El proceso de envejecimiento constituye un fenómeno universal que afecta a todos los seres vivos. El envejecer no significa necesariamente que la persona se deslice inevitablemente hacia la invalidez, soledad y a un deterioro físico y mental. Sin embargo, respecto a la vejez se han desarrollado una variedad de mitos. Debemos prestar atención a los procesos que normalmente están asociados al envejecimiento, y que nos indican cuáles son los problemas que se presentan. Por una parte, la incomprensión y la falta de adaptabilidad a situaciones nuevas que colocan a las personas mayores en una situación de inferioridad en un mundo rápidamente cambiante. Por otra, el declive psicofísico asociado al envejecimiento que conlleva necesidades de atención psicosocial, sanitarias y económicas cada vez mayores.
Calidad de vida del adulto mayor.
Héctor Lamas Rojas; Javier Lamas Lara.
Sociedad Peruana de Resiliencia
C/ Santa Honorata 415 Urbanización Pando
C. P: Lima 1
Lima Perú
E-mail: halamasrojas@yahoo. com
PALABRAS CLAVE: Envejecimiento, Incompresión, atención psicosocial.
(KEYWORDS: Aging, Incomprehension, Psychosocial attention. )
página 1
[6/2/2004]
Resumen
El proceso de envejecimiento constituye un fenómeno universal que afecta a todos los seres vivos. El envejecer no significa necesariamente que la persona se deslice inevitablemente hacia la invalidez, soledad y a un deterioro físico y mental. Sin embargo, respecto a la vejez se han desarrollado una variedad de mitos. Debemos prestar atención a los procesos que normalmente están asociados al envejecimiento, y que nos indican cuáles son los problemas que se presentan. Por una parte, la incomprensión y la falta de adaptabilidad a situaciones nuevas que colocan a las personas mayores en una situación de inferioridad en un mundo rápidamente cambiante. Por otra, el declive psicofísico asociado al envejecimiento que conlleva necesidades de atención psicosocial, sanitarias y económicas cada vez mayores.
Abstract
The aging process constitutes a universal phenomenon that affects all the alive beings. Aging doesn’t necessarily mean that the person slips inevitably toward the disability, solicitude and to a physical and mental deterioration. However, regarding the age they have been developed a variety of myths. We should pay attention to the processes that are usually associated to the aging, and that indicate us which are problems that are presented. On one hand, the incomprehension and the lack of adaptability to new situations that place the grown-ups in a situation of inferioty in a quickly changing world. For other, the psychophysical decline associated to the aging that bears psychosocial, sanitary and economic attention necessities bigger each time.
Los mitos sobre el adulto mayor
Para el año 2002 la población estimada a nivel nacional es de 26 millones 749 mil personas, de las cuales el 33. 8% tiene menos de 15 años, el 60% está entre 15 y 59 años, mientras que el 7. 2 % cuenta con 60 y más años . Proyecciones oficiales estiman que para el año 2020 esta proporción de adultos mayores subirá al 11% de la población y a 12. 6% el año 2025. En cifras absolutas, las personas de 60 años y más subirán de 1 millón 848 mil en el año 2000 a 3 613 mil en el año 2020 y, a 4 millones 470 mil en el año 2025.
En torno a los cambios biológicos ocurridos al envejecer, se configuró el llamado modelo médico tradicional que conceptualizó a la vejez en términos de déficits y de involución acentuando la percepción de la vejez como un proceso degenerativo. El proceso de envejecimiento constituye un fenómeno universal que afecta a todos los seres vivos. El envejecer no significa necesariamente que la persona se deslice inevitablemente hacia la invalidez, soledad y a un deterioro físico y mental. Sin embargo, respecto a la vejez se han desarrollado una variedad de mitos. El primero se refiere a la expectativa de que ser viejo significa estar enfermo (Verbrugge, 1984). Al respecto, una encuesta realizada en 1994 encontró que entre las personas de 65 y 74 años, 89% no presenta invalidez alguna. Para las personas entre 75 y 84 años, esta cifra fue del 73% y entre aquellos sobre 85 años, fue del 40% (Rowe y Khan, 1998).
