Se ha constatado un aumento de las cosultas y de oferta psicoterapéutica en relación a la violencia en la pareja. El presente trabajo da cuenta de una experiencia de atención individual hacia hombres que ejercen violencia en la pareja. Se entrega el panorama actual de la investigación en torno al tema.
Luego, se presenta las recurrencias que se obtienen de la atención brindada en un Centro para tales efectos en la Zona Norte de Santiago de Chile. Se finaliza presentando y analizando un caso perteneciente a la muestra de sujetos atendidos en dicho centro.
Clínica con hombres que ejercen violencia en la pareja.
Francisco Javier Ibaceta Watson1.
Psicólogo. Centro de Salud Mental La Pintana, Santiago de Chile.
PALABRAS CLAVE: Violencia, Hombres, Pareja, psicoterapia.
Se ha constatado un aumento de las cosultas y de oferta psicoterapéutica en relación a la violencia en la pareja. El presente trabajo da cuenta de una experiencia de atención individual hacia hombres que ejercen violencia en la pareja. Se entrega el panorama actual de la investigación en torno al tema. Luego, se presenta las recurrencias que se obtienen de la atención brindada en un Centro para tales efectos en la Zona Norte de Santiago de Chile. Se finaliza presentando y analizando un caso perteneciente a la muestra de sujetos atendidos en dicho centro.
Introducción
En Chile, en los últimos diez años, la violencia al interior de la pareja se ha constituido en un problema de salud pública de gran magnitud y relevancia. La última investigación sobre prevalencia encargada por el Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM) concluye que, en la región metropolitana, aproximadamente un 50% de las mujeres ha vivido alguna vez algún tipo de violencia en su relación de pareja (SERNAM, 2002).
Desde diversos sectores del Estado, se han desarrollado políticas públicas, promulgado leyes e implementado acciones y programas específicos tanto en el ámbito de la prevención como en el de detección, diagnóstico y tratamiento del problema. En particular, la violencia doméstica2, fue inicialmente abordada desde el diseño y ejecución de proyectos de atención a las mujeres víctimas de violencia por parte de sus parejas. Paulatinamente y de manera paralela, diversas instituciones han abierto y desarrollado líneas de atención destinadas a los hombres que ejercen violencia hacia sus parejas.
El año 2001 el Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM) comienza a ejecutar los denominados Centros de atención Integral y prevención de la Violencia intrafamiliar, instancias conformadas por equipos interdisciplinarios (abogados, psicólogos, asistentes sociales) que brindan atención especializada a quienes viven situaciones de violencia intrafamiliar, a la vez que desarrollan estrategias de prevención en el tema.
El presente trabajo entrega una descripción de la experiencia de trabajo en psicoterapia individual con hombres que ejercen violencia hacia su pareja. Esta experiencia se llevó a cabo en el período 2001 - 2003 en el Centro de atención y prevención en Violencia Intrafamiliar Mesón de Belén, dependiente del SERNAM y ubicado en la Zona Norte de Santiago de Chile.
En primer lugar, y con el fin de dar un contexto general al trabajo, se describe el estado actual de la investigación en relación con el tema. Posteriormente, se entrega la sistematización del proceso de atención que se llevó a cabo. Finalmente, a modo de ejemplificar, se describe el proceso de atención seguido con un hombre que consulta en el Centro en donde se llevó a cabo este trabajo.
El estado actual del conocimiento: qué es lo que hoy sabemos acerca del tratamiento psicoterapéutico de los hombres que ejercen violencia hacia sus parejas
La literatura sobre “clínica con hombres que ejercen violencia hacia su pareja” ha enfatizado el papel de la socialización de genero como enfoque explicativo.
En concordancia con lo anterior se han desarrollado principalmente acercamientos terapéuticos grupales, los cuales tienen más bien un fuerte componente psicoeducativo destinado a detener la conducta violenta. De hecho, el tratamiento grupal, ya sea de modalidad psicoeducativa o psicoterapéutica, sería el abordaje más utilizado (Villela, 1996).
Por otra parte, los acercamientos terapéuticos individuales siguen principalmente una línea cognitivo - conductual, la cual enfatiza el logro del mismo objetivo: detener la violencia.
