El propósito del presente trabajo es hacer una reflexión acerca de las consecuencias que, para la salud mental, pueden ocasionar la propagación de ciertas informaciones sobre salud a través de internet y las redes sociales, sobre todo en algunos grupos de población más vulnerables. La infoxicación (exceso de información) y la dificultad para discriminar entre fuentes que son fiables y las que no lo son, parece provocar un aumento de actitudes hipocondríacas o, más bien, nosofóbicas, incrementando el nivel de alerta, de incertidumbre, y la sensación de peligro para la propia supervivencia, hecho comprobable en la clínica y en los contactos cotidianos.
En esta línea, y desde hace algunos años, la cibercondría surge como una alteración que puede conducir a las mismas consecuencias. Aun reconociendo los beneficios del acceso a la información a través de la red, con la facultad de concienciar sobre hábitos saludables y el empoderamiento de los pacientes, nuestro punto de atención se sitúa en el desarrollo de síntomas psíquicos (bien subclínicos, bien francamente patológicos) como consecuencia de las noticias falseadas (fake news), adulteradas o, simplemente, sensacionalistas que encuentran su caldo de cultivo en la repercusión emocional que alcanzan, entrando de lleno en el concepto de posverdad que hoy se maneja.
Facultad de Psicología. Universidad Pontificia de Salamanca
LA HIPOCONDRÍA DE LA VIDA COTIDIANA
Mª José Fernández Guerrero.
mjosefg7@yahoo. es
INTRODUCCIÓN
No se escapa a nadie que estamos en la sociedad de la información, en la que podemos
acceder a millones de datos en poco tiempo y a golpe de click. Nunca hemos estado tan
conectados, aunque medien miles de kilómetros, jamás habíamos podido conocer los avances
de la ciencia, los acontecimientos lejanos o la vida de otros de una manera tan sencilla y
accesible a la mayoría de nosotros. Pero tampoco habíamos estado tan expuestos.
Este acceso al conocimiento a través de diferentes soportes, tanto físicos como virtuales, es
particularmente palpable en temas referidos a la salud, los cuales suscitan un gran interés por
ser un asunto que afecta al 100% de la población. De hecho, una elevada proporción de
miembros de la comunidad, pacientes y no pacientes, buscan esa información en la red, siendo
más frecuente cuanta más ansiedad e impacto genere la enfermedad objeto de preocupación.
Así, en la actualidad es el cáncer la búsqueda "estrella" debido a sus altas tasas de incidencia:
si ya en 2002 la cifra de pacientes que buscaban información sobre ella en internet se elevaba
hasta el 71% (1), suponemos que hoy día esa proporción habrá aumentado.
En el presente trabajo queremos centrar nuestra atención en las consecuencias psíquicas que
puede acarrear el exceso de información sobre salud que inunda el mundo virtual. En concreto
haremos una reflexión acerca del temor hipocondríaco que puede despertar en la población
general y, sobre todo, en grupos vulnerables, la transmisión de tales informaciones. Hemos de
tener en cuenta que no son solo los motores de búsqueda tradicionales las fuentes de tales
noticias, sino que la propagación de bulos y datos sacados de contexto mediante las redes
sociales ejercen un efecto directo que puede quebrar la estabilidad mental.
Continuamente somos advertidos de riesgos para la salud si realizamos tal o cual actividad,
cocinamos de una forma u otra o comemos determinados alimentos; estamos puntualmente
informados de la conveniencia de realizar revisiones médicas o pruebas de cribado, gracias a
las cuales podemos evitar muchas enfermedades o abordarlas en estadios tempranos;
ocasionalmente leemos cómo se ha descubierto un nuevo fármaco, una prueba de detección
precoz o la posible etiología de una enfermedad; se publicitan una y mil estrategias para
combatir enfermedades graves que hacen abandonar tratamientos empíricamente demostrados, poniendo en riesgo la supervivencia de las personas que se adhieren a ellas; seguimos con atención casos mediáticos como ejemplos en los que reflejarnos. . .
Obviamente, el acceso al conocimiento de estos temas ha conducido a una mayor
responsabilización de los miembros de la sociedad respecto a su propia salud. Este
empoderamiento conlleva, asimismo, un cambio en la relación médico-paciente, ya que es
habitual que el profesional se encuentre con demandas que proceden de informaciones
obtenidas de páginas web, motores de búsqueda o mensajes que se distribuyen en blogs,
WhatsApp o portales, algunos de los cuales persiguen más el sensacionalismo que la
información veraz.
Aunque la información transmitida por Internet o las redes sociales puede resultar de ayuda,
otras veces su uso puede resultar peligroso. Este peligro puede proceder de distintas fuentes
Información dudosa.
Información no del todo precisa
Información difícil de entender por el público no profesional, que se puede
malinterpretar, que está sacada de contexto o que utiliza un lenguaje demasiado
técnico.
Información que contradiga las evidencias científicas de las que se disponen.
Información que aliente a conductas en sí mismas peligrosas (como los blogs "proana" y "pro-mía" o las que publicitan dietas milagrosas, como la llamada "dieta
anti-cáncer").
Como señalan Ferreres Bertolín (3) y Catalán Matamoros (4), los medios generan, de manera
inconsciente unas veces, consciente otras, falsas creencias, estereotipos y estigmas. No
desechamos la idea de los efectos beneficiosos de ciertas informaciones que favorecen hábitos
saludables para mejorar la salud de la población, ya que producen un aumento del
conocimiento y apuntan directamente a las emociones y conductas de los consumidores. En
esta línea, Ferreres Bertolín (3), en su análisis sobre los efectos de los mensajes de salud en
los medios de comunicación, nos resalta dos investigaciones en las que se detectó que las
noticias de salud que tratan temas sobre eficacia de técnicas o tratamientos son las que se
leen y comparten con mayor frecuencia, y aquellas que incluyen más palabras que evocan
emociones son más propicias de ser leídas y viralizadas. Esto último se consigue, entre otras
formas, mediante la personalización de historias, testimonios de pacientes reales o
manifestaciones de personajes famosos que ejercen de altavoz para visibilizar el tema de que
se trate. En suma: los medios de comunicación tienen la capacidad de sanar o enfermar a la
sociedad, según sea el objetivo o los intereses que promuevan los contenidos publicados o
difundidos.
