutiva, fundamentando las mismas a partir de los procesos neurofuncionales que subyacen (reflejos arcaicos, actividades gnósicas, organización postural y vestibular, etc. ). Se analizará como éstas contribuyen a la organización psicomotriz y al desarrollo psico-cognitivo del niño.
Introducción
El desarrollo de los primeros años de vida marcan las características de la maduración neuropsicológica, sobre todo el primer año. Las primeras relaciones del niño con el mundo se basan en actividades gnosopráxicas reflejas, que posteriormente se integrarán a conductas más complejas. Los primeros vínculos afectivos no son ajenos a este desarrollo y conjuntamente con las primeras operaciones sensomotrices son fundantes de la construcción de la personalidad y de la inteligencia. Este intercambio entre el niño y su mundo se da mediatizado por el cuerpo, que a su vez, se va construyendo y configurando.
El Yo, en primera instancia, es un yo perceptivo y motor , es un yo corporal. Pero para poder decir “yo” y decir “yo cuerpo” debe transitar espacios y al mismo tiempo construirlos; a lo ancho, a lo largo, a lo alto y a lo profundo del espacio recorrido queda una marca, una impronta, una huella mmémica de lo que el cuerpo es y puede. Una huella que sabe acerca de ese cuerpo que va siendo, aunque no puede decir aún nada sobre él. El cuerpo es eje del espacio topográfico; pero sólo desde lo físico, el hombre no podrá identificar ese cuerpo como propio. Es necesario que el espacio sea un espacio vivenciado en donde la temporalidad de la existencia, el tiempo vivido, sea sentido también como propio; espacio, ni ancho ni estrecho por lo que mida, sino por lo que se lo viva. Como dice Merlau Ponty: “no tenemos cuerpo, como cuerpo”
Es así como las alteraciones de la espacialidad a nivel de amplitud y estabilidad quedan supeditadas a la situaciones afectivas de cada humano en particular. El espacio topológico deja de ser puramente métrico para ser espacio vivenciado desde el yo psíquico. La relación entre lo métrico y lo vivencial conjugan un espacio que clínicamente se traduce como “lugar” , como conciencia de un espacio en relación al yo social. Este espacio “lugar” guarda las mismas premisas que el espacio topográfico y vivencial, se construye desde el “vamos” en la relación con los otros y con el propio cuerpo, y al mismo tiempo construye y modifica tanto al cuerpo como al mundo. Espacio físico, vivencial y social son tres y al mismo tiempo un solo espacio para la realización del hombre como hombre. Espacio y cuerpo interjuegan en dialéctico movimiento, uno requiere del otro, uno es sólo posible gracias al otro. Así como no podemos pensar en un cuerpo no vivenciado y en relación a otros, no podemos concebir un espacio sin sentido y significado. El cuerpo-espacio y el espacio-cuerpo son el punto de partida de la mismidad.
Todas las exploraciones que realice el niño, desde sus primeras relaciones con el mundo y con su propio cuerpo, están al servicio de la construcción del “sí mismo”; una conciencia de mismidad en la cual el cuerpo, la psique y lo mental son uno y sólo uno en función, estructura y organización personal.
Toda exploración y actividad que se realice durante las primeras etapas de la vida son primordiales para que esta estructuración sea una melodía armónica, coherente y en constante equilibrio dinámico entre lo que quiero, puedo y debo.
El cuerpo, se pone en funcionamiento, mucho antes de nacer. Su carga genética ya lo ha programado para que desde el mismo instante de la concepción comience un recorrido organizado, pero en ningún momento podemos decir que esta programación sea estática; es así como el medio externo, las exigencias ambientales y las necesidades propias de cada organismo irán modificando, afinando, perfeccionando ese cuerpo, hasta alcanzar las máximas potencialidades que en cada caso serán únicas e irrepetibles. Este funcionamiento corporal dota al humano de un ordenamiento psíquico y cognitivo.
Podríamos preguntarnos desde dónde surgen los mecanismos que ponen en funcionamiento esta maquinaria, ¿quién dirige este cuerpo?. El Sistema nervioso Central, lo cerebral, da el puntapié inicial de una organización compleja, que va más allá del cuerpo, integrándolo en afecto y pensamiento, es decir en conducta humana. Esta organización compleja cerebral, al servicio del cuerpo, la que llamamos “organización psicomotriz”, se basa en procesos gnosopráxicos. La organización psicomotriz, frente a los avatares que le propone tanto el medio como el propio cuerpo, requiere de una constante equilibración. Todas las actividades, exploraciones, investigaciones y descubrimientos que realice el niño desde sus esquemas sensoriomotrices hasta las más complejas automatizaciones contribuyen a la formación de la organización psicomotriz y por ende a la del esquema corporal. Cada conducta, dice más que aquello que declara; encierra y abre infinidad de posibles sentidos y significados. Las mismas se realizan desde el espacio que es el cuerpo y en el espacio que el cuerpo construye. Todo espacio es construido, nadie puede recorrer un espacio topológico sin haberse apropiado de él, por consiguiente sin haberlo experienciado. Esa experiencia en tanto construcción de espacio-cuerpo se da a cada instante y en cada lugar.
El espacio acuático no escapa a estas leyes. Por lo tanto cuando se programa una actividad en él, para que se dirija a favorecer el desarrollo infantil y la maduración de la psicomotricidad, se torna indispensable el conocimiento de los principios en los que se basa cada acción y la elaboración precisa de los objetivos que se quieren lograr con cada intervención.
Qué es el espacio acuático, cuáles son sus características y qué significa para un niño y para sus padres acceder a este espacio. Es decir, cuál es el sentido de este espacio para el desarrollo infantil y cómo se elaboran estrategias eficaces para que contribuyan a la formación del esquema corporal, de la organización psicomotriz y por ende de la estructura psíquica y sociocognitiva.
Desarrollo
1. - ESPACIO ACUÁTICO - MEDIO ACUÁTICO
Al intentar definir espacio acuático lo primero que surge es la palabra agua. Sin embargo el agua por sí misma no es un espacio. El agua es un medio. Entonces, ¿podemos hablar de un “espacio acuático” a diferencia de lo que comúnmente se nombra como “medio”? Debemos en primera instancia diferenciar “espacio” de “medio”. La palabra “medio” según la Real Academia Española hace referencia a la “diligencia conveniente para conseguir una cosa” o “a los instrumentos que pueden utilizarse para lograr un objetivo”. Es indudable que desde esta definición, el agua y las actividades que se realizan en ella son un medio, de ahí el nombrarlo como “medio acuático” (MA).
Es desde esta concepción que el MA se ha utilizado y se utiliza como una actividad más entre las muchas propuestas con las que cuentan las instituciones educativas y recreativas. No escapa al análisis que realizan los padres cuando eligen esta actividad, que la misma contribuirá al desarrollo, y que por lo contrario, sin esta opción sus hijos adolescerán de estímulos suficientes para su crecimiento. Es así como consecuentemente con esta demanda, año tras año las instituciones dedicadas a esta disciplina multiplican y diversifican sus propuestas.
A pesar de que el MA es considerado un buen estímulo para el desarrollo motriz y emocional del niño, y sobre todo durante los primeros años de vida, en muchos casos es un medio que debe aprender a “dominarse”. Queda notoriamente enunciado en frases tales como: “quiero que sepa defenderse este verano en el agua”, “quiero que pueda salir si se cae”, “nosotros no sabemos nadar y quiero que él aprenda” o “tenemos pileta y quiero estar tranquila en el verano”.
El primer objetivo deseado por los padres es la “seguridad”; el dominio de un medio que aparece amenazante, tanto para ellos como para el niño. Pero ¿es el niño por sí mismo capaz de dominar un “medio” que de antemano se le presenta inaccesible?. ¿Es igual la relación con el agua durante el primer año de vida que a partir de los 2-3 años, edad en la que los padres incorporan esta actividad en la vida de sus hijos?. ¿Se ha evaluado si el niño está en condiciones físicas y psíquicas de llevar a cabo el proceso que se requiere para lograr las metas impuestas desde intereses ajenos a él?. Una vez alcanzados estos objetivos, ¿un niño puede cuidarse a sí mismo? El saber nadar ¿le posibilita el desarrollado de la capacidad de anticipar las consecuencias de sus acciones?
La respuesta va de suyo: un niño, aún sabiendo nadar, no puede anticipar el peligro. Son muchos los procesos involucrados en el “dominio del agua”, ya que el dominio no es exclusivamente del agua sino del “espacio acuático”(EA), del cuerpo en juego y del espacio fuera y dentro del agua. El nadar es un proceso cerebral complejo, que implica aprendizajes motrices, automatizaciones y habilidades, pero también procesos psíquicos y cognitivos que se ponen en juego y que al mismo tiempo, a la mejor manera de reverberación, contribuyen a su desarrollo.
Pero el tema puede agudizarse cuando este “medio” es indicado como “terapéutico” para habilitaciones motrices o estimulaciones tempranas. Es allí donde queda patentizado, sin lugar a dudas, que el agua como mero medio es una falacia.
Cabe preguntarse entonces por el sentido de lo acuático para el humano. El hombre no sólo se gesta en un medio acuoso, sino que el 75% de su organismo es agua. No es un elemento extraño a él, es parte de sí mismo y de su espacio más arcaico. El agua, molécula simple y extraña, puede ser considerada como el líquido de la vida y soporte de donde ésta surgió. Sin embargo, en la mayoría de los casos, la apropiación de este espacio es toda una empresa. Factores sociales han influido a lo largo de la historia de la humanidad para convertir algo que le era propio en algo extraño, peligroso, pero al mismo tiempo atractivo, relajante, etc.
¿Qué sentido tiene este medio para el hombre? Lejos ya, desde lo filontogénico, de ser un medio que le era propio, se ha constituido en un nuevo medio de exploración, con características diferentes al del medio físico en el cual el hombre se ha desarrollado. Pero no muy lejos de las experiencias intrauterinas, ya que fue el medio acuoso su medio de desarrollo. Muchas teorías, basándose en esta realidad de una vida intrauterina acuosa, proponen las actividades en el agua desde los primeros meses e incluso el nacimiento en este medio natural.
El hombre, al nacer, posee a diferencia de otras especies un cerebro inmaduro, necesitando de las relaciones con el mundo para poder desarrollar las innumerables funciones que se encuentran aún latentes. Si bien después del nacimiento las funciones cerebrales y la realidad externa poco tienen que ver con el agua, ésta puede constituirse, de hecho la experiencia lo demuestra, en un medio favorecedor del desarrollo, un medio que permita la construcción humana.
Esta manera de pensar el MA lo convierte en estímulo de nuevos sistemas de relaciones: con su cuerpo, con el medio físico y con los otros. Este medio posibilitará el desarrollo de múltiples conexiones corticales que a su vez enriquecerán las relaciones intra e interpersonales. Es así como el MA deja de ser un mero medio para constituirse en un “espacio”. Un espacio que plantea nuevas opciones para la construcción de la organización psicomotriz y del esquema corporal y que al mismo tiempo se construye. Si sólo lo pensamos como medio, el cuerpo queda excluido; es un cuerpo que debe introducirse en un medio para aprender a dominarlo. En tanto lo pensemos como extensión de su cuerpo, como cuerpo que se apropia de él, que lo explora y lo recorre como lo ha hecho con el medio terrestre, es decir que lo vivencia, ha dejado de ser un mero medio para ser espacio. “El yo corporal que se construye en un espacio y a su vez construye la conciencia de espacialidad”
El cuerpo encuentra en el agua el sostén y la contención que provocan placer y gozo, generando sentimientos de autovaloración. Es así como en los casos en los que este medio se constituye en terapéutico se logra encontrar en él, aquello que hubiera sido depositado en la figura del médico o en los fármacos. El agua como espacio propio posibilita al paciente reencontrarse con su propio cuerpo, reconstruirlo y sentirlo, para luego poder pensar sobre él, no ya como un cuerpo doliente sino como un cuerpo que proporcione satisfacción y gozo.
Para apropiarnos del agua como medio y como espacio debemos reeditar procesos de adaptación que fueron eficientes en otras etapas evolutivas, aquellos mismos que hicieron posible nuestra adaptación a la fuerza de gravedad en tierra. El proceso de construcción del EA propone un nuevo sistema de relaciones. La actividad acuática obliga a volver sobre los pasos evolutivos ya transitados; todas las adquisiciones logradas se aprestan a ponerse en juego para la conquista del nuevo espacio. Al mejor estilo de la adaptación para Piaget, , la organización psicomotriz vuelve a reorganizarse partiendo de los primeros esquemas de acción. Esta reedición madurativa afianza aprendizajes y los enriquece diversificándolos, permitiendo ajustes creativos que derivan en nuevos aprendizajes, posibilitando la organización de nuevos conocimientos. Las múltiples actividades motrices que se logran en el espacio acuático confieren gran independencia, ampliando medios y recursos favoreciendo el desarrollo psíquico y cognitivo.
Podemos decir que el agua, por lo tanto, es un medio y constituye un espacio. Pero para que este medio sea espacio debe ser compartido, un espacio con otros, que a su vez posibilita que cada uno de nosotros teja su propio entramado vivencial. Esos otros cuerpos vivenciando el medio acuático poseen su propias funciones, sentidos y significaciones. Es así como el equipo pedagógico o terapéutico que participa en la actividad interviene con su propio cuerpo, lo que nos lleva a pensar que son dos cuerpos que se encuentran construyendo el espacio acuático. Así como el espacio topográfico sólo se puede construir a partir del encuentro con otro, el espacio acuático no es ajeno a estas leyes, sólo se puede construir con la presencia de otro humano real, imaginario o simbólico.
Mucho se ha señalado la importancia del MA para el desarrollo del niño y de su maduración, tan es así que se incluye en las actividades escolares, recreativas, en los tratamientos de rehabilitación motriz y de estimulación temprana.
La actividad en el agua puede orientarse con diferentes fines: utilitario (sobrevivir), preventivo (salud), recreativo (diversión, pasatiempo), competitivo (rendimiento), educativo (formación). Hasta el momento, se ha tomado la actividad acuática en uno u otro sentido de manera parcial según la necesidad que medie, y en muchos casos se han confrontado estas opciones. ¿Cuál es el objetivo último de la utilización de este medio con tales fines?.
Es indudable que si tenemos una visión del hombre y de su desarrollo a través de su existencia como unidad, ninguno de estos objetivos puede completarse sin tener en cuenta el resto. Las actividades a realizarse están en estrecha relación con los distintos momentos del proceso, con el objetivo propuesto, pero fundamentalmente con el protagonista de la actividad. Es decir que cada humano que se apropie del MA, sin importar el fin último por el cual se encuentra allí, estará transitando por todas las etapas y por todos los fines mencionados. Al ser un espacio que sentirá como propio, por momentos lo vivirá como recreativo, formativo, competitivo, etc. ; aprenderá a conocer su cuerpo y por ende a conocerse, a desarrollar sus posibilidades, sea porque la indicación fue terapéutica, formativa o recreativa. Siempre están presentes todas y cada una de las opciones y los fines.
