El objetivo de este trabajo es intentar aproximarme a la vasta teoría lacaniana a partir de un aspecto concreto que él desarrolla en su teoría y que consideramos importante para comprender la conformación del psiquismo humano. El tema que abordaré desde distintos enfoques es la Metáfora. La Metáfora como productora de estructuras psíquicas. Cómo a partir del tránsito por la Metáfora paterna se estructura el psiquismo y se establecerán determinadas relaciones de objeto.
Desde esta metáfora paterna, habrá un corte, una simbolización que permitirá al sujeto elaborar y constituir su estructura psíquica y por lo tanto su relación con el mundo. Habrá variantes en este recorrido por esta instancia y esto abrirá el espectro de estructuras en las que el sujeto se acomodará en el mundo y desplegará su forma de estar en el universo que lo rodea. Trataré entonces de abordar esta temática desde distintos puntos, con la apoyatura teórica que los seminarios y escritos de Lacan proporcionan.
Psicoanálisis lacaniano. A partir de la metáfora.
Sebastián Méndez Errico.
Universidad de la Republica O. del Uruguay.
Resumen
El objetivo de este trabajo es intentar aproximarme a la vasta teoría lacaniana a partir de un aspecto concreto que él desarrolla en su teoría y que consideramos importante para comprender la conformación del psiquismo humano. El tema que abordaré desde distintos enfoques es la Metáfora. La Metáfora como productora de estructuras psíquicas. Cómo a partir del tránsito por la Metáfora paterna se estructura el psiquismo y se establecerán determinadas relaciones de objeto. Desde esta metáfora paterna, habrá un corte, una simbolización que permitirá al sujeto elaborar y constituir su estructura psíquica y por lo tanto su relación con el mundo. Habrá variantes en este recorrido por esta instancia y esto abrirá el espectro de estructuras en las que el sujeto se acomodará en el mundo y desplegará su forma de estar en el universo que lo rodea. Trataré entonces de abordar esta temática desde distintos puntos, con la apoyatura teórica que los seminarios y escritos de Lacan proporcionan.
Quién fue Jacques Lacan?
Jacques Lacan nació en París el 13 de abril de 1901.
Realizó estudios de especialización en psiquiatría entre 1927 y 1931.
En el año 1934 se integró como miembro adherente a la Sociedad Psicoanalítica de París (SSP), y en 1938 fue nombrado titular. En 1953 presentó su dimisión y se unió con Daniel Lagache para fundar la Sociedad Francesa de psicoanálisis, que duró diez años.
Su primera publicación apareció cuando tenía 66 años y señala además, el inicio de su enseñanza a través de sus seminarios públicos. En éstos, contribuyó a restituir la significación hasta entonces relegada del legado de Freud, al mismo tiempo que completó el edificio teórico freudiano utilizando los aportes de la lingüística, la antropología estructural, la filosofía, la lógica, la literatura y el arte.
Cuestionó profundamente el desarrollo de la disciplina posterior a Freud. Sus críticas le valieron la expulsión de la Asociación Internacional de Psicoanálisis
Murió en su ciudad natal el 9 de septiembre de 1981.
El Motor de la vida
Antes de abordar el tema de la Metáfora específicamente, quiero preparar el terreno, tocando nociones tales como el de La falta del objeto y su participación en las relaciones de objeto, también abordar el concepto de Significante, las dimensiones de lo imaginario – simbólico – real y su contacto con la evolución en el complejo de Edipo y con la metáfora. Así también las relaciones entre el complejo de Edipo y la metáfora; además la castración y la libido. Todo enmarcado como antesala y como parte importante de lo que refiere al tema central de este trabajo, la metáfora.
¿Qué es lo que nos mueve a los humanos?, ¿qué instancia determina las relaciones de objeto?, ¿qué estructura, o mejor dicho, preestructura hay antes que sobrevenga la metáfora paterna? Es el deseo que nos mueve, en tanto que simbólico?, y antes de esto?, la libido podrán contestar muchos, la pulsión. Y esto qué implica? Trataré de abordar esta problemática en las líneas que siguen.
Al pensar en el motor de la vida, en qué fuerza nos mueve a los seres humanos, nos viene a la mente, para los que venimos con la concepción freudiana, la pulsión, la libido, y Lacan, que retoma a Freud y trata de ir más allá, a la vez que reivindicar la palabra de Freud y tratar de aclarar las malas interpretaciones de su obra; toma el concepto de la Falta y la forma en que aparece en primer lugar la relación de objeto en Freud. Es decir, para tratar de encontrar pistas acerca del motor de la vida, es necesario referirse a la relación de objeto, la búsqueda del otro, base original del deseo. Para introducirnos en este tema Lacan nos comunica en una de sus clases: “Freud insiste en que para el hombre, no hay ninguna otra forma de encontrar el objeto sino la continuación de una tendencia en la que se trata de un objeto perdido, un objeto que hay que volver a encontrar”.
Y más abajo continúa, “Este objeto que corresponde a un estadio avanzado de la maduración de los instintos es un objeto recobrado del primer destete, el objeto que de entrada fue el punto al cual se adhirieron las primeras satisfacciones del niño”. “Está claro que por el sólo hecho de esta repetición se instaura una discordancia. El sujeto está unido con el objeto perdido por una nostalgia, y a través de ella se ejerce todo el esfuerzo de su búsqueda. Dicha nostalgia marca al reencuentro con el signo de una repetición imposible, precisamente porque no es el mismo objeto, no puede serlo. La primacía de esta dialéctica introduce en el centro de la relación sujeto – objeto una profunda tensión, de tal forma que lo que se busca no se busca al mismo título que lo que se encontrará. El nuevo objeto se busca a través de la búsqueda de una satisfacción pasada, en los dos sentidos del término y es encontrado y atrapado en un lugar distinto de donde se lo buscaba. Hay ahí una profunda distancia introducida por el elemento esencialmente conflictivo que supone toda búsqueda del objeto. ”
Tenemos aquí, en estas líneas, la evocación a Freud por parte de Lacan, que introduce este tema de la búsqueda del sujeto de su objeto perdido, objeto que fue ámbito de sus primeras satisfacciones y que marcaron a ese niño para buscar constantemente su satisfacción en él. Hay aquí, puntos de contacto con Melanie Klein, que habla del sujeto que busca satisfacer la fuente de sus deseos o necesidades en ese pecho – madre y de las ansiedades que emergen tras el recorrido particular que tendrá ese vínculo primario.
