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La terceridad y el cambio según el psicoanálisis relacional. Breve vocabulario.

Autor/autores: Pilar Vivar
Fecha Publicación: 01/03/2007
Área temática: Tratamientos .
Tipo de trabajo:  Conferencia

RESUMEN

Exploramos el concepto de "terceridad" como alternativa a las relaciones duales complementarias, en la clínica psicoanalítica y en la teoría psicoanalítica del desarrollo, por la importancia que tiene esta perspectiva en la producción del cambio y en su valoración. Comenzamos situando la teoría relacional, subyacente al concepto de terceridad, dentro de la tradición filosófica anti-cartesiana.

Recordamos un ilustre antecedente de este enfoque en la psico(pato)logía vincular de Enrique Pichon-Rivière, en Argentina, y su concepción del sujeto y pasamos a exponer en extenso el complejo análisis conceptual que aporta Jessica Benjamín al desarrollo de la terceridad en la relación madre-bebé. Finalmente aportamos también un vocabulario de términos para la comprensión teórica y práctica del psicoanálisis relacional o intersubjetivo.

Palabras clave: Psicoanálisis relacional, Psicopatología vincular, Psicoterapia psicoanalítica, Terceridad


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La terceridad y el cambio según el psicoanálisis relacional. Breve vocabulario.

Manuel Aburto; Alejandro Ávila; Amparo Bastos; Susana Espinosa; Sonsoles García Valdecasas; José Manuel Pinto; Carlos Rodríguez Sutil; Pilar Vivar.

Federación Española de Asociaciones de Psicoterapeutas. Colectivo GRITA. Ágora Relacional.

PALABRAS CLAVE: psicoterapia psicoanalítica, Terceridad, psicopatología vincular, psicoanálisis relacional.

(KEYWORDS: Psychoanalytical psychotherapy, Thirdness, Attachment psychopathology, Relational psychoanalysis. )

Resumen

Exploramos el concepto de “terceridad” como alternativa a las relaciones duales complementarias, en la clínica psicoanalítica y en la teoría psicoanalítica del desarrollo, por la importancia que tiene esta perspectiva en la producción del cambio y en su valoración. Comenzamos situando la teoría relacional, subyacente al concepto de terceridad, dentro de la tradición filosófica anti-cartesiana. Recordamos un ilustre antecedente de este enfoque en la psico(pato)logía vincular de Enrique Pichon-Rivière, en Argentina, y su concepción del sujeto y pasamos a exponer en extenso el complejo análisis conceptual que aporta Jessica Benjamín al desarrollo de la terceridad en la relación madre-bebé. Finalmente aportamos también un vocabulario de términos para la comprensión teórica y práctica del psicoanálisis relacional o intersubjetivo.

Abstract

We explore the concept of “thirdness” in psychoanalytic clinic as well as in the psychoanalytic developmental theory. Thirdness is an option against the concept of dual and complementary relationships and a new vantage point for the promotion of change and its evaluation. We begin locating “thirdness” and relational theory in the anti-Cartesian tradition in philosophy. We recover an eminent antecedent of our point of view with the attachment perspective by Enrique Pichon-Rivière, from Argentine, an his conception about the subject, and then we explain extensively the complex conceptual analysis provided by Jessica Benjamin of how the thirdness develops in the relationship mother-infant. Finally we provide a vocabulary of the different terms necessary for an adequate theoretical and practical comprehension of the relational or intersubjective psychoanalysis.



