Postmodernidad y Globalización constituyen dos de las características de la cultura del siglo XXI. Se tiende a una sociedad global, pero acultural, a la uniformidad de lo comercial a través de la ?sociedad de la información? y la cultura icónica. La homogenización de la cultura, impuesta por los medios, exporta internacionalmente el estereotipo estético y el estilo enfermizo de los países poderosos y aumentan las prevalencias de trastornos alimentarios (TCA). Esta ?enfermedad americana? se propaga hacia el este. La epidemia gana terreno, por el peso de la cultura. Las prevalencias de TCA halladas en los países subdesarrollados, en las culturas africanas, asiáticas, orientales, en las minorías raciales estadounidenses crecen poco a poco.
Y nos encontramos con curiosas investigaciones, que confirman la Globalización. Como un estudio entre iraníes de M. Nobakht y M. Dezhkam, con una prevalencia comparable a la hallada en occidente, en nuestros estudios españoles con similar metodología. . El caso de las islas Fiji, estudiado por. Becker es paradigmático. Son unos desórdenes que, cada vez más, deben preocuparnos en todo el mundo. Pues, se extienden, con la Globalización, al ser unos trastornos mediatizados socioculturalmente, que expresan conflictos y tensiones generalizados en la cultura de la Postmodernidad. Para la American Psychiatric Association, en muchos otros países, aparte de EstadosUnidos, se ha producido un incremento general de TCA, incluso en culturas donde dichos trastornos son poco frecuentes . Según Levine estamos en la cuarta etapa de desarrollo de los TCA, en la que se extienden por Sudáfrica, Chequia o Hong-Kong.
Globalización, postmodernidad y conducta alimentaria.
Pedro Manuel Ruiz Lázaro.
Psiquiatra. Salud. Huesca. Secretario Asociación Española psiquiatría Infanto-Juvenil (AEPIJ). Coordinador grupo ZARIMA prevención. Unidad Mixta de Investigación hospital Clínico-Universidad de Zaragoza.
Resumen
Postmodernidad y Globalización constituyen dos de las características de la cultura del siglo XXI. Se tiende a una sociedad global, pero acultural, a la uniformidad de lo comercial a través de la “sociedad de la información” y la cultura icónica. La homogenización de la cultura, impuesta por los medios, exporta internacionalmente el estereotipo estético y el estilo enfermizo de los países poderosos y aumentan las prevalencias de trastornos alimentarios (TCA). Esta “enfermedad americana” se propaga hacia el este. La epidemia gana terreno, por el peso de la cultura. Las prevalencias de TCA halladas en los países subdesarrollados, en las culturas africanas, asiáticas, orientales, en las minorías raciales estadounidenses crecen poco a poco. Y nos encontramos con curiosas investigaciones, que confirman la Globalización. Como un estudio entre iraníes de M. Nobakht y M. Dezhkam, con una prevalencia comparable a la hallada en occidente, en nuestros estudios españoles con similar metodología. . El caso de las islas Fiji, estudiado por. Becker es paradigmático. Son unos desórdenes que, cada vez más, deben preocuparnos en todo el mundo. Pues, se extienden, con la Globalización, al ser unos trastornos mediatizados socioculturalmente, que expresan conflictos y tensiones generalizados en la cultura de la Postmodernidad. Para la American Psychiatric Association, en muchos otros países, aparte de EstadosUnidos, se ha producido un incremento general de TCA, incluso en culturas donde dichos trastornos son poco frecuentes . Según Levine estamos en la cuarta etapa de desarrollo de los TCA, en la que se extienden por Sudáfrica, Chequia o Hong-Kong.
Postmodernidad y Globalización constituyen dos de las características de la cultura del siglo XXI, en el que hemos entrado con timidez, y que se asientan en fenómenos ya existentes en el pasado siglo XX.
M. Mc Luhan en 1964 utiliza la expresión “aldea global” para hacernos caer en la existencia de la era televisiva, en la que la televisión anula las distancias visuales y nos hace ver en tiempo real acontecimientos de cualquier parte del mundo. La Tierra parece más pequeña gracias a los medios de comunicación. Las oportunidades que esto supone se antojan esperanzadoras. La información llega a todas partes y de todas partes.
Pero, con un claro sesgo hacia el imperio occidental americano. El imperio “yankee” impone entre sus colonias, de forma más o menos sutil, a través de su aparición en los medios de comunicación de masas unas necesidades, gustos, intereses, valores y estilos de vida. Son mensajes que le interesa divulgar a la superpotencia imperante, para ir modelando el mercado global en que se quiere convertir el mundo conocido. Hoy es muy difícil separar comunicación y mercancía. La televisión se presenta como un potente mecanismo mercantil de colonización y aculturación. Se sigue acumulando pruebas, pero parece existir un cierto consenso, entre los investigadores, en admitir que los factores socioculturales, el macroentorno pueden ser de vital importancia en el origen y mantenimiento de la anorexia nerviosa y bulimia nerviosa. Trastornos de la conducta alimentaria (TCA) que, si seguimos, a Richard A. Gordon, a Vicente Turón o a Josep Toro, son trastornos culturales de nuestro tiempo”o “trastornos étnicos”, en la terminología de los ensayos de George Devereux de 1955, “síndromes ligados a la cultura” (“culture-bound syndrome”), redefinidos por Prince, o “síndromes reactivos a la cultura” en palabras de Di Nicola. Son unos trastornos tan íntimamente ligados a nuestra forma de vida contemporánea y a nuestra sociedad desarrollada que se podrían considerar una enfermedad sociocultural.