Los motores de búsqueda tipo Google, Yahoo o Bing, los sitios de diagnóstico, las páginas web
específicas, las aplicaciones o las apps móviles, las redes sociales. . . todo ello supone un desafío
para la capacidad de asimilar información. La profusión informativa puede desencadenar
conclusiones infundadas e importantes dosis de confusión provocando una verdadera
intoxicación informativa o "infoxicación" (5) y la producción de sintomatología (clínica o
subclínica) psíquica. Aunque no se nos escapa que el campo de consecuencias puede ser muy
amplio, vamos a centrarnos en el desarrollo de alteraciones que entrarían en el área de la
hipocondría, ansiedad por la salud, nosofobia (o fobia a la enfermedad) y cibercondría, cuadros
íntimamente relacionados entre sí, fronterizos entre lo somático, lo ansioso y lo obsesivo, que
pueden generarse por la excesiva preocupación por el funcionamiento corporal o la percepción
de múltiples peligros externos que, presumiblemente, pueden poner en grave riesgo nuestra
supervivencia.
ALGUNAS PUNTUALIZACIONES: HIPOCONDRÍA, ansiedad POR enfermedad Y NOSOFOBIA
En el abordaje del tema que nos ocupa nos encontramos con la consideración de varios
conceptos que, aun llevando muchos años de recorrido, siguen sin estar perfectamente
delimitados. En términos generales, lo esencial del grupo radica en la queja por parte del
sujeto de síntomas somáticos o preocupaciones físicas sin que exista una causa orgánica que
los justifique: tras someterse a pruebas diagnósticas o haber consultado con diferentes
profesionales, la persona sigue sufriendo sus molestias o sigue preocupado por el mal que,
seguramente desde su punto de vista, le aqueja.
TRASTORNO POR SOMATIZACIÓN
Tradicionalmente se ha considerado el trastorno de somatización como aquel en el que la
persona tiene una historia de múltiples síntomas físicos que no pueden ser explicados por
trastornos orgánicos objetivables; si existiera alguna enfermedad orgánica, esta no explicaría
la gravedad, persistencia y variedad de las molestias (6, 7). Esos síntomas provocan que la
persona se preocupe y sienta la necesidad de acudir reiteradamente a consultas de Atención
Primaria o especializada, pudiendo recurrir a la automedicación si el profesional médico
confirma que no hay nada orgánico que justifique su malestar. La preocupación básica de los
pacientes es su molestia, sus síntomas, no lo que ello pueda significar en cuanto a padecer una
enfermedad grave. De alguna manera, la queja física es su forma de comunicación y de
contacto con los demás.
Los pacientes somatizadores tienen la impresión de que siempre han estado enfermos, que
siempre les ha dolido algo y que, de niños, fueron enfermizos o "delicados". Obviamente,
cuando acuden al médico y este les informa de que "no tienen nada", se sienten heridos, mal
tratados y acusan al doctor de ineficaz, ya que les resulta muy difícil establecer un vínculo
entre sus síntomas y los conflictos emocionales que los pueden estar provocando. De hecho, la
explicación que se refiere a su padecimiento como la experimentación del malestar psicológico
en forma de síntomas somáticos (tal y como lo expresó Lipowski en 1986) se les antoja una
especie de insulto.
En este sentido, el término trastorno por somatización ha sido criticado debido a la
connotación de enfermedad mental que conlleva y, con ello, por el estigma que puede
acarrear, ya que supone la presencia de un trastorno psicológico cuando no se encuentra una
causa orgánica que justifique las molestias (8). De hecho, el DSM-5 (9) afirma que "no es
apropiado diagnosticar a una persona de trastorno mental solo por el hecho de que no se
pueda demostrar una causa médica" (p. 309), cambiando su denominación a trastorno de
síntomas somáticos.
En la misma línea, el borrador de la CIE-11 (10) sugiere llamarlotrastorno de estrés corporal, haciendo hincapié en la presencia de múltiples molestias físicas que pueden cambiar en el tiempo, de forma semejante al trastorno de somatización de la CIE10 aún vigente.
Íntimamente unido al concepto de somatización, la CIE-10 (7) incluye el trastorno por
elaboración psicológica de síntomas somáticos. Aunque lo sitúa en el capítulo de "trastornos de
la personalidad y del comportamiento del adulto", este cuadro también se coloca en la frontera
entre lo físico y lo psíquico, por cuanto hace referencia a la presencia de síntomas somáticos
que, en su origen, tuvieron una justificación orgánica comprobada. El paciente ha sufrido
realmente una enfermedad que provocaba los síntomas que presenta en la actualidad (dolores,
molestias, cansancio. . . ); sin embargo, a pesar de la evolución favorable del cuadro, de su
mejoría o remisión, los síntomas se perpetúan, producen quejas exageradas y demandas
continuas (11). De esta forma, síntomas que estuvieron orgánicamente justificados se
convierten en somatomorfos y/o hipocondríacos.
HIPOCONDRÍA
Conocida desde la antigüedad y objeto de continuos debates, la hipocondría es un trastorno
ampliamente conocido por la población general, aunque, en realidad, su concepto lleva
aparejadas diversas controversias, problemas de delimitación y falta de acuerdo respecto a su
inclusión en unos u otros grupos sindrómicos. Debido a que algunos matices de su definición
entran de lleno en el objeto de atención de nuestro trabajo, nos detendremos algo más en su
análisis.