Desde el pensamiento medieval, pasando por la filosofía cartesiana, surgió la problemática de la distinción entre sujeto y objeto como paralelo a la escisión entre interior y exterior. Si la esencia, desde el pensamiento clásico - ya sea la idea platónica, el alma, o, más recientemente, la mente de los investigadores contemporáneos - es anterior a la existencia, se produce inevitablemente la escisión entre dos espacios o sustancias: el sujeto, prefijado, frente al objeto externo con el que en un momento fundacional entra en relación (nacimiento, creación). En un sentido amplio, fue el “existencialismo” del siglo pasado el que se planteó poner la existencia antes que la esencia, lo que en su forma vulgarizada no pasa de poner al caballo delante del carro, pero manteniendo la separación (esencia-existencia, sujeto-objeto, interior-exterior). Más superadora es la concepción que vislumbra que esencia y existencia no son dispares sino facetas de la temporalidad humana: la esencia reside en la propia existencia. Como dice Heidegger (1927):

. 9
“La “esencia” de este ente está en su “ser relativamente a”. El “qué es” (essentia) de este ente, hasta donde puede hablarse de él, tiene que concebirse partiendo de su ser (existentia)”

. 25
“La dilucidación del “ser en el mundo” mostró que no “es” inmediatamente, ni jamás se da un mero sujeto sin mundo. Ni por tanto a la postre se da inmediatamente un yo aislado de los otros. ”

Dicho esto, no salvamos una distancia exagerada si conectamos este nuevo pensamiento (ontología) con el psicoanálisis relacional. Un niño, dirá Winnicott (1971, pág. 27 y ss. ) no podrá pasar a la identificación primaria y más allá de ella si no existe una madre lo bastante buena. Esta madre (concepto en el que hace entrar a todo el entorno familiar) comienza con una adaptación casi total a las necesidades del bebé y va cediendo poco a poco en esta adaptación, según crece. En palabras de Winnicott: “. . . el bebé se alimenta de un pecho que es parte de él, y la madre da leche a un bebé que forma parte de ella”.

El vínculo social nos forma y constituye desde dentro y desde fuera, siempre en el contexto humano. Pichon Rivière se ve en la obligación de postular una dialéctica intersubjetiva, que configura un sistema vincular – fundante entre necesidad y satisfacción – donde el sujeto se define como emergente (1975, Cf. Pampliega, 1980, pág. 550).

El vínculo es el origen de la diferenciación psicológica, merced a la introyección en el infante de sus tres elementos: el self, el objeto y la relación que se produce entre ellos. Esos primeros vínculos son los vínculos fundantes, los vínculos posteriores son reactualizaciones y modificaciones de esos primeros (como lo es también la transferencia). El vínculo es establecido por la totalidad de la persona y no por el yo, ello o super-yo, sino que es anterior y promotor de toda organización tópica. Siendo el primer vínculo de todos un vínculo simbiótico (Bleger, 1967), en el que la madre y el bebé forman una unidad indiferenciada, antes y poco después del parto, biológico-psicológica. Los vínculos fundantes que se establecen después darán lugar a la formación de los prototipos de la personalidad, entendidos éstos como estructuras semipermanentes, estructuras que abarcan las conductas automatizadas e inconscientes. El grupo interno es la reconstrucción de la trama relacional de la que emerge el sujeto, y permite un ajuste progresivo entre el interior y el exterior, la comunicación y el aprendizaje.  

Sin embargo, las nuevas investigaciones psicoanalíticas sobre el desarrollo temprano (Stern, 1985, Fonagy, 2001) nos llevan a cuestionar la simbiosis como origen del psiquismo. Margaret Mahler (Mahler y Furer, 1968) fue la primera en postular esta fase, entendiendo el crecimiento como un proceso de separación. Frente a eso proponemos la existencia de un bebé activo desde el primer momento (Stern), programado biológicamente para la búsqueda activa del otro, para el apego social (Fonagy). Esta diferenciación inicial, biológicamente condicionada, es la que prepara el espacio para la terceridad de la que hablamos aquí, un espacio a la vez interno y externo.  

En nuestra relación con el otro, se nos impone la experiencia de que las cosas suceden de forma secuencial, como por una vía de dirección única, en la que la acción de uno sobre el otro se encadenan en causalidad lineal. En definitiva, uno es agente y el otro paciente, alternativamente, en una suerte de relación complementaria donde la subjetividad del otro no es reconocida como tal.