La homogenización de la cultura, impuesta por los medios, exporta internacionalmente el estereotipo estético y el estilo enfermizo de los países poderosos. Para Naomi Wolf, esta “enfermedad americana” se propaga hacia el este. La epidemia gana terreno, por el peso de la cultura, para Anne Guillemot y Michel Laxenaire.
Las prevalencias de trastornos de la conducta alimentaria halladas en los países subdesarrollados, en las culturas africanas, asiáticas, orientales, en las minorías raciales estadounidenses, en general eran muy inferiores a las halladas en occidente, pero crecen poco a poco. Y nos encontramos con curiosas excepciones, que confirman la Globalización de este mundo, que no deja de sorprendernos.
Como un estudio en dos fases, entre las escolares iraníes de Teherán publicado el año 2000. El trabajo de M. Nobakht y M. Dezhkam, del Departamento de psicología de la Universidad Ferdousi, encuentra, en una amplia muestra de tres mil cien adolescentes de 15 a 18 años, un 0, 9% de anorexia nerviosa, un 3, 2% de bulimia nerviosa y un 6, 6% de síndromes parciales. Es decir, una prevalencia de trastornos alimentarios entre las mujeres adolescentes de Irán comparable a la hallada en los países occidentales, a la descrita en nuestros estudios españoles, realizados con similar metodología. Y en un país islámico, de cultura árabe, religión musulmana, integrista, donde las mujeres deben ir cubiertas, ocultas por largos ropajes, como nos muestra el excelente cómic autobiográfico “Persépolis” de Marjane Satrapi. Aunque, llevan vaqueros y tacones bajo las túnicas, y las ventas de ropa interior son elevadísimas.
Con un gusto occidental, y una preocupación por el cuerpo, que es exhibido en la intimidad, y ocultado en la vida pública, lo que puede explicar, al menos en parte, estos resultados.
Los trastornos de la conducta alimentaria continúan fascinando a los investigadores, para D. B. Mumford, ya que suponen un laboratorio donde probar las teorías de influencia cultural en la psicopatología y el proceso de aculturación. A medida que se extiende el pensamiento único global, la cultura del imperio predominante, que se introduce la Pepsi-cola o la Coca-cola y el Mc Donald’s o el Burger King, Internet, la publicidad con sus modelos al gusto occidental y las series de televisión americanas o anglosajonas, en los países en vías de desarrollo, penetra la ideología de la delgadez como ideal estético. Y con ella, las dietas y los trastornos alimentarios.
El caso de las islas Fiji, al sur del Pacífico, estudiado por Anne E. Becker, profesora de antropología de la escuela médica de Harvard, es paradigmático. Son unas islas con un extraordinario índice de personas obesas y con exceso de peso. Se ha pasado rápidamente del ideal estético corporal tradicional robusto y musculoso, para hombres y mujeres, a uno delgado. La frase “aumentaste peso” era un piropo y “tener las piernas flacas” un insulto. A diferencia de Estados Unidos, las dos terceras partes de mujeres y varones obesos no se atormentaban por el ideal de delgadez ni mostraban ese deseo irrefrenable de perder peso. Más del cincuenta por ciento de las mujeres obesas y más del setenta por ciento de las que tenían sobrepeso a las que entrevistó, según publicó en 1995, querían mantener su peso. Al preguntarles por las figuras más atractivas en una serie de trece siluetas eligieron las de peso intermedio.
Desde la introducción de la televisión, se ven las series estadounidenses, británicas y australianas, como Melrose Place, Beverly Hills, 90210, entre otras; se está más en contacto con el canon de belleza occidental. Las jóvenes del país ya no sueñan con parecerse a sus madres o a sus tías. Ahora quieren ser más altas y delgadas. Cada vez hay más adolescentes de este archipiélago de Oceanía que se sienten gordas y deprimidas por su peso, y que quieren perder kilos. Ha habido un cambio en la percepción de la imagen corporal y de los hábitos alimentarios. Desde la llegada de la televisión a las Fiji, en 1995, ha habido un considerable incremento de las conductas anoréxicas y bulímicas. Antes de 1995, no se hablaba casi nunca de hacer dieta. En 1998, treinta y ocho meses después de la implantación del único canal de televisión insular, un sesenta y nueve por ciento de las chicas, con una edad media de diecisiete años, reconoce haber seguido un régimen de adelgazamiento, un porcentaje incluso superior al de sus coetáneas norteamericanas. Y un setenta y cuatro por ciento dijeron sentirse “muy corpulentas o gordas”.
Y no olvidemos que son unos desórdenes que, cada vez más, deben preocuparnos en todo el mundo. Pues, se extienden, con la Globalización, al ser unos trastornos mediatizados socioculturalmente, que expresan conflictos y tensiones generalizados en la cultura de la Postmodernidad.
