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¿Es posible cuantificar la subjetividad?

Autor/autores: José Manuel García Arroyo
Fecha Publicación: 01/03/2007
Área temática: Psiquiatría general .
Tipo de trabajo:  Ponencia

RESUMEN

Asistimos, en el momento presente, a un giro de la psicopatología en dirección a la cuantificación. Esta tendencia, más que detenerse en conocer los estados psíquicos (subjetivos) del paciente, tiene en cuenta la medición. Tuvo su origen en dos líneas distintas: a) la psicometría, que partió de autores como Binet, Heymans y Wiersma y b) las escalas clínicas, introducidas tras el notable impulso conseguido por la psicofarmacología que propició cambios importantes en la clínica, y se inició en los estudios de Lorr, Witterborn y Malamud.

Nuestra pretensión aquí consiste en abordar este problema desde el punto de vista de la "subjetividad"; para tal fin, emplearemos elementos procedentes de las matemáticas, como es el caso de la "teoría de la numeración" y de los "códigos binarios", intentando probar si en la subjetividad se cumplen las propiedades inherentes al sistema de numeración. De no ser así, la subjetividad no podría ser cuantificable, diferenciándose nuestro objeto de estudio del de otras ciencias (física, química, biología, . . . ), que sí lo son. analizaremos las correspondientes consecuencias de tales resultados.

Palabras clave: subjetividad


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¿Es posible cuantificar la subjetividad?

José Manuel García Arroyo.

Departamento de psiquiatría. Facultad de Medicina de la Universidad de Sevilla.

Resumen

Asistimos, en el momento presente, a un giro de la psicopatología en dirección a la cuantificación. Esta tendencia, más que detenerse en conocer los estados psíquicos (subjetivos) del paciente, tiene en cuenta la medición. Tuvo su origen en dos líneas distintas: a) la psicometría, que partió de autores como Binet, Heymans y Wiersma y b) las escalas clínicas, introducidas tras el notable impulso conseguido por la psicofarmacología que propició cambios importantes en la clínica, y se inició en los estudios de Lorr, Witterborn y Malamud. Nuestra pretensión aquí consiste en abordar este problema desde el punto de vista de la \"subjetividad\"; para tal fin, emplearemos elementos procedentes de las matemáticas, como es el caso de la \"teoría de la numeración\" y de los \"códigos binarios\", intentando probar si en la subjetividad se cumplen las propiedades inherentes al sistema de numeración. De no ser así, la subjetividad no podría ser cuantificable, diferenciándose nuestro objeto de estudio del de otras ciencias (física, química, biología, . . . ), que sí lo son. analizaremos las correspondientes consecuencias de tales resultados.



Introducción

Asistimos, en el momento presente, a un incremento notable de la “versión cuantitativa” de la psicopatología, que contrasta con los inicios de esta disciplina, donde lo cualitativo era lo más relevante. Así, los desarrollos más importantes en este terreno, debidos a los grandes maestros (Jaspers, Leonhard, Minkowski, Kraepelin, Binswanger, . . . ) fueron de naturaleza cualitativa. Esto puede entenderse no solo en relación a que lo prioritario era la descripción (sustentada en el método fenomenológico) de los diferentes síntomas y su diferenciación, sino en la creación de estructuras molares formadas por adiciones de aquellos, guardando una relación coherente entre sí.  

En cambio, la cuantificación tiene un doble origen en la psicometría y en la clínica. Inicialmente, las mediciones de lo psíquico no partieron de la psicopatología, como cabría pensar, sino de la psicología y el primer autor destacado en este sentido fue Binet, quién publicó el primer test de inteligencia conocido: la escala Métrica de la inteligencia, donde introdujo el concepto de “edad mental”. Este último fue aprovechado por Stern para formular el “cociente intelectual”, mientras que Wechler hacía lo mismo con el “coeficiente de desviación”, que permitió que el significado del C. I. no dependiera del nivel cronológico correspondiente (1-4).  

Respecto a la personalidad, también se intentó circunscribir en el terreno de la medición, siendo el primer ensayo llevado a cabo por Heymans y Wiersma, quiénes propusieron en 1. 909 el inventario de síntomas usado como instrumento de autoinforme, que culminó en el “Woodworth Personal Data Sheet” (Cuestionario Woodworth de Datos Personales) (5), pionero de los tests de personalidad modernos, y que desembocó en el M. M. P. I. , creado en 1. 937 por Hathaway y Mc. Kinley.  

