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La psicoterapia psicoanalítica relacional: Conceptos fundamentales y perspectivas.

Fecha Publicación: 01/03/2009
Autor/autores: Alejandro Ávila Espada

RESUMEN

Las personas están incluidas desde su origen en una "matriz relacional", pasada y presente, que dirige y modula el desarrollo de su personalidad. Los seres humanos nacen y viven en relación, desde la trama de sus interacciones precoces (pre, peri y postnatales) su historia de vida personal es inseparable de los contextos sociales, culturales y familiares en los que están incluidos. Desde esta premisa, la psicoterapia psicoanalítica relacional es una perspectiva contemporánea desarrollada por clínicos con interés genuino en no descuidar la atención clínica a las necesidades de los pacientes, sin sacrificarlas a la investigación, las teorías y sus "ortodoxias". La subjetividad del analista, a través de su implicación personal juega un papel principal en el tratamiento, que se despliega mediante procesos de mutualidad y reconocimiento que no niegan ni la diferencia de los roles ni su asimetría funcional, ni por supuesto cuestiona la ética esencial del encuentro con el otro: ceder al otro, para reconocerlo en plena calidad empática.

Esta perspectiva reconoce que paciente y analista pertenecen a un contexto social que les determina, y acepta el cuestionamiento de los significados sociales e ideológicos de la intervención psicoterapéutica. En este trabajo se examinan detenidamente las principales tendencias que convergen esta perspectiva desde la mitad del siglo XX (Firbairn, Sullivan, Kohut, Winnicott, Pichon-Rivière), hasta su integración en uno de las áreas de innovación más vigorosas en la psicoterapia actual, a partir de la labor integradora de Stephen A. Mitchell. Finalmente se describen las principales características teóricas y técnicas que aporta este enfoque para el trabajo clínico.


Palabras clave: Psicoanálisis relacional, Psicoterapia
Tipo de trabajo: Conferencia
Área temática: Tratamientos .

"La psicoterapia Psicoanalítica Relacional:
Conceptos fundamentales y perspectivas"

Alejandro Ávila Espada

Las personas están incluidas desde su origen en una "matriz relacional", pasada y presente, que dirige y
modula el desarrollo de su personalidad. Los seres humanos nacen y viven en relación, desde la trama
de sus interacciones precoces (pre, peri y postnatales) su historia de vida personal es inseparable de los
contextos sociales, culturales y familiares en los que están incluidos. Desde esta premisa, la psicoterapia
psicoanalítica relacional es una perspectiva contemporánea desarrollada por clínicos con interés
genuino en no descuidar la atención clínica a las necesidades de los pacientes, sin sacrificarlas a la
investigación, las teorías y sus "ortodoxias". La subjetividad del analista, a través de su implicación
personal juega un papel principal en el tratamiento, que se despliega mediante procesos de mutualidad
y reconocimiento que no niegan ni la diferencia de los roles ni su asimetría funcional, ni por supuesto
cuestiona la ética esencial del encuentro con el otro: ceder al otro, para reconocerlo en plena calidad
empática. Esta perspectiva reconoce que paciente y analista pertenecen a un contexto social que les
determina, y acepta el cuestionamiento de los significados sociales e ideológicos de la intervención
psicoterapéutica. En este trabajo se examinan los principales conceptos generados en las tendencias
que integran esta perspectiva desde la mitad del siglo XX, hasta su integración en uno de las áreas de
innovación más vigorosas en la psicoterapia actual. Finalmente se describen las principales
características teóricas y técnicas que aporta este enfoque para el trabajo clínico.

Palabras clave: psicoanálisis Relacional; psicoterapia.

Cuestiones conceptuales a modo de introducción
En este trabajo se presentan los conceptos y propuestas teóricas y técnicas que fundamentan
el enfoque contemporáneo conocido como psicoterapia Psicoanalítica Relacional. Iniciaremos
esta exposición con algunas precisiones conceptuales:
Con el término "Relacional" nos referimos a poner especial atención sobre el impacto
que las relaciones humanas tienen en la génesis y dinámica de la actividad mental,
configurada como una psicología bi-personal, en la que el impacto del observador
sobre lo observado es continuo e inevitable. Se configura un campo o sistema
relacional amplio en el que los fenómenos psicológicos cristalizan y emergen, en el
cual la experiencia es continua y mutuamente compartida y se organiza de forma
recíproca, aunque no se pueda conocer directamente la experiencia del otro ni
establecer cual es más verdadera, ambas lo son, por contradictorias que parezcan.
La "Psicoterapia Relacional" es el tratamiento psicológico que usa el poderoso
impacto de la relación terapéutica para lograr el cambio psicológico. Bajo este término
pueden coexistir una amplia variedad de matices y enfoques particulares, sin
exclusiones ni dogmatismos, aunque haya el riesgo de inclusiones oportunistas.

