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Los adolescentes hablan de las adicciones.

Fecha Publicación: 01/01/2003
Autor/autores: Silvia Di Segni Obiols

RESUMEN

Un trabajo en el cual se da la palabra al los adolescentes quienes escriben lo que opinan o han vivido en relación a las adicciones. Se recoge material de 200 trabajos realizados por jóvenes de 17 a 18 años del Colegio Nacional de Buenos Aires, Argentina.


Palabras clave: Adicciones, Adolescentes, Por sí mismos
Tipo de trabajo: Comunicación
Área temática: Adictivos, Trastornos relacionados con sustancias y trastornos adictivos .

Los adolescentes hablan de las adicciones.

(Teenagers speak on substance abuse. )

Silvia Di Segni Obiols.

Médica psiquiatra, Docente del Departamento Humanidades Médicas, Facultad de Medicina (UBA) y Profesora de psicología en el Colegio Nacional de Buenos Aires.

PALABRAS CLAVE: Adolescentes, Adicciones, Por sí mismos.

(KEYWORDS: Teenagers, Substance abuse, By themselves. )

página 1
 
[2/2/2003]


Un trabajo en el cual se da la palabra al los adolescentes quienes escriben lo que opinan o han vivido en relación a las adicciones. Se recoge material de 200 trabajos realizados por jóvenes de 17 a 18 años del Colegio Nacional de Buenos Aires, Argentina.

 


Introducción

La segunda mitad del siglo XX vio crecer exponencialmente las investigaciones psicológicas dedicadas a la adolescencia al mismo tiempo los jóvenes se ubicaban en el centro del escenario social e iban desplazando, correlativamente, al adulto en el lugar de modelo en el imaginario colectivo. Como parte de esas investigaciones en las últimas décadas se hicieron interesantes encuestas sobre la población adolescente pero fue menos frecuente que se trabajara sobre la producción realizada por los mismos jóvenes en su lugar natural de trabajo intelectual, la escuela.

En mi calidad de psiquiatra y docente siempre he considerado que la docencia cumple una importante función preventiva y que es necesario enfocarla comenzando por reconocer el conocimiento vivencial que los jóvenes tienen sobre algunos temas como el consumo de sustancias, la insuficiente información y experiencia que muchos adultos tienen sobre los mismos, las contradicciones que la sociedad que los rodea expresa al respecto. Con ese referente y escuchando lo que tienen para decir es posible lograr un intercambio mucho más fructífero que con la mera exposición por parte del docente. Este trabajo intenta exponer una síntesis de lo expresado en 200 trabajos realizados por jóvenes de 17 y 18 años del Colegio Nacional de Buenos Aires durante los años 2001 y 2002.

Antes de dejarles la palabra a los adolescentes considero necesario hacer algunas consideraciones sobre el lugar que ellos y nosotros, los adultos, ocupamos en la sociedad actual consideraciones que he desarrollado en un par de libros sobre el tema (Obiols G, Di Segni S, 1993; Di Segni Obiols S, 2002).

