PUBLICIDAD-

Los factores socioculturales en los trastornos de la conducta alimentaria.

Autor/autores: Ignacio Jáuregui Lobera
Fecha Publicación: 01/03/2006
Área temática: Personalidad, Trastornos de la Personalidad .
Tipo de trabajo:  Conferencia

RESUMEN

La observación de datos clínicos, históricos y antropológicos que muestran la asociación entre algunos aspectos específicos del contexto sociocultural y la presencia de trastornos alimentarios y alteraciones en los hábitos alimentarios sugieren alguna contribución de lo sociocultural en la etiología de dichos trastornos.

También la diferente prevalencia de tales trastornos en función del contexto cultural y étnico apunta en la misma dirección. Por último, la expresión clínica diferente en distintas culturas ratifica la importancia de estos factores. En la globalización de ideas, valores e imágenes juegan un destacado papel los medios de comunicación.

Palabras clave: TCA


VOLVER AL INDICE

Url corta de esta página: http://psiqu.com/1-3253

Contenido completo: Texto generado a partir de PDf original o archivos en html procedentes de compilaciones, puede contener errores de maquetación/interlineado, y omitir imágenes/tablas.

Los factores socioculturales en los trastornos de la conducta alimentaria.

Ignacio Jáuregui Lobera.

Hospital Infanta Luisa. Sevilla.
Virgrn del Monte 31 
C. P: 41011 
Sevilla

La observación de datos clínicos, históricos y antropológicos que muestran la asociación entre algunos aspectos específicos del contexto sociocultural y la presencia de trastornos alimentarios y alteraciones en los hábitos alimentarios sugieren alguna contribución de lo sociocultural en la etiología de dichos trastornos. También la diferente prevalencia de tales trastornos en función del contexto cultural y étnico apunta en la misma dirección. Por último, la expresión clínica diferente en distintas culturas ratifica la importancia de estos factores. En la globalización de ideas, valores e imágenes juegan un destacado papel los medios de comunicación.

Diferentes datos de observación (clínicos, históricos, antropológicos) nos llevan a concocer que ciertos aspectos del contexto sociocultural se asocian a trastornos de la conducta alimentaria (TCA) o a alteraciones alimentarias. Por otro lado, algunos datos de población muestran que hay diferente prevalencia según culturas y etnias. Un creciente número de estudios (experimentales y epidemiológicos) relacionan factores de riesgo socioculturales con aumento de prevalencia de TCA. Otro dato de observación es que las manifestaciones de la anorexia nerviosa presentan variaciones en función de las diferentes culturas. Aunque no se conoce bien cómo actúa el contexto sociocultural, resulta estrictamente necesario el conocimiento de estos aspectos para los programas de prevención. Al hablar de factores socioculturales, algunos de los más estudiados han sido los que presentamos a continuación.


A propósito de otras culturas y grupos

Pieles de todos los colores, vestuario variopinto, fiesta el viernes, el sábado o el domingo, idiomas diferentes con gestos que nos acercan, costumbres, dietas diferentes…. tenemos de todo, nos tenemos. La anorexia de niñas bien, ricas ellas, muy inteligentes y guapas quedó atrás, en este caso desgraciadamente. Nos estamos globalizando y eso tiene su miga, aquí ya no hay fronteras ni para enfermar.

Desde el punto de vista histórico los trastornos de la conducta alimentaria han estado ligados a nuestro contexto sociocultural. El incremento de su prevalencia en pocos años y en un contexto determinado avalan algo más que los determinantes genéticos. Los datos de Europa occidental y Estados Unidos, así como de países no occidentales pero industrializados y con economía occidental (Japón), revelan el problema de modo similar en sus cifras. A esas cifras se van encaminando los países de la antigua esfera soviética en su vocación asimiladora de nuestra prosperidad. Los datos de países asiáticos tradicionales no permiten extraer conclusiones pues tampoco abundan los estudios. Los trabajos de Lee en Hong Kong ponen de manifiesto algo similar en cifras pero con diferencias en la expresión del trastorno (Lee et al. , 1993; Lee, 1997) (1, 2). De África nos llegan pocas noticias pero zonas, áreas que fueron colonias, con población de gustos occidentales parecen presentar actitudes y conductas de riesgo evidentes (Hooper, 1986; Oyewumi y Kizarian, 1992) (3, 4). En América del Sur y la zona del Caribe se dan dos fenómenos. Zonas de cultura claramente occidental presentan datos similares a los nuestros, en otras zonas se sigue hablando de desnutrición y de la obesidad de los pobres (Anderson-Fye, 2004) (5).

