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Psicosomática del Trauma Infantil

Fecha Publicación:
Autor/autores: Ana Moreno Gómez

RESUMEN

Las vivencias traumáticas tempranas producen una alteración directa en los mecanismos fisiológicos de la gestión del estrés, lo que incrementa el riesgo de padecer enfermedades en la vida adulta, entre ellas, los trastornos mentales. Numerosos estudios avalan la relación de significancia que existe entre la aparición de patologías orgánicas en la adultez y la vivencia de experiencias traumáticas en la infancia. Entre ellas, la que muestra correlación más alta con antecedentes de trauma infantil en la adiposidad abdominal.

Seguidamente, estarían las alteraciones coronarias, la diabetes, así como los hábitos negativos de vida, las drogodependencias, etc. Parece que las sobrecargas psíquicas características de los traumas infantiles provocan una alteración del eje que incluye el hipotálamo, la hipófisis y la corteza suprarrenal, también conocido con el nombre del eje del estrés. La liberación continuada y excesiva de cortisol provoca daños en órganos y sistemas corporales, llegando a conformar una respuesta estable "de alerta" por parte del organismo, que puede concluir, incluso, con alteraciones genéticas que dificultaran la adaptación de la persona en un futuro. Un repaso por los diferentes estudios realizados en la actualidad que nos permiten conocer los últimos conocimientos y hallazgos de la Respuesta Psicosomática Adulta tras el trauma Infantil.


Palabras clave: trauma infantil, secuelas psicosomáticas, eje del estrés, alteraciones genéticas.
Tipo de trabajo: Comunicación
Área temática: Medicina psicosomática .

Sociedad Española de Medicina Psicosomática (SEMP)

PSIOSOMÁTICA DEL trauma INFANTIL
Ana Moreno Gómez
semedicinaps@gmail. com
trauma infantil. Secuelas psicosomáticas. Eje del estrés. Alteraciones genéticas.

RESUMEN
Según la Organización Mundial de la Salud, se considera maltrato a cualquier trato físico o
emocional que resulte abusivo o negligente y dañe actual o potencialmente la salud, supervivencia,
desarrollo o dignidad del niño en el contexto de una relación de responsabilidad y confianza.
Las vivencias traumáticas tempranas producen una alteración directa en los mecanismos
fisiológicos de la gestión del estrés, lo que incrementa el riesgo de padecer enfermedades en la vida
adulta, entre ellas, los trastornos mentales.
Numerosos estudios avalan la relación de significancia que existe entre la aparición de
patologías orgánicas en la adultez y la vivencia de experiencias traumáticas en la infancia. Entre ellas,
la que muestra la correlación más alta con antecedentes de trauma infantil es la adiposidad abdominal.
Seguidamente, estarían las alteraciones coronarias, la diabetes, así como los hábitos negativos de
vida, las drogodependencias, etc.
Parece que las sobrecargas psíquicas características de los traumas infantiles provocan una
alteración del eje que incluye el hipotálamo, la hipófisis y la corteza suprarrenal, también conocido
con el nombre del eje del estrés. La liberación continuada y excesiva de cortisol provoca daños en
órganos y sistemas corporales, llegando a conformar una respuesta estable "de alerta" por parte del
organismo, que puede concluir, incluso, con alteraciones genéticas que dificultarán la adaptación de
la persona en un futuro.
Un repaso por los diferentes estudios realizados en la actualidad que nos permiten conocer los
últimos conocimientos y hallazgos de la Respuesta Psicosomática Adulta tras el trauma Infantil.