El objeto alucinado por el que el sujeto intenta suplir la falta del objeto es otro punto de contacto con la teoría kleiniana y abre el espectro de posibilidades para explicar esa distancia y ese conflicto que se produce por ese objeto anhelado y además sería el arranque para poder abarcar una aproximación a la temática del deseo, de la libido.
En este punto, podemos partir del principio de placer y principio de realidad, como continentes de lo que será el conflicto del sujeto con su mundo. De esta dialéctica subyacente a la relación del sujeto con el objeto de su deseo que determina estos principios: el de realidad y el de placer, que serán parte importante de este motor de la vida, o compositor de la estructura psíquica del sujeto, Lacan nos detalla: “ El principio de realidad está constituido tan sólo por lo que al principio del placer se le impone para su satisfacción, no es más que una prolongación suya, y a la inversa implica, en su dinámica y en su búsqueda fundamental, la tensión fundamental del principio del placer. De todos modos, entre ambos, y esto es lo esencial que aporta la teoría freudiana, hay una hiancia que no cabría distinguir si uno fuera sólo la prolongación del otro. En efecto, el principio del placer tiende a realizarse en formaciones profundamente antirealistas, mientras que el principio de realidad implica la existencia de una organización o de una estructuración diferente y autónoma, la cual supone que lo que aprende puede ser precisamente y fundamentalmente distinto de lo que se desea. . . . . la satisfacción del principio del placer, siempre latente, subyacente en todo ejercicio de la creación del mundo, tiende siempre en mayor o menor grado a realizarse bajo una forma más o menos alucinada. La organización subyacente al yo, la de la tendencia del sujeto propiamente dicho, siempre cuenta con la posibilidad fundamental de satisfacerse con una realización irreal, alucinatoria. . . ”
Tenemos entonces que en estas primeras relaciones de objeto, hay en primer lugar, una búsqueda del objeto perdido. Este objeto, por un lado, fuente de todas las satisfacciones primarias, es alucinado en el afán de reencontrarlo, esto en referencia a lo que Freud llama el sistema primario del placer. Por otro lado, está la noción de objeto ligado al plano real, se trata de reencontrar lo real.
Otro plano en el que nos topamos con el objeto es en lo concerniente a lo imaginario, la reciprocidad imaginaria. Es decir, en la relación sujeto – objeto el lugar del término en relación es ocupado simultáneamente por el sujeto. La identificación con el objeto está implicada de por sí en toda relación con él.
Desde aquí, comenzamos a transitar por las relaciones sujeto – objeto desde los distintos planos de lo imaginario, lo simbólico y lo real, que a su vez serán el enclave desde donde poder pensar en la evolución del complejo de Edipo y su relación con la metáfora paterna.
Entonces, podríamos pensar, según constatamos en la afirmaciones del señor Lacan, que el propio motor de la vida, a grandes rasgos, implica, la noción de la falta del objeto, si entendemos como motor de la vida a la relación del sujeto con el mundo.
Metáfora y significante
Avancemos ahora hacia lo que implica el principio de realidad y el principio de placer y su relación con el sistema primario y el secundario, y a partir de esto, cómo entra a jugar su papel el significante.
El sistema primario estaría gobernado por el principio de placer, por una tendencia a volver al reposo. A su vez, el sistema secundario respondería a las circunstancias reales o exteriores del sujeto. Lacan plantea que, más allá de la claridad de esta funcionalidad de cada sistema, en la práctica clínica cotidiana, se generan conflictos en torno a estos puntos. Es decir, que habrían contradicciones, o mejor dicho, el término que utiliza Lacan es paradoja, en cada uno de estos términos. En el caso del principio del placer, no sólo sería la tendencia al reposo sino también la apetencia al deseo, la erección del deseo. Lo mismo sucede en el principio de realidad, retorno al reposo y apetencia.
A simple vista esto parecería parte de lo mismo, pero claro que debe haber una gran diferencia cualitativa entre estos dos sistemas, si bien sus tendencias son similares. Pero vayamos a cómo entra el significante aquí. Entra como vínculo entre estos dos sistemas y habilita el funcionamiento dialéctico de ambos, a través de los dos niveles de la palabra expresados en las funciones del significante y de significado. Lacan nos dice que nada se puede explicar en la práctica analítica sin admitir la posibilidad de perpetuos deslizamientos de significado bajo el significante y de significante sobre el significado. Y agrega, “. . . lo que es significante de algo puede convertirse en todo momento en significante de otra cosa, y todo lo que se presenta en la apetencia, la tendencia, la libido del sujeto, está siempre marcado por la impresión de un significante, lo cual no excluye que haya tal vez alguna otra cosa en la pulsión o en la apetencia, algo que de ningún modo está marcado por la impresión del significante. El significante se introduce en el movimiento natural, en el deseo o en la demanda, término al que recurre la lengua inglesa como expresión primitiva del apetito, calificándolo como exigencia, aunque el apetito no esté de por sí marcado por las leyes propias del significante. Así puede decirse que la apetencia se convierte en significado. ”
Luego nos plantea que la entrada del significante en el mundo es el Espíritu Santo y lo relaciona con el instinto de muerte que aportó Freud. Aquí tocamos el límite del significado, se trata de la existencia del significante, “. . . como una superficie eficaz del significante donde se refleja, de algún modo, lo que podemos llamar la última palabra del significado, es decir de la vida, de lo vivido, del flujo de la emociones, del flujo libidinal. Se trata de la muerte como soporte, base de la operación del Espíritu Santo que hace existir al significante. ”
Este significante, tiene un sentido antropológico para Lacan, ya que, dice, está instalado y estructurado hace muchos años en el hombre a través del lenguaje. Dice, “. . . desde que hay significantes en funcionamiento, los sujetos están organizados en su psiquismo por el propio juego de esos significantes”.