El docente o el terapeuta será entonces un facilitador de esta apropiación, eligiendo adecuadamente las estrategias más eficaces para la consecución de los objetivos, que posibiliten el desarrollo biopsicosocial e integral del humano.
En cada etapa evolutiva se observará que esta apropiación cumple con procesos infranqueables y propios de cada humano; es por ello que no se podrán establecer actividades rígidas ni esperar resultados similares. Como actividad personalizada debe planificarse de acuerdo con las posibilidades de cada persona. De nada sirve, ni aún si el “único” objetivo fuese el competitivo, valerse de idénticas estrategias y métodos para distintas personas; mas aún cuando se realiza con fines terapéuticos. Es habitual recibir niños con habilidades especiales, que por indicación médica llegan a la actividad “para aprender a nadar”; es indudable que las acciones a realizar no podrán ser comparadas con las que realicen otros niños, posean o no dishabilidades. Sin bien los padres conocen las dificultades de sus hijos, estos no dejan de señalar lo que consideran como “no avances”; revelando la importancia que se otorga más a la forma, a lo que se puede mostrar que al proceso de apropiación. Por ello destacamos la necesariedad de evitar el uso del término natación, como es denominada mundialmente esta materia, ya que el mismo sólo hace referencia a la técnica, sin abordar previamente la construcción de lo espaciotemporal; es decir, sin tener en cuenta al humano que lo protagoniza.
Es importante señalar que, en la mayoría de los casos, los niños llegan a la actividad no por lo que la actividad les va a proporcionar para su desarrollo sino lo que le proporcionará como dominio del agua en los primeros años de vida y como actividad competitiva, allá por los 6-7 años. Desde esta perspectiva muy instaurada en la sociedad, es que adquiere mayor importancia el aprendizaje de desplazamientos técnicos, desacreditando lo lúdico e incluso tildándolo de inútil. La ausencia en lo inmediato del único producto conocido: nadar - y de ser posible con velocidad- por un lado, y la imposibilidad de que el otro perciba los procesos que subyacen tanto en el cuerpo, en la psique como en la mente, motivan inquietud e incertidumbre. De esta forma, se busca condicionar la actividad con expectativas de rendimiento para la competencia con pares.
Wallon señala que “el niño reacciona sólo a las situaciones que responden a sus recursos”, y agrega “a cada etapa corresponde un tipo de comportamiento y todo comportamiento se ordena alrededor de ciertas actividades fundamentales. ” Es por estas razones, que en lugar de buscar precozmente recursos técnicos, deberíamos despertar las potencialidades propias que genera el agua; dejar que los niños se expresen, rescatando la coherencia y la significación propia que encierra cada etapa.
Es incuestionable, y la observación nos lo demuestra, que las motivaciones que tiene un niño para estar en el agua no son las mismas por las cuales el adulto lo ha traído. El niño, a diferencia del adulto, desconoce el medio; por lo tanto le llevará algún tiempo descubrirlo, encontrar sus relaciones espaciales, temporales, como también sus características físicas. Privilegiando la enseñanza de lo útil, de lo que da reconocimiento social: “nada muy bien”, estaremos privando a los niños de la posibilidad que otorga este medio de descubrir a otros y descubrirse.
2. - ORGANIZACIÓN PSICOMOTRIZ Y CONSTRUCCIÓN DEL ESPACIO ACUÁTICO EN LAS DISTINTAS ETAPAS EVOLUTIVAS
Teniendo en cuenta las consideraciones anteriores, haremos un recorrido por las distintas etapas de apropiación del MA y formación del EA.
“Toda conducta humana es primariamente acción. Acción dotada de sentido que se sistematiza en el movimiento. Por lo tanto todo movimiento humano no sólo es una acción mecánica (función), sino que remite a una organización psicomotriz (OPM). Es a partir de lo motor que el cuerpo no sólo ocupa espacio, sino que es espacio en acción” . Cuando nos referimos a la OPM tenemos en cuenta que ésta, como proceso, requiere de más de un sistema para su funcionamiento. Es decir que sistema piramidal (voluntario), extrapiramidal (automático y de control) y cerebeloso (de ajuste) intervienen como basamento neurobiótico de los movimientos desde los primeros instantes de la vida. Al referirnos a “movimiento”, incluimos también a aquellos movimientos involuntarios regulados por el SNC que son realizados por el sistema autónomo. Es así como respirar, hablar, mirar, etc. son movimientos, tan cargados de sentido como el de mover una mano o caminar. Estas acciones que se apoyan en informaciones sensoperceptivas recibidas, son las únicas con las que cuenta el bebe en sus primeros meses, hasta la aparición de la palabra. Es por eso que no basta con referirse al movimiento, como un conjunto de dispositivos que cumplen una acción mecánica, sino que éste construye algo más que un cuerpo físico. El movimiento expande el mundo, permite que el niño sea el arquitecto que modela espacios vivenciándolos y organizándolos. Lo motriz adquiere “sentido” que supera lo puramente mecánico para llegar a ser psicomotriz, y en tanto posibilitador con el arribo de la palabra a la vida humana, lo transforma en un sistema compartido y organizado. Es ahí cuando el lenguaje comienza a dar forma (códigos compartidos) a la gama de sensopercepciones y emociones que hasta entonces sólo podían expresarse con el cuerpo. La aparición del lenguaje le permite al niño poner en palabras lo que quiere y siente y al mismo tiempo encuentra en él un sistema de “limite” (por lo que de convencional tiene) que lo va estructurando como persona.