1. LAS VIVENCIAS TRAUMATIZANTES TEMPRANAS
El dolor forma parte de la vida, cumpliendo una función vital importante. El dar la posibilidad a
las personas de generar nuevas estrategias de gestión y afrontamiento para su supervivencia. Pero a
veces, el ser humano es expuesto a circunstancias que sobrepasan sus posibilidades, en el sentido de
que la demanda vivencial es mucho mayor que las posibilidades personales para su gestión. Si esto
se produce además en una edad temprana, imaginemos el impacto que puede tener en la estructura
psíquica y física de la persona.
Cabría citar aquí al maltrato como uno de los principales traumas que se producen en la infancia
y tienen gran impacto en el presente y futuro de la salud psíquica y física de la persona. Como maltrato
infantil se entiende cualquier conducta o actitud, directa o indirecta por parte de un adulto, otro menor
o Institución que implique la falta de atención y cuidados que un niño o un adolescente necesita para
crecer y desarrollarse emocional y físicamente de forma óptima (1).
Definido el concepto de maltrato infantil, podría resultar aclaratorio citar los diferentes tipos de
maltrato existente, con idea de conocer su amplio abanico y percibir con mayor realismo los datos que
se exponen a lo largo de este artículo. Encontramos, por tanto, las diferentes tipologías de maltrato
infantil: maltrato psicológico, maltrato emocional, abandono emocional, sobreprotección, maltrato
físico, negligencia o abandono físico, sobreexigencia, abusos sexuales, síndrome de Münchausen por
poderes, maltrato perinatal, maltrato institucional, corrupción y explotación laboral.
Los traumas psíquicos, también denominados experiencias adversas, son acontecimientos de la
vida del sujeto caracterizados por su intensidad, la incapacidad del sujeto para responder a ellos
adecuadamente y los efectos patógenos duraderos que provocan en la organización psíquica.
Precisamente, en torno a este tema pretende centrarse esta redacción, resaltando la
potencialidad de los eventos traumáticos como factor de riesgo principal para la salud somática o
psíquica.
A la hora de considerar el impacto que los sucesos tendrán en la persona, es importante exponer
tres variables que intervendrán de una manera primordial en ese proceso. Por una parte, estaría la
propia psicobiología de la persona, que bien predispondrá hacia una vulnerabilidad o bien no. Además,
habría que considerar la propia naturaleza de los sucesos. Por último, habría que citar la disponibilidad
y estabilidad de soporte social, crucial para ayudar a la persona a digerir el episodio.
Todas estas variables se interrelacionan y determinan el estado en el que la persona se
encontrará en una primera etapa de su desorganización psicológica.
Numerosos estudios verifican en la actualidad el impacto que las vivencias traumáticas, sean de
extrema gravedad o sean microtraumatismos, repercuten en la salud física y mental.
Además, parece que el impacto que tiene lugar en momentos vitales infantiles extiende sus
consecuencias a la etapa adulta. Tal y como afirmaban diversos autores que fueron citados por Lazarus
y Folkman, 1986, la edad adulta es también el asiento de transformaciones psicológicas mayores. Se
han podido observar en numerosas investigaciones como las situaciones estresantes tempranas
predicen modificaciones en distintos aparatos del organismo, tales como endócrinos, hormonales,
vasculares, inmunológicas, etc.
En un primer tiempo los factores constitucionales interactúan con las experiencias infantiles para
dar lugar a una predisposición determinada, que pasa a formar parte de la personalidad del sujeto.
En un segundo tiempo la interacción de esta predisposición con las experiencias traumáticas adultas
es la que da lugar al desencadenamiento de la enfermedad (2).
A modo clarificativo exponemos, por ejemplo, presentamos datos del centro de Salud Mental
Infantil del Colegio Universitario de Londres, el cual expuso que cada año entre el 4 y el 16 por ciento
de los niños de los países occidentales industrializados sufren malos tratos corporales y 1 de cada 10
sufre abandono o sobrecargas psíquicas extremas. En lo que respecta a los abusos sexuales, entre
el 5 y el 10 por ciento de las niñas y el 5 por ciento de los niños, lo han sufrido alguna vez a lo
largo de su infancia (3).