"Psicoanálisis Relacional" refiere a un conjunto de desarrollos teóricos, técnicos y
clínicos que vienen contribuyendo a la evolución de la psicoterapia psicoanalítica hacia
una forma de psicoterapia que explica y opera la dinámica intrapsíquica en su ámbito
natural de origen y evolución: la intersubjetividad, o la amplia trama de relaciones que
constituyen y en la que se despliega la subjetividad (Velasco, en prensa). El objeto del
psicoanálisis (relacional) es la transformación de los principios organizadores
inconscientes o modelos operativos internos que tiene el paciente y que rigen su
actividad y la experiencia de sí mismo y de los otros, por otros más adaptativos y
flexibles. Estos modelos se originan y desarrollan en el campo intersubjetivo del
paciente con sus figuras de apego y cuidado infantil, y se actualizan y transforman en
sus relaciones actuales y en la relación terapeuta-paciente. Hay consenso en reconocer
a S. A. Mitchell como exponente más destacado de la articulación del psicoanálisis
relacional, tanto por la importancia de su obra como por su intención de integrar los
diferentes puntos de vista psicoanalíticos que pueden incluirse dentro del término
relacional (principalmente la teoría de las relaciones objetales, el psicoanálisis
interpersonal y la psicología del self).
"Psicoterapia Psicoanalítica Relacional" es la faceta clínica del Psicoanálisis
contemporáneo que modifica la técnica clásica incluyendo al terapeuta como participe
determinante, usando como método principal la observación profunda de la dinámica
intersubjetiva bidireccional que tiene lugar en el encuentro y la conversación clínica;
escoge sus focos con el objetivo global de lograr cambios estructurales en los patrones
organizadores inconscientes de ambos partícipes, ampliando la calidad y funcionalidad
de sus respectivas matrices relacionales. Implica una epistemología bi-personal que
asume la intensa influencia de la conducta y personalidad de ambos (el llamado
paciente y el llamado terapeuta, determinándose recíprocamente, desplegando ambos
sus modelos de "estar con", tanto dentro como fuera de la sesión.
En la aproximación psicoanalítica contemporánea constatamos la articulación dialéctica de dos
tradiciones teóricas principales: 1) la que pone el foco en la dinámica intrapsíquica, concebida
como representaciones mentales y fantasías del sujeto de las pulsiones; y 2) la que detecta y
da relevancia decisiva a la influencia del ambiente relacional en la constitución de la
subjetividad. Freud es punto de partida de ambas líneas de pensamiento y harán falta
rupturas y sucesivas generaciones para que el psicoanálisis devenga sensible a procesar el
impacto de numerosas influencias: la teoría de las relaciones objetales (Fairbairn); la tradición
culturalista e interpersonal (Sullivan); las líneas de pensamiento independientes que ya trazó
Ferenczi y que renacerá en Balint o Winnicott; todo ello seguido de otras oleadas, la ruptura de
Kohut con su primera época de rígido freudismo y su propuesta sobre el Self y el narcisismo;
también el psicoanálisis leído como psicología Social (Pichon Rivière) o las más recientes
incursiones críticas construccionistas que incorporan las perspectivas del lenguaje y el género
(de Loewald a Benjamin), todo convergerá en Stephen A. Mitchell, el aglutinador del
pensamiento relacional, un pensamiento que no tapará, siendo así un modelo de autor que
abre nuevas perspectivas sin negar las ricas influencias que las construyeron. A modo de
resumen, las figuras 1 y 2 muestra las trayectorias y los nuevos conocimientos que van

constituyendo este giro relacional del psicoanálisis, y las diferentes perspectivas que lo
integran.
Figura 1

Figura 2

Elementos constitutivos de la perspectiva relacional en psicoterapia psicoanalítica