Al paciente hipocondríaco le preocupa padecer una o más enfermedades graves y progresivas,
interpreta de forma errónea las sensaciones cenestésicas normales de tal manera que
movimientos intestinales, latidos, alguna dermatitis, cambios corporales menores o disfunciones ocasionales, suponen la señal que indica la existencia de un mal que pondrá en riesgo su vida. Si ya padece alguna enfermedad orgánica, su preocupación por ella y sus
consecuencias exceden lo razonable, viviéndola con un nivel de ansiedad superior (e incluso
cualitativamente diferente) al de una persona psicológicamente sana. Además, este hecho
(sufrir una alteración orgánica objetivable) serviría para confirmar su sospecha, utilizando esta
coincidencia para demostrar que tenía razón en preocuparse por su salud (12). Así, y a
diferencia del trastorno por somatización en su concepción original, lo que resulta preocupante
no son los síntomas físicos en sí mismos por cuanto suponen un deterioro de la salud y del
bienestar, sino que lo provocador de ansiedad es el significado que pueden tener esos
síntomas, su importancia y su causa (13), suponiendo un sesgo cognitivo que caracteriza el
cuadro.
El temor y la sospecha de estar enfermo conduce a la persona a realizar continuas
autoexploraciones de su cuerpo al acecho de un mínimo cambio que sugiera que algo no
marcha bien: el espejo se convierte en su aliado para estudiar su rostro o su piel, las
palpaciones en busca de bultos pueden ser incorporadas a la rutina habitual. . . Además, el
sujeto hipocondríaco suele acudir con frecuencia a la opinión médica, pues necesita que un
profesional le reasegure su sospecha de enfermedad. Si el primer médico al que visita no le
confirma sus temores, o no está dispuesto a someterle a más pruebas diagnósticas
innecesarias, acudirá a otro, y a otro, a la espera de que alguno le diga "por fin" lo que tiene.
Se convierte, así, en un paciente hiperfrecuentador de las consultas de atención Primaria o
Medicina Interna ("doctor shopping").
Aunque tradicionalmente se ha definido la hipocondría como "el convencimiento de tener una
enfermedad grave", más que convicción es, en realidad, sospecha, a modo de idea
sobrevalorada alrededor de la cual gira la vida de la persona (14, 15). Este matiz es
importante por cuanto permite la diferenciación entre el trastorno hipocondríaco y el trastorno
delirante tipo somático, en el cual la idea de deformidad o enfermedad física es irreductible a
la argumentación lógica, mostrando el sujeto un convencimiento firme que no es permeable a
las demostraciones en sentido contrario. La persona hipocondríaca (o con "neurosis
hipocondríaca") suele quedarse tranquila cuando acude al médico y este le desmiente la
existencia de la enfermedad, aunque esta calma le dure poco tiempo y vuelva a interpretar
erróneamente sus sensaciones y a sospechar que tiene algo grave (aunque esta nueva
sospecha no tiene por qué ser la misma de la vez anterior) (12).
La hipocondría se centra en el presente: el individuo ya padece la supuesta enfermedad en la
actualidad, aunque no se haya descubierto aún. Este matiz establece la diferencia con la
nosofobia (fobia a la enfermedad), en la que el temor surge ante la posibilidad de padecer una
enfermedad en el futuro.
NOSOFOBIA
Como se ha indicado anteriormente, la nosofobia (o fobia a la enfermedad) implica una
aversión irracional a las enfermedades o a una en concreto (actualmente es el cáncer el mal
que atrae a mayor cantidad de personas fóbicas). Los sujetos buscan cualquier indicio que
haga sospechar la presencia del cuadro temido (aspecto que, junto al miedo a la enfermedad,
comparten con la hipocondría); no les preocupa que ya esté presente, sino que se centran en
la posibilidad de sufrirlo en un futuro. En realidad, la nosofobia encierra el temor a estar
expuesto a la enfermedad que temen (16).
Respondiendo a mecanismos similares a los de una fobia específica, los estímulos fobógenos se
sitúan en el espacio externo: ir al hospital, hablar con el médico, escuchar que otra persona ha
enfermado, leer noticias que traten de la enfermedad y sus riesgos. . . Mientras no se anticipe o
se enfrente a la situación temida, no se reactivará la sintomatología, aunque, en ocasiones,
con solo pensar en ello pueden desencadenarse respuestas de ansiedad. Como estrategia de
afrontamiento se ponen en marcha mecanismos de evitación, intentando escapar de cualquier
situación que recuerde o actualice su temor básico. En la tabla 1 se plasman los aspectos
diferenciales entre la hipocondría y la nosofobia, conceptos que, como ya estamos observando,
encierran muchos puntos comunes y solo algunos matices distintivos (15, 16, 17).
Tabla 1: Diferencias entre nosofobia e hipocondría
Nosofobia
Temor a padecer una enfermedad
Fobia específica
Pocos síntomas somáticos
Ocultamiento. No hablan de ello.
Evitación de las consultas médicas
Mayor insight. Consideran su miedo como
irracional
Estímulos fobógenos: externos
Mientras no haya exposición, la ansiedad no
se reactiva
Afrontamiento: Evitación
Hipocondría
Convicción (sospecha) de padecer una
enfermedad
Idea sobrevalorada
Frecuentes síntomas somáticos
Publicidad. Hablan a menudo de sus
síntomas.
Consultas médicas frecuentes
Menor insight. No consideran sus
preocupaciones como irracionales
Estímulos fobógenos: internos (cambios
corporales o disfunciones menores)
La ansiedad y la preocupación monopoliza la
vida
Afrontamiento: Conversaciones continúas
sobre sus síntomas. Autoexploraciones
corporales frecuentes.
