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Muerte y fenomenología.

Autor/autores: José M. García-Montes
Fecha Publicación: 01/03/2006
Área temática: Psicología general .
Tipo de trabajo:  Conferencia

RESUMEN

La siguiente comunicación versa sobre la terapia existencial, la cual consta de una serie de técnicas específicas de tratamiento y proporciona una visión general de los problemas psicológicos; prestando especial atención a las formas y mecanismos de control y defensa que las personas usan con el objetivo de encubrir ciertas situaciones de la vida.

Se presta especial atención en exponer cuales son según la terapia Existencial los "problemas primarios" o "preocupaciones supremas": la muerte, la libertad, la soledad y el sin sentido. Con relación a la idea de muerte se señalan una serie de ideas relacionadas con las aplicaciones prácticas en psicoterapia y se repara en las diferentes formas de encubrimiento que se desarrollan con respecto a la muerte, siendo una de las principales el autoengaño.

Palabras clave: Muerte, fenomenología


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Muerte y fenomenología.

Rubén Fernández García; José M. García-Montes.

Universidad de Almería.

Resumen

La siguiente comunicación versa sobre la terapia existencial, la cual consta de una serie de técnicas específicas de tratamiento y proporciona una visión general de los problemas psicológicos; prestando especial atención a las formas y mecanismos de control y defensa que las personas usan con el objetivo de encubrir ciertas situaciones de la vida.  

Se presta especial atención en exponer cuales son según la terapia Existencial los “problemas primarios” o “preocupaciones supremas”: la muerte, la libertad, la soledad y el sin sentido.

Con relación a la idea de muerte se señalan una serie de ideas relacionadas con las aplicaciones prácticas en psicoterapia y se repara en las diferentes formas de encubrimiento que se desarrollan con respecto a la muerte, siendo una de las principales el autoengaño.



Principios de la terapia Existencial

La terapia existencial consta de una serie de técnicas específicas de tratamiento y proporciona una visión general de los problemas psicológicos; prestando especial atención a las formas y mecanismos de control y defensa que las personas usan con el objetivo de encubrir ciertas situaciones de la vida.

Como señalan May y Yalom: “La psicoterapia existencial no es un enfoque técnico específico que presente un conjunto nuevo de reglas para la terapia” (p. 363) (1). Se podría definir, según dice Yalom: “como un enfoque dinámico que se concentra en las preocupaciones enraizadas en la existencia del individuo” (p. 15) (2)

Conviene reparar ahora en el doble significado que se le debe atribuir a la palabra dinámico, es decir, en su sentido común, que implica la idea de movimiento y energía y en su sentido técnico que implica el concepto de “fuerza”.

El sentido técnico de “fuerza” se explica desde la postura psicoanalítica tradicional freudiana, según la cual, el individuo presenta un conjunto de fuerzas inconscientes en conflicto que determinan el pensamiento, la emoción y la conducta de la persona, tanto la adaptativa como la patológica.

La terapia existencial parte de una idea diferente del concepto de “fuerza” que tiene el psicoanálisis tradicional. De esta forma, los conflictos internos de la persona responden a una confrontación con ciertas situaciones o “problemas primarios” que son ineludibles y que por mucho que se intente, no se puede escapar de ellos. Problemas que debido a la enorme angustia y desesperación que tienen para la persona, se tratan de ocultar de la conciencia personal más inmediata y quedan relegados a un segundo plano menos estresante y patológico, el del inconsciente. Es este el motivo por el que en ocasiones, resulta difícil conseguir información objetiva a partir de las conductas manifiestas de los pacientes. Estos conflictos internos inconscientes se presentan envueltos en una espesa capa de niebla: represión, desplazamiento, rechazo o simbolización. El hecho de que esos “problemas primarios” hayan sido relegados a un segundo plano, no quiere decir que no estén influyendo en la psique de la persona.  

Existe una forma personal para descubrir y hacernos eco de las preocupaciones supremas; sería mediante una suerte de reflexión profunda y que podría ser definido en términos de Ortega y Gasset como un “ensimismamiento” o situación que nos diferencia específicamente de otros seres vivos y en cual la persona deja de ocuparse de los demás, de lo que le rodea y de las preocupaciones diarias y se centra en su propio interior, se ocupa y se preocupa de sí mismo y de aquello que le es preciado; se envuelve, se di-suelve en su “soledad radical” (3). Se hace necesario matizar en este sentido, que las personas no nacemos con esta capacidad para abstraernos de las cosas que nos rodean y de centrarnos cuando nos es oportuno en nosotros mismos. Todas estas cosas, son condiciones que la persona construye en el contexto social que le ha tocado vivir, contexto por otro lado que determina los propios juicios y las propias decisiones personales; hasta el punto de que éste, incluso en el más alto grado de soledad o aislamiento, presenta la influencia de los demás; el ser para uno nunca lo es sin la representación (4) (5).

Pues bien, se hace ya obligatorio presentar cuales son consideradas por la terapia existencial los “problemas primarios” o “preocupaciones supremas”. Son cuatro: la muerte, la libertad, la soledad y el sin sentido.


La muerte.

Es en esencia la situación más ineludible a la que el ser humano se debe enfrentar y dicho paradójicamente una situación donde “nos va la vida en ello”. Ante esta circunstancia impuesta, la persona puede adoptar una actitud de encubrimiento ante la muerte o tratar en la medida de lo posible, de aceptar su propia finitud y usar este conocimiento para la vida, en un intento de aprovechar el tiempo de la forma más funcional posible.


La libertad.  

Existe una idea popular basada en la creencia de que las personas, incluso desde el momento de su nacimiento, presentan bajo sus pies un terreno firme y nada resbaladizo. Sin embargo, el individuo continuamente debe enfrentarse a situaciones problemáticas que pueden determinar y de hecho lo hacen, la decisión personal a no tomar cierta decisión y no hacer uso de la libertad a optar o decidir.

Con relación a lo señalado, debemos referenciar aquí de nuevamente la figura de Ortega, dónde se parte de la idea que la persona está inevitablemente “condenada a ser libre”, es decir, el individuo nunca puede estar sin hacer nada, porque no hacer nada es ya estar haciendo algo. La vida es algo dinámico y en continua acción, es un quehacer que está por hacer y se construye continuamente en cada decisión y en cada elección propia; por eso la vida es la de cada cual (6). De ahí que una persona tampoco pueda evadirse de la responsabilidad de tener que tomar una decisión. Algo parecido viene a decirnos Sartre (5), cuando expone que la libertad supone asumir las propias responsabilidades de aquello que no se ha creado ni querido y que es inevitable escapar a su condición.


Aislamiento.

Se parte aquí de una idea de aislamiento que está por encima de otro tipo de aislamiento más relacionado con cuestiones interpersonales e intrapersonales. En efecto se trata de un aislamiento absoluto, insalvable y del que no se puede escapar mediante forma conocida. No se resuelve por medio de las relaciones con los amigos ni en el amor de la familia, o el reconocimiento social.  

Se produce un conflicto entre ese vacío insalvable y el deseo de apego hacia los demás, el amor del otro, la necesidad de contacto o la seguridad de las relaciones.


El sin sentido.  

Se hace necesario, desde un punto de vista de la terapia existencial, la búsqueda de un sentido vital que explique el porque de la persona en el mundo.

El sentido de la vida difiere en unas personas respecto a otras: para algunas el sentido de su vida será la felicidad de sus hijos, para otras el dinero, para otros la espiritualidad, etc; pero es fundamental que dicho sentido exista, porque la carencia del mismo puede llevar al ser humano a su propia omisión vital.  

Conviene reparar, que debido a la sofística, los métodos y contenidos que abarca la terapia existencial, resulta difícil seguir una visión de investigación empírica basada en métodos cartesianos, dónde para estudiar un organismo complejo es necesario dividirlo en todas las partes que lo componen. Esta idea parte de una concepción totalmente contraria a un principio existencial fundamental, y es que el conjunto de las partes en las que dividimos un organismo, como por ejemplo un ser humano, no dan como resultado el todo. Dividir a un ser tan complicado como la persona humana, sería explicar nada; por tanto debe ser entendido y explicado en su conjunto, en su globalidad.  

Como alternativa a este enfoque de investigación empírica, se propone otro; el fenomenológico. Se pretende el estudio de los fenómenos mismos, de la persona individual en un intento de captarla, capturarla tal y como es; una suerte de empatía para tratar de explicar o entender a la otra persona.

