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Aproximación al estudio de la representación social de la violencia contra las mujeres.

Autor/autores: Ibette Alfonso Pérez
Fecha Publicación: 01/03/2008
Área temática: Psiquiatría general .
Tipo de trabajo:  Conferencia

RESUMEN

Actualmente la violencia contra las mujeres se considera un problema social de primera magnitud y se analiza desde una perspectiva multicausal. Se considera que en la base de esta pirámide causal habría una concepción sexista de los agresores, estrechamente ligada a la exacerbación del modelo masculino tradicional (Corsi, 1995; Heise, 1997). Dado este supuesto, analizar la representación social que sobre este fenómeno poseen las mujeres, constituye un aporte relevante para desarrollar programas de prevención que contribuyan a su erradicación.

Este trabajo caracteriza la representación social de la violencia contra las mujeres en dos grupos de mujeres jóvenes residentes en zonas urbanas y rurales de La Habana. Los resultados muestran semejanzas y diferencias en ambas representaciones, revelando la necesidad de fomentar las investigaciones sobre el tema y potenciar aún más la labor de los medios de comunicación masiva.

Palabras clave: violencia


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Aproximación al estudio de la representación social de la violencia contra las mujeres.

Ibette Alfonso Pérez.

Psicóloga.
Centro de Referencia para la Educación de Avanzada (CREA)
Instituto Superior Politécnico "José Antonio Echeverría"
Cuba.

Resumen

Actualmente la violencia contra las mujeres se considera un problema social de primera magnitud y se analiza desde una perspectiva multicausal. Se considera que en la base de esta pirámide causal habría una concepción sexista de los agresores, estrechamente ligada a la exacerbación del modelo masculino tradicional (Corsi, 1995; Heise, 1997). Dado este supuesto, analizar la representación social que sobre este fenómeno poseen las mujeres, constituye un aporte relevante para desarrollar programas de prevención que contribuyan a su erradicación. Este trabajo caracteriza la representación social de la violencia contra las mujeres en dos grupos de mujeres jóvenes residentes en zonas urbanas y rurales de La Habana. Los resultados muestran semejanzas y diferencias en ambas representaciones, revelando la necesidad de fomentar las investigaciones sobre el tema y potenciar aún más la labor de los medios de comunicación masiva.

Abstract

At present, violence against women is considered a social problem of first magnitude and is analyzed since a perspective multicausal. It´s considered that in the base of this causal pyramid there would be a sexist conception of the aggressors, narrowly connected with the exacerbation of traditional male model (Corsí, 1995; Heise, 1997). It given this supposed one, to analyze the social representation of this phenomenon in women constitutes a contribution to develop programs of prevention this form of violence. This work characterizes the social representation of the violence against women, in two groups of young women that live in urban and rural areas of Havana. Results obtained show us similarities and differences in the social representation of both groups. The study reveals likewise the need to continue investigating the theme and, at the same time, to promote the work of the massive mass media.



Introducción

En la actualidad, uno de los fenómenos sociales que más se ha extendido por todo el planeta ha sido la violencia. No sólo ha estado vinculada a situaciones de abiertos conflictos sino también ha impactado la vida cotidiana y ha calado las relaciones interpersonales. Se revela frecuentemente a nuestro alrededor, por lo que pudiera decirse que ha ido arraigándose en la sociedad contemporánea.  
Con certeza se puede afirmar que muchas personas en alguna etapa de su vida han sido víctima de ella. No obstante, ya sean mujeres, hombres, niños o ancianos, presenta características diferentes así como sus causas tampoco suelen ser las mismas en los distintos casos. Un elemento significativo en este fenómeno es que la mayoría de las personas generalmente no reconoce haber sido víctima de violencia, pues la asumen como parte de la naturaleza de sus relaciones sociales.  
Con frecuencia la circunscribimos exclusivamente al plano personal, a nivel de comportamiento y actitudes individuales, ya que es un problema que afecta las relaciones interpersonales en primera instancia, pero a la par, también se ven dañadas las relaciones sociales.  
El eminente sociólogo Emile Durkheim haría alusión en una de sus obras que los sucesos que acontecen en la sociedad se constituyen como hechos sociales sólo cuando se les otorga una relevancia social. Este es precisamente el camino que ha recorrido en los últimos tiempos el tema de la violencia contra las mujeres. Lo cierto es que ahora se ha descubierto una problemática que ha existido siempre en un contexto de relaciones desiguales y opresivas.  
Aún hoy, en pleno siglo XXI, el inconsciente colectivo sigue atribuyéndole a la mujer el rol doméstico por excelencia, a través de representaciones sociales que nos inclinan desde que nacemos para desarrollar ciertas potencialidades e inhibir otras. Se precisa entonces una toma de conciencia inmediata que implique asumir responsablemente nuestro papel sexuado y humano en la sociedad y ampliar la sensibilidad y conocimientos para abordar seriamente el fenómeno que se nos devela. No obstante, aún existen personas que piensan que los discursos sobre violencia hacia las mujeres son alarmistas o frutos de una moda más o menos pasajera.
Se puede afirmar entonces que la violencia en general, y la violencia hacia las mujeres específicamente, constituye una realidad que requiere intervención inmediata. Es necesario nombrar las cosas para que existan. Esta forma de violencia, enraizada en nuestra sociedad, generalmente es asociada a manifestaciones de violencia física principalmente, pero son disímiles sus formas de presentación y las expresiones que habitualmente se vivencian directa e indirectamente. ello justifica las razones por las cuales la presente investigación persigue realizar un acercamiento a la violencia hacia las mujeres, apoyándose en la teoría de las representaciones sociales, es decir, a través del saber del sentido común, del conocimiento práctico que nosotros, sujetos sociales, le atribuimos a las informaciones de nuestro entorno social, las cuales nos permiten comprenderlo, orientarnos y actuar en correspondencia con él.