Este mito de la acción-reacción es el que domina la mayoría de los estudios de la psicología cognitiva actual, deudora de la “metáfora computacional”, no así en los psicólogos evolutivos que, casi en su totalidad, se enmarcan en el constructivismo, ya sea “constructivismo biológico” (Piaget y seguidores) o ya se trate de “constructivismo social” (Vygotsky, Bruner).

La única posibilidad de contemplar la realidad intersubjetiva es trascendiendo esta posición dual hacia un lugar tercero desde donde poder contemplar la doble dirección de la relación entre sujetos. De alguna manera planteamos una transformación geométrica semejante al descentramiento que describía Piaget como superación del egocentrismo en el desarrollo del infante (Piaget e Inhelder, 1984). El ser capaces de ver la situación desde la perspectiva del otro, pero no sólo la realidad física, sino la de la relación dual. En definitiva, esta línea de pensamiento es heredera de lo que se ha dado en llamar “perspectivismo” (Nietzsche, Ortega): todo conocimiento depende del punto de vista, de la situación, la realidad es construida desde la conjunción de todas las perspectivas. El individuo es un punto de vista esencial, insustituible.


La terceridad según Jessica Benjamin

Vamos centrar ahora nuestra discusión en el artículo de Jessica Benjamín, destacada representante del psicoanálisis relacional norteamericano y gran conocedora de la obra de Winnicott, titulado "Beyond doer and done to: an intersubjective view of thirdness" (Más Allá De La Dualidad Agente-Paciente: Una Visión Intersubjetiva Del Tercero) (Benjamín, 2004).

Benjamin no se detiene en este lugar tercero como tal punto de vista externo. Para muchos pensadores psicoanalíticos este punto de vista externo ha constituido un referente de contenido diverso (teoría, etc. ) para obtener una referencia alternativa a la diada. Lo que se plantea Benjamin, mas allá del contenido concreto que se sitúe en ese lugar tercero, es cómo se crea la terceridad, que en una primera definición concibe como “. . . una cualidad o experiencia de la relación intersubjetiva que tiene como correlato cierto tipo de espacio mental interno”. Benjamín relaciona la terceridad con el espacio potencial de Winnicott.

Le interesa especialmente distinguir su idea de la terceridad de lo que han sido denominadas máximas o ideales del superyo a las que uno se aferra. En el espacio de la terceridad no cabe aferrarse al tercero sino ceder a él. Detengámonos en este punto, Benjamin toma el concepto de cesión (surrender) de Emmanuel Ghent (1990) que expone en su artículo Masochism, submission, surrender: Masochism as a Perversion of Surrender.

Para elaborar esta idea, añade nuestra autora “. . . podemos decir que el tercero es aquello a lo que cedemos y la terceridad es el espacio mental intersubjetivo que facilita la cesión o es el resultado de ella”. El tercero no es sólo una persona, sino un espacio genérico que se abre, la terceridad, en el mismo lugar que ocupaba la relación (self-objeto-relación) dentro de la teoría vincular pero con una mayor especificidad.

En las teorías psicoanalíticas clásicas (Lacan, Klein) el lugar del tercero había quedado delimitado por el conflicto edípico. Así, para Lacan, el padre es el tercero que impone la ley. La castración (ley) constituye el tercero simbólico. Los kleinianos actuales ven el tercero igualmente como un constructo edípico, y el tercero analítico sería la teoría misma con la que el analista se relaciona en presencia del paciente. Cuando el paciente no tolera la relación, se interpreta como una consecuencia del conflicto edípico, y a menudo se le hace responsable de esa intolerancia.  

Ambas teorías clásicas no consideran el nacimiento de la terceridad en experiencias primarias preedípicas, que se producen en la relación de la madre con el bebé, y que tienen que ver con la adaptación de aquella a los ritmos de éste, con la sintonización afectiva entre ambos y con el juego compartido. Este primario intercambio inaugura la ritmicidad y es considerado por Benjamin como un preludio de la terceridad. Ese juego en que madre e hijo interactúan, no es una secuencia de acciones y reacciones, sino algo co-creado, como una música improvisada, por tanto una especie de terceridad (no lo crea el niño, no lo crea la madre, lo crean los dos y ninguno) basada en la unicidad. A este fundamento de la prototerceridad, que es la capacidad de resonar juntos afectivamente, le llama B. el uno en el tercero.