Evidentemente, el enfoque fenomenológico también presenta sus dificultades y limitaciones, ya que resulta imposible explicar a la persona en su totalidad; sin embargo tiene una diferencia respecto al método de investigación empírica y es su capacidad para explicar la conducta humana desde un punto de vista holístico.


La muerte como influencia

Cabe señalar una serie de ideas con relación a las aplicaciones prácticas de la idea de muerte en psicoterapia:

1. La vida y la muerte se dan a la vez, son interdependientes; ambas constituyen una misma cosa, sin una la otra no se puede dar ni entender.

2. La muerte siempre está presente, no se puede escapar de ella, causa sentimientos de angustia así como problemas psicológicos. Determina nuestras acciones e influye en nuestras propias decisiones. La sociedad avanza y se construye partiendo de una idea de finitud de la vida.

3. El conocimiento de la muerte, cursa con la elaboración de sofisticados mecanismos de defensa que ayudan a las personas a tratar de sobrellevar este duro peso.


Interdependencia entre la vida y la muerte.

La relación entre la vida y la muerte es dialéctica, es decir, la vida no se puede entender sin la muerte y al revés; constituyen la misma cara de una moneda.

Sobre esta diferenciación entre la vida y la muerte se constituye todo el complejísimo entramado social en el que todo se hace con una intención, con una funcionalidad, es decir, se le puede dar a la vida múltiples significados: obtención de grandes sumas de dinero, búsqueda de la felicidad, búsqueda de respeto y reconocimiento social, etc. Sin embargo todas son intenciones que subrogan a una idea superior, más intensa, que posibilita el verdadero sentido y el sentido verdadero; el mecanismo que estimula, que anima a moverse, que lleva a la acción: la idea de muerte.  

Imagínese una situación idílica; el conocer que uno nunca se va a morir, que se va a pasar el resto de su vida repitiendo todo aquello que le gusta y le disgusta, lo que le agrada y le molesta, lo que anhela y lo que odia; y así un día tras otro sin remedio y sin escapatoria. Ante esta situación idealista, que no ideal, las cosas perderían todo su sentido; los días, semanas, años no serían mas que una continua repetición, la motivación para la acción desaparecería, se daría el tedio y muy probablemente la locura. De esta forma:”un único hombre inmortal sobre la tierra sería más que suficiente para mover a todos los demás a un arrebato general de muerte y horca, por hastío, ¡acaso queréis ser una carga eterna para la existencia general eterna¡ (pág 258) (7).

Entonces, paradójicamente la única forma de salvarse del tedio eterno es la idea de muerte; cuando una persona sabe que el tiempo es finito, que no es gratis y no es regalado, que o se aprovecha o se pierde, es cuando se da la acción, la necesidad de hacer, de sentirse vivo; en resumidas cuentas, lo que se hace es vivir, aprovechar el momento y el tiempo que nos ha tocado vivir.

El papel positivo de la muerte es difícil de aceptar, por lo general se considera como algo malo y que no merece la pena recordar. Pero cuando se excluye la idea muerte, la vida puede llegar a perder mucho significado. Negar la idea de muerte a cualquier nivel es negar la naturaleza básica del hombre. En cambio, su reconocimiento nos salva; en lugar de sentenciarnos a una existencia de angustia y pesimismo, actúa como catalizador para llevarnos a un modo de vida más auténtico y realza el placer y el disfrute de nuestra existencia.  

Es por eso la vida y la muerte son interdependientes, ambas deben coexistir si realmente se quiere que algo tenga sentido.  

Esta interdependencia entre la vida y la muerte debe hacernos entender que no se tratan de cosas distintas (a tener en cuenta en el campo práctico de la psicoterapia), no se deben de entender como algo separado, como si para llegar a una, primero se tiene que pasar por la otra. Todo lo contrario, por el mero hecho de presentarse irremediablemente unidas, la conclusión más inmediata es nos estamos muriendo de continuo y que aquello que entendemos por morirse, no es mas que el acto final de una obra que ya ha empezado desde hace mucho tiempo atrás. Cada minuto que pasa, estamos un poco más muertos es precisamente, (aparte de otros objetos y personas) un objeto social, el reloj, quien nos indica segundo a segundo el preciado estado de la existencia.

Schopenhauer participaba de la idea de que tanto el nacimiento como la muerte formaban parte de lo mismo y ambos pertenecían de igual manera a la vida. El uno era condición inestimable de la otra y ponía como ejemplo de ello la mitología India, donde Siva, el dios de la destrucción presenta a la vez que un collar de cabezas de muerto, el linga, órgano y símbolo de la generación (8).