Si repasamos breve y rápidamente como el mundo se construye a partir de la precarias relaciones del niño con su medio, recordaremos la significación de la boca para la conquista del mundo, en los primeros meses. Poco a poco esa boca en conjunción con la mirada, gracias al reflejo tónico cervical asimétrico , se encuentra con la mano. Ésta a su vez, como órgano de percepción táctil y prehensión contribuye al conocimiento del mundo; boca que encuentra la mano que aún le es ajena, pero que a su vez le permite encontrar otros objetos e incluso otras partes de su propio cuerpo. Estamos frente a los albores de la maravillosa construcción de la existencia y de la inteligencia. La boca y la mano son sólo una parte del cuerpo que nos permite acceder a esta construcción, ambas se conjugan gracias a la acción de la mirada.
Imaginemos entonces lo que significa que todo el cuerpo esté al servicio del descubrimiento de la realidad. Desde esta perspectiva, el agua es un mediador óptimo ya que desde sus primeros días en la actividad, el bebé toma contacto con ella exponiendo su cuerpo en toda su extensión. El agua lo envuelve, lo contiene, lo acaricia, le provee masajes, y contribuye a delimitar su cuerpo de otros. Los movimientos que realiza, a su vez, despiertan nuevas sensopercepciones y emociones que asisten también a la formación de su esquema corporal.
Desde el punto de vista fisiológico, estos movimientos estimulan la respiración, la circulación, los procesos de desintoxicación, contribuyendo al fortalecimiento muscular y al desarrollo de la psicomotricidad, necesarios para la exploración de su entorno.
Desde lo psíquico es mediadora del vínculo entre el niño y sus padres. La relación madre- hijo actualiza en el espacio acuático la existente antes del nacimiento; prolonga, sin ser por ello regresivo, una retroalimentación sensorioemocional, precursora del desarrollo cognitivo. No sólo la figura materna y su función dan soporte a la constitución del yo psíquico, es requisito indispensable la presencia de la función paterna en esta permanente dinámica existencial. La incorporación de ambos en esta actividad contribuye al diálogo tónico-emocional, necesarios para el desarrollo biopsicosocial.
El medio acuático refuerza lo experimentado en otros medios físicos, pero el hecho de que su cuerpo esté en ese momento recibiendo estímulos “placenteros” en toda su extensión, consolida con mayor fuerza cada experiencia.
Cabe señalar que no siempre es placentero para los niños estar en el agua. Estas vivencias negativas están más relacionadas con la elaboración de estrategias inadecuadas, utilizadas en la practica de la actividad, que por la propia disposición del infante frente al medio. Es de suma importancia que los padres o sustitutos se coloquen frente al niño. El llevarlo de cubito dorsal, experimentando una suerte de posible flotación, sólo provoca en el niño pavor, zozobra o angustia. La mirada no ha dejado de ser relevante, (y nunca dejará de serlo); también es en este espacio y en este momento, constitutiva del yo.
El desarrollo corporal es progresivo, ordenado, tendiendo a la madurez. Este desarrollo progresivo tiene una dirección, no es casual y guardan estrecha relación cada etapa con la que le sucede y con su antecesora, aunque adquiere en cada humano un ritmo particular. Este va de lo vago y general, a lo específico y definido. Es así como se asienta primariamente en los reflejos arcaicos que son generales y poco diferenciados.
La apropiación del espacio acuático, no escapa a las posibilidades que el niño tiene desde su maduración, la mielinización de las fibras nerviosas se rigen por los principios del desarrollo. Por ejemplo la dirección céfalo- caudal otorga al niño primero la posibilidad de levantar la cabeza antes que el tronco, permitiendo los desplazamientos verticales en el agua o el logro de una acción útil en el pasaje de la flotación a la bipedestación. La dirección próximo- distal consolida, primero la postura hidrodinámica para luego dar paso a la realización de gestos organizados.
No debemos olvidar que este desarrollo se da conjuntamente con la experiencia de construcción de la noción de objeto -agua-, objeto que puede ser tocado, succionado, aprehendido, etc. .
Si el agua resulta placentera para el infante, lugar de contención y agrado, ésta invita a la captación de otros objetos que pueden estar presentes y que estimulan (juguetes, personas) su búsqueda y exploración a partir de los recursos biopsicosociocognitivos con los que cuenta: la iniciación de la coordinación óculo-manual, el desarrollo del tacto en sus formas y texturas, etc.
No sólo debemos centrar la atención en el desarrollo del reconocimiento a partir de la modalidad sensorial táctil (gnosia táctil). Cumplen suma importancia en el desarrollo de esquema corporal las gnosias auditivas, no sólo porque permitirá la discriminación de sonidos, sino porque estos serán base para la formación del lenguaje, especialmente la comprensión. El medio acuático es un entorno ruidoso, la acústica del lugar por las características físicas que presenta, más los ruidos que provienen de otros asistentes provocan constantes desequilibrios y reequilibraciones, que continuando con la dirección del desarrollo, es continuo y gradual y tendiente a la integración de las gnosias.
El agua también despierta emociones en los padres; no todos se sienten seguros en ella. Por lo tanto, encontramos aquí un nuevo ámbito en el que podemos, con nuestra experiencia acompañarlos, en favor de la maduración de su hijo. Comprender las conductas de sus hijos, como las propias, en las diferentes situaciones y momentos de su desarrollo los tranquiliza, encontrando sentido a la actividad y a su presencia. El entorno de seguridad que brindan los padres favorece el deseo de descubrimiento del niño, lo que estimula su creatividad desde etapas muy tempranas. Comienza la historia de sus aprendizajes en el espacio acuático paralelamente al de otros medios.
Cabe señalar que las actividades que se dan en este medio son procesos de andamiaje de posteriores aprendizajes.
El espacio acuático no es sólo el agua. Forma parte del mismo el borde de la pileta. En el caso de pequeños que han comenzado a deambular, luego de permanecer por algún tiempo muy cerca de sus padres, comienzan a recorrer el perímetro de la pileta, tirando o sacando del agua juguetes, sin ingresar al natatorio.
No ingresar al agua, crea inquietud en el adulto. La pregunta que suelen hacerse es qué sucede, dejó de gustarle lo que hasta hace poco le agradaba? Qué denota este comportamiento? Esta situación es un nuevo desequilibrio biopsicocognitivo, expresado en retracción, exceso de alegría o llanto. Organizan la tarea y la apropiación de la realidad de un modo diferente. Su percepción da un salto cualtitativo gracias a nuevas y múltiples conexiones neuronales, signo de maduración, el agua es vivenciada así desde otra perspectiva. La noción de agua como objeto debe completarse ; comienza a ser también algo para mirar: contempla su transparencia, su brillantez, su movimiento, su reflejo, etc. .
Paralelamente a esta percepción visual, descubre sus ruidos y atendiendo a ellos dirige su mirada, su atención se detiene en el “splash” de un juguete arrojado por otro compañero. Así, el agua vista, oída y manipulada, se integran para construir este símbolo: a-g-u-a.
Distintas y variadas conductas se manifiestan: capta profundidades, tira cosas cerca y lejos de él, en la parte baja, en donde hay más profundidad: “lo hondo”; miran al juguete que se mantiene en superficie, el que se va al fondo, como se aleja; aprende a medir distancias y construye topológicamente el espacio acuátio. Hasta que un día, decide donde ingresar y ensaya el cómo hacerlo. Juega durante algún tiempo dónde hay muy poca agua. Entonces habrá encontrado como resolver una necesidad, hallando su singular manera de hacerlo, de acuerdo a sus posibilidades, tanto físicas como psicocognitivas. Se apropia así de un espacio desconocido.
Este proceso es el que nos indica la necesidad de proponer profundidades adecuadas a sus requerimientos. La presencia de escalones amplios para que puedan bajar al agua con independencia y una superficie amplia para que pueda desplazarse con el agua a la cintura, garantiza buenas posibilidades de acción, donde puede ensayar coordinaciones asociadas a la prensión, y afianzar un buen control equilibratorio.
Estos primeros logros incluyen el haber podido revertir algunas advertencias con cierta carga de peligro, que en muchos casos han sido los propios padres o sus cuidadores los que inculcaron con respecto al agua. Frente a un charquito: “no te mojes, te vas a enfermar”; cerca de una pileta “cuidado si te caes, te ahogas”; cuando toman el baño diario “no salpiques, se moja todo, no tomes ese agua”. . .
El juego en el agua les permite descubrir el mundo externo, aceptar la separación, dominar su angustia, construir su personalidad. Paralelamente evoluciona la disposición de sus padres en la participación y confianza en los logros de su hijo, favoreciendo la libertad en cuanto a afrontar desafíos.
Cuando puede hacer uso del monosílabo “NO”, comienzan los primeros atisbos de quedarse solo en el agua, alejándose de su mamá, centrándose ya en sus intereses de exploración y del conocimiento de mundo. Posteriormente la incorporación del “YO” contribuye más aún a la separación y oscila entre la seguridad que ofrecen los brazos de mamá/papá al deseo de exploración; es el inicio de la autonomía acuática. Crea este trayecto la impronta de un personal estilo de aprendizaje.
Ya solos en el agua, en ese espacio que pueden dominar, (pensemos en las distintas profundidades propuestas, descubren una nueva forma de relacionarse con el agua manipulándola: llenan y vacían objetos, se revuelcan en ella, tropiezan; todos estos juegos contribuyen a la maduración integral del niño, en este caso a su control de esfínteres.
Prueban, se equivocan, se corrigen, hasta obtener el resultado esperado; descubren de esta manera muchos medios para un solo fin. Esto les permite resolver nuevas situaciones. Ejemplo de ello es: entran, salen del natatorio, ingresando siempre por el mismo lugar y luego de sentirse seguros, lo intentan por otros lugares, generalizando aprendizajes. Esta es la particular manera de aprender en los primeros años.