A pesar de los elementos que podrían constituir dos entidades separadas, la nosofobia tiende a
considerarse como una forma menor de hipocondría, puesto que su rasgo básico (miedo a la
enfermedad) es uno de los elementos que definen el trastorno hipocondríaco; no obstante,
sería conveniente distinguir entre los pacientes con miedos hipocondríacos a la enfermedad y
los que sufren miedos fóbicos, por cuanto el objetivo terapéutico y las técnicas empleadas
pueden ser diferentes. De hecho, investigadores clásicos en la teoría de los trastornos de
ansiedad y las fobias, como Marks (18) o Salkovskis, Warwick y Deale (19), propusieron que
los sujetos con predominio de temores a la enfermedad y conductas de evitación como
defensas prominentes, se clasificasen en el grupo de las fobias específicas y no en el apartado
de trastornos somatomorfos. Por ende, en el borrador de la CIE-11 (10) la hipocondría está
incluida tanto en el grupo de "trastornos ansiosos" como en el de "trastorno obsesivo-
compulsivo y otros trastornos relacionados", incluyendo en su definición la neurosis
hipocondríaca, la nosofobia y el trastorno de ansiedad por enfermedad.
Al hilo de la consideración de las tres alteraciones contempladas hasta el momento (trastorno
de somatización, hipocondría y nosofobia), Díez-Quevedo et al. (15) establecen una relación
entre ellas como extremos de un continuo que oscila entre dos polos: en uno se localiza la
presencia de síntomas somáticos no explicados médicamente y que constituyen la preocupación máxima del sujeto (representada por el antiguo trastorno de somatización), mientras que la alteración cognitiva y emocional pura que está representada por la nosofobia
se sitúa en el extremo opuesto. En un punto intermedio se localiza la hipocondría por cuanto
comparte la presencia de síntomas físicos, sesgos cognitivos e implicaciones emocionales. Este
continuo quedaría representado en la figura 1.
Figura 1: Continuum de trastornos somatomorfos
ANSIEDAD POR LA SALUD trastorno DE ansiedad POR ENFERMEDAD
Con la intención de esclarecer la delimitación confusa de los trastornos somatomorfos, en la
actual 5ª edición del DSM (9) se ha reemplazado la hipocondría clásica por dos nuevos
conceptos: el trastorno de síntomas somáticos (al que ya nos hemos referido) y el trastorno de
ansiedad por enfermedad, ambos incluidos en el capítulo "trastornos de síntomas somáticos y
trastornos relacionados". El surgimiento de estos dos cuadros es fruto de la reorganización de
los diagnósticos de los trastornos somatomorfos del DSM-IV-TR y ediciones anteriores.
Puesto que el DSM-5 ya no considera el trastorno de somatización (o de síntomas somáticos)
en base exclusivamente a la presencia de síntomas físicos no explicados médicamente, sino en
función de la existencia de quejas físicas y la preocupación por su significado, desaparece el
concepto somatización tal como era entendido anteriormente, haciéndose más borrosa aún la
delimitación. Así, la diferencia entre el trastorno de síntomas somáticos y la ansiedad por
enfermedad estribaría únicamente en la presencia de malestar orgánico o no. Por tanto, el
concepto clásico de hipocondría estaría asumido por estas dos nuevas etiquetas diagnósticas,
ya que, según han establecido los investigadores de la APA, la mayoría de los sujetos
hipocondríacos (en torno al 75%) tiene síntomas físicos a partir de los cuales desarrollan sus
temores; los que no los presenten (en torno al 25% restante) recibirían el diagnóstico de
trastorno de ansiedad por enfermedad, puesto que el síntoma relevante sería el temor a
padecer o poder contraer una grave alteración (9, 14). Sin embargo, la hipocondría se sigue
considerando, aunque no siempre, un grado extremo de ansiedad por enfermedad (20, 21,
22).
Con lo expuesto hasta el momento, y en función de los sistemas clasificatorios al uso, la
indefinición y la dificultad de delimitación sigue presente. Sea como fuere, la hipocondría
clásica, o el trastorno de ansiedad por enfermedad (o ansiedad por la salud, a partir de ahora
AS), lleva consigo dos componentes esenciales: el miedo a la enfermedad y la convicción (o
sospecha) de enfermedad (14). En función de estos dos componentes y según adquiera más
fuerza uno u otro, se pueden diferenciar dos tipos de sujetos (9):
Con solicitud de asistencia:Son los que buscan cuidados, atención yreaseguramiento, aquellas personas que acuden con frecuencia a los servicios
médicos o buscan reiteradamente información sobre la enfermedad que les
preocupa en ese momento. Este tipo parece estar más vinculado con las personas
que sospechan que ya tienen la enfermedad (hipocondría clásica), tengan o no
molestias físicas acompañantes.
Con evitación de asistencia: Más asociado con el temor a contraer una enfermedad
en el futuro (la fobia a la enfermedad antes descrita), evitando la exposición a
informaciones relativas a la salud o a la enfermedad temida, huyendo de las
consultas médicas o de los procedimientos diagnósticos.
En el desarrollo de la AS se han detectado cuatro cogniciones que parecen determinarla (23):
Percepción de que existe la posibilidad de contraer o haber contraído una
enfermedad.
Percepción de que tener una enfermedad es algo horrible.
Percepción de incapacidad para afrontar una enfermedad.
Percepción de que los recursos médicos son ineficaces para tratar su enfermedad.
En la misma línea, Torales (13) considera como características centrales del cuadro la
atribución errónea y la interpretación catastrófica. La atribución errónea hace referencia al
sesgo por el cual los pacientes ligan las sensaciones somáticas a causas patológicas, casi
siempre graves. Esta idea estaría vinculada al concepto de amplificación somatosensorial
desarrollado por Barsky (24), según el cual el malestar psicológico lleva a tener mayor
sensibilidad a los síntomas físicos o, incluso, a tener una mayor reactividad fisiológica. De
acuerdo con ello, la extrema sensibilidad al malestar corporal da lugar a auténticos síntomas
somáticos, los cuales activan esquemas cognitivos acerca de que el sujeto está enfermo. Estos
esquemas provocan que otras sensaciones corporales benignas (previamente no percibidas o
ignoradas, como latidos, frecuencia de deposiciones o mareos ortostáticos) sean reinterpretadas como evidencias de la enfermedad que se intuye. El cuadro surge, por tanto, de la interacción entre las percepciones corporales (fisiológicas o mínimamente patológicas) yç
la atribución patológica que les otorga el paciente (13, 15). De esta forma se produce una
alteración que induce a que la atención se focalice en lo corporal, excluyendo del campo (o
minimizando) el resto de los estímulos, en la línea de la inatención o pseudoaprosexia.