Conviene reparar que esta separación, este arrancamiento conceptual entre la idea de vida y muerte, nos impide aprender ciertos aspectos importantes relacionados con ambos conceptos. Se da el caso y ocurre con frecuencia, que la exposición directa con la muerte, sea por causa de un cáncer, un accidente, etc, nos hace apreciar en su verdadero sentido e intensidad la vida. Es aquí que aquellas personas que han pasado por estas experiencias tan extremas, tal vez, entiendan, que la vida y muerte no están tan separadas como se cree. Muchas de ellas incluso llegan a decir que haber pasado por una experiencia tan dura y extrema, es tal vez lo mejor que les ha pasado en la vida.


La ansiedad y la angustia de la muerte

Desde un punto de vista psicológico se entiende que la exposición a algo que no se puede controlar provoca ansiedad, mas aún si esta situación se extrapola al contexto de nuestra sociedad actual, donde de continuo se buscan e instauran formas más sofisticadas de control sobre el entorno; sean personas o cosas. Parece entonces evidente que el grado de ansiedad será mayor o más elevado dependiendo de si aquello motivo de ansiedad o angustia es más o menos difícil de controlar.

La muerte es de esas situaciones en las que cada uno de nosotros se diferencia y a la vez se asemeja respecto de los otros, es decir, si existe un acontecimiento más universal, ese es el de la muerte; todo el mundo, más tarde o más temprano se muere, pero lo que diferencia las distintas formas de sentir la muerte es nuestra propia construcción de la misma mediante nuestras experiencias personales, las relaciones con los demás, la creación de mecanismos de defensa más o menos adaptativos, etc. De hecho, estudios realizados desde un enfoque transcultural demuestran como las diferentes formas de entender la muerte produce distintas formas de vivirla y sentirla. En Occidente la muerte ha sido conceptualizada en formas parecidas, por lo que no resulta extraño que provoque sentimientos y emociones similares, pero a la vez diferentes, ya que el miedo y la angustia es también “la de cada uno”.  

Desde un punto de vista de la psicoterapia existencial, la angustia desempeña un papel de gran importancia. Diversos autores (9) proponen su propia visión de la psicopatología como una consecuencia de la angustia y las defensas que se desarrollan contra ella; de forma que cuanto más adaptativas sean las defensas, menos posibilidades exÍste de darse procesos psicopatológicos.


Encubriendo la muerte.

Se da el caso que ante situación tan inminente, ante presencia tan tétrica, ante enemigo tan in-humano, las opciones son pocas; el enfrentamiento o el olvido. Optar por el enfrentamiento acarrea grandes dosis de valor y angustia, sobre todo cuando se lucha con algo superior e indestructible. De alguna manera se puede intentar aceptar esta situación ineludible como parte indisociable de uno. Optar por el olvido, tal y como la sombra se oculta de lo que refleja, parece ser también otra solución válida; se evita un enfrentamiento directo con lo que se teme y se reduce el sentimiento de angustia. Esta forma de afrontamiento tiene a primera vista un inconveniente y es aprender de aquello que se teme.  

Es menester hablar ahora, de esta segunda forma de tratamiento de la muerte: su encubrimiento u olvido.  

Conviene reparar en la distinción que Kierkegaard (1976) (10), hacía entre el miedo y la angustia (temor) refiriéndose al miedo como una sensación que una persona experimenta con respecto a algo, es decir, un algo real, físico que se teme. La angustia la define como un miedo a nada en particular, un miedo a algo que no es físico y que ni siquiera se huele, se ve, o se palpa. Ante la situación de temor de algo que no se ve, las consecuencias más inmediatas serán indefensión y angustia.  

Como solución al problema de la angustia se plantea convertir aquello que no es nada, que ni se ve ni se palpa, en algo físico y visible. De forma que, si transformamos lo inexistente en un miedo a algo perderá ese carácter fantasmagórico y se podrán eregir defensas y acciones contra él. Una idea parecida nos expone Fernando Savater:

Un pensamiento que se apodera de mí mucho más de lo que yo puedo apoderarme de él, que no se hacer con él y que espera por nosotros, urge hacer algo con él, porque es imposible pasarlo por alto” (pág 30) (11).

