Los trastornos alimentarios pueden representar un grupo de trastornos cuyo origen lejano tiene relación con la activación de programas genéticos especificos que aunque disadaptativos pueden epresentar una presión selectiva sexual en la mujer.
Determinados programas relacionados con la rivalidad sexual, el mantenimiento de la amenorrea como mecanismo de infertilidad o la persistencia de aversiones alimentarias, podrían explicar la dificultad de extinción de estos síntomas en la población afectada y ofrecer un modelo predictivo sobre el comportamiento alimentario en las sociedades opulentas.
Los trastornos alimentarios: una forma de presión selectiva ligada al sexo.
Francisco Traver Torras.
Director del Area de Salud Mental. hospital Provincial. Castellón de la Plana.
E-mail: pacotraver@ono. com
[20/2/2004]
Resumen
Los trastornos alimentarios pueden representar un grupo de trastornos cuyo origen lejano tiene relación con la activación de programas genéticos especificos que aunque disadaptativos pueden epresentar una presión selectiva sexual en la mujer. Determinados programas relacionados con la rivalidad sexual, el mantenimiento de la amenorrea como mecanismo de infertilidad o la persistencia de aversiones alimentarias, podrían explicar la dificultad de extinción de estos síntomas en la población afectada y ofrecer un modelo predictivo sobre el comportamiento alimentario en las sociedades opulentas.
Abstract
The food disorders can represent a group which distant origin has relation with genetic programs specific of type adaptative for the woman. Certain programs related to the sexual rivalry, the maintenance of the amenorrea like mechanism of unfertility or the persistence of food distastes, might explain the difficulty of extinction of these symptoms in the affected population and to offer a model predictive on the food behavior in the opulent societies.
Antecedentes
La opulencia alimentaria es un fenómeno que no por ser tan reciente y ubicuo en las sociedades occidentales, nos debe hacer perder de vista que hasta hace recientemente poco tiempo las hambrunas consumían grandes partes de la población en nuestra hoy opulenta Europa. Es posible afirmar que el ser humano se ha enfrentado desde su origen como especie a las terribles consecuencias de la falta de alimento tanto por las condiciones climáticas adversas, como por la dificultad en acceder a los alimentos de un modo programado y previsible.
Aun hoy, el hambre es un azote para media humanidad y las enfermedades consuntivas que se derivan de ella la principal causa de muerte infantil tanto en Africa como en Sudamérica sin que hayamos sido capaces de articular estrategias globales para erradicar ese mal.
En un orden de cosas más novelesco es posible imaginarse al Homo Sapiens como un forrajeador constante en busca de frutas, vegetales, raíces, pequeños reptiles y huevos que debía andar varios kilómetros diarios para procurarse el alimento necesario para un solo día, para volver después a su base de operaciones. Eso suponiendo que nos lo imaginemos instalado en un campamento o abrigo permanente, cuestión que hoy se pone en cuestión debido precisamente a esa necesidad nomádica que probablemente le hacia alejarse cada vez más dejando atrás paisajes esquilmados por él mismo: una actitud que el hombre sólo pudo abandonar haciéndose sedentario bien entrada la historia reciente y con ella la emergencia de la agricultura.
Las cacerías y la dieta carnívora fueron probablemente una excepción. Con o sin herramientas es difícil imaginarse un Sapiens cazador con la única arma de sus brazos, su resistencia para la carrera o sus trampas artesanales, con todo es posible imaginarse que puntualmente alguna bestia enferma o herida cayera en sus manos y con ella las proteínas necesarias para darse un festín o - en clave más actual - un atracón.
Más probablemente, los humanos se iniciaron como especie carroñera (Isaac, 1978) y probablemente caníbal de donde se procuraban las primeras proteinas que alternaban con sus constantes forrajeos, aunque ambas estrategias no resultaran evolutivamente estables y terminaran por extinguirse a favor de una dieta omnívora pero predominantemente vegetariana que compartieron tanto machos como hembras, aunque en este sentido no hace falta utilizar el verbo compartir en tanto que ese forrajeo necesario para la alimentación pudo ser individual y autónomo con la única excepción de la hembra y sus crías destetadas.
Las actividades a las que más tiempo debieron dedicar nuestros ancestros del paleolítico debieron ser la continua búsqueda para el consumo diarios de alimentos: una búsqueda que debió ir evolucionando desde ese forrajeo individual hacia otras formas de compartir alimentos cuando las estrategias de caza lograron ser más eficaces sobre todo con la invención de las primitivas armas de sílex.
Compartir debió representar algo así como especializarse en algo que representó un cambio en la organización social de la horda: si unos se dedicaban a la caza, otros debieron dedicarse a la magia para invocar a la buena suerte, otras debieron seguir dedicándose al forraje y otras al cuidado de las crías. Este reparto de tareas ha sido señalado por Fischer (Fischer 1984) como el resultado de la ganancia de intimidad entre la pareja humana y probablemente lo fue.
Alimentarse, como beber o aparearse no necesitan explicación, simplemente suceden, se trata de la emergencia de un instinto, lo que cambia en los humanos es la organización social que modela este instinto, pero no el instinto en sí. Aunque para ser exactos los instintos necesitan alguna explicación dado que estamos acostumbrados a pensarlos como un fin en sí mismos, de un modo finalista: el instinto de alimentarse puede considerarse una pulsión autónoma, como sucede con los llamados "cuatro grandes" (huir, aparearse, agresión, comer) y toda pulsión precisa de un impulso. No hay pulsión sin impulso (Lorenz 1971) y en este caso, en el caso de la alimentación el impulso es el hambre. Sin embargo el hambre no es la causa de la alimentación sino que es el propósito de alimentarse, si comemos es porqué existe la pulsión del hambre, pero no a causa del hambre.
En la alimentación participan otras pulsiones que nada tienen que ver con el hambre, como por ejemplo la agresión, el rango, la sexualidad y el gregarismo (otra de las pulsiones menores del instinto). En este sentido el carácter actual con el que se contemplan los instintos tiene en cuenta la necesaria disociación entre propósito y causalidad: el propósito del hambre es satisfacerse pero la causa de la alimentación no es el hambre sino una malla intencional que entronca con otras fuentes del ánimo, al menos con cuatro de ellas, la sexualidad, la agresión, el gregarismo y el altruismo ligado al maternaje.