En cuanto a la interpretación catastrófica, siguiendo a Salkovskis et al. (19, 25), estos sesgos
cognitivos potencian las expectativas negativas asociadas a los síntomas, reduciendo la
esperanza de superación y, con ello, aumentando la sensación de falta de control. El sujeto
afectado considerará seriamente la posibilidad (rayana en la certeza cuando esté próxima a lo
delirante) de que la enfermedad será grave, lo espantoso que va a ser padecerla, la
imposibilidad para superarla y hacerle frente, las complicaciones que va a sufrir y, por ende,
que los médicos no van a poder hacer nada por él.
Esta conjunción de aspectos que dan lugar al fenómeno hipocondríaco queda reflejada en la
figura 2.
Figura 2: Desarrollo de la hipocondría (modificado)
La hipocondría o AS (con sus componentes de sospecha, miedo y/o somatización) no acaba de
encontrar su sitio dentro de las grandes agrupaciones nosológicas. Tradicionalmente ha sido
encuadrada en los trastornos somatomorfos (o por síntomas somáticos) por su relación con lo
físico/orgánico, aunque sus características básicas pueden solaparse con otros grupos
sindrómicos. Ya comentamos anteriormente cómo el temor a padecer una enfermedad futura
(predominio nosofóbico), sin que exista sospecha de enfermedad ni somatización, podría ser
considerado más una fobia específica que un trastorno somatomorfo.
Otros autores han vinculado el cuadro al espectro obsesivo-compulsivo (10, 17, 26), reparando
en el hecho de que los sujetos hipocondríacos se ven compelidos a realizar maniobras de
reaseguramiento, comprobaciones corporales, investigaciones sobre la enfermedad y búsqueda
de ayuda que, de forma semejante a las compulsiones, son irresistibles, excesivas y tienen el
fin de aliviar la ansiedad. Además, suelen estar presentes las intrusiones mentales a modo de
ideas obsesivas, rumiaciones o imágenes de la enfermedad, que pueden provocar una grave
interferencia en sus vidas. De hecho, las intrusiones se podrían considerar una variable
transdiagnóstica a diversos cuadros, entre ellos el trastorno obsesivo-compulsivo y la
hipocondría, lo que podría contribuir a explicar las similitudes en algunos aspectos de estas
entidades (27).
Asimismo, se ha propuesto la existencia de una personalidad hipocondríaca, constituyendo
más un rasgo que un estado (28). Esta personalidad estaría caracterizada por determinadas
actitudes respecto a la salud, la enfermedad, el cuerpo y/o los síntomas físicos, con la creencia
de que los síntomas son siempre peligrosos ya que se supone que la salud es un estado sin
ningún síntoma ni sensación extraña, a modo de ideas sobrevaloradas egosintónicas.
BÚSQUEDA ACTIVA DE INFORMACIÓN SOBRE SALUD: LA CIBERCONDRÍA
Como apuntamos al inicio de nuestra exposición, la era tecnológica en la que nos encontramos
trae consigo múltiples ventajas, pero también consecuencias nocivas entre las que se hallan
las llamadas tecnopatologías o enfermedades 2. 0, como las denomina M. Navarro (29). La
nomofobia (el temor a dejarse olvidado el móvil), la apnea del Whatsapp o síndrome del doble
click (padecido por quienes necesitan comprobar una y otra vez su móvil para ver si alguien se
ha puesto en contacto con ellos), el síndrome FOMO (Fear of Missing Out, temor de la persona
de estar perdiéndose algo en sus redes sociales) o el síndrome de la llamada o mensaje
imaginario (oímos o sentimos vibrar el teléfono sin que esto haya ocurrido) son solo ejemplos
de los nuevos trastornos que el mundo virtual trae consigo.
En relación con el tema que nos ocupa, la cibercondría alcanza un puesto importante entre las
tecnopatologías antes mencionadas. La cibercondría (hipocondría virtual o compucondría) es
definida como "la búsqueda en línea excesiva o repetida de información relacionada con la
salud, la cual es impulsada por la necesidad de aliviar la angustia o la ansiedad en torno a la
salud, pero que, en cambio, da como resultado su agravamiento" (21, 30). Es una forma de
hipocondría relacionada con Internet o, en algunos casos, provocada por él, que supone una
conducta de búsqueda de tranquilización, pudiendo formar parte de los síntomas de la AS a los
que hemos dedicado la primera parte de nuestro trabajo; de hecho, una de las herramientas
con las que hoy cuenta el paciente hipocondríaco para su intento de reaseguramiento es el
ordenador o su smartphone, desde donde puede acceder a sus motores de búsqueda favoritos
para localizar aquellos síntomas que le preocupan y ubicarlos en una entidad nosológica que se
adecue a sus expectativas de gravedad. Y puesto que estas expectativas no suelen verse
satisfechas, los clicks a distintas páginas se multiplican, convirtiéndose en una obsesión
devastadora. No resulta sorprendente que se hable de la actualidad como "la era de la
cibercondría" (31). En este sentido, algunos autores consideran esta entidad casi como un
diagnóstico formal, otros equiparan la cibercondría con la hipocondría, y otros apuntan que la
cibercondría es la hipocondría del siglo XXI. Incluso se han detectado variantes específicas,
como la cibercondría by proxy (20), definida con un razonamiento similar al trastorno facticio
por poderes.
No está claro cuándo se acuñó el término. En 1999, Ann Carns, periodista del Wall Street
Journal, publicó un artículo titulado "En Internet las enfermedades se descontrolan, jugando
con los temores de los hipocondríacos", donde hacía referencia a los avances tecnológicos y la
necesidad de los medios de comunicación de crear una buena historia con repercusión
mediática. Pero, quizá, la idea de que la cibercondría es una nueva entidad digna de
consideración se propuso en 2001, en un artículo del periódico británico The Independent: "Un
nuevo trastorno, la cibercondría, se extiende por Internet".