Para la American Psychiatric Association, en la segunda edición de su Guía clínica para el tratamiento de los trastornos del comportamiento alimentario (TCA), en muchos otros países, aparte de Estados Unidos, se ha producido un incremento general de trastornos del comportamiento alimentario, incluso en culturas donde dichos trastornos son poco frecuentes.
Según Michael Levine estamos en la cuarta etapa de desarrollo de los TCA, en la que se extienden por Sudáfrica, Chequia o Hong-Kong, tras la primera etapa en el siglo XIX, la segunda en los locos años veinte, y la tercera en los sesenta y setenta del pasado XX.
Para J. Armando Barriguete Meléndez en la actualidad encontramos datos de incidencia y prevalencia que inquietan en países llamados en vías de desarrollo, culturas tradicionales, en otras culturas llamadas de universos múltiples. Siendo mayor el impacto en las mujeres de estas culturas cuando se guían por las sociedades occidentales. Vicente J. Turón Gil escribe que al igual que los occidentales en el siglo XVI propagamos la viruela en el nuevo Mundo, en la actualidad Occidente está induciendo en países de otras culturas unas costumbres alimentarias que conllevan enfermedad y sufrimiento, con la sumisión a los estereotipos globalizados, la homogeneización cultural, dentro de una misma cultura virtual, creada por el cine y la televisión, y menos por los mensajes escritos, altamente seductora, de la que todos participamos.
Probablemente, Japón, el antiguo imperio del sol naciente y actual emporio empresarial, sea el paradigma del país no occidental, oriental, que ha sufrido un sustancial y persistente aumento de estas afecciones, con cifras comparables o incluso superiores a las observadas en los Estados Unidos de América. En Japón, tras la Segunda Guerra Mundial, a partir de los años cuarenta, se ha producido un cambio revolucionario en los patrones estéticos de la belleza corporal femenina, aunque ya durante el periodo Meiji empezó a modificarse su percepción, por la influencia occidental. De 1965 a 1990, la estatura de las japonesas se ha mantenido estable, en el metro sesenta centímetros de media, al tiempo que el peso ideal, deseado por las niponas, ha pasado de cincuenta y tres a cuarenta y ocho kilos. En el último lustro de este periodo estudiado, la diferencia entre el volumen corporal deseado y el volumen corporal medio percibido se ha incrementado. Es decir, que han aumentado la insatisfacción corporal y los deseos de adelgazar. Los medios audiovisuales de la aldea global, que transmiten sus modelos, el masivo turismo a Occidente, han transformado el gusto tradicional y se valora la piel morena y el tipo esbelto hasta el extremo. Pensemos en el modelo corporal ideal de las heroínas del Manga y veremos que en nada se diferencia de los iconos occidentales.
A partir de 1950, empiezan a publicarse casos de anorexia nerviosa en instituciones japonesas, coincidiendo con el inicio de la expansión económica y la occidentalización de este país. T. Nadaoka y sus colaboradores de la Universidad Yamagata informan acerca de 97 pacientes atendidos por padecer un trastorno alimentario en su hospital entre 1978 y 1992. Sus datos indican que pudieran estar influidos por la urbanización. Los últimos estudios epidemiológicos disparan las cifras hasta extremos preocupantes, con cifras de 0, 025 a 0, 030% de anorexia y 1, 9 a 2, 9% de bulimia nerviosa. Y el 68% de población que practica el “dieting”.
En otros países industrializados no occidentales como Sudáfrica, sobre todo en la población caucasiana, e Israel las tasas de prevalencia de trastornos alimentarios son relativamente altas. Mientras que en países como Australia, Nueva Zelanda, India, Pakistán, Indonesia, Filipinas, Singapur, Taiwán, Corea (Korea), Sri Lanka o Malasia (Malaysia) son más bajas, pero probablemente en crecimiento. La influencia del modelo estético corporal occidental globalizado es patente, en las vallas publicitarias, en las maniquíes de los escaparates o en los presentadores televisivos. Así, las tasas de insatisfacción corporal son, según G. Tsai, del 68% en Taiwan, el 81% en Korea. Y las de “dieting” o conducta de dieta restrictiva del 34% en Taiwan.
Sing Lee, de la Universidad China de Hong Kong, que ha cuestionado el miedo a engordar como síntoma capital de la anorexia nerviosa, reconoce que, desde hace una década, es un problema clínico común y creciente entre las mujeres jóvenes de Hong Kong y otras sociedades asiáticas de renta alta, como el mencionado Japón, Singapur y Taiwan. Y en menor grado, también aparece en las regiones urbanas de renta baja y medio-baja como China, India, Malaysia, Filipinas e Indonesia, además del Este de Europa y Sudamérica.
Un trabajo, en Corea del Sur, de Y. H. Lee y colaboradores, del Departamento de psiquiatría del Inje University Paik hospital de Seúl, con una versión coreana del cuestionario Eating Attitudes Test (EAT-26), administrado a 3062 sujetos, encuentra un 8, 5% que puntúan por encima del punto de corte, es decir, que es población con riesgo de trastorno alimentario. Sus resultados sugieren que los cambios sufridos en varios aspectos socioculturales han incrementado el riesgo para desarrollar trastornos alimentarios en Corea. Lo que apoya la hipótesis sociocultural de los trastornos alimentarios.