Comer para los humanos no consiste solamente en el forrajeo individual, comer significa compartir, algo esencialmente humano emparentado con los instintos gregarios que viene a substituir a los rituales alimentarios de los animales, y que - no obstante- siguen manteniendo algunos vestigios derivados del comensalismo.
Comer para los humanos significa algo más que alimentarse tal y como se deduce de la propia etimología de la palabra comer (cum cudere) "estar o compartir algo con alguien". Basta con comer sólo para saber a que me estoy refiriendo: la mayor parte de las personas que comen a solas, comen de pie, rápidamente, comida fría o escasamente elaborada, picotean o apacientan, pero no comen en el sentido ampliado de la palabra. Comer significa sobre todo hablar mientras se come, comentar, educar o instruir, un placer que precisa ser compartido, comunicado y legitimado por alguien que es el que en definitiva opera la necesaria abreacción del resto instintivo que se vincula con el acto de la alimentación.
El comensalismo (Bilz 1971) es una conducta ampliamente representada en la naturaleza que viene a representar algo así como un turno en el acceso a la comida o por decirlo en palabras de Lorenz "un orden de picada", que viene a representar a la propia jerarquía o rango entre los animales. Lo usual es que los machos dominantes se alimenten primero y después las hembras y los cachorros.
Un rasgo que es aun observable entre la forma en que se alimentan los grandes depredadores y donde el único altruismo que es posible reconocer es el ubicuo altruismo alimentario de la hembra con su cría. El comensalismo representa pues la alimentación social.
No todos lo animales se alimentan siguiendo estas reglas sociales de los leones, otros optan por otra conducta muy curiosa que se denomina "vagabond feeding" (alimentación vagabunda). Consiste en comer deprisa y a solas, esconder o enterrar comida, robar comida y sobre todo hacerlo mientras se está de pie o de un modo furtivo. El "vagabond feeding" representa un modo individualista y "esquizoide" de alimentarse en cualquier caso una alimentación codiciosa y desocializada.
En ambos casos, tanto el comensalismo como el "vagabond feeding" están presididos por unas reglas de rango y territoriales no escritas que penalizan ampliamente sobre todo a los intrusos como sucede con la agresión en general, hecho del que se desprende una de las grandes reglas de la etología: "el que lucha en su territorio lleva siempre las de ganar", un aspecto modificado del cual sería "que aquel que conserva su territorio o su rango tiene más posibilidades de sobrevivir y de llevarse el mejor bocado"
En general la alimentación está presidida por grandes reglas que tienen que ver con el territorio, el rango y la agresión extraespecífica.
¿En qué condiciones puede afectarse este instinto natural de alimentación?
Los etólogos hablan - en los animales - de situaciones que representen perdidas de territorio, disminuciones en el rango social o la amenaza de intrusos en el territorio
Vieira (1979) ofrece la observación de que los animales salvajes recién enjaulados rechazan el alimento en condiciones de hacinamiento o de estrechez. Hediger (1953) interpretó que si el animal no disponía de un refugio para poder tener cierta intimidad a relativa distancia de las rejas deja de alimentarse ofreciendo un modelo animal de inanición.
En casi todos los animales salvajes hay que preservar, en condiciones de cautividad, un equilibrio entre la distancia de huida y la distancia de ataque, un equilibrio que se halla en oscilación critica y que se relaciona con la alimentación y con la agresión. Asimismo señala Demaret (1983) que en aquellas especies con una jerarquía muy acusada y que se expresa con una distancia de seguridad interindividual, la proximidad de un animal dominante inhibe el comportamiento alimentario del dominado que en todo caso se servirá el primero (Bilz 1971)
Estas explicaciones me sirven ahora para ilustrar el misterio clínico de la anorexia humana , una enfermedad multicausada y que según Plogg (1964) pudiera tener alguna relación con la intromisión de la madre en el territorio de la adolescente, bien sea a causa de su conducta solicita o bien a causa de la propias directrices educacionales: la madre puede invadir el territorio lábil del psiquismo prepuber que quizá termine por fomentar la aparición de la anorexia. Sin embargo las cosas no son así de sencillas en los humanos.
¿Cómo explicar el miedo a engordar?, un temor difícil de explicar desde la teoría evolutiva pero un síntoma común que atraviesa de parte a parte a nuestros conciudadanos y sobre todo a esas mujeres que conocemos con el nombre de anoréxicas.
Como es sabido la anoréxica no es simplemente una mujer que ha perdido el apetito, es sobre todo una mujer que rechaza el peso que le correspondería por su talla y edad. Este rechazo no siempre esconde una distorsión del esquema corporal o una total falta de sentido común respecto a la perdida de salud. Naturalmente tampoco es una forma sutil de suicidio. Pero entonces qué es la anorexia? ¿Qué puede aportar la psicopatología evolutiva?
Para explicar mejor mi opinión sobre este aspecto listaré a continuación algunas verdades irrefutables sobre la anorexia e intentaré más tarde construir su matriz de significados.
1. - La anorexia afecta sobre todo a jóvenes postpuberales
2. - La anorexia es un estado de inanición electivo
3. - La anorexia se solapa con infertilidad
4. - La anoréxica da mucha importancia a la imagen, a la belleza y a los rendimientos.
5. - La anorexia es una condición de autosacrificio.
6. - La anoréxica conserva su capacidad de cuidar de otros.
7. - Existe un horror fóbico a ganar peso.
Estas siete verdades generales nos dan algunas pistas sobre posibles procedencias genéticas y también sobre el origen ambiental de la dolencia que dividen la causalidad en dos grandes bloques de causas: las remotas o arcaicas y las próximas, aquellas que operan en los cerebros individuales "aquí y ahora". En este articulo nos vamos a ocupar de las causas lejanas, aquellas que pertenecen al discurso evolutivo.
Si este tipo de causas tuvieran alguna influencia en la patología que presentan las adolescentes de hoy deberá ser porque los genes implicados en esa patología tendrían que ver con la inanición, el miedo, la rivalidad sexual y el altruismo alimentario, además podemos - siguiendo nuestra labor detectivesca - asegurar que es una enfermedad de mujeres (predominantemente) y también podemos involucrar a los memes (Dawkins 2000) relacionados con la belleza física, el miedo sanitario a la obesidad y la mitología del rendimiento y del éxito.
La inanición
No cabe ninguna duda de que las hambrunas o bien los largos periodos de ayuno combinados con cortas experiencias de abundancia han sido la lacra más importante, junto con los ataques de las fieras que la raza humana ha tenido que soportar en su viaje evolutivo.
La búsqueda, almacenamiento, distribución, recolección y discriminación entre lo comestible de lo venenoso han sido seguramente una de las tareas que más tiempo han ocupado entre los hombres primitivos hasta la invención de la agricultura. La caza, pesca y la recolección de vegetales, frutos y raíces han sido desde que el hombre abandonó la carroña la base de su sustento alimentario y es posible suponer que la distribución de alimentos no se realizó de una manera equitativa en los clanes originales y primitivos sino regulada por las mismas reglas que aun hoy gobiernan los intercambios entre humanos: la rapiña egoísta y el altruismo heroico.
Algunos antropólogos como Fischer añaden además que la mujer accedió a la alimentación carnívora más tarde que el hombre y especula en torno a la teoría de que la carne fue una forma de intercambio sexual que precipitó la mutación hacia la "continua disponibilidad" de la hembra humana desde un ciclo anual, hasta la conocida regla lunar de una duración de 28 días, dicho de otra forma: el abandono del estro y con él del celo pudo deberse a causas de presión evolutiva relacionadas con la alimentación. Este ciclo frecuente indujo notables cambios en las organizaciones humanas fuera o no al precio de la carne: modificó las relaciones entre los sexos en el sentido de que favoreció el contacto regular y afectivo entre macho y hembra y probablemente fortaleció los vínculos familiares y sociales. Lo que me interesa señalar en este momento es que con independencia de la teoría de Fischer en cuanto a que la carne tuviera algo que ver en este intercambio, es innegable que la mujer tiene una mayor resistencia a la inanición (Lasègue 1870) lo que induce a especular legítimamente en una resistencia lograda a través de millones de años de adiestramiento en la recolección al verse privada de los bienes alimentarios más nutritivos: las proteínas animales.
De manera que si existiese un gen llamado "resistencia a la inanición" este gen se encontraría ampliamente representado en el género femenino. En realidad se hallaría relacionado con el metabolismo y fisiología de la serotonina, dado que la ingestión proteica está mediada por este neurotransmisor.
Aunque la anorexia (como casi todas las enfermedades mentales) no puede explicarse con el concurso de un solo gen, es evidente que al menos uno de entre ellos debería estar relacionado con alguna avería en la maquinaria que regula la síntesis de las hormonas relacionadas con "el aprovechamiento calórico" y la reducción de las necesidades energéticas hasta niveles de supervivencia mientras la homeostasis se mantiene, a su vez, estable, después de reducir al máximo el gasto que en la mayor parte de las hembras se reduce básicamente a sus reglas que por si mismas representan una perdida importante de sus reservas de hierro.
Naturalmente la inanición parece que por si misma no representa una estrategia evolutivamente estable dado que puede conducir a la muerte individual. Si la consideramos como una estrategia diseñada para obtener beneficios de la subfertilidad sin embargo, podemos empezar a vislumbrar cierto provecho para las hembras que la adoptaran.
Efectivamente, y siempre que esta estrategia se adoptara "durante un cierto tiempo", las ventajas competitivas de estas hembras podrían haberse visto beneficiadas en sus códigos reproductivos. Me estoy refiriendo a la subfertilidad inducida por una alimentación pobre pero no ausente y me estoy refiriendo a una subfertilidad relativa que alargara la aparición de la primera menstruación y propiciara - no obstante- los intercambios sexuales sin riesgo de embarazo, sería licito hablar en estos casos de una supresión de la fertilidad inducida por la inanición ( Voland & Voland 1989) Estas hembras podrían haberse visto durante más tiempo libres de sus tareas de maternaje y podrían haberse desplazado más y mejor sin el peso y las cargas suplementarias derivadas de la crianza, sin dejar de mantener relaciones sexuales. Podrían haber mantenido más relaciones sexuales con más parejas sin pagar el costo adicional del embarazo y haber obtenido una mayor cantidad de intercambios (afectivos y materiales) a partir de su "disponibilidad estéril" que las otras hembras embarazadas o esquivas.
Con ello no quiero decir que la anorexia fuera inventada en el paleolitico. No hacia falta, del mismo modo, la bulimia es seguro que no existía en el pleistoceno y sin embargo es muy posible que nuestros antepasados recurrieran al atracón y a la siesta en cuanto tuvieran ocasión. Del mismo modo es imposible pensar que el Sapiens tuviera algún tipo de presión por la puntualidad o sobre la conducta ociosa que aún no se habían socializado y sometido a normas y reglamentación social.
La anorexia de la mujer actual es una forma de inanición electiva que no por ser electiva pierde su condición de inanición: una condición similar clínicamente a la inanición que vemos por otras causas. En realidad el cuadro somático y psicológico de la anorexia nos era ya conocido, porque coincide con los cuadros que se conocen de situaciones catastróficas como los individuos sometidos a confinamiento en campos de concentración o cárceles o las derivadas de enfermedades consuntivas como la tuberculosis. Lo que cambia a través de la historia es la patoplastia de la enfermedad pero no la enfermedad en si, las causas medievales para la inanición eran probablemente de carácter espiritual o de un mimetismo de la espiritualidad, las causas decimonónicas pudieron ser sexuales como las causas de hoy son esencialmente estéticas: la búsqueda de atractivo físico.
En el paleolitico no pudo haber anorexia porque la inanición era una forma de presión selectiva, no una forma electiva de alimentación como aun sucede en los países subdesarrollados, lo cual no presupone que una vez terminado el periodo de hambruna ya no puedan darse casos de inanición. Si la resistencia a la inanición es un programa genético ha tenido que sobrevivir porque ha encontrado razones poderosas para convertirse desde un potencial trozo de basura genética a una estrategia evolutivamente estable aunque hoy ya no resulte adaptativa en un sociedad opulenta, como sucede con los celos después de los anovulatorios o el estupor por la inexistencia de depredadores. La razón más poderosa que encuentro para que este programa haya persistido es su relación con la subfertilidad que en otro tiempo pudo constituir una conducta adaptativa a las condiciones de vida derivadas de la impredictibilidad de la alimentación.