La primera investigación relevante sobre este asunto la realizaron en 2008 dos investigadores
de Microsoft. En su trabajo titulado "Cibercondría: Estudio sobre la escalada de preocupaciones
médicas en las búsquedas en la Web" (32) propusieron la primera definición formal del
concepto: "escalada infundada de preocupaciones que pueden generar determinados síntomas
comunes, como resultado de la revisión de literatura médica disponible en la Web". Tras un
estudio longitudinal con 515 individuos, apuntaron la posibilidad de que la utilización de
motores de búsqueda en la Web ocasione un aumento de los temores por la salud.
A partir de ese momento se han extendido las definiciones del concepto, como la que se refiere
a la tendencia de algunas personas a creer que tienen la enfermedad sobre la que leen online,
o la que conceptualiza el cuadro como la ansiedad por la salud exacerbada por la exposición a
información de Internet (21). No obstante, y para llegar a un consenso, hay que reparar en los
rasgos básicos que esta conducta lleva implícitos:
Es una conducta que se basa en la búsqueda on line de información sobre salud.
Es una conducta excesiva, lo cual puede implicar que la persona invierte mucho
tiempo en ella, que es recurrente, o que accede a demasiada información.
No es una actividad placentera: las personas no realizan esta actividad para
entretenerse o para satisfacer una curiosidad, sino que, por el contrario, está
asociada a efectos negativos y ansiedad que va aumentando conforme la búsqueda
continúa. Por tanto, cualquier definición de cibercondría debe tener en cuenta esa
producción o aumento del malestar y ansiedad.
No es un diagnóstico en sí mismo, sino que se produce como parte de los síntomas
de la hipocondría o la ansiedad por la salud.
En 2014, McElroy y Shevlin (33) desarrollaron un instrumento específico de 33 ítems para la
valoración del cuadro: la Cyberchondria Severity Scale (CSS), dando carta de presentación a la
valoración multidimensional de la cibercondría, compuesta de cinco escalas: compulsión,
malestar, exceso, reaseguramiento y desconfianza de los profesionales médicos. Sucesivos
análisis factoriales confirmatorios han mostrado la consistencia interna de los índices, además
de la correlación con la AS (malestar, exceso y desconfianza de los médicos) y síntomas
obsesivo-compulsivos (búsqueda de seguridad y compulsión) (34, 35).
Aunque las búsquedas se realizan inicialmente en motores clásicos como Google o Yahoo, a
medida que la indagación continúa las personas pueden acudir (o pinchar en el enlace) a sitios
web que den información específica, a otros que den apoyo a personas que ya sufren esas
enfermedades, o, también, a plataformas que proporcionen una lista de posibles diagnósticos
para síntomas concretos que, por ende, suelen ser utilizadas para el autodiagnóstico. De estas
páginas web tenemos ejemplos en todos los países y, obviamente, en el nuestro hay
constancia de su existencia. Con frecuencia, la conducta cibercondríaca es solitaria, pero
también puede basarse en la consulta a otras personas vía chats, fórums, plataformas de
afectados o redes sociales, con el fin de poder confirmar (o no) el diagnóstico a través del
testimonio de personas "reales" que padezcan esa enfermedad que sospechan tener.
Aunque las personas con AS busquen en la red información que les ayude a aliviar sus
temores, la información que encuentran tiende a incrementar esos miedos, ya que Internet no
está programado para calmar ansiedades. Tras estos resultados ansiógenos, algunas personas
evitan reanudar las búsquedas sobre sus síntomas, de la misma forma que evitan ir al médico
o a un hospital, poniendo en marcha, así, el mecanismo fóbico de la evitación (recordemos el
concepto de nosofobia o miedo a la enfermedad antes expuesto).
Sin embargo, otras personas, a pesar del notable incremento del malestar que la indagación
les está produciendo, continúan con ello pese a la experiencia negativa, mostrando el patrón
conductual que se ajusta a la definición de cibercondría. No hemos de olvidar la existencia de
otro grupo de personas que se preocupan por su salud de una manera natural, puesto que es
una cuestión respecto a la cual todos nos sentimos concernidos; estas personas pueden buscar
información en el mundo virtual de una manera responsable, sin involucrarse en ninguna
espiral de angustia que perpetúe el círculo cibercondríaco. Así, aceptan los resultados de una
búsqueda ocasional sin consecuencias negativas para su estabilidad psíquica, únicamente con
el afán de conocer o simple curiosidad (Figura 3). En este sentido, hemos de estar alerta para
no catalogar de cibercondríaco a cualquier persona que busque noticias sobre salud en la web,
ya que correríamos el riesgo de patologizar una conducta normal.
Figura 3: Resultados de la búsqueda de información sobre salud (21)
Una de las razones para que el ciclo cibercondríaco se perpetúe radica en la misma tecnología
de Internet: los usuarios suelen (solemos) hacer click en los resultados que figuran en los
primeros puestos del motor de búsqueda, manteniendo, a su vez, el posicionamiento de la
página en cuestión. Puesto que a veces se confunde el posicionamiento de la página con la
calidad de esta (en nuestro caso, con la probabilidad de que esa página aborde perfectamente
la enfermedad buscada), la escalada comienza. Así, si la investigación ha partido del término
"dolor de cabeza", es más probable que se entre en sitios que hablen de tumores cerebrales
(pongamos por caso) que en aquellos que apunten al cansancio laboral o a la gripe, ya que los
temas más fascinantes, que provocan intriga o, incluso, atemorizantes son los que atraen más
visitas y, por tanto, aparecerán en los primeros puestos del motor de búsqueda elegido.