La investigación sobre resultados de los tratamientos indicaría un alto número de deserciones, una tasa importante de recaída y un éxito relativo de las intervenciones, esto es, se lograría disminuir la violencia física, pero persistirían e incluso aumentarían otros tipos de violencia.
En la actualidad, parece haber pleno consenso en que el tratamiento psicológico de los hombres que ejercen violencia en la pareja es necesario aunque no suficiente, por cuanto debe complementarse junto con otras medidas de carácter judicial y social.
Echeburúa, Fernández Montalvo y De la Cuesta ( 2001) sostienen que existen al menos cuatro razones que justificarían la intervención psicoterapéutica con hombres que ejercen violencia hacia sus parejas:
· Se ha establecido que al menos un tercio de las mujeres buscan ayuda psicológica y/o que interponen una denuncia siguen conviviendo con la pareja que les agrede. Por tanto, tratar sólo a la víctima y prescindir de la ayuda a quien agrede resulta insuficiente. Ambas medidas son necesarias. Además, tratar a quien agrede puede ser una forma de impedir que la violencia se extienda hacia otros miembros de la familia, lo cual según estos autores ocurriría al menos en un 40% de los casos.
· Se puede considerar el ejercicio de la violencia como una conducta aprendida y de carácter crónico, por cuanto está consolidada en el repertorio conductual de quien la ejerce. De esta manera, es altamente probable que la persona tienda a repetirla en nuevas relaciones de pareja. También existen casos en que, a pesar de la separación de la pareja, la violencia continúa en una modalidad diferente (acoso, hostigamiento), siendo el extremo de esto el homicidio de la mujer. Por otra parte, diversos vínculos (familiares, económicos, sociales) hacen que haya una relación obligada (por ejemplo, contacto con los hijos), donde la existe la posibilidad que la violencia se siga reiterando.
· Tal como se explicitó anteriormente, diversos tratamientos han mostrado resultados aceptables. Si bien el nivel de eficacia aún no es muy alto se ha conseguido reducir ostensiblemente la violencia, lo cual justifica de por si la inversión en el tratamiento de hombres que ejercen violencia.
· Desde una óptica preventiva, en la medida que disminuya el ejercicio de la violencia al interior de la familia, se interrumpe el proceso de transmisión multigeneracional de la misma, aspecto que se señala constantemente como factor de riesgo a la base de la violencia.
Sistematización de la experiencia de atención
El proceso de atención
La experiencia de trabajo ha podido permitir distinguir tres momentos dentro de un circuito más abarcador de atención.
Al primer momento le hemos denominado Ingreso. Con esto nos referimos a una o dos sesiones en las cuales psicólogo y consultante despliegan sus posiciones subjetivas en el espacio clínico. Así, el hombre relata detalladamente las razones de su asistencia al centro, a la vez que el psicólogo explicita de la manera más concreta y específica posible su rol en ese espacio y centro particular.
Esta etapa se encuentra destinada a distinguir la demanda de quien consulta y analizar la posibilidad de iniciar algún proceso, ya sea de evaluación o tratamiento. Generalmente la mayoría de los hombres acuden a estas sesiones, las cuales finalizan con un acuerdo explícito acerca del marco que guiará las conversaciones posteriores en caso que se decida tenerlas (por ejemplo, compromiso de detener la violencia para seguir con el tratamiento, prescripción que se utiliza con mucho éxito cuando se aprecia una grado de motivación suficiente para proseguir la siguiente etapa del tratamiento). Si el ingreso determina que no hay posibilidad de continuar, se evalúan medidas que puedan detener la violencia independiente a seguir manteniendo contacto con el hombre agresor. El documento de trabajo base de esta etapa debe ser la ficha de ingreso, la cual debe sintetizar toda la información relevante para enfrentar cada uno de los casos.
Ahora bien, en esta primera etapa ¿cuál es el fenómeno que se le presenta al terapeuta cuando se enfrenta a una persona que consulta porque ha presentado conductas de violencia hacia su pareja?
Lo primero es señalar que este encuentro inicial puede ocurrir básicamente en cualquiera de las siguientes formas:
1. La persona “consulta” obligada por un requerimiento judicial. La situación más típica aquí es la de estar “condenado a terapia”, es decir, la persona ha sido encontrada responsable de actos de violencia intrafamiliar, razón por la cual ha sido sentenciada a asistir por un período determinado (no mayor a seis meses generalmente) a un programa de asistencia terapéutica. Aquí, la motivación inicial casi no existe, de manera que se inicia un proceso conversacional destinado a construir algún objetivo que sea útil, aun cuando siempre relacionado al tema que origina la “consulta”, es decir, la violencia hacia la pareja.