Y dentro de cada cultura parece obligado hacer referencia a las minorías étnicas. En los países de cultura occidental sus minorías parecen tener la misma presencia de estos trastornos. La idea de que dichas minorías parecen estar protegidas sobre la base de que su cultura no sobrevalora la delgadez (incluso se valoran formas más redondeadas) no tiene un adecuado soporte empírico (Anderson-Fye, 2004).

En cuanto a grupos determinados (ciertos ámbitos laborales, deportivos y colectivo homosexual), en algunos parece estar incrementada la presencia de trastornos aimentarios. La literatura que apunta a que bailarinas, modelos, gimnastas, etc. , tienen mayor prevalencia de trastornos alimentarios que la población general es abundante. Parece que por diferentes caminos estas ocupaciones o actividades deportivas aumentan los riesgos:

-Necesidad de mantener un peso para el desarrollo de la actividad.
-Correlación negativa entre peso y alta competición; a más peso, menor probabilidad de entrar en dicha competición.
-Inicio prepuberal de la actividad.

También hay algunos trabajos que encuentran más alteraciones alimentarias en varones homosexuales en comparación con heterosexuales (Carlat et al. , 1997; russell y Keel, 2002) (6, 7). ¿Motivo? No se ha aclarado. Mayor importancia de la apariencia, más estrés…: no hay nada claro. En todo caso, cualquier factor que incrementa la preocupación por la imagen y el peso correlaciona con más presencia de alteraciones alimentarias poniendo de relieve el enorme peso de los factores socioculturales.


Posiciones feministas

Tal vez el punto de partida es la idea de que los roles de género están socialmente determinados, construidos. Como tales tienen una función en la sociedad. La idea de un hombre racional más que emocional bien preparado para el liderazgo y de una mujer emocional, criadora y cuidadora no está lejos de la realidad imperante en las sociedades avanzadas del siglo XXI. Pero otra idea del planteamiento feminista es que estas posiciones sirven pero pasan factura a hombres y mujeres. El significado del cuerpo masculino y femenino está construido socialmente y es diferente. Las diferencias biológicas no parece que sean suficientes para dar lugar a grandes diferencias de roles. Estos se han desarrollado, han crecido, hasta dar lugar a conductas diferentes determinadas sobre la base del género. Que todos los presidentes de Estados Unidos hayan sido hombres y la mayoría de las secretarias del mundo sean mujeres no parece tener sustento biológico. Y en opinión de Fredrickson y Roberts (1997) (8) el cuerpo de los hombres parece definido socialmente para actuar y desempeñar tareas y el de las mujeres para ser mirado y evaluado. Se añade que el cuerpo de la mujer ha de gustar estéticamente y así, invierte más tiempo y dinero en ello que los hombres. Se crea la necesidad de atraer al hombre que dará protección y seguridad económica y emocional. Smolak y Murnen (2004) (9) señalan unos datos interesantes. Ante el mismo trabajo y nivel educativo, las mujeres ganan menos dinero que los hombres; y los hombres sufren más atracos y las mujeres más asaltos sexuales. Las mujeres jóvenes aprenden tres cosas: una buena forma de adquirir seguridad es atraer a un hombre; los hombres miran y evalúan los cuerpos de las mujeres, y muchos hombres prefieren las mujeres que se parecen al ideal cultural. Esta objetualización parece formar parte de las experiencias vitales de las mujeres y afecta directamente a la vivencia de la corporalidad.


Abuso sexual en la infancia y trastornos alimentarios

Fue en los años 80 cuando se empezó a considerar que el abuso sexual en la infancia podría ser un factor de riesgo para desarrollar trastornos alimentarios (Oppenheimer et al. , 1985) (10). En 2002 ya se lleva a cabo un meta-análisis (Smolak y Murnen) (11) sobre el tema. La estimación de la prevalencia de abusos sexuales en la infancia entre los pacientes con trastornos alimentarios tiene serios problemas. Por un lado todavía hay profundas diferencias en la propia definición de abuso sexual (se discute sobre la necesidad de contacto físico o no y sobre la diferencia de edad entre agresor y víctima) y, por otro, hay muchas falsas denuncias de abuso cuando hay de por medio divorcios y pugnas por la custodia. La revisión más completa hasta la fecha es la llevada a cabo por Wonderlich et al. , 1997) (12) examinando diferentes hipótesis en relación con el tema. Estas serían:

-El abuso sexual en la infancia se asocia significativamente a sintomatología alimentaria.
-El abuso se asocia específicamente a síntomas bulímicos más que a sintomatología propia de anorexia restrictiva.
-El abuso sería un factor específico de riesgo para desarrollar trastornos alimentarios.
-En pacientes con trastornos alimentarios, el abuso se asocia con más comorbilidad psiquiátrica.
-El abuso sexual se asocia a mayor gravedad en la sintomatología alimentaria.
-Aspectos concretos del abuso se asociarían al desarrollo de alteraciones alimentarias.
-El abuso sexual es anterior al inicio de las alteraciones alimentarias (Wonderlich et al. , 2000) (13).

Finalmente cabe señalar que se han desarrollado tres modelos explicativos de la relación entre el abuso sexual y las alteraciones alimentarias (Thompson y Wonderlich, 2004) (14). Generando vergüenza, insatisfacción corporal, se facilitaría la conducta restrictiva y ésta favorecería el comportamiento bulímico. De otro modo, el abuso facilitaría la impulsividad que podría plasmarse en patologías, como el trastorno límite de la personalidad, el trastorno por estrés postraumático, trastornos disociativos, abuso de sustancias…, y a partir de ello aparecer el comportamiento bulímico; finalmente, el abuso podría generar una multi-impulsividad que daría lugar a una disregulación psicobiológica generalizada con abuso de sustancias, autolesiones, promiscuidad sexual, conducta bulímica, robo, agresiones y gestos suicidas.

En todo caso, aunque el abuso sexual en la infancia se asocia con el desarrollo de trastornos alimentarios y parece preceder a dichos trastornos, por ahora no se considera un factor específico de riesgo. Parece que sería condición necesaria pero no suficiente para generar un trastorno alimentario. No hay pues relación de causalidad demostrada.


Medios de comunicación

Al hablar de la influencia de los medios se adopta con frecuencia la posición de relacionar éstos, concretamente la publicidad, con los trastornos alimentarios. Tratándose de patologías de etiopatogenia tan compleja parece obligado fijar el papel de estos factores y no caer en fáciles simplificaciones. Antes de hablar de influencia de los medios hay que fijar a qué medios nos referimos, si hay una generalizada exposición a ellos, qué dicen los estudios realizados, etc. Algunos datos parecen bien establecidos:

-Todos, niños, adolescentes y adultos, estamos inmersos en los medios de comunicación (Singer y Singer, 2001) (15).
-El contenido de los medios es rico en mensajes no saludables acerca de la mujer, el atractivo físico, los tamaños y formas corporales ideales, el autocontrol, el deseo, la comida y el control de peso (Pope, Phillips y Olivardia, 2000) (16).
-Todos reconocemos claramente algunos esquemas, por ejemplo el de delgadez para las chicas y el de masa muscular-poder para los chicos (Levine y Somolak, 1998) (17).

Pero el daño que provocan los esquemas aumenta cuando hay, además, perniciosas contradicciones. Por ejemplo a la vez que se nos invita a la delgadez se nos ofrecen múltiples alimentos hipercalóricos. Puesto que, además, la televisión o las revistas de moda enganchan por sí mismas, se convierten en mecanismos más emocionales que de elaboración intelectual; se convierten así en medios ideales para transmitir estereotipos (de clase, de género, de belleza y, actualmente, hasta de salud). Las revistas y la televisión son los medios más relevantes en el terreno que nos ocupa y las influencias se concretarían en problemas con la imagen corporal, hábitos alimentarios no saludables y formas no saludables de control del tamaño, el peso y la silueta (Smolak y Levine, 1996) (18).

Los posibles efectos de los medios llevan forzosamente a estudiar el tema de la susceptibilidad. La forma en que experimentamos nuestra imagen corporal está fuertemente determinada por ideales culturales que marcan el modo que tenemos que aparentar en cuanto a atractivo y salud se refiere. En relación con la citada susceptibilidad hay estudios con resultados contradictorios:

-Los que señalan, en relación con la imagen corporal, que los medios no afectan o lo hacen de forma positiva, por ejemplo a adolescentes de 12 a 15 años (Ricciardelli et al. , 2000) (19).