2. CORRELACIONES FIOSIOLÓGICAS EN EL trauma INFANTIL
Las hormonas del estrés actúan junto a neurotransmisores produciendo variaciones cerebrales
en aquellos niños que padecen episodios traumáticos. Estos efectos se prolongan en el tiempo hasta
la vida adulta. En los estudios pioneros que se han hecho en el tema, se destaca la alteración de áreas
vinculadas situadas en el hipotálamo, la hipófisis y la corteza suprarrenal.
Este proceso desemboca en la liberación de hormonas relacionadas con una situación de
"emergencia" en nuestro cuerpo. Principalmente, están la corticotropina (CRH) que estimula
la hipófisis, la adrenocorticotropa (ACTH), liberada a su vez por la misma hipófisis y el cortisol, cuya
liberación se produce en la glándula suprarrenal.
Además de los efectos epigenéticos, se han identificado algunos genes de riesgo que contribuyen
a una alteración en la regulación del estrés. Aunque estos genes apenas influyen en la salud de la
persona en las cargas cotidianas habituales, aumentan la posibilidad de padecer consecuencias
orgánicas a largo plazo en las vivencias traumáticas. Un candidato sospechoso de actuar de esta forma
es el gen FKBP5. La estructura de la proteína que lo codifica, modifica junto con otras moléculas
proteicas propias del organismo el grado de sensibilidad con el que los tejidos y órganos reaccionan
al cortisol. Según se ha comprobado, determinadas variantes del gen FKBP5 elevan el riesgo de
depresiones y trastornos por sobrecarga postraumática. Una variante multiplica por ocho el riesgo de
depresión si las personas sufrieron experiencias traumáticas en la primera infancia. Los investigadores
sospechan que algunas variantes del gen FKBP5 pueden condicionar enfermedades orgánicas (4).
Son numerosos los estudios que ponen de manifiesto la correlación existente entre vivencias
traumatizantes tempranas y alteraciones futuras en la salud. Algunos de ellos y sus conclusiones
principales se exponen a continuación.

En el Instituto Nacional de Perinatología se realizó una investigación titulada «ETS/VIH­SIDA y
trastornos de la personalidad en mujeres embarazadas y sus parejas. Detección y prevención de
prácticas de alto riesgo». El estudio estuvo formado por dos grupos de mujeres embarazadas, uno de
ellos con enfermedades de transmisión sexual y el otro, grupo control, carente de ellas. Uno de los
objetivos que persiguió fue determinar la asociación existente entre experiencias adversas en la
infancia y la presencia de infecciones de transmisión sexual en la gestación.
Como conclusiones del estudio, se encontró que de las experiencias adversas en la infancia y/o
adolescencia, que pudieron estar en el origen o haber sido un factor iniciador para adquirir
posteriormente una ITS de origen viral en la edad adulta, fueron significativas haber convivido con un
adulto cercano con problema de abuso del alcohol y haber sido víctima de descuido, abuso físico,
emocional o sexual (5).
Otro estudio relevante en esta área, a nuestro interés, fue el realizado Vicent Felitti y su equipo.
Iniciaron su investigación en 1995 en San Diego, aunque esta se prorrogó bastantes años, por
lo que fueron mostrando resultados en distintas etapas.

Participaron 17. 000 sujetos que fueron sometidos a revisiones médicas de forma regular. Informaron de manera detallada sobre qué tipo
de experiencias traumáticas han podido sufrir durante la infancia (violencia, abusos, abandono) y en
qué medida.
Los resultados finales expuestos en 2004 revelaron que quienes habían sufrido estos malos
tratos durante la niñez y juventud presentaban con mayor frecuencia cardiopatías coronarias, y más
concretamente: cuanto más graves eran los traumas infantiles, mayores eran las posibilidades de
padecer enfermedades cardiovasculares, patologías pulmonares, cáncer, hepatopatías (enfermedades
relacionadas con la sangre) y trastornos autoinmunitarios (6).
Un estudio con resultados también de interés fue el realizado por

Carsten Spitzer, el cual desarrolló su trabajo en la Clínica Universitaria Eppendorf de Hamburgo. Comparó a personas
diagnosticadas de esclerosis múltiple con sujetos sanos, explorando sus experiencias infantiles en
busca de algún tipo de relación entre ambas variables. Concluyó que tanto el abuso emocional como
el abandono eran el doble de frecuentes entre los individuos con esclerosis múltiple, en comparación
con el grupo sano.