Otra teoría que explicaría y tendría como consecuencia la subfertilidad, es la que se conoce con el nombre de “teoria del crecimiento ralentizado”, (Montagu 1989, Gould 1977, Shea 1989, Mc Kinney y Mc Namara 1990). Según este punto de vista la selección natural pudo beneficiar aquellos genes que contribuyeran a desarrollar machos o hembras con un crecimiento lento, que se asocia con bajos niveles de hormonas sexuales, tanto de testosterona como de estrógenos. Estas bajas tasas de hormonas sexuales correlacionan con el crecimiento craneal y cerebral, por lo que se especula en torno a la idea de que en un momento determinado de la evolución, las hembras pudieron escoger a los machos no entre aquellos más agresivos o “viriles” sino entre aquellos que desarrollaron habilidades como cantar o bailar y que eran los machos con niveles mas bajos de testosterona. Si esta teoría fuera cierta, la selección no sólo derivó su estrategia de diversificación de genes entre los más adaptados para la caza sino también pudo hacerlo entre aquellos machos más inteligentes que disponían de estrategias de cortejo más sofisticadas y que a la vez eran capaces de inventar nuevos símbolos, gruñidos o gestos señalizadores.
Probablemente este tipo de machos mostraban mejores aptitudes de padres que los cazadores y pudieron desparramar sus genes simultáneamente con aquellos menos dotados para el paternaje o la cooperación con las hembras. Naturalmente esta teoría presupone que las hembras elegían a sus parejas lo que entra en contradicción con el modelo de promiscuidad sexual que durante millones de años fue seguramente la norma. . Abbott (Abbott 1989) ha descrito supresiones fisiológicas del desarrollo sexual en ratas y monos sometidos a ciertas modificaciones de su entorno habitual o estresores específicos.
Procediera de una u otra estrategia la subfertilidad tiene como consecuencia la esterilidad (Survey 1986), similar al de la mujer lactante, aunque sin las servidumbres del nursing, similar al de la mujer embarazada pero sin las servidumbres del peso y por último una subfertilidad similar al de la mujer menopáusica (suponiendo que hubiera menopáusicas en el paleolitico) sin la sobrecarga de la edad.
Algunos autores como Dawkins suponen que la menopausia es también un programa arcaico derivado del nursing. Si no hubiera menopausia la mujer podría seguir teniendo hijos abandonando a su suerte a los nietos. Una mujer debe de hacer balance entre el cuidado que dispensará a sus hijos (el 50% de sus genes) del cuidado que dispensará a sus nietos (el 25 % de sus genes) como mucho antes hubo de hacer entre sus tareas de reproducción y teaching, adoptando una estrategia idónea para adaptar el tamaño de sus camadas o nidadas a su disponibilidad de crianza.
Aun hoy las mujeres gráciles, pequeñas o de aspecto débil (pseudonúbiles) cuentan con un atractivo suplementario al de su juventud o belleza. Es muy probable que la evolución haya maximizado la expresión genética de la inanición (en realidad de la resistencia a la misma) a partir de las ventajas suplementarias que durante millones de años estas mujeres acumularon como patrimonio genético. Un patrimonio genético que desparramaron a toda la humanidad como una potencialidad para resistir futuras hambrunas o como sucede hoy para resultar secundariamente atractivas y reversiblemente estériles.
El papel de las aversiones alimentarias en nuestra especie
Las ratas y nosotros mismos somos las únicas especies que hemos sido capaces de desarrollar aversiones, intolerancias y preferencias alimentarias, que se manifiestan en reacciones somáticas de desagrado y que inducen conductas evitativas respecto a determinados alimentos. A veces incluso representan verdaderas intolerancias alimentarias o alergias. Prácticamente todos los alimentos contienen toxinas y no me refiero tan sólo a las que proceden de su elaboración industrial, me refiero a las toxinas que contienen en su estado natural. Nombraré entre otras a las nueces, almendras, bananas, frutas diversas, patatas, coliflores, sin ánimo de ser exhaustivo. La intolerancia a lácteos, carnes, la repugnancia a las vísceras, vegetales, café, alcohol, marisco o pescado son tan comunes en nuestra especie que ni siquiera pensamos en su alta prevalencia por no asociarlas a ningún trastorno mental.
Sin embargo desde el punto de vista evolutivo estas aversiones están relacionadas con la persistencia de programas de discriminación entre los venenos y los alimentos comestibles. Tanto las plantas como sus depredadores han evolucionado simultáneamente y podemos suponer que nos hemos construido defensas contra todos estos venenos, y aun que tanto los animales como nosotros recurramos a ellos para inducir algún tipo de respuesta fisiológica.
Las mujeres embarazadas durante su primer trimestre son una buena prueba de que mantenemos activados nuestros programas de discriminación de venenos y nuestros mecanismos de deshacernos de ellos (rinorrea, vomito, nausea, diarrea, menstruación). El porcentaje de mujeres que presentan estas reacciones de disgusto o de repugnancia durante el primer trimestre y aún de vómitos incoercibles en el embarazo es del 75% (Brandes 1967) aunque este porcentaje se encuentra descendiendo en todo el mundo occidental (Profet 1992) y se ha explicado por la tendencia natural a deshacerse de toxinas teratogénicas a las que en este periodo la madre sería más sensible, tanto para identificarlas como para rechazarlas. En apoyo de esta teoría de Profet la hiperemesis del primer trimestre correlaciona con una baja tasa de abortos espontáneos en comparación con aquellas mujeres que no la sufren, por la misma razón la hiperemesis disminuye en su frecuencia después de la 14ª semana, es decir después del periodo crítico de la formación de órganos en el feto.