Otro en Singapur, en una escuela secundaria en los noventa, encuentra insatisfacción corporal y otras actitudes alimentarias alteradas, con puntuaciones, que en ocasiones exceden las de los estudiantes estadounidenses. M. Wang y sus colaboradores estudian en Singapore 143 chicas y 137 chicos de 17 a 22 años. La aparición de la preferencia por la delgadez guarda relación con el idioma hablado en casa (el inglés), y la más que probable occidentalización de las chicas, con mayor contacto con el culto a la delgadez, a través de revistas, música, televisión.
Además, síntomas y preocupaciones propias de estos trastornos parecen haberse incrementado, en el continente asiático, entre las mujeres chinas expuestas a otras culturas, y a la modernización en ciudades, como la ex-británica Hong Kong, donde la occidentalización es clara. Aunque, las prevalencias para el espectro de los trastornos alimentarios todavía son bajas. Todavía, porque las previsiones son que alcancen los niveles americano y europeo.
En la República China, la china continental, se publican casos en muestras clínicas y en estudios poblacionales. Así, Chung y colaboradores, al estudiar quinientos nueve estudiantes universitarios encuentran un 1, 3% de bulimia nerviosa (BN). El 78% de las estudiantes reconocieron miedo a estar gordas.
El ya citado Sing Lee y A. M. Lee estudian en el 2000, con el EAT-26 y otras escalas y cuestionarios, tres diferentes comunidades chinas: Hong Kong, Shenzen y Hunan rural. Investigan en setecientos noventa y seis estudiantes. Y encuentran un gradiente de preocupación por la gordura y deseo de delgadez, mayor en Hong Kong, que explican por la modernización social y la heterogeneidad socioeconómica de China. Los autores advierten del previsible aumento de las tasas de trastornos alimentarios si sigue el cambio global, lo que plantea un creciente problema de salud pública en los países asiáticos.
El mismo Sing Lee, junto a Y. Y. Lidia Chan y L. K. George Hsu, de la Universidad de Hong Kong y la Tufts University de Boston siguen, al menos cuatro años después de haber contactado con ellos, 88 pacientes con anorexia nerviosa, 63 con miedo morboso a engordar y 25 atípicas, sin esta fobia al peso o “fat phobia”. Las que presentan el miedo a engordar tienen peor pronóstico. Es un factor predictor independiente de pobre evolución. Y este perfil en el seguimiento de las pacientes chinas lo relacionan con la validez de la consideración de la anorexia nerviosa como enfermedad transcultural. Además, de recordar nuevamente en su artículo que los trastornos alimentarios constituyen un problema global que se incrementa en las sociedades asiáticas.
Parece que el miedo a engordar es un efecto patoplástico de la ocidentalización y se da en el 80% de una muestra de 16 adolescentes chinos, de Hong Kong, con anorexia nerviosa, que siguen este patrón occidental, en contraste con lo anteriormente descrito en los adultos chinos, según K. Y. Lai de la Universidad China de Hong Kong y el hospital Príncipe de Gales de Shatin. Quien destaca el marcado incremento de la tasa de pacientes jóvenes remitidos, lo que refleja a la vez el incremento en la incidencia y en el conocimiento general de esta enfermedad.
C. Davis y M. A. Katzman, de la Universidad China de Hong Kong, Shatin, China y la Universidad de California en Los Ángeles, estudian 501 estudiantes chinos varones y mujeres, de Hong Kong y Estados Unidos. Los sujetos de Hong Kong informan de forma significativa mayor insatisfacción corporal y ponderal, menor autoestima, mayor depresión, más dieta, y menor ejercicio en comparación con los estadounidenses. Los estudiantes asiáticos reflejan como un espejo los patrones de género, previamente informados en las muestras caucasianas, respecto a la relación con su imagen corporal, autoestima y humor. En ambos sexos se da una caricaturesca imitación de los cuerpos percibidos como asociados con la cultura dominante. Al estudiar 197 estudiantes chinos en Estados Unidos las mujeres con mayor aculturación tienen mayores puntuaciones en el EDI.
La prevalencia también ha ascendido rápidamente en otros países de habla no inglesa como España, en el Sur de Europa, Argentina, en el Cono Sur, en Sudamérica y las islas Fiji, al sur del Pacífico, en un claro ejemplo de aculturación, como vimos con anterioridad.
En la Europa Oriental o del Este, tras los cambios políticos acaecidos en el XX, tras la caída del muro, nada diferencia ya a sus países ex-comunistas de los de la Europa Occidental en cuanto a los trastornos alimentarios, que resultan tan comunes en unas como otras naciones europeas. Varios estudios checos, polacos, húngaros y rusos dan fe del crecimiento de estas afecciones. En Rusia, M. V. Korkina y sus colaboradores, de la Patrice Lumumba Peoples Friendship University de Moscú, estudian el seguimiento de 800 posibles casos de anorexia nerviosa, con alta comorbilidad, en tres cuartos de ellos asociada con un estado border-line y en un cuarto asociada con esquizofrenia. En Chequia, más del treinta por ciento de la población se trata por obesidad y han proliferado notablemente los alimentos dietéticos y los productos adelgazantes. El sesenta por ciento de las universitarias investigadas desean estar más delgadas. Y una gran parte de ellas revela su insatisfacción corporal, sobre todo, por su abdomen, nalgas y caderas. Y se crean unidades especializadas para trastornos alimentarios, ante el número de casos. En Hungría, en la antigua República Democrática Alemana, las dietas adelgazantes y la bulimia también alcanzan porcentajes nada despreciables.