El segundo mito se refiere a que existen límites en la capacidad de aprendizaje. Una serie de habilidades como el procesamiento, el aprendizaje y la recuperación de nueva información, la solución de problemas y la rapidez de respuesta, parecen sufrir un enlentecimiento en la vejez con respecto a etapas previas de la vida. . Birren, Woods y Williams (1980) proponen la hipótesis de un enlentecimiento cognitivo generalizado del SNC. Sin embargo, las personas mayores pueden mejorar sus habilidades cognitivas mediante procedimientos conductuales (por ej. , retroalimentación y reforzamiento positivo para la identificación de las claves relevantes a la memorización); en particular, el aprendizaje, la recuperación de información y la habilidad para resolver problemas.
Al menos tres factores han sido identificados como predictores de un menor decremento en las habilidades cognitivas, a medida en que envejecemos. El primer y mejor predictor es el nivel educacional. El segundo es la capacidad pulmonar , estrictamente relacionada con la actividad física regular y que probablemente permite una mejor circulación y oxigenación de la sangre que llega al cerebro. El tercer predictor es el nivel de autoeficacia, es decir, la creencia en la habilidad personal de ser capaz de influir en lo que nos ocurre a diario (Albert, 1995; Greider, 1996).
Una tercera creencia o mito implica que el envejecimiento conlleva necesariamente un deterioro continuo y progresivo. Sin embargo, gran parte de las funciones perdidas pueden recuperarse y en algunas instancias lograr niveles superiores a los previos.
Una cuarta creencia señala que la genética es el factor determinante en el cómo envejecemos. Sin embargo, se estima que sólo el 30% del envejecimiento físico puede ser atribuido a factores genéticos, aún más, se cree que a medida que envejecemos la importancia de la genética es cada vez menor. La forma en que vivimos ( estilos de vida) y dónde vivimos (ambiente) son los factores más importantes en determinar los cambios relacionados con el corazón, el sistema inmunológico, los pulmones, los huesos, el cerebro y los riñones.
El quinto mito se refiere a dificultades en la respuesta sexual. Al respecto, se constata una gran variabilidad individual. Considerándose que, aquellos individuos que han sido sexualmente activos toda su vida es probable que continúen siéndolo durante su vejez. También parece necesario señalar que es muy probable que el repertorio sexual se amplíe a medida que envejecemos. Es decir, los viejos practican una gama más amplia de comportamientos sexuales, en donde el acariciarse, abrazarse y sentirse amado son más importantes que la penetración y el alcanzar el orgasmo ( Segraves y Segraves, 1995).
Un sexto mito se relaciona con la creencia de que los viejos son una carga para los otros grupos etáreos y que no participan en actividades productivas. Lo cierto es que, una buena parte de los adultos viejos están preparados y dispuestos a trabajar, o trabajan; lo que ocurre es que en el mercado laboral son discriminados, cuando se trata de contrataciones o ascensos.
Teniendo en cuenta el amplio cuerpo de investigación que confirma la existencia de estereotipos sobre las personas mayores, fundamentalmente negativos, las cuestiones que adquieren mayor relevancia actualmente son las relacionadas con el grado y el modo en que los estereotipos pueden estar elicitando actitudes hacia las personas mayores (Hummert, Garstka, Shaner y Strahm, 1994). Este tema ha sido enfocado desde dos perspectivas diferentes pero complementarias. El primer enfoque, de corte sociológico y con importantes implicaciones políticas y económicas, utiliza el concepto de grupo marginal para definir la situación de las personas mayores en nuestra sociedad (Bazo, 1990). Esta conceptualización se basa en la idea de que las personas mayores sufren un proceso de desintegración social que implica una falta de participación, tanto activa como pasiva, en los beneficios y servicios que la sociedad ofrece a sus miembros en general (Vizcaíno, 1987).
