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Bases neurobiológicas de la agresividad.

Fecha Publicación: 01/01/2003
Autor/autores: Javier Tirapu Ustarroz

RESUMEN

Podemos definir la agresividad como la conducta amenazante, verbal o física, dirigida hacia el ambiente o hacia las personas. Dos modelos neurocognitivos de agresividad se han descrito: 1) la agresividad reactiva y la instrumental (1). La primera correspondería a las conductas agresivas (psicopatía adquirida o secundaria) observadas en pacientes con lesiones cerebrales que afectan predominantemente del área orbitofrontal; mientras la segunda hace referencia a la agresividad observada en los sujetos que cumplirían los criterios diagnósticos de las categorías del DSM-IV: ?Trastorno antisocial de la personalidad? y ?Trastorno disocial?. Las diferencias entre ambos modelos de agresividad se describen en la tabla nº 1.

Estos dos modelos nos ayudan a explicar y comprender la conducta agresiva humana, no son ambos excluyentes entre sí sino que existe una interacción entre ambos. En este sentido una lesión o disfunción neurobiológica en si misma es infrecuente que sea la única causa de un acto violento; por otra parte cada vez existen más evidencias de la existencia de alteraciones neurobiológicas en los trastornos de conducta asociados en entidades como el TAP. Estos factores biológicos podemos dividirlos en: la alteración de estructuras cerebrales; la constitución física incluyendo en la misma la activación del sistema nervioso autónomo, la genética, la influencia de las hormonas y de los neurotransmisores del sistema nervioso central (SNC).


Palabras clave: agresividad
Tipo de trabajo: Conferencia
Área temática: Psiquiatría general .

Bases neurobiológicas de la agresividad.

C, Pelegrín; * Javier Tirapu Ustarroz **.

* FEA de psiquiatría del hospital Universitario “Miguel Servet” (Zaragoza)

** Neuropsicólogo. Clínica Ubarmín. Elcano (Navarra)

[25/2/2003]



Introducción

Podemos definir la agresividad como la conducta amenazante, verbal o física, dirigida hacia el ambiente o hacia las personas. Dos modelos neurocognitivos de agresividad se han descrito: 1) la agresividad reactiva y la instrumental (1). La primera correspondería a las conductas agresivas (psicopatía adquirida o secundaria) observadas en pacientes con lesiones cerebrales que afectan predominantemente del área orbitofrontal; mientras la segunda hace referencia a la agresividad observada en los sujetos que cumplirían los criterios diagnósticos de las categorías del DSM-IV: “Trastorno antisocial de la personalidad” y “Trastorno disocial”.

Las diferencias entre ambos modelos de agresividad se describen en la tabla nº 1. Estos dos modelos nos ayudan a explicar y comprender la conducta agresiva humana, no son ambos excluyentes entre sí sino que existe una interacción entre ambos. En este sentido una lesión o disfunción neurobiológica en si misma es infrecuente que sea la única causa de un acto violento; por otra parte cada vez existen más evidencias de la existencia de alteraciones neurobiológicas en los trastornos de conducta asociados en entidades como el TAP. Estos factores biológicos podemos dividirlos en: la alteración de estructuras cerebrales; la constitución física incluyendo en la misma la activación del sistema nervioso autónomo, la genética, la influencia de las hormonas y de los neurotransmisores del sistema nervioso central (SNC).

 


Tabla nº 1 Diferencias entre dos modelos de agresividad: la “psicopatía secundaria” y la primaria representada por el trastorno antisocial de la personalidad (1)


Bases neurobiológicas de la sociopatia adquirida o pseudopsicopatía

Si bien con la estimulación del sistema limbico, en especial de la amígdala, se han descrito reacciones de agresividad inmotivadas e incontrolables son las lesiones del córtex prefrontal, en especial de las áreas medial y orbitofrontal, las que con mayor frecuencia se han asociado a conductas agresivas. De esta manera en un estudio realizado en una muestra de 31 sujetos condenados por asesinato, en 20 de ellos se objetivaron signos de disfunción frontal (2). Del mismo modo en el estudio realizado por Grafman y cols. (3) en supervivientes de la guerra del Vietman, los pacientes con daño cerebral frontal presentaban conductas significativamente más agresivas que aquellos con lesiones localizadas en otras áreas cerebrales. Los modelos neurocognitivos que explicarían la agresividad o la pseudopsicopatía adquirida serían los siguientes:

a. hipótesis del marcador somático. Desarrollada por Damasio y cols. (4) al observar pacientes con daño cerebral frontal que presentaban graves dificultades en su funcionamiento cotidiano que no podían ser explicados por alteraciones en las funciones intelectuales. El autor argumenta que el razonamiento de las personas con lesiones frontales o en las conexiones orbitofrontales con la amígdala y el hipotálamo. Estos sujetos no están influidos, ni consciente ni inconscientemente, por las respuestas emocionales con sus estados somáticos positivos o negativos. Privados de estos inputs emocionales que nos guían a seleccionar la conducta a seguir, la conducta social y personal puede ser inadecuada y deficiente.

b. Modificación de la conducta a través de respuesta social. Las personas con lesiones orbitofrontales, en especial derechas, presentan una incapacidad tanto para producir como para percibir las expresiones faciales (alegría, tristeza, miedo, rabia, malestar y sorpresa) (5).

Estas personas no pueden comportarse de manera eficaz en un nuestro mundo altamente sociable sin ser capaces de reconocer las emociones de los demás y por lo tanto de comprender sus sentimientos (teoría de la mente). Este modelo se correspondería en los psicópatas primarios al concepto acuñado por Cleckley de “afasia semántica”, como la incapacidad innata para entender y expresar el significado de experiencias emocionales. Estos sujetos incapaces de entender el sufrimiento que provoca su conducta, no desarrollan conciencia y, por lo tanto carecen de empatía o remordimientos.


Bases neurobiológicas del trastorno antisocial de la personalidad (TAP)

Neuroimagen funcional y estructural

Uno de los estudios más relevante en este campo es el realizado por Raine y cols. (6) en un grupo de 21 sujetos con TAP con tres grupos de sujetos (normales, adictos a sustancias tóxicas y pacientes psiquiátricos) valorando el volumen del córtex prefrontal mediante resonancia nuclear magnética. En este estudio se constato una reducción del 11% de los sujetos con TAP respecto los controles y un 13, 9 % respecto los pacientes con abuso de sustancias. Estas diferencias no se explicaron por ninguna otra variable psicosocial; sin embargo aunque los resultados son muy interesantes no se estudian separadamente las distintas áreas de la corteza prefrontal. Esta hallazgo de disfunción estructural del córtex prefrontal concuerda con otros estudios realizados con técnicas de neuroimagen funcional (tomografía de emisión de positrones) que han detectado una hipofuncionalidad en la corteza prefrontal de asesinos convictos en comparación de controles (Raine y cols, citados por Brower (7).

Muy interesante resulta un hallazgo posterior consistente en que dentro de esta muestra de estudio solo los sujetos con antecedentes de deprivación psicosocial tienen una perfusión frontal significativamente menor que los sujetos de la muestra control (7). Este resultado apoya la hipótesis que la deprivación social precoz en periodos críticos para el desarrollo cerebral puede producir defectos estructurales en el SNC. Otro hallazgo del mismo estudio encuentra solamente diferencias en los asesinos calificados por los forenses como más afectivos e impulsivos en contraposición de aquellos que cometen el delito de una forma más planificada; este hallazgo nos indica la prudencia con la cual debemos acoger estos hallazgos debido a la complejidad de las metodologías utilizadas y la heterogeniedad de la conducta antisocial.

Constitución

En la misma investigación realizada por Raine y cols. (6) constataron una menor activación psicofisiológica (sólo en la respuesta electrodérmica; no en la comparación de la frecuencia del ritmo cardíaco) de forma significativa durante una prueba estresante (comentar en publico sus delitos durante una sesión filmada en vídeo) en los pacientes con TAP; esta respuesta del sistema nervioso aplanada es coincidente con múltiples estudios publicados que han puesto de relieve este tipo de respuesta en los sujetos con TAP ante las situaciones de peligro o de riesgo vital. Al ser incapaces de abordar una situación potencialmente peligrosa calibrando su propio miedo se comportan de forma violenta, independientemente del riesgo, un comportamiento que finalmente se convierte en un estilo de vida. La ausencia de activación del sistema nervioso autónomo llevaría por lo tanto a un deficiente aprendizaje mediante condicionamiento operante durante la infancia y a una predisposición a la conducta antisocial durante la adolescencia y vida adulta.