Las mediciones en psicopatología se quedaron atrás, debido a que los cambios en los pacientes no eran lo suficientemente intensos como para poder observarse (6); la mayoría se encontraban estancados y las descripciones estáticas de la conducta no requerían medida alguna. Con la aparición de los psicofármacos, las modificaciones clínicas fueron tan impresionantes y rápidas que creció la necesidad de algún tipo de cuantificación, sobre todo del grado de cambio y su relación con la dosis. Esta situación sorprendió, pues todas las pruebas o instrumentos clínicos disponibles hasta entonces solo ofrecían mediciones estático-descriptivas. De esta forma, las escalas se tuvieron que crear en muy poco tiempo, siendo los pioneros Lorr, Witteborn y Malamud (7). Las técnicas que se obtuvieron, a partir de estos desarrollos, incluyen: entrevistas estructuradas, escalas de valoración mediante observación e inventarios de autorregistro y han puesto al servicio del clínico un extenso repertorio de instrumentos, de manera que pueda escoger el más específico para sus necesidades de evaluación. Las escalas (rating scales) aportan información sobre un determinado síntoma o conducta, de manera que cada uno de sus items consta de unos valores graduados según la frecuencia o intensidad del síntoma-problema. Existen hoy en día escalas para una gran cantidad de ellos (ansiedad, depresión, obsesiones, adicciones, . . . ), siendo rara el área de la patología psíquica libre de este tipo de abordaje.

Paralelamente, estas dos tradiciones (“psicométrica” y “clínica”) han dado lugar a dos enfoques diferentes dentro de la psiquiatría: el “dimensional” y el “categorial”. El primero defiende la ausencia de tipos y la presencia de continuidad en el espectro clínico, mientras que el segundo se reafirma justo en lo contrario (8).

En las líneas que siguen, nos ocuparemos de cómo podríamos acercarnos al problema de la cuantificación, pero desde una perspectiva distinta: la relacionada con la “subjetividad” del paciente. Aunque realizamos anteriores intentos en esta línea (9, 10), procuraremos ahora llevar a cabo un estudio exhaustivo sobre cómo vive y cómo manifiesta el paciente sus síntomas, pero analizándolos desde su interioridad, y no desde una vertiente meramente externa (conductual), como se viene haciendo. Actuar así, no significa que nuestro proceder sea mejor que el otro, sino que se trata de un procedimiento completamente diferente. De un estudio como el que proponemos, se desprenderán conclusiones acerca de si la subjetividad maneja (o no) algún tipo de numeración, lo que es equivalente a preguntarse si los fenómenos subjetivos son cuantificables, tal como reza el título del trabajo. Para tal menester, utilizaremos, como vía metodológica, la “teoría de la numeración”, que implica estudiar detenidamente los principios sobre los que asienta el “sistema numérico”, y si es posible establecer una correspondencia entre estos y la subjetividad de quién nos consulta.

Antes de proseguir, creemos oportuno hacer una importante precisión conceptual: cuando nos referimos a la “subjetividad” no hablamos de “subjetivismo”. Entendemos por la primera, aquel “escenario interno” o localidad psíquica (11), propio de un sujeto, que le pertenece, carece de dimensiones físicas y se corresponde con la vivencia inmediata de “interioridad”. En cambio, el “subjetivismo” podría asimilarse a “perspectivismo” o modo de tratar un problema desde un punto de vista muy personal o particular, viéndose matizado por las creencias o sentimientos particulares de quién lo aborda y que, muchas veces, se acompaña de una ausencia de inter-subjetivación. Pues bien, en el estudio que acometemos aquí intentaremos mantenernos en el plano de la “objetividad” de las producciones subjetivas (no subjetivistas).