Con referencia a enfoques más netamente psicológicos se ha investigado sobre los estereotipos y las imágenes sociales de la vejez utilizando una metodología diversa: análisis del discurso hablado (Fry, 1980) y escrito (Abel, 1995), las entrevistas tipo encuesta (Fernández-Ballesteros, Montorio, Hernández, Izal, Pozo y de la Calle, 1992), cuestionarios (Cicirelli, 1990) o tareas de laboratorio (Bouchard, Bourhis y Knops, 1991); etc. Entre las conclusiones más importantes que se derivan de estos estudios se encuentran las siguientes:
1. La percepción social de las personas mayores consiste en una imagen básicamente negativa (Fernández-Ballesteros et al. , 1992).
2. La probabilidad de que los estereotipos negativos eliciten actitudes negativas es mayor que la de que los positivos eliciten actitudes positivas, especialmente cuando son aplicados a las personas de edad más elevada (Hummert, Gartska, Shaner y Strahm, 1995).
3. Las actitudes de los cuidadores hacia las personas mayores resultan ser el mejor predictor de las conductas paternalistas y de sobreprotección en el cuidado de sus familiares mayores (Cicirelli, 1990).
4. Los profesionales de la salud tienen dificultades para reconocer la presencia de procesos patológicos en las personas mayores ya que asocian de forma natural la edad con la fragilidad y la debilidad, esto implica que frecuentemente no se tratan enfermedades que podrían ser curadas mediante la adecuada atención médica (Brown, 1996).
Así, por ejemplo, una investigación en la que tanto un grupo de profesionales que trabajan con población anciana como estudiantes de psicología, a punto de incorporarse al mundo profesional, tenían que facilitar un diagnóstico y un tratamiento a partir del análisis de historias clínicas muestra como ambos grupos tienden a describir los mismos problemas clínicos como orgánicos cuando la persona juzgada es de edad avanzada, a diferencia de si es joven que lo consideran como un problema funcional (Montorio e Izal, 1994). Con respecto a la forma de tratamiento propuesto, se sugería con una mayor frecuencia fármacos e institucionalización para los ancianos en detrimento de terapias psicológicas. Estos resultados apoyan el supuesto que los profesionales pueden llegar a utilizar la edad como un indicador para explicar el comportamiento, variando el diagnóstico y las recomendaciones para el tratamiento de las personas mayores en comparación con adultos de menor edad (Montorio e Izal, 1994).
5. Las actitudes de los miembros de una comunidad hacia los mayores se encuentra estrechamente relacionada con la imagen que socialmente se mantiene de ellos, y esta imagen se encuentra estrechamente relacionada, a su vez, con el estatus que las personas mayores disfrutan en dicha comunidad (Fry, 1988). En esta sentido, aquellas culturas que mantienen valores tradicionales y donde los miembros de más edad desempeñan funciones rituales, de transmisión de conocimentos o de formación de nuevos miembros, valoran y tratan más positivamente a las personas mayores que las culturas nómadas, donde se consideran una carga, o las tecnológicas, donde las personas mayores no poseen el control de los recursos ni de los conocimientos (Keith, 1992). Por ejemplo, entre los Herero de Botswana y Namibia es costumbre que las mujeres mayores se encarguen de la crianza de los niños que ya tienen edad para aprender a realizar tareas cotidianas, manteniendo así su estatus en el grupo, mientras que entre los Inuit es costumbre que los mayores se abandonen a su muerte cuando ellos mismos consideran que ya no son "útiles" a la unidad social.