Por otra parte, ante las necesidades del niño, ante sus demandas o su sufrimiento, la madre ha de ser capaz de mantener la tensión entre su identificación con el bebé y su capacidad de observación "desde fuera" que le permita conservar la conciencia de que el sufrimiento pasará, al igual que le permite estar en contacto con sus propias necesidades que con frecuencia entran en conflicto con las del bebé. Esta posición relacional recibe el nombre de tercero en el uno.


Veamos un ejemplo donde se reflejan ambos aspectos y alguno más: Un padre sostiene a un recién nacido que no para de llorar. Es de noche, al día siguiente ha de madrugar para ir al trabajo, y no puede contar con la colaboración de la madre, que debe reponerse tras un parto complicado. El afán del padre es que el bebé deje pronto de llorar y se duerma, para así poder él descansar también ante la difícil jornada laboral que le espera. Va calculando, según pasa el tiempo y el bebé no cesa de llorar, cuánto tiempo le queda aún para descansar. En tal actitud mental su tensión va en aumento, trasladando su crispación al niño que no se calma. Falla la regulación mutua. En un momento dado, se produce una transformación en el agotado padre: se rinde ante la situación, cesa de oponer su necesidad de descanso a la necesidad del bebé de ser calmado. Se dice, "está bien, renuncio a pensar en dormir, a calcular el tiempo que me queda, ocupémonos de tu llanto, de tu dificultad para calmarte, para dormirte; te meceré tranquilamente hasta que te calmes". Tal cesión produce un cambio en su interior que a su vez transforma la relación con el bebé: éste se va calmando, su calma sosiega al padre, ambos se "acunan" mutuamente en un escenario relacional distinto a la confrontación anterior.

La capacidad del padre para ceder es una suerte de tercero moral internalizado que le lleva a aceptar la necesidad de una acomodación asimétrica con su bebé, a salir él al encuentro de un encuentro genuino. Este concepto es diferente pero no distinto del tercero en el uno que acabamos de exponer con el ejemplo. Distinta actitud de la del padre/madre abnegados que, lejos de conectar con la necesidad del bebé, de rendirse a la situación y ponerse en su lugar sin perderse de vista a sí mismos como sujetos, se someten a un ideal de sacrificio, de negación de sus necesidades. Se relacionan así con un tercero interno, que no es compartido con el bebé. El padre abnegado y negador de las propias necesidades puede parecer dominado por principios morales, pero en el fondo late el sadismo.

En la relación terapéutica, el analista puede igualmente resistir los ataques del paciente o el impasse aferrándose a su tercero interno, la teoría, las normas superyoicas sádicas, y desde ahí mantener una función de observación sobre la situación sin conectar ni identificarse con el paciente. A esta actitud, en el padre o en el terapeuta, es a lo que se llama el tercero sin el uno, un tercero que no puede ser compartido con el paciente. O bien puede desde su tercero moral, auténtico, ceder hacia el punto de vista del paciente, sentir su dolor, su rabia, manteniendo la actitud de observador. Esta es la posición del tercero en el uno.

El tercero en el uno, en cuanto observa, discrimina; el uno en el tercero remite a la función de acomodación, la relación positiva más primitiva que permite el asentamiento de la complejidad posterior.


Glosario

Hemos intentado que este glosario siguiera un orden lógico y no tanto alfabético. Si se siguiera ampliando, tendríamos que optar por la segunda opción.

-Sujeto/objeto: 

No existe una separación previa y esencial entre sujeto y objeto sino que se constituyen e influencian desde el origen, alcanzando una diferenciación óptima pero no absoluta.  

