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Visión de la prensa escrita a la enfermería y la salud mental e influencia en los ciudadanos.

Autor/autores: Mª Antonia Muñoz Mella
Fecha Publicación: 01/03/2005
Área temática: Enfermería .
Tipo de trabajo:  Conferencia

RESUMEN

Miller dice: "La salud mental es la paz social. Es un problema que se inscribe en las técnicas del orden público en general. Es la versión más laica del estado de bienestar. . asegurar que los ciudadanos estén en sus casas, en sus coches, en sus trenes. . . . . que estén allí. . si tienen cierta salud. "

Palabras clave: prensa, enfermería


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Visión de la prensa escrita a la enfermería y la salud mental e influencia en los ciudadanos.

Mª Antonia Muñoz Mella.

Directora Operativa de la Fundación hospital do Salnés. Pontevedra

 

Miller dice: "La salud mental es la paz social. Es un problema que se inscribe en las técnicas del orden público en general. Es la versión más laica del estado de bienestar. . asegurar que los ciudadanos estén en sus casas, en sus coches, en sus trenes. . . . . que estén allí. . si tienen cierta salud. "

El término salud mental es un significante borroso que, hoy por hoy, no se sabe bien qué refiere. Hace alusión a cierto cruce de caminos entre lo estrictamente médico, lo psicológico, lo social…. . es una especie de bricolaje técnico que gestiona la cuota de sufrimiento que hemos de pagar en forma de síntomas, por el hecho de ser seres hablantes.

Si es difícil definir la salud mental, lo que sí parece indudable es que, tal como aprecia Jacques-Alain Miller, no hay criterio más evidente de la pérdida de la salud mental que la que se pone de manifiesto cuando se perturba lo que entendemos por orden social. Los pacientes de la salud mental son seleccionados a partir de alguna perturbación generada en el seno del orden social, o lo que es igual estamos mentalmente sanos en tanto no alteramos el ordenamiento social imperante.

Así pues, el término salud mental siempre cabalga a lomos del edificio simbólico-cultural sobre el que se asienta determinado grupo social. A medida que las sociedades se vuelven más complejas, más exigentes se tornan en la catalogación y parametrización de los criterios que delimitan la salud mental


1. La psiquiatrización del síntoma y del cuerpo

El enorme esfuerzo realizado por el espíritu científico moderno en categorizar los trastornos mentales en entidades diagnósticas del CIE o DSM IV …, contrasta con la dificultad diaria de inscribir en dichas categorías signos o síntomas que, a través de la escucha, se revelan más como manifestaciones del malestar del vivir, o de la imposible adecuación del deseo del individuo a los márgenes de satisfacción que las formas de cultura predominante delimita.

Frente al individuo des-integrado de las sociedades posmodernas se erige la obsesión por el método científico en su vertiente más cientificista, que pretende la estandarización de manifestaciones, que tienen más que ver con la estrategia particular de los individuos para reivindicar su sufrimiento, que con entidades estandarizables y protocolizables que logran borrar la identidad subjetiva del cuerpo.

Lacan precisa que la ciencia es una ideología de la supresión del sujeto, pero el sujeto se alza por encima de todo intento de categorización diagnóstica, escapándose del territorio delimitado por la psiquiatría y sus modernas clasificaciones.

El individuo “culturalmente sano” sería aquel que se encuentra integrado en su cultura a través de un proceso de adaptación activa, lo que le capacita para adaptarse también a otras culturas y para tratar de modificar la suya propia. Los propios modos de enfermar, de hacer prevalecer el síntoma y comportarse “inadecuadamente” estarían prescritos, igual que los comportamientos normales, por la cultura. Hoy por hoy ya no se ven cuadros clínicos como los descritos por Charcot y Freud, con sus aparatosas crisis convulsivas y sus cuerpos mostrando un lenguaje dificilmente explicable, así pues, ¿dónde están las histéricas de antaño?. Evidentemente cada tiempo desarrolla nuevas formas de expresión del malestar en la cultura, que parece imposible o sencillamente inútil abordar desde la medicina, a menos que demos por buena la psiquiatrización y la medicalización del sufrimiento.
Las consultas de los psiquiatras están repletas de síntomas que tomados desde una óptica medicalizada darán cuenta de una patología, pero que leídos e interpretados darán cuenta de una biografía. La diferencia estriba en un cambio de perspectiva; del concepto institucional de tratar el sufrimiento, se impondría la perspectiva de tratar con el sufrimiento.

Hace ya años el pensamiento de Marcuse definió como "represión sobrante"(o "sobre-represión) los modos con los cuales la cultura coartaba las posibilidades de libertad, no sólo como condición del ingreso de un sujeto a la cultura, sino como cuota extra, innecesaria, y efecto de modos injustos de dominación.

Silvia Bleichmar señala que el malestar sobrante está dado, básicamente, por el hecho de que la profunda mutación histórica sufrida en los últimos años, deja a cada sujeto despojado de un proyecto trascendente que posibilite, de algún modo, avizorar modos de disminución del malestar reinante. Porque lo que lleva a los hombres a soportar la prima de malestar que cada época impone, es la garantía futura de que algún día cesará ese malestar, y en razón de ello la felicidad será alcanzada.