3. MECANISMOS PSICOLÓGICOS QUE INCREMENTAN Y/O MANTIENEN EL trauma EN LA
INFANCIA
El sufrir abusos debe entenderse como un suceso traumático en la infancia que provocará, como
no puede ser menos, una reacción inmediata en el niño o adolescente, hace perder la inocencia en la
infancia, la percepción del control sobre su vida, así como la capacidad de confianza (7).
Existen numerosas experiencias que bien podrían catalogarse como factores de riesgo para la
instauración del trauma infantil. Entre muchas, destacamos, por ejemplo, la violencia tanto física como
psíquica, el abuso sexual, la desatención o abandono emocional por parte de una o más de las figuras
de apego para el niño, la conducta imprevisible o patológica por parte también de alguna de las figuras
relevantes, una atmósfera familiar negativa/ disruptiva, la falta de protección y gestión en las
necesidades primarias del menor, etc.
Además, existen numerosos factores que intervienen en la gestión que el niño hace de la vivencia
traumática: madurez, apoyo familiar, grado de relación con los responsables de dicha experiencia,
frecuencia e intensidad del/ los episodios, ayuda profesional, etc. Normalmente el peor pronóstico se
espera cuanto menor sea la edad, mayor la frecuencia e intensidad y más apegado sea el vínculo con
la persona que genera el trauma.
Algunos indicadores conductuales que pueden estar advirtiendo de una situación de riesgo por
parte del menor serían:

-Uso de mecanismos de evitación expresados en diferentes contextos: familia, profesores,
amigos, etc.

-Timidez y agresividad incrementadas en diversas situaciones.

-Miedo o ansiedad ante otros contactos sociales.

-Aislamiento y muestras de desconfianza ante los adultos. Con respecto al adulto que ejerce
la conducta negligente en el menor, partiendo de aquellos casos en que esta figura sea
considerada de apego para el niño, pueden surgir sentimientos ambivalentes de afectorechazo.

-Tendencia a autoculparse, ya que es frecuente el interiorizar que ellos mismos son culpables
de lo que ha sucedido y de lo que continúa pasando a su alrededor. Estos sentimientos se
incrementan cuando el abuso se produce también con otros menores sobre los que el niño se
siente responsable, como por ejemplo casos de violencia familiar donde se tienen hermanos
menores.

-Conductas permanentes de negativismo y evitación, las cuales son indicadoras de peor
pronóstico

Es evidente que todas estas situaciones dificultarán el desarrollo emocional normal, generando
en el menor una situación de sobrecarga y desesperación que podrá desencadenar tanto en una
"rotura" temprana de la psique del menor, como serían por ejemplo la manifestación de cuadros
disociativos, como en la asunción tempranal de un "rol adulto" para poder sobrevivir emocionalmente.
Todo esto se sustenta en una base de culpabilidad y vergüenza, que suele acompañar a la persona en
sus distintas etapas evolutivas siempre que no se realice una adecuada gestión del trauma para que
se puedan "digerir" las experiencias.
Asimismo, podemos encontrarnos con casos infantiles en los que la personalidad en desarrollo
se torna hostil y depresiva, como mecanismo de defensa a evitar fuertes picos de sufrimiento. Estas
manifestaciones de carácter no harán más que disminuir la probabilidad de contactos positivos con
otros iguales así como de generar dificultades para el establecimiento de relaciones protectoras con
otros adultos del entorno (profesores, otros familiares, etc), sino todo lo contrario. El infante entra así
en un ciclo cerrado de "hostilidad progresiva hacia un mundo cada vez más hostil".