Una variante de esta misma situación se refiere a aquellos hombres que vienen derivados del Juzgado, por cuanto éste decreta su asistencia a evaluación como una medida para mejor resolver en un proceso seguido por violencia intrafamiliar o como resultado de un acuerdo entre las partes.
2. La persona consulta por indicación o consejo de un tercero, generalmente la pareja, algún miembro de la familia nuclear o incluso por señalamiento de algún operador que está trabajando con la familia. La motivación aquí es incierta, aun cuando generalmente responde a una alerta acerca del futuro de la relación de pareja, siendo el ejemplo más típico la amenaza de ruptura o denuncia judicial en caso que no exista un cese de la acción violenta.
3. La persona consulta espontáneamente, es decir, señala explícitamente que desea cesar su conducta de violencia hacia su pareja. Generalmente el movimiento de consulta está determinado por algún episodio que ha puesto en evidencia el dolor o sufrimiento de los miembros de la pareja y el temor al término de la relación. Aquí la motivación generalmente existe y no es raro que sea la pareja misma la que se presente solicitando ayuda.
Al finalizar la etapa del ingreso el psicoterapeuta debe tener una idea acabada acerca de aquello que ha motivado la consulta, de manera de poder “ofrecer” alternativas de continuidad de la atención. Independiente de esto es en el ingreso en donde se funda la relación, debiendo tener particular énfasis entonces, intentar generar una relación de colaboración en torno a objetivos comunes y los medios para alcanzar dichos objetivos.
Debido a que un porcentaje considerable de la demanda de atención proviene de Juzgados, lo cual implícitamente supone obligatoriedad de la asistencia, generalmente se termina acordando un período de evaluación (no mayor a tres sesiones) que permitan informar al Juzgado, con el fin que el Juez tenga más elementos para decidir respecto de la causa.
En esta etapa el terapeuta ya debe asumir una posición firme respecto de la no aceptación de la conducta de violencia y de la importancia de controlarla antes de intentar comprender lo que la persona trae. Es decir, la terapia no puede ocurrir al margen de la ley. De esta manera, el terapeuta mantiene el control y la maniobrabilidad del proceso colocando un claro límite, lo cual se transforma en su encuadre principal de trabajo: “la condición fundamental del tratamiento es que la violencia cese, si esto no ocurre entonces es necesario que las regulaciones sociales (legales) se encarguen primero de aquello”.
Un segundo momento le hemos denominado Evaluación. Una vez que en el ingreso se ha decidido seguir trabajando, se procede a realizar una evaluación amplia acerca de las variables que intervienen en la situación de violencia. Esta etapa cumple básicamente dos objetivos: por una parte entregar un diagnóstico acabado de la situación, de manera que de éste se derive un plan de tratamiento individualizado y, por otra parte, para los casos que vienen derivados del Juzgado, obtener la información necesaria que permita satisfacer la petición realizada desde dicha instancia. La obligatoriedad de la asistencia, enmarcada desde el momento del ingreso, se utiliza como una oportunidad de intentar establecer un vínculo que pueda transformarse en influencia terapéutica destinada al cambio.
La evaluación toma alrededor de unas tres sesiones y finaliza con una sesión de devolución en donde se toma la decisión acerca de continuar o no el proceso. Clásicamente esta etapa se ha finalizado con la lectura del informe redactado por el profesional respectivo, lo cual produce un fuerte impacto en quien lo recibe, por cuanto se trata generalmente de la primera vez que se someten a una evaluación de su funcionamiento y al enfrentamiento directo de la violencia.
Para quien evalúa situaciones de violencia en la pareja ¿quien es esta persona que consulta? Lo cierto es que pueden establecerse ciertas recurrencias clínicas con el fin de describir el fenómeno clínico en cuestión3.
