Introducción: Actualmente las causas de morbimortalidad en adolescentes han cambiado. 75% de las mismas se debe a conductas de riesgo. Dada la alta vulnerabilidad adolescente, por su inmadurez biopsicosocial, aumentó su riesgo de contagio de VIH, tal como señalan las estadísticas oficiales. Estableceremos si existe relación entre información y conocimiento, si esto influye en la presencia de conductas de riesgo y cómo se perciben en relación a las mismas.
Metodología: Se efectuó un estudio descriptivo y transversal a través de una encuesta autoadministrada, anónima y voluntaria, compuesta por 47 ítems, de los que hemos seleccionado aquellos referidos al objetivo de esta presentación. Resultados: 62% creen saber sobre VIH/SIDA, 14 % reconoce que no sabe, 24% no contesta. Del 62% que dice saber, luego de administrada la encuesta, el 56, 25% reconoce que sabe más o menos o nada. 31% de la muestra mantiene la creencia acerca de sus conocimientos; de ellos sólo 38% responde correctamente qué significa VIH y SIDA. Más del 70% ve nada o poco probable su posibilidad de contraer el virus, El 78, 43% de la muestra toma alcohol. 25 % de los mismos ha dañado a alguien físicamente. Conclusiones Los datos dan cuenta de la deficiencias especificas referidas a información, conocimiento, conductas de riesgo y autopercepción, lo que lleva a elaborar estrategias de prevención en esta etapa etaria. Además, pone a discusión las metodologías hasta ahora implementadas.
Conductas de riesgo y conocimiento de VIH/SIDA en adolescentes. Estudio preliminar.
Mas Colombo, Eduardo; Risueño, Alicia; Motta, Iris; Raphael, Sandra; Mas Karina M.
Departamento de Biopsicología - Universidad Argentina John F. Kennedy- GICI
Resumen
Introducción: Actualmente las causas de morbimortalidad en adolescentes han cambiado. 75% de las mismas se debe a conductas de riesgo. Dada la alta vulnerabilidad adolescente, por su inmadurez biopsicosocial, aumentó su riesgo de contagio de VIH, tal como señalan las estadísticas oficiales. Estableceremos si existe relación entre información y conocimiento, si esto influye en la presencia de conductas de riesgo y cómo se perciben en relación a las mismas.
Metodología: Se efectuó un estudio descriptivo y transversal a través de una encuesta autoadministrada, anónima y voluntaria, compuesta por 47 ítems, de los que hemos seleccionado aquellos referidos al objetivo de esta presentación.
Resultados: 62% creen saber sobre VIH/SIDA, 14 % reconoce que no sabe, 24% no contesta. Del 62% que dice saber, luego de administrada la encuesta, el 56, 25% reconoce que sabe más o menos o nada. 31% de la muestra mantiene la creencia acerca de sus conocimientos; de ellos sólo 38% responde correctamente qué significa VIH y SIDA. Más del 70% ve nada o poco probable su posibilidad de contraer el virus, El 78, 43% de la muestra toma alcohol. 25 % de los mismos ha dañado a alguien físicamente.
Conclusiones Los datos dan cuenta de la deficiencias especificas referidas a información, conocimiento, conductas de riesgo y autopercepción, lo que lleva a elaborar estrategias de prevención en esta etapa etaria. Además, pone a discusión las metodologías hasta ahora implementadas.
Introducción
Desde la aparición de los primeros enfermos del síndrome de inmunodeficiencia adquirida [SIDA] han transcurrido más de dos décadas. Desde la identificación del agente patógeno, el virus de inmunodeficiencia humana [VIH] en 1983 hasta la fecha, las investigaciones científicas han aportado importantes avances que condujeron a que no sólo se haya modificado el tiempo de vida de los enfermos sino que también se ha retrasado la aparición del período sintomático y mejorado la calidad de vida para todos ellos. Podemos aseverar que en estos últimos diez años con la implementación de los nuevos tratamientos antirretrovirales de gran actividad [TARGA] el pronóstico se ha modificado, y de ser una patología subaguda y mortal a corto plazo, se convirtió en una enfermedad crónica y controlable.