El enfoque relacional en psicoanálisis se enmarca en la superación de la dualidad clásica sujeto-objeto (interior-exterior), también de la descripción del comportamiento como una secuencia de acción y reacción o de agente y paciente. Desde la filosofía estas ideas son consonantes con el perspectivismo (Nietzsche, Ortega), y del existencialismo en cuanto niega la preeminencia de la esencia frente a la existencia. Siguiendo a Heidegger (1927, 9, 25). No existe una esencia previa a la existencia – como la “idea” platónica – sino que está inserta en la propia exsistencia. Como tampoco hay un yo aislado de los otros, un sujeto sin mundo, sino un ser en el mundo, temporal, desde el principio.

En otras palabras, Pichon Rivière afirmaba que el vínculo social nos forma y constituye desde dentro y desde fuera, siempre en el contexto humano. La dialéctica intersubjetiva configura un sistema vincular – fundante entre necesidad y satisfacción – donde el sujeto se define como emergente.

-Vínculo: 

El vínculo es el origen de la diferenciación psicológica, merced a la introyección en el infante de sus tres elementos: el self, el objeto y la relación que se produce entre ellos.  

Esos primeros vínculos son los vínculos fundantes, los vínculos posteriores son reactualizaciones de esos primeros (como también la transferencia). El vínculo es establecido por la totalidad de la persona y no por el yo, ello o super-yo, sino que es anterior y promotor de toda organización tópica. Siendo el primer vínculo de todos un vínculo simbiótico, en el que la madre y el bebé forman una unidad indiferenciada, antes y poco después del parto, biológico-psicológica. Los vínculos fundantes que se establecen después darán lugar a la formación de los prototipos de la personalidad, entendidos éstos como estructuras semipermanentes, estructuras que abarcan las conductas automatizadas e inconscientes. El grupo interno es la reconstrucción de la trama relacional de la que emerge el sujeto, y permite un ajuste progresivo entre el interior y el exterior, la comunicación y el aprendizaje.

- Tercero: 

El tercero es un objeto externo a la diada; es un lugar o punto de referencia desde el cual se puede observar la relación dual.  

- Terceridad:

La terceridad es una dimensión relacional; es una cualidad de la relación intersubjetiva que permite el reconocimiento mutuo.  

Tiene como correlato un espacio mental interno. La creación de la terceridad es un proceso intersubjetivo basado en experiencias primarias, pre-simbólicas, de acomodación y mutualidad y en la intención de reconocer y ser reconocido por el otro.

- Cesión:

Dejar de resistir al otro, permitiéndole que nos lleve a su espacio mental sin dejar por ello de ser conscientes de nuestra subjetividad (Ghent, 1990, Benjamin, 2004).  

Este movimiento, que es posibilitado por una disposición interna "moral", el tercero moral, permite acceder a una relación compartida genuina. Es aceptar una situación, tal vez inevitable, manteniendo en ella nuestra calidad de sujeto. Admitimos lo que el otro nos demanda, nos dejamos llevar al lugar donde propone nuestro encuentro, de modo que causamos una transformación en nosotros mismos; al tiempo que accedemos al punto de vista del otro, al ceder en nuestras posiciones, al aflojar nuestras defensas, nos reencontramos con nosotros mismos, nos percibimos en una nueva versión que enriquece nuestro self. La aceptación de una asimetría en la relación entre cuidador y niño o analista y paciente, aceptación que proviene de la interiorización de un tercero moral, permite la cesión para generar espacio (terceridad) donde tenga lugar, se fomente, se desarrolle un tipo de relación regido por la mutualidad de reconocimiento.


- Sumisión: 

Renuncia a nuestros deseos y necesidades para identificarnos masivamente con un ideal. Supone la negación de nuestra subjetividad a cambio de la adquisición de reconocimiento por parte del ideal, siendo nosotros el ideal mismo.  
Ghent reitera la diferencia entre cesión y sumisión, a la que identifica con el masoquismo. En las relaciones complementarias, donde se es agente o paciente, una alternativa resistida o aceptada es el sometimiento.