Un importante grupo de estos hombres presenta una gran dependencia emocional respecto de sus mujeres, razón por la cual despliegan una serie de conductas destinadas a controlar todas las acciones de su pareja. El grado extremo en estos casos es el desarrollo de una celotipia: el hombre está constantemente girando de manera obsesiva en torno a una idea deliriosa de engaño. Aquí la violencia surge de la impotencia, emerge del sufrimiento de no poder comunicar al otro lo que se siente (el temor al abandono, a quedar fuera), de manera tal que el acto violento nace de la ausencia de lenguaje, se sigue intentando controlar ahora a través del descontrol. Las parejas de este tipo de hombres les describen generalmente de la misma forma: es una persona fuera del hogar y una completamente distinta dentro de la casa.
Este tipo de persona que nos consulta está conectada a otra en su relación de pareja, e intenta fusionarse de manera tal que el otro (la mujer) no logra percibirse como un legítimo otro en la convivencia, no reconociéndosele necesidades y motivaciones propias, es decir, un Yo. Este extremo deseo de juntidad comienza a contrabalancearse con una necesidad de individualidad de la mujer, la cual se intenta aplacar a través del control, de la persecución emocional y finalmente de la reactividad extrema de la violencia. Paulatinamente, este proceso circular se hace repetitivo, predecible y en escalada, siendo las pausas a este proceso cada vez más breves. La ansiedad se moviliza nuevamente con mayor intensidad y ya no basta con la descarga sino que se empiezan a involucrar a terceros (hijos, familiares, vecinos, policía, juzgados, operadores psicosociales, terapeutas, etc. ), los cuales se organizan alternadamente en torno a la díada para comenzar a regularla a través de diversos mecanismos: sintomatología importante en uno de los hijos, una intervención judicial4, una psicoterapia individual de larga duración, etc.
Existe otro grupo importante de hombres en donde la agresividad está generalizada y adquiere un carácter prácticamente antisocial. A diferencia del grupo anterior estos no aceptan ningún tipo de control sobre ellos. Presentan una mayor tendencia al abuso de drogas y alcohol y parecen de peor pronóstico para la terapia psicológica. De manera algo paradójica en este grupo de hombres se han encontrado menores tasas de separación de la pareja (Jacobson y Gottman, 2001) lo cual se deba probablemente al justificado temor de las parejas a agresiones aun mayores, incluso fatales, en caso de concretarse la separación.
Finalmente existiría un tercer grupo de hombres la violencia puede encontrarse secundaria a algún problema de salud mental. Los trastornos de personalidad, las adicciones y los trastornos del control de impulsos, por mencionar algunos, pueden encontrarse a la base de situaciones de violencia al interior de la familia. Fundamental resulta entonces, que el evaluador esté entrenado en psicopatología, de manera que pueda indicar el tratamiento que corresponda si concluye que la violencia se debe a patología de salud mental.
Si el terapeuta ha podido encuadrar el proceso y mantenido la maniobrabilidad y control del mismo, podrá entonces avanzar en la construcción del vínculo y de la alianza de trabajo y podrá, idealmente para cualquiera de las situaciones iniciales presentadas, construir un problema y una meta (algo útil, lo mínimo pero suficientemente diferente para denominarlo como cambio y / o alivio del sufrimiento), que guíen el proceso de conversación.
A la tercera etapa le hemos denominado terapia propiamente tal. Un primer momento de esta etapa está dedicada exclusivamente al control de la conducta violenta. En tal sentido, se utilizan una serie de técnicas destinadas al logro de este objetivo (Villela, 1996):
1. Check In. Se trata de reconocer aquello que hace inminente la emergencia de la agresividad. La persona debe identificar indicadores conductuales, emocionales y fisiológicos que le señalan que se gatillará la conducta agresiva. La identificación de estos indicadores les permite poder detener a tiempo la expresión agresiva.
2. Time out. Se invita a la persona a salirse cada vez que sea necesario de la situación que podría gatillar violencia. Es fundamental en esto hacer participar a la pareja, al menos informándole que se puede acceder a esta acción cada vez que sea necesario. El mensaje implícito es “todos nos podemos controlar”, lo cual le entrega un carácter de voluntariedad a la conducta agresiva, de manera que recae en el hombre la responsabilidad de ejercer control respecto de su conducta.
3. Prescripción de ausencia de violencia para la continuidad del tratamiento. Si durante el proceso de ingreso y evaluación, psicoterapeuta y consultante han logrado acordar un objetivo sentido para el segundo, debe condicionarse la ayuda a la ausencia total de episodios de violencia. El encuadre es que si la persona no logra controlar su conducta, el terapeuta no puede hacerse cómplice de aquello, y deben ser las instancias sociales y legales las que contribuyan a asegurar dicha condición. En nuestra experiencia la mayoría de los hombres motivados a tratamiento acepta esta condición y la cumple.
Una vez controlada la violencia la terapia debe avanzar hacia otros aspectos significativos siendo que quizás lo de mayor importancia:
1. Invitar a una exploración y flexibilización de la socialización de genero, por cuanto muchas pautas de abuso y de control hacia a la pareja se encuentra arraigadas en creencias rígidas respecto de lo que es ser hombre y mujer en una relación, y
2. Explorar aquellos elementos actuales y de la historia personal que entregan un contexto de entendimiento a las conductas presentes, de manera ampliar el repertorio emocional y conductual desde donde se le hace frente a dicha historia.
Sin duda, que logrado estos aspectos el otro comienza a desplegarse y a entregar contenido. Si el terapeuta logra leer el proceso de la violencia doméstica desde una perspectiva sistémica (como se le ha intentado describir anteriormente) y multigeneracional5, podrá invitarse a la persona a la construcción de su diagrama familiar, es decir, a la conexión de sus pautas (emocionales, conductuales) actuales con relaciones y emociones ocurridas en su sistema familiar de origen.
Por otra parte, Bowen (1992, citado en Ibaceta, 2003) advierte que el terapeuta puede y debe estar atento al triángulo del cual pasa a formar parte (hombre - mujer - terapeuta), es decir, que como parte del mismo puede pasar a vivenciar todos aquellos procesos inherentes a la formación y activación de los triángulos. De hecho, la consulta puede verse ya como un movimiento de triangulación, en tanto alguno de los miembros de la pareja introduce un tercero con el fin de estabilizar la relación, quedando muchas veces, como sucede a menudo en los casos de violencia, la ansiedad (y la angustia) acerca de la relación en el terapeuta6.
De esta manera, el terapeuta debe estar continuamente monitoreando la posición que ocuparía en la estructura triangular a la cual se le invita, el proceso emocional que ocurre en la interacción y a la función que cumpliría el triángulo terapéutico para los sistemas relacionales involucrados (principalmente para la pareja). El terapeuta debe ante todo evitar operar emocionalmente de manera reactiva, debe establecer con quien le consulta una relación de uno a uno, con el fin de no confirmar al sistema en su repetición y predecibilidad.
Presentación de un caso
A continuación se presenta un caso que completó el proceso de atención que se describió. Se entrega la información obtenida en la sesión de ingreso, a la vez que se intercala el análisis en relación con los aspectos que en este trabajo se han revisado.
Luis tiene 47 años, es vendedor ambulante del centro de Santiago. Llega a consultar porque su mujer (Carolina) se acaba de ir de la casa. Ella le habría dicho que ya no podía seguir tolerando lo celoso y controlador que es él. El último episodio consistió en que Luis encontró a Carolina conversando con un vecino, dándose inmediatamente cuenta que “entre ambos había una relación”. Como Carolina no pudo entregar “un argumento lógico” para explicar la situación, Luis inició una “investigación” al interior de la casa: revisó la ropa de Carolina, interrogó a las hijas, habló con los vecinos, etc. No es la primera vez que Carolina se va, ya lo había hecho en situaciones similares, al menos unas 15 veces, quizás la única diferencia es que ahora Luis ya no la golpea, debido a varias constancias y denuncias judiciales que ella interpuso y que a Luis lo han asustado.
En la presentación que hace Luis de su problema ya hay aspectos interesantes: existe un marcado temor a quedar fuera y una importante reactividad emocional a aquello (“no hay explicación lógica que lo calme”). La ansiedad que le genera esto la intenta manejar a través de exacerbar la juntidad a través del control, aspecto que su pareja contrabalancea de vez en cuando con movimientos hacia la individualidad. Ambos fracasan puesto que el conflicto permanece.
Luis viene porque quiere demostrar a su mujer que está dispuesto a cambiar, que quiere dejar de ser tan celoso, con el fin que ella vuelva a casa. Es primera vez que asiste a un psicólogo, antes siempre se había negado. De hecho, los innumerables terapeutas que tuvo Carolina por diversos problemas (depresión, problemas psicosomáticos, etc. ) siempre le llamaban, pero nunca asistía, lo cual terminaba inevitablemente en deserción de ella de la terapia.