Freud apunta en El malestar de la cultura, obra publicada en el año 29, que el precio pagado por el progreso cultural es la pérdida de la felicidad y el aumento del sentimiento de culpabilidad, el cual es una variante de la angustia. A su vez la angustia remite a los síntomas cambiantes de los tiempos.


Cada sociedad presenta unos valores dominantes o modelos que la caracterizan. Estos valores modales tienen según R. Benedict dos características esenciales para la comunidad: contribuyen a la formación de la personalidad básica de los niños, y permiten descubrir la propensión de los miembros de esa comunidad a desarrollar determinado tipo de síntomas (sociedades paranoides, obsesivas. . . ).
La pregunta por la naturaleza del síntoma o, mejor dicho, las respuestas elaboradas por la psiquiatría y la antropología no son coincidentes. Si desde la psiquiatría el síntoma es entendido como una realidad fisiopatológica o, cuando menos, psicológica, desde la antropología cultural es entendida como una metáfora o como un símbolo condensador de ciertas contradicciones socio-culturales. Desde la antropología interpretativa se han percibido los síntomas como expresiones que están dotadas de sentido , y que remiten a universos particulares de significación.

Siguiendo a Turner y Geertz los síntomas están inmersos en el dominio cultural en el que viven los sujetos y, por ello, es necesario un discurso interpretativo centrado en los símbolos y asociaciones de significados. Hoy por hoy el discurso de la ciencia psiquiátrica está centrado en una orientación biológica que le ha permitido ganarse un estatuto dentro del enjambre de las ciencias médicas. Así pues, el síntoma es concebido como una manifestación positiva, como una anormalidad de tipo orgánico. En otras palabras, el síntoma es entendido como el signo de una enfermedad, como la evidencia objetiva de una enfermedad. Así, en el DSM-IV (catálogo de clasificación de las enfermedades mentales) se precisa:

Signo: Manifestación objetiva de un estado patológico. Los signos son observados por el clinico más que descritos por el individuo afectado

Síntoma: Manifestación subjetiva de un estado patológico. Los síntomas son descritos por el individuo afecto más que observados por el examinador.

En esta apreciación queda nítidamente expresada la dimensión subjetiva del síntoma y la objetiva del signo. Donde los psiquiatras biologicistas aprecian realidades psicopatológicas, la antropología busca significados. El síntoma bajo la mirada antropológica es elevado al estatuto de la comprensión del sentido y, por ello, interpretado en relación a un contexto biográfico y socio-cultural.

En este sentido el Dr. Cabaleiro Goas ya en el año 1973 defendía , en una de sus últimas aportaciones, una clínica antropológica. Concretamente lo que él llama “relato de su vida desde dentro”, “autobiografía”, refiriéndose a las depresiones de las mujeres gallegas del rural más profundo. Estas depresiones, según Cabaleiro “están humanizadas”, son suyas, propias e intransferibles, y están lejos del reduccionsta concepto biomédico de depresión que mantiene la psiquiatría biologicista. Abundando en esta perspectiva, Emilio González, psiquiatra, en su artículo depresión cultural: antropología de la depresión femenina en la Galicia rural, observa que desde la conversación terapeútica no entendía las razones de las depresiones de esas mujeres, sin embargo, al ir haciendo biografías, al ir dejándolas que se fuesen construyendo, y dándole sentido y significado a su malestar, se fue dando cuenta de lo complejo que tenía su padecimiento. Eran depresiones “lamento”, donde surge el pasado cargado de simbolismo, donde la narración va dando sentido a los hechos que de otro modo “serían sólo señales en el calendario”.

André Le Breton en su obra antropología del dolor, analiza el significado del dolor en la sociedad contemporánea, que rechaza de modo contundente la idea de que vida y dolor van unidos. Los avances médicos han disminuido el dolor al precio de un aumento de la cronicidad.


Antes "el dolor estaba integrado en la economía de la vida". El umbral de tolerancia del dolor era relativamente alto dado que se aceptaba como algo inexorable, que afectaba o podía afectar a cualquiera en cualquier momento. Por el contrario, actualmente la vida plana y, en cierto modo, infantilizada, mantiene en alza el eslogan del mínimo esfuerzo, mínimo sufrimiento, con lo que se ha entronizado la tolerancia cero a la frustración.
En nuestros días el dolor es un sinsentido absoluto, aún más inexplicable que el de la muerte, cuya hipótesis no entra en la condición humana. Menos sentido aún se encuentra para aquel dolor que teóricamente podría ser evitado.

La conclusión de Le Breton, es que despojar al dolor de todo significado supone dejar al ser humano sin recursos, hacerlo vulnerable. Aunque parezca el acontecimiento más extraño, el más opuesto a su conciencia, y aquel que junto a la muerte le parezca el más irreductible, el dolor no es sino el signo de su humanidad. Abolir la facultad de sufrir sería abolir su condición humana. La fantasía de una supresión radical del dolor gracias a los progresos de la medicina es una imaginación de muerte, un sueño de omnipotencia que desemboca en la indiferencia de la vida.