El disgusto o la repugnancia por los alimentos –incluso para aquellos verdaderamente tóxicos- no se transmite de una forma innata sino que forma parte de los aprendizajes en este sentido. Esta opinión, sin embargo contrasta con la adquisición de la habilidad de las ratas para discriminar venenos de forma innata. Es posible que esta paradoja pueda explicarse señalando que las ratas presentan una neofobia, es decir una fobia a alimentarse con alimentos desconocidos y que esta precaución en discriminar lo venenoso y lo comestible persista en nuestro acervo genético, como una forma de asegurase o de prever intoxicaciones o envenenamientos, algo que podría estar relacionado con los trastornos alimentarios, donde efectivamente se observan aversiones diversas, intolerancias, estereotipias y neofobias que no pueden explicarse tan sólo a partir de la evitación de los alimentos altos en poder calórico.
El miedo
El miedo es una emoción innata que precisa codificarse -colgarse- de algo (un símbolo o una imagen) que represente al temor que debe evitarse con el fin de no sufrir daños. Esa es la definición evolutiva del miedo, una definición previa al proceso de simbolización y desparramiento posterior a los aspectos cognitivos del mismo. Existe el miedo a algo, aunque ese algo a veces pueda ser inefable (no pueda ser dicho) y se nombre con ideas vagas como miedo a lo desconocido, o con etiquetas más vagas aun como ansiedad generalizada, ataque de pánico, etc.
Lo que es seguro es que el miedo es un programa genético muy estable para la supervivencia del ser humano porque le permite evitar los riesgos y los peligros del medio ambiente que en un momento original debió poseer una larga nómina de amenazas, comenzando por los ataques de las fieras, las catástrofes o fenómenos naturales, . las incursiones de intrusos belicosos o la rapiña de los congéneres. El miedo propicia la huida como el hambre propicia la alimentación, se trata de los impulsos que “arrancan” programas genéticos preformados y cuyas causas van más allá del miedo o del hambre. Por ejemplo la huida es la conducta que más usualmente se relaciona con el miedo, pero también la lucha es una conducta relacionada con el mismo y como no, las conductas de llamada, de búsqueda de ayuda y demandantes de compañía.
Algunas fobias (miedos irracionales acompañados de conductas evitativas) poseen una comprensibilidad evolutiva diáfana. Se trata de miedos evolutivamente estables como nombré más atrás: las fobias a las arañas, a las serpientes (Marks 1971), a las alturas o a los espacios abiertos pueden representar restos de programas heredados o "prepared learning", aprendizajes fáciles (Seligman, 1972).
La cosa se complica cuando hemos de interpretar algunos miedos del hombre moderno en clave evolutiva, como por ejemplo sucede con el "miedo a engordar", el síntoma nuclear de la anorexia (Rusell 1970). Es evidente que esta fobia no puede representar un temor atávico. La evolución no hubiera perdido ni un segundo en tratar de hacer sobrevivir un programa así diseñado. ¿Se trata de una contradicción de la teoría evolutiva? ¿O más bien podemos hablar de un temor sin representación genética, puramente cognitivo?
Evidentemente el temor a engordar es un meme (un replicante cultural) y hay que recordar ahora que los programas genéticos están indeterminados, algo así como una idea viral transmitida por los mercaderes de los significados. Existe una poderosa industria mediática destinada a difundir "las verdades creenciales" que debe compartir la población que acaba por parasitar las mentes y los deseos de amplias capas de nuestros conciudadanos: aquellos más vulnerables a sus influencias.
La "delgadez vende" por muchas razones y no voy a extenderme en explorarlas todas de una en una. Se trata en cualquier caso de una idea impuesta y arbitraria que no correlaciona más que de una manera periférica con nuestro patrimonio genético. Ya he nombrado en el epígrafe anterior la resistencia a la inanición como un programa probablemente destinado y mantenido por la evolución para mantener un estado de subfertilidad benéfico aunque no exento de riesgos para las que lo adoptaran. Existen además memes sanitarios que glorifican "la buena alimentación" y demonios de todo tipo que satanizan la obesidad.
La fobia a ganar peso está de alguna manera determinada socialmente, pero ese "virus" estaría condenado a morir por inanición si no encontrara en nuestros genes y programas genéticos una correspondencia que le permitiera establecerse en él.
Mi hipótesis es que los programas destinados a evitar las situaciones de temor han evolucionado de manera paralela a las amenazas del entorno, aunque contienen algunos errores de bulto. Antiguos programas destinados a evitar encuentros con seres venenosos o peligrosos han sido desplazados por nuevos temores relacionados con la complejidad de las relaciones interpersonales y por la inmensa capacidad de los humanos para inventar nuevos símbolos y nuevos temores. Hoy el enemigo parece ser nuestro prójimo, el lugar de trabajo el "agora" donde se dilucidan las persecuciones entre depredadores y presas y la familia el entorno donde discurren los principales infortunios del ser humano moderno.
Pero aquellos engramas arcaicos persisten y pueden ser "parasitados" por ideas y emociones nuevas. El temor a ser excluido en la comunidad de iguales puede estar representando en las sociedades opulentas el mismo programa que alimentaba el temor y la conducta evitativa frente a las tormentas.
En este sentido podría entenderse como que aquellos trozos de basura genética: programas obsoletos que ya no sirven para nada debido a que aquellas amenazas se han difuminado, continúan en expansión aprovechando determinados memes que vienen a parasitar aquellos engranajes.
Así, un programa como este, relacionado con las tormentas:
(Si) llueve y truena (Entonces) ponerse a cubierto en la guarida Podría haber sido sustituido por este otro: (Si) eres gorda, serás excluida (Entonces) mejor quedarse en la guarida (o) ponerse a régimen
Como podrá observarse la única diferencia entre ambos programas es la sustitución de una línea por otra, la manera en que los genes y los programas "aprenden" en su continua colisión entre fenotipo y genotipo, entre ambiente y naturaleza.
Rivalidad
Para una mujer joven ser aceptada y ser atractiva es más que un deseo comprensible, es vital, una cuestión de supervivencia cuyos aprendizajes cada vez más precoces y relacionados con el galanteo y el apareamiento tienen un singular parentesco con los desordenes alimentarios. Algunos autores como Abed han llegado a proponer la hipótesis de que la competencia sexual entre mujeres es la causa de los trastornos alimentarios.