Es probable que Luis este proponiendo un triangulo más, movilizado por la ansiedad ha reaccionado automáticamente y ha buscado un tercero que le permita “traer a su mujer de vuelta”. Ya hay algunas claves: hay que cuidar el contacto directo con ella para que él no tenga temor de quedar fuera, ello incluye no aliarse con ella en el lenguaje como exclusiva víctima, ya que eso amplificaría la visión de que él tiene razón acerca de ella. A su vez se debe fijar una posición acerca del encuadre de trabajo: no hay terapia posible si hay violencia.
Luis y Carolina tienen tres hijas: Carmen (24, técnico computacional), Paula (23, estudiante de enfermería) y Margarita (17, estudiante secundaria). Se conocieron en el sur de Chile, mientras él trabajaba en una mina de carbón manejando explosivos. Al poco tiempo de casados, en un accidente en su trabajo, Luis perdió tres dedos de una mano y la otra le quedó fijada sin movilidad. Luis relata que en ese momento se amplificó su temor a que su pareja lo engañara. A partir de entonces, comenzó un espiral de violencia hacia ella (cada vez que el interpretaba las conductas de ella como dirigidas hacia un tercero) y una seguidilla de infidelidades de él. Paulatinamente las hijas mayores se fueron aliando con la madre y protegiendo a la hermana menor.
Luis relaciona un momento de estrés importante (la pérdida de la funcionalidad de sus manos) con la intensificación de su sintomatología obsesiva y la aparición de la violencia (la reactividad emocional). Estamos frente a ansiedad crónica, ya que Luis imagina que cada movimiento de Carolina hacia el contacto con un otro traerá inexorablemente el abandono, reaccionado automáticamente (cognitiva, emocional y conductualmente) con el fin de evitarlo. Con esto obtenemos un indicador de su nivel de diferenciación en su familia de origen, lo cual nos lleva a la pregunta ¿donde se ancló esta ansiedad ante el abandono en el sistema familiar de origen de Luis? ¿Cómo fue que él aprendió a reaccionar de esta manera frente a este tipo de amenaza?
Luis es el cuarto de un total de 10 hermanos todos varones. Su madre se suicidó a los 28 años (Luis tenía solo cinco años), luego que el padre de éste se enterara que ella aparentemente tenía otro hombre. Luis no está seguro de esto, ya que señala que su padre maltrataba a su madre siempre por este mismo tema, pero a él nada le hace pensar que su madre tenía otra pareja. Describe a su padre como alcohólico, mujeriego, muy celoso y golpeador. Al parecer, cada vez que su padre llegaba borracho golpeaba a los hijos y a su pareja, la cual muchas veces intentaba irse sola (lo cual confirmaba la idea del padre acerca de que ella tenía otro), lo cual no prosperaba porque no tenía con quien acudir. Luis dice que tiene muy pocos recuerdos de su madre. De ahí en adelante vivió con su padre y su madrastra, la cual también recibía malos tratos del padre. Luis decidió “irse a vivir a la calle a los 12 años de edad”.
El relato avanza y los triángulos se van configurando con mayor claridad. En algún sentido, su padre le convenció que si su madre se iba era porque les abandonaba por otro hombre, y su madre intentó irse tantas veces que quizás eso acabara por ser posible (aunque se fue de la única manera en que era posible: sola). Probablemente esto se arraigó aun más en su sistema de creencias de género, si se considera que su madre era la única mujer en su familia de origen. Aparece aquí con toda su intensidad el proceso transmisión multigeneracional, esto es, la repetición de pautas asociadas al ser mujeriego, al ejercicio de la violencia, a los celos, etc.
Conclusiones
Asistimos cada día más al aumento de las consultas y de oferta de tratamiento por situaciones de violencia al interior de la familia y en particular hacia la pareja. El tratamiento psicológico hacia los hombres que ejerce violencia es relativamente reciente y se hace necesario avanzar en la investigación y desarrollo de experiencias de atención individual.