Más nos agrega Lacan acerca del significante en cuanto a su relación con algo parecido a lo que Freud refería en cuanto a la repetición, a la reproducción de conductas y situaciones vividas en los primeros años de vida y que se ponían de manifiesto en la transferencia durante una sesión de análisis, por ejemplo. En este sentido dice, “. . . el sujeto se ve llevado a comportarse de una forma esencialmente significante, repitiendo de forma indefinida algo que le resulta mortal, hablando con propiedad. ”
Como otra característica del significante, señala que éste toma del significado, una serie de elementos muy ligados al significado y que es concretamente el cuerpo, y lo relaciona, además, con el falo, símbolo de la piedra erigida, es decir, el cuerpo erecto. Nos señala que “. . . la piedra erigida es uno de sus ejemplos, la noción del cuerpo humano, como cuerpo erecto es otro, así es como cierto número de elementos, vinculados todos ellos con la efigie corporal y no tan sólo con la experiencia vivida del cuerpo, constituyen elementos primeros, tomados de la experiencia, pero completamente transformados por el hecho de ser simbolizados. Simbolizados quiere decir que han sido introducidos en el lugar del significante propiamente dicho, caracterizado por el hecho de articularse con leyes lógicas ”. Esto último que señala, en cuanto a la simbolización, nos remite al vínculo con la metáfora.
La metáfora y el complejo de Edipo
Introduciremos un concepto importante para acercarnos a la temática que abordaré a continuación. Este es el de la castración, concepto fundamental para abordar el complejo de Edipo y la metáfora, que tienen múltiples relaciones entre sí.
En otra de sus intervenciones, Lacan nos habla acerca de este punto: “. . . Freud introdujo la castración de forma totalmente coordinada con la noción de la ley primordial, lo que la prohibición del incesto y la estructura del Edipo tienen de ley fundamental. . . . la castración sólo puede clasificarse en la categoría de la deuda simbólica. Deuda simbólica, daño imaginario y agujero o ausencia real, he aquí cómo podemos situar esos tres elementos que llamaremos los tres términos de referencia de la falta del objeto. ”
Para lo que en concreto nos sirve en este trabajo, a saber, lo que nos abre el camino para ingresar a la metáfora, podemos relacionar esto último que dice Lacan, con que esta castración requiere ser simbolizada. Y es aquí donde se van a dar las variantes en las distintas estructuras psíquicas que sobrevendrán, en este tiempo del Edipo donde la castración juega un papel primordial en el plano simbólico y en el que la metáfora paterna jugará un papel importante también. Pero vayamos paso a paso.
Sigamos con la castración, ésta, es siempre de un objeto imaginario; así como el objeto de la frustración es un objeto real y la privación es siempre un objeto simbólico. Por lo tanto tenemos este esquema:
- castración: plano imaginario - frustración: plano real - privación: plano simbólico
Estas instancias, articuladas entre sí, operan en la tríada imaginaria de la madre, el niño y el falo, junto con otro “actor” que juega su papel también aquí que introduce Lacan, éste es el agente. En cuanto a éste último, Lacan subraya que “tratándose de la frustración, se impone la noción de que es la madre quien juega el papel de agente”; y luego realiza las siguientes preguntas en torno al origen de este agente y su relación con los tres planos, imaginario, simbólico y real: “. . . Este agente, ¿es simbólico, imaginario o real?; . . . y ¿qué es el agente de la castración? Y ¿el agente de la privación? ¿No habría en verdad ninguna especie de existencia real? . . . ”.
Hablábamos, más atrás, de la falta y de sus tres niveles, castración, frustración, privación y de la importancia que les da Lacan en cuanto a la necesidad de situarlos cada vez que se produce una crisis en el registro de la búsqueda del objeto.
En la castración hay una falta fundamental que se sitúa, como deuda en la cadena simbólica. En la frustración, la falta sólo se entiende en el plano imaginario, como daño imaginario. En la privación, la falta está en lo real. Hasta aquí habíamos llegado, además de señalar que en el caso de la privación, decir que se ubica en lo real quiere decir que está fuera del sujeto y que por lo tanto para que el sujeto pueda acceder a la privación debe concebir lo real como algo distinto a lo que es, o sea, que lo pueda simbolizar. Lo simbólico está antes de “poder decir cosas sensatas”.
Pero, ¿qué lleva al sujeto a simbolizar?, ¿cómo introduce la frustración el orden simbólico? Aquí se jugará el Edipo y la metáfora paterna, que nos pondrán en evidencia que no está el sujeto aislado ni independiente y que no será él el que introduzca el orden simbólico.
En este punto, la castración juega un papel importante. Está vinculada con un orden simbólico instituido. El objeto que está en juego en la deuda simbólica instituida por la castración es un objeto situado en el plano imaginario, éste es, el falo.