Material y método

El material que vamos a utilizar ha sido tomado directamente de los pacientes atendidos por presentar síntomas neuróticos y que fueron sometidos a un proceso psicoterapéutico (total: 32 pacientes). Significa esto que, con nuestro proceder, no intentamos delimitar y “acorralar” al síntoma con preguntas cerradas (al modo de las “entrevistas directivas”), sino que atendemos a la expresión espontánea de quienes nos consultan y a como éstos se ven afectados por la presencia del síntoma. De esta forma, obtuvimos un conjunto de verbalizaciones, que expresaban el(los) síntoma(s) correspondiente(s) que les llevó a demandar asistencia, en sus diferentes dimensiones: cómo es vivido, con qué lo conectan, que consecuencias (personales, familiares, laborales, . . . . ) se producen a partir del mismo, etc. La frecuencia de sesiones mantenidas nos brindó la oportunidad de obtener gran cantidad de expresiones verbales. Entendemos que, este precioso material se corresponde con los “estados internos” del consultante, lo que quiere decir que es isomórfico con la “subjetividad”.  

El método parte de la observación y del registro textual de las frases emitidas y, teniendo en cuenta que estas expresan el “estado interior” del paciente, le aplicaremos la “teoría (lógico-matemática) de la numeración”. Esta se ha desarrollado a partir de tres líneas: a) la “teoría de conjuntos” de Cantor (12-18), b) los “axiomas de Dedekind-Peano”, que sustentan la sucesión de números naturales y se basan en tres ideas: “cero”, “número” y “sucesor” (19), y c) la lógica formal, en la línea de Frege (20), Whitehead y russell (21), quienes apoyaron la numeración en la lógica.

La existencia de números requiere la presencia de tres propiedades:

a) La “unidad”. El “uno” es el origen de la pluralidad numérica si bien, para algunos (aristotélicos y pitagóricos), no era propiamente un número.

b) La “ordinalidad”. Consiste en la adición repetitiva de unidades y supone que se cumple lo siguiente: n veces l; l + l; l + l + l; l + . . . . . . . . . . + 1 Representa una agrupación, pero también introduce un orden.

c) La “cardinalidad”. Indica la síntesis de las partes sumadas e implica que esas adiciones tienen por nombre otro número diferente (la unidad) o pueden ser reunidas en un número, es decir: l = l l + l = 2 l + l + l = 3 1 + 1 + 1 + 1 = 4 . . . . . . 1 + 1 + 1 + 1 + . . . + 1 = n Al mismo tiempo que es una compilación, se trata de una asignación a cada número del valor relativo en función de la posición que ocupa (p. ej. 3 es menor que 6). El cardinal fue inventado por Cantor, para quién representaba el nombre del número de elementos de un conjunto y, paralelamente, el nombre del conjunto (p. ej. “tres” es la denominación de cualquier conjunto formado por tres elementos, da lo mismo los que sean). Pero, esta noción ya se encontraba en Kant, quién afirmaba que el número es la “unidad de síntesis de lo diverso en una intuición homogénea” (22).

Sobre esta base, el número natural se convierte en un símbolo que permite contar colecciones de objetos. “Numerar” consiste en asignar cantidades a un conjunto de objetos, siguiendo la serie de los números naturales (0, 1, 2, 3, . . . ).

Estas tres propiedades expuestas serán las que estudiaremos en relación a la subjetividad del paciente, para comprobar su cumplimiento.

Paralelamente, nos auxiliaremos del llamado “código binario”, presentado por Goorge Boole en sus dos obras capitales: análisis matemático de la lógica (23) e Investigación sobre las leyes del pensamiento (24). Este brillante matemático muestra dos posibles estados: el “pleno” (clase universal), que coincide con el “uno”, y el “ausente” (clase vacía), que se conecta con el “cero”.

Esta genial intuición, desarrollada en forma de álgebra (de Boole) fue aplicada por Claude Shannon (en 1. 938), a los circuitos eléctricos y considerada, desde entonces, como la base de la aritmética computacional.


Resultados

. Las expresiones de la subjetividad. Presentamos, a continuación, las manifestaciones verbales recogidas de distintas sesiones que tuvimos con nuestros pacientes: 

P-1. Varón de 27 años, médico-dentista. T. de ansiedad generalizada. “Estoy muy mal, creo que no se puede estar peor; es un gran nerviosismo que me invade”. “Me encuentro verdaderamente mal, pero mal mal, nunca he estado tan mal como ahora”. “Yo definiría mi estado como el peor del mundo”. “En ningún momento me encuentro bien”. “Cuando me pongo negativo, soy el más negativo del mundo”. “Mis amigos me dicen cosas para que me tranquilice y yo me desahogo con ellos pero, en realidad, mi estado no se mejora con nada”. “Los demás hacen todo muy bien, admiro lo que hacen, yo no hago nada bien”

P-2. Mujer de 23 años, estudiante de filología inglesa. Conflictos de pareja. “Cuando vivo algo lo vivo muy intensamente. Pienso que me preocupo en exceso por todo”. “Cuando me pongo nerviosa en los exámenes, lo experimento como un fallo y eso me hace sentir bastante mal”.  