No son estos los únicos cambios que sufrió el desarrollo de la enfermedad y el conocimiento de la misma, sino que, paradójicamente se fue modificando la epidemiología. De presentarse como una enfermedad predominantemente masculina y unida a lo que podía conocerse e identificarse como “grupos de riesgo” (homosexuales y adictos endovenosos) traspasó esas barreras y se tornó paulatinamente en una patología que no discriminó sexo, edad ni condición social. Es así, como comienza a registrarse la presencia del virus en heterosexuales (del 8, 5% al 30, 1%), con un incremento en la población femenina y como consecuencia inmediata con un marcado aumento en la transmisión vertical madre-hijo. Según ONUSIDA (2005) el 50% de los nuevos infectados adultos en el año 2005, son mujeres. Es decir, que de la proporción 3 a 1 de años anteriores hemos pasado a 1 a 1. Por lo tanto, la probabilidad de riesgo de infección por VIH es semejante entre hombres y mujeres. A su vez, “la mayoría de las nuevas infecciones se detectaron en adultos jóvenes; aproximadamente el 50% tienen entre 15 y 24 años de edad y más del 95% de estos fueron en países en desarrollo [1]. Si se analizan las vías de transmisión, en los hombres no hay diferencias entre la vía sanguínea (46, 5%) y la sexual (47, 8%), mientras que en las mujeres la transmisión sexual alcanza casi el 68% [2].
Se estima que en el año 2005 el número de nuevas infecciones fue cercano a los 5 millones de personas, que en su mayoría no saben que están infectadas por el virus de VIH y que 700. 000 serían menores de 15 años. Es decir que, aproximadamente, hubo 14. 000 nuevas infecciones diarias de VIH.
El informe elaborado en forma conjunta entre ONUSIDA, OMS y el Programa Nacional muestran que aproximadamente 127. 000 (115. 000 a 134. 000) personas viven con VIH/SIDA en Argentina, de las cuales un 60% desconocerían su situación serológica.
En todo el mundo, nuevos estudios han concluido que una enorme cantidad de jóvenes desconoce cómo se transmite el VIH/SIDA. Encuestas efectuadas en 40 países indican que más del 50% de los jóvenes de 15 a 24 años de edad tienen graves errores conceptuales acerca de la forma de transmisión del VIH/SIDA. Por lo tanto, tampoco saben cómo protegerse, y en el caso de los que utilizan preservativo, tiene mayor peso en la decisión de uso la prevención de embarazos no deseados, que prevenir el VIH/SIDA u otras enfermedades de transmisión sexual [1].
Tales datos fueron confirmados por nosotros, en estudiantes universitarios entre 18 y 49 años, en la investigación que precede a la presente [3]
La Ley que promueve, en la escolaridad primaria y secundaria, la puesta en marcha de acciones de prevención se puso en vigencia en el año 1991; entonces la pregunta que surge de modo inmediato es por qué los adolescentes siguen siendo el grupo etario de mayor incidencia de transmisión. A raíz de esta cuestión iniciamos un relevamiento de las estrategias implementadas en el nivel medio en lo que a prevención respecta.
Por lo tanto, y teniendo en cuenta los datos epidemiológicos actuales [1] nos resulta apremiante abordar esta temática en los adolescentes [4, 5, 6, 7], debido a que las características psicosociocognitivas de dicho periodo los convierten en una población sumamente vulnerable a la concreción de conductas de alto riesgo.
Esto se debe a una conciencia de temporalidad aún en construcción, que los somete a conductas ligadas a la inmediatez, conduciéndolos a la falla en el control de los impulsos, con un mañana que sólo es presente y que no permite la reflexión; imposibilitando la autopercepción que conduce a la conciencia de mismidad. El adolescente, en pleno desarrollo, aún está imposibilitado de llevar a cabo un equilibrio dinámico entre el “quiero, puedo, debo y es la opción más conveniente en este aquí, ahora y así” en función de un proyecto vital.
“El futuro de la epidemia de VIH está en manos de los jóvenes, porque los comportamientos que adopten ahora y los que mantengan durante toda su vida sexual determinarán la evolución de la epidemia en las próximas décadas. Continuarán aprendiendo unos de otros, pero su comportamiento dependerá en gran parte de la información, los conocimientos y los servicios con los que la generación actual de adultos dote a sus hijos”. [8]
Resultados y discusión
En las últimas décadas ha habido cambios radicales en las causas de morbilidad y mortalidad en los adolescentes. Los avances de la medicina han permitido que muchas enfermedades otrora mortales disminuyan, en tanto se observa un aumento de la morbimortalidad respecto de enfermedades y síndromes cuyas causas son prevenibles. Las tres cuartas partes de la mortalidad adolescente se debe a comportamientos altamente riesgosos, típicos de esta edad [10, 11]. Entre otros, los embarazos no deseados [9], la violencia, las lesiones autoinfligidas, el consumo de tabaco, de drogas y/o de alcohol [12] y el inicio sexual prematuro [13], en algunos casos promiscuo, son algunos de los más comunes.