- Tercero simbólico:

El tercero simbólico nace de las primeras experiencias de compartir un patrón, un ritmo entre el bebé y su cuidador.  
Aún aceptando las aportaciones de Lacan, en cierto sentido, consideramos que el origen del tercero simbólico no está en el padre edípico. La terceridad del lenguaje que propone Lacan como antídoto al "comer o ser comido", ignora el origen preverbal de la terceridad. Entendemos, por tanto, que la terceridad es algo previo a la adquisición del lenguaje simbólico, e importante para su advenimiento.

- El uno en el tercero (y el tercero energético):

Capacidad de unirse, empatizar o identificarse con el paciente o la madre con el bebé. Es el paso previo (la madre suficientemente buena) a todo desarrollo humano.  

“Yo he propuesto – dice Benjamín - un tercero naciente o energético – distinto del que está en la mente de la madre – que está presente en los intercambios más tempranos de gestos entre la madre y el hijo, dentro de la relación denominada de unicidad. Considero que este intercambio temprano es una forma de terceridad, y propongo que llamemos uno en el tercero al principio de resonancia afectiva o de unión subyacente – literalmente, la parte del tercero constituida por la unicidad”.
El paso siguiente es preparado por la ritmicidad en la relación primitiva, aunque la ritmicidad no deja de estar presente en las relaciones entre adultos. “Las experiencias rítmicas ayudan a constituir la capacidad para la terceridad, y la ritmicidad puede ser vista como un principio modelo que subyace a la creación de patrones compartidos. El ritmo es la base de la coherencia en la interacción entre personas, así como la coordinación entre las partes internas del organismo”. “Cuando el otro significativo es alguien que reconoce, alguien que cede ante el ritmo del bebé, puede empezar a desarrollarse un ritmo co-creado”.

Las teorías edípicas no pueden dar cuenta del nacimiento de la terceridad en las experiencias primordiales que han sido llamadas de unicidad. En tales experiencias, donde la teoría clásica ve sólo un Uno que debe ser discriminado (separación sujeto-objeto), la teoría intersubjetiva, al basarse en un bebé distinto al clásico, dispuesto desde el principio a la relación y el intercambio, a establecer sintonía con su entorno, ve leyes de armonía, ajuste. A esto le llama el tercero energético. Se basa, como decimos, en las investigaciones que demuestran que el niño y el adulto se alinean con un tercero, co-creando un ritmo, que no es reductible a una secuencia de acción reacción (propias de una relación complementaria). Se trata de un tercero compartido. Este tercero, a modo de juego sintonizado, se ejemplifica en la improvisación musical.

 

- El tercero en el uno: 

Es la capacidad de la madre o del analista de mantener la tensión entre las propias necesidades y las del paciente o niño; el estar conectado, identificado con el paciente y conservar una función de observación de nosotros mismos en esa situación.

Dice Benjamin: “Esta capacidad para mantener la conciencia interna, para sustentar la tensión de la diferencia existente entre mis necesidades y tus necesidades, sin dejar de mantener mi sintonización contigo, constituye la base de lo que yo he llamado “tercero moral” o “tercero en el uno” (. . . ) “Mantener la tensión de la diferencia ayuda a crear el espacio simbólico de la terceridad. Un ejemplo de este tercero en el uno es la capacidad de la madre para mantenerse consciente de que el malestar del hijo pasará, junto con su empatía, conservando la tensión entre la unicidad identificatoria y la función de observación"(p. 5)

- Tercero sin el uno: 

Principio de moral rígida, teoría asumida como dogma y, en general, prejuicios que impiden a la madre o al terapeuta empatizar con el bebé-paciente.

En la situación terapéutica, el impasse puede interpretarse como resistencia. Desde una posición clásica, el analista podrá interpretar, amparándose en su teoría, que el paciente se niega a aceptar su capacidad de pensar por sí mismo. Desde el punto de vista intersubjetivo, el analista puede estar creando él mismo la confrontación, al evitar conectar con el paciente que tal vez revive la experiencia de no ser reconocido por sus figuras primordiales. “… necesitamos el tercero en el uno, esto es, que la unicidad es peligrosa sin el tercero; pero esto no funciona bien sin su contraparte, el uno en el tercero. (. . . ) Sin este soporte identificatorio, sin la naciente terceridad de la sintonización emocional, las formas más elaboradas de autoobservación basadas en las relaciones triangulares se convierten en mero simulacro del tercero. (…) el observar a terceros que carecen de la música del uno en el tercero, de la identificación recíproca, no permite crear la suficiente simetría o igualdad para evitar que la idealización se deteriore hasta la sumisión hacia una persona o ideal”.