P-3. Varón de 3l años, empleado de banca. T. ansiedad generalizada: "Me pongo muy nervioso y no puedo soportarlo, es algo que me domina completamente". “El estrés que tengo lo siento de tal forma, que es el más grande del mundo”.  

P-4. Mujer de 29 años, economista, trabaja en banca. T. distímico. “Yo vivo todo muy intensamente, creo que exagero demasiado las cosas”. “Soy dramática para todo, todo me lo tomo demasiado a pecho y ahí me descontrolo”.

P-5. Mujer de 22 años, trabaja de teleoperadora. T. personalidad por evitación. “Yo siempre me pongo en lo peor, en todas las situaciones. Nunca se disfrutar de las cosas positivas”. “Me quedo siempre con lo malo y eso es una desgracia que yo tengo”. “Nunca he querido tomar decisiones en mi vida”. “Nunca me he aceptado a mí misma. No me gusto a mí misma nada”.

P-6. Mujer de 56 años, ama de casa. T. distímico. “Mi hija no se cree lo malísima que yo me encuentro. Creo que no se puede estar peor”. “Todo me lo tomo muy a pecho y siempre estoy acelerada”. “Cuando mi marido me habla, todo lo que dice me lo tomo como un desprecio. . . , yo siempre recibo las flechas de los demás”.

P-7. Mujer de 25 años, trabaja en grandes almacenes. Conflictos laborales. “Estoy fatal en mi trabajo, todo el tiempo en tensión”. “Para mí es un sin-vivir y puedo llegar al extremo”. “Lo que me pone verdaderamente mal, es la gran competición que tienen allí las dependientas, porque se trata de coger clientes para ganar más”.

P-8. Mujer de 33 años, contratada en negociado público. T. histriónico de personalidad. “Tengo que ser siempre el centro, si no lo soy me siento muy mal, pienso que no valgo nada. Entonces, me quedo callada y no sale de mí palabra alguna”. “Creo que mi autoestima está en función de los demás; eso es horrible”. “Todo tiene que girar en torno a mí”.

Puede observarse que los individuos que estudiamos utilizan expresiones lingüísticas características, que son: adverbios de cantidad (bastante, demasiado, todo, nada, muy, mucho, nunca, ningún, . . . ), adjetivos terminados en -ísimo (malísima) y adverbios que emplean el sufijo -mente (verdaderamente, intensamente, . . . ). Todas ellas tienen en común el grado superlativo.

Con estas manifestaciones verbales, que suponemos isomórficas a los estados subjetivos, nuestros consultantes elevan las características dramáticas de la vivencia a la máxima potencia, de hecho el superlativo se utiliza en el lenguaje natural para nombrar una propiedad en su grado máximo. Todo eso nos lleva a pensar que el sujeto se encuentra inundado por el síntoma, de modo tal que no deja resquicio para alguna otra cosa, vive en función del síntoma y se halla mediatizado por él.  

. Comprobación de las propiedades del sistema de numeración.

A) La unidad. De lo expuesto se sigue que, el paciente se manifiesta de un modo totalitario, lo que significa que funciona en el “grado máximo”, es decir, como una “unidad”. Ya vimos como para Boole (23, 24), la totalidad coincide con la unidad.  

Se añade a lo anterior que, quiénes nos consultaron pueden pasar justo a la posición contraria y esto se detecta en dos circunstancias: de modo espontáneo a lo largo de las sesiones y cuando mejoran su estado psicopatológico. Veamos el primero de estos casos: P-1. “A veces pienso que es muy bonita mi profesión y otras que no me gusta nada”. P-2. “Paso de estar muy mal a estar superbien, cuando me encuentro con mis amigas”. “Necesito que las cosas me vayan bien, si es así, estoy fenomenal, si no, me pongo en las últimas”. P-3. “Tomo posturas drásticas: o me creo todo o no me creo nada”. “Siempre soy o blanco o negro, no tengo medias tintas”. P-4. “O todo está para mí bastante bien o todo está muy mal”. “Todo para mí es o banco o negro”. P-6. “Yo no tengo término medio y esto se puede ver en casi todas las cosas de mi vida”. P-8. “Siempre me estoy moviendo en extremos muy grandes”. “O soy una fanfarrona o me quedo paralizada”. “A veces vivo mis cosas como tonterías y otras como un auténtico drama”. P-9. Varón de 21 años, estudiante. TOC. “No veo relatividad en mí, yo veo todo blanco o negro”. P-10. Varón de 25 años, licenciado, en paro, TOC. “Me tomo las cosas como un todo o como una nada”.