Luego de la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, en los años 60 del siglo XX la juventud sube al escenario social en Occidente llegando a ocupar un lugar de modelo que no había tenido anteriormente. Ese proceso fue posible en la medida en que se produjo la caída de la figura fuerte del hombre que había sido hegemónica hasta ese momento y fue acompañada con el progreso de la mujer en el espacio público. Los jóvenes de los años 60 en EEUU y Europa se encontraron con una posibilidad nueva: crecer sin una figura fuerte de padre que les dirigiera la vida, con madres que progresivamente se iban ocupando más en tareas ajenas a la casa y la familia y abrían otras posibilidades a sus hijas, con adultos que perdían la homogeneidad de ideas y de valores que habían consolidado rígidamente durante el siglo XIX. Encontraban, en cambio, adultos que dudaban sobre qué hacer con sus hijos, adultos que intentaban sin éxito reeditar lo que sus padres habían hecho con ellos, adultos que se mimetizaban con sus hijos y abandonaban el rol adulto. En torno a esos jóvenes que ocupaban lugares, como las discotecas, y tiempos, como la noche, la era posindustrial descubre un nuevo mercado. Por primera vez se producen artículos destinados a los jóvenes: ropas, aparatos de música, rock, motocicletas y detrás de ellos una serie interminable de insumos, entre ellos alcohol y otras sustancias adictivas. Estos últimos encajan a la perfección con el ideal de descontrol que la llamada “cultura adolescente” genera. Nacida en oposición a la mentalidad burguesa hegemónica en los sectores medios urbanos que buscaba la estabilidad, que rehuía todo cambio, que temía por sobre todo el descontrol, que había generado neurosis con su exceso de represión, la cultura adolescente reivindicaba todo lo contrario: la inestabilidad como fuente de creatividad, el desorden, el amor libre, el “aquí y ahora”. Si para sus padres el deber debía estar antes que el placer, para los jóvenes había que hacer un giro de 180 grados y ubicar al ello en el lugar del superyo. La crisis de la mentalidad burguesa parecía por entonces un proceso inevitable, como lo señalara José Luis Romero, y en contra de ella el hippismo en su momento se consolidó como un ideal rebelde que abrió nuevas puertas y generó propuestas artísticas brillantes.

Con el tiempo los hippies de entonces crecieron y, ya adultos, muchos de ellos institucionalizaron un modo de vida que se constituyó en una buena fuente de ingresos: las discotecas, las grabadoras, la producción de espectáculos, la moda, la venta de sustancias adictivas con publicidad “joven” como la cerveza para reemplazar a las bebidas sin alcohol, grandes capitales dirigidos a los jóvenes manejados por adultos. Adultos – adolescentes que renuncian a un papel diferenciado de los jóvenes, que compiten con ellos de igual a igual o se convierten en compinches.

Muchos otros adultos están, o estamos, preocupados por todo este proceso y sentimos que no es fácil oponerse a la cultura adolescente que corre en contra y cuenta con el aval de los medios masivos. Creemos que los jóvenes están completamente involucrados en esa corriente y que hemos perdido la partida antes de comenzar a hacer algo al respecto porque lo que tenemos para ofrecerles como padres o docentes no los seduce.

Es interesante subrayar que, cuando adoptamos esta posición, nos estamos sometiendo nosotros mismos a la desestima que la cultura adolescente tiene hacia los adultos pero ésa no es, necesariamente, la opinión de los jóvenes que forman parte de ella. En lo que sigue se verá que esto no es cierto, que muchos de ellos son lúcidos críticos de lo que les rodea y que a menudo coinciden con lo mismo que criticamos nosotros pero, por su edad, son más débiles para mantenerse al margen de la corriente. Requieren de ayuda al respecto.

 

Los trabajos de los estudiantes que se exponen en lo que sigue surgieron como trabajo de finalización del curso de psicología, materia de último año en el Colegio Nacional de Buenos Aires. La metodología implementada fue:

1. el dictado de clases en las que se trabajó sobre los conceptos básicos: sustancia, uso, abuso, dependencia, tolerancia, síndrome de abstinencia y se discutió el concepto de “adicción” y se intercambió información sobre las principales sustancias que circulan y sus efectos en la intoxicación aguda y crónica. Los conceptos básicos fueron definidos en base al DSM – IV (APA, 1994) y a la Sinopsis de psiquiatría (Kaplan H, Sadock B, Grebb JA, 1994). Sobre este punto, una de los primeras sorpresas es comprobar que los jóvenes conocen muchas drogas por su nombre, las han probado o las han visto usar pero no tienen mayor información sobre sus efectos tóxicos;

2. la solicitud de que hicieran un trabajo en el cual aplicaran la información estudiada al análisis de una experiencia personal o en el desarrollo de sus ideas sobre el tema. Podían usar para expresarse el ensayo, el cuento o la poesía pero la extensión no podía superar las dos carillas.