Entre las premisas que definen la perspectiva relacional en psicoanálisis y psicoterapia
psicoanalítica están las siguientes:
Las personas están incluidas desde su origen en una "matriz relacional", pasada y
presente, que dirige y modula el desarrollo de su personalidad. Los seres humanos
nacen y viven en relación, desde la trama de sus interacciones precoces (pre, peri y
postnatales) su historia de vida personal es inseparable de los contextos sociales,
culturales y familiares en los que están incluidos.
La subjetividad es la resultante de la matriz relacional o trama vincular integrada por
la historia de experiencias de las relaciones significativas a través de los contextos
vividos. La experiencia psíquica y los procesos mentales pasan a ser considerados el
producto de la influencia recíproca entre el sujeto y los otros en el contexto
intersubjetivo bidireccional (formados en la intercomunicación de mundos de
experiencia recíprocamente interactuantes), articulados en principios organizadores
inconscientes, tramas interfantasmáticas intersubjetivas, y no como mero resultante
de la actividad inconsciente derivada de los conflictos pulsiones-defensas.
Lo intrapsíquico y lo interpersonal se determinan recíprocamente, pero se asume que
lo intrapsíquico se constituye mediante la internalización de experiencias
interpersonales. Estas experiencias interpersonales internalizadas están mediatizadas
biológicamente, y se articulan en una subjetividad que es inevitablemente intra, inter y
trans-subjetiva.
La trama psíquica se teje sobre los conocimientos relaciones implícitos que derivan de
la matriz de relaciones precoces, incluyendo progresivamente nodos conflictivos
derivados de escenarios deprivadores o que exigen una sobreadaptación
compensatoria de déficits. Estos conocimientos relacionales implícitos se articulan
como patrones organizadores inconscientes (redes neurales específicas) que se
repetirán ante escenarios de relación que contribuyan a activarlos. Dichos "conflictos"
se recrean inconscientemente en la historia del sujeto a través de sus relaciones y en
las relaciones actuales, y la relación terapéutica brinda una oportunidad de acceder a
su experiencia y a la posible modificación de los mismos.
La actividad psíquica no es un derivado de las transformaciones de las denominadas
pulsiones (sexual y agresiva) sino contenidos de experiencia de relación susceptibles
de ser pensados y representados, que surgen del despliegue de las necesidades
humanas fundamentales (entre ellas el apego y el reconocimiento) y de las dificultades
de su articulación y desarrollo. La intersubjetividad en el mutuo reconocimiento es un
aspecto intrínseco del desarrollo del self, tal como ha sido descrito en un apartado
anterior. Un proceso en el que el narcisismo juega un papel determinante.
El "objeto de estudio" clínico es el campo intersubjetivo. Y para acceder a él se utiliza
el método "empático-introspectivo" que definió Kohut. Se investigan los principios
que organizan la experiencia del paciente (a través de la empatía), los principios que
organizan la experiencia del terapeuta (a través de la introspección) y el campo
intersubjetivo creado entre ambos (lo vincular), que a la vez los incluye. Todos los
diferentes planos y niveles de la comunicación (verbal, para-verbal, no verbal,
empático) están presentes en el despliegue de las subjetividades y en su constante
desarrollo.

Pasamos de la prioridad en la comprensión de la biografía y síntomas del sujeto en
términos de conflictos evolutivos, a la indagación de la experiencia que vive en sus
relaciones actuales, incluido el encuentro clínico, donde seremos observadores
participantes (construyendo y organizando continuamente lo que estamos
observando) y estaremos presentes con nuestra propia subjetividad, aproximándonos
a una comprensión "good-enough" del otro.
La observación e investigación del proceso terapéutico nos conduce a fenómenos
nuclearmente relacionales en su esencia y manifestación: alianza terapéutica,
transferencia, contra-transferencia, resistencia, impasse, respuesta de rol. . . . . Frente a
la clásica concepción neutral y asimétrica de la posición del terapeuta, que atraviesa
todos los conceptos mencionados, la perspectiva relacional lo concibe como
transforma en una respetuosa exploración de una realidad conjunta, dando lugar a
significados mutuos que terapeuta y paciente como díada terapéutica han construido,
sin borrar por eso las diferencias. Junto al clásico estudio de las depositaciones y
proyecciones del paciente sobre el terapeuta, que este percibiría como transferencia,
la perspectiva relacional aporta el estudio de la influencia constructiva del paciente
sobre el terapeuta, en un modelo de influencia recíproca.
La subjetividad del analista, a través de su implicación personal juega un papel
principal en el tratamiento, que se despliega mediante procesos de mutualidad y
reconocimiento que no niegan ni la diferencia de los roles ni su asimetría funcional, ni
por supuesto cuestiona la ética esencial del encuentro con el otro: ceder al otro, para
reconocerlo en plena calidad empática. La Mutualidad es un proceso dinámico en el
cual paciente y terapeuta están mutuamente regulados o mutuamente influidos cada
uno con el otro, consciente e inconscientemente. Esta regulación mutua, origina
sentimientos, pensamientos, y acciones.
La mayor y mejor conciencia social del valor de la subjetividad frente a la alienación
propiciada por la evolución de la sociedad tecnológica ha contribuido a reconocer la
naturaleza relacional de la individualidad, tal como se plasma abundantemente en la
cultura, la literatura, el arte, donde aparecen nuevas formas de relación y sobre todo
la primacía de los valores del encuentro personal sobre los peligros del vaciamiento de
objetos del self, tras el disfraz social tecnológico seudo-comunicativo en que nos
podemos quedar atrapados.
Estas macro-tendencias sociales cuestionan un psicoanálisis convencional, que sigue
orientado a profundizar en una individualidad aislada de su contexto. Atender a las
necesidades actuales contextuadas del sujeto (que también pueden ser re-edición de
las pasadas) exige una orientación activa e implicada del psicoanalista con dichas
necesidades, y no solo con las fantasías y deseos profundos del paciente aislado, que
habrá de afrontar un crecimiento en solitario.
Pensando la práctica desde la experiencia de relación
Hace ya una década, desde el primer trabajo público del grupo de Investigación de la Técnica
Analítica (GRITA) (Aburto, Ávila et al, 1999) proponíamos una práctica analítica en la que las
endebles fronteras entre psicoanálisis y psicoterapia, si es que podían establecerse en una
situación particular, no derivaban de proposiciones teóricas sino del alcance que tenía la
intervención en el encuentro con cada caso.