Otra razón para que los temores continúen e, incluso, aumenten, se localiza en el hecho de
que, con gran frecuencia, las plataformas y las páginas específicas sobre salud utilizan un
lenguaje al que no están habituados quienes no tienen formación médica. Pero, en línea con la
atracción por lo intrigante antes comentada, cuantas más palabras extrañas se utilicen, más
fiable parece la fuente, aunque gran cantidad de la información que circula por la red sea
confusa, no fiable, basada en hechos anecdóticos e, incluso, errónea, pudiendo confundir a los
sujetos (ansiosos y no ansiosos). Aún más problemática es la viralización de estos contenidos
no seguros: en una investigación puesta en marcha por Aiken et al. en 2012 (31) observaron
que más de la mitad de los participantes se mostraban dispuestos a compartir con otros la
información obtenida.
De esta forma, y a modo de resumen, la escalada se relaciona con la cantidad y distribución de
los contenidos vistos por los usuarios, con la terminología confusa y alarmante utilizada, y/o la
predisposición hacia los contenidos preocupantes en vez de buscar explicaciones más lógicas al
malestar que padece el individuo (31, 36).
Asumiendo que la necesidad de buscar información sobre salud en Internet es mayor en
personas con AS que en población no ansiosa, formando parte de sus maniobras
comprobadoras, Baumgartner y Hartmann (22) llevaron a cabo uno de los primeros estudios
que exploraban empíricamente la relación entre AS y la búsqueda online de este tipo de
información. Para ello propusieron cuatro hipótesis:
La AS se relaciona con un aumento de las búsquedas online de información sobre
ello.
La AS se relaciona con la adopción de un papel activo por parte del sujeto,
publicando, a su vez, información online.
La AS se relaciona con respuestas más negativas ante la información obtenida
online
La AS se relaciona con respuestas negativas dependiendo de si la información
procede de fuentes fiables o menos fiables. Esto es, los efectos de la información
obtenida por los individuos ansiosos están moderados por la credibilidad de la
fuente.
Las conclusiones a las que llegaron confirmaban mayoritariamente las hipótesis planteadas: se
observó que las personas con AS se involucran más en búsquedas online y que estas tienen
consecuencias más negativas, concluyendo que, al comparar sujetos AS con no-AS, los
primeros reflejan mayores niveles de preocupación y temor ante la información obtenida en la
red, sobre todo si esta procede de una fuente fiable.
En 2016 se realizó una investigación similar, de corte longitudinal (37), que volvió a mostrar
cómo los individuos con mayor AS buscan información online sobre salud más frecuentemente
que aquellos sin AS, lo cual confirmaba hipótesis anteriores (22, 38).
Con lo visto hasta el momento, parece evidente que la utilización de la web para estos fines y,
con ellos, para el autodiagnóstico, suele aumentar la ansiedad en sujetos hipocondríacos (en el
amplio uso del término). De esta forma, la exposición a la que se someten las personas sin
formación en ciencias de la salud está sujeta a una terminología compleja y descripciones
médicas detalladas que se distribuyen por todos los medios de comunicación y que, incluso,
aparece ante los ojos sin apenas buscarla.
Como hemos ido observando, la cibercondría lleva consigo aspectos que la ponen en relación
con la hipocondría y con síntomas obsesivo-compulsivos, vínculos que siguen siendo
investigados en la actualidad (39, 40, 41). Respecto a la primera, se muestran vínculos con el
componente afectivo (preocupación por la salud) de la hipocondría, lo que apunta a su
conexión, sobre todo respecto al deterioro funcional y la utilización de los servicios de salud.
De hecho, en la definición DSM-5 del trastorno de ansiedad por enfermedad pueden
identificarse características de la cibercondría, lo que la vincula al cortejo sintomático del
síndrome (criterio D). No obstante, también pueden determinarse aspectos diferenciales, lo
que apunta a la idea de que no son conceptos que se deban superponer.
Con el trastorno obsesivo-compulsivo no parece existir una asociación tan estrecha, si bien se
observan áreas de solapamiento por cuanto que la búsqueda de información sobre salud
llevada a cabo por estos sujetos tiene un claro componente de compulsión (conducta
irrefrenable e inevitable) y de maniobra amortiguadora de la ansiedad, aunque estos intentos
amortiguadores no sean eficaces. En una investigación realizada por Norr et al. (39) en 2015
con una muestra de 468 participantes no clínicos, se observó que cuanto mayor era el grado
de cibercondría, más síntomas obsesivos se detectaban, aventurando la relación potencial de
la cibercondría con otros trastornos de ansiedad y, en concreto, con los obsesivos.
Así, en conclusión, aunque debemos considerar internet y las redes como un recurso útil para
tomar las riendas de nuestro bienestar físico, también es una fuente de ansiedad para sujetos
susceptibles que hallan en la red su instrumento de reaseguramiento a golpe de teclado.
INUNDACIÓN PASIVA DE INFORMACIÓN:INFOXICACIÓN COMO GENERADORA O MANTENEDORA DE ansiedad POR LA SALUD
Íntimamente relacionado con lo visto en las páginas anteriores, y para concluir este trabajo,
vamos a dirigir nuestra mirada, siquiera brevemente, a la inundación involuntaria a la que
estamos sometidos respecto a información sobre salud, para reflexionar sobre las consecuencias que parece estar produciendo según observamos en la clínica y en los contactos cotidianos. Ya algunos autores están comprobando el aumento de casos de AS inducidos por
búsquedas en Internet, planteándose el papel significativo que parece ejercer la tecnología
digital a la hora de inducir fenómenos psicopatológicos (38, 42).
Resulta evidente que cualquiera de nosotros podemos redactar cualquier tipo de contenido sin
tener conocimientos suficientes sobre la materia y subirlo a la red. A partir de ahí,
dependiendo de su repercusión, intención o momento, este contenido puede expandirse sin
control, sea cual sea su fiabilidad, entrando a formar parte de esa maraña informativa a la que
todos estamos expuestos.