Los resultados fueron muy interesantes y una publicación sin fines de lucro, el periódico Posiciones. Primer periódico argentino sobre adicciones y alcoholismo (AAVV, 2002), realizó un concurso premiando a diez y publicados los cinco primeros premios en un número especial. La mayoría de los jóvenes escribió el trabajo con su nombre y apellido; algunos pidieron que, en caso de ser publicados, se lo hiciera con un seudónimo; otros pidieron no ser publicados en ningún caso. Había razones para ello: alguien relataba con gran dolor la experiencia de un padre que había fallecido de cáncer de pulmón y que nunca había aceptado, a pesar de la presión de sus hijos, dejar de fumar; otro relataba la muerte por sobredosis de heroína de un compañero de escuela que había comenzado a consumiendo vino a los 11 años. Los que pidieron utilizar seudónimos fueron aquellos que criticaban duramente a los mayores o bien a sus pares que consumían sustancias y querían proteger a otros o protegerse ellos mismos. En lo que sigue se ha utilizado material de los trabajos presentados y se optó por no citar el nombre de ninguno de los autores.

  

Iniciarse en la adicción

Los jóvenes se ven presionados para “probar” alcohol y otras sustancias. ¿Qué significa “probar”? ¿Cuándo se termina de “probar” y se está abusando? Una joven relata así su experiencia en medio de una fiesta, cuando siente que si no prueba queda afuera del grupo:

Uno de los chicos saca un papel y empieza a armar un porro. Yo miraba en silencio mientras el cigarrillo pasaba de mano en mano, hasta que llegó a una amiga que lo tomó con naturalidad.

- ¿Vos fumás? – pregunté
- Probé un par de veces.

En el momento no le presté demasiada atención a la respuesta, porque ya había llegado mi turno y la cosa era probar yo también, tratar de tragar el humo, lo que fue bastante difícil, ya que no fumo ni tabaco. La cosa era probar y que pasara algo.

La primera cuestión que se analiza es la de diferenciar el “probar” del consumir habitualmente y engañarse con la “prueba”; la segunda qué se esta “probando” en realidad. La misma joven logra tomar distancia y observar a sus amigos con otros ojos:

A la distancia no los veía como los rudos de entonces sino como nenes tratando de parecer más grandes, jugando a entrar en un mundo adulto del que no lograban ser parte. Estaban probando ser otros. Probar, ésa es la cuestión, ver adónde encajan, cuál es su lugar.

Sobre el mismo tema otro joven razona así:

Lo que le pasa a la mayoría de los chicos (vamos a poner el ejemplo de la marihuana) la primera vez que consumen es que lo hacen – en mi opinión – o por querer estar mejor integrados en el grupo de amigos, “ya que todos lo hacen, cómo yo no” o que simplemente quieren llamar la atención. En el primero de los casos se puede escuchar la típica justificación: “. . . total no debe hacer muy mal, Pepe fuma y es un capo. . . ” o piensan: “. . . y bueh, yo sé que es una mierda y a hacer mal, pero hasta las chicas están fumando y sólo lo hago una vez. ”

Para los varones que una chica beba o fume es una presión más que apunta directamente a su machismo. El descontrol es, además, festejado como una especie de rito de iniciación:

Otro problema es que cuando uno se pone muy ebrio, al otro día te lo festejan: “Pelado, fisuraste y encima arriba del pantalón nuevo de Leo, ¡qué grande!”

En una época que promueve mucho menos la represión en los niños y jóvenes de lo que había ocurrido en la primera mitad del siglo XX los jóvenes dicen que buscan el alcohol para desinhibirse:

Es más que habitual que los jóvenes tomemos alcohol en fiestas o reuniones pero, ¿hay una razón para hacerlo?. En general lo que se busca es la desinhibición para animarse a hacer cosas que en estado de sobriedad no se harían

Y la misma autora cuenta su propia experiencia en un momento en que, con una fuerte crisis personal no toleraba sentirse fuera del grupo de pares:

Sinceramente, lo que me llevó a tomar, más allá de la curiosidad, fue el sentirme deprimida. Me sentía, por un lado, defraudada de mí misma por haber hecho cosas de las cuales no me creía capaz, y por el otro, lastimada por una relación de pareja (vale aclarar que soy una persona demasiado exigente conmigo misma de ahí mi sentimiento de decepción por haber faltado a mis valores morales.