Defendíamos una práctica clínica analítica donde tenía cabida la contención, el sostenimiento y
la gestión, la intervención expresiva, la narcisización cuando es necesaria, y consecuente e
inevitablemente el impacto de nuestra presencia en el paciente, y del paciente en nosotros,
en lo que denominamos la utilización activa y selecta de la contratransferencia.
Se trata de una labor que pertenece al encuentro entre dos personas, psicoterapeuta
psicoanalítico y sujeto que demanda ayuda, un espacio de encuentro donde ambos descubren,
aprenden y cambian en una relación global que incluye lo normal y lo patológico. Un
encuentro que posibilita un espacio potencial para el desarrollo e integración del sí mismo en
una relación íntima y exclusiva. Un mutuo intercambio enriquecedor para ambos, pero
forzosamente asimétrico en favor de generar creatividad y crecimiento en el mundo interno
del sujeto-paciente y su expresión intersubjetiva. Un espacio "a disposición del paciente"
donde el psicoterapeuta facilita un entorno emocional favorable para la integración, y donde
sus variadas necesidades evolutivas o de afirmación del sí mismo no son siempre frustradas.
Crear y vivir este espacio nos hizo posible abrirnos a una experiencia diferente de la clínica y de
la teoría, y cuestionarnos hasta dónde la teoría y la técnica necesitaban ser repensadas, y a la
vez cómo responder a las demandas de la experiencia cotidiana con nuestros pacientes y
colegas.
Estas cuestiones se fueron articulando en estas décadas, sin por ello cerrar o resolver su poder
interrogador. Entre las reflexiones producidas están las siguientes:
No encontramos la diferencia conceptual, ni técnica, más allá de lo anecdótico, entre
psicoanálisis y psicoterapia Psicoanalítica, y hemos asumido la definición que suelen
usar H. Thomä y H. Kächele (1989) de psicoanálisis como "una psicoterapia focal de
duración indefinida y de foco cambiante", un foco que situamos en la experiencia del
encuentro, en toda su complejidad. Si los principios organizadores inconscientes que
son el objeto de conocimiento del psicoanálisis, se originan, desarrollan y transforman
en contextos intersubjetivos, tanto el objeto de intervención clínica en psicoanálisis
como el método de la cura se sitúan ­ ambos- en la relación paciente terapeuta. No
hay analista observador sino partícipe que vive en sí y con el otro los procesos del
paciente; la calidad y profundidad de los procesos activados en el tratamiento
dependerá de la disponibilidad de ambos para explorar los momentos de sintonía y
desencuentro vividos en el análisis, no de parámetros de frecuencia de sesiones o de la
garantía que ofrezca una supuesta actitud neutral.
No necesitamos una metapsicología (pulsional) para continuar siendo psicoanalíticos.
La metapsicologia freudiana ha atravesado varios intentos de superación. Uno de ellos
procedente de la psicología del Yo, que añadió a los ya tradicionales puntos de vista
tópico, económico y dinámico, el genético-estructural. También el pensamiento
Kleiniano añadió nuevos puntos de vista: el posicional, el dramático y el espacial. Y el
pensamiento lacaniano fuerza una nueva lectura con su tríada conceptual realsimbólico-imaginario. Desde las teorías vincular e Intersubjetiva aparece la necesidad
de una cuarta tópica, que puede suponer una auténtica reformulación de las teorías