La frustración constituye el terreno preparatorio para el Edipo, su base y su fundamento, nos dice Lacan. Agrega que la frustración: “. . . modela la experiencia del sujeto y prepara ciertas inflexiones que decidirán la vertiente hacia la que el complejo habrá de inclinarse, de forma más o menos acentuada, en una dirección que podrá ser atípica o heterotípica ”. Así mismo, se desprende de sus palabras que la frustración introduce la cuestión de lo real. Se introduce en el desarrollo del sujeto nociones como la de satisfacción, gratificación, beneficios adecuados a las etapas del desarrollo del niño, cuya saturación o, por el contrario, su carencia se considera un elemento esencial. Son las condiciones reales que se constatan a través de la experiencia analítica en los antecedentes del sujeto. A modo de clarificar, veamos lo que resume en este párrafo Lacan, acerca de la frustración: “. . . la frustración se considera pues, como un conjunto de impresiones reales, vividas por el sujeto en un período del desarrollo en el que su relación con el objeto real se centra habitualmente en la imago del seno materno, calificada de primordial, en relación con la cual se formarán en él las que he llamado primeras vertientes y se inscribirán sus primeras fijaciones, aquellas que permitieron describir los tipos de los diferentes estadios instintuales. Así han podido articularse las relaciones del estadio anal con sus subdivisiones fálica, sádica, etc. y mostrar cómo están todas ellas marcadas por un elemento de ambivalencia que hace que la propia posición del sujeto sea dos, que participe siempre de una posición dual imprescindible para una asunción general de su posición. En suma nos encontramos ante la anatomía imaginaria del desarrollo del sujeto”.
Centrémonos ahora en el complejo de Edipo. En la fase preedípica se trata de que el niño asuma el falo como significante. Esto implica que el niño haga del falo el instrumento del orden simbólico de los intercambios. El niño debe afrontar la función del padre, ésta es la clave del drama. No alcanza con que el niño o niña alcance la heterosexualidad tras el Edipo, sino que deberá situarse correctamente con respecto a la función del padre.
En el caso de la niña, el Edipo se da de forma que de entrada, para ella, el objeto de amor es el padre, o sea, objeto del sentimiento dirigido al elemento de falta en el objeto, a través de esta falta es conducida hacia el objeto padre. El padre se convierte en el que brinda el objeto de satisfacción, “. . . el objeto de la relación natural del alumbramiento. ”; después, el padre será sustituido por alguien que desempeñará el mismo papel, de padre, dándole un hijo.
En el niño, el Edipo permite la identificación del sujeto con su propio sexo, que se lleva a cabo en la relación ideal, imaginaria, con el padre. El objetivo del Edipo aquí es la situación adecuada del sujeto con respecto a la función del padre, él accederá un día a esta función.
Para esto, nos indica Lacan, el niño, para asumir el propio signo de la posición viril tiene como punto de partida la castración. Como el macho, detenta el pene como una pertenencia, ha de venirle de otro, en una relación con lo que es real en lo simbólico, del padre. En este juego con el padre, juego que Lacan denominó “gana el que pierde”, el niño podrá conquistar la vía por la cual se registra en él la primera inscripción de la ley.
La función del padre entonces, concierne a la metáfora paterna. La función del padre es esencial, no hay Edipo sin esta metáfora paterna. El Edipo, girará en torno a tres puntos: el Edipo en relación al superyó, en relación a la realidad y por último, en relación al ideal del yo. Nos acota Lacan: “. . . el ideal del yo comportando en todas las ocasiones la genitalización en tanto ella es asumida, en tanto que deviene elemento del ideal del yo. . . ”; “. . . la realidad, implica las relaciones del Edipo con las afecciones que comportan un trastorno de la relación a la realidad, perversión y psicosis”.
¿Cómo interviene el padre? Lo hace sobre varios planos, ante todo prohíbe a la madre. Este es el fundamento del complejo de Edipo, su principio. Aquí el padre está ligado a la ley primordial: la prohibición del incesto. El padre es quien está encargado de representar esta interdicción.
La relación entre el niño y el padre está dirigida por el temor a la castración. Las propias tendencias agresivas del niño con respecto a su padre, parten de él mismo, en tanto que en el interior de la relación el padre frustra las intenciones del niño con respecto a la madre, entonces éste proyecta imaginariamente su propia agresión en el padre.
La castración está ligada a la articulación simbólica de la interdicción del incesto y también es algo que se manifiesta sobre el plano imaginario, teniendo en este punto su partida.
En tanto que el padre es amado el sujeto se identifica a él y encuentra su solución, el término del Edipo. Pero la función del padre, la metáfora paterna se dirige a prohibir ante todo la satisfacción real del impulso. “. . . prohíbe al niño hacer uso de su pene en el momento en que éste empieza a manifestar lo que llamaremos veleidades. . . ”.
Luego Lacan se plantea en relación a la función paterna: “. . . ¿porqué el padre? La experiencia prueba que la madre lo hace también, recuerden la observación del pequeño Hans. La madre le dice: `Guardátelo, eso no se hace´. Es incluso, más a menudo la madre quien dice: `Si continúas haciendo eso, llamaremos al doctor, quien te lo cortará ”.
Es decir que el/los agentes de la amenaza de castración son padre y madre, es decir, alguien real, que realiza este acto simbólico y cuyo objeto es imaginario. “si el niño se siente cortado es que lo imagina”, dirá Lacan. Lo que prohíbe el padre es, pues, la madre. Como objeto, ésta es para él, no para el niño. El padre interviene en una frustración, un acto imaginario que concierne a un objeto real, la madre, en tanto que el niño tiene necesidad de ella.
El tercer término que está en el Edipo, es el padre en tanto él se hace preferir a la madre. Esta dimensión desemboca en la formación del ideal del yo. En tanto que el padre deviene un objeto preferible a la madre, va a poder establecerse la identificación terminal. La cuestión del Edipo invertido, señala Lacan, que se establece en este nivel. Aquí se centra la cuestión de la diferencia del efecto del complejo sobre el niño y sobre la niña. Lo que sucede al nivel de la identificación ideal en que el padre se hace preferir a la madre, punto central y de salida del Edipo, es algo que debe desembocar en la privación.
Entonces, ¿qué es el padre? Es el padre simbólico, dirá Lacan, el padre es una metáfora. ¿Qué es una metáfora? Es un significante que viene en lugar de otro significante. El padre, en el complejo de Edipo, es un significante sustituido a otro significante.