Fundamentos teóricos de la investigación

La violencia contra las mujeres

La violencia es un fenómeno que ha acompañado a las diversas sociedades, culturas, familias e individuos desde el principio de la historia de la humanidad. Esta es una práctica consciente y orientada que responde a múltiples factores sociológicos, culturales y psicológicos que determinan la estabilidad y solidez de las relaciones interpersonales.
Su origen data de las diversas formas de desigualdades que se establecen entre las personas y que se refleja en la asunción de ciertas normas de conducta, creencias y actitudes cuyo objetivo radica en dominar y controlar comportamientos ajenos. Está presente desde épocas muy remotas, deviniendo un fenómeno universal e histórico.  
Mujeres de todos los tiempos lo han sufrido, independientemente de su nivel cultural, económico o ideología. Constituye una amenaza ante la necesidad de realización del ser humano al afectar su calidad de vida.  
Sus causas han sido abordadas principalmente en el nivel individual, desde el cual se fundamentan explicaciones al comportamiento agresivo entre las personas. Una clasificación efectuada por Mackal (1983), expuesta en un trabajo de González (2001), presenta varias teorías que dan cuenta de ello.  
La primera corresponde a la teoría clásica del dolor (Hull, 1943; Pavlov, 1963) que postula que “…el dolor está clásicamente condicionado y es siempre suficiente en sí mismo para activar la agresión en los sujetos”. (González, Ma. J. , 2001). Se señala que las personas tratan de sufrir el mínimo de dolor y cuando se sienten amenazados se anticipan a esta emoción agrediendo; si no se obtienen el éxito esperado se origina un nuevo ataque en el cual ambos implicados experimentarán el dolor.  
La teoría de la frustración (Dollard, Miller y cols. , 1938) supone que toda agresión puede atribuirse a una frustración previa. Según su fundadores, el estado de frustración que vivencia un individuo por no haber adquirido una meta conduce en la mayoría de los casos a un estado de cólera, que al alcanzar determinado grado, puede ocasionar la agresión directa o verbal. De igual manera, la teoría catártica de la agresión admite la catarsis como única solución al problema de la agresividad al liberarse la descarga de tensiones reprimidas, lo cual se hace necesario para volver al estado adecuado.
Tanto la teoría de la frustración como la catártica, sin dudas, han tratado de explicar la conducta violenta a partir de la persona, aún cuando se aborden aspectos externos relacionados con el propio acto.  
La etología de la agresión, por su parte, reconoce la agresión como una reacción innata, que funciona a nivel inconsciente. Según las teorías psicoanalíticas existe una agresión activa que consiste en el deseo de herir o dominar, y una pasiva, donde la persona desea ser dominada o herida. De cualquier manera, sus exponentes no llegan a ofrecer una explicación acerca de los fines del impulso agresivo, pero si diferencian sus grados de descarga o tensión.
Desde la Sociología, Emile Durkheim (1938) plantea la teoría sociológica de la agresión, apuntando que todo acto de violencia no está sustentado en estados de conciencia individual sino en los hechos sociales que la anteceden. Cabría entonces cuestionarse si los hechos sociales a que se enfrentan las personas son similares. De ser afirmativa la respuesta, entonces pudiera aseverarse que no necesariamente hay que responder de forma agresiva ante tales hechos, por lo cual no creo que esta sea una sólida justificación para la violencia, más cuando se ejerce fundamentalmente sobre personas vulnerables.
Otras teorías han enfatizado en causas de tipo biológico como es el caso de la conocida como bioquímica o genética. Sus autores plantean criterios donde fundamentan que las conductas agresivas se desencadenan producto de una serie de procesos bioquímicos que tienen lugar en el organismo en los cuales las hormonas desempeñan un papel primordial.
Otros investigadores consideran en torno al tema que lo que se produce es un aprendizaje de los sucesos que generan la violencia. Desde este punto de vista se otorga mayor importancia al papel de los modelos pues mediante ellos las personas aprenden patrones de conducta. Partiendo de esta posición, la violencia hacia las mujeres se fundamentaría asumiendo que los agresores han tenido experiencias personales similares que tienden a reproducir, lo que aflora con mucha frecuencia. Sin embargo, no es posible basarse en estos criterios para explicar las causas del fenómeno en personas que no vivenciaron tales experiencias.
El término violencia contra las mujeres ha estado sujeto a varias polémicas en torno a una definición exacta de dicho fenómeno. Jorge Corsí (1995) plantea al respecto que: “En sus múltiples manifestaciones, la violencia siempre es una forma de ejercicio del poder mediante el empleo de la fuerza (ya sea física, psicológica, económica, política…) e implica la existencia de un “arriba” y un “abajo”, reales o simbólicos, que adoptan habitualmente la forma de roles complementarios: padre-hijo, hombre-mujer, maestro-alumno, patrón-empleado, joven-viejo. ” (Artiles, I. , s/f, p. 25)


Para que se presente una conducta violenta debe darse una condición indispensable: la existencia de cierto desequilibrio de poder, que puede manifestarse de forma permanente o momentánea, y que está definido culturalmente ya sea por el contexto o por relaciones interpersonales. En este último, es sinónimo de abuso de poder para ocasionar daño a otra persona. Por ello a este tipo de relación se le denomina relación de abuso.  
No necesariamente la relación de abuso sostenida es visualizada por personas “externas” que se encuentran alrededor de tal situación. En gran medida esta es el resultado de “…una construcción de significados que sólo resulta comprensible desde los códigos interpersonales de quienes la producen…” (Vega, S. , 1999). En ocasiones puede suceder que el desequilibrio se origine porque una de las partes cree superior el poder de la otra, aunque desde lo objetivo no suceda así.
La OPS al referirse a este fenómeno lo ha denominado “violencia basada en el género” o “violencia contra las mujeres”, con lo cual se refiere a distintos tipos de comportamientos físicos, emocionales y sexuales dañinos que sufren mujeres y niñas, realizados fundamentalmente por miembros de la familia pero también por extraños.
En septiembre de 1995 se celebró en Beijing la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer. En una declaración formulada en tan importante reunión, se logró un consenso en cuanto a la definición de violencia contra las mujeres, que es asumida también por esta autora. Así pues, se entiende por violencia contra la mujer “todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada. ” (Naciones Unidas, 1995)
Esta definición ubica la violencia contra las mujeres en el contexto de la desigualdad relacionada con el género como actos que las mujeres sufren a causa de su posición social subordinada con respecto a los hombres.
Autores contemporáneos como Luis Bonino, especialista en varones y parejas y director del Centro de la Condición Masculina de Madrid, la violencia hacia las mujeres es entendida como “…toda forma de coacción, o imposición ilegítima por la que se intenta mantener la jerarquía impuesta por la cultura sexista, forzando a que la mujer haga lo que no quiere, no haga lo que quiere, o se convenza que lo que fija el varón es lo que se debe hacer. Supone sentirse con derecho a un poder sobre la mujer -abuso de poder-, que autoriza a violar, invadir o transgredir sus límites, con el objetivo de vencer sus resistencias y tener control, dominio y posesión sobre ella para conservar el poder en la relación y encarrilarla según propios intereses y deseos. ” (Bonino, 2000)
Sin dudas, en esta definición queda esclarecido el papel del agresor quien por medio de una variedad de actos y procedimientos de ataque u omisiones, ejerce el poder utilizando distintas fuerzas, para mantener su posición de autoridad y anular a la mujer.  
Sin lugar a dudas, la violencia hacia las mujeres intenta condicionar, limitar o doblegar la voluntad de la mujer. Para romper esa espiral de desigualdad y violencia es necesario replantearse toda la realidad, las ideas, los constructos sociales, hay que releer la realidad desde su esencia más escondida y reinventarla a partir de principios igualitarios, coeducación, en un entorno que entienda como iguales a hombres y mujeres, e ignore la carga social atribuida a las figuras masculina y femenina por siglos.  
Si se revisan algunos datos sobre este fenómeno, ya sea a nivel mundial o local, podremos cerciorarnos que se trata de una cuestión verdaderamente grave que cada quien debe abordar y trabajar para producir el cambio esperado.
La realidad de la violencia contra las mujeres siempre tiene la puerta abierta al cambio mientras haya en primer lugar conciencia, y en segundo, intención de cambio. La educación de los hijos, y en especial por parte de padres, juega un papel fundamental y prometedor. Cada día es el día de luchar por una sociedad sin discriminación ni desigualdad.


La teoría de las representaciones sociales

La representación social es uno de los tópicos que más ha suscitado polémicas en los últimos años en el campo de la psicología Social. Seguidores y detractores han dedicado un valioso tiempo a su estudio, por lo cual se han multiplicado las investigaciones desde y sobre sus principios.
Fue precisamente en los inicios de la década del sesenta del siglo pasado cuando sale a la luz pública esta teoría que estaba dirigida a las personas preocupadas por entender la naturaleza del pensamiento social. Exactamente fue en París, en 1961 que su autor, Serge Moscovici presenta su Tesis Doctoral titulada “La Psychoanalyse son imàge et son public” (“El psicoanálisis, su imagen y su público”) como culminación de años de estudios teóricos y empíricos. En ella, estudió la manera en que la sociedad francesa veía el psicoanálisis, a través del análisis de la prensa y entrevistas a diferentes grupos sociales.
Los psicólogos sociales de entonces se limitaban a describir categorías individuales sin explicar la constitución social de las conductas. Además, consideraban que lo social era un mero “valor añadido” a los mecanismos psicológicos de naturaleza particular. Por ello, tuvieron que transcurrir diez años para que esta teoría comenzara a ganar seguidores, llegando a ser, años más tarde, una de las obras más citadas en la bibliografía psicosocial europea.
La propuesta moscoviciana de reintroducir la dimensión social en la investigación psicológica tiene sus antecedentes en los trabajos de William Thomas y Florian Znaniecki (1918) sobre el campesino polaco. También pueden encontrarse en esta línea los trabajos de Jahoda, Lazarsfeld y Zeisel (1933) con desempleados de una comunidad austriaca. Estos trabajos tienen en común el tratar de explicar el comportamiento por creencias de origen social que son compartidas por los grupos, estableciendo relaciones de interacción e interdependencia entre la estructura social y cultural y los aspectos mentales.
Otros trabajos relevantes en este campo han sido desarrollados por autores como Heider (1958), Durkheim (1976), Moscovici (1984), Jodelet (1984), Jodelet (1986), Ibáñez (1988), Banchs (1990), Páez (1992), Jodelet (2000), Perera (2005), entre otros.  
Es necesario reconocer además, que escuelas como la psicología Evolutiva Piagetiana y la del Cognitivismo Social se han nutrido también de esta teoría. Por su parte, la vasta obra de Sigmund Freud también contribuyó a nutrir esta joven teoría. Una de las ideas que dan cuenta de ello se encuentra recogida en “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921) al plantear Freud el carácter social de la psicología individual como una característica constituyente de la vida humana.
Sin embargo, hasta el momento ni en la primera obra de Moscovici se evidencia una definición acabada sobre este fenómeno. Al respecto el propio Moscovici expresó: “. . . si bien es fácil captar la realidad de las representaciones sociales, no es nada fácil captar el concepto. . . ” (Moscovici, 1976, referido por Perera, M. , 1999, p. 7). Desde su origen ha surgido de elementos sociológicos como la cultura y la ideología así como de elementos psicológicos como la imagen y el pensamiento, por lo cual su ubicación será entre dos grandes ciencias: la psicología y la Sociología.
Este concepto aparece por primera vez en la obra de Moscovici (1961) donde expone: “. . . La representación social es una modalidad particular del conocimiento, cuya función es la elaboración de los comportamientos y la comunicación entre los individuos. Es un corpus organizado de conocimientos y una de las actividades psíquicas gracias a las cuales los hombres hacen inteligible la realidad física y social, se integran en un grupo o en una relación cotidiana de intercambios, liberan los poderes de su imaginación. . . son sistemas de valores, nociones y prácticas que proporciona a los individuos los medios para orientarse en el contexto social y material, para dominarlo. Es una organización de imágenes y de lenguaje. (…) Implica un reentramado de las estructuras, un remodelado de los elementos, una verdadera reconstrucción de lo dado en el contexto de los valores, las nociones y las reglas, que en lo sucesivo, se solidariza. Una representación social, habla, muestra, comunica, produce determinados comportamientos. Un conjunto de proposiciones, de reacciones y de evaluaciones referentes a puntos particulares, emitidos en una u otra parte, durante una encuesta o una conversación, por el “coro” colectivo, del cual cada uno quiéralo o no forma parte. Estas proposiciones, reacciones o evaluaciones están organizadas de maneras sumamente diversas según las clases, las culturas o los grupos y constituyen tantos universos de opiniones como clases, culturas o grupos existen. Cada universo tiene tres dimensiones: la actitud, la información y el campo de la representación. . . ” (Moscovici, 1961/1979, citado por Perera, M. , 2005, p. 43)
Teniendo en cuenta las ideas de Moscovici, la representación social concierne a un conocimiento de sentido común, que debe ser flexible, y ocupa una posición intermedia entre el concepto que se obtiene del sentido de lo real y la imagen que la persona reelabora para sí. Es considerada además proceso y producto de construcción de la realidad de grupos e individuos en un contexto histórico social determinado.  