-Otros, basados por ejemplo en entrevistas a adolescentes, concluyen que los medios tienen marcada influencia negativa en cuanto a ideal de belleza y deseo de adelgazar (Tiggemann et al. , 2000) (20).

Nosotros mismos, hace unos años, tratamos de analizar la valoración personal que los pacientes realizan sobre en qué medida se sintieron afectados por la influencia de diversos aspectos sociales en el inicio de su trastorno alimentario, así como estudiar la valoración que hacen los padres de los pacientes sobre los mismos factores y analizar el grado de concordancia en la opinión de unos y otros, pacientes y padres. Para ello, mediante entrevista, se hicieron preguntas relacionadas con la influencia directa (padres, amigos…) e indirecta (medios) en aspectos como dieta, ejercicio y elección de ropa, así como sobre la valoración del grado de ansiedad que produciría la posible separación del grupo de iguales en caso de no seguir las “modas” del grupo. Todas las cuestiones se plantearon por separado a los pacientes y a los padres para posteriormente valorar la concordancia. Fueron entrevistadas 24 pacientes con diagnóstico de anorexia nerviosa restrictiva, en tratamiento ambulatorio y con peso y función menstrual normales. La edad media era 16, 2 años. En relación con la alimentación, las pacientes negaban mayoritariamente (> 90%) la influencia personal directa (amigo, familiar, compañero. . ) mientras que los padres afirmaban su existencia en el 50% de los casos. En cuanto a la influencia de los medios (anuncios, revistas…) el 50% de las pacientes afirmaba su existencia y algo similar encontrábamos en los padres (58%). En general para las pacientes habría mayor influencia de los medios a la vez que niegan mayoritariamente las influencias directas. Ambos factores, directos e indirectos, tendrían una importancia similar para los padres. Sobre el ejercicio físico, la influencia personal directa (amigo, familiar, compañero. . ) fue reconocida por las pacientes en más del 50%, mientras que la mayoría de los padres negaban dicha existencia (83%). Sobre la influencia de los medios (anuncios, revistas…) sólo un tercio de las pacientes la reconocía llegando al 50% los padres que afirman su existencia. En resumen, para las pacientes habría una mayor influencia directa, para los padres el papel de una y otra, directa e indirecta, sería similar. Sobre la compra de ropa, tercera cuestión analizada, las pacientes negaron mayoritariamente (83%) la influencia directa (consejo…. ) o de los medios (modelos, mensajes…. ). Sin embargo, dos tercios de los padres admitían ambos tipos de influencia. Finalmente, sobre la vivencia de grupo las pacientes reconocían, en mayor porcentaje que los padres, la existencia de pánico ante la posible separación del grupo.  

Otro aspecto de interés es la internalización de los ideales de belleza o de apariencia, factor que favorece una imagen corporal negativa y alteraciones en los hábitos alimentarios (Thompson y Stice, 2001) (21). Por último, las comparaciones sociales serían otro elemento a considerar dado que la tendencia a compararse con irreales imágenes (inalcanzables por imposibles) lleva a la insatisfacción y ella a determinadas conductas de riesgo (Levine y Harrison, 2004) (22).

Como en tantos otros asuntos relacionados con los trastornos alimentarios la cuestión no está del todo clara. Como señala Herrero (2005) (23), los medios de comunicación difunden estereotipos que presentan un modelo de mujer joven, bella y muy delgada, y la publicidad manipula la imagen de la mujer hasta límites obscenos. Ahora bien, los medios ¿son causa o espejo de estos modelos? Y Carrillo (2003) (24) ha señalado que la publicidad no es que sea víctima, sino que parece la culpable de todos los males sociales.


Estética, medicina estética y la estética de la medicina

Etimológicamente, el vocablo estética deriva del griego aisthetiké (propio de los sentidos). Sería la ciencia relativa a los sentimientos, más concretamente a la belleza. Desde que en 1752 Baumgarten usara la palabra estética, se considera como la ciencia que trata de la belleza y de la teoría fundamental y filosófica del arte.