En América Latina, se han publicado incrementos, altas tasas de prevalencia, en Chile, en Santiago, y Argentina. La más europea de Sudamérica, Argentina, es una nación donde el culto al cuerpo, que se exhibe profusamente, llega a ser pasión, con gimnasios, clínicas de cirugía estética, peluquerías y tiendas de ropa interior que se suceden en las avenidas, entre librerías, eso sí. Y donde se ha descrito la situación como epidémica, especialmente en Buenos Aires. En Chile, como describe la narradora Isabel Allende en su libro “Mi país inventado”, hacer dieta permanentemente es un símbolo de status entre las chilenas.
Mientras más plata tiene una mujer , menos come. La clase alta se distingue por su flacura. Aunque los hombres entrevistados usan términos como “blandita, curvilínea, que tenga donde agarrarse” al describir sus preferencias acerca de mujeres, las chilenas no se lo creen. Y las modelos y candidatas a Miss Chile son tan anoréxicas, altas, delgadas, de piel y cabello claras, que parecen turistas, pues la chilena típica, la que se ve por la calle, es una mujer morena, mestiza, baja. Tanto Brasil como Uruguay poseen clínicas especializadas. Y en Méjico se han publicado los primeros trabajos desde 1990, con numerosos casos en el área de Méjico ciudad. Y se ha hallado en la población caribeña, en la isla de Curaçao una tasa de incidencia de anorexia similar a la de los países occidentales. Y descrito casos en Jamaica.
De acuerdo con Fabián Melamed el hecho de que aparezcan TCA en países latinoamericanos como Ecuador, República Dominicana o Bolivia, con un sesenta por ciento de población indígena rural, con la mayor pobreza continental, sólo puede explicarse por procesos de enajenación cultural, con la adquisición de patrones externos, modelos estéticos ajenos a su realidad, por la Globalización, con una uniformidad de los cánones de belleza. Si en los sesenta se empiezan a extender en el mundo anglosajón y en los setenta se asumen como problema, diez años después comienzan en Latinoamérica. Así, en 1985, se crea el primer centro especializado en Argentina; y en Venezuela hablamos de finales de los noventa. En Centroamérica, Bolivia, Ecuador tenemos que referirnos ya al siglo XXI, a partir del 2000. Los tiempos se acortan, pero los fenómenos se van repitiendo.
En Bolivia, un país austero, con fuerte sentir comunitario, la licenciada Daroca estudia con el EDI-2, en 2002, casi tres mil sujetos (2880), estudiantes de secundaria de 13 a 20 años de edad, en tres ciudades distintas del altiplano, llano y valle, en treinta colegios por ciudad. En La Paz, la más conservadora, encuentra un 3, 84% de población con alto riesgo. En Santa Cruz, más moderna, “snob”, con cultura de la delgadez, del cuerpo, con un grupo Las magníficas “super flacas” halla un 4, 7%. En Tarija, de cultura europea, española, con menor relación con la cultura andina, es el 5, 8%. Las ciudades de Santa Cruz y Tarija tienen una cultura más receptiva a los cambios, y procesos de “occidentalización” más acelerados, con patrones de belleza física que exaltan la delgadez como símbolo de belleza, y condiciones climáticas más tropicales, que exigen una mayor exposición del cuerpo. Si bien Bolivia es un país pobre, en vías de desarrollo, el fenómeno de la Globalización, especialmente en las comunicaciones, hace que los cánones de belleza escuálida occidentales, combinados con los cambios de los hábitos alimentarios con la introducción de comidas de alta densidad calórica (“comida chatarra”), llegue con fuerza a los jóvenes, en especial a los ciudadanos, sometidos a procesos de transculturación, influyendo en su conducta alimentaria.
Argentina, con una identidad cultural baja, se siente un pedazo de Europa en Latinoamérica, con un pueblo individualista, con una imagen ideal de sí mismo, para Melamed, hasta el punto que nuestro gran filósofo Ortega y Gasset escribía que “el argentino típico vive entregado a una imagen”. Y no es de extrañar por ello, que sea la nación con más casos de TCA. Más que Brasil o Méjico, más fuertes económicamente. Además se han abierto centros en Ecuador, Bolivia y se han hecho estudios en Venezuela y Costa Rica. El proceso avanza, a medida que el modelo de belleza se globaliza.