En este sentido, las constantes informaciones transmitidas por los medios formales o
informales, en papel o virtuales y, sobre todo, las omnipresentes cadenas de whatsapp,
Facebook y demás redes sociales, despiertan los temores y miedos acerca del peligro externo
que permanece latente en los más diversos elementos y que, curiosamente, ninguna autoridad
médica confirma (según cierta mentalidad conspiratoria y paranoide, cuyo análisis excede la
temática del presente trabajo): probablemente alguno o alguna de ustedes ha recibido un
mensaje de WhatsApp que advierte del peligro que entraña para nosotras, mujeres, las
radiaciones que emite el aparato que nos hace las mamografías, las cuales provocarán cáncer
de tiroides; o hemos leído titulares como "la sustancia que provoca cáncer de la que es
imposible escapar" (refiriéndose a la contaminación ambiental), "los ocho alimentos que
provocan cáncer y que comes todos los días", "comer pescado con mercurio aumenta un tipo
de esclerosis", "la vacuna triple vírica es causa directa del autismo", "¿tomar el té muy caliente
provoca cáncer?" y tantos mensajes que circulan ante nuestros ojos a diario (por discreción no
citamos las fuentes). Como ya se comentó al principio de esta exposición, oncología es el área
más afectada por este fenómeno por la alarma que suscita, por la elevada incidencia y por el
miedo a la incertidumbre que genera, pero también nutrición, pediatría y dermatología estética
son objeto frecuente de bulos y noticias alarmistas (43).
La mayoría de las noticias o mensajes de la red tienen un punto de verdad, aunque es la
distorsión y la manipulación sensacionalista del contenido o de los títulos lo que las hacen
peligrosas y provocadoras bien de alarma social, bien de esperanzas infundadas y, en algunos
casos, de abandonos de tratamientos eficaces empíricamente comprobados a favor de un
zumo de limón o pepitas de manzana que, según se propagó en determinado momento, tienen
la misma eficacia anticáncer que la quimioterapia. Es esa manipulación lo que las convierte en
fake news (viralización de noticias falsas, o más bien, falseadas o adulteradas) y entra en el
ámbito de la posverdad, por cuanto no se basan en datos objetivos, sino que apela a las
emociones o creencias del público. Es ese falseamiento el que está contribuyendo, en parte, al
incremento de trastornos, al menos subclínicos, en la población general y, sobre todo, en
población emocional y/o coyunturalmente vulnerable. Así, la nosofobia a la que antes hemos
hecho referencia encuentra en esta propagación indiscriminada su caldo de cultivo, que crece
exponencialmente a medida que el mensaje en cuestión sigue circulando por las redes y lo
seguimos "enviando a nuestros contactos". De forma secundaria, esa nosofobia (como tal
fobia) está ocasionando conductas de evitación (de lugares, de alimentos o, incluso del
contacto con otras personas), un aumento de actitudes ortoréxicas, de rituales de limpieza y/o
purgación de los tóxicos supuestamente ingeridos. Cada vez conocemos a más adeptos a la
dieta vegetariana o vegana, o al consumo exclusivo de alimentos ecológicos, amantes de la
vida sana o seguidores de una dieta "anti-algo". Obviamente, el hecho en sí de seguir unas
pautas saludables o adherirse a una doctrina concreta no supone que esa conducta sea
patológica (si así fuera todas las personas vegetarianas, por ejemplo, tendrían un problema
psíquico): el problema no es lo que se hace, sino por qué se hace.
Como nos señalaba en 2006 la Sociedad Catalana de Medicina Familiar (44), "aunque vivimos
más y mejor, vivimos con más angustia y miedo y nos sentimos más vulnerables". Hay un
clima de inseguridad y alarma, un estado que podríamos llamar hipocondría social, ansiedad
colectiva por la salud o nosofobia grupal: la hipervigilancia ante cualquier cambio corporal, el
estado de alerta ante los mensajes en las redes que nos transmiten la necesidad de evitar
alimentos, aire y contacto, el miedo cuando alguien nos habla de su enfermedad. . . guarda un
singular parecido con los conceptos antes comentados. Esto nos lleva al planteamiento de que,
quizá, no sean solo las personas individuales las afectadas, sino que sea la sociedad en general
la que debería recibir ese diagnóstico.
En el ámbito de la salud, la función de los medios de comunicación consiste en llenar el vacío
que existe entre el mundo de la investigación y el público en general, traduciendo a un
lenguaje común los resultados de manera que se hagan comprensibles para los no expertos.
Sin embargo, los consumidores se ven envueltos en una maraña de informaciones,
recomendaciones a veces contradictorias, mensajes que contienen errores o que informan
sobre resultados parciales. Hace pocas fechas saltó a los medios una noticia que informaba
acerca de que el consumo de alimentos ultraprocesados está relacionado con un mayor riesgo
de contraer cáncer. Al día siguiente teníamos otro titular que apuntaba al cuestionamiento de
la investigación acerca del potencial carcinogénico de los alimentos ultraprocesados. ¿Con qué
información se queda el lector de a pie? Los periodistas de salud o las personas que cuelgan
determinadas informaciones intentan presentarlas de tal forma que llamen la atención,
redactándolas de manera que los titulares vendan o se pinchen más veces. Como resultado, la
ciencia se sensacionaliza, los titulares se tergiversan o proporcionan informaciones que
atrapan, las investigaciones se presentan como excepcionales y novedosas y se infla su
importancia, impacto y posibilidades futuras (45, 46). Con todo ello lo que se consigue es
desinformar al lector en aras de un titular impactante, repercutiendo sensiblemente en la AS y
aumentando las preocupaciones sobre los peligros cotidianos. Así, como apuntó C. Andradas
en la Jornada Medes 2017, "lo peor que puede pasar es que la posverdad llegue al ámbito
científico" (47).
Si todas estas informaciones, vengan por el canal que vengan, pueden producir una
hipocondría social, como apuntábamos anteriormente, las consecuencias para quienes que ya
padecen AS, hipocondría o nosofobia son aún más peligrosas: las personas que entran en la
espiral de búsqueda compulsiva de la cibercondría hallarán motivos progresivamente más
alarmantes para que la ansiedad los inunde; las personas con fobia a la enfermedad cada vez
tendrán menos&
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