Existen razones concretas que justifican la inversión en tratamientos hacia los hombres que ejercen violencia hacia sus parejas. Los tratamientos se han mostrado efectivos y resulta prioritario detener la violencia, con el fin de actuar en protección del derecho a la vida, de evitar el aumento de la morbilidad de salud mental de mujeres e hijos principalmente, la transmisión multigeneracional de la violencia e incluso aplacar los costos económicos y sociales de la violencia.
Resulta crucial elaborar planes de tratamiento individualizados, que recojan la particularidad de cada caso que se presenta. Es claro que no basta con lograr que la violencia se detenga, es fundamental avanzar en un proceso terapéutico individual que incluya otras dimensiones de manera de asegurar la continuidad de la ausencia de violencia en las relaciones. Sin duda que este trabajo debe hacerse siempre de manera colaborativa y paralela con acciones de carácter judicial y social.
Bibliografía
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· Echeburúa, E. , Fernández-Montalvo, J. & De la Cuesta, J. Articulación de medidas penales y de tratamiento psicológico en los hombres violentos en el hogar. psicopatología Clínica, Legal y Forense 2001; 1 (2), 19 - 31.
· Ibaceta, F. La teoría de los sistemas naturales de Bowen y su aplicación al tratamiento de hombres que ejercen violencia en la pareja. Monografía no publicada presentada en el Departamento de psicología de la Universidad de Chile. 2003.
· Jacobson, N. & Gottman, J. Hombres que agreden a sus mujeres. Cómo poner fin a las relaciones abusivas. 1° edición. Buenos Aires: Paidós. 2001
· Lizana, R. atención terapéutica con hombres que ejercen violencia conyugal, algunas reflexiones. En Vilches, O. (Ed. ) Violencia en la cultura: riesgos y estrategias de intervención. 1° edición. Santiago: Ediciones Sociedad Chilena de psicología Clínica. 2000.
· López, L. Una patología del vínculo amoroso: el maltrato a la mujer. Revista de la Asociación Española de neuropsiquiatría 2001; XXI (77), 7 – 26.
· Mendez, C. Genero y terapia dominios discontinuos. En Anales del Primer Congreso Nacional de Mujer y Salud Mental. 1° edición. Santiago de Chile: Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM). 1994.
· Servicio Nacional de la Mujer. Documento de trabajo: Detección y análisis de la prevalencia de la intrafamiliar. 1° edición. Santiago de Chile: Servicio Nacional de la Mujer. 2002
· Villela, A. Una aproximación al tratamiento del hombre que ejerce violencia conyugal. Psykhe 1997; 5 (2): 123 – 136.
· Villela, A. Un modelo de tratamiento a hombres que ejercen violencia conyugal. Psykhe 1997; 6 (2): 71 – 84.
Citas
1 psicólogo Universidad de Chile.
2 Se entiende por violencia doméstica aquellas agresiones en contra de las mujeres de carácter físicas, psicológicas, sexuales y económicas, que son ejercidas por una persona con quien la mujer tiene o ha tenido una relación afectiva de pareja. Este trabajo se refiere específicamente a este tipo de violencia (en la pareja), la cual puede entenderse una de las manifestaciones de la violencia al interior de la familia (referencia del DOMOS).
3 Importa destacar que esta descripción es simple y acotada y en ningún caso exhaustiva, y solo corresponde a una de las tantas, pero habituales formas de presentación de este tipo de casos.
4 El clásico ejemplo es la medida precautoria solicitada al Juzgado Civil, con el fin que el agresor salga del hogar común. Si bien en un número importante de situaciones es la única manera de lograr la protección de la mujer, en otros corresponde más bien a un deseo de los profesionales intervinientes movilizado por la propia ansiedad que al deseo propio de la mujer. En esos casos, la medida aumenta la distancia física, pero la proximidad emocional continúa siendo habitual que la pareja vuelva a estar junta e inmersa en un conflicto mayor que por el cual se consultó inicialmente.
5 Interesante resulta consignar que la mayoría de los hombres que ejercen violencia hacia sus parejas, fueron testigos de violencia entre sus padres o bien víctimas directas de malos tratos por parte de los mismos. Es decir, se puede aludir a un proceso multigeneracional de transmisión de la violencia.
6 Baste para estos efectos solo recordar el sindrome de agotamiento profesional (Burnout), en donde la sintomatología (estrictamente la ansiedad) es prácticamente traspasada desde el sistema que cosnsulta al sistema que atiende.
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