Entre los países árabes, destaca el estudio iraní de M. Nobatkht y M. Dezhkam, ya comentado páginas atrás, con cifras de prevalencia del 4, 1% de TCA, que, pese al chador y al fundamentalismo, no se alejan en exceso de los estudios españoles, sin ir más lejos. Otro trabajo interesante es el de P. Abdollahi y T. Mann, de la UCLA en Los Ángeles, quienes comparan las tasas de síntomas de trastorno alimentario entre 45 mujeres de origen iraní que viven en Los Ángeles, en América, y 59 estudiantes que viven en Teherán, Irán. Y encuentran pocas diferencias entre las participantes en las dos muestras, pese al amplio poder para detectar éstas. Incluso las de Irán informan de una alimentación más alterada que las inmigrantes en América. Nos recuerdan además, que las mujeres iraníes están obligadas por la ley a cubrir sus cuerpos con un largo velo o sobretodo, y que tienen, según ellos, poca, pero alguna, exposición legal a la cultura occidental y los medios de comunicación.
Y no podemos olvidar las investigaciones en Egipto, un país progresivamente occidentalizado, en El Cairo, donde, en un primer estudio, un 12% de las mujeres estudiantes arabes de la Universidad del Cairo presentaban actitudes alimentarias anormales. Y en un segundo, un 11, 4% de las estudiantes de enseñanzas medias (N=351) superaba el punto de corte de un cuestionario de criba que mide las actitudes alimentarias alteradas, el riesgo de padecer un trastorno alimentario.
Y se diagnosticaron trastornos bulímicos completos (un 1, 2%) y parciales (un 3, 4%), en tasas idénticas a las que hemos encontrado en el mundo occidental. M. Nasser, de la Universidad de Leicester, relaciona estos hechos con la difusión de los modelos de belleza americanos, paralelamente a los cambios socioeconómicos, con la Globalización de la cultura, en virtud de los “media”. Otro estudio entre universitarios de ambos sexos, de la Universidad Americana de El Cairo, en el que las mujeres manifestaban que su cuerpo ideal era más delgado que el real, abunda en estos razonamientos. Hay informes también de Turquía y los Emiratos Árabes Unidos, Omán y Sudán. En la Arabía Saudí, en Riyadh, en una investigación del Profesor A. S. Al-Subaie, de la Universidad King Saud, con el cuestionario Eating Disorder Inventory (EDI), en 1271 estudiantes, un 15, 9% puntúa alto en la subescala impulso adelgazante. Y observa como se da la conducta de dieta, anoréxica, en las familias donde priman los valores occidentales, se ha vivido un tiempo en occidente, los padres son profesionales cualificados, con mejor educación, se habla inglés, un idioma occidental, en casa, y se tiene acceso a la comunicación y la publicidad de Occidente. En Turquía, Altug y sus colaboradores, al estudiar 253 universitarias, en Estambul, encuentran que un ocho por ciento puntúa por encima de 30 en el cuestionario de criba EAT-40, se clasifican como población con actitudes alimentarias anómalas. En Israel, se ha podido analizar el progresivo impacto de los ideales de belleza del mundo postindustrial en las poblaciones etíopes recién emigradas. En las muchachas de los Kibbutz aumentaron un cuatrocientos por ciento los casos de anorexia en quince años, según M Kaffman y T. Sadeh, de Tel Aviv, Israel, de la Kibbutz Child and Family Clinic.
En el África subsahariana, negra, en Etiopía, Nigeria, Zimbabwe, Uganda, todavía son raros, anecdóticos, no se dispone apenas de datos. Y es que los africanos, como prueba un estudio con ugandeses, todavía consideran más atractivas y saludables a las figuras femeninas obesas. Hasta mandan a las muchachas casaderas a “casas de engorde” en muchos pueblos del continente africano. Claro, que tiempo al tiempo. En Sudáfrica, desde los noventa, ya se describe un aumento de la prevalencia de trastornos alimentarios entre las mujeres negras. Para A. Binitie y colaboradores de la Universidad de Benin, Nigeria, aunque hay pocos informes de anorexia nerviosa en las poblaciones no blancas algunos autores creen que la prevalencia de anorexia nerviosa es tan común entre las poblaciones africanas como en los países occidentales. Un estudio de L. K. Oyewumi y S. S. Kazarian, del London Psychiatric hospital de Ontario (Canada) en Nigeria, con 644 mujeres jóvenes, mediante el autocuestionario de criba EAT-26, encuentra unas prevalencias de población con riesgo de 21, 7% en un colegio, de 18, 6% en una escuela superior y de un 9, 1% en la universidad. Estos autores apuntan que sus datos son comparables con los de los países occidentales. Y sugieren que, hoy en día, las actitudes alimentarias anormales asociadas con conducta anoréxica pueden ser un fenómeno universal que trasciende los límites culturales.
Lo que es contrario a la opinión anterior, que las restringía a las naciones occidentales. También investigan conductas bulímicas en otro artículo y encuentran, entre las 649 mujeres estudiadas, 196 de escuela superior, 333 universitarias y 120 escolares, una importante y significativa proporción de la población estudiantil ocupada en conductas bulímicas: un 21, 16% de atracones y un 22, 2% de vómito autoprovocado. Dentro de los varios métodos usados para controlar el peso, un 4, 7% emplea píldoras adelgazantes, un 6, 6% diuréticos, un 19, 5% laxantes y un 26, 2% vómito. Estos datos sugieren que la conducta bulímica puede ser un fenómeno tanto oriental como occidental.
