En este trabajo se realiza un análisis de los recuerdos y sentimientos relacionados con situaciones traumáticas y duelos de personas víctimas de violencia (internamientos en campos de concentración, secuestros, amenazas y atentados terroristas) y las consecuencias psicopatológicas de las mismas a corto y largo plazo. La reconstrucción se realiza a través de recuerdos autobiográficos plasmados en libros y entrevistas y en personajes novelados víctimas de la violencia.
Para el análisis de las situaciones, hechos, recuerdos y vivencias de las situaciones traumáticas y duelos colectivos se sigue un modelo psicodinámico que tiene en cuenta no sólo los hechos conscientes narrados y/o recordados, sino también aquellos que forman parte del inconsciente o preconsciente y que a través de los síntomas y fantasías, sueños, etc. , han sido reprimidos y son objeto de valoración y estudio.
Memoria sentimental y elaboración del duelo en víctimas de la violencia.
Juan Diaz Curiel.
Equipo de Salud Mental de Vallecas. Centro de Salud Rafael Alberti.
Area I del INSALUD. Madrid
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[otros artículos] [6/2/2002]
Resumen
En este trabajo se realiza un análisis de los recuerdos y sentimientos relacionados con situaciones traumáticas y duelos de personas víctimas de violencia (internamientos en campos de concentración, secuestros, amenazas y atentados terroristas) y las consecuencias psicopatológicas de las mismas a corto y largo plazo. La reconstrucción se realiza a través de recuerdos autobiográficos plasmados en libros y entrevistas y en personajes novelados víctimas de la violencia.
Para el análisis de las situaciones, hechos, recuerdos y vivencias de las situaciones traumáticas y duelos colectivos se sigue un modelo psicodinámico que tiene en cuenta no sólo los hechos conscientes narrados y/o recordados, sino también aquellos que forman parte del inconsciente o preconsciente y que a través de los síntomas y fantasías, sueños, etc. , han sido reprimidos y son objeto de valoración y estudio.
Introducción y objetivos
El objetivo de estas reflexiones es hacer un análisis de los recuerdos y sentimientos relacionados con situaciones traumáticas y duelos de personas víctimas de violencia (internamientos campos de concentración, secuestros, amenazas y atentados terroristas en España) y las consecuencias psicopatológicas de las mismas a corto y largo plazo. La reconstrucción se realiza a través de recuerdos autobiográficos plasmados en libros y entrevistas de las víctimas y novelas que hayan tratado la violencia.
Para el estudio de la violencia ejercida en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, he tenido en cuenta los siguientes testimonios: la obra autobiográfica de P. Levi (Si esto es un hombre, La tregua y Los hundidos y los salvados), La experiencia del campo de concentración de V. E. Frankl recogida en su libro El hombre en busca de sentido. El estupendo relato autobiográfico de P. Steinberg Crónicas del mundo oscuro escrito cincuenta años después de la liberación de Auschwitz. La biografía novelada de M. del Castillo Tanguy. Historia de un niño de hoy en su periplo de exilio y desarraigo por campos de concentración y atroces internados españoles entre dos guerras siendo un niño (Guerra Civil española y Segunda Guerra Mundial). Las reflexiones filosóficas y experiencia autobiográfica sobre la violencia de J. Amèry en Más allá de la culpa y la expiación. Los recuerdos autobiográficos novelados de J. Semprún del campo de concentración de Buchenwald en libros como La escritura o la vida o Viviré con su nombre, morirá con el mío. Rescato algunas páginas de personajes de Muñoz Molina en su última novela Sefarad. Hago un análisis de los recuerdos de personas que han sufrido atentados por parte de ETA y otros grupos terroristas recogidos en publicaciones recientes como el libro de C. Cuesta Contra el olvido -Testimonio de víctimas de ETA-, y la obra de J. Mª Calleja ¡Arriba Euskadi! La vida diaria en el País Vasco así como en artículos y entrevistas publicados en la prensa en los últimos tiempos referidos a las víctimas del terrorismo.