Clásicamente se ha señalado, sobre todo por los psicoanalistas que la anorexia representaba un rechazo inconsciente a la femineidad o a la adquisición completa de un cuerpo femenino. Sin entrar a contradecir esta afirmación (que pudo ser cierta en las anoréxicas del siglo pasado y comienzos del XX), podemos afirmar que las anoréxicas de hoy no se caracterizan por un rechazo a la femineidad sino por una adaptación rígida a modelos hiperfemeninos (Gordon 1994). La razón por la que ha aumentado la competencia entre las hembras humanas tiene que ver con dos factores principales: la mayor disponibilidad sexual de las hembras, y la llegada cada vez más precoz de hembras al "mercado sexual".
Crisp ha señalado acertadamente a partir de sus estudios transculturales, de anoréxicas de niñas que procedían de culturas islámicas o africanas y educadas en el Reino Unido que la mayor tolerancia sexual de estos países en relación con sus culturas de origen podía suponer una presión selectiva sobre ellas que se verían así entre dos fuegos: una presión cultural por mantener relaciones sexuales de una forma libre y precoz y otra presión procedente de su cultura que muchas veces se halla en contradicción con aquella. En mi opinión esta presión es común tanto a las niñas que proceden de países africanos o asiáticas como en las autóctonas dado que viene a dislocar un elemento que durante muchos años ha operado como un inhibidor sexual que ha mantenido a las muchachas púberes apartadas de los influjos sexuales directos, me refiero al constructo psicoanalítico conocido como "fase de latencia", un periodo de inactividad sexual que tiene como propósito apartar a las niñas de la tarea reproductiva mientras están aprendiendo cosas útiles para su supervivencia posterior y que es más dilatado en tanto es mayor la complejidad de la sociedad en que viven. La contradicción está en que en nuestra sociedad, la de mayor complejidad que pueda pensarse ha aflojado sus controles inhibitorios llevando a nuestros adolescentes a una presión desmedida en cuanto a mantener sus primeras relaciones sexuales, que han pasado en poco tiempo desde una conducta de escarceo y ensayo hasta las relaciones completas, sin las que muchas de estas adolescentes quedan fuera de ese "mercadeo sexual", estigmatizando su socialización.
A diferencia del resto de especies, el ornato, adornos, colorido, plumas y actos demostrativos que son características de los machos, son en la especie humana patrimonio de las mujeres. Esta diferencia es muy importante para comprender como en nuestra especie se han distribuido los papeles de la rivalidad y la competencia sexuales.
Existe una correlación entre el adorno, colorido, cantos o colas llamativas y la dificultad con que los machos acceden a las hembras. Para hacer el argumento más sencillo podemos concluir que a más competencia entre los machos por las hembras más demostraciones visuales o acústicas se pondrán en juego como mecanismo de galanteo. En este sentido, es cierto que las hembras son, en la mayoría de las especies, un bien comunitario a proteger y que los machos competirán y aun: derivarán su agresión hacia ellos mismos para ganarse su derecho a reproducirse. Un derecho que sólo ganarán algunos, aunque los estilos reproductivos como la monogamia, poligamia y promiscuidad se hallen representados en toda la escala animal, es decir se trata en todos los casos de estrategias evolutivamente estables en el sentido de Trivers. .
Lo que es un enigma es la razón por la que en la especie humana esta distribución de papeles se ha establecido al revés de todas las criaturas conocidas, al menos entre los mamíferos, siendo como es la proporción entre machos y hembras estable y en torno al 50%, ¿Cómo puede explicarse esta inversión en los roles demostrativos? ¿Es el macho un bien comunitario a proteger en nuestra especie? Entre las especies donde la hembra elige al macho lo usual es que sean los machos los que hacen ostentación, mientras en aquellas especies donde elige el macho, la ostentación viene incluida en la competencia agonística entre los machos. Este paradigma de la etología, nos lleva a preguntarnos ¿quién elige a quién, en nuestra especie? Una de las características del cortejo en los humanos es el hecho (que no compartimos con el resto de la especies) de la disociación que hacemos tanto los hombres como las mujeres en nuestros motivos de elección de pareja. Así podemos elegir según decidamos llevar a cabo una estrategia a corto o a largo plazo. Mi impresión es que en las relaciones a corto plazo, es la hembra quien elige, por la razón fundamental de que existen menos hembras que machos interesadas en este tipo de relaciones, mientras que en las relaciones a largo plazo son los machos los que eligen. Esta disociación explicaría la presencia de ornato, plumas, adornos, maquillajes y ropas sugerentes en la mujer y la conquista de rango social por parte del hombre, que les aseguraría a ambos el éxito en el corto plazo.
Lo que es seguro es que la rivalidad femenina es un programa genético derivado de la competencia agonística y si ha sobrevivido a la deriva filogenética es porque ha producido grandes beneficios a las hembras que lo adoptaron. La evolución no hace gastos superfluos y debemos concluir que este programa genético está bien instalado en el cerebro sexual de la hembra humana. En mi opinión la razón de esta contradicción de modelos en la conducta demostrativa se halla emparentada con la elección de la monogamia como modelo hegemónico de preferencia en la selección de parejas por parte de las mujeres.
Todo parece indicar que la monogamia evolucionó desde una sexualidad de ordalía y promiscuidad y que representó un hito en las relaciones de pareja y comunitarias. Abrió horizontes de cooperación y de ahorro a largo plazo entre los individuos, favoreció la crianza de los hijos y permitió acumular bienes económicos que terminaron por defender los intereses a largo plazo de hombres y mujeres, jóvenes y viejos, asegurando un mejor reparto de las tareas y de las cargas.
La hembra mamífera atada de pies y manos a su función reproductiva vivípara, parte con una penalización original con respecto a los machos de su misma especie. No sólo lleva la peor parte en la distribución de tareas reproductivas sino que sus partos, lactancias y crianzas de su prole la mantiene ocupada de por vida sin contar con las amenazas sanitarias que soportan debido precisamente a su "función materna" y a la estrechez de su canal pélvico derivada de la bipedestación. Entre el macho y la hembra mamífera existe una asimetría programada por la especie, una asimetría biológica.