Una propuesta bien aceptada y fiel a las ideas planteadas por Moscovici la encontramos en las elaboraciones de Denise Jodelet (1984) quien plantea que la noción de representación social concierne a:

- La manera en que nosotros, sujetos sociales aprendemos los acontecimientos de la vida diaria, las características de nuestro medio ambiente, las informaciones que en él circulan, a las personas de nuestro entorno próximo o lejano.
- El conocimiento espontáneo, ingenuo o de sentido común por oposición al pensamiento científico.  
- El conocimiento socialmente elaborado y compartido, constituido a partir de nuestras experiencias y de las informaciones y modelos de pensamiento que recibimos y transmitimos a través de la tradición, la educación y la comunicación social.
- Conocimiento práctico que participa en la construcción social de una realidad común a un conjunto social e intenta dominar esencialmente ese entorno, comprender y explicar los hechos e ideas de nuestro universo de vida.
- Son a un mismo tiempo producto y proceso de una actividad de apropiación de una realidad externa y de elaboración psicológica y social de esa realidad. Son pensamiento constitutivo y constituyente.
Recientemente, ha autora ha apuntado: “Las representaciones sociales conciernen al conocimiento de sentido común que se pone a disposición en la experiencia cotidiana; son programas de percepción, construcciones con status de teoría ingenua, que sirven de guía para la acción e instrumento de lectura de la realidad; sistemas de significaciones que permiten interpretar el curso de los acontecimientos y las relaciones sociales; que expresan la relación que los individuos y los grupos mantienen con el mundo y los otros; que son forjadas en la interacción y el contacto con los discursos que circulan en el espacio público; que están inscritas en el lenguaje y en las prácticas; y que funcionan como un lenguaje en razón de su función simbólica y de los marcos que proporcionan para codificar y categorizar lo que compone el universo de la vida. ” (Jodelet, D. , 2000, citado por Perera, M. , 2005, p. 47)
De modo general, las representaciones sociales constituyen una formación subjetiva, multifacética y polimorfa, donde fenómenos de la cultura, la ideología y la pertenencia socio-estructural dejan su impronta; al mismo tiempo que elementos afectivos, cognitivos, simbólicos y valorativos participan en su configuración.
Ciertamente, son muchas las nociones que sobre este tópico se han elaborado; por tal motivo resulta imposible dar cuenta de todas ellas, no obstante, a pesar de su diversidad notamos que no son excluyentes ni contradictorias, sino que tienden a complementarse.
Las principales fuentes de las Representaciones Sociales se han visto reflejadas en los supuestos elementales que articulan esta teoría. En sentido amplio se encuentra la experiencia acumulada por la humanidad a lo largo de la historia, escenario donde cristaliza la cultura, que va a asumir sus particularidades en cada contexto socioeconómico concreto. Por medio de tradiciones, creencias, normas, valores, llega a cada hombre con expresiones de la memoria colectiva y es a través del lenguaje que se transmite todo este arsenal cultural que es determinante en la formación de las representaciones sociales.
A manera de síntesis, las representaciones sociales se construyen en función de las comunicaciones que circulan en el medio social, así como los roles y posiciones que al individuo le toca asumir y ocupar dentro de ese medio, y en ellas encontramos expresadas el conjunto de creencias, valores, actitudes, normas y tradiciones con que los individuos afrontan las situaciones cotidianas.
Constituyen una unidad funcional estructurada. Están integradas por formaciones subjetivas tales como: opiniones, actitudes, creencias, imágenes, valores, informaciones y conocimientos. Algunas pueden guardar estrecha relación con la propia representación social, y en esto han radicado muchas críticas, de modo que ellas se encuentran contenidas dentro de la propia representación y por tanto, las representaciones sociales las trasciende, siendo una formación más compleja.
Las representaciones se estructuran alrededor de tres componentes fundamentales: la actitud hacia el objeto, la información sobre ese objeto y un campo de representación donde se organizan jerárquicamente una serie de contenidos.


Investigaciones llevadas a cabo han demostrado que desde el punto de vista de la génesis, la actitud es la primera dimensión de una representación, pues nos representamos “algo” luego y en función de la toma de posición hacia ese “algo”.
La actitud es el elemento afectivo de la representación. Se manifiesta como la disposición más o menos favorable que tiene una persona hacia el objeto de la representación. Expresa, por tanto, una orientación evaluativa en relación con el objeto. Imprime carácter dinámico y orienta el comportamiento hacia el objeto de representación, dotándolo de reacciones emocionales de diversa intensidad y dirección.
La información es la dimensión que refiere los conocimientos en torno al objeto de representación; su cantidad y calidad es variada en función de diferentes factores. Dentro de ellos, la pertenencia grupal y la inserción social juegan un rol esencial, pues el acceso a las informaciones está siempre mediatizado por ambas variables. También tiene una gran influencia la cercanía o distancia de los grupos respecto al objeto de representación y las prácticas sociales en torno a este.
Campo de representación es el tercer elemento constitutivo de la representación social. Nos sugiere la idea de “modelo” y está referido al orden que toman los contenidos representacionales. Se estructura en torno al núcleo o esquema figurativo, que constituye la parte más estable y sólida de la representación, compuesto por cogniciones que dotan de significado al resto de los elementos.  
En el núcleo figurativo se encuentran aquellos contenidos de mayor significación para los sujetos, que expresan de forma vívida al objeto representado. A su alrededor, y como parte del campo representacional, se encuentran organizados jerárquicamente los elementos que configuran el contenido de las representaciones. Es necesario destacar que esta dimensión es “construida” por el investigador a partir del estudio de las anteriores.  
Para llegar a conformarse la representación es imprescindible que ocurran dos procesos: la objetivación y el anclaje, fases que se encuentran muy ligadas por el hecho que una presupone a la otra. Tan solo la representación objetivada, naturalizada y anclada es la que permite explicar y orientar nuestros comportamientos.
Estudiar la teoría de las Representaciones Sociales es una tarea ardua y compleja. A lo largo de los años se han realizado distintas investigaciones sobre el tema, para lo cual han sido utilizados diversos métodos e instrumentos, pero hasta nuestros días no se ha privilegiado ninguno en particular, lo cual no quiere decir que todos o cualquiera sean válidos. Al respecto decía Doise: “…la pluralidad de aproximaciones de la noción y la pluralidad de significados que vehicula, hacen que sea un instrumento de trabajo difícil de manipular. ” (Doise, 1990, citado por Cabrera, M. , 2004, p. 14)
La importancia, amplitud y complejidad del fenómeno representacional conlleva a la necesidad de combinar enfoques o perspectivas teóricas que de modo complementario se articulen y asuman diferentes abordajes metodológicos, sin que esto signifique un eclecticismo teórico-metodológico. Por ello nos es posible, partiendo de presupuestos compatibles, abordar el fenómeno desde distintas ópticas, pudiendo articular métodos y técnicas que nos permitan un mayor acercamiento al mismo.

Metodología

Situación problemática

La violencia es uno de los fenómenos más arraigados de nuestra época y su impacto se percibe en disímiles contextos, desde situaciones de abiertos conflictos hasta la resolución de problemas de la vida cotidiana. Precisamente lo cotidiano provoca que este fenómeno se vuelva casi imperceptible al no otorgársele carácter urgente a su resolución. Generalmente las personas se niegan a visualizarlo por tratarse de una realidad compleja que afecta las esferas racionales y emocionales del ser humano.
Existe una tendencia generalizada a referirse a la violencia sólo en hechos donde se perciba una huella visible del acto. A pesar que se ha trabajado para modificar el imaginario social surgido como consecuencia de ello, aún perduran concepciones arcaicas acerca de los roles y status que pueden alcanzar las mujeres en la sociedad.
El sistema social, teniendo en cuenta esta situación, trabaja afanosamente por obtener el mayor bienestar posible para la familia y por ende, para la mujer como eje fundamental alrededor del cual gira toda una dinámica. Como célula básica de la sociedad que posibilita la transmisión y el mantenimiento de las normas sociales y culturales, la familia es núcleo fundamental donde se estimulan y afianzan los esquemas ligados a los estereotipos masculino y femenino, en los que se manifiesta claramente la subordinación de las mujeres.
Desde el marco constitucional y por medio de diversos artículos se afirma la igualdad de todas las personas ante la ley, sin discriminación alguna por razón de sexo, raza, religión, etcétera. Pero en la cotidianidad se comprueba que esta igualdad no es real, es teórica. Como consecuencia, sería más fácil cambiar las leyes que las normas sociales, al ser estas el resultado de un legado histórico social.
En este contexto muchas veces se hace tolerable y hasta se justifica la violencia hacia las mujeres. Es frecuente que se aluda a alguna enfermedad mental, adicción del victimario, e incluso de la mujer, para justificar esa violencia. Lo cierto es que la evaluación de este tipo de violencia resulta sumamente compleja por las múltiples aristas que la conforman, pero sin dudas la concepción misma del maltrato no puede desvincularse de la situación de la mujer, de la forma en que ellas asumen su subjetividad y del aprendizaje que mediante la socialización hacen de las normas y valores sociales.  
Sobran entonces las razones para plantear el siguiente problema de investigación:

Problema de investigación.

- ¿Cuál es la representación social de la violencia contra las mujeres que poseen mujeres jóvenes residentes en zonas urbanas y rurales de La Habana?

Objetivo general.

- Caracterizar la representación social de la violencia contra las mujeres, en mujeres jóvenes residentes en zonas urbanas y rurales de La Habana.

Objetivos específicos.

- Identificar la procedencia de información de la representación social de la violencia contra las mujeres, en las mujeres jóvenes estudiadas según la zona de residencia.
- Caracterizar el núcleo figurativo y campo representacional de la representación social de la violencia contra las mujeres presente en el grupo de estudio.
- Evaluar las actitudes ante la violencia contra las mujeres, en las mujeres jóvenes que conforman el grupo de estudio.  
- Comparar la estructura de la representación social encontrada en las mujeres estudiadas según la zona de residencia.


Definición de conceptos.