En sus escritos sobre los aspectos psicológicos del trabajo con personas mayores, Little (1988) sugiere que el edadismo se mantiene porque las falsas creencias que socialmente imperan sobre la vejez no sólo influyen en el modo como se trata a las personas mayores, sino también en el modo en que ellas se comportan. El modelo contempla el proceso de interacción entre, por un lado, los estereotipos y expectativas negativas sobre la vejez y, por el otro, la discapacidad para las actividades de la vida diaria. Con esta propuesta se pretende superar algunas limitaciones de los modelos tradicionales (biológicos, conductuales, etc. ) sobre la dependencia funcional en la vejez, pues considera no sólo un proceso básico de influencia de las cogniciones sobre las conductas manifiestas, sino también las interrelaciones existentes entre variables mediadoras y factores implicados.
Las necesidades del adulto mayor
Debemos prestar atención a los procesos que normalmente están asociados al envejecimiento, y que nos indican cuáles son los problemas que se presentan hoy en día:
1. Por una parte, la incomprensión y la falta de adaptabilidad a situaciones nuevas que colocan a las personas mayores en una situación de inferioridad en un mundo rápidamente cambiante.
2. Por otra, el declive psicofísico asociado al envejecimiento conlleva necesidades de atención psicosocial, sanitarias y económicas cada vez mayores.
Ante estos hechos, la prevención comunitaria se revela como una de las medidas más eficaces en cuanto sustentadas en dos líneas de actuación:
- El requerimiento del adulto mayor que quiere participar en el mundo relacional en el que se desenvuelve con pleno derecho
- La no institucionalización de la persona mayor
En relación a lo cual, Muñoz (1997), plantea algunas estrategias que podríamos utilizar para fortalecer redes sociales, la integración social y la calidad de vida del adulto mayor:
- Animación sociocultural
- Campañas de información y sensibilización
- Actuaciones dirigidas a la mejor ocupación del ocio y tiempo libre
- Actuaciones integrales que favorezcan la coordinación de todos los sistemas de protección social
- Acciones encaminadas a potenciar las relaciones intergeneracionales
En los países desarrollados se considera que cerca del 25 por 100 de la población geriátrica sufre una afección psíquica (Sheperd y Clare, 1981), siendo la depresión la más frecuente, con un índice de morbilidad que oscila entre el 13 y el 20 por 100
La falta de relaciones sociales es un poderoso factor de riesgo para un nivel de salud pobre. En tal sentido, el apoyo social y socioemocional ( expresiones directas de afecto, de estima, de amor y respeto) son fundamentales para el envejecimiento exitoso (Sabin, 1993).
Hay cuatro modos importantes en que el apoyo social puede promover la salud:
a. Es posible que el apoyo social lleve a las personas a obtener tratamiento médico de manera más rápida y que les provea de mejor información en salud incluyendo el cómo acceder a los servicios.
b. Algunas formas de apoyo social pueden de hecho consistir en tratamiento médico directo
c. El apoyo social puede hacer más probable la adopción de comportamientos promotores de salud (caminar o no fumar), supuesto ésta sea la norma en el grupo de referencia.
d. Comportamientos de apoyo pueden tener efectos biológicos directos que aumenten la resistencia a enfermedades. Individuos que reportan altos niveles de apoyo social tienen niveles significativamente más bajos en tres medidas fisiológicas de estrés: epinefrina, norepinefrina y cortisol.
Las pérdidas asociadas al proceso de envejecimiento crean para el individuo un campo de experiencias que son agresión a su identidad personal, tanto desde el punto de vista de autoimagen como de la autoestima. No se trata solamente de las pérdidas más drámaticas, como la repentina pérdida de la salud, la jubilación obligada o el ingreso en una institución asistencial. Lo más frecuente es que se trate de pequeños incidentes dispersos al filo de la vida cotidiana. Por el contrario, una favorable revisión de la vida prepara el camino para una actitud más serena ante la muerte. Cuando una persona es capaz de aceptar todo el esquema de su vida con ecuanimidad, puede relajarse y disfrutar de los días que le quedan. La muerte puede ser considerada el fin natural, poco temible, de una existencia valiosa.