clásicas, un nuevo eje para pensar la clínica. Esta cuarta tópica que es intersubjetiva
en su concepción y en su lenguaje se ofrece como revulsivo para seguir pensando.
Propone la interacción o el interjuego del aparato psíquico del sujeto y del otro
semejante en la cultura, en su realidad externa material, en su realidad temporoespacial, también determinantes. El Aparato psíquico dejaría de ser concebido como
cerrado e individual, pasando a ser un sistema abierto en interacción, un "aparato
psíquico extenso" como lo ha denominado Merea (1998).
En esta nueva concepción de aparato psíquico el punto de vista tópico vendría definido
por el vínculo con el otro. El punto de vista dinámico vendría definido por el contexto
intersubjetivo de yoes heterónimos o multriplicidades del self. La heteronimia hace
referencia a un yo que se manifiesta en una unidad imaginaria que es lo que llamamos
personalidad. La condición heterónima permite al yo no sólo un despliegue defensivo
determinado ante el sufrimiento psíquico sino también el despliegue de la creatividad
como baluarte del progreso y no sólo de la repetición (Merea, 1998; Davies, 2007;
Wachtel, 2008). Así pues, desde el punto de vista dinámico, se incluye el conflicto
intrayoico (yo escindido constitutivamente); el conflicto con los otros (interpersonal)
así como el conflicto transcultural que atraviesa al anterior. El punto de vista
económico contempla la ligazón afectiva con el objeto (relaciones de amor-odio en las
relaciones afectivas complejas).
La psicopatogénesis requiere también su cuestionamiento. El concepto de salud
psíquica superó su reducción a criterios sociales y adaptativos desde las propuestas de
Winnicott. La Salud psicológica pasó a ser concebida como una clase de
estructuración óptima o "La habilidad que tiene la persona saludable para lograr un
balance óptimo entre el mantenimiento de su organización psicológica, por un lado, y
su apertura por otro a nuevas formas de experiencia" (Stolorow y Atwood, 1994, p. 27).
Es decir que sus estructuras psicológicas están lo suficientemente consolidadas para
que puedan asimilar un amplio rango de experiencias del Self y Otros, manteniendo su
estabilidad e integridad. Pero a la vez son estructuras lo suficientemente flexibles para
acomodarse a nuevas configuraciones de experiencia del Self y los Otros, de manera
que la organización de la vida subjetiva pueda continuar su expansión en toda su
complejidad y amplitud. Diferentes psicopatologías reflejan dos tipos de fracaso en
lograr este "balance óptimo". Es el territorio en el que hace ya dos décadas Killingmo
(1989) clarificó nuestra comprensión acerca de que:
o Hay trastornos psicológicos que reflejan la consolidación de estructuras
patológicas que operan rígidamente para restringir el campo subjetivo de la
persona (patologías de la rigidez de las defensas), y que podemos identificar
como el ámbito de la patología del conflicto.
o Hay trastornos psicológicos que reflejan déficits por la insuficiencia o el fracaso
de la estructuración evolutiva a la hora de consolidar el mundo subjetivo
(Stolorow y Lachmann, 1980), organizaciones psicológicas proclives, según
Kohut, a la autofragmentación, requiriendo la inmersión en objetos y vínculos
arcaícos del self, que necesita ser sostenido en su precaria cohesión. Es lo que
Killingmo denominó patología del déficit.