- Representación social: “… conocimiento de sentido común que se pone a disposición en la experiencia cotidiana; (…) construcciones con status de teoría ingenua, que sirven de guía para la acción e instrumento de lectura de la realidad; sistemas de significaciones que permiten interpretar el curso de los acontecimientos y las relaciones sociales; que expresan la relación que los individuos y los grupos mantienen con el mundo y los otros; que son forjadas en la interacción y el contacto con los discursos que circulan en el espacio público; que están inscritas en el lenguaje y en las prácticas; y que funcionan como un lenguaje en razón de su función simbólica y de los marcos que proporcionan para codificar y categorizar lo que compone el universo de la vida”. (Jodelet, D. , 2000)
- Actitud: orientación, positiva o negativa, que tiene una persona hacia el objeto de la representación, donde expresa la dimensión evaluativa en relación con el objeto.  
- Información: Conocimientos que poseen las personas acerca del objeto de representación. Su procedencia varía desde informaciones derivadas de vivencias personales, ideas, concepciones que se tiene sobre el tema, hasta informaciones obtenidas de la comunicación social y la observación u otras alcanzadas por medios más bien formales como el estudio, la profesión, los medios de comunicación masiva.
- núcleo figurativo: Constituye la parte más estable y sólida de la representación, que ofrece la homogeneidad al grupo. Concentra la significación del objeto y se define por el elevado grado de consenso de los contenidos, dándole significación al resto de los elementos del campo de representación.
- Campo de representación: Jerarquía y orden que adquieren los elementos que configuran el contenido de las representaciones. Se estructura en torno al núcleo figurativo. Es construido por el investigador a partir del estudio de la información y las actitudes.
- Violencia contra las mujeres: “Todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada. ” (Naciones Unidas, 1995) 
- Mujeres jóvenes: Féminas cuyas edades están comprendidas entre los 18 y los 30 años. Se caracterizan por la adquisición de nuevas particularidades psicológicas que van a determinar lo esencial en la formación de su personalidad.

Grupo de estudio.

Estuvo conformado por dos grupos de 40 mujeres jóvenes, pertenecientes a zonas urbanas y rurales de provincia La Habana, cuyas edades estuvieron comprendidas entre los 18 y 30 años respectivamente. Se trabajó con estudiantes y profesionales de sectores de la educación, salud y seguridad social, por la necesidad de preparar a estas personas como agentes de promoción de conductas por la erradicación de manifestaciones violentas, lo cual tiene una gran correspondencia con sus perfiles profesionales.

Orientación metodológica 

Desde el punto de vista práctico, la investigación se concibió desde presupuestos predominantemente cualitativos, pues se consideró la forma más idónea para lograr los objetivos propuestos.  
La investigación cualitativa nos permite estar en contacto con la realidad tal y como sucede, intentando dar sentido o interpretar los fenómenos de acuerdo a los significados que las personas le adjudican. Sabemos que nos estamos introduciendo en algo realmente incierto donde no es necesario medir ni cuantificar nada, sin embargo esto no le resta valor científico al estudio.
La investigación se concibió basándonos en la utilización de tres técnicas cualitativas: asociación libre de palabras, entrevista semi-estructurada y diferencial semántico, las cuales nos aproximaron al conocimiento de los elementos que integran la representación social de la violencia hacia las mujeres, determinando el núcleo figurativo y campo representacional a partir de la combinación de sus resultados, lo que brinda mayor riqueza a nuestro trabajo.  
Por la naturaleza del objeto de estudio de la investigación, se utilizó el paradigma interpretativo pues se consideró el modelo más idóneo para cumplir los objetivos de la misma pues este nos permite describir un objeto que constituye una necesidad a resolver producto de las contradicciones que se vivencian en el cotidiano de vida.


Análisis de los resultados

Dimensión Campo representacional

Para caracterizar la representación social de la violencia contra las mujeres que poseen mujeres jóvenes zonas urbanas y rurales de provincia La Habana, se utilizaron la entrevista y la asociación libre de palabras. Las ideas más consensuadas por las mujeres fueron tomadas como núcleo figurativo y las restantes, según su orden jerárquico, pasaron a formar parte del campo representacional. Fue necesario construir un grupo de categorías donde se recogieran las ideas expresadas por los sujetos teniendo en cuenta su relación y cercanía en cuanto a significados. Las categorías elaboradas fueron:

- Violencia psicológica: En ella se tuvieron en cuenta ideas que hacían alusión a diferentes manifestaciones psicológicas o emocionales que afectan a las mujeres.
- Violencia física: Formada por criterios relacionados con manifestaciones de violencia física.  
- Determinantes del fenómeno: Recogió las opiniones relacionadas con los factores que subyacen y determinan la violencia hacia las mujeres.
- Categorización de la violencia hacia las mujeres: Se incluyeron ideas puntuales que califican la violencia hacia las mujeres.
- Caracterización del agresor: Constituida por ideas que describen al agresor o victimario.  
- Sentimientos negativos hacia el fenómeno: Se estableció a partir de criterios que reflejaban sentimientos negativos generados por la violencia hacia las mujeres.
- Acciones a realizar ante el fenómeno: Establecida a partir de opiniones referidas a acciones a emprender contra la violencia hacia las mujeres.
Se obtuvieron los resultados que se reflejan en la tabla presentada a continuación:

 