Son numerosas las situaciones terapéuticas que dan fe de la transformación de la angustia en miedo, de hecho, es algo que confunde a menudo a los terapeutas, motivo por el cual es importante estar muy al tanto de las manifestaciones clínicas y de los propios comentarios del paciente.

Un ejemplo sería el de Joyce (9), una profesora universitaria que se encontraba en medio de un divorcio. A pesar de que Joyce se encontraba viviendo actualmente con otra persona, para ella era de gran importancia que su marido la siguiera amando porque era una forma de ser recordada y de pasar a la posteridad. Le ahogaba la idea de que se pudieran olvidar aquellas experiencias bonitas e importantes que había compartido con su marido, ahora que ya no estaban juntos. Tenía el hábito de no contemplar nunca una tarea y tenía un gran miedo al fracaso.

El fracaso de su matrimonio amenazaba su sensación de ser especial, que es una de las más comunes y potentes defensas para la negación de la muerte.

El terapeuta concluyó que Joyce presentaba una ansiedad primaria a la muerte.

Muchos terapeutas han descrito la presencia y la transformación de la angustia frente a la muerte en todo el espectro de la psicopatología clínica.  

En un estudio sobre hiperventilación subrayan cómo la angustia ante la muerte se transforma en una serie de fobias. La incapacidad para deshacerse eficazmente de aquella origina un pánico a la hiperventilación (12).

El miedo a la muerte queda apenas disimulado en los pacientes hipocondriacos que se pasan la vida preocupados por la seguridad y bienestar de sus propios cuerpos.  
El hipocondríaco experimenta directamente un miedo a morir, que más tarde se difunde entre numerosos síntomas corporales (13).

Otras investigaciones clínicas señalan el papel desempeñado por la angustia ante la muerte en los síndromes de despersonalización. En distintas investigaciones se señala que en más del 50% de los casos, el citado síndrome se había desencadenado a raíz de una muerte o enfermedad grave cercana al paciente (14).  

Otra forma de encubrimiento de la muerte podría consistir en ocuparse en pensamientos pasados como forma de olvido de una realidad futura. A esta situación se refiere Frank (15) cuando dice: Mirar al pasado es una forma de contribuir a apaciguar el presente y todos sus horrores haciéndolo menos real. Muchas veces es precisamente una situación externa excepcionalmente difícil lo que da al hombre la oportunidad de crecer más allá de sí mismo.

Se pueden diferenciar distintas formas de encubrimiento de la muerte partiendo de la idea de inmortalidad (16): 

1. El modo biológico, una forma de siempre estar presente gracias a tus descendientes y a la permanencia en ellos de tus genes.
2. El modo teológico, como forma de inmortalidad de un alma hipotética que se da en el ser humano.
3. El modo creativo, sería la metáfora del pintor que plasma en el óleo sus vivencias, sus pasiones, sus amores, etc, para así perdurar en la conciencia de los demás a través de sus pinturas.  
4. El tema de la eterna naturaleza: una inmortalidad que se alcanza mediante una fusión con las propias fuerza de la naturaleza
5. El modo trascendental, sería una pérdida de uno mismo en un estado de sublimación en el que no se da ni tiempo ni espacio.

Se citan a continuación dos teorías que por su sofisticada explicación de la idea de inmortalidad, merece la pena llevar al papel: 

La primera teoría es de Schopenhauer (pag. 111), nos dice: 

Por su persistencia absoluta, la materia nos asegura una indestructibilidad, en virtud de la cual quién fuere incapaz de concebir otra idea podría conformarse con la de cierta inmortalidad. La persistencia de una puro polvo, de una materia bruta, puede ser la continuidad de nuestro ser? (17)

La segunda teoría, “el eterno retorno” es de Nieztsche, donde se parte de la idea: 

El número de todos los átomos que componen el mundo es, aunque desmesurado, finito, y sólo capaz como tal de un número finito (aunque desmesurado también) de permutaciones. En un tiempo infinito, el número d las permutaciones posibles debe ser alcanzado, y el universo tiene que repetirse. De nuevo nacerás de un vientre, de nuevo crecerá tu esqueleto, de nuevo arribará esta página a tus manos iguales, de nuevo cursarás todas las horas hasta la de tu muerte increíble (18).