-El tercero moral:

 

Es la disposición del analista o de la madre para dar el primer paso en la cesión, para conectar con la mente del otro y crear ese espacio de terceridad donde puede crecer el reconocimiento mutuo.  

Es “moral” no en el sentido de norma rígida que se aplica sin reparos, sino en el de ceder ante el derecho del otro. En la mente de la madre hay una disposición a crear terceridad, en el sentido de identificarse con las necesidades del bebé, acomodándose a ellas a expensas de las propias. “De esta forma el progenitor acepta el principio de asimetría necesaria, acomodándose al otro como un procedimiento para generar terceridad, y es trasformado por la experiencia de abrirse al placer mutuo (. . . ) el tercero parental interno, en la forma de reflexiones sobre lo que creará nuevas conexiones en esta relación, permite la cesión y la transformación. Esta voluntad de conectar y el autoexamen resultante crean lo que yo llamaría terceridad moral, la conexión con un principio más amplio de necesidad, corrección o bondad”.

-Enactment (Acción-puesta en escena intersubjetiva): 

Escena en la que el paciente “arrastra” al analista a actuaciones que hacen posible que paciente y analista vivan una experiencia de actualización intersubjetiva de las relaciones de objeto. Es una actuación, por ambas partes, espontánea y favorecedora del crecimiento.

“Enactment” es una conjunción intersubjetiva en forma de puesta en escena entre los dos partícipes del vínculo, basada frecuentemente en la sintonía comunicacional a nivel local, que puede incluir patrones de experiencia derivados de procesos de transferencia-contratransferencia. Es una escena breve y de intensa carga emocional, en la que ambos actúan, y que a posteriori adquiere un valor y sentido funcional al vínculo terapéutico y al proceso de cambio, sobre todo en la medida en que es reconocido y explorado por ambos en la mutualidad de experiencia que ha implicado.  

A partir de J. Sandler (1976, “Contratransferencia y respuesta de rol”) se empieza a considerar el enactment como un hecho inevitable en el trabajo clínico, necesario para la creación de una relación de vínculo, sin por ello perder la neutralidad analítica. Si el paciente propone un rol y el analista no lo actúa, se corta un proceso de forma prematura, lo que es también una actuación de represión, restricción o prohibición del analista. Así pues -según Sandler- haga lo que haga el analista, siempre actúa, actuación que está apoyada en las propias relaciones internas del analista.

Se cuestiona así la idea de un analista que interpreta una realidad en el paciente, desde fuera. Sin embargo el analista es siempre alguien que participa, actúa y luego intenta explicar algo de lo que ha ocurrido entre los dos. Al recuperarse el intercambio de siempre, lo sucedido debe ser comprendido como una puesta en acto de una escena intersubjetiva, cuyos elementos esenciales son:

- espontaneidad: no estaba en la conciencia ni del paciente, ni del analista antes de la acción.

- incumbe directamente al mundo interno del paciente (y del terapeuta), que inconscientemente ha propuesto ese encuentro.

- encuentro que ha arrastrado al analista a jugar ese rol en el que también está implicado su propio mundo interno.  


Una mujer de 24 años, acude a consulta con una terapeuta, en plenas crisis de ansiedad y muy perdida en muchos aspectos. Tiene unos padres y hermanos muy límites. Decía que en su casa gritaba mucho y le decían que era una histérica.

Al cabo de unos meses llega a la sesión y me dice: "Tengo que decirte que ya no grito en casa. "

T: ¿Y eso? 