En los todopoderosos Estados Unidos, los trastornos alimentarios parecen ser igual de comunes entre las jóvenes hispanas que entre las caucásicas (blancas o indoeuropeas); más frecuentes entre las nativas americanas y menos en las asiáticas, orientales y negras afroamericanas, aunque, es más probable que estas últimas desarrollen bulimia nerviosa y utilicen los laxantes como conducta purgativa compensadora.
White y sus colaboradores de la Universidad Estatal de Louisiana comparan chicas adolescentes afroamericanas con caucásicas. Encuentran que las caucasianas aprueban más las conductas alimentarias perturbadas y las creencias alteradas sobre el peso y la figura. Entre ellas, la dieta correlaciona con la preocupación por la forma corporal. Entre las afroamericanas la dieta no se relaciona con la preocupación corporal. Estos datos apoyan la hipótesis que propugna que las chicas americanas africanas pueden tener un menor riesgo para desarrollar un TCA, pero uno mayor para la obesidad.
Conclusiones
La comida, como necesidad generalizada de la Humanidad, es importante y su papel no es secundario; tiene un protagonismo indudable en la historia social, como el hambre, como demuestra Carson I. A. Ritchie. “Der Mensch ist was der isst”, el hombre es según lo que come. La alimentación humana es la base de su cultura y de su orientación, en palabras de Ludwig Feuerbach. Y al revés, la cultura es básica en la alimentación.
En este mundo que habitamos, muchas personas pasan hambre, para intentar conseguir el cuerpo esbelto primado culturalmente, en un acto de inanición voluntaria o por pura necesidad y pobreza. O sufren, dedicando el tiempo a pensar en la comida, a atracarse, a arrepentirse y vomitar. Sea cual sea la causa de la malnutrición, los miembros de la famélica legión son ciudadanos con menos oportunidades, para realizarse, para ser productivos. Y el actual estado mundial tiene algo que ver con estos fenómenos. La Globalización, un proceso que parece imparable, tiene sus consecuencias sobre la alimentación humana y puede ser fuente de malestar, como hemos visto.
El capitalismo consumista produce el tránsito a los valores del “Homo psicologicus” para Gilles Lipovetski, al narcisismo, al individualismo postmoderno dentro de la cultura de masas. El “Homo sapiens” en el mundo de la Globalización, en la era electrónica, practica el culto narcisista al cuerpo delgado, escuchimizado “quintaesenciado”, por emplear el ocurrente calificativo de José Navarro. Y a la vez uniformiza e individualiza su alimentación hasta la anomia, cayendo en la patología por exceso y por defecto. En la obesidad, la bulimia y la anorexia, mientras perdura el hambre en muchos rincones de este viejo planeta.
La hegemonía internacional de Washington es un hecho. Los actores económicos más fuertes quieren las manos libres en los mercados. Y se resisten a renunciar a cuotas de soberanía en aras de una solidaridad ventajosa para todos, que oriente el progreso técnico hacia el interés social, y que acabe con el hambre y la pobreza, para José Luis Sampedro. Y no parecen pensar más allá del dinero.
Desgraciadamente, como nos recuerda Ruth Fraile, esta es la filosofía que mueve el mundo, la economía. El dinero mueve el planeta. Los yanquis marcan la moda que nos invade, mantienen un “statu quo” favorable para ellos y “sus amigos” mientras se agrandan las diferencias con los países en vías de desarrollo o subdesarrollados, y persiste el hambre en el tercer milenio. Las mentes de la burguesía acomodada del Norte y del Sur no parecen estar preocupadas por asuntos tan baladíes como la muerte o el malvivir por hambre de millones de sus congéneres.
Con el dinero que se gasta, en los países de la abundancia, en alimentar al ganado y los animales de compañía vivirían millones de personas en el Tercer mundo. Con el desembolso de americanas y europeas en las clínicas de adelgazamiento, para perder unos kilos, se podría alimentar cientos de familias durante meses en los países subdesarrollados. El azar que diferencia el estar delgado por obligación o poder engordar, es el mismo que distingue la pobreza de la riqueza, para Ruth Fraile. .
Los ciudadanos del mundo de la opulencia se afanan por consumir y sufren por sus cuerpos imperfectos. Y, ya que no reparten con justicia los alimentos, sí exportan esta cultura que concede tan excesiva importancia al aspecto, y con ella los trastornos alimentarios. Transmiten con la Globalización cultural, con la televisión y los demás medios de comunicación globalizados, normas, valores, inercias, símbolos y actitudes. Como grupo dominante, en un proceso de aculturación, a través de los medios de masas, hacen adoptar sus iconos, sus creencias, su lenguaje, su forma de ver el mundo y el cuerpo, que el resto de países va asimilando. Imponen un pensamiento globalizado, “único”, en el que estamos inmersos, en el que se aceptan determinados conceptos como indiscutibles. Como el atractivo del cuerpo delgado, transmitido por sacos de huesos catódicos, imágenes flacas en grado superlativo, mientras se pierde el pensamiento crítico.