Aquí hallamos expresiones de valor opuesto, que se asocian mediante la disyuntiva “o. . . o” como nexo de unión. En ambas posturas, el sujeto se encuentra entre la posición máxima y la mínima, podríamos decir que oscilan entre el “todo” y la “nada” y, siguiendo a Boole (23, 24), podemos afirmar que se deslizan entre el “1" y el “0".

Si estudiamos el momento en el que mejora el estado psicopatológico inicial, también nos encontramos con la misma circunstancia:

P-3. "Ahora sí que estoy tranquilo y veo que siempre me he estado exigiendo mucho a mí mismo y sigo haciéndolo actualmente, pero la diferencia es que ahora lo sé y eso me da mucha tranquilidad y veo que tanta exigencia, llevada a cabo sin control, es incompatible con la paz y la tranquilidad que quiero tener. Ahora no estoy nada nervioso y puedo dormir bien".  

P-6. Habla retrospectivamente: “En aquel momento yo me sentía muy mal, estaba malísima. No podía más, creo que me hubiera vuelto loca de seguir así”. En relación al momento actual afirma: “Ahora tengo ganas de salir y entrar y hacer mis compras. Nunca creí que llegara a ponerme tan bien. No soy la misma que era antes y es como si estuviese en el polo opuesto”.  

En todo el intervalo entre el estado presente (“0") y el anterior (“1") no ha habido transiciones, lo que indica la inexistencia de valores intermedios a “0" y “1" ya que, si sentían ansiedad era la “más fuerte” que tuviera nadie, por leve que ésta fuera. Al mismo tiempo, la mejoría (sintomática) es completa, sin resquicio alguno o, si lo hay, no tiene la mayor importancia. Esto no quiere decir que hayan arreglado completamente su problema, pues puede suceder que se encuentren muy bien, pero vuelvan a recaer en otro momento y se encuentren de nuevo muy mal; sea como sea, se sigue dando el extremismo que les es característico y que la terapia trata de remediar.  

B) La “ordinalidad”. En los sujetos estudiados no ha sido posible establecer la “ordinalidad”, ya que los estados subjetivos no son sumatorios. Cabe pensar, en este sentido, que la ansiedad podría agravarse, ciertamente es una posibilidad, pero para quién consulta forma parte del mismo estado, quiere decir que “desde dentro” continúa hallándose igual de mal. Eso es justo lo que registramos en bastantes casos, pero veamos un ejemplo claro:

P-11. Varón de 20 años, estudiante de farmacia. T. ansiedad generalizada. “Me encuentro preocupadísimo por mis exámenes, no puedo más, no apruebo ninguna asignatura a pesar de mis grandísimos esfuerzos en controlar la materia todo lo que puedo. Estos años pasados no he dado pié con bola". A los l5 días de esta entrevista el paciente ha suspendido un nuevo examen y se expresa como sigue: "De nuevo ha pasado lo mismo y estoy desesperado, pienso que debo tirar la toalla. No mejoro ni en las calificaciones, ni en mi estado; sigo estando mal, tan mal como las primeras veces que suspendí".

Significa esto que el paciente se muestra de la misma forma, a pesar de lo que le ha sucedido. La expresión adverbial “tan mal” indica que se halla igual que cuando suspendió las primeras veces, lo que nos lleva a pensar que los nuevos problemas no suman preocupación a su estado, sino que se encuentra igual de desesperado que al principio. En cambio, tras una serie de sesiones de psicoterapia, al conseguir aprobar un examen, muestra todo lo contrario y añade: “Ahora soy feliz, por fin he podido quitarme una asignatura. Creo que he vuelto a ser el mismo de antes”.  