 

Como no había manera de volver el tiempo atrás y de modificar las cosas sentía que todo estaba perdido, que yo estaba perdida por no haber respetado mis principios y que entonces nada me importaba. Tomar alcohol fue una forma de hundirme aún más, de decir: como me siento mal y no hay manera de repararlo entonces tomo y me siento aún peor. No tomé buscando una solución sino como una especie de “castigo”.

Ante una crisis personal es difícil resistir la presión grupal, además el alcohol le ofrece la posibilidad de “soltarse”, de divertirse más disolviendo su superyo en él. Cuando toma conciencia de que ha sido débil, se castiga con más bebida. El círculo que puede llevar a continuar hacia el abuso está delineado.

Es necesario retomar el tema de la desinhibición. Estos jóvenes que nacieron mucho después de los años 60, de la revolución sexual, que admiran a los Beatles y otros grupos de la época, a la hora de relacionarse entre sí, se sienten inhibidos. Esto es más fuerte en los varones quienes creen que beber es necesario para acercarse a las chicas y luego no pueden hacerlo porque caen descompuestos o dormidos en la mitad de la fiesta. Dice uno de ellos:

Justo en la época en la que a uno se le da por experimentar con el mundo que lo rodea y se siente atraído por rebelarse contra lo que le vienen inculcando sus padres, por desinhibirse para ganarse la amistad de los demás y unirse a un grupo o conocer chicas (/os, según los gustos), le ofrecen drogas.

En un época en la que los padres de estos jóvenes ya no inciden en la elección de pareja, cuando se ha borrado todo vestigio de ceremonial en torno al acercamiento de los sexos, cuando no sólo no se combaten sino que se estimulan las relaciones sexuales prematrimoniales, estos jóvenes de sectores medios urbanos parecen sentir miedo a la libertad y se acercan a las drogas para superar inhibiciones.

 

"Sustancias" raras

Otro de los temas que interesó a los jóvenes fue extender el concepto de adicción a otras situaciones que no fueran el consumo de sustancias pero que respondieran a las mismas características. Encontraron varias. Un varón ironizó sobre la adicción al fútbol que, en Argentina no es difícil de satisfacer ya que se pueden ver partidos casi todos los días o más de una vez al día durante el fin de semana. Un personaje inventado por él se acercaba a un grupo de autoayuda llamado “De esta sí que salgo” para solucionar su problema con el fútbol desde que su equipo saliera campeón a sus quince años. Desde entonces su necesidad de fútbol fue creciendo y ahora:

ningún trabajo me dura más de un mes, no puedo evitar el faltar para ver cualquier partido de fútbol en la televisión. Sin ir más lejos, hoy estoy acá porque estoy grabando el partido que se está jugando entre Kuwait y Antigua y Barbuda por las eliminatorias del mundial. No puedo relacionarme con nadie, nadie me entiende.

Pero no sólo aparece el fútbol entre las “sustancias” raras, un joven aporta un tierno recuerdo de reminiscencias proustianas:

Puedo decir, sin vergüenzas, que de chico era adicto a la sonrisa de mi madre. recuerdo observarla desde el refugio de las frazadas como una luna horizontal, amplia, recostada sobre labios invisibles.

Y el mismo autor enumera las que considera otras adicciones:

También he tenido la lamentable suerte de conocer adictos a sí mismos. Caso particular éste, pues se refugian en lo que escapan. Egocéntricos, narcisistas, son el mismo monstruo del que huyen despavoridos. Es quizás por eso que alojan tantas contradicciones, certezas y rechazos. Por suerte, he también tratado con los otros, los adictos al amor, hechos de ingenuidad, de prisa, de frenesí.

Un grupo de estudiantes, preocupados por su propia experiencia que les había traído problemas en su rendimiento académico, trataron el abuso a un juego de red. Uno de ellos relataba:

Recuerdo la primera vez que oí hablar de Kimochi. Aún no era conocido pero ya causaba furor entre mis amigos. Yo ni siquiera sabía qué era. Un día me lo explicaron: algo así como 60 computadoras conectadas en red y se juegan juegos por equipos. Hay varios para elegir, pero el mejor es el counter - strike.