P: "Por algo que me dijiste tú y me hizo pensar"

T: ¿Yo dije algo? (la terapeuta no sabe a qué se refiere)

P: "Fue un comentario de pasada. No sé de que qué hablábamos y dije que gritaba y me decían que era una histérica descontrolada y yo me sentía fatal. Me preguntaste: ¿Y por qué gritas tanto? Y te dije que porque no me encuchaban. Cuando me fui me vino eso a la cabeza y estuve pensando que daba igual que gritara o no porque no me escuchan en cualquier caso y decidí no gritar, porque no sirve de nada. Ahora ya no me pongo como una histérica. (Sonríe satisfecha)

T: " "Está bien, muy bien, mejor así. "

Esta viñeta tiene la ventaja de no referirse a una situación de extrema emocionalidad, sino que la escena original podría haber pasado desapercibida de no haber sido por el efecto posterior. La paciente provoca en la terapeuta una respuesta, algo que no consigue de su familia, aunque no propiamente gritando, sino hablando de sus gritos. Lograr el interés del otro, algo que en algún momento del pasado perdió, le permite superar un estilo poco efectivo.

Los enactment están relacionados con los “Momentos Ahora”, momentos cruciales en el proceso de cambio, que se “atrapan” o se pierden, hasta una nueva oportunidad (nunca la misma).

-Mutualidad: 

La palabra “mutualidad” sugiere lo que hay de común en una determinada interacción: cariño mutuo, odio mutuo, mutua comprensión, etc. Por el contrario, la falta de mutualidad indica una dimensión no compartida, una diferenciación en la interrelación.

El diccionario de la Real Academia Española define el término como la cualidad de lo que recíprocamente se hace entre dos o más personas. Sin embargo, L. Aron (1996) matiza la diferencia entre mutualidad y reciprocidad: “la idea distintiva de lo mutuo es que las partes se unen a través del intercambio en el mismo acto, como ocurre por ejemplo, en los pactos de mutuo acuerdo; mientras que la idea distintiva de reciprocidad es que una parte actúa en respuesta a algo hecho por la otra parte, como por ejemplo en la amabilidad recíproca”.  

Siguiendo a Aron (1996), que el concepto de mutualidad “no incluye simetría o igualdad”. La psicoterapia siempre será un proceso de influencia mutua y también, inevitablemente asimétrica, por la diferenciación de roles derivada de la especial responsabilidad y autoridad del terapeuta.

La mutualidad es una dimensión dialéctica continua y discontinua, afirmación paradójica en apariencia, como las que nos ha enseñado a aceptar la indagación sobre el pensamiento complejo (Cf. Morin, 1990). Es continua porque atraviesa todos los aspectos de la psicoterapia. Y es discontinua porque está presente en algunos niveles y ausente en otros. Por esto Aron (1996) insiste en la necesidad de diferenciar entre tipos de mutualidad, de manera que podamos hablar específicamente de mutualidad de alianza de trabajo, mutualidad de transferencia, resistencia mutua, mutualidad de influencia, mutualidad de regulación o reconocimiento mutuo. De todos estos niveles o tipos hemos desarrollado principalmente estos dos últimos. La “mutualidad de regulación”, evidenciada en las investigaciones recientes sobre el vínculo temprano madre-bebé, de gran aplicabilidad a la situación terapéutica. Y la “mutualidad de reconocimiento”, un fenómeno decisivo para la clínica que puede estar ausente durante grandes periodos de tiempo y que constituye un ideal terapéutico bajo el enfoque intersubjetivo: la actividad de ambos participantes, paciente y terapeuta, a partir de la cual emerge una reciprocidad en el reconocimiento de la subjetividad del uno al otro.


Referencias

Aron, L. (1996). A meeting of minds. Mutualidad in psychoanalysis. New York: The Analytic Press.

Benjamin, L. (2004). Beyond doer and done to: an intersubjective view of thirdness, The Psychoanalytic Quarterly, 73 (1), 5-46. traducción castellana en Intersubjetivo, 2004, 6 (1), 7-38, .
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