En un reciente estudio (8), los autores constataron que los sujetos afectos de un TAP tienen una dificultad general para procesar las emociones, independientemente si estas son positivas y negativas; el hallazgo más sugestivo de la investigación es que esta respuesta aplanada era específica de los sujetos antisociales al compararlos con sujetos afectos de un trastorno límite de la personalidad implicados en una conducta delictiva. En la regulación y activación del el sistema nervioso autónomo se encuentra involucrado el córtex prefrontal y probablemente varias estructuras subcorticales (amígdala, núcleos del troncoencefálico y ciertas áreas de los ganglios de la base y del cerebro anterior). Todo lo anterior apoya la aplicación de la teoría de los “marcadores somáticos” de Damasio, como explicación parcial de la conducta delictiva de los sujetos con un trastorno antisocial de la personalidad (9).

Genes y conducta

Los estudios comparativos entre pares de mellizos y gemelos y los estudios de adopción han constatado la heredabilidad de la predisposición a cometer actos delictivos (10).

Muy interesante resultan los estudios realizados mediante técnicas de ingeniería genética produciendo en ratones una ablación del gen del receptor 1B de serotonina mediante un proceso de deleción dirigida. Cuando se aíslan estos ratones durante cuatro semanas y después se les expone a un ratón natural, son mucho más agresivos que estos en condiciones similares. Muestran además de una singular ferocidad durante el conflicto social, una elevada impulsividad y muy poco temor o aprensión ante el peligro comportándose como si carecieran de los mecanismos necesarios que permiten la inhibición de los impulsos.

Estos resultados apoyan la actividad de la serotonina como factor biológico importante para determinar el umbral de la violencia; no obstante como sucede con las estructuras cerebrales también en este caso convergen factores genéticos y ambientales (Jiménez-Llort L, citados por Tobeña A). En este sentido se piensa que una serie de agentes sociales desfavorables, como el maltrato social o sexual en la niñez, disminuyen los niveles de serotonina cerebral.

Sin embargo, la relación entre los niveles de serotonina y agresión en los seres humanos no es tan sencilla. En un famoso estudio genético de una familia holandesa con catorce varones con antecedentes de haber provocado graves delitos (incendios provocados, violaciones e intentos de homicidio) (11), dio como resultado la detección de una mutación en el gen codificador de la monoaminooxidasa A (MAO-A), una de las enzimas principales del metabolismo de las monoaminas (serotonina, noradrenalina y dopamina). La mutación provocaba aparentemente un aumento de los niveles de serotonina; sin embargo, las personas afectadas mostraban un aumento de la impulsividad. No obstante una actividad baja de la enzima MAO se ha demostrado en sujetos con impulsividad, escasa capacidad de autocontrol o individuos buscadores de sensaciones.

Otro estudio que involucra la enzima MAO donde se obtuvieron unos hallazgos muy relevantes de las relaciones genética-ambiente consistió en la valoración longitudinal de una muestra amplia de niños varones neocelandeses (12). La hipótesis de trabajo consistía en que el abandono o los malos tratos durante la infancia constituyen un factor de riesgo para la violencia en la juventud y edad adulta. Al comparar la interacción de los antecedentes de malos tratos y la actividad MAO se obtuvieron datos muy interesantes: la influencia de los malos tratos confirmados sólo se ponía de manifiesto en individuos con actividad MAO baja, mientras que la MAO alta protegía contra los efectos consecutivos al maltrato infantil.


Hormonas y neurotransmisores

En cuanto a las hormonas destaca la combinación de testosterona alta y cortisol bajo objetivada de forma repetida en varones agresivos; aspecto que también se ha contrastado recientemente en mujeres adolescentes con tendencia a la conducta antisocial (13). Los efectos de la testosterona sobre la agresividad también ha sido puesta de relieve en las personas que se dopan con esteroides androgénicos.