Zona rural. La Habana

En las mujeres estudiadas el núcleo figurativo de la representación social se constituye a partir de la violencia física (67. 5%), la violencia psicológica (65%) y la categorización de la violencia hacia las mujeres (60%). Dichas ideas están estrechamente relacionadas, lo cual permite explicar el grado de consenso en que se presentan. Ellas reflejan que cuando estas mujeres se representan la violencia perpetrada hacia ellas, generalmente tienden a identificarla con manifestaciones físicas en primer lugar, y psicológicas en segundo. En estos casos, se correspondería con golpes, agresiones y abusos físicos; y gritos, ofensas, amenazas, maltrato verbal y silencios, respectivamente.  
El hecho de representarse la violencia física como la forma más común de expresión de violencia hacia las mujeres pudiera indicarnos que, a pesar de reconocerse la violencia psicológica como manifestación que también aparece en el cotidiano de vida, el solo hecho de vivenciar una agresión física deja una marca palpable, visible, que constantemente hace rememorar el hecho acaecido. No sucede así con manifestaciones psicológicas a las que las jóvenes están expuestas casi constantemente, pero en ocasiones no se tiene conciencia que con una mirada agresiva, un insulto o maltrato, ya se es víctima de un acto violento.  
Según lo planteado en la literatura, se consideró durante mucho tiempo como violencia solo aquella manifestación que tuviera una inscripción corporal, permaneciendo invisibles muchas formas que no eran sensorialmente perceptibles. Esto nos permite afirmar por qué cuando las jóvenes estudiadas se representan la violencia contra ellas, los primeros contenidos que afloran a su mente están relacionados con manifestaciones físicas fundamentalmente.  
Resulta interesante que un porciento notable de mujeres haya manifestado la violencia psicológica como una de las formas más habituales en que se presenta este fenómeno. Se corrobora asimismo lo esbozado en la literatura donde se hace referencia a que generalmente la violencia psicológica precede y trasciende la violencia física.
Debe reconocerse que, aunque toda manifestación de violencia lastima a la mujer, la violencia psicológica poco a poco va dañando su esfera emocional, y conjuntamente con ello la mujer se siente desvalorizada con respecto a la persona que abusa de ella, lo que le provoca hondas huellas que perduran en el tiempo.
Estrechamente relacionado con estas ideas se manifiesta la categorización de la violencia hacia las mujeres, que es concebida como un maltrato, abuso, agresión y/o acto que produce daño e implica la dominación de la mujer. Es necesario apuntar que los principales criterios expuestos en esta categoría a pesar de poseer un elevado grado de consenso, reflejaron ideas concretas en relación con el fenómeno y poca elaboración personal por parte de las féminas.
Formando parte del campo representacional aparece la categoría sentimientos negativos hacia el fenómeno (50%) que se refiere a diferentes emociones negativas que emergen en las jóvenes estudiadas como resultado de la violencia. Algunos de ellos son: dolor, miedo, rabia, desagradable, sufrimiento, humillación, horrible, entre otras.
También se encuentra integrando esta estructura la caracterización del agresor (47. 5%) que es expresión de diversas características y valoraciones que poseen las mujeres sobre los agresores. En este caso, se expusieron ideas relacionadas con inhumano, cruel, cobarde, injusto, victimario, sin sentimientos, abusador, impotencia, etc. Sin lugar a dudas, las valoraciones que se ejercen sobre estos individuos son muy desfavorables por lo que se aprecia un rechazo total ante tales comportamientos. No obstante, se hace necesario que las mujeres visualicen todas las formas de violencia pues generalmente el rechazo se manifiesta ante expresiones de violencia física que son reconocidas como más lacerantes para ellas.
Por último se refieren ideas relacionadas con los determinantes del fenómeno, con un 15% de consenso. Aquí se mencionan ideas relacionadas con el abuso de poder del que se valen los agresores y el predominio de conductas machistas que conllevan a la manifestación de violencia generalmente de hombres a mujeres. Se considera importante que aparezcan estos criterios pues ellos demuestran cierto conocimiento de las causas que están detrás de dichos comportamientos, lo que permite desarrollar intervenciones más efectivas.  
Otra razón que avala la importancia de la aparición de esta categoría dentro de la representación social radica en que a pesar que un porciento muy bajo hace alusión a estos criterios, constituye una señal de la necesidad creciente de brindar información sobre el tema. Los medios de comunicación masiva, los diferentes grupos sociales a los que se insertan las mujeres, la familia, la comunidad, así como las instituciones de forma general deben ser portadoras de ideas, conocimientos, valores, actitudes, que permitan poco a poco un acercamiento al cambio en cuanto a la criticidad y concienciación ante este fenómeno.


Zona urbana. La Habana

En el caso de este grupo de jóvenes, organizan su representación social en torno a un núcleo figurativo dicotómico integrado por los sentimientos negativos hacia el fenómeno y la violencia física, ambos con un 62. 5% de consenso. Esto apunta a que las dos ideas son significativas para las mujeres, es decir, es igualmente importante manifestar sentimientos repulsivos, desfavorables, de rechazo como por ejemplo: frustración, desagradable, dolor, humillación, rabia, hacia el acto como también golpes, agresiones físicas, abusos, que conducen a vivenciar estas emociones sobre el mismo.  
Todo ello nos indica que al representarse el objeto, estas mujeres no pueden desprenderse de las emociones que les provocan, lo que puede estar sustentado por vivencias experimentadas directa o indirectamente, u observaciones y/o criterios que han podido apropiarse por diversas vías.  
La primera categoría que se encuentra en el campo representacional según el orden jerárquico es la violencia psicológica. Las féminas se representan menos este tipo de violencia en relación con la violencia física, con un 47. 5% de consenso, no siendo esta una idea cierta, pues cotidianamente experimentan insultos, gritos, ofensas, amenazas, malos tratos, silencios, como respuesta a alguno de sus comportamientos pero no son concientizados en todo momento como actos de violencia hacia ellas.  
Investigaciones realizadas han demostrado que esta manifestación es muy común a pesar que no se identifica como violencia sino como parte de la naturaleza de una determinada relación. Este tipo de violencia no paraliza como la física, sino que deteriora paulatinamente la identidad de la persona, su equilibrio emocional y su personalidad. Por ello llega a ser muy dañina. En este grupo de mujeres generalmente no se percibe la violencia psicológica como la más común, que ha antecedido a la violencia física, y por tanto, al estar menos visibilizada no la enfrentan.  
De igual manera aparece en el campo representacional la categorización de la violencia hacia las mujeres (40%), donde se destacan ideas relativas a este acto entendido como agresión, maltrato, abuso, que ocasiona malestar, daño, enfermedad, fundamentalmente. Estas ideas emergen de forma muy sucinta y con poca elaboración personal por parte de las féminas.  
Coexistiendo con estas concepciones en el campo representacional se encuentran los determinantes del fenómeno (32. 5%), entre los cuales el abuso de poder y el machismo fueron reconocidos como los factores predominantes. Es curioso apreciar un acercamiento certero a las causas de la aparición de estas conductas, lo que podría estar dado por el desarrollo de su pensamiento además de las influencias sociales recibidas, que ha hecho interiorizarlos como condicionantes en la realización de estas acciones. De igual manera, el residir estas jóvenes en zonas urbanas pudiera avalar el grado de consenso en que se presentan estos criterios, pues ellas han podido estar en mayor contacto con una serie de informaciones, ideas, conocimientos, relacionadas con el fenómeno de las cuales han podido apropiarse a través del contacto con diversas fuentes de información.  
Se expresan asimismo ideas relacionadas con la caracterización del agresor (27. 5%), apareciendo juicios desfavorables sobre los victimarios, adjudicándoles cualidades como debilidad, ser personas bajas, falta de valores y principios, detestables, incultos, inhumanos, de baja autoestima, entre otros. Es importante destacar que dichas valoraciones se establecen a partir de representarse un agresor donde prevalece fundamentalmente la violencia física.  
Por último, se mencionan algunas acciones a realizar ante el fenómeno, que si bien representan un porciento muy bajo (10%), se consideró necesario referirlo pues estas jóvenes hicieron mención a la necesidad de luchar por el reconocimiento de iguales derechos entre mujeres y hombres, la imposición de leyes que sancionen a los agresores, la educación para todos en el tema de la violencia y desde edades tempranas, y la denuncia como defensa principalmente. El hecho que las mujeres sientan la necesidad de luchar contra este fenómeno así como prevenirlo desde las primeras edades, pudiera estar indicándonos que ellas se están cuestionando las formas de vida que se le han impuesto a los géneros a lo largo de los siglos, los valores que le confieren al hombre la superioridad y por ende, la supeditación femenina, argumentos que reflejan la necesidad del cambio.  