C) La “cardinalidad”. Es imposible que esta propiedad se manifieste en la subjetividad ya que, como vimos, no se pueden sumar estados, quiere decir que su “1" inicial no puede añadirse al “1" posterior, dado en un segundo tiempo y, en consecuencia, en la interioridad no se da que 1 + 1 = 2, sino que 1 + 1 = 1. Sigue, por lo tanto, siendo “1". Veamos un caso:

P-12. Mujer de 22 años, estudiante de psicología. T. distímico. “Sigo estando muy mal, igual que la semana anterior, y, aunque esta semana se han unido nuevos problemas, sigo como antes, ya no puedo estar peor”. “Llevo meses de esta forma y no mejoro, los míos se van a desesperar conmigo”.  

Esto nos hace entender, una vez más, que los valores que toma la subjetividad son el “0" y el “1" y no otras puntuaciones relativas a la serie de los números naturales.  

Una objeción a lo expuesto podría ser que el paciente valorase cuantitativamente sus síntomas en relación a un estado anterior o a otro sujeto. La clínica nos muestra que si valora el momento presente de más intensidad que otro anterior, es porque ha perdido la noción acerca de cómo se encontraba antes y, a menudo, no recuerda lo que dijo antes.  

P-13. Mujer de 25 años, T. depresivo tras separación sentimental. “Estoy fatal, quiero decirle que me encuentro peor que en la sesión anterior”. Las frases recogidas en la sesión previa fueron: “No puedo más, estoy peor que nunca en mi vida”.

Si bien compara un momento presente con otro previo, en aquel afirmaba estar tan mal como en el actual. Este fenómeno se relaciona con la petición de ayuda dirigida (transferencialmente) al terapeuta, sintiendo que no obtiene respuesta, en cuyo caso intenta provocar reacciones en aquel para conseguir su mayor implicación y/o resolución (mágica, imaginaria) de su malestar.


Cuando este fenómeno sucede de una crisis a otra, puede deberse a la distorsión del recuerdo asociada a hechos acaecidos de matiz desagradable, como es el caso que sigue:

P-14. Varón de 32 años, depresivo tras conflictos familiares graves. Acude a realizar un tratamiento de apoyo en dos ocasiones; en la última registramos: "Me encuentro muy mal, estoy mucho más apagado que la vez anterior que vine a consultarle". En las primeras sesiones registradas obtuvimos: "Estoy fatal, no me encuentro nada bien, pero que nada bien". “Puedo decir que estoy en el momento más malo que he tenido”.  

Puede suceder, también, que el paciente se compare con otro, en lo relativo a sus manifestaciones clínicas; veamos un ejemplo:

P-15. Mujer de 26 años, distimia. “Sé que mi amiga Elena está mucho peor que yo, que incluso se ha tomado unas pastillas e intentó quitarse la vida, pero yo me encuentro fatal. Cada cuál vive sus cosas como las peores del mundo”.

Aquí se observa cómo contempla desde lo racional que su amiga puede encontrarse peor que ella pero, subjetivamente, se siente “fatal” y, con su frase final, expresa dos cosas: que la vivencia es particular de cada uno y que los estados psicológicos no son comparables. Este extremo fue comprobado en muchos pacientes de la serie que utilizamos en la investigación.  

De ahí se sigue que, para el sujeto su estado es el más grave posible y no existen matizaciones. Si se observan gradaciones en las verbalizaciones, significa que nos estamos colocando en la “exterioridad”, desde la que el médico observa matices en los síntomas (en el mismo paciente, comparando un paciente con otro, en referencia a criterios basados en la experiencia, etc).

. El “código binario” de la subjetividad. De lo anteriormente dicho se deduce que nuestros consultantes se mueven entre el “todo” (aparición sintomática, con sus notas de gravedad) y la “nada” (desaparición), en tanto estados absolutos. Esto desde el punto de vista que estamos aquí desarrollando, significa que la subjetividad únicamente se maneja entre el “0" y el “1", y no es posible la existencia de valores intermedios, ni tampoco caben otros números de la serie de los naturales (2, 3, 4. . . . ).  