Esas conductas de riesgo son consideradas por algunos autores como resultado de manifestaciones de la carga genética propia de cada persona (Galton, F. , 1874, 1875 citado en [14]. Sin embargo, sabemos que en el desarrollo humano, los aspectos genéticos participan permitiendo contar con un patrón de información general, pero en ningún caso dicho desarrollo será programado exclusivamente desde ahí. El mismo se da en etapas que luego nos permitirán hablar de una identidad funcional y estructural en las que también intervienen factores psicosociales, posibilitando la construcción de una conciencia de sí mismo saludable que dará paso a comportamientos ajustados a la realidad compartida [15, 16, 17].
Cuando nos referimos a comportamientos ajustados a la realidad compartida estamos hablando de autorregulación, la cual no se logra hasta tanto se haya dado la maduración biopsicosocial, lo que a su vez requiere, tanto en la infancia como en los primeros años de la adolescencia, de la presencia de un otro que cumpla con la tarea ordenadora de la conducta [17]. De lo contrario, las conductas más arcaicas propias de los primeros años de vida permanecerán como conductas habituales, primando la acción instintiva que se manifiesta en forma de impulso [17]. He aquí la importancia fundamental que adquiere en este periodo, no sólo la acción de los padres, sino también la labor tutorial de la escuela, desde su función socializadora.
En la temática que nos ocupa en este trabajo, las características impulsivas propias de la inmadurez biopsicosocial del adolescente, resultan en un aumento del riesgo de transmisión, tal como lo señalan las estadísticas oficiales.
Teniendo en cuenta las mismas, sabemos que el SIDA afecta fundamentalmente a la franja de edad de población económicamente activa y se concentra mayoritariamente en ambos sexos entre 25 y 39 años [1].
“El número de personas viviendo con VIH/SIDA en Argentina es de aproximadamente 126. 000, las cuales se estima que en general se infectaron siendo adolescentes o adultos jóvenes, debido a que el VIH/SIDA es una enfermedad que presenta un largo período asintomático . Además, se estima que existiría una tasa de incidencia de VIH en la población adolescente en la Argentina de 0, 15%. Desde el inicio de la epidemia hay notificados 62. 909 casos de VIH/SIDA de los cuales 8074 corresponden a personas de 14 a 24 años de edad, es decir el 12, 8%” [1]
Porcentajes que podrían aumentar si consideramos que la notificación de VIH comienza a registrarse en el 2001 y no todos ellos han sido notificados. Esta distribución por edad de los casos de SIDA da evidencias significativas de que los adolescentes son un grupo de alta vulnerabilidad, debido a que si la edad de desarrollo de la enfermedad es en el rango que comprende a los adultos jóvenes, significa que hubo muchas posibilidades de contraer la infección durante su adolescencia [1; 9].
Si bien es cierto que en los últimos cinco años la edad de los pacientes que desarrollan la enfermedad en ambos sexos es mayor, esto no invalida la presunción del contagio durante la adolescencia, ya que dicho aumento se relaciona con la implementación precoz de terapias antirretrovirales cada vez más eficientes. A pesar de que de este modo se retrasó la evolución de la enfermedad, puede seguir confirmándose que aún hoy los adolescentes son un grupo crítico que requiere la elaboración de estrategias preventivas [5; 18] que para ser eficaces deben ser específicas. Como hemos señalado, lo característico del comportamiento adolescente es la acción impulsiva, que en muchos casos llega a poner en riesgo la integridad de la vida. Es así como tres de cada diez personas que contraen el virus son adolescentes [19, 20].