La conciencia del envejecimiento algunas veces hace perder la confianza que la persona tiene de sí misma. En un esfuerzo por apuntalar su seguridad, el adulto mayor recurrirá frecuentemente a su pasado. Tratará de reafirmarse con el pensamiento: "He hecho esto toda mi vida, desde luego que puedo hacerlo otra vez!. Las personas me han respetado, porqué iban a dejar de hacerlo ahora?". Se reviven en la mente momentos de triunfo y se revisan los logros. Si el proceso de validación tiene éxito, entonces el individuo habrá renovado la fe en su propia capacidad. Esta confianza le ayudará a seguir adelante y a continuar demostrando su competencia.
Pero el proceso de reafirmación no siempre tiene éxito. Pueden venir a lo mente momentos de fracaso; las limitaciones y la pesadumbre pueden resultar con más fuerza que los logros positivos. La persona puede permanecer pérdida y desconsolada en medio de las ruinas. Es posible que desaparezca la confianza y la motivación necesaria para seguir adelante en la vida.
De manera similar, los prejuicios en contra de las personas mayores pueden hacer que otras nieguen que éstas todavía tienen una alta capacidad, aún cuando para ellas mismas haya quedado claramente manifestada. Unas cuantas experiencias humillantes y destructivas son suficientes para convencer a algunas personas de que no valen como ciudadanos de primera clase, y de que ni siquiera vale la pena darse ánimo con hazañas ocurridas en su fructífero pasado.
Esto es lo que ocurre la mayoría de las veces cuando los adultos mayores viven su retiro como una jubilación social, Experimentan como un sentimiento de distanciamiento en relación con la corriente de la vida de su propio grupo de pertenencia. Este empobrecimiento del contacto con el entorno se traduce en un empobrecimiento del tiempo que tiene para disfrutarlo. Privados de estímulos adecuados, los adultos mayores tienen la impresión de que el tiempo es largo, que transcurre a un ritmo mucho más lento.
El esparcimiento es tan necesario en la época de la vejez como en las anteriores. Pero la diversión no tiene en sí misma un valor de estímulo: lo que le confiere valor de tal es la significación subjetiva que puede tener para el adulto mayor. En una vida ya llena de actividades intensas, el esparcimiento aporta un equilibrio saludable entre la tensión y la distensión. Participa entonces en la plenitud del conjunto de esta vida y del valor de estímulo que de ello se deriva. El esparcimiento pueda corresponder también a un sentimiento real de plenitud cuando facilita la expresión creadora de la persona o la obtención de objetivos necesarios a la expansión.
La jubilación social de los adultos mayores lleva directamente a la soledad por el hecho de afectar a su comunidad de experiencias con los miembros de su grupo de pertenencia. Comprueban con amargura que la vida, más que la ausencia de la muerte, es en realidad la comunión con una corriente vital experimentada a través de un grupo de pertenencia. Se imaginan que después de un gran número de siglos, la humanidad podrá haber desaparecido de la faz de la tierra. Pero ellos, solitarios, seguirán viviendo. Su destino les parece entonces intolerable: sin grupo de pertenencia, su soledad será absoluta.
La intervención psicosocial
Es cada vez más claro que el mantenerse activo en tareas que tengan un propósito y un significado, junto con el mantener relaciones significativas, es fundamental para la mantención del bienestar a lo largo de la vida; en relación a lo cual, es muy importante una intervención sustentada en los siguientes principios metodológicos (Girard, 1991):
. Las intervenciones deben ser definas en función de las necesidades individuales de las personas mayores
. La discapacidad y/o inadaptaciones son las circunstancias que deben poner en relación a las personas mayores y/o sus familias con el entorno institucional.
. La prevención como forma de intervención no debe estar limitada en el tiempo
. Sólo el conocimiento del medio en el que el individuo se desenvuelve y su catalogación puede permitir comprender la importancia de la situación
. El equipo de intervención debe ser versátil y lo menos jerarquizado posible.