La valoración personal y los estados afectivos asociados a la misma (sentimientos auto/desautoestimativos) también sigue la misma distribución, como pusimos de manifiesto en otro lugar (25) y las frases recogidas así lo atestiguan ("no valgo nada", "soy un cero a la izquierda", "soy completamente nulo", “a pesar de mis intentos por ser alguien, no soy nada”, “soy un don nadie”, “soy extraordinario”, . . . ). El que así sea, nos lleva necesariamente a pensar que la subjetividad es “adimensional”, es decir, que no posee dimensiones numérico-espaciales, de lo que se deduce la gran diferencia existente entre los fenómenos psíquicos y los físicos (dimensionales). Hemos llegado a resultados parecidos utilizando la teoría de conjuntos cantoriana (26, 27).  

Discusión y conclusiones

En lo expuesto hasta aquí, hemos intentado abordar el problema de la cuantificación en psicopatología, enfocándola desde el plano subjetivo; para conseguirlo, acudimos a las frases de los pacientes (neuróticos) que hemos asistido, pues estas dan cuenta de la “interioridad” de los mismos. Trátase de una empresa que también tiene ecos booleanos, pues el genial matemático pensaba que partiendo del lenguaje, utilizado como instrumento, era posible descubrir ciertas “leyes de la mente” (23).

Empleamos la “teoría de la numeración”, tal como se entiende actualmente (28-33), como forma de abordaje, lo que ha supuesto ir analizando en los sujetos estudiados cada una de las propiedades inherentes a los sistemas de numeración (unidad, ordinalidad y cardinalidad).

El resultado ha consistido en que la subjetividad se presenta en forma de estados absolutos, sin gradaciones, a pesar de las distintas variaciones que pudieran haberse producido en la vida del encuestado (nuevos problemas, diferentes crisis, resultados de no resolución de conflictos, etc), lo que significa la movilidad entre el “todo” y la “nada”, sin otros estados intermedios. Quiere decir que, un fenómeno psíquico (psicopatológico) se produce o no en el imperio de la subjetividad, independientemente de que un observador externo pueda afirmar que sea “leve” o “grave”, en lo relativo a la intensidad. Dicho de otra manera: los sucesos de la intimidad son o no son, pero no “medio son” o “casi son”. Esto se asocia a que el paciente vive lo propio con la máxima intensidad y, aunque pueda comprender racionalmente (desde el “yo”) que otro se encuentre peor que él, no lo experimenta realmente así. Una prueba la tenemos en que, los intentos del médico para convencerle de que no está tan mal como cree, las más de las veces, resultan infructuosos.  

De las propiedades numéricas, solamente se cumple la primera: la “unidad”. En efecto, el número tiene relación con la cantidad y con la suma a partir de la unidad, ya que aquel resulta ser adición de unidades, pero la subjetividad no sabe sumar y, en consecuencia, no entiende de cantidades o de sucesión numérica, Esto se refuerza con el hecho de que no se cumplen los “axiomas de Dedekind-Peano”, como tuvimos ocasión de comprobar (9, 10).

A la unidad, como forma de calificación de ciertos estados subjetivos, hubo que añadir el “cero”. Con esta nueva premisa pudo descubrirse que la interioridad se expresa en un código binario (“0" y “1"), que muestra una fuerte impronta booleana y nos recuerda bastante aquello que este gran formalista expresó en su análisis matemático de la lógica (23): “La matemática que hemos de construir es la matemática del intelecto humano”. Efectivamente, si existe una posible formulación de la mente en tales términos, ésta tiene que ser mediatizada por el “código binario” y el “álgebra de Boole”, de cuya presencia ya nos apercibimos.

Tales hallazgos hacen impracticable la medición de lo psíquico; es la imposibilidad que llevó a Kant (22) a negar el carácter científico de la psicología. A partir de este punto podemos iniciar una interesante discusión pues, en nuestro sentir, la ausencia de cuantificación no tiene por qué excluir del terreno de la ciencia a la psicología (o a la psicopatología) ya que, hoy en día, se ha desechado por completo el programa de la “ciencia unificada”, tan pretendido por los positivistas lógicos que integraron el Círculo de Viena (Carnap, Neurath) (34).

Este afán consistía en que todas las ciencias deberían ser idénticas en sus procedimientos y colocaba la física como el “modelo”, en el que se cumpliría el máximo de “cientificidad” y las demás tendrían que imitarla (“fisicalismo”). Actualmente, esta pretensión se tacha de “ideal” y el campo de las ciencias se considera variado y así lo han exigido Dilthey (35), Rickert (36) y Windelband. La psicopatología debería, en este orden de cosas, deslindarse de la pretensión de una exactitud cuantitativa pues esta última no tendría, realmente, un rango epistemológico superior a la cualitativa (37).