Los datos oficiales muestran el incremento, a todas las edades, de la transmisión por vía sexual en personas heterosexuales. Esto ha conducido a pensar que la prevención se limita a brindar información sobre sexualidad a partir del modelo biomédico, que ya hemos puesto en discusión en la investigación precedente [3]
“Los conocimientos biomédicos parecen ser insuficientes para controlar la expansión del virus. Si bien las investigaciones realizadas en el marco de este modelo son las que posibilitaron que se identificara el virus, se informara a la población y que las expectativas de vida se prolongaran en el tiempo, las mismas fueron y son insuficientes para controlar la expansión del contagio”. [3, 21]
A pesar de que ya hemos informado sobre la insuficiencia de este modelo para frenar la epidemia, seguimos estando ante un problema acuciante, cuyas dimensiones y repercusiones exceden dicho ámbito y abarcan la esfera iuspolítica y el plano socio-económico. Ya en la investigación anterior habíamos observado que en algunos casos el conocer la existencia de drogas antirretrovirales que podrían cronificar la enfermedad y por lo tanto alejar el fantasma de la muerte, ha provocado un aumento en las conductas de riesgo [22, 23]. Por otro lado, en el caso de los adolescentes, el abordaje preventivo refiere casi exclusivamente a temas vinculados con la fórmula educativa llamada “educación sexual”; que en la mayoría de los casos se traduce en contenidos conceptuales ligados a los aspectos anatómicos y fisiológicos, dejando de lado que la sexualidad es un intercambio comunicativo en el que deben explicitarse los afectos y los vínculos [24]. Se podrá observar a partir de algunos textos consultados, sobre todo en referencia a las características de los adolescentes, que hace más de tres décadas la comunidad científica psi ya señalaba con claridad el riesgo en el que se encontraban los adolescentes y las dificultades de los adultos para hacerse cargo de ello [24, 25, 26, 27].
Si los adolescentes siguen siendo el grupo etario más vulnerable, nos preguntamos en esta investigación cuáles son las conductas de riesgo más frecuentes en ellos para en etapas posteriores analizar en profundidad qué saben sobre VIH/SIDA y si hay relación entre información y conductas de prevención. Estos son datos fundamentales para el diagnóstico situacional que dará sustento a las posteriores acciones promotoras de prevención en este período educativo. En coincidencia con la OPS [28] las acciones de salud pública llevadas a cabo intentan aumentar gradualmente los conocimiento sobre este tema, pero las mismas no son suficientes para lograr cambios de conducta real, ya que por las estrategias utilizadas sólo se transmite información. Estamos de acuerdo con autores que indican la necesidad de ahondar en investigaciones que profundicen el análisis de las conductas humanas [29] y especialmente en las conductas de riesgo. No por nada muchos autores llaman al SIDA la “enfermedad comportamental” [30, 31]. El mismo Jonathan Mann, quien fuera director del programa SIDA de la OMS hasta 1990, dijo: “El comportamiento humano es más complejo que cualquier virus” (citado [32].
“Uno de los principales retos que afronta la vigilancia de VIH/SIDA es la detección de patrones de comportamiento de las personas en su conjunto así como también de cada grupo en particular, a fin de conocer certeramente las conductas que incrementan la vulnerabilidad frente al virus, como a otras ITS”. [33].
Conductas de riesgo en la adolescencia
“Cuando se habla de riesgo, aludimos a toda conducta o situación específica que real o potencialmente conduzca al deterioro actual o futuro de la salud biopsicosocial del humano” [34].
Actualmente, el enfoque de la atención a la salud juvenil, procura desde una perspectiva más integral y articulada reducir los factores de riesgo, incrementar los factores de protección y brindar oportunidades de reconstrucción y avance de la situación. La conceptualización de la salud se refiere por lo tanto a una meta, a un proceso, no a un estado, particularmente en personas que se encuentran en un crítico período de crecimiento y no atravesando una mera transición de la niñez a la adultez [35].
Durante la adolescencia, por la inmadurez de las bases neurofuncionales que condicionan la conducta, es necesaria la presencia de los adultos como reguladores del comportamiento. De otro modo, los adolescentes pueden tener comportamientos dirigidos por el componente impulsivo temperamental, que las más de las veces pueden conllevar algún tipo de riesgo.