- Comparación

Al analizar la estructura de la representación social en mujeres de zonas urbanas y rurales de provincia La Habana, se constata en ambas un núcleo figurativo caracterizado por la violencia física como idea fundamental que emerge cuando las mujeres se representan la violencia hacia sí mismas. Por tanto, imágenes, ideas, creencias u opiniones, relacionadas con la violencia física aparecen de inmediato en la mente de las mujeres estudiadas. Sin embargo, no es esta la manifestación de violencia más común en su cotidiano de vida.  
Resulta curioso que en ambos casos se reconoce la violencia psicológica como otra de las formas más usuales de violencia contra las mujeres, pero siempre aparece después de la violencia física y no al inverso. Esto nos permite afirmar que en dichas féminas la representación social se comporta según lo pautado en teoría, pues en un principio se consideraba violencia sólo aquella expresión que dejara una huella corporal en la persona. Sin embargo, las jóvenes no se percatan que la violencia física emerge luego de haber sufrido diferentes episodios de violencia psicológica que, generalmente, ellas no visualizan como tales.  
En el caso de las residentes en zonas rurales, se encuentran además integrando el núcleo figurativo la violencia psicológica y la categorización de la violencia hacia las mujeres, mientras que en el grupo de mujeres de zonas urbanas, está formado conjuntamente por los sentimientos negativos hacia el fenómeno.  
Cuando las mujeres residentes en zonas rurales categorizan el fenómeno están mostrando un nivel superior de reflexión lo que permite formular mejores elaboraciones sobre un objeto con el que se interactúa periódicamente. Considero que sea esta la razón por la cual se centran más en la acción.  
Sin embargo, en el caso de las residentes en zonas urbanas los sentimientos negativos ante la violencia a que son sometidas adquieren mayor relevancia por lo cual están incluidos en la parte más estable de la representación. Esto pudiera estar sustentado en que por estar interrelacionadas dichas conductas con vivencias, observaciones y/o criterios de los que se han apropiado a través de diferentes fuentes ya sea directa e indirectamente, les es imposible desprenderse de las emociones que les provocan, y en este sentido actúan más desde lo afectivo.
En el grupo de mujeres residentes en zonas rurales, por su parte, los sentimientos negativos hacia el fenómeno se encuentran formando parte del campo representacional, y a pesar que también le confieren gran relevancia, estos quedan en un plano inferior por lo que se ubican en dicha estructura.  
La violencia psicológica que la habíamos encontrado formando parte del núcleo figurativo en las jóvenes residentes en zonas rurales, va a ser la primera categoría que integra el campo representacional de las jóvenes residentes en zonas urbanas. Igualmente aparece en esta estructura la categorización de la violencia hacia las mujeres.  
El hecho de encontrar estas categorías en el campo representacional quizás se deba a que las manifestaciones psicológicas de violencia no son percibidas por ellas como expresiones de violencia fundamentalmente, y sólo algunas han concientizado su periódica aparición. Al estar menos visibilizada, por ende, no se enfrentan a estos comportamientos.
También aparecen referidas en el campo representacional de ambas zonas la caracterización del agresor y los determinantes del fenómeno, pero en distintos niveles jerárquicos. Es nuestra opinión que las jóvenes residentes en zonas rurales conceden mayor importancia a la caracterización del agresor que a los determinantes del fenómeno pues dan prioridad a expresar sus valoraciones sobre los agresores. Sucede lo contrario con las mujeres residentes en zonas urbanas, quienes ven los determinantes del fenómeno como las raíces de la acción, razón por la que le otorgan mayor relevancia.


Es interesante que en la representación social que poseen las mujeres sobre este objeto se halle la categoría acciones a realizar ante el fenómeno, que no se presenta de igual forma en ambos grupos. En el caso de las jóvenes de zonas urbanas se manifiesta con un mayor grado de consenso y mejor elaborada que en las féminas de zonas rurales, aunque en ambos casos emerge en un porciento muy bajo y las percepciones en cuanto a soluciones ante el fenómeno están circunscritas fundamentalmente al ámbito jurídico. Sin embargo, es significativo el reconocimiento de l

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