Así pues, que una disciplina no sea cuantificable no significa que no pueda ser aprehendida científicamente (léase objetivamente), puede serlo, pero teniendo en cuenta que su objeto de estudio no es el mismo que el de las ciencias experimentales. Recordemos, al respecto, como Freud (en 1. 895) intentó, en el Proyecto de una psicología para neurólogos, la cuantificación del aparato psíquico, procurando estructurar una psicología que fuese ciencia natural (38). Desafortunadamente para él, tuvo que abandonarlo, para poder describir procesos que no precisaban medida alguna. En la misma línea, pueden ubicarse los sonados fracasos de los defensores a ultranza de la “psicofísica” (Hartley, Herbart, Fechner, Weber o Wundt); su error fue, precisamente, el intento de equiparar la psicología a la física (“fisicalismo”).


Desde este punto de vista, las escalas al uso resultan ser puntuaciones arbitrarias asociadas a intensidades sintomáticas, que parten del profesional que evalúa al paciente. Por eso, la existencia del “código binario” subjetivo instala al psicopatólogo en una disyuntiva excluyente: o se coloca en una perspectiva relacionada con la “interioridad” del sujeto, intentando captar las relaciones que en la misma pudieran establecerse o bien, se ubica en una vertiente “externa” (de carácter behaviorista) que se acompaña de una negación (fuerte) del intus, pudiendo entonces cuantificar el síntoma. Ambas posturas al mismo tiempo no pueden darse y la física moderna ya ha tratado en su campo este asunto refiriéndose al “principio de indeterminación” de Heisemberg, que afirma la imposibilidad de fijar, a la vez, la posición de una partícula y su velocidad.

Lo mismo encontramos en nuestra disciplina, expresándose en la imposibilidad de cuantificar el síntoma y, a la vez, estudiarlo con cierta penetración; esto lleva al psicopatólogo a elegir (necesariamente) un solo camino. Volvemos a la “incertidumbre”: mientras más exactamente delimito las producciones sintomáticas y su medida, menos me será posible establecer las conexiones subjetivas de las mismas, o también, existe una relación inversa entre el registro del máximo número de datos (y reasegurarlos) y una aproximación a la interioridad. En realidad se trata de la imposibilidad de alcanzar la “totalidad”: no puedo conseguirlo “todo” y a medida que gano en profundidad pierdo en extensión, mientras más controlo más se me escapa, etc.  

Añadimos a lo anterior que, los estudios de la subjetividad implican trasvasar los criterios de verdad desde el médico, que es quién posee el saber (“te digo que tú no estás tan grave como crees”), hasta el paciente (“se que estoy bastante mal, porque no puedo vivir así y lo asocio a . . . ”); de ahí la fórmula lacaniana de “la verdad se halla en el paciente” (39).  

Podríamos cuestionarnos, antes de terminar, otro punto: si funcionamos (subjetivamente) en código binario ¿no seríamos meros ordenadores? ¿somos simples máquinas de Turing? Sabemos que el ordenador funciona binariamente, pero la subjetividad tiene algo que le falta a la máquina: la dimensión del “deseo”. En cambio, aquel carece de iniciativas, ni se pone en movimiento hacia metas u objetivos, ni busca nada. De acuerdo con la llamada “objeción de Lady Lovelace”, los ordenadores solo pueden hacer lo que se les diga que hagan, únicamente funcionan en el límite en que se han programado (9, 10).

Resta decir que, los individuos estudiados por nosotros, al funcionar binariamente, son incapaces de dialectizar posturas, movilizándose casi siempre en extremos y, en consecuencia, aunque parezca extraño, se deslizan en las propuestas de una lógica clásica o aristotélica (“bivalente” o con dos “valores de verdad”).  

La psicoterapia, tal como pudimos comprobar, tiene un efecto notablemente beneficioso sobre nuestros consultantes, ya que les permite moverse de una manera mucho más flexible, sin extremos, de tal modo que pueden manejarse en una lógica hegeliana (40), que les dota de muchas matizaciones.


Bibliografía

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