Es interesante notar que, como les pasa a muchos con el alcohol y el cigarrillo, al comienzo no le gustaba pero:

el hecho de matar a mis amigos me resultaba más fácil y atractivo cada minuto”. Al mes concurrió una semana entera de tres a siete horas por día. (. . . ) voy a explicar qué siente uno después de estar siete horas jugando al counter - strike, ya que no es algo que le suceda a la mayoría. El sentimiento más importante es la culpa, que empieza a azotar luego de la tercer hora y que se vuelve realmente molesto a partir de la quinta. A la hora de pagar llega el arrepentimiento, ese que nos hace jurar en vano que nunca más volveremos. Y todo esto mezclado con una enorme confusión ya que se hizo de noche y no se percibió el paso del tiempo.

Otro caso de adicción especial fue analizado por un varón que trataba la difícil articulación entre las exigencias escolares y la participación en la cultura de la noche, todo lo cual se hace a expensas del sueño. Queda claro que para poder concurrir a clases por las mañanas habiendo salido por la noche hasta muy tarde y, además, ir a clases especiales o a entrenamientos de deportes durante las tardes, además de cumplir con los requerimientos académicos, las horas del día no alcanzan. Para estirarlas:

Es aquí donde entra en escena la adicción a la cual haré referencia en este texto: la adicción a los métodos que eliminan o disfrazan las consecuencias de la falta de sueño, el exceso de estrés y de actividades.

Señala entre ellas el café, las cafiaspirinas y otros compuestos estimulantes. La dimensión de este abuso se puede valorar cuando aparecen casos de jóvenes que presentan úlceras sangrantes por consumir alcohol en exceso durante las noches y cafiaspirina y café durante el día para mantenerse despiertos y matar el dolor de cabeza. El autor señala, lúcidamente, que, entre sus amigos consumir aspirinas y café para mantener todas las actividades, lúdicas y académicas, es considerado normal en vez que expresión de abuso.

También hubo quien centró su análisis en la “adicción al poder” de los políticos y se pregunta:

¿Qué ingredientes posee el poder que atrapa, seduce, procrea la infaltable corte de halagos y convierte a sus detentores en unos adictos al elogio? ¿Qué vacío busca compensar esa fascinación desmedida por ejercer el control de la voluntad de otros? ¿Cuáles son las causas de esa embriaguez que provoca el poder, que aleja a quienes lo ostentan de toda perspectiva realista de las situaciones?

Y concluye:

Finalmente cabe plantearse si existe o no alguna vacuna contra la adicción al poder, adicción cuyos efectos nocivos se propagan rápidamente a todos los que de una u otra manera dependen del adicto al poder. Quizás ella sea la reflexión introspectiva que conduzca al ejercicio del poder en un ámbito de control, equilibrio y ecuanimidad. En lo político esto significa que la democracia, entre otras cosas, es un constante terapia contra tal adicción que no debe ser abandonada.


Adultos adictos, jóvenes sanos

Particularmente interesantes son los trabajos de aquellos jóvenes que representan el equilibrio ante mayores que no pueden superar sus adicciones. Así una joven decide irse a vivir con su padre porque no logra que su madre deje de fumar y ella no tolera el cigarrillo; otra no logra aceptar que su admirado abuelo, un reconocido profesional haya sido internado en terapia intensiva por graves problemas respiratorios y apenas salido de allí, vuelva a fumar. La responsabilidad de aquellos adultos que aparecen como modelos por ser artistas exitosos, también surge de otro trabajo donde se lee:

El problema, pienso, pasa por una carencia de modelos fuertes. En nuestra sociedad Charly es un “capo” por drogarse y Calamaro nos invita a sentarnos en un banco a fumarnos un porrito sin ningún tipo de censura.