Algunos autores como Benyakar (2001) enfatizan la diferencia entre víctima y damnificado. Para este autor, víctima es un concepto que se remonta a la época bíblica y que está relacionado con las necesidades expiatorias de la sociedad “persona que queda atrapada por la situación petrificada en esa posición, pasando a satisfacer las necesidades específicas de la sociedad, es decir, pasa de ser sujeto a ser objeto de lo social, perdiendo de esta forma la subjetividad”. Prefiere el término damnificado como “aquella persona que ha sufrido un daño, denota movilidad psíquica, así como la conservación de la subjetividad del individuo”. En este estudio, a pesar de esta diferenciación semántica aclaratoria y oportuna, utilizaré el termino víctima ya que está más generalizada su comprensión en nuestro ámbito científico y cultural.
Parto de la hipótesis de que los sujetos víctimas de situaciones traumáticas ponen en funcionamiento mecanismos de defensa que les permite "sobrevivir" psíquicamente (en el inicio de la agresión y las semanas o meses posteriores) así como las consecuencias tanto cognitivas (procesos mnésicos) como emocionales a corto y largo plazo. Psicopatólogicamente diferencio entre respuestas a las situaciones traumáticas conocidas como síndrome de estrés post-traumático, Reacciones de adaptación y trastorno por estrés agudo y el síndrome del superviviente. A medio y largo plazo algunos desarrollan características de alexitimia secundaria (dificultad para reconocer y expresar las emociones), con inhibición y/o disminución tanto de las capacidades cognitivas como afectivas y Cambios de personalidad duraderos vinculados a la situación traumática. Distingo entre víctimas que han sido capaces de elaborar las pérdidas de forma normal y aquellas que han desarrollado duelos patológicos ante las mismas.
La esencia de la situación traumática, o situación disruptiva como prefiere llamarla Benyakar (2001) es “aquella que acaece en el mundo externo e irrumpe en el psiquismo, provocando la ruptura abrupta de un equilibrio u homeostasis existente hasta ese momento, tanto en el área individual y/o institucional y/o social. La ruptura de este equilibrio puede ser transitoria permitiendo una reorganización, o permaneciendo como un evento no elaborado o elaborable”. Para este autor todas las situaciones disruptivas tienen un potencial de patogeneidad y es difícil diferenciar entre las reacciones normales y las patológicas de las víctimas a las mismas. El sujeto se encuentra sin la capacidad de poner en funcionamiento "una barrera protectora" y unos "mecanismos de defensa" que frene ese amenaza, de forma que cualquier acontecimiento frente al cual el individuo no es capaz de poner en funcionamiento sus mecanismos de defensa, o bien estos no son suficientemente eficaces o competentes se constituyen en potencialmente traumáticos. La literatura psicoanalítica (Furst, S. ; Rangell, L. ; Neubauer, P. ; Grenacre, P. ; Sandler, J. et al. , 1971) destaca dos elementos inherentes a la situación traumática: 1) La calidad de repentino y sorpresivo y 2) Una consecuencia inmediata y visible en los sujetos como signo de la desorganización yoica. En este análisis voy a centrarme en hechos traumáticos externos con un valor y relevancia histórico-política-social. Las diferencias individuales siempre aparecen a la hora de elaborar psicológicamente las consecuencias de los traumas y los duelos en los sujetos.
Trauma, violencia y duelo se entremezclan. Resolver un trauma conlleva, en un sentido amplio elaborar el duelo por la situación vivida y por la pérdida de dignidad de uno mismo o de seres queridos en el caso de que hubiese muertes asociadas al mismo. Olmeda (1998) subraya: “El duelo es una verdadera crisis existencial donde nos vemos confrontados con el caos y con los aspectos incontrolables de la existencia, pero es una crisis que como todas las que sufrimos en nuestra vida, nos puede servir para crecer o por el contrario, para debilitarnos y enfermar, dependiendo de cómo la afrontemos”. Para Olmeda es difícil delimitar la detección en la evolución patológica del duelo, ya que “la respuesta al estrés causado está mediatizada por las estructura de personalidad, las experiencias previas y los modos preferentes de afