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La pareja del obsesivo.

Fecha Publicación: 01/03/2008
Autor/autores: Jose Manuel García Arroyo , María Luisa Dominguez López, Pedro Fernández-Arguelles Vinteño, Olga García López

RESUMEN

El sujeto obsesivo, denominado en las últimas clasificaciones de alteraciones mentales "trastorno anancástico de la personalidad", que se caracteriza por rasgos de sobra conocidos por todos: duda, orden, puntualidad, escrupulosidad, parsimonia, perfeccionismo, etc, a menundo solicita ayuda psicoterapéutica que los psiquiatras podemos facilitar. A lo largo de este proceso se movilizan múltiples elementos de su estructura psicológica que pueden interferir en su vida y en sus comportamientos. Pues bien, uno de ellos, que toma gran protagonismo a lo largo de la intervención psicológica, es el tipo particular de pareja que forman.

Precisamente por eso, en esta comunicación nuestra pretensión va a consistir en el estudio del tipo de pareja que establece el obsesivo, donde tendremos en cuenta desde la elección de objeto, pasando por la consolidación de la relación afectiva y llegando, finalmente, a la crisis que puede provocar niveles elevados de ansiedad y terminar con el distanciamiento o la ruptura. Se añade que muchos de estos pacientes nos consultaron en cualquiera de estas etapas debido a los síntomas que sufrieron. Para el abordaje propuesto, utilizaremos el concepto de "colusión" formulado por Willi, que nos aporta una idea bastante aproximada de la conjunción entre dos personas (en este caso el obsesivo y su pareja) y la correspondiente interacción de mecanismos psicológicos. A todo psiquiatra le conviene conocerlos, para saber cómo intervenir y cómo orientar a sus pacientes obsesivos.


Palabras clave: obsesion
Tipo de trabajo: Conferencia
Área temática: Psiquiatría general , Ansiedad, Trastornos de ansiedad y relacionados con traumas y factores de estrés .

La pareja del obsesivo.

José Manuel García Arroyo (1); María Luisa Domínguez López (2); Pedro Fernández-Argüelles Vinteño (3); Olga García López (4).

Facultad de Medicina. Universidad de Sevilla

Resumen

El sujeto obsesivo, denominado en las últimas clasificaciones de alteraciones mentales "trastorno anancástico de la personalidad", que se caracteriza por rasgos de sobra conocidos por todos: duda, orden, puntualidad, escrupulosidad, parsimonia, perfeccionismo, etc, a menundo solicita ayuda psicoterapéutica que los psiquiatras podemos facilitar. A lo largo de este proceso se movilizan múltiples elementos de su estructura psicológica que pueden interferir en su vida y en sus comportamientos. Pues bien, uno de ellos, que toma gran protagonismo a lo largo de la intervención psicológica, es el tipo particular de pareja que forman. Precisamente por eso, en esta comunicación nuestra pretensión va a consistir en el estudio del tipo de pareja que establece el obsesivo, donde tendremos en cuenta desde la elección de objeto, pasando por la consolidación de la relación afectiva y llegando, finalmente, a la crisis que puede provocar niveles elevados de ansiedad y terminar con el distanciamiento o la ruptura. Se añade que muchos de estos pacientes nos consultaron en cualquiera de estas etapas debido a los síntomas que sufrieron. Para el abordaje propuesto, utilizaremos el concepto de "colusión" formulado por Willi, que nos aporta una idea bastante aproximada de la conjunción entre dos personas (en este caso el obsesivo y su pareja) y la correspondiente interacción de mecanismos psicológicos. A todo psiquiatra le conviene conocerlos, para saber cómo intervenir y cómo orientar a sus pacientes obsesivos.

Introducción

En la presente artículo pretendemos disertar sobre los sujetos obsesivos y el tipo de pareja que forman; el asunto creemos que puede ser interesante dado que en las consultas, cuando los tratamos mediante psicoterapia (de orientación analítica), uno de los temas que salen a relucir, con cierta frecuencia, es precisamente éste. Incluso, puede suceder, que el problema aludido sea el motivo del inicio de un tratamiento. Esto se debe a que, como veremos, las “parejas obsesivas” se mantienen estables durante cierto tiempo con una “lógica” que les es propia, y que intentaremos descifrar aquí, pero con el transcurrir del tiempo se presentan las inevitables crisis que producen síntomas psíquicos, a veces de cierta envergadura, y que conviene tener presente cuando recibimos a estas personas.

El término “obsesión” fue introducido por el alienista francés Falret, tomado de la voz latina “obsidere”, que se traduce como “asediar”. Se destaca mediante esta forma nominal el carácter que muestran las ideas patológicas que acosan a tales pacientes con su constante presión e impertinencia. Freud (1-10) identificó como un tipo de “neurosis” aquello que figuraba en la taxonomía psiquiátrica con diferentes denominaciones “locura de la duda” (Falret), “delirio de tocar” (Legrand du Saulle), “locura lúcida” (Trelat), etc. Al mismo tiempo, el fundador del psicoanálisis le dio un contenido teórico e hizo de la “neurosis obsesiva” el segundo componente de la estructura neurótica, después de la histeria. Precisó, además, que esta alteración debería ser más fácil de comprender que la histeria, puesto que no implicaba el salto a lo somático de esta última y sus síntomas eran puramente mentales.  

Las llamadas “ideas obsesivas”, tal como hoy las concebimos, en tanto parásitas, que se imponen contra la voluntad, provocadoras de luchas encarnizadas contra ellas, etc, pueden darse en distintos cuadros psiquiátricos (orgánicos, psicóticos, histéricos, . . . ) por eso, lo que más conviene a los fines que nos proponemos aquí, es estudiar a los sujetos de quiénes se ha dicho que tienen “carácter obsesivo” o “personalidad anancástica” (11) y que las modernas clasificaciones incluyen entre los trastornos de la personalidad, respectivamente: “t. anancástico de la personalidad” (12) y “t. obsesivo-compulsivo de la personalidad” (13).

Se trata estos últimos de sujetos que se caracterizan por su tendencia al orden, rectitud, rigidez, falta de flexibilidad y perfeccionismo. Tienen tendencia a preocuparse por listas, reglas, detalles, organización, horarios y rendimientos. Esto les lleva a que todo tiene que estar conforme a sus propios criterios, mostrando malestar si las cosas no encajan en esas coordenadas. Al mismo tiempo, desarrollan una gran devoción por el trabajo y la productividad, renunciando a actividades lúdicas, placenteras o de descanso las cuáles, muchas veces, son connotadas como “pérdida de tiempo”; de esa forma, si se van de vacaciones llevan consigo alguna tarea que hacer, para aprovechar cada momento. Las actos placenteros, si llegan a ejecutarlos, los convierten sistemáticamente en una obligación.

Presentan una limitada capacidad de expresar afectos, de modo tal que se muestran ante el clínico de forma excesivamente racional, poco espontánea, pedantes y como si estuvieran contrahechos. Las relaciones con los demás, lejos de tener una conexión sentimental, fácilmente se pueden convertir en un intercambio comercial e, incluso, pueden intentar explotar al otro.

Les cuesta gran trabajo tomar decisiones, dudan y si actúan es de forma insegura, necesitando un grandísimo número de pruebas que les reasegure que la opción que van a tomar es la correcta y que no cabe otra mejor; de ahí que no improvisen nunca, ni se arriesguen y, muchas veces cuando se deciden, se les ha pasado ya el momento. También les cuesta trabajo finalizar una tarea ante la posibilidad de que se produzcan fallos; de esta manera, dejan casi todo cuanto empiezan inconcluso o delegan en otro para que haga lo que el obsesivo no puede. Esto lleva a pensar que tienen altas exigencias y metas, que abandonan tan pronto como descubren que no cumplen con sus rígidas expectativas.  

No es extraño que esperen que los demás se adecuen a su estilo de vida, intentando inculcarles sus propias normas, enojándose cuando alguien osa saltárselas o no seguir sus rectas indicaciones. Por eso, pueden convertirse en severos moralistas, no soportando que alguien opte por algo contrario a sus prescripciones. Con tantas reglas y controles, procuran que su deseo no se muestre por ninguna parte.  

Se añade que pueden ser tercos, obstinados, poco dispuestos a cambiar de opinión, escrupulosos, supersticiosos y tienen tendencia al acumulo, mostrando fuertes resistencias a tirar objetos inútiles o gastados, son coleccionistas y avaros. Tienen, en este sentido, una relación especial con el dinero, ya que lo guardan “por lo que pudiera acaecerles en el futuro”, pero también porque así no disfrutan de los beneficios y placeres que pudiera otorgarles; en algunos casos, se niegan artículos necesarios, visten con harapos o llevan una existencia miserable.

Algunas de las características de este retrato que hemos hecho del obsesivo casan bastante bien con las expectativas que la cultura propone a los individuos, como es el caso de: ser tenaces, perseverantes, perfeccionistas, laboriosos, controlados, calmados, corteses, racionales o económicos. Tales rasgos son considerados como virtudes en una sociedad del rendimiento y el atesoramiento de bienes. De ahí que sean personas bien vistas y aceptadas en la sociedad y que pueda hablarse, incluso, de la “normalidad” como un síntoma. Pero, fuera de esta puesta en escena pública, son personas que sufren, pues tienen una visión trágica del mundo, ya que éste se define para ellos como trabajar con esmero y cumplir con lo pactado y nunca tener tiempo libre para pasárselo bien, aprovechando cualquier instante para realizar algo verdaderamente útil.  

Todas estas particularidades, se van a reflejar de modo fiel en la “elección de objeto” y en la organización de una conexión con este último. De ahí que, nos hayamos dedicado a estudiar en los obsesivos tales extremos pues, aunque acudan a consultarnos por otros problemas (laborales, familiares, etc), el que nos ocupa es ineludible. Para tal menester, resulta muy útil el concepto de “colusión” de Willi (14), con el que este autor se refiere al esquema conjunto de funcionamiento inconsciente de los dos miembros de una pareja, pasando por ser la formulación teórica más completa que conocemos para establecer una verdadera comprensión psicodinámica de la pareja humana en conflicto.


Material y método

El material que aquí utilizamos es el aportado por una serie de pacientes obsesivos, que acudieron a nuestra consulta y siguieron un tratamiento analítico. A lo largo del mismo, dada su extensión y profundidad, fue posible registrar los diferentes aspectos del tipo de contacto que mantenían con su compañero/a sentimental. Mostraremos solo algunos casos (sobre un total de 10 sacados de nuestros historiales) para no hacer tediosa la exposición, teniendo siempre presente que lo aquí expuesto puede extrapolarse sin demasiadas dificultades al resto de los consultantes.  

* Paciente nº 1 (P-1). Varón de 32 años de edad, soltero, aparejador. Consulta por sus dudas constantes y por sentir que su vida aún se encuentra por hacer y que, a pesar de haber logrado muchas cosas con la edad que tiene, no se siente bien. Se confiesa una persona ordenada, perfeccionista y que todo quiere que salga bien, sin excepción.  

Mantiene una relación con una chica con la que convive desde hace casi un año y con la que tiene constantes enfrentamientos, dado que no puede controlarla, como a él le gustaría. * Paciente nº 2 (P-2). Varón de 29 años de edad, soltero, trabaja en la sección de maquetas de un gabinete de arquitectos. Se considera una persona rígida y normativa, costándole gran trabajo asumir que sus compañeros no trabajen o dejen todo el material por medio. Las cosas han de estar siempre a su gusto, mostrándose intolerante cuando no es así y siendo una fuente de enfados; precisamente, los constantes conflictos con sus compañeros, mucho más descuidados que él, le empujan a consultar.  

Sale con una chica, desde hace varios meses, a quién no puede consentir determinadas cosas, derivando en un gran número de peleas, que “lo dejan exhausto”.  

El método que aquí empleamos es una implicación directa de la propia actividad psicoterapéutica, ya que esta última nos ofrece la oportunidad de efectuar una observación clínica de primera magnitud. Esto se debe a que, tarde o temprano y sin forzar nada, sale a colación el asunto de la pareja, dado el número de sesiones que tienen lugar. Durante las mismas, en un clima de intimidad y hallándonos en una postura de escucha atenta, se permite a quién consulta expresar sus dificultades y ahí, precisamente, es donde el asunto del que trata nuestra investigación se va a mostrar con una enorme cantidad de matices que pueden analizarse.  

En este contexto, ha sido posible registrar enunciados textuales de nuestros pacientes, tratándose de un material verbal no influido por el observador y que resulta isomórfico con los sucesos psicológicos (y psicopatologicos) que se producen en las relaciones sentimentales que aquí estudiamos. A partir de ahí, también se ha captado una diacronía en la que pudo constatarse la evolución de los fenómenos que suceden en el contacto del obsesivo con su compañero/a sentimental, desde los comienzos hasta la producción de la inevitables crisis y la posible ruptura.

El asunto básico del obsesivo, como se comprueba en la observación clínica, son las normas y su obligado cumplimiento o lo contrario, la rebeldía contra las mismas, quedando fuera del discurso y de la acción el deseo. Son estos elementos los que van a ponerse en escena en sus pensamientos y actos y, de modo específico, en el contexto de la relación. Así, dos personas independientes van a funcionar desde el punto de vista psicológico como una sola (colusión), tratándose de un contexto en el que la obligación de cumplir con las normas dictadas por el obsesivo es fundamental. Ya se indicó en la “Introducción” que el asunto del obsesivo consiste en que los demás tienen que estar siempre de acuerdo con lo que él propone y sus designios tienen que ser obedecidos.  

De ahí se desprende que el tema de esta pareja sea: ¿en qué medida se puede permitir las aspiraciones autónomas del compañero/a sin que se desintegre la relación? Eso implica que el obsesivo va a emplear medidas de control y dirección mediante las que se pueda garantizar la sumisión de su pareja. Willi (14) se refiere al “matrimonio obsesivo” en términos de “amor como pertenecerse el uno al otro”.


Resultados

. elección de objeto del obsesivo

El tipo de persona que aquí estudiamos busca a una mujer a quién dominar, ejerciendo el papel de “dominante-activo”; por eso, ella tiene que ser sumisa y pasiva. Este extremo no es difícil de comprobar en la consulta: P-1. “No sé qué tipo de mujeres me gustan, tal vez no lo haya pensado lo suficiente, pero quizás tenga que llegar a la conclusión de que las mujeres que no dan problemas a mí me encantan”. “Ella me gusta porque es una mujer muy condescendiente, aunque a veces no la soporto, sobre todo cuando se enfada”.

P-2. “Tendría que plantearme cómo es ella, pues siempre tenemos problemas entre nosotros. La cuestión es que no es lo mismo cuando empezamos a salir que ahora. . . Creo que ella era muy modosita y se amoldaba bastante bien a lo que yo decidía”. “En general ella es muy agradable y casi siempre soy yo quién dirige el cotarro”. De esta forma, el obsesivo ostenta el poder en la relación, al menos aparentemente, y su compañera es quien queda bajo su mandato, ubicándose en el papel de “dominado-pasivo”. Al mismo tiempo, el primero de ellos se asegura su autonomía al procurar la dependencia de ella.

El obsesivo es un individuo tendente al control y ávido de poder, en quién descubrimos muchas veces el miedo a ser dominado y a quedar en una posición de inferioridad respecto al otro, pudiendo entenderse su actuación como una “formación reactiva”. Este extremo se descubre espontáneamente en las frases del paciente o bien, en aquellos momentos en que su compañera se sale del lugar que tiene asignado por “decreto”, aunque sea levemente. Veámoslo:

P-1. “Yo nunca, nunca jamás, me dejaré manejar por una mujer”. “Aunque ella no sugiere nunca nada, últimamente si yo digo algo, ella lo pone en duda y entonces nos liamos a discutir”.

P-2. “No me gustaría ocupar el lugar de ella, sabiendo que se encuentra pendiente de lo que yo diga”. “Ella me saca de quicio, sobre todo cuando yo digo a dónde ir y ella me dice: ¿otra vez allí?”.

En estas alocuciones se puede comprobar como nuestros consultantes quieren ver cumplidas sus disposiciones sin objeción u oposición alguna, es decir que desean una adhesión incondicional y absoluta, aunque pueden quejarse de lo que buscan, esto es, de la “pasividad” de sus compañeras, aspecto que se registra comúnmente las sesiones:

P-2. “A veces me altera que ella nunca diga a dónde vamos y siempre tenga yo que decidir el sitio. ¿No podría ella cambiar alguna vez de actitud y decidir algo por su cuenta? ¡Pues no, eso parece que nunca va a ocurrir! (eleva el tono de voz)”.

De lo expuesto se sigue, que el comportamiento es rígido, precisando la sumisión del partner con convencimiento absoluto y temiendo que ésta sea solo aparente. Piden, por tanto, que la obediencia sea por decisión personal, ignorando que la libertad surge en ausencia de acatamiento, en un estado de autonomía que no soportan. En este orden de cosas, reconocer que el otro puede tener pretensiones e iniciativas propias representa para el obsesivo un importante agravio: 

P-1. “A veces ella se va con sus amigas por las tardes y ni siquiera me pide permiso; creo que esto me altera un poco. No quiero ser un tirano con ella y entonces dudo: ¿se lo digo o no se lo digo? Si se lo digo, me puede acusar de machista y, si no se lo digo, puede llegar un momento en que no me tenga en cuenta en ninguna de sus decisiones y eso significaría automáticamente la ruptura. Dígame ¿Vd. qué haría en mi situación?”. “Yo no creo que ella tenga que salir tan frecuentemente con su amiga. Siento que en eso no puedo influirla y me pongo muy nervioso. Ayer me dijo que iba a salir y fue como si me diera una patada en los c. ”.  

Es característica la necesidad de saber y controlar todo lo que su compañera hace y piensa, aspecto que puede racionalizarse como “la sinceridad en el amor” mas, a la postre, descubrimos ahí una forma de dominio. Se puede ver en las oraciones siguientes:

P-1. “Si pienso que entre nosotros existen secretos, se me pasa por la cabeza la palabra ruptura”. “Una pareja en condiciones nunca tiene secretos”.

P-2. “A mí me encanta que ella me lo cuente todo y que no se quede nada, pero esto no siempre lo hace. Cuando no actúa así, intento sacarle las cosas y si veo que se guarda algo, aunque no se lo diga, me afecta”. “Yo le pido a ella lo mismo que le doy: sinceridad. Por eso quiero saber qué hacer cuando no está conmigo. De la misma forma, si ella me dice que yo he mirado a una tía por la calle y no es cierto, me pongo muy nervioso y acabo estallando”.

Tener secretos también supone cierta autonomía de la persona con la que comparten su vida y eso no lo pueden soportar; no es extraño que hagan máximas que tienden a aplicar a rajatabla, pues son elevadas a la categoría de axiomas (“una pareja en condiciones nunca tiene secretos”, “cuando dos personas se quieren de verdad siempre hablan de sus cosas y no se guardan nada”, . . . ). Puede observarse como estas frases alcanzan la generalidad de aplicación y la obligatoriedad mediante el uso de adverbios del tipo: “siempre”, “nunca”, “jamás”, etc.  

Se añade que es difícil rebelarse contra el dominante, ya que se muestra de forma que siempre lleva la razón. Veámoslo: 

P-2. “Cuando empezamos a salir, le dije a N. : si estamos los dos de acuerdo en algo, no hay problema, pero si no lo estamos, se hace lo que yo diga. Entonces ella dijo que sí y ahora resulta que no está cumpliendo lo pactado. Creo que si dijo sí a mi propuesta tiene que cumplirlo ¿o ya no existen los pactos de honor?”.

La compañera del obsesivo ha de complementarlo adecuadamente y tiene que dejar que todo suceda sin la más mínima resistencia (de modo pasivo), de lo contrario, el conflicto está servido. Ella, por su parte, saca un beneficio de ese comportamiento pues todo lo deja en manos del compañero en cuya protección y seguridad se desenvuelve, no teniendo que preocuparse por los problemas: 

P-1. “Cuando nos fuimos a vivir juntos, yo era quién llevaba las facturas y las cuentas, ella pasaba de todo eso y así vivía tan ricamente”.

P-2. “A ella le viene bien que yo decida, pues en realidad es muy insegura y he visto que cuando yo tomo la iniciativa ella se relaja”.


. Formación de la pareja del obsesivo.

La relación que se establece entre ambos es la de “dominante-dominado”, en la que el obsesivo toma el papel “activo”, queriendo progresar en la relación en cuanto a dominio y autonomía. Entonces, justifica su lugar de “actividad”, “fortaleza” e “independencia” como una consecuencia de la postura de su compañera, que es contrapuesta (“dependiente”, “irresponsable” y “pasiva”); al mismo tiempo, esta última excusa la suya como resultado de la que él adopta (ver figura 1). Se forma así una figura complementaria, con una “lógica” particular, que tiende a perpetuarse indefinidamente hasta que ocasiona problemas. Este extremo se recogen en numerosas expresiones de los pacientes:

P-1. “Creo que nos ha ido bien durante mucho tiempo y confieso que me he sentido a gusto con ella y ha sido porque ella sabía mantenerse en su sitio y hacía lo que debía. . . Que ella sea obediente a mi me ha dado grandes satisfacciones”.  

P-2. “Yo tengo mucho carácter. Pienso que a ella le da mucho miedo de mi carácter y no sé exactamente si por eso ha hecho siempre lo que yo le he dicho, aunque ahora. . . ”.  

La compañera acepta la docilidad (y la dependencia) en la que se encuentra colocada al tiempo que, con esa actitud, se asegura (regresivamente) contra los temores de separación y abandono.

En este tipo de estructuración se intenta discernir quién tiene el poder, procurando quién lo ostenta, a su vez, protegerse de ser avasallado. A pesar de todo, las cosas son un poco más complejas pues, a la larga, no se sabe exactamente quién domina a quién, ya que se puede someter al otro de muchas maneras, por citar algunas: siendo terco, mintiendo, con la pasividad, halagando, mostrándose inconstante, etc, y con esas actitudes se lleva al compañero la desesperación. Así, al ceder la compañera en las pretensiones del obsesivo y apoyarle en su seguridad, le lleva a una trampa que no ve, pues produce sus efectos con posterioridad. Veamos algunas frases:

P-2. “No sé si muchas cosas que hace son para cabrearme. Ahora, con todo lo que estamos viendo aquí, creo que ella sí sabe cuándo y cómo enfadarme. . . tendré que pensar que conoce mis puntos flacos”. “Me he dado cuenta de que algunas veces, cuando ha cuestionado algo de lo que vamos a hacer porque lo digo yo, al final hemos ido a dónde ella quería. ¿Tiene esto alguna lógica? Yo no lo comprendo”. Como vemos, el obsesivo se siente perplejo cuando descubre que su pareja puede tener el control de la situación desde la sombra y es que, esta última, sabe camuflarse adecuadamente para no ser descubierta cuando actúa así; tiene muy claro que debe huir de la confrontación directa, pues no se puede enfrentar de modo directo a quién ostenta el poder.  

Muchas veces, la relación de los pacientes que nos ocupan se carga de agresividad, constituyéndose ésta en una forma de no permitir la aproximación del uno al otro. Quiere decir que, tan pronto como se van a unir, surge el temor a caer en el “campo gravitatorio” del otro y se despliegan todos los miedos. En tal caso, uno puede asumir el papel de “atormentador” y el otro de “atormentado”, dándose la circunstancia de que este último, por lo general, es quién provoca esa actitud en el otro. No obstante, dichos papeles pueden intercambiarse con gran facilidad, torturandose mutuamente. Veamos un caso: P-3. Varón de 32 años, casado, con dos hijos. Trabaja de funcionario en la administración de justicia. Acude por cuadro de ansiedad, con múltiples somatizaciones. Afirma en la consulta: “Creo que mi mujer y yo siempre estamos discutiendo desde que nos conocimos. En realidad ha sido poco el tiempo que hemos estado tranquilos y relajados, si bien desde que nacieron los niños, para que ellos no presenciaran nuestras discusiones, hemos bajado un poco la guardia”. “En realidad palabras cariñosas entre nosotros hemos tenido muy poquitas y me lamento mucho de eso y excuso decir que lo hemos intentado muchas veces”. Esto se debe, como hemos podido constatar, a que cuando pisan el terreno afectivo se sienten muy vulnerables: sentir es caer en algo desconocido que no pueden controlar. También, hemos de apuntar en este sentido, que los obsesivos suelen tener un mal manejo de su propia agresividad, mostrándose bastantes veces condescendientes, “tragándose” todo cuanto les echan, hasta llegar el momento en el que explotan. Esto es observable en casi todos los pacientes con este diagnóstico:

P-2. “En mi trabajo, cuando mis compañeros me dicen algo que me sienta mal, no suelo responder o pongo una risita, como tomándomelo a broma. Sé que estoy aguantando, porque llega un momento en que no puedo más, que es imprevisible, y entonces monto un pollo increíble y se quedan un poco extrañados conmigo”.

Otras veces hemos registrado cómo estas parejas pueden llegar a ser un infierno, pues siempre están luchando por ver quién ostenta el poder; se trata de una forma simétrica de actuación que contrasta con la asimetría estudiada hasta ahora. Ambos miembros de la relación, en este caso, aspiran a ese lugar para no dejarse influir por el otro y caer bajo su estricto dominio. Esto es lo que le sucedía a una de nuestras consultantes:

P-4. Mujer, de 25 años, soltera, estudiante de Bellas Artes. Convive con su pareja desde hace 3 años. Indica en la consulta: “Nuestra pareja es un desastre, creo yo, porque para tomar cualquier tipo de decisión, por tonta que sea, tenemos que pasarnos mucho tiempo discutiendo. Le pongo un ejemplo: el otro día intentamos ir al cine y fue imposible decidir qué película veríamos. Al final, no entramos en ninguna y nos llevamos todo la noche discutiendo y sacando trapos sucios. Esto es demasiado frecuente entre nosotros y necesitamos ayuda”.

Estas personas no ceden jamás, porque cualquier forma de cesión significa someterse o quedarse por debajo y que el otro triunfe en la batalla. Su procesamiento interno, dependiente del imaginario, consiste en: “debo dominar a mi pareja si no quiero ser dominado por ella”.

La lucha se convierte, entonces, en la única forma de contacto que pueden tener, pues los hace fuertes; por eso no hay tregua alguna. Del mismo modo, esta forma de comportamiento sirve para no expresar sentimientos tiernos y acercarse afectivamente, ya que esa actitud llevaría subjetivamente a un punto de gran vulnerabilidad. El temor a ser sometido por el otro puede ser tan grande que les impide formar cualquier tipo de pareja y es, justamente, lo que le sucedía a una de nuestras pacientes:

P-5. Mujer de 48 años, secretaria de empresa familiar. Consulta por sus grandes dificultades para encontrar pareja, a lo largo del tratamiento se objetiva su miedo a ser dominada por un hombre. Afirma: “Aquí en esta tierra los hombres son muy posesivos y te intentan dominar. Las relaciones que he tenido siempre han sido iguales: él acababa encima de mí y eso no se puede consentir”. Meses después afirma: “Ahora veo el gran miedo que he tenido siempre, creo que se debe a que un hombre pueda conmigo y yo tenga que hacer todo cuanto él disponga. Ahora lo enfoco un poquitín mejor, pues en una pareja no tiene por qué dominar nadie; son acuerdos los que hay que tomar”.  

. crisis en la pareja del obsesivo

Las parejas que aquí tratamos parecen ser sumamente estables, precisamente por los papeles complementarios que ambos asumen, pero las cosas pueden cambiar. Cualquiera de los dos, ubicados en un equilibrio diádico, puede ahora desplazarse de su sitio, iniciándose entonces la crisis y apareciendo síntomas psíquicos.

Dado que el obsesivo tiene miedo a ser descubierto en lo que considera sus debilidades (p. ej. dependencia) y a dejarse dirigir por su compañera, se defiende exagerando su postura autoritaria y procura someterla con más fuerza aún, con el fin de tranquilizar sus temores. Aparece en ese momento en ella la necesidad de desarrollar su autonomía para mantener la igualdad dentro de la relación y también por temor a ser explotada por él.

Soporta la docilidad solo externamente porque se da cuenta de que su compañero en realidad depende de ella y continúa siendo manejable, pero querrá demostrar su propio poder negándose pasivamente a las pretensiones de él, con lo que éste se siente que no es tomado en serio. Por lo tanto, entramos en una radicalización de los mecanismos vistos con anterioridad, de tal forma que el obsesivo se puede convertir en déspota y esclavizador porque su mujer intenta escapar y no se deja influir en nada y, a su vez, esta última procura escabullirse de la tiranía no dejándose obligar por él lo más mínimo. Se comprende que en esta postura las discusiones y enfrentamientos son interminables. Veámoslo:

P-1. “Cuando contemplo en los últimos tiempos que ella le echa más cuenta a su madre que a mí y que a mí ni me escucha, me cabreo pero no sabe usted de qué manera y entonces empieza la bulla”. “Para mí es muy grave que ella no me eche cuenta, lo veo una grandísima falta de respeto (eleva el tono de voz)”.

P-2. “En el momento en el que ella se revela, me siento fatal y eso está sucediendo en los últimos tiempos. Me entran ganas de no sé qué, quisiera retorcerle el cuello (hace gestos), pero evidentemente no está en mi naturaleza hacer esas cosas, pero ganas no me faltan”. “Creo que antes ella estaba mucho más atenta a mí y a lo que yo decía, lo que es ahora no hace nada y eso me pone enfermo”.  


Conclusiones

Aunque, frecuentemente, el obsesivo acuda a consultarnos porque advierte que su vida es monótona, estéril o desapasionada o por otros problemas con el medio (familiares, sociales, etc), el asunto de su pareja sale a colación, antes o después, en la terapia y, en ocasiones, puede éste convertirse en motivo para pedir una primera cita. Por eso, quién trate con estas estructuras clínicas no debe olvidarse de las relaciones sentimentales que les son propias. Cuando pensamos en estas personas nos acude a la cabeza un patrón que no se le escapó a Kurt Schneider, cuando describió (en 1. 923) la “personalidad anancástica” (11), ni tampoco a Freud al tratar (en 1. 908) sobre el “carácter anal” (12) y que Reich hizo caer sobre ellos (en 1. 933), la losa de entenderlos como “máquinas vivientes”. Todas esas descripciones apuntan a un patrón bastante característico y reconocible cuando les recibimos.

Pues bien, estos individuos tienen la particularidad de crear relaciones con sus compañeras sentimentales en las que él suele ocupar el lugar de “dominante” y “controlador”, mientras que ella ha de someterse voluntariamente a esa especie de director, guía y ostentador del poder más absoluto. Así las cosas, cuando acuden a nosotros no se les puede discutir su idea previa de que la relación se rompería tan pronto como ambos tuvieran libertad y autonomía. Tampoco se dejan doblegar lo más mínimo en la propuesta que mantienen de que en una pareja hay que desplegar medios de control pues, de lo contrario, todo se escapa de las manos y acaba mal; de ahí que, el sometimiento sea el modo de relacionarse predominante. Aunque parezcan seres que vienen de otro tiempo y que están “pasados de moda”, existen en la realidad y también, no cabe duda, sus estrategias de intercambio.

Aunque de la impresión de que los dos son extraordinariamente estables en sus intercambios amorosos y poseedores de una felicidad sin límites, la cosa puede ponerse fea en el instante en que uno de ellos de un paso, por pequeño que sea, en dirección a la autonomía; en ese caso, sería severamente amonestado por el otro. Este fenómeno tiene su razón de ser porque, incluso el dominante precisa al dominado, para poder conjurar ese material que emana de su “lado oscuro” y que cae en el terreno del “tú no serás quién me subyugue” o bien, “ninguna mujer podrá sobre mí, tendría que pasar por encima de mi cadáver”.

Al final, en ese entuerto que lleva su tiempo de desarrollo, ambos pierden totalmente la libertad y el sometimiento es la ley a la que se atienen de modo estricto. Ese notorio afán del ilustre par de tortolitos nos recuerda a la “dialéctica del amo y el esclavo”, que Hegel nos muestra brillantemente en su “Fenomenología del espíritu” (16). En el famoso texto se enuncia cómo el esclavo, contemplando cómo el amo lo necesita, acaba tomando el mando; una nueva muestra del genio hegeliano que tanto impresionó al joven Lacan, cuando asistía en París a las clases de Kojéve.  

Este asunto nos da que pensar, pues la mujer del obsesivo no es un simple muñeco, que se deje arrastrar por él y sin rechistar; llegado el momento, la oprimida va a intentar escapar a la presión y cuando hace eso, el obsesivo está ahí dispuesto a atizarla para que vuelva al redil. Del mismo modo, espontáneamente, esto es, sin la existencia de escapes previos de la compañera, el obsesivo puede apretar la clavija, sintiéndose ella entonces esclavizada y tiranizada en ese nuevo sistema. Lo que antes era puro entretenimiento y agradable para la mujer, ahora acaba siendo displacentero y eso no lo puede aguantar por su propio bien y no es extraño que quiera abandonar la partida.  