En un primer nivel primario de atención, las necesidades más frecuentes que se presentan suelen ser las siguientes:
a. de cuidado, afecto, relación, actividad
b. de convivencia armónica normalizada
c. de relación con los medios de socialización primarios y secundarios: hogares, calle, amigos, etc
d. de atención de dificultades o desajustes que puedan aparecer en el proceso de envejecimiento
e. de alojamiento y cuidado en caso de inexistencia o deterioro de las relaciones convivenciales
La intervención en el segundo y tercer nivel va dirigida a individuos, familias y grupos que se encuentran en un proceso definido de exclusión médica y/o social, necesitando apoyos para la convivencia familiar y social, por lo que no sólo se debe incidir en éstos, sino, por generalización, en toda la comunidad. Entre los objetivos más importantes a conseguir en estos niveles de prevención serían:
a. facilitar el acceso, permanencia y utilización de recursos normalizados de la comunidad
b. intervenir con los individuos, familias y grupos, al objeto de habilitar las competencias necesarias para la convivencia y la inserción
c. procurar el apoyo psicosocial necesario
d. promover intervenciones socioeducativas
e. realizar intervenciones tendentes al conocimiento, mantenimiento y fortalecimiento de las redes de apoyo social
f. procurar alojamientos alternativos en las circunstancias adecuadas y cuando no se posible proponer otras alternativas.
Si bien el objetivo último de toda política social es incrementar el bienestar social, desde el punto de vista psicosocial nos interesa el bienestar subjetivo, el cual , de acuerdo con Diener (1994), tiene tres características:
1. Es subjetivo, reside en la experiencia del individuo
2. Incluye medidas positivas, no sólo es la ausencia de factores negativos
3. Las medidas del bienestar subjetivo suelen ser integrales e incluir todos los aspectos de la vida de las personas.
En el caso del adulto mayor, se plantean retos de adaptación y los esfuerzos de estas personas para acometerlos. , y se supone que la integridad de la calidad de vida emana de las respuestas adaptativas. Por ejemplo, en relación a movilidad útil, actividades básicas de la vida diaria, capacidades de orientación, comunicación receptiva y expresiva, relaciones sociales e interpersonales, autonomía, percepción de salud, entre otras. Lo que podría interpretarse a partir de la teoría de la actividad. Según este enfoque, de raíces aristotélicas, una persona se sentirá bien en función de las actividades que realice y de la calidad con la que las lleve a cabo, aprehendida ésta a través de percepciones subjetivas: opiniones, actitudes, creencias y valores Por ejemplo: El desafío de adaptación es extraer placer de la vida. La pregunta que tendríamos que plantearnos es si la persona, el adulto mayor en nuestro caso, tiene respuestas ante éste desafío y su percepción de las mismas: actuar de acuerdo con los propios valores, seguir intereses, adherirse a experiencias religiosas y estéticas, relajarse en tiempo de ocio, valorar la vida a pesar del dolor y de los problemas, etc. Y, dos aspectos finales, no olvidemos que no hay un único estándar con el que sopesar el declive, el mantenimiento o la mejoría de la adaptación y que la adaptación se modifica en función del contexto, especialmente la motivación y la respuesta del entorno.
Uno de los prejuicios más visibles de la sociedad peruana es la consideración de las personas adultas mayores como sujetos pasivos y sin capacidad para participar activamente en la marcha de su comunidad. Además, en nuestro país son pocos los canales institucionalizados para la participación del adulto mayor, hombres o mujeres, que puedan servir de mecanismo importante para estimular sus capacidades.
Si la participación en general de los adultos mayores es poco significativa, resulta de mayor preocupación la exclusión casi total de la mujer adulta mayor, producto de la discriminación de género que sufren en todos los niveles generacionales, lo cual debe revertirse tanto a nivel familiar como también a nivel comunitario.
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