“. . . la función del padre en el complejo de Edipo es ser un significante sustituido al significante, es decir, al primer significante introducido en la simbolización, el significante maternal. Es por eso que el padre viene, según la fórmula que les he explicado una vez que es la de la metáfora, viene al lugar de la madre: S en lugar de S´, que es la madre, la que está ligada ya a algo que era x, es decir, algo que era el significado en la relación del niño a la madre”.
Vayamos ahora, a tratar de ver la dinámica que se produce en el Edipo en los distintos tiempos de su despliegue. En un primer tiempo, el niño desea a la madre y este deseo tendrá una dinámica singular ya que en esta relación madre – niño, jugará también el deseo de la madre. El niño llegaría a coincidir con el objeto del deseo de la madre.
Para esto, señala Lacan, es necesario que el “je” que está en el discurso del niño venga a constituirse al nivel de ese otro que es la madre, que ese “je” de la madre devenga el otro yo del niño y que lo que circula al nivel de la madre desempeñe su función de mensaje para el niño. Es el mensaje del deseo de la madre, en el nivel metonímico que recibe su identificación al objeto de la madre. El niño asume, explica Lacan, el deseo de la madre, está abierto a devenir el amo en el lugar de la metonimia de la madre, es decir, su a-sujeto. A esto Lacan denomina identificación primitiva, es decir, el intercambio que hace que el yo del sujeto haya venido al lugar de la madre como Otro, mientras el yo de la madre ha devenido su otro (de él).
Lo que el niño busca es, deseo de deseo, poder satisfacer el deseo de su madre, ser o no ser el objeto del deseo de la madre. En espejo, el sujeto se identifica a lo que es el objeto del deseo de la madre y esta es la etapa fálica primitiva, donde la metáfora paterna obra en si, en tanto que, ya en el mundo, la primacía del falo está instaurada por la existencia del símbolo del discurso y de la ley.
Pero el niño, toma sólo su resultado, para agradar a la madre es suficiente con ser el falo y en esta etapa muchas cosas se detienen en un cierto sentido. En la medida que el mensaje aquí se realiza de una manera satisfactoria un cierto número de trastornos pueden fundarse, entre las cuales están las identificaciones llamadas “perversas”.
Se prepara el terreno para que en un segundo tiempo del Edipo, aparezca el padre, ¿cómo aparece?, aparece mediado por la madre como interdictor, por tanto hace su aparición en el discurso materno. Es un “no” que se transmite en el nivel en el que el niño recibe el mensaje esperado de la madre, es un mensaje sobre un mensaje, dirá Lacan. “. . . es el mensaje de interdicción, no es simplemente para el niño, y ya en esta época `no te acostarás con tu madre´, es también para la madre: `no reintegrarás todas las formas bien conocidas de lo que se llama el instinto maternal´, que encuentra aquí un obstáculo. `no reintegrarás tu producto´. Cada uno sabe que la forma primitiva del instinto materno se manifiesta en ciertos animales, quizás más aún entre los hombres, reintegrando como lo decimos elegantemente, oralmente lo que ha salido por otro lado”.
Entonces, estábamos en que a partir de esta interdicción del padre a través del discurso de la madre, el primer logro del niño, a saber, el hallazgo del objeto del deseo de la madre, todo es recuestionado del deseo de ese deseo y deja el deseo del deseo de la madre en suspenso.
En este segundo tiempo de Edipo, entonces, el padre interviene en el plano imaginario como privador de la madre. Expresa Lacan: “ Este es el estadio nodal y negativo, por el cual ese algo que desata al sujeto de su identificación lo vuelve a atar al mismo tiempo a la primera aparición de la ley bajo la forma de este hecho: que la madre en eso es dependiente, dependiente de un objeto, de un objeto que ya no es simplemente el objeto de su deseo, sino un objeto que el otro tiene o no tiene”.
Este es el momento privativo del complejo de Edipo. El niño, para su beneficio, queda desalojado de esta posición ideal con la que él y su madre podrían satisfacerse y entonces, puede establecerse la tercera etapa, en la que él deviene otra cosa. Deviene lo que tiene que ver con la identificación al padre y el “título virtual para tener lo que el padre tiene”.
Es en tanto que interviene el padre como real y como padre potente, en un tercer tiempo, que viene luego de la privación o la castración que lleva sobre la madre, a nivel imaginario del sujeto, de dependencia de la madre, sobre lo que interviene el padre, como aquel que lo tiene y es interiorizado como ideal del yo en el sujeto y por tanto el complejo de Edipo declina.
La metáfora paterna tiene como función la institución de algo que es del orden del significante que ahí está en reserva y que la significación se desarrollará más tarde.
Citaré nuevamente a Lacan, para referir lo que sucede en este tercer tiempo fundamental del Edipo:
“. . . el padre va a intervenir para dar en tanto que él lo tiene, lo que está en causa en la privación fálica que ha intervenido como término central de la evolución del Edipo, de los tres tiempos del Edipo. Es por eso que va a aparecer efectivamente como acto donativo, no más en los actos de la madre, y por lo tanto aún semi-velados, sino en el discurso. La madre misma, en tanto que el mensaje del padre deviene el mensaje de la madre, deviene el mensaje que permite y autoriza, que va a producir ese algo sobre lo cual el sujeto puede recibir del mensaje lo que ha intentado del mensaje de la madre, pero ahí, por la mediación, por lo intermediario del don o del permiso dado a la madre, es decir, lo que tiene a fin de cuentas, y es efectivamente realizado por el ocaso del Edipo, él tiene esto: que le es permitido tener un pene para más tarde”.
Para la mujer, la salida del Edipo es diferente. Para ella, en este tercer tiempo, no tiene que identificarse al padre, sino que lo reconoce como aquel que lo posee, reconoce al hombre que lo tiene.