La occidentalización, americanización de las sociedades no occidentales, en función de la superioridad económica y mediática de Occidente, y sobre todo de la superpotencia americana, es un hecho explicativo de radical importancia, para Josep Toro. En nuestra época es muy difícil que la burguesía acomodada de cualquier país no cuente con importantes dosis de occidentalización cultural, que impone el mito del culto a la delgadez. Y así avanzan los trastornos alimentarios. Un cambio cultural poderoso, este culto a la esbeltez, es una potente fuerza etiológica para los TCA en las sociedades occidentalizadas y, con la Globalización, en todo el orbe conocido.
Hay buenas razones para creer, con Marilyn Yalom, que la sociedad paga un precio superior al monetario cuando alimenta la fantasía de un cuerpo perfecto, sin admitir ningún otro tipo. Y esta idea de la perfección corporal, de la esbeltez se extiende por el mundo.
Los profetas del marketing pronostican una uniformización casi total de las costumbres alimentarias, una “mundialización” de los gustos y preferencias.
La “planetarización” de lo alimentario y la gran distribución comercial de versiones homogeneizadas introducen una suerte de sincretismo agroalimentario universal, si seguimos al revelador analista Claude Fischler. Se pierden las particularidades en el “supermercado” (en su doble acepción) del mundo global, que tiende a una oferta cada vez más uniforme, en la que se extravía la propia identidad.
Para Josep Toro, los medios de comunicación de masas, con su inmenso poder, son los principales responsables de la actual difusión y homogeneización interclasista de modas y costumbres. Y de la uniformidad de la cultura en este mundo cada vez más global, añadiremos. Un mundo de iconos, de parrillas televisivas clónicas, que unifica, globaliza, las costumbres alimentarias e internacionaliza el culto a la delgadez, los cánones estéticos escuálidos, y sus trastornos asociados. El espíritu de la época, el “Zeitgeist” tiene un innegable peso a la hora de considerar el aumento de la prevalencia e incidencia de los TCA, para Luis Rojo y Raquel Hernández. . Y añadiremos nosotros, también para explicar las cifras de obesidad y malnutrición en el mundo.
El comentarista cultural M. G. Lord denomina a la cuarentona muñeca Barbie, de Mattel Toys, el “icono de la fertilidad de la era espacial” que quiere representar, con sus veintiocho centímetros de altura, el ideal no sólo de las mujeres norteamericanas o las mujeres consumidoras del capitalismo, sino un principio femenino que desafía las barreras nacionales, étnicas y regionales.
Y globaliza entre las niñas del mundo, desde hace generaciones, un modelo irreal de cuerpo, desmesurado en su talla mamaria y ridículo en las estrecheces de su segmento inferior, el “mito de la Barbie”, en palabras de Isaac Amigo, una creencia errónea que pretende que la delgadez por sí misma proporciona ese tipo corporal. Desde luego, nada saludable. Ya que si fuera una mujer real tendría dificultades para caminar erguida, pues sus proporciones desproporcionadas, una ratio cintura/cadera de 0, 54, unas medidas imposibles de 100-45-80, le obligarían a caminar a gatas, y a perder la menstruación. Para nosotros, es un símbolo global de los peligros de la Globalización.
Debemos, con Laura Esquivel, rechazar la Globalización inhumana de los beneficios y de la usura, que mantiene el malestar entre las mujeres, la insatisfacción corporal, genera necesidades insatisfechas para aumentar el mercado y el consumo. Que nos vende con hipocresía la democracia, el desarrollo y la civilización, mientras millones de personas se mueren de hambre.
Como afirma Lourdes Ventura, el consumo salvaje no podrá seguir dirigiendo nuestras vidas, mientras queden ciudadanos, partidarios de otra Globalización alternativa a la de los poderosos, a la de los economistas ultraliberales, dispuestos a salir a las calles a denunciar este gran mercado de las apariencias.
La Globalización puede ser una gran oportunidad si está dirigida por instancias internacionales democráticas y enmarcada por reglas de juego justas y equitativas para Joseph E. Stiglitz. El sistema de mercado es indispensable e insuficiente. Cada uno de nosotros jugamos un papel en este mundo globalizado, lo queramos o no, para José Antonio Marina. Las empresas, como “personas jurídicas”, al igual que las físicas, deben comprometerse y tener responsabilidades. Tienen que ganar dinero pero también contribuir a mejorar el mundo. Se les debe exigir que se impliquen en la resolución de los problemas urgentes y dramáticos que afectan a la Humanidad.
Nuestros sistemas de comunicación en el mundo nos permiten tener un entendimiento del impacto global de los problemas de Gaia, el planeta viviente, para Herbert Girardet. Entre ellos, los problemas derivados de la mala alimentación y el culto corporal desmedido. Y la cooperación global es la
forma de solucionarlos.
El “mono desnudo”, del que hablaba Desmond Morris, tiene que actuar como hombre pensante “sapiens”, dejar de ser un “homo consummator”, en atinado término de Ismael Quintanilla, el “eterno consumidor” de Erich Fromm, hedonista y narcisista. Y pasar a ser un hombre crítico y solidario, en una sociedad relacional. La sociedad del libre mercado más que libertad es mercado. Pero, otro mundo es posible.
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