De igual manera que durante la primera infancia la forma en que se sostiene y manipula al bebé le brinda el marco de confianza que le permite aprender a manejarse frente a las situaciones impredecibles, durante la adolescencia se requiere una presencia fuerte del adulto que sea capaz de oponerse consistentemente al intento del adolescente de independizarse prematuramente. Las figuras parentales deben hacerse cargo de esta responsabilidad, aunque la misma puede ser compartida por otras instituciones sociales (escuela, club, etc. ). Si deliberadamente los adultos abandonan esta responsabilidad, el joven queda sin malla social que lo proteja de sus propios impulsos, los cuales se vuelven contra sí mismo, generándose la aparición de conductas de riesgo que tienen un trasfondo netamente autodestructivo. [36, 37]. Estas conductas autodestructivas van desde el consumo de tabaco y drogas (entre otras conductas de riesgo que detallaremos posteriormente) al franco intento de suicidio. "El suicidio es una urgencia social nacional. (…) El 11% de los adolescentes argentinos está en riesgo de quitarse la vida, es decir, que pensó o intentó suicidarse" (Casullo, M. M. , 2007, citada en [38])
Es innegable que los procesos de aprendizaje, sobre todo los correspondientes a los primeros años de vida y el período adolescente, dejan huellas mnémicas a nivel sensorial, emocional y cognitivo. Un joven carente de estímulos adecuados, con ausencia de funciones materna y/o paterna que orienten la conducta, no tendrá facilitado un ordenamiento psíquico acorde a las exigencias relacionales entre el yo y el medio. Estas acciones que desde el medio obligan al adolescente a acomodarse, modulan sus impulsos y sus actos, promoviendo cambios a nivel cerebral, psíquico e intelectual.
Quizás debamos pensar qué nos ha pasado en los últimos tiempos, en los que la violencia, la inmediatez de la satisfacción, la incapacidad para tolerar la frustración y el predominio del quiero ya, han generado personalidades inestables incapaces de pensar por sí mismas y de sostener a las generaciones más jóvenes. Si esta sociedad se caracteriza por los trastornos impulsivos, la depresión, los trastornos limítrofes de la personalidad, los trastornos antisociales, etc. , es porque ha fallado en su propia función ejecutiva, ha sido más impulsiva que sintiente y reflexionante; más expulsiva que contenedora. No ha sabido comprender las necesidades de sus integrantes, interpretándolas desde ideologías rígidas e imposibilitando despliegues humanos saludables. Así como nuestro cerebro requiere de redes neuronales en funcionamiento para actuar, la sociedad requiere de conexiones afectivas para tejer entramados humanos que posibiliten anticipar el mañana, supervisar acciones futuras, y fundamentalmente inhibir aquello que sólo la condena a su extinción.
Desde este punto de vista, debemos destacar que el riesgo, entonces, ya no es un atributo unipersonal sino que es una circunstancia resultante de una dinámica interactiva en el seno de una comunidad [39]. Al referirnos a las conductas de riesgo propias de un adolescente no podemos desconocer que las mismas se dan en una sociedad de riesgo [40].
Esta sociedad de riesgo, sumada a las características impulsivas del adolescente, da como resultado la aparición frecuente de conductas riesgosas.
La combinación de la curiosidad, el comportamiento asociado con la tendencia a correr riesgos y las presiones sociales hacen difícil que los adolescente digan que no [41].
Describiremos algunas de las conductas de riesgo más frecuentes en los adolescentes. La bibliografía científica señala al tabaquismo, alcoholismo, consumo de drogas en general, inicio sexual precoz, etc.
Ya hemos señalado en el apartado anterior, la mutua influencia entre la madurez del SNC y las conductas impulsivas, y cómo estas a su vez conllevan riesgo implícito. En algunos casos hablamos de conductas riesgosas en sí mismas (por ej. mantener relaciones sexuales sin protección); en otros casos, el riesgo radica en la potenciación de la posibilidad de incurrir en una conducta intrínsecamente riesgosa (por ej. consumo de sustancias psicoactivas o alcohol cuya cualidad desinhibidora favorece la ocurrencia de conducta de riesgo directo como la citada en el ejemplo anterior).
Estudios realizados en nuestro país [41] señalan que algunos adolescentes hacen uso del alcohol regularmente para compensar el estado de ansiedad, depresión y la falta de destrezas sociales positivas. M. H. (2007, citado en [42] señala que “el alcohol muchas veces es usado como lubricante social".
Claro es que el consumo de alcohol es una práctica muy difundida en todos los sectores de la población. Tanto es así que algunos autores lo consideran la droga de mayor uso y abuso del mundo [43].