Sobre Charly Garcia, músico excepcional de gran influencia entre los jóvenes que ha debido ser internado algunas veces por su adicción y ha tenido problemas con la policía, otro joven cuenta:

Desde que tengo uso de razón que siento idolatría por el singularísimo personaje de Charly García. Tendría yo tres años cuando mi mamá ( que desde los años de los Beatles no consumía música de rock) empezó a traer a casa grabaciones en cassette de los discos de García.

El creció jugando con la música de García de fondo hasta que un día se produjo un hecho que le creó una fuerte angustia:

Pero mi verdadero primer “encuentro” con la droga fue cuando alguien (que me imagino no pertenecería al seno de la familia como para desilusionarme de tal forma) me dijo algo referido a Charly que debe haber sonado más o menos: “lástima que se drogue”. A partir de ese momento, se produjo una severa contradicción en mi interior porque, si bien no entendía bien qué era la droga, tenía inculcada ya la noción de que no era nada bueno. Ahora bien, ¿cómo alguien tan genial como Charly podía estar metido en algo tan ignominioso?

El papel que juegan los mayores, no sólo consumiendo ellos mismos sino también alentando el consumo de los más jóvenes desde posiciones “amistosas” es referido por otra joven que, además, se sorprende de que dos amigos que consumen pertenezcan a familias muy parecidas a la suya:

En un principio el consumo de ambos consistía en fumar marihuana ocasionalmente ( cada uno por separado). A partir del momento en que comenzaron a frecuentar un grupo de gente mayor a ellos que consumía drogas más “pesadas”, lo que empezó como un juego, un simple uso de las mismas (es decir, ocasionalmente por diversión dentro de ese grupo) terminó en abuso.

Lo más llamativo a mi parecer es que los dos chicos son chicos bien, es decir de familias “tipo”, con vidas aparentemente normales y con padres que se preocupan mucho por ellos (o por lo menos intentan). Sin embargo es clara la omnipotencia de ambos: no lo consideran como algo malo que les pasa, sino como una diversión, de la que saldrán cuando tengan ganas.

Otra joven crea un cuento en el cual el padre es un alcohólico a quien su hijo echa de la casa y, un día, se entera de que ha muerto a causa de su enfermedad. Pero no es fácil echar de casa a un padre que por su enfermedad se ha ubicado en el lugar de hijo:

Luego del entierro nuestra vida prosiguió igual que siempre. Pero algo se nos metió adentro, una espina maldita e inconveniente que antes no estaba. La duda, la terrible duda. El auto-reproche más duro ¿pudimos haber hecho algo por él? ¿pudimos haber evitado que muriera en condiciones tan patéticas, tan deprimentes?¿pudieron las cosas haber sido de otro modo?
Nos resguardamos en la excusa de que hicimos lo que pudimos, lo que tuvimos que hacer por nuestro propio bien. Pero la espina sigue allí, clavada en el fondo de nuestras vidas para quedarse y mortificarnos. Sobre todo a mí que no creo que me salve nunca por lo que le hecho a ese pobre hombre.

También aparecen en estos relatos los adultos traficantes y encubridores de la droga, como los que descubre un estudiante en la “mecánica dental” de al lado de su casa donde claramente no se trabaja en lo que se dice sino que se vende droga. Ante la impunidad ironiza:

En la mecánica dental que acabo de describir se ve todas las semanas un coche de policía que se estaciona en la puerta. Un oficial baja, golpea la puerta y tras charlar unos minutos con quien la va a abrir, se retira con un sobre de papel madera que sin duda alguna contiene una prótesis dental para alguien de la comisaría. Los policías de nuestro país deberían cuidar mejor sus dentaduras.


Adultos ausentes, jóvenes sustitutos

La adolescentización de la sociedad posmoderna ha diluido progresivamente el rol adulto. Muchos jóvenes tienen padres y madres que compiten con ellos en juventud, consumo de sustancias y búsqueda de éxito. A menudo son ellos mismos quienes intentan sustituir esos roles con sus amigos /as huérfanos de figuras adultas. Esto es lo que se relata en un artículo llamado “Mamá se busca” en el cual la autora habla de una amiga que fuma marihuana desde hace algunos años, tiene 17, y su mamá lo sabe. Se trata de una chica que presiona para que sus amigos también fumen, cosa que la amiga no tolera. Cuando sale con ella tiene que ocuparse de cuidarla, alguna vez se llevó un susto muy fuerte porque se caía y no coordinaba sus palabras. La llevó a su propia casa para que se repusiera y a la mañana siguiente la amiga le confesó que hacía un tiempo le estaba pegando mal la marihuana; al irse le dijo:

Gracias Ale, sos como mi mami, me cuidás.