¿Qué es la belleza?. Podemos decir que resulta imposible definir la belleza. En realidad, pretender dar una definición de la belleza es, como dice Eugenio Carrir, "pedir el significado de un nombre". Si, por ejemplo, se pregunta qué cosa es lo bello y se responde que lo que proporciona determinado placer a la vista, al oído o, de manera más material, al tacto, sería necesario añadir qué clase de placer proporciona, y naturalmente no podría explicarse con claridad. Querer definir lo bello es como querer definir un color; cuando se pregunta qué es lo que quiere decir azul, según Carrir a nadie se le ocurriría responder: "azul es un movimiento cerebral originado por la estimulación de los nervios ópticos ante determinada vibración de la luz", más bien se busca un punto de referencia, y señalando una flor, unos ojos o el firmamento, se contesta: "eso es azul". La esencia de la belleza, es desconocida, la belleza es algo indefinible. Sin embargo, sí hay muchas cosas, fenómenos naturales, obras de arte, actos humanos que parecen bellos, ¿qué hay en común a todo esto que, aunque no se haya pensado en ello, los convierte en bellos?. Algo debe de existir, puesto que si no es posible definir la belleza porque su esencia es desconocida, puede definirse de acuerdo con el efecto que produce. Según esto, la belleza será una cualidad común a todas estas cosas que se han mencionado y que produce con su contemplación un sentimiento puro. 
 Esa cualidad común a todo lo bello, que produce sentimientos puros, Carrit la llama "significación o sentido" y es algo que poseen las obras de arte, la naturaleza y aun los actos y cualidades y que es lo que permite llamar bella a la verdad, a una obra de arte o a un fenómeno natural. 
 Cuando no se trata del arte, este sentido o significación se comunica comúnmente con una mirada, una sonrisa y hasta con una cosa tan trivial como un apretón de manos. La apreciación de la belleza resulta subjetiva, ello se demuestra al decir que las cosas en sí no son bellas, sino que lo parecen por lo que significan o por las imágenes que al contemplarlas se evocan.

Así que las imágenes deben evocar algo para que resulten bellas, no obstante no parece que a lo largo de la historia las imágenes hayan evocado lo mismo. La delgadez extrema ha podido conmover, por suscitar la idea de enfermedad, o representar el éxito social. Incluso la imagen de la delgadez extrema de una niña de piel negra y rodeada de moscas puede suscitar pena y dolor, y una delgadez similar, en una muchacha de piel clara, sobre una pasarela, puede provocar admiración y aplausos. Belleza que cambia según la época y el contexto, estética que varía, valores estéticos, modelos que se modifican, pero que en cada momento son justamente eso, modelos, modelos a seguir, a seguir para adecuarse. Tal vez, hoy en día la fuerza no está en los valores estéticos dominantes, sino en la terrible facilidad para su transmisión en un mundo globalizado. Y el valor dominante es moda, ya se sabe, lo que se repite de forma aplastante. La moda estética la crean unos y la extienden luego, siempre es la clase más favorecida culturalmente, económicamente… la que impone la moda. Y ahora, en nuestros días, la tecnología de la comunicación es tan poderosa que imponer la moda es pan comido. La mujer delgada, extremadamente delgada y el hombre fuerte, musculoso, poderoso, son los valores que se transmiten. Pero no creamos que este es el único valor, estamos cada vez más obligados a no envejecer. El lenguaje nos da algunas pistas interesantes. Decirle a alguien que está enfermo resulta ofensivo en ocasiones, decirle que ha engordado es algo despiadado y decirle que parece más viejo asegura una contundente respuesta de nuestro interlocutor, Así que ni viejo, ni gordo ni enfermo. Como señala de Miguel (2001) (25), recordando a Marañón, a los niños les tocaría obedecer, a los jóvenes ser rebeldes, a los adultos austeros y a los viejos adaptarse. Y parece que las cosas cambian pues los niños no obedecen, los jóvenes pasan, los adultos gastan todo lo que pueden y los viejos están que arden con el dichoso envejecimiento. ¿Obligaciones para cada edad? Eso pasó a la historia. En el caso del envejecimiento, nadie quiere parecer viejo, así que toca disfrazarse de joven aparentando dinamismo, salud y alegría, todo ello en mayor medida de lo que la naturaleza otorga. Y esto, que podría ser el arte de envejecer da paso al negocio, a la medicina para no envejecer. Y poco a poco, belleza, juventud, éxito, salud (cada vez peor entendida y maquiavélicamente unida a conceptos ajenos a ella), riqueza, placer…. . se van entrelazando para formar y conformar conciencias. Quedan rechazados la enfermedad, el dolor, la vejez, la muerte y el sufrimiento. Y por más que se nieguen y rechacen ahí están, junto a nosotros. Erosionada, desgarrada la ética del deber para dar paso a un hedonismo compulsivo, aparece, de la mano del consumo y la comunicación, el socius orgiástico, festivo, que da votos y legitimidad a la par que audiencia y dinero (Bergua, 2005) (26).