Luego de esta incursión por la dinámica que se produce en el Edipo a partir de la metáfora, vamos ahora a entrar en los resultados diversos que se originan a partir de lo que sucede en el Edipo y la relación de la metáfora con estos resultados o estructuraciones que se producen a partir de la metáfora paterna, que tendrán heterogéneas formas de relación de objeto; entre éstas las psicosis y las llamadas perversiones.
Metáfora y perversión
Vayamos ahora hacia las llamadas perversiones y veamos cómo se produce la homosexualidad desde el punto de vista de la metáfora. Cómo se ha dado ésta inversión. Según Lacan, la inversión, se estructura en el nivel de un Edipo pleno y acabado. Un Edipo llegado a la tercera etapa y en la cual el sujeto la modifica bastante para que se pueda decir que el “homosexual macho”, ha realizado plenamente su Edipo bajo una forma invertida. Veamos los rasgos que detalla Lacan como característicos de los homosexuales: una relación perpetua y profunda con la madre. Una función directriz en la pareja parental. Se ha ocupado más del niño que del padre. Se habría ocupado del niño de una manera muy castradora y habría tomado un gran cuidado de su educación.
Luego destaca que en el Edipo, es la madre quien se encuentra en un momento decisivo habiendo hecho la ley al padre, en vez de haber sido el padre quien intervenga en la dialéctica del deseo en el Edipo. Es decir, en el momento que por la intervención del padre, habría debido pasar la fase de disolución que concierne a la relación del sujeto con el objeto del deseo de la madre, o sea al hecho de que la posibilidad para él de identificarse al falo fuese completamente cortada de raíz por el hecho de la acción interdictiva del padre, en ese momento es en la estructura de la madre que él encuentra el refuerzo, el soporte que hace que esta crisis no pase. El sujeto experimenta entonces, que la madre es la clave de la situación, que ella no se deja privar, ni desposeer. También señala Lacan que una inversión puede darse por el fracaso de un padre demasiado interdictor y que finalmente es la madre quien ha hecho la ley.
El resultado parece ser el mismo en los casos en que el padre está, por su amor demasiado dependiente de la madre y los padres que han quedado muy a distancia y cuyos mensajes no han llegado más que por medio de la madre. Otro señalamiento interesante de Lacan en este punto, tiene que ver, con que la agresividad contra el padre en el Edipo normal del varón ha sido transferida a la madre.
El homosexual, ha considerado que la manera de resistir el golpe es identificándose a la madre inquebrantable. Estando en la posición de la madre él va a encontrarse, por eso es que se dirige a un partenaire que es el sustituto del personaje paterno, es decir, como él aparecería en los fantasmas, en los sueños de los homosexuales y la relación con él va a consistir en arruinarlo, en tornarlo incapaz y de hacerse valer al lado de una mujer.
Lo no resuelto en el Edipo del invertido, lo que se cuestiona, estaría dado por saber si el padre verdaderamente lo tiene o no lo tiene y eso es lo que demanda el homosexual a su pareja, le exige encontrar en él, el órgano peniano y esto se corresponde con la posición primitiva de la madre, de haber hecho la ley del padre.
Por último, para referirnos a este tema, Lacan nos señala que del análisis de los homosexuales, en relación a esta exigencia del pene en la pareja, aparece una cosa de la cual ellos tienen un miedo terrible. El temor de ver el órgano de la mujer porque les sugiere ideas de castración.
Lacan, sostiene que esto es verdad, pero no de la manera que se piensa. Porque, aparentemente, lo que los detiene ante el órgano de la mujer es, tras la suposición de la ingesta del falo del padre, el encuentro con ese falo en la penetración. Es esto lo que emerge en el encuentro posible con una vagina femenina, es un falo que representa ese algo de insuperable ante lo cual el sujeto debe no solamente detenerse, sino reencontrar todos los temores y dirá Lacan: “. . . y que da al peligro de la vagina un sentido totalmente diferente que el que se ha creído deber poner bajo la rúbrica de la vagina dentada, que existe también, pero que a la mirada de la vagina, en tanto que ella contiene al falo hostil, el falo paterno, el falo a la vez fantasmático presente y absorbido por la madre, del cual la madre misma detenta la potencia verdadera . . . y es precisamente porque está allí una situación estable, plena de seguridad, una situación con tres patas, que ella no es jamás encarada, es sostenida bajo el aspecto de una relación dual, que jamás en el laberinto de las posiciones del homosexual, y por consiguiente por la falta de analista, la situación no llega a ser jamás, verdaderamente dilucidada”.
Por lo tanto, la relación del niño con el falo es esencial en tanto que el falo es el objeto del deseo de la madre. Las perversiones tendrán todas un vínculo con esto, en el fetichismo también habrá una relación del niño con este objeto del más allá del deseo de la madre y allí tenemos una ligazón con una identificación imaginaria a la madre. En el travestismo, es en la posición contraria que el niño asume la dificultad de la relación imaginaria a la madre, él mismo se identifica a la madre fálica. Es propiamente al falo que él se identifica en tanto que este falo está oculto bajo los vestidos de la madre.
Estas consecuencias que se producen tras la aceptación, el rechazo, la asunción o no, la simbolización o no de la privación en el complejo de Edipo; serán la neurosis, las psicosis y las perversiones y esto nos habla de la importancia de esta instancia de la metáfora paterna que se lleva a cabo en este tercer tiempo del Edipo.
En este punto Lacan plantea: “. . . ¿cuál es la configuración especial de esta relación a la madre, al padre y al falo, que hace que el niño no acepte que la madre no sea privada por el padre de algo que es el objeto de su deseo y en qué medida, en tal caso, es preciso puntuar que en correlación con esta relación, él, el niño, mantiene su identificación al falo?”
Luego nos acota que esta relación no es la misma en la neurosis o en las psicosis que en la perversión. La cuestión que se plantea es ser o no ser el falo y pasar, castración mediante, a tenerlo o no tenerlo. Pero aquí está la metáfora paterna y a esto ya nos remitimos más arriba, vayamos ahora a echar una mirada a la neurosis, a la psicosis y su relación con la metáfora.