Partiendo de esta distinción entre patología del déficit y patología del conflicto, l a
perspectiva intersubjetiva ha formalizado nuevos modelos, tanto para el origen del
trastorno como para las hipótesis de cambio, situando el origen del trastorno en
mundos intersubjetivos tempranos. El conflicto intrapsíquico emerge de contextos
intersubjetivos en los que estados afectivos centrales para el niño, no han podido ser
integrados por falta de una respuesta empática de su entorno, de manera que son
disociados para que no entren en conflicto con los vínculos que resultan
imprescindibles, y congruentemente la situación terapéutica aporta la riqueza de un
interjuego entre los mundos diferentemente organizados del paciente y el terapeuta.
Las disociaciones defensivas de los afectos reaparecen en el tratamiento en forma de
resistencias cuando el paciente teme que el terapeuta no esté bien conectado. Cuando
se salvan estas resistencias, se manifiestan los anhelos evolutivos, que tienen opción a
ser alcanzados.
La revisión de las teorías de la memoria ha aportado un mejor conocimiento de las
propiedades y función de la memoria de procedimiento (Coderch, 2007), soporte de la
influencia cambiante del pasado en el presente, lo que tiene consecuencias
importantes para la comprensión de la transferencia y para la propia dinámica del
cambio, que no dependerá tanto de la reordenación de significados, como de la nueva
experiencia de relación continuada que contribuirá a hacerlo posible. Esto ha
implicado diversas revisiones del concepto de transferencia, que ya no es vista como
una repetición del pasado al servicio de la resistencia, sino como la manera en que el
analizado organiza la experiencia de relación que está teniendo en el encuentro
analítico, que usa como un vector evolutivo-constructivo. Los patrones organizadores
inconscientes se expresan mediante la memoria de procedimiento, mientras que las
construcciones conscientes están ordenadas por la memoria declarativa. Transferencia
y contratransferencia constituyen entonces un campo intersubjetivo, un sistema de
influencia mutua recíproca. No sólo el paciente requiere al terapeuta como objeto del
self (Kohut, 1977), también el terapeuta requiere al paciente en este sentido, aunque
generalmente de forma menos arcaica. En consecuencia, un foco básico del
tratamiento es el análisis de la influencia de la actividad del terapeuta sobre el
paciente. Paralelamente, todos los fenómenos clínicos se observan desde esta
perspectiva intersubjetiva: alianza de trabajo, reacción terapéutica negativa,
resistencia, "puestas en escena", etc.
¿Qué cambios técnicos implican estos conceptos? Hemos de partir de aceptar la caída
de los mitos clásicos sobre el proceso analítico y el papel del analista, configurados
en base a las ideas de neutralidad y abstinencia (Stolorow, y Atwood, 1997;
Stolorow, 1994d; Stolorow, 1990). Más allá de la cultura de la privación y frustración
como ideal analítico, más allá de la imposible neutralidad (solo observable en la
desconexión paciente-analista), constatamos que la aplicación rígida e indiscriminada
de la regla de abstinencia no sólo no garantiza la pretendida neutralidad, sino que
puede resultar iatrogénica. La metáfora del analista pantalla que como un espejo no se
deja ver y tan solo refleja al propio paciente, es una utopía pues el analista está sujeto
a sus propios principios organizadores inconscientes y resulta inevitable que sus

aspectos personales se muestren a través de su actitud y de sus interpretaciones. Lo
que ha de hacer, por tanto, el analista es evaluar el impacto que tienen sus principios
organizadores inconscientes (incluyendo sus principios teóricos) en su comprensión
analítica y en sus interpretaciones. Desde una lectura intersubjetiva, la terapia
psicoanalítica se concibe como "Un procedimiento a través del cual el paciente
adquiere conocimiento reflexivo de su actividad estructurante inconsciente (. . ) El
tratamiento psicoanalítico ha evolucionado del análisis de los síntomas al análisis del
carácter (. . ) el objetivo de hacer consciente lo inconsciente se ha ampliado hasta su
aplicación a las estructuras invariantes de significado que organizan prereflexivamente la conducta y experiencia del paciente (y del analista)" (Stolorow y
Atwood, 1994, p. 26)
El cambio estructural que se espera produzca el proceso analítico opera en diferentes
niveles, tanto al nivel de completar déficits evolutivos, como de elaboración y
resolución de conflictos de naturaleza pulsional o traumática. A medida que aumenta
la calidad estructural del cambio por medio del proceso terapéutico, ambos, paciente y
terapeuta, desarrollan un saber procedimental sobre cómo pueden estar juntos. Este
saber procedimental sólo puede adquirirse si el terapeuta se encuentra en libertad de
ensayar con el paciente una amplia gama de intervenciones, respecto de las cuales
observa la reacción del paciente. Es necesario que tengamos precauciones en la
enseñanza de la técnica para no favorecer en el terapeuta una "espontaneidad a la
ligera". Pero también es verdad, que uno de los principales instrumentos técnicos ante
el paciente es el uso de nuestra propia subjetividad integrada en el conocimiento
profesional. En la técnica clásica, el respeto al mito de la neutralidad, y el miedo a la
actuación coartaban mucho la participación del terapeuta. Pretendíamos ser un
observador neutral y cuasi-científico de los fenómenos psíquicos, y no percibíamos la
determinación de nuestra impronta (freudiana, kleiniana, lacaniana, kohutiana. . . ) y su
lenguaje. Tampoco el enorme potencial creativo de la experiencia compartida. Nuestro
principal reto es pasar de la teoría de la técnica clásica, a una teoría de la técnica
centrada sobre la exploración del vínculo paciente-analista.
La tarea terapéutica tiene una estructura relacional. Paciente y terapeuta se
encuentran trabajando simultáneamente en los niveles afectivo, cognitivo y actuado
para deconstruir lo viejo, al tiempo que van construyendo modos de generar
significación y de estar juntos, más integrados, flexibles y promisorios. Esta
concepción del proceso terapéutico como una simultánea de-construcción de las
estructuras de control desadaptativas junto a una creciente articulación de otras
estructuras más competentes, ofrece una conceptualización más general de los
diversos niveles de procesamiento que se amalgaman en una nueva organización
emergente, en un momento dado del cambio terapéutico. Un cambio en el nivel de la
representación no solamente implica que haya cognición o insight sino también
modificaciones en el modo de estar con los otros y esto debe afectar igualmente a la
relación paciente-analista. Los momentos de reorganización deben contener un tipo
nuevo de consenso intersubjetivo que permita una apertura hacia nuevas iniciativas y
acciones interpersonales.