4. LAS SECUELAS: EL reflejo DEL trauma INFANTIL EN LA PATOLOGÍA ADULTA
Mientras que las consecuencias inmediatas son más fáciles de determinar, los efectos a largo
plazo, las repercusiones psicológicas en el adulto víctima de abuso, son difíciles de predecir (8).
Los abusos infantiles, como hemos visto, provocan alteraciones neurobiológicas. Esto puede
suponer la base de alteraciones futuras en la salud orgánica y mental, con sus consecuentes conductas
desadaptativas con uno mismo y con el entorno.
Por tanto, las personas que durante la infancia sufrieron abandono y abuso son más propensas
a sufrir patologías orgánicas en la adultez. Un ejemplo serían la diabetes o el infarto de miocardio,
entre otras. La explicación podría estar en que un mal procesamiento del estrés que el organismo
sufre en una etapa donde el área cognitiva no está preparada para elaborar información emocional
compleja. Por lo tanto, la vía fisiológica adquiere protagonismo en la metabolización del episodio. El
cortisol, principal hormona relacionada con el estrés, adquiere valores elevados y constantes
derivando, cuando esta situación se mantiene en el tiempo, alteraciones en el metabolismo y en el
equilibrio hormonal. Entre otras lesiones orgánicas relacionadas con lo expuesto, se hallan el trastorno
en el crecimiento general, así como afectación neuronal grave, ya que tanto las neuronas como las
conexiones que establecen ven alterada su regeneración natural.

Estas alteraciones neurobiológicas elevan la posibilidad de sufrir trastornos mentales, que
normalmente acompañan o aparecen con posterioridad a las disfunciones orgánicas.
Otro ejemplo son las consecuencias emocionales adultas expresadas en personas que sufrieron
abuso sexual infantil. En un estudio sobre abuso sexual realizado por Echeburúa y Guerricaechevarria
donde clasificaron los tipos de secuelas existentes y los síntomas relacionados, exponían los siguientes
síntomas como consecuencias de secuelas emocionales:

-Depresión

-Ansiedad

-Baja autoestima

-Estrés postraumático

-Trastornos de personalidad

-Desconfianza y miedo a los hombres

-Dificultad para expresar o recibir sentimientos de ternura y de intimidad

En numerosos artículos revisados se encuentran también diferencia por sexos en la forma de
gestión de los sentimientos disfóricos y agresivos consecuentes a traumas infantiles con impacto en
la edad adulta. Así, los hombres suelen dirigir la ira hacia el entorno, mientras que las mujeres la
dirigen hacia ellas mismas, con un elevado índice de comportamientos autodestructivos e intentos
autolíticos.

5. BIBLIOGRAFÍA
(1) García Diéguez, N. ; Noguerol, V. infancia Maltratada. Manual de Intervención. Madrid. Ed. EOS,
2007
(2) Revista Uruguaya de psicoanálisis. Nº67
(3) R. Gilbert et al. Burden and consequences of child maltreatment in high-income countries. The
Lancet, vol. 373, págs. 68-71, 2009.
(4) K. Apple et al. Moderation of adult depression by a polymorphism in the FKB5 gene and childhood
physical abuse in the general population". neuropsychopharmacology, vol. 36, págs. 1982-1991,
2011.
(5) Estudio de casos y controles en un grupo de mujeres embarazadas con experiencias adversas en
la infancia y/o adolescencia e infecciones de transmisión sexual.

Salud

Ment vol. 31 no. 4 México jul. /ago. 2008
(6) Tejedor Pardo, D. Abuso infantil: secuelas físicas y psicológicas en la adultez. Blog de Psicología
y mente.
(7) (7, 8) Echeburúa y Corral, 2006.
(8) Jörgen Grave, H; Spitzer, C. Secuelas somáticas de los abusos infantiles. Revista mente y cerebro.
Nº 68. 2014.



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