Metáfora: neurosis y psicosis
A partir de esta intervención del padre en la dialéctica del Edipo y en la medida que el sujeto pueda mediatizar esta interdicción es que devendrá neurótico o en el caso que no pueda soportarlo será psicótico. Así dicho parece simple de entender, pero vayamos al caso Schreber, famoso por tratarse de alguien con una función social importante y porque su caso llegó a las manos de Freud a través de lo que el propio Schreber escribió, enmarcado en lo que es una psicosis.
¿Qué sucede con esta persona? Al acceder al máximo cargo dentro de una institución como la justicia, símbolo de la ley y por tanto de la paternidad, tuvo que responder, precisamente al nombre del padre en su lugar, lugar al que nunca pudo acceder ya que en este tiempo del Edipo habría quedado fuera de este registro por no poder sostener el peso de la interdicción paterna. Y al tener que responder, repito, desde este lugar, de padre simbólico (en la presidencia de la justicia), es cuando irrumpe el delirio y la psicosis. Dice Lacan, “. . . ahí donde él no puede responder porque él nunca ha advenido allí, el presidente Schreber, ve en el lugar surgir muy precisamente esta estructura realizada por la intervención masiva, real del padre más allá de la madre, pero no soportada en absoluto por él tanto que promotor de la ley, que hace que el presidente Schreber escuche en el punto máximo, fecundo de su psicosis ¿qué cosa? Muy exactamente dos suertes fundamentales de alucinaciones que no están nunca aisladas como tales en los manuales clásicos”.
Los acontecimientos característicos de la psicosis como las alucinaciones, los delirios y los neologismos del lenguaje, son abordados también por Lacan, desde el significante. Sería éste universo significante que se manifiesta explícitamente, digamos, en la mente del sujeto, en los mensajes que recibe a través de la alucinaciones verbales, en las palabras neológicas, que enseñan al sujeto un nuevo mundo, un universo significante. Habla de los mensajes sobre un neocódigo en las alucinaciones que recibe el sujeto como viniendo del Otro. También de los mensajes interrumpidos que se presentan como órdenes o cosas por hacer, todo esto, lo vincula con fuerzas de inducción en el sujeto que se hallan disociadas, por un lado, el mensaje, por otro, el código, donde la intervención del discurso del padre se descompone cuando ese algo es abolido desde el origen y nunca ha sido integrado a la vida del sujeto que es precisamente ese algo que hace la coherencia, la autosanción del discurso del padre, el cual habiendo terminado su discurso, este vuelve sobre él, él sanciona como ley.
El delirio y su relación con el sujeto psicótico juega su rol importante, ya que en esta relación algo rebasa el juego del significado y las significaciones, hay una afección, una vinculación, una misteriosa presentificación esencial en la que el delirante, el psicótico se aferra a su delirio como algo que es el mismo.
El análisis del lenguaje es una herramienta que utiliza Lacan, así como Freud, para investigar el fenómeno psicótico, así como sus relaciones con el significante y el significado. Es aquí cuando habla de metonimia, para designar aquello que sustituye algo que se trata de nombrar, a nivel del nombre. Se nombra una cosa que es su continente, o una parte de ella, o que está en conexión con ella. La metáfora remitiría a lo que Freud llamó condensación y la metonimia al desplazamiento.
Nos dice Lacan que: “. . . la estructuración, la existencia lexical del conjunto del aparato significante son determinantes para los fenómenos presentes en la neurosis, pues el significante es el instrumento con el que se expresa el significado desaparecido. . . . A partir de la relación del sujeto con el significante y con el otro, con los diferentes pisos de la alteridad, otro imaginario y Otro simbólico, podremos articular esa intrusión, esa invasión psicológica del significante que se llama la psicosis”.
Ahora, la repercusión de la perturbación de la relación con el otro en la función del lenguaje se formula a partir de la oposición de metáfora y metonimia y de las funciones fundamentales de la palabra: “las palabras fundantes y las contraseñas”, dirá Lacan.
El fenómeno delirante pone al desnudo en todos los niveles la función del significante en cuanto tal. La condición de toda la investigación de los trastornos funcionales del lenguaje en la neurosis y la psicosis, tiene que ver con la promoción del significante en cuanto tal, la puesta en claro de esa sub-estructura que es la metonimia.
Lacan, en este punto, nos da ejemplos refiriéndose al caso Schreber:
“. . . las equivalencias que el delirante Schreber dice son formuladas por los pájaros del cielo, desfilando en el crepúsculo. Encontramos en ellas las asonancias: Santiago o Cartago, Chinesenthum o Jesús-Christum. ¿Es simplemente lo absurdo lo que podemos retener ahí? El hecho que impacta a Shcreber es que los pájaros del cielo no tienen cerebro. Freud no tiene dudas al respecto, son jovencitas. Pero lo importante (continúa), no es la asonancia sino la correspondencia término a término de elementos de discriminación muy cercanos, que sólo tienen alcance, para un políglota como Schreber, dentro del sistema lingüístico alemán.
Schreber, con toda su perspicacia, muestra una vez más que lo buscado es del orden del significante, es decir, de la coordinación fonemática. La palabra latina Jesús-Christum sólo es aquí, lo sentimos, un equivalente de Chinesenthum en la medida en que en alemán la terminación tum tiene una sonoridad particular”.
Entonces, este inconciente que aflora sin más mediación en la psicosis, el asunto es porqué aparece en lo real. Al parecer, el sujeto rehúsa el acceso a su mundo simbólico de algo que experimentó, que sería la amenaza de castración; es decir, lo que es rehusado en el orden simbólico, vuelve a surgir en lo real.