No sucede así en todas las especies por igual pero es una constante en la mayoría, sobre todo - como he dicho antes en los vivíparos -. La distribución de tareas de reproducción y de cuidado de la prole tienen una amplia gama de recursos en la naturaleza, que recorren desde la monogamia, hasta los harenes o la simple promiscuidad. Sin embargo la estrategia evolutivamente más estable para asegurarse la colaboración del macho en las tareas del cuidado y alimentación de la prole, es sin duda la monogamia. De hecho los trastornos alimentarios no sólo no existen en los países con escasos recursos alimentarios sino que son prácticamente desconocidos en aquellas sociedades que regulan el matrimonio a través de la poligamia (Khandelwal, 1991), lo que puede interpretarse aceptando que la poligamia es protectora para los conflictos agonísticos de la mujer (rivalidad intrasexual mujer- mujer)
Para una hembra monógama, discriminar las intenciones del macho para las tareas ulteriores al propio coito son tan necesarias y vitales como asegurarse una pareja sexual atractiva, tan importante es pues atraerlo como mantenerlo, en palabras de Buss "la evolución ha favorecido a las estrategias femeninas diseñadas para evaluar estas intenciones en paralelo con su preferencia por la sensibilidad y el alto estatus socio-económico del varón". (Buss 1989).
Trataré de explicar qué cosas son las que hacen las hembras para discriminar a los machos colaboradores de los machos galanteadores y qué cosas son las que hacen los machos para librarse de la carga de la crianza de sus hijos que les impedirá seguramente tener otros hijos con otras hembras dispuestas.
Mantengo la suposición de que tanto machos como hembras harán lo que mejor se acomode a los planes de sus genes, que aunque carecen de intencionalidad ejercen una presión evolutiva sobre los individuos portadores de tal modo que podremos concluir que tanto machos como hembras adoptarán las estrategias necesarias para tener el máximo de hijos al menor precio posible de cuidados y de inversión en su alimentación.
Ya he dicho que en esta partida de naipes la mujer parte con una desventaja al margen de su mayor inversión de nursing y teaching: no puede abandonar a sus hijos mientras están en su vientre, cosa que podrían hacer y de hecho hacen los peces que ovulan en el lecho del río cuando el macho está listo para eyacular y aprovechar esa fracción de segundo para dejar al macho descuidado o imberbe al cuidado de la nidada. La hembra vivípara no puede abandonar a sus crías como hacen las sepias, lo que si pueden hacer - y de hecho hacen- los machos que las fecundaron, con algunas excepciones.
Estas excepciones son diversas según las de distintas especies, pero siempre tienen que ver con las condiciones o el pago que impone la hembra al macho previamente al coito, a veces puede tratarse de una estrategia de simple aplazamiento o de escarceos demostrativos de huida previos al acoplamiento.
Este pago puede relacionarse con la condición de que le construya un nido, que le aporte regalos o comida o que escarbe en la tierra una buena madriguera, como ejemplo de laboriosidad previa al consentimiento. Todo parece indicar que las hembras que adoptan una estrategia esquiva con respecto a los galanteos del macho se aseguran un mayor "cumplimiento" por parte de este en la parte que le toca en el contrato, siempre y cuando -claro está - la "prueba" no sea demasiado dura o agotadora o no existan en el entorno inmediato otras hembras fáciles que no pidan nada a cambio. Un macho que ya haya invertido determinados recursos en la seducción de una hembra estará menos dispuesto a dejarla, dado que este abandono le dejaría con parte de su inversión sin crédito que ofrecer a otra hembra. Este argumento debe ser cierto en aquellas especies donde las hembras esquivas son la regla. y evolutivamente estable en muchas especies animales, pero naturalmente no es así del todo en el ser humano.
Las hembras de nuestra especie están distribuidas de un modo ecológicamente estable entre esquivas y fáciles. Su equilibrio se mantiene por oscilación como siempre sucede en los sistemas abiertos. Una mayoría de hembras esquivas asegura el "cumplimiento" de los machos domésticos, pero no de los galanteadores. Las hembras no tienen manera de conocer de antemano las "verdaderas intenciones de los machos", porque inmediatamente surge la contraestrategia evolutiva, si las mujeres esquivas abundan, los machos desarrollarán conductas engañosas a fin de cohabitar con ellas y disimular sus verdaderas intenciones de abandonar a la hembra a su suerte apenas haya comenzado la crianza.
Por otra parte una mayoría de hembras fáciles dejarían en desventaja a las esquivas que aspiran a la monogamia y su efecto de llamada aumentaría el numero de machos galanteadores con lo cual y de nuevo, el convertirse en macho doméstico pasaría a ser una rareza por la que competirían las hembras a su vez, multiplicando el número de machos domésticos.
El número de machos domésticos y galanteadores junto con las hembras esquivas y fáciles se encuentra en todas las comunidades vivientes en un equilibrio matemático, en torno al cual se establece una densidad estable. El sistema tiende hacia la autoregulación, apenas se desequilibra momentáneamente, siempre que se entienda que este adverbio en términos evolutivos precisa más de una generación.
Las hembras humanas (al menos las occidentales opulentas) se agrupan en torno a este atractor ideológico (un meme) que es el "atractivo físico" y la rivalidad sexual que a su vez es un programa genético yuxtapuesto y mucho más aquellas mujeres intelectuales, perfeccionistas y sensatas que forman el grupo de las más vulnerables para padecer esta enfermedad. Sin saberlo la hembra compite con otras hembras por el bien social que representa el macho doméstico, aquel que no abandona a la hembra después del parto aun habiéndola escogido por su atractivo sexual que por si mismo no asegura la cooperación posterior.
Si es cierto que la anorexia representa la activación del programa rivalidad llevado al paroxismo, en una sociedad de hembras competitivas y alienadas habrá que suponer que una forma de neutralizar este fenómeno se realiza a través de posibilitar una relación en exclusiva con el padre sin la interferencia de la madre (De Giacomo 1993), lo que contiene sugerencias terapéuticas de elevado interés. No hay que olvidar que la posición anoréxica es una postura de elevado poder para aquella que la ejerce en relación con el manejo de su ambiente.