En cualquier caso, se entablan luchas de magnitud impresionante, que contemplamos indirectamente en nuestros consultorios pues, afortunadamente, no somos testigos presenciales de las mismas. Cuando la crisis se despunta, contemplamos a dos personas desesperadas en rivalidad imaginaria, de forma tal que uno solo puede triunfar, teniendo la razón de cuanto ha sucedido, mientras que el otro es perdedor en la interminable batalla lógica. Es bien sabido que los obsesivos son maestros en ese arte que inventó Aristóteles en el siglo IV antes de nuestra era.  

Los dos exhaustos rivales deberían aprender que es posible la existencia de una relación en libertad y que pueden estar juntos sin la expresa necesidad de tener tantos controles o normas, ni de ostentar alguno de ellos el poder más absoluto. Incluso, sería bueno que supiesen que la relación no desaparecería si conservaran ambos ciertos campos de acción personal al margen del otro y tuvieran iniciativas en esos terrenos. Pero, a ver quién es el que logra modificar a personajes tan tercos.

En esta evolución, que se presume favorable, la terapia analítica es un poderoso motor de progreso y evolución. De la misma forma, el tratamiento que nosotros realizamos puede beneficiar al obsesivo a perder el miedo a la intimidad, contra la que pone empalizadas defensivas que no tienen parangón. Pero, hay que estar muy despierto porque muchos de estos elementos psicológicos pueden revivirse en la consulta en la persona del analista, de forma que el paciente concluya: “este me quiere manejar, dominar o hacer conmigo lo que le dé la gana”, ante lo que intentará salir disparado de la consulta e interrumpir el tratamiento. Ahí Lacan (17) nos dio la gran lección, cuando indicó que debemos procurar mantenernos a salvo de los “fuegos transferenciales”.

Así pues, la normativización extrema de las relaciones humanas que intenta el obsesivo nunca le va a salir bien, pues la condición humana opera al contrario de lo que este singular personaje piensa: mientras más se organizan las cosas, paradójicamente, más se escapan y peor salen. Tendremos que escuchar a Bacon, cuando parecía que estaba sentenciando sobre el obsesivo: “Representa un extraño deseo buscar el poder y perder la libertad”.  


Bibliografía

1. Freud S. Las neuropsicosis de defensa, en Obras Completas (vol. 1). Madrid: Biblioteca Nueva, 1. 981. 2. Freud S. Obsesiones y fobias, en Obras Completas (vol. 1). Madrid: Biblioteca Nueva, 1. 981.

3. Freud S. La herencia y la etiología de las neurosis, en Obras Completas (vol. 1). Madrid: Biblioteca Nueva, 1. 981. 4. Freud S. Nuevas aportaciones sobre las neuropsicosis de defensa, en Obras Completas (vol. 1). Madrid: Biblioteca Nueva, 1. 981.

5. Freud S. La sexualidad en la etiología de las neurosis, en Obras Completas (vol. 1). Madrid: Biblioteca Nueva, 1. 981. 6. Freud S. Los actos obsesivos y las prácticas religiosas, en Obras Completas (vol. 2). Madrid: Biblioteca Nueva, 1. 981. 7. Freud S. análisis de un caso de neurosis obsesiva (caso “El hombre de las ratas”), en Obras Completas (vol. 2). Madrid: Biblioteca Nueva, 1. 981.

8. Freud S. La disposición a la neurosis obsesiva, en Obras Completas (vol. 2). Madrid: Biblioteca Nueva, 1. 981. 9. Freud S. neurosis y psicosis, en Obras Completas (vol. 3). Madrid: Biblioteca Nueva, 1. 981. 10. Freud S. La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis, en Obras Completas (vol. 3). Madrid: Biblioteca Nueva, 1. 981.

11. Schneider K. las personalidades psicopáticas. Madrid: Morata, 1. 962.  

12. OMS. 10ª Revisión de la clasificación Internacional de las Enfermedades: Trastornos Mentales y del Comportamiento. Madrid: Meditor, 1. 992.

13. APA. DSM-IV. Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Bacelona: Masson, 1. 995.  

14. Willi J. La pareja humana: relación y conflicto. Madrid: Morata, 1. 985.

15. Freud S. El carácter y el erotismo anal, en Obras Completas (vol. 2). Madrid: Biblioteca Nueva, 1. 981.

16. Hegel G. W. F. fenomenología del Espíritu. Madrid: Orbis, 1. 984.

17. Lacan J. Escritos (2 vols. ). Madrid: Siglo XXI, 1. 977.  


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