El uso y abuso del alcohol es muy común entre los adolescentes y puede tener consecuencias graves. Un 50% de las muertes debidas a accidentes, homicidios y suicidios, de personas entre los 15-24 años, tienen que ver con el abuso del alcohol. El consumo excesivo de alcohol reduce las inhibiciones, aumenta la agresión, reduce la capacidad de uso de la información importante aprendida acerca de la prevención del SIDA y deteriora la capacidad de tomar decisiones respecto a la protección. [8, 44]. Segovia, P. [citada en 42], subsecretaria de atención de las Adicciones bonaerense, indica que el promedio de edad de las personas que están en tratamiento por exceso de consumo de alcohol en los centros de atención de la Provincia de Buenos Aires, es de 19 años. Durante 2007, la cantidad de jóvenes que deben ser atendidos, luego de haberse excedido con el alcohol o las drogas, en el hospital General de Agudos Juan A. Fernández, centro al que se derivan los servicios del Sistema de atención Médico de Emergencia (SAME), subió un 50% [45].
En el caso de nuestra muestra, el 78, 43% de los adolescentes consultados declara consumir alcohol; de ellos, una cuarta parte ha dañado físicamente a alguien. (Ver Cuadro 1)
Cuadro 1.
El tabaquismo se asocia con alrededor de 25 enfermedades, entre ellas varios tipos de cáncer, trastornos cardíacos y vasculares, embarazos interrumpidos, bajo peso al nacer, aumento de la mortalidad infantil, etc. [46]. También se asocia con participación en peleas y en relaciones sexuales no protegidas [47]. Además, el cigarrillo se considera una “droga de iniciación”, lo que significa que su consumo suele preceder al consumo de alcohol o de drogas ilícitas [48, 49]. Un estudio de OMS/CDC [50], en alumnos secundarios de 13 a 15 años de Buenos Aires, estima la prevalencia de fumadores en un 28, 7%. Sin embargo, los datos preliminares de nuestra muestra señalan que el 41% de los encuestados consume tabaco.
Las principales razones por las cuales los adolescentes consumen drogas es por curiosidad o por el deseo de experimentar, por la evasión de la realidad, por trastornos de la personalidad o por pertenecer y estar influidos por un grupo de amigos que consumen [51].
Una investigación realizada por el Conicet para rastrear las adicciones en estudiantes de 16 a 20 años de la provincia de Buenos Aires reveló que la marihuana fue probada por 18, 6 % de los encuestados, de los cuales cerca del 80% lo hizo por primera vez entre los 14 y los 17 años. El análisis de los talleres realizados entre los adolescentes que accedieron a responder nuestra encuesta señala que su uso está tan difundido que ya ni la consideran droga; por este motivo encontramos en el análisis preliminar de los datos un muy bajo porcentaje de respuesta positiva a la pregunta de consumo de drogas; no es que no la consuman, no la consideran droga. (Ver Cuadro 2)
Cuadro 2.
Fernández de la Vega, M. T. [52], vicepresidenta del Gobierno de España, destacó que "ha descendido el consumo de casi todas las drogas entre los jóvenes"; asociado a esto indica que aumentó del número de personas que consideran más difícil acceder a sustancias tóxicas. Por el contrario, en el estudio realizado por el CONICET, el 45% de los encuestados encuentra fácil o muy fácil conseguir marihuana; el índice se ubica en 32, 5% al ser consultados sobre cocaína, 25% al indagar sobre inhalantes, un 20% al hablar de pasta base y en un 15% en relación al éxtasis.
Los efectos del consumo de marihuana en la adolescencia no deben ser subestimados; Ambrosio, E. et al. [53] realizaron un estudio en ratas sobre los cambios cerebrales que los cannabinoides ejercen durante la adolescencia y cómo estas alteraciones pueden facilitar el consumo ulterior de otras drogas, concretamente de cocaína. El comportamiento de las ratas ante las drogas es extrapolable al humano: las sustancias que les crean adicción son las mismas (cannabis, cocaína, éxtasis). Al respecto dice: "Observamos que las ratas tratadas con el agonista del cannabis presentaban modificaciones a nivel neuronal que se manifestaban en el cerebro adulto”.
El consumo de drogas afecta las conductas de autoprotección al limitar la capacidad de control y decisión, lo que produce una disminución o ausencia de uso de preservativo [8, 54, 55, 56, 57, 58], encontrándose frecuentemente asociación entre ambas conductas [59]. En una investigación [56] llevada a cabo en una población adolescente en Brasilia, se encuentra que el 32% de los adolescentes indica que ha consumido alcohol antes de tener relaciones sexuales y un 16% menciona haber tenido relaciones sexuales luego de consumir drogas.