Esto nos conduce a diferenciar dos estrategias:
o Cuando predominan las estructuras patológicas (el ámbito denominado de la
patología del conflicto) el proceso de elaboración puede ser concebido como
un proceso gradual de transformación estructural, en el que la clarificación
interpretativa repetida de la naturaleza, orígenes y propósitos de las
configuraciones del Self y los Otros, entre los cuales es asimilado el analista,
junto con la yuxtaposición repetida de estos patrones con experiencias con el
analista, en tanto que "nuevo objeto" al cual ha de acomodarse, todo ello
establece un nuevo conocimiento reflexivo, y al mismo tiempo induce a la
síntesis de modos alternativos de experienciar el Self y el mundo objetal.
o

Cuando se trata del predominio de estructuras deficitarias, se requiere una
concepción diferente del proceso de elaboración. Aquí se trata de desarrollar,
hacer crecer la estructura psicológica en lo que carece o es inestable como
consecuencia de fallas e interferencias evolutivas. En este caso al paciente se
le permite que establezca un vínculo de objeto del Self arcaico con el analista,
el cual sirve para reinstaurar procesos evolutivos que se habían detenido o
destruido en su fase natural de desarrollo.

El "potencial de cambio" del tratamiento psicoanalítico requiere también considerar a
la díada analítica. La analizabilidad no es una propiedad sola del paciente, sino del
sistema analista-paciente, que podemos formular en términos de la "bondad de
ajuste" entre en lo que el paciente necesita, ser mejor comprendido, y lo que el
analista es capaz de comprender (Emde, 1988), trasladando la técnica su foco a las
rupturas de alianza y a los impasse, como momentos clave para la reorganización de la
experiencia.
Otra cuestión a debate es el papel relativo del "insight cognitivo" y de la "sintonía
afectiva" en el proceso de cambio. Cada vez se acumula más evidencia que pone el
énfasis en el poder mutativo de la "nueva experiencia relacional con el analista"
(Kohut, 1984), en detrimento de la confianza depositada históricamente en la
interpretación. Es posible que el efecto terapéutico de la interpretación resida
fundamentalmente en el significado específico que tiene para el paciente la
experiencia de ser entendido: El valor terapéutico del contenido de la interpretación
quedaría así relativizado, lo que viene siendo propuesto desde hace décadas iii, y ha
sido a la vez objeto de investigación (Boston Change Processes Study Group; Stern et
al, 1998).
El proceso terapéutico se resumen entonces en una alternancia continua entre la
dimensión evolutiva y repetitiva de la transferencia y contratransferencia, proceso
inherentemente intersubjetivo, vincular, formado por un campo psicológico
constantemente cambiante y creado por el interjuego entre los mundos subjetivos
diferentemente organizados del paciente y del analista. Cuando el paciente funciona
dentro de la dimensión evolutiva busca en el terapeuta la provisión de aquellas

experiencias que le faltaron en su desarrollo temprano (legitimación de la experiencia,
discriminación self y objeto, etc. ). Cuando funciona en la dimensión repetitiva, teme
la reaparición de situaciones conflictivas de su pasado. Estas dos dimensiones se
alternan continua e inevitablemente pasando de estar en primer plano a ser el telón
de fondo, tanto en la transferencia del paciente como en la contratransferencia del
terapeuta.
¿Hay reciprocidad en la relación paciente-terapeuta?. Más que esperar reciprocidad,
ha de analizarse la influencia continua y dialéctica entre la actividad del paciente y la
del terapeuta. Así por ejemplo, si el paciente funciona bajo la modalidad repetitiva de
la transferencia, la estrategia estaría centrada en la introspección del analista para
detectar fallos en la sintonía respecto del paciente que provoquen en él un
comportamiento resistencial. Igualmente, este estado puede ser debido a una buena
sintonía del terapeuta que evoque la emergencia de anhelos arcaicos disociados y el
temor a una consiguiente retraumatización.
La propuesta relacional hace énfasis en la Mutualidad, no en la reciprocidad. La
psicoterapia siempre será un proceso de influencia mutua y también, inevitablemente
asimétrica, por la diferenciación de roles derivada de la especial responsabilidad y
autoridad del terapeuta. La mutualidad es una dimensión dialéctica continua y
discontinua, afirmación paradójica en apariencia, como las que nos ha enseñado a
aceptar la indagación sobre el pensamiento complejo (Cf. Morin, 1990). Es continua
porque atraviesa todos los aspectos de la psicoterapia. Y es discontinua porque está
presente en algunos niveles y ausente en otros. De todos los niveles o tipos modelos
hemos desarrollado principalmente dos: La "mutualidad de regulación", evidenciada
en las investigaciones recientes sobre el vínculo temprano madre-bebé, de gran
aplicabilidad a la situación terapéutica; y la "mutualidad de reconocimiento", un
fenómeno decisivo para la clínica que puede estar ausente durante grandes periodos
de tiempo y que constituye un ideal terapéutico bajo el enfoque intersubjetivo: la
actividad de ambos participantes, paciente y terapeuta, a partir de la cual emerge una
reciprocidad en el reconocimiento de la subjetividad del uno al otro, y configura la
relación terapéutica como un ámbito de cesión.
Reflexiones finales
La perspectiva relacional, a través del análisis de lo vincular (intra, inter y transubjetivo) en la
matriz relacional, viene aportando un nuevo horizonte para la clínica psicoanalítica, que, más
allá de su filiación conceptual, ha generado una ilusión para el trabajo clínico con el paciente,
sin menosprecio de nuestra implicación y agencia en el proceso de cambio, del que somos copartícipes. Al tiempo, aporta las bases para pensar una renovación conceptual de la teoría y de
los métodos de la técnica, sin dejarnos atrapar en mitos que pueden alienar el proceso,
privarle de su significado transformador. La aportación de esta perspectiva para una nueva
comprensión de los fenómenos clínicos es incuestionable. Se acepten o no en su totalidad
estas propuestas, todas las escuelas psicoanalíticas se tienen que enfrentar a la continua
presencia del factor intersubjetivo, con la naturaleza vincular de los fenómenos clínicos, que

no son sólo una propiedad del psiquismo aislado del paciente, sino fenómenos de un sistema
más amplio: paciente-terapeuta.
Nuestra tradición vincular, fundamento de nuestra inquietud por la transformación de nuestra
teoría y nuestra práctica, nos ha llevado a este diálogo, en el que hemos reflexionado sobre las
propuestas teóricas y técnicas que nos permiten entender nuestra práctica clínica. La teoría
del vínculo, desde Pichon Rivière, el pensamiento Winnicottiano, la psicopatología vincular
desarrollada en gran medida en nuestro propio contexto intelectual, la psicología de dos
personas de Arnold Modell, el psicoanálisis relacional de Stephen Mitchell, o el pensamiento
intersubjetivo de Robert Stolorow, George Atwood y Donna Orange, son todas ellos
aproximaciones que, en gran medida, convergen en una preocupación común: Aprender de la
experiencia de nosotros mismos con y de nuestros pacientes, manteniendo viva la ilusión del
cambio.
Como conclusión, y apertura a fuentes complementarias sobre esta perspectiva, el lector
interesado puede explorar los contenidos y recursos que ofrece IARPP (Asociación
Internacional
para
el
Psicoanálisis
y
la
Psicoterapia
Relacional)
en:
http://www. iarpp. org/html/index. cfm y sobre todo los desarrollos de su sección española (IARRPEspaña) capítulo local de IARPP, que aglutina al pensamiento relacional en el contexto
hispanoparlante, una entidad abierta a quienes piensan y trabajan la clínica desde dichos
planteamientos y en las diferentes lenguas de nuestro entorno cultural, castellano, catalán,
gallego y portugués, manteniendo un portal web de contenidos dedicado a la psicoterapia y al
psicoanálisis relacional (http://www. psicoterapiarelacional. es/) y editando una revista
electrónica
de
psicoterapia,
de
acceso
libre
en
la
web:
http://www. psicoterapiarelacional. es/CeIRREVISTAOnline/CEIRPortada/tabid/216/Default. aspx

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