Como aún no se ha consolidado su sistema postural y las condiciones del suelo, no favorecen a mantener el equilibrio, resbalan con frecuencia. Para contribuir a la construcción del espacio acuático, será necesario ponerle palabras a esta situación, y además imitar su acción involuntaria, para dar significado a ésta, transformándola en un nuevo aprendizaje. La palabra es orientadora, herramienta imprescindible, para la construcción de un espacio vivido y experiencial. Luego de estas exploraciones, que acompañamos, quedarán registros tales como : "fuiste abajo, te escondiste debajo del agua", gestando así el futuro lenguaje.
Respetar la espontaneidad de este proceso, da sentido y significado al aprendizaje.
En la vida diaria de la ciudad, muy pocos son los momentos que un niño puede jugar y experimentar con el agua. Entonces, esta actividad lúdica, será la que brinde el espacio apropiado para que puedan explorar, disfrutar y jugar con toda libertad, con todo su cuerpo, como si el agua y su cuerpo fueran cada uno un juguete más .
Lo lúdico debe ser el objetivo principal de la actividad acuática en los tres primeros años de vida; etapa en la que no se observará destreza física, pero estaremos afianzando a partir de lo creativo de la actividad lúdica el dinámico dominio de los desplazamientos dentro y fuera de este medio.
A los dos años, ya logrado lo postural, comienzan nuevas exploraciones. El meter la cabeza debajo del agua es toda una aventura. Sin embargo nos queda el interrogante: será ésta una necesidad del pequeño de 2 años, cuando lo que es atractivo y estimulante para sus sentidos, está fuera de ella? El agua es un espacio sin referencias, es un espacio celeste, sin objetos. Será necesario entonces, reconocer una nueva modalidad sensoperceptiva de cada parte del rostro. Algunos chiquitos se animan a rozar voluntariamente con su carita el agua, llegan a mojar sus labios, hacer chorritos, y si no les resulta desagradable, seguramente repetirán a modo de juego y ensayando, el introducirse cada vez más abajo su cabeza, generalmente sin perder contacto visual con el entorno. Algunos más osados juegan a dormir, lavarse la cabeza, a caerse si la profundidad se los permite; de este modo a los 3 años descubren: “puedo ir abajo”, aunque solo por un instante. Muchos de ellos entusiasmados por la alegría de algún compañero que auguraba buenos resultados, al verlo emerger del agua. Es este momento, lo que Vygotski llama: zona de desarrollo próximo , donde la acción de otro compañero fue determinante para resolver una situación antes no vivida y que da inicio a procesos de maduración que en algún tiempo más mostrará los frutos del desarrollo.
Este nuevo desafío, en donde se registran nuevas sensopercepciones, les da acceso a conocer otro mundo con diferencias considerables: no escucha, ve distorsionado, interrumpe el ritmo respiratorio, la mecánica respiratoria se modifica, tiene toda la cara en contacto con el agua, siente cierta presión en orificios nasales, auditivos, etc. Si están recibiendo estímulos no conocidos por encontrarse debajo del agua, deberán elaborar esa información buscando equilibrio, y así descubrir el nuevo ámbito en el que están actuando: el del espacio subacuático. Estas sensopercepciones al principio desorientan, por lo tanto, asustan por su desconocimiento. De modo que las progresivas y reiteradas experiencias irán multiplicando las impresiones sensoperceptivas, generando acomodaciones a los nuevos contactos para ahora sí, encontrar los particulares intereses que despierta la inmersión.
La construcción del espacio acuático, como cualquier otro espacio es simultaneo a la construcción de la temporalidad. El tiempo físico y cronológico, se asocia al tiempo vivencial y social. Un comentario frecuente de los papás es el registro que hace su hijo, con respecto al día que debe concurrir a esta actividad. El niño logra hacer asociaciones de las actividades habituales de su vida diaria y relaciona éstas con su día de juego en el agua. Esta vivencia del tiempo que acompaña la vivencia del cuerpo, es germen de la construcción del yo-psíquico, compañero inseparable del yo corporal, que permite emerger en el niño a la pregunta de: quién quiere. . . ? "YO".
Vestidos con esta arriesgada competencia: la inmersión, surgirá otro deseo por parte de los papas: “. . . y cuando se larga a flotar?”
Recién a los 3 años consolidan la postura bípeda (camina, corre, salta), exploran voluntaria e intencionalmente las habilidades que les propone este logro postural, en tierra como también en el agua, ya que ésta presenta sensaciones diferentes debido a la disminución de la fuerza de gravedad. Comienzan libremente a explorar la flotación, primero en vertical, con saltitos, inclinando paulatinamente su cuerpo hasta poder dominar los conflictos que este medio les plantea. En tierra la gravedad nos empuja hacia abajo, por eso nos caemos; en el agua la fuerza de empuje nos lleva hacia arriba.