La mayor enemiga de una hembra fascinada por la monogamia es la hembra fácil, aquella que simplemente escoge a los machos (a los hombres) en función de su atractivo físico, de su posición social o de su rango jerárquico a un costo o precio distinto al de la cooperación. La primera objeción que se puede poner a esta clasificación de hembras esquivas o de hembras fáciles (que es un ejemplo sacado de la etología) es que las hembras humanas no son todo el tiempo esquivas o fáciles, como tampoco es cierto que los hombres sean todo el tiempo domésticos o galanteadores. Claro que no, el ser humano ha desarrollado - quizá debido a la enorme potencialidad de sus aprendizajes- la capacidad de ser hoy domestico y mañana galanteador, así como la hembra ayer esquiva puede tornarse mañana fácil con la misma u otra pareja, en el descubrimiento de algo que se ha venido en llamar la monogamia sucesiva, una forma de monogamia al fin y al cabo que no hace sino someter a la mujer a nuevos esfuerzos de por vida a fin de mantener sus parejas sucesivas. De hecho está establecido que los trastornos alimentarios correlacionan con dos factores de relevancia sociodemográfica: una elevada tasa de divorcios y la baja tasa de natalidad, ambas predicen una alta tasa de casos. (Abed, 1998)
Lo que es lo mismo que admitir que el ser humano ha desarrollado en mayor medida que otras especies una mayor capacidad de engañar, (en este caso engañar con la apariencia) disimular los engaños y también discriminar las intenciones engañosas de los demás para con nosotros mismos puesto que lo mejor para un grupo humano en términos de estabilidad evolutiva es que las hembras sean esquivas las 5/6 partes del tiempo (o de la población total) y fáciles la 1/6 parte (o población) restante, siempre que los machos domésticos representen el 5/8 del total o del tiempo invertido en cooperar y los galanteadores sólo representen el 1/8 del total de la población o el tiempo invertido en merodear. Es en este punto exacto donde el sistema se estabiliza hasta la próxima descompensación generacional (Dawkins, 2002)
Se podrá enseguida decir que estos argumentos no tienen nada que ver con los problemas que plantean las anoréxicas de hoy y es cierto, porque este dilema no solamente afecta a las anoréxicas, afecta a todas las mujeres actuales, como en el siglo XIX les afectó a todas el doble modelo de moral sexual aunque no todas desarrollaran síntomas de enfermedad mental: en aquel caso no todas las mujeres eran histéricas, aunque quizá las histéricas del XIX no eran sino el síntoma de una enfermedad social más amplia que se llamaba disimulo, como la de hoy se llama apariencia.
Se trata tan sólo de un intento más de explicar cual es la sobrecarga adicional que la mujer actual tiene que soportar respecto a sus antepasadas, una sobrecarga que procede de su búsqueda de simetría y de competencia sexual a través de la belleza física y de los rendimientos intelectuales, un meme que ha venido a ocupar el lugar de la rivalidad entre hembras que buscan a ciegas un hueco en la mirada del otro que lleva a muchas de ellas no sólo al fracaso reproductivo sino a la decrepitud y devastación física y mental.
Autosacrificio
Fue Hilde Bruch en 1978 la autora que irguió los conceptos modernos en que se asienta, aun hoy, nuestra concepción de la anorexia. Entre otras cosas fue la pionera que intuyó que las anoréxicas sufrían una distorsión del esquema corporal y no sólo un adelgazamiento "nervioso", que la anorexia no tenia nada que ver con la histeria, ni con la depresión o con ninguna de las patologías conocidas hasta entonces. La anorexia tenia entidad propia, se trataba de una categoría distinta y no de una simple dimensión más de las enfermedades de mujeres que el siglo pasado sirvieron para etiquetar y desacreditar de paso al genero femenino.
Bruch fue capaz además de entrever que el temor atávico que anida en la poblaciones humanas, en la misma línea que yo vengo defendiendo no es el temor a la obesidad sino el temor a morir de hambre. Un temor que sigue alimentando el imaginario del hombre moderno a pesar de que hoy la oferta de bienes alimentarios no represente, racionalmente, amenaza alguna. Ya he hablado más atrás de los programas basura y de la expresividad fenotípica de estos temores de modo que no voy a extenderme sino para hacer hincapié en un aspecto más de este temor.
¿Si es cierto que el hombre moderno sigue albergando este temor, qué sentido comunicacional tiene la anorexia? ¿Por qué se extiende tan fácilmente? ¿Por qué se imita y se desea la delgadez?
Es precisamente en las ideas de Bruch donde se encuentra la respuesta: la anorexia representa una actitud desafiantemente heroica respecto a ese temor. Se trataría más bien de una conducta contrafóbica demostrativa que se mantendría por el ejercicio del control sobre el cuerpo que ha logrado la anoréxica. Algo así como los logros de un deportista, su marca, su limite.
Se trata de una idea convincente porque nos permite explicar las patoplastias diversas que esta enfermedad ha ido adoptando con el paso del tiempo, desde la mascarada religiosa hasta la superficialidad de la apariencia o del "glamour". Es evidente que la anorexia ya existía en la edad antigua o media, aunque como epidemia podemos comenzar a localizarla en los años 50 y 60, los periodos de abundancia postbélicos que significaron resueltamente el incremento de casos que hoy atendemos, con el consiguiente adelanto en USA que posteriormente se trasladó a Europa como la moda de los blue-jeans.
No es de extrañar, los patrones de consumo de la imagen proceden de la poderosa industria de aquellos países que operan como inductores de las mismas y la anorexia es no sólo una enfermedad de moda, sino en cierto modo una enfermedad de la moda, en el sentido de que se transmite por contagio cultural. La anorexia es no sólo una enfermedad sino un modelo de enfermar que nos ha hecho aprender mucho sobre las colisiones entre las causas ambientales y heredadas, algo así como una enfermedad de laboratorio, que aunque espontánea no deja de carecer de ciertos elementos siniestros que proceden de su persistente aroma de artificio.
Prueba de ello, son las diversas razones y las distintas conflictivas personales que se dan cita en la anorexia, desde la búsqueda de perfección santa en las anoréxicas de la edad media, hasta el más prof
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