La autora concluye:

Ahí entendí por qué esa necesidad de fumar. No es que la necesitara para divertirse. Creo que la necesitaba para comunicarse con la madre, para llamar su atención. Está pidiendo a gritos un límite, una madre no una amiga.

La crítica a los adultos que no asumen bien su rol también apunta a la propaganda contra las drogas. Hubo una hace un par de años en nuestro país en la cual dos personajes de historieta conversaban sobre el tema con un funcionario. Los jóvenes rápidamente ridiculizaron la campañas diciendo que sólo alguien que consumiera drogas podía hablar con personajes de historieta. Y una adolescente escribe sobre el tema:

De hecho presiento que lo que se genera en el receptor es una ansiedad por contradecir lo que en la propaganda se mantiene: acción opuesta en su totalidad a la anhelada.

Y un varón aconsejaba:

Para llamar la atención de los jóvenes es necesario ponerse en su lugar, pensar como piensan ellos y utilizar el vocabulario que utilizan ellos. Es imprescindible sorprenderlos, shockearlos y producir así el efecto deseado.

De todos modos los jóvenes tienen muy asociado el descontrol con la juventud y esto no es fácil de revertir. Como dice uno de ellos:

En fin, yo creo que las adicciones son algo que hay que solucionar y que no hay que dejarse influir por los demás. La típica “probadita” puede llevarte a una adicción y hay que saber medir lo que uno hace: Sin embargo pienso que a veces hay que darse el gusto y hacer lo que uno quiere. Después de todo, yo también soy un adolescente.


Conclusiones

En las últimas décadas los docentes hemos debido dejar de lado el lugar del saber absoluto y reconocer que en nuestra tarea aprendemos de nuestros jóvenes alumnos. Para prevenir males como el abuso de sustancias estas premisas son indispensables para todos los adultos involucrados en la tarea. Docentes, pediatras, psicólogos y psiquiatras que trabajemos con adolescentes debemos poder recibir información de ellos al mismo tiempo que les brindamos la nuestra. Para que ese proceso sea fructífero será necesario conocer sus códigos, reconocer su experiencia vivencial y valorar la importancia de la información que nosotros manejamos. También es necesario considerar que no hay prevención posible si no involucramos en ella a los adultos en conjunto. Y al trabajar con la generación a la que pertenecemos debemos tener en cuenta muchos tienen muy poca experiencia vivencial y menos conocimiento teórico sobre sustancias adictivas y adicciones.

Como generación adulta es imprescindible hablar desde una postura autocrítica ya que son adultos quienes gestionan la “cultura adolescente” que presiona al consumo y al descontrol, quienes también abusan de sustancias, quienes las trafican. Los jóvenes no admiten un discurso que no incluya la aceptación de nuestras contradicciones como generación. Esas contradicciones aparecen claramente en los frustrados intentos de campañas preventivas sobre el abuso de sustancias. Adultos tradicionales hacen campañas manejando códigos tan lejanos a los jóvenes que no llegan a su objetivo; adultos adolescentes que intentan mimetizarse con ellos y manejan muy bien los códigos y los medios masivos hacen campañas vistosas pero que no siempre tienen claro el objetivo preventivo ya que ellos mismos son, a menudo, consumidores.

Prevenir el abuso de sustancias entre los jóvenes supone, a mi criterio, apuntar a ellos pero también y con mucha fuerza a los adultos que los rodean. No es raro encontrar padres que creen que su hijo es un adicto porque probó un cigarrillo de marihuana y otros que creen que su hijo no lo es cuando vive sumergido en humo de marihuana. Parte de nuestra autocrítica supone aceptar que debemos educarnos al respecto.


Bibliografía

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