Además del consumo de drogas, otros factores que contribuyen al riesgo de contraer VIH son el cambio frecuente de pareja (aunque se mantenga la fidelidad en cada una de ellas – monogamia serial [32, 60, 61, 62, 63]y el inicio de las relaciones sexuales a edad temprana [56, 61, 64, 65].
En relación al inicio sexual precoz y a las ETS, los adolescentes están expuestos a una cultura donde los medios de comunicación y la sociedad transmiten de muchas maneras mensajes directos e indirectos mostrando las relaciones sexuales precoces como comportamientos comunes y hasta esperados entre ellos. El inicio de vida sexual precoz en adolescentes sin conocimientos los expone a embarazos antes de los 19 años, embarazos que muchas veces son la puerta de entrada al ciclo de la pobreza dada la deserción escolar, el mayor número de hijos y el desempleo que estos generalmente implican, sobre todo para la joven que se embaraza. Peor aún, la inestabilidad de las parejas de jóvenes y la dificultad para negociar el uso de métodos anticonceptivos hace que este grupo de población sea considerado de alto riesgo para contraer enfermedades de transmisión sexual (ETS) [66].
Las ETS en los adolescentes a veces son señales que alertan y facilitan la detección de problemas generales de la salud física y mental, por ende pueden considerarse una “enfermedad centinela”. Una ETS puede encubrir problemas subyacentes como promiscuidad asociada a una depresión clínica, un embarazo no deseado y situaciones sentimentales complejas (celos, rabia, depresión suicida, etc. ). Debe considerarse que los adolescentes jóvenes que presentan ETS pueden haber sido víctimas de incesto o de abuso sexual [67].
El uso del preservativo es poco frecuente entre la población adolescente. Se debe tener en cuenta que en el uso del mismo influyen las creencias de los adolescentes; una de ellas es la concepción de la estabilidad de la pareja [56]. Adicionalmente, se ha encontrado que en la medida que la pareja dura más, se hace menos frecuente el uso de preservativo [68]. Murphy y Boggess [69] consideran que la creencia de que el uso de preservativo disminuye el placer y el amor hacia la pareja contribuyen al uso inconsistente de preservativo.
Una de las ideas respecto del poco uso de preservativos es que los adolescentes podrían tener poco acceso a ellos. Sin embargo, investigaciones demostraron que los adolescentes acceden fácilmente a los preservativos y aún así no los usan. [56, 70]
Algunos autores señalan que uno de los problemas más serios es que aún cuando utilizan preservativos, no los utilizan de modo adecuado [69, 71, 72, 73].
Otros identifican como los principales errores que tienen los adolescentes es el retiro seguro del preservativo después de la relación sexual y las dificultades en la erección para colocárselo [74]; en tanto que otras investigaciones encuentran que el 77, 3% de los adolescentes usan inadecuadamente el preservativo. [75]
En nuestra cultura se ha popularizado el tatuaje y los piercing en los últimos años, especialmente entre jóvenes y adolescentes, aunque, recientemente, es posible ver adultos con tatuajes, como una suerte de retrotraerse a tiempos adolescentes o permanecer en dicha etapa. Un estudio ha encontrado asociación entre el uso de tatuajes y el consumo de tabaco, alcohol y otras drogas, con inicio de relaciones sexuales más precoces y mayor número de parejas sexuales [76].
Todas estas conductas autodestructivas son formas de suicidio crónico y por lo tanto son señales de alarma que los adultos deberían ser capaces de decodificar [77]. Cuando esto no sucede, estamos frente a una situación de franco abandono y en este sentido configuran lo que Rascovsky [36] consideró una de las formas actuales de filicidio.
En diferentes estudios se ha encontrado que la comunicación entre los adolescentes y sus padres sobre temas como sexualidad y la transmisión de VIH, contribuye a la prevención [78]. Sin embargo, se ha encontrado que los adolescentes tienden a comunicarse más con sus amigos que con sus padres en lo referido a esas temáticas [79, 80].