La vida cotidiana se nutre de innumerables ejemplos que dan fe de la utilización y utilidad de ciertos usos sociales como forma de encubrimiento de la muerte; sean éstas: 

La creencia de que se es específicamente distinto.

La convicción de que uno es diferente a los demás es muy adaptable y nos permite diferenciarnos de la naturaleza y tolerar numerosas incomodidades: el aislamiento, la conciencia de nuestra pequeñez y de la rareza del mundo externo, nuestra debilidad física y sobre todo el conocimiento de la muerte, pensando que no es para nosotros y no nos concierne.


El salvador.  

Es paradójico que denominemos creyentes a las personas de convicciones religiosas, porque lo que les caracteriza no es aquello en lo que creen sino aquello en lo que no creen: en la muerte


La reverencia al progreso

Se interpreta el concepto de idea de progreso como una forma de manifestación que indica movimiento y cambio de las cosas. Esta sensación de actividad y acción que el progreso nos aporta, ayuda también a la propia persona a sentirse viva y a actuar interpretando la existencia como algo interminable.

De esta forma la idea de progreso mantiene a uno atento a lo que hace, ayudándole a concentrarse en las cosas mundanas y evitando así preocupaciones más primarias. Se puede entender el uso de la idea de progreso, bien como forma de actuación que impide recordar otras experiencias o bien como mecanismo de defensa que oculta lo que no se quiere manifestar.


Los cementerios

Que mejor forma que los cementerios como forma de separación radical, de ruptura extrema entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos. En la medida en que se es consciente de ello, es decir, de las implicaciones de pertenecer a uno u otro mundo, la persona actuará de acuerdo con las reglas propias de su propia elección.

En ocasiones el individuo decide no formar parte del “teatro de la vida” o “mundo de los vivos” y puede decidir buscar una salida radical mediante el suicidio, de este mundo que no interesa vivir.

Los usos sociales del lenguaje también juegan con esta diferenciación entre la vida y la muerte.


El hacerse recordar
Otra forma de sobrevivir a la muerte puede ser mediante el recuerdo de la propio persona en los demás. En este sentido son muchos lo ejemplos que la vida cotidiana refleja con relación a ciertos individuos y su necesidad de sobrevivir a su propia existencia: el sentirse respetado, la construcción de estructuras con materiales prácticamente indestructibles, creación de construcciones gigantescas, escritos que se puedan leer y perduren en la memoria social siglo tras siglo. Este tema, ya Unamuno lo trataba cuando hablaba de la necesidad de las personas de perpetuar su nombre y ser famosas en un intento de alcanzar la inmortalidad; tratar de conseguir sobrevivir en la memoria de los otros y tratar de afirmarse, siquiera en apariencia.


El reloj

Se trata de un instrumento que se utiliza actualmente como una forma de encubrimiento de la muerte en su forma idealista de: “aparato capaz de detener el tiempo”. Se busca en cierta manera controlar una situación existencial de des-control, como si la muerte tomara forma de marioneta con posibilidad de modificar, detener o incluso adelantar a nuestro antojo.  

El olvido de ciertas cosas, de ciertas actuaciones, de las consecuencias de una acción, son a menudo formas de encubrimiento de la muerte. Parece tratarse de una reacción bastante comprensible ya que se trata de algo dramático, que desborda, ya que la muerte no es sólo la de uno sino también la de los demás.


El autoengaño frente la muerte

Se presenta ahora una forma de ocultamiento de la verdad, el autoengaño (19). Conviene explicar que el autoengaño no se diferencia en gran medida del engaño, la diferencia estriba en que en el engaño la persona que engaña y la engañada son personas diferentes y en el autoengaño, engañador y engañado hablan de la misma persona, de forma que se acaba creyendo cosas que no son verdad en una suerte de mecanismo personal que le defiende (paradójicamente) de sí mismo.

El caso es que si realmente se quiere hablar de un autoengaño, la persona debe estar al tanto de que se engaña, es decir, saber que está transformando una verdad en mentira. Supone tener conciencia que uno se engaña pero tratando de ocultar la intención. Para entender esto, se remite a la idea de conciencia entendida como campo (20), según la cual el funcionamiento psicológico se da en la conciencia, que es un campo formado por tres partes: la primera es el tema o asunto que ocupa la atención, la segunda, es el campo temático o contexto que se trata de toda la información latente y que tiene que ver con el tema y la tercera es el margen, o información latente pero no tiene que ver con el tema. Según esta explicación la conducta queda explicada dentro del campo e implica una intencionalidad. Resulta entonces que la persona puede desatenderse del asunto y de la intención con que hace algo, en la medida que centra su atención en el contexto, en el margen o en otro asunto.  