El delirio, su contenido, lo que dice el sujeto, el análisis de la propia ambigüedad de este discurso, nos da elementos para su comprensión. Aquí volvemos entonces, a la importancia del lenguaje particular del delirante, en el que ciertas palabras cobran un énfasis especial, una densidad que se manifiesta en la forma misma del significante, dándole un carácter neológico. A nivel del significante, el delirio se distingue por esa forma especial de discordancia con el lenguaje común que se llama neologismo.
“. . . el enfermo mismo subraya que la palabra en sí misma pesa. Antes de poder ser reducida a otra significación, significa en sí misma algo inefable, es una significación que remite ante todo a la significación en cuanto tal”.
Hay dos tipos de fórmulas donde se dibuja el neologismo: la intuición y la fórmula. “La intuición delirante es un fenómeno pleno que tiene para el sujeto un carácter inundante que lo colma . . . en el otro extremo tenemos la forma que adquiere la significación cuando ya no remite a nada. Es la fórmula que se repite, se reitera, se machaca con insistencia estereotipada. Podemos llamarla en oposición a la palabra, el estribillo. Ambas formas, las más plena y la más vacía, detienen la significación, son una especie de plomada en la red del discurso del sujeto. Característica estructural que, en el abordaje clínico, permite reconocer la rúbrica del delirio”.
Volvamos ahora, a tratar de ver la dinámica de la psicosis, cómo se produce y para esto hemos de volver al tema de la simbolización. Habíamos dicho que puede suceder que algo primordial en lo tocante al ser del sujeto no entre en la simbolización y sea, no reprimido sino rechazado. Que en la relación del sujeto con el símbolo existe la posibilidad que algo no sea simbolizado, que se manifiesta en lo real. Y que esto primordial que no entra en la simbolización se vincula con la etapa en la que el sujeto es atravesado por la metáfora paterna. Esta ley de simbolización es el Edipo.
Vayamos a un párrafo en que Lacan nos habla de cómo opera la represión en la neurosis y qué es lo que sucede en el caso del fenómeno psicótico.
“. . . la represión, no es la ley del malentendido, es lo que sucede cuando algo no encaja a nivel de la cadena simbólica. Cada cadena simbólica a la que estamos ligados entraña una coherencia interna, que nos fuerza en un momento a devolver lo que recibimos a otro. Ahora bien, puede ocurrir que no nos sea posible devolver en todos los planos a la vez, y que, en otros términos, la ley nos sea intolerable. No porque lo sea en sí misma, sino porque la posición en que estamos implica un sacrificio que resulta imposible en el plano de las significaciones. Entonces reprimimos: nuestros actos, nuestro discurso, nuestro comportamiento. Pero la cadena, de todos modos, sigue circulando por lo bajo, expresando sus exigencias, haciendo valer su crédito y lo hace por intermedio del síntoma neurótico. En esto es que la represión es el mecanismo de la neurosis”. Y en relación a la psicosis comenta: “¿qué sucede pues en el momento en que lo que no está simbolizado reaparece en lo real? No es inútil introducir el término de defensa. Es claro que lo que aparece bajo el registro de la significación y de una significación que no viene de ninguna parte, que no remite a nada, pero que es una significación esencial, que afecta al sujeto. En ese momento se pone en movimiento lo que interviene cada vez que hay conflicto de órdenes, a saber, la represión. Pero, ¿porqué en este caso la represión no encaja, vale decir, no tiene como resultado lo que se produce en el caso de una neurosis? . . . ”
“. . . el sujeto, por no poder en modo alguno restablecer el pacto con el otro, por no poder realizar mediación simbólica alguna entre lo nuevo y él mismo, entra en otro modo de mediación, completamente diferente del primero, que sustituye la relación simbólica por un pulular, una proliferación imaginaria, en los que se introduce, de manera deformada y profundamente a-simbólica, la señal central de la mediación posible. . . ”.
Finalmente, Lacan, señala que lo importante es ver cómo responde a la demanda de integrar lo que surgió en lo real, que representa lo que nunca pudo simbolizar este sujeto. Esta exigencia del orden simbólico que no pudo ser integrada en lo que ya fue puesto en juego en el movimiento dialéctico en que vivió el sujeto, acarrea una desagregación en cadena, que se llama delirio.
Esto, es el fin entonces, de este acercamiento a la obra de Jacques Lacan, a partir de la metáfora paterna y de sus variados resultados que origina el tránsito por esta etapa.
Bibliografía
1- Jacques Lacan, “Escritos 2”, Siglo XXI s. a.
2- J. Lacan, “Los seminarios de Jacques Lacan” / seminario 4. “La relación de objeto” / Clase 1. Ed. Siglo XXI s. a.
3- Idem, clase 2 “tres formas de la falta de objeto”.
4- Idem, clase 3, “el significante y el Espíritu Santo”.
5- Idem, clase 4, “la dialéctica de la frustración”.
6- Idem, clase 12, “Del complejo de Edipo”.
7- J. Lacan, “Los seminarios de Jaques Lacan”, Seminario 5, “Las formaciones del inconciente”/ Clase 9, “La Metáfora paterna I”.
8- Idem, Clase 10, “La Metáfora Paterna II”.
9- Idem, Clase 11, “Del 29 de Enero de 1958”.
10- J. Lacan, “Los seminarios de Jacques Lacan” / Seminario 3, “Las Psicosis” / Clase 17, “Metáfora y Metonimia I, Su gavilla no era avara ni odiosa”.
11- Idem, clase 18, “Metáfora y Metonimia II: articulación significante y transferencia de significado.
12- Idem, clase 1, “Introducción a la cuestión de las psicosis”.
13- Idem, clase 3, “el otro y la psicosis”.
14- Idem, clase 6, “El fenómeno psicótico y su mecanismo”.
IMPORTANTE: Algunos textos de esta ficha pueden haber sido generados partir de PDf original, puede sufrir variaciones de maquetación/interlineado, y omitir imágenes/tablas.