Respecto los neurotransmisores, la complejidad del sistema nervioso central hace que no sea posible establecer una relación clara entre los niveles o disponibilidad de un neurotransmisor y la aparición de conducta agresiva. Dentro de estas limitaciones en estudios tanto empleando modelos animales como en humanos se ha puesto en evidencia la aparición de conducta agresiva con una disminución de la actividad de las neuronas serotoninérgicas. La implicación de la serotonina como neurotransmisor inhibidor o atenuador de la conducta agresiva es uno de los datos más contrastados de la neurobiología en esta área.

Menos evidencia existe en el sentido que los fármacos o trastornos que aumentan el sistema gabérgico la reducen; lo mismo sucede respecto la evidencia que los agentes o enfemedades neuropsiquiátricas que producen un aumento de la noradrenalina (14). Por el contrario los fármacos dopaminérgicos y los estados hiperactividad dopaminérgica secundarios a enfermedades del SNC pueden dar lugar a un aumento de la impulsividad y de las conductas agresivas asociándose en muchos casos a cuadros paranoides (15). Esta ideación paranoide, la presencia de daño cerebral, en especial en el córtex orbito y medialfrontal, y los antecedentes de abusos sexuales-físicos en la infancia configuran una tríada etiológica que interaccionan entre sí para dar lugar en muchos individuos a una conducta violenta (16).


Bibliografía

1. Blair RJR. Neurocognitive models of aggression, the antisocial personality disorders, and psychopathy. J Neurol Neurosurg Psychiatry 2001; 71: 727-731.
2. Blake PY, Pincus JH & Bucner G. Neurologic abnormalities in murderers. Neurology 1995; 45: 1641-1647.
3. Grafman J, Schwab K, Warden D, et al. Frontal lobe injuries, violence and aggression: a report of the Vietnam head injury. Neurology 1996; 46: 1231-1238.
4. Damasio AR. The somatic marker hypothesis and the possible functions of the prefrontal cortex. En: Roberts AC, Robins TW, Weiskrantz L (eds). The prefrontal cortex. Executive and cognitive functions. Oxford: Oxford University Press, 1988; 36-50
5. Kolb B & Taylor L. Facial expression, emotion, and hemispheric organisation. En: Nadel L, Lane RD (eds. ). Emotion and cognitive neuroscience. New York: Oxford University Press, 2000: 62-83.
6. Raine A, Lenz T, Birle S, et al. Reduced prefrontal gray matter volume and reduced autonomic activity in antisocial personality disorder. Arch gen Psychiatry 200; 57: 119-127.
7. Brower MC, Price BH. Neuropsychiatry of frontal lobe dysfunction in violent and criminal behaviour: a critical review. J Neurol Neurosurg Psychiatry 2001; 71: 720-726.
8. Herpertz S, Werth U, Lukas G et al. Emotion in Criminal offenders With Psychopathy and Bordeline personality Disorder. Arch gen Psychiatry 2001; 58: 737-745.
9. Damasio AR. A Neural Basis for Sociopathy. Arch gen Psychiatry 2000; 57: 128-129
10. Tobeña A. Cerebros violentos. Rev psiquiatría Fac Med Barna 2002; 29 (6): 354-361ç
11. Brunner HG, Nelen M, Breakfield Xo et al. Abnormal behaviour associated with a point mutation in the structural gene for monoaminooxidase A. Science 1994; 262: 578-580.
12. Caspi A, Mc Clay J, Moffit TE et al. Role of genotype in the cycle of violence in maltreated children. Science 2002; 297: 851-854.
13. Pajer K, Gardner W, Rubin T et al. Decresed cortisol levels in adolescent girl with conduct disorder. Arch gen Psychiatry 2001; 58 (3): 297-302
14. Oquendo MA, Mann JJ. The biology of impulsivity and suicidality. Psychiatr Clin North Am 200; 23 (1): 11-25.
15. Cummings JL, Back C. The cholinergic hypothesis of neuropsychiatric symptons in Alzheimer´s disease. Am J Geriatr Psychiatry 1998; 6: S64-S78
16. Pincus JH. Aggression, Criminality, and the Frontal Lobes. Miller BL, Cummings JL (eds). The Human Frontal Lobes. Functions and Disorders. New York: Guilford Press 1999: 547-557


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