En lo que respecta a la autopercepción que tienen nuestros encuestados en relación a su propio riesgo, más del 70% ve nada o poco probable su posibilidad de contraer el virus aún cuando, recordamos que el 78% consume alcohol frecuentemente, con la posibilidad de pérdida de la claridad en las decisiones que ello conlleva.
Por otra parte, en lo que se refiere a la autopercepción de su propio conocimiento sobre el tema el 62% cree saber, en tanto que el 14% reconoce que no sabe lo suficiente. (Ver Cuadro 3)
Cuadro 3.
Del 62% que dice saber, luego de administrada la encuesta, el 56, 25% reconoce que sabe más o menos o nada. De ello se desprende, por un lado la utilidad del instrumento como disparador de una dinámica que luego permitió la implementación de talleres a solicitud de los propios adolescentes. 31% de la muestra mantiene la creencia acerca de sus conocimientos; de ellos sólo 38% responde correctamente qué significa VIH y SIDA.
Conclusiones
“La educación oficial no te enseña la educación en el amor. . . . , en el respeto del otro, en el respeto de ti” [27]. Es así como, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires reconocía en el año 2003 que: “más allá de su buena intención (prevención incorporada formalmente a la enseñanza primaria, secundaria y terciaria, Ley Nacional de SIDA), la implementación concreta de esa política no siempre resultó acertada” [81]. Algunos investigadores en la región, realizaron un metaanálisis de todos los trabajos de investigación sobre la efectividad de intervenciones de utilización de preservativos, llegando a la conclusión que las mismas aportan pobres resultados no favoreciendo el cambio de actitud y toma de conciencia sobre el tema en los adolescentes [82].
Los trabajos relevados [83, 84, 85, 86] marcan un sesgo biomédico que deja de lado al adolescente desde una visión integrativa en la que se lo considere como unidad biopsicosocial. Otros [87, 88] parten de posturas ideológicas que desconocen las características biopsicosociocognitivas del adolescente. Desde nuestro punto de vista estos errores estratégicos son los que no permiten que las buenas intenciones en términos de planes de prevención logren el objetivo de disminuir la incidencia de transmisión del VIH/SIDA en la población adolescente.
Dejamos planteado que no es suficiente con que en las currículas se contemplen estas temáticas como meros contenidos conceptuales. Los mismos deben transformarse en procesos vivenciales que atraviesen la experiencia autoeducativa y se ubiquen en el centro de la misma. La información no alcanza en tanto no hagamos de ella un saber que se encarne en existencia temporalizada de modo que se organice en un estilo personal de pensar y pensarse que les permita acciones tendientes al cuidado de sí y de los otros [89, 90] indican, en consonancia con lo dicho, que los adolescentes tienen un bajo nivel de diálogo con padres y educadores, que ocasiona una alta desprotección en situaciones de riesgo, debido a que esperan de ellos una respuesta represiva.
Del análisis realizado respecto de los aspectos seleccionados para esta presentación surgen diversas consideraciones, reforzando que el modelo que se sigue implementando se basa casi exclusivamente en los aspectos biomédicos de la infección por VIH, priorizando los factores cognitivos y racionales que llevan a la mera incorporación de información, dejando de lado la formación en la esfera ontoaxiológica.
“ . . . . . el hombre ha privilegiado en estos años su ser pensante, desvalorizando otros aspectos de sí mismo que son ineludibles para constituirse en humano, venerando ideologías y suponiendo que sólo con la razón y la técnica se puede controlar todo. Informar y conocer sobre el SIDA no basta, aunque estos son postulados básicos de cualquier acción preventiva, sobre todo si nos referimos a prevención primaria. Ésta se vale de la educación, pero no hay educación en tanto y en cuanto no hagamos de ella un saber, . . . . . . . . . en tanto no nos pertenezca, . . . . . . . . . en tanto no sea autoeducación [91].
La razón no es suficiente si no consideramos el para qué, el sentido de nuestra existencia, el valor de elegir y no consideremos que el cuerpo no es eterno. No alcanza con percibir o pensar, debemos mirar, mirarnos y mirar al otro. La mirada como constitutiva de lo psíquico nos da sentido, posibilita un hombre con imaginación, con desarrollos valorativos. El mundo requiere de un hombre que mire y se mire”. [3, 17, 34, 92].
Referencias bibliográficas
1 . Programa Nacional de Lucha contra RH, SIDA y ETS. Boletín sobre VIH/SIDA en Argentina. Dic, 2005
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