Ante lo expuesto en este apartado, tendría bastante lógica el uso del autoengaño como forma o mecanismo de defensa para ocultar la muerte; de forma que la persona tiene conciencia de ella, pero la oculta guardándose para sí la verdadera intención de este ocultamiento: la angustia de su recuerdo.

Es menester hacer uso de un ejemplo donde exponiendo el autoengaño en términos sartrianos de facticidad y trascendencia, la persona oculta el temor de la muerte.

Mientras que facticidad hace referencia a la acción o evento que se da en un determinado momento espacio-temporal, la trascendencia responde al resultado al que llevan las distintas acciones y eventos concatenados en ese momento espacio-temporal. La conclusión más inmediata a lo dicho es que la facticidad es consustancial a la trascendencia; expresémoslo como un hecho que se construye en el presente (facticidad) con miras a hacerse futuro (trascendencia). Ante esta situación y con estas alternativas, el autoengaño se puede dar, bien recurriendo a la facticidad, como forma de ocultamiento de la trascendencia, o bien recurrir a lo trascendente como forma de ocultamiento de la facticidad (3).  

Como ejemplo a lo expuesto, se puede dar el caso de un ocultamiento de la trascendente muerte mediante la realización durante la vida de acciones fácticas como por ejemplo hacer mucho deporte, alimentación sana, muchas horas de trabajo, lectura de gran número de libros, etc. que no serían más que formas de ocultamiento de una “preocupación primaria”. De esta forma, mientras uno se encuentra inmerso en la acción en sí, se desvincula del hecho trascendente, en este caso, la muerte personal o también la de los demás.


Referencias bibliográficas

May R, Yalom I. Existencial psychotherapy. En R. J. Corsini y D. Wedding, eds. , Current psychotherapies (4ª Eds. ). Itasca, Il. : F. E. Peacock; 1989, pp. 363-402.

2. Yalom, I. psicoterapia existencial. Barcelona: Herder, 1984.

3. Ortega y Gasset J. El Hombre y la Gente. Madrid: Revista de Occidente en Alianza Editorial, 1995.

4. La Rubia F. Unamuno y la vida como ficción. Madrid: Gredos, 1999.

5. Sartre J. El ser y la nada. Ensayo de ontología fenomenológica. Madrid: Alianza, 1989.

6. Ortega y Gasset J. ¿Qué es Filosofía?. Madrid: Revista de Occidente en Alianza Editorial, 2001.

7. Nietzsche F. Aurora. Madrid: Edad, 1996.

8. Schopenhauer A. Arte del buen vivir. Madrid: Edad, 1993.

9. Yalom I. psicoterapia existencial y terapia de grupo. Barcelona: Paidós, 2000.

10. Kierkegaard S. El concepto de angustia. Madrid: Espasa Calpe, 1967.

11. Savater F. Ética como amor propio. Barcelona: Grijalbo/Mondadori, 1998.

12. Herber, Lazarus H, Kostan J (1969). Psychogenic Hyperventilation and Death Anxiety. Psychosomatics, 1969; 10: 14-22.

13. Kral V. Psychiatric Observations under Severe Chronic Stress. American Journal of Psychiatry, 1951; 108: 185-192.

14. Roth M. The Phobic Anxiety-Despersonalizacion síndrome and Some General Aetiological Problems in Psychiatry. Journal of Neuropsychiatry, 1959; 1: 293-306.

15. Frank V. El hombre en busca del sentido. Barcelona: Herder, 2001.  

16. Lifton R. The Sense of Immortality: On Death and the Continuity of Life, In: Explorations in Psychohistory, (Eds). R. Lifton y E. Olson, Simon & Schuster, New York, 1974.

17. Schopenhauer A. El amor, las mujeres y la muerte. Madrid: Edad, 1993.

18. Borges J. Historia de la Eternidad. Madrid: Alianza Editorial, 2000.  

19. Pérez M. Tratamientos psicológicos. Madrid: Universitas, 1996

20. Gurwitsch A. El campo de la conciencia. Un análisis fenomenológico. Madrid: Alianza, 1979.

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