Estas experiencias activan reflejos de enderezamiento y laberínticos , y debido al empuje hacia arriba, estos generan desequilibrios antes no vividos, lo cual requiere múltiples acomodaciones. Es este momento en que tropieza con nuevas relaciones corporoespaciales debido al comienzo de cierta horizontalización de su cuerpo. Un ejemplo de esto es el movimiento de sus piernas que en tierra para desplazarse se mueven adelante/atrás, y en el agua y en horizontal van arriba/abajo. Pero, simultáneamente la resistencia que ofrece el agua da también nuevos códigos temporales a estos movimientos, porque el tiempo en que transcurre el movimiento en el espacio terrestre no es el mismo que el que transcurre en el medio acuático. Los movimientos en el agua transcurren con otra secuencia, la resistencia del agua provoca cambios significativos en la cronología motriz.
Entre los 3 ó 4 años, con este caudal de conocimientos, comienzan a poner a prueba su acervo motriz, conquistando los apoyos en el agua, entonces encontrará sentido a mover brazos y piernas voluntariamente: descubre que se desplaza.
En poco tiempo partirá intencionalmente del lugar en que se encuentra para dirigirse a algún objeto que atrajo su interés o simplemente ensaya jugando con su cuerpo los diferentes cambios posturales que le permite la flotación. Esta espontaneidad es lo que le otorga confianza en sí mismo, para con el correr de los días desafiar conquistas más comprometidas.
Al alcanzar los 5 años es tiempo de dar calidad a estas habilidades genuinamente adquiridas. Calidad en términos de disponer y recrear las conductas aprendidas en años anteriores, pudiendo hacer uso de su cuerpo, organizando sus segmentos corporales más apropiadamente: logro de la posición hidrodinámica. Este logro evidencia el haber podido establecer un eje corporal, lo que favorece el abordaje de la escritura en la determinación de su lateralidad, y la orientación derecha-izquierda. Ciertamente, esto facilitará la complejidad de aprendizajes posteriores, también en el espacio acuático. Luego de los 6 años y habiendo alcanzado cierta maduración, no sólo motriz sino también emocional, podrá atender a reglas sociales; encuentra y emprende aprendizajes técnicos que evolucionarán paralelamente a su desarrollo intelectual.
Conclusiones
Tono, equilibrio, praxias y psicomotricidad fina, intervienen en el desarrollo del niño. Desde el cuerpo y espacio que construyen son andamiaje para la estructuración psíquica y la sistematización sociocognitiva.
La actividad acuática así entendida es una estimulación que acompaña y enriquece el desarrollo y estimula la maduración del niño. Estos juegos en el espacio acuático, activan el desarrollo de múltiples procesos como integrar respuestas reflejas posturales, en función de una intención gestada por el juego, que espontáneamente nos presenta el agua: descubrir objetos, compartir, diferenciarlos, relacionarlos, vivenciar su inclusión y su exclusión, establecer nociones topológicas de cerca , lejos, abajo, arriba, etc.
Nadar, es un aprendizaje que requiere de la integración de:
a) lo neurobiótico: sensitivo-sensorial, motriz y vegetativo.
b) lo emocional, con el ejercicio de la libertad de acción, vivenciada desde lo lúdico y creativo que propone el nuevo espacio, posibilitando la autovaloración del “yo soy capaz de. . . ”, desde muy pequeños.
c) lo cognitivo, la capacidad de elaborar estrategias para resolver situaciones y relacionarse con otros construyendo un mundo social .
Las metodologías tradicionales abordan este aprendizaje haciendo el relato de los recorridos, automatizan rígidamente los movimientos, no dejando que se vivencie como algo propio, imposibilitando la construcción del esquema corporal como único y en muchos casos tratando de saltear etapas, o estando más a expensas de lo requerimientos de los padres y /o docentes, que de las necesidades de los niños .
La actividad en el agua debe respetar procesos. Procesos de aprendizajes, que según la edad deberá tener distintos objetivos, distintas estrategias de abordaje, pero siempre respetando al humano que la realiza. En los bebes, atendiendo a sus primeros contactos y despertares; en los niños, en la multiplicidad de funciones, hábitos, y destrezas motrices; en los jóvenes, cuando decidan optar por una actividad deportiva o recreativa y en los adultos, cuando resuelvan descubrir este medio que en algún momento les fue hostil o cuando los que lo dominan, requieran nuevas búsquedas.
La existencia humana implica necesariamente aprendizajes, pero estos no serán valiosos en tanto no reúnan la condición de ser un proceso de autoeducación; es decir, que deben transitarse en modo, tiempo y forma particular y singular. Si bien hay etapas que coinciden con determinados momentos en la evolución del humano, independientemente de la edad cronológica, deberán seguir la misma secuencia. Es así como, cada conducta nueva necesitará para su aprendizaje, el haber consolidado anteriores procesos, que a su vez se reeditarán en la nueva situación de manera integrada. Seguramente, lo que varíe son los tiempos que necesiten emplearse en la consolidación de cada uno o en la formas que se utilicen para su logro. Esto es lo que constituye que los aprendizajes y el dominio del medio acuático constituyan, más que el aprendizaje de una técnica, la apropiación de ese medio, conformando entonces un espacio acuático con sentido y significado.
Referencias bibliográficas
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Intervención psicomotriz en pacientes con demencia.
Elena Lorente Rodríguez
Fecha Publicación: 03/06/2010
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Elena Lorente Rodríguez
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