2. La propaganda institucional y su pensamiento único: El pseudocientificismo dominante

La imagen que se proyecta de la salud mental en la prensa no es más que la cristalización del discurso hegemónico imperante, esto es, del discurso del amo moderno, cuyo imperativo es uniformizar al sujeto, desembarazarse del síntoma . . . . no revelar su significado. En la prensa de hoy domina un absoluto olvido de la gravedad del sufrimiento psíquico, más allá de lo que engarza con el discurso político (pensemos en la manipulación de las víctimas del atentado de Atocha, en la demagogia en el tratamiento de las mujeres maltratadas…) . El sufrimiento sólo reaparece para presentificarse como miedo ancestral a la locura en los casos de violencia inexplicable. . . , ahí se abre una brecha sobre la subjetividad en forma de pregunta ¿por qué?. . . . . .

La prensa escrita rara vez da cuenta de cuestiones referidas a la salud mental en lo que concierne a aspectos asistenciales. La imagen de la salud mental en la prensa escrita se forja por defecto, esto es, a través de los efectos sociales que desencadena la violencia fruto de una ruptura de la norma. Las noticias sobre hechos violentos tienen una repercusión notable, dando lugar a polémicas encarnizadas sobre la peligrosidad y las dudas sociales albergadas sobre el tratamiento de los pacientes mentales.
La otra cara de la noticia viene teñida de éxitos, de los éxitos de la investigación de la industria farmacológica que, alimentada por intereses inconfesables, hace de la ciencia un aparato del poder en su faz más zafia e interesada. No es posible para cualquier inteligencia que no provenga de lo virtual hacer un discurso más insostenible. A estas alturas a casi nadie le resulta ajeno que la enfermedad, como casi todo, es cosa de pobres y sobre todo … de mujeres. La pobreza, también en la salud, es cosa de mujeres.

Como simple reseña veamos unos ejemplos de noticias recientemente aparecidas en los medios y su tratamiento:

· En mayo de 2003 una médica esquizofrénica mató a varias personas en un hospital público. El tratamiento de la noticia no pudo traducir de manera más literal todos los mitos y estereotipos sobre la enfermedad mental y el origen de la violencia. A nadie parece importar que la mayoría de actos violentos en el mundo son realizados por supuestos normales o en su defecto psicópatas, cuyo tratamiento es pura y simplemente el peso de la ley…Los locos normalmente acaban agrediéndose a ellos mismos ante la imposibilidad de soportar su propia locura…y, además , son agredidos por la sociedad con su aislamiento, con su rechazo o con, hasta no hace mucho, su exterminio tal y como les ocurrió a otros colectivos de “diferentes”: homosexuales, gitanos, judios…

· Hace meses en las portadas de periódicos se podía leer: “ las mujeres embarazadas que padezcan gripe durante la gestación tiene mayor riesgo de dar a luz un niño con mayores posibilidades de padecer esquizofrenia”…Absolutamente insólito, el alarmismo bajo una supuesta cientificidad está servido…

· En el Diario Médico: “ los niños con enuresis nocturna al dormir giran en dirección contraria a las agujas del reloj más veces que los niños no enuréticos”…!!! . . huelgan los comentarios….

En general la información sobre la esquizofrenia es escasa y, como he dicho, suele venir asociada a algún acontecimiento relacionado con una conducta violenta. Sin embargo, van cobrando un protagonismo inusitado las “nuevas enfermedades” como la fibromialgia, pandemia de la histeria de este siglo, la famosísima depresión que cuanto más se diagnostica más pingües beneficios reporta a las multinacionales farmaceúticas, las patologías de la conducta alimentaria: anorexia, bulimia, vigorexia…


Si las imágenes son cristales cargados de memoria en los que se transmite la historia de las colectividades. . . la imagen de los profesionales de la salud mental, y más concretamente de la enfermería, está atravesada por el pre-juicio del discurso del poder, es decir, se sitúa en una zona opaca , sin circunscripción ni perfiles nítidos de sus competencias. Desgraciadamente si la imagen del manicomio sigue siendo prácticamente la única institución con presencia en los medios de comunicación, su correlato en lo que se refiere a la labor de los profesionales de enfermería en salud mental vendría asociado al papel de policías , a guardianes del orden público.

Institucionalmente se está muy lejos de corregir esta miopía interesada y fomentada subrepticiamente porque , y sencillamente como ejemplo, si bien existe desde hace unos años una especialidad de enfermería en salud mental, no existe una auténtica promoción de estos profesionales que conlleve la delimitación de sus competencias y responsabilidades en los equipos multidisciplinares, ni una retribución acorde a su formación especializada ni, en fin, un esfuerzo por dar carta de presencia en las instituciones a las enfermeras especialistas. No parece más que otro eufemismo … como el de salud mental.

 

Así pues, a mi juicio, la imagen de la salud mental proyectada en la prensa esta dominada por :
· La psiquiatrización del síntoma y del cuerpo
· La propaganda institucional y su pensamiento único
· El pseudocientificismo dominante

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