Y ahí estaban, al acecho, múltiples soluciones para no envejecer, adelgazar, hacer músculos, brillar, triunfar, destacar, aparentar, etc. Bronceados imposibles, uñas perfectas, labios al gusto (como si de un solomillo se tratara), mamas (no manos) arriba (abajo nunca, ¿nunca?), culo hacia fuera, tripa de mármol, muslos duros, manchas (¡qué asco!) fuera, verrugas ni pensarlo, dientes que ya no parecen dientes, pelo cuidadísimo (las puntas y todo eso), compresas con alas, tatuajes por aquí y por allá, la braga desaparecida (salen bultos), pies con toxina botulínica para que los dedos estén en su sitio (¡que pelmas los dedos con moverse y removerse por las sandalias!), contra las canas a muerte, arrugas… ¿eso qué es?. . . . y, por encima de todo, stop al envejecimiento, detener el tiempo es posible. Solo falta decir: ¡si envejeces es por tu culpa, cuídate so vago!.

Dermoestética, dermocosmética, medicina estética, cirugía estética, medicina antienvejecimiento, ahí están, es nuestro arsenal contra la agresión. La edad, los radicales libres, el estrés, la celulitis, la gravedad (las mamas se van cayendo), son nuestros enemigos, pero estamos preparados, las batallas serán largas, pero ganaremos esta guerra. No escatimaremos gastos, cueste lo que cueste, tiempo y dinero al servicio de un éxito asegurado. En esta guerra ya participaban casi 2 millones de personas en Estados Unidos y Canadá durante 2001 (pero cada vez se incorporan más combatientes). España se ha unido, definitivamente a esos ejércitos contra la fealdad, la gordura, las carnes blandas y otros enemigos. Cada vez somos más aliados y tenemos más y mejor armamento (quirúrgico y no quirúrgico) ¡Esta sí la ganamos! Pero la guerra había comenzado antes, de hecho desde 1997 a 2001 las intervenciones contra los agresores crecieron más de un 300%. Las inyecciones de toxina botulínica y de colágeno y la elevación de las mamas fueron los golpes de mano preferidos. ¿Cómo es posible tal crecimiento? Estamos en guerra y debemos hacer algunas reflexiones estratégicas y tácticas. Tenemos un arsenal armamentístico (quirúrgico y no quirúrgico) y hay que darle salida. Si hay que inventar enemigos, se inventan. Pero además son armas cada vez más sofisticadas que atacan la zona concreta, no hay daños colaterales. Y en la guerra no debemos olvidar la propaganda, el enemigo debe saber que tiene la guerra perdida. Disponemos de medios para ello, los medios. Basta con enseñar el antes y después para que el enemigo tiemble, la imagen del triunfador es fundamental para evitar deserciones, todos al frente, vale la pena, ganaremos. Y en tercer lugar está la población que sufre los ataques del enemigo y que busca su liberación, ganar la guerra. Debido a los despiadados ataques de los agresores, en 1997, el 56% de las mujeres y el 43% de los hombres habían sido dañados y ya no estaban satisfechos con su cuerpo (Sarwer et al. , 2004) (27). A partir de ahí, el gasto en armamento es de billones de dólares USA (siempre responden primero). Un panorama para reflexionar.


¿Y la medicina?

La salud resulta de la mezcla proporcional de las cualidades. Alcmeón de Trotona, hacia 500 a. C.

Pero si nada de esto confiesa ni en el tiempo dicho se compone su rostro, entiéndase que es señal de muerte. Corpus Hippocraticum, V-IV a. C.

Estar sanos pero muy preocupados por estar enfermos e imperativos sobre cómo tenemos que estar (y ser) generan nuevos trastornos. Clásicamente la enfermedad era ruptura, la salud se daba por algo hecho y tan solo la llegada de la enfermedad producía la primera ruptura, la del sí mismo: no me siento bien, mi cuerpo ya no es el mismo. La segunda ruptura era la del tiempo, antes y después de la enfermedad las cosas no son igual. Por último, la ruptura de la falta de límites de lo posible: ya no puedo salir, no puedo hacer tal o cual cosa o, incluso, voy a morir. Pero las rupturas las provocaba la enfermedad. ¿Y ahora?. Hacer sentir a alguien que su cuerpo es tremendamente imperfecto, que con ese cuerpo lo tiene difícil y que en su mano está dar solución al problema, ¿no supone acaso una ruptura?. Internalizado el mensaje, se genera angustia y se busca remedio, ¿no hay ruptura?. La medicina parece haber olvidado la realidad de la persona como un ser unitario y vuelve a la fragmentación. El avance técnico ha conseguido que usted no sea Pilar y tenga dolor de espalda sino que sea una hernia discal L4-L5 que se ve perfectamente en la resonancia. Es más, si le duele y la resonancia es normal, no hay nada que hablar, ¡vaya usted al psiquiatra! (que les pregunten esto a los pacientes con fibromialgia). La historia particular, la subjetividad en el enfermar, la existencia vivida, han desaparecido. Y a la vez que ha desaparecido todo esto, hoy más que nunca se le pide al médico que resuelva todo, incluso los problemas del malvivir. Y surge la respuesta, se trata todo: enfermedades reales, inventadas y creadas. Y tras ello, inevitablemente, aparece el consumo: tener unas mamas así o de otra forma, acudir a un psicoterapeuta pues el niño no nos hace caso, rejuvenecer unos años o tener un hijo, que sea varón y este mismo año… todo ello es posible pagando (en efectivo o con tarjeta). La medicina y la psicología entran en la vorágine del consumo, de la oferta y la demanda, de contratar resultados y no servicios (ahí están las demandas, cada día más numerosas, algunas de ellas por no haber quedado satisfecho con sus servicios), de llamar a las consultas para preguntar cómo es el tratamiento, cuanto cuesta y cuanto dura (por supuesto antes de tener el diagnóstico que, a veces, parece ser lo de menos). Y muchos profesionales entran en el juego olvidando la ética y la deontología (¿qué es eso?). En las conocidas páginas amarillas puede leerse que hay terapeutas ofreciendo tratamientos y servicios para la inseguridad, mejora de las relaciones con uno mismo y con los demás, tensiones corporales, celos, situaciones límite, hacemos cambios de atracción y tendencia sexual, hacemos reenamoramiento de parejas, desenganche afectivo, gases, insatisfacciones, preparación para exámenes, medicina anti-aging, lipoescultura, unidad de acné (¡unidad de acné!), megaliposucción (debe ser impresionante), aumento de labios, relleno de surcos faciales, manchas vasculares, patas de gallo, lifting sin cirugía, dermolipectomía, peelings químicos, piel más tersa sin cirugía ¡infórmese!, perfiloplastias, cirugía estética de las orejas, toxina botulínica, cabina wellness antiestrés, hilo de oro, poros dilatados, reductor, micropigmentación, etc. Y junto a todo ello puede leerse: primera consulta gratuita, asesoramiento gratuito-financiación, plan de financiación PERSONALIZADA o autorizado por la Consejería de Sanidad (¡como si fuera posible otra alternativa!).

Creemos que no merece comentario alguno, la ética y la deontología es una asignatura pendiente, dentro y fuera de las facultades.


Bibliografía

1. Lee, S. , Ho, T. P. y Hsu, L. K. (1993). Fat phobic and non-fat phobic anorexia nervosa: a comparative study of 70 Chinese patients in Hong Kong. Psychol Med 23(4):999-1017.

2. Lee, S. (1997). How lay is lay? Chinese students' perceptions of anorexia nervosa in Hong Kong. Soc Sci Med 44(4):491-502.  

3. Hooper, M. S. H. y Garner, D. M. (1986). Application of the Eating Disorders Inventory to a sample of Black, White, and mixed race schoolgirls in Zimbabwe. Int J Eat Disord 5, 161–168.

4. Oyewumi, L. K. y Kazarian, S. S. (1992). Abnormal eating attitudes among a group of Nigerian youths: II. Anorexic behaviour. East Afr Med J 69(12):667-9.

5. Anderson-Fye, E. P. (2004). A "coca-cola" shape: cultural change, body image, and eating disorders in San Andres, Belize. Cult Med Psychiatry 28(4):561-95.

6. Carlat, D. J. , Camargo, C. A. Jr. y Herzog, D. B. (1997). Eating disorders in males: a report on 135 patients. Am J Psychiatry 154(8):1127-32.

7. russell, C. J. y Keel, P. K. (2002). Homosexuality as a specific risk factor for eating disorders in men. Int J Eat Disord 31(3):300-6.

8. Fredrickson, B. y Roberts, T. (1997). Objectification theory: Toward understanding women´s lived experiences and mental health risks. Psychology of Women Quarterly 21: 173-206.

9. Somolak, L. y Murnen, S. K. (2004). A feminist approach to eating disorders. En J. K. Thompson (Ed. ). Handbook of eating disorders and obesity. Hoboken: John Wiley & Sons.

10. Oppenheimer, R. , Howells, K. , Palmer, R. L. y Chaloner, D. A. (1985). Adverse sexual experience in childhood and clinical eating disorders: a preliminary description. J Psychiatr Res 19(2-3):357-61.

11. Smolak, L. y Murnen, S. K. (2002). A meta-analytic examination of the relationship between child sexual abuse and eating disorders. Int J Eat Disord 31(2):136-50. Review.

12. Wonderlich, S. A. , Brewerton, T. D. , Jocic, Z. , Dansky, B. S. y Abbott, D. W. (1997). Relationship of childhood sexual abuse and eating disorders. J Am Acad Child Adolesc Psychiatry 36(8):1107-15. Review.

13. Wonderlich, S. A. , Crosby, R. D. , Mitchell, J. E. , Roberts, J. A. , Haseltine, B. , DeMuth, G. y Thompson, K. M. (2000). Relationship of childhood sexual abuse and eating disturbance in children. J Am Acad Child Adolesc Psychiatry 39(10):1277-83.

14. Thompson, K. M. y Wonderlich, S. A. (2004). Child sexual abuse and eating disorders. En J. K. Thompson (Ed. ). Handbook of eating disorders and obesity. Hoboken: John Wiley & Sons.

15. Singer, D. G. y Singer, J. (Eds. ). Handbook of children and the media. Thousand Oaks, CA: Sage.

16. Pope, H. G. Jr. , Phillips, K. A. y Olivardia, R. (2000). The Adonis complex: The secret crisis of male body obsession. New York: Free Press.

17. Levine, M. P. y Smolak, L. (1998). The mass media and disordered eating: Implications for primary prevention. En W. Vandereycken y G. Van Noordenbos (Eds. ). Prevention of eating disorders (pp. 23-56). London: Athlone.

18. Smolak, L. , y Levine, M. P. (1996). Adolescent transitions and the development of eating problems. En L. Smolak, M. P. Levine y R. Striegel-Moore (Eds. ). The developmental psychopathology of eating disorders (pp. 207-233). Mahwah, NJ: Erlbaum.

19. Ricciardelli, L. A. , McCabe, M. P. y Banfield, S. (2000). Body image and body change methods in adolescent boys. Role of parents, friends and the media. J Psychosom Res 49(3):189-97.  

20. Tiggemann, M. , Gardiner, M. y Slater, A. (2000). "I would rather be size 10 than have straight A's": a focus group study of adolescent girls' wish to be thinner. J Adolesc 23(6):645-59.

 

21. Thompson, J. K. y Stice, E. (2001). Thin-ideal internalization: Mounting evidence for a new risk factor for body-image disturbance and eating pathology. Current Directions in Psychological Science 10 181-183.

22. Levine, M. P, y Harrison, K. (2004). Media´s role in the perpetuation and prevention of negative body image and disordered eating. En J. K. Thompson (Ed. ). Handbook of eating disorders and obesity. Hoboken: John Wiley & Sons.

23. Herrero, C. (2005). Mujer y medios de comunicación: riesgos para la salud. Trastornos Conduct Aliment 1: 55-75.  www. tcasevilla. com.

24. Carrillo, M. V. (2003). Medios de comunicación y moda: su influencia en los TCA. En L. Rojo y G. Cava (Eds. ). anorexia nerviosa. Barcelona: Ariel.

25. de Miguel, A. (2001). La vida cotidiana de los españoles en el siglo XX (pp. 105-130). Barcelona: Planeta.

26. Bergua, J. A. (2005). Patologías de la modernidad (pp. 171-178). Oviedo: Nobel.

Comentarios/ Valoraciones de los usuarios



¡Se el primero en comentar!

La información proporcionada en el sitio web no remplaza si no que complementa la relación entre el profesional de salud y su paciente o visitante y en caso de duda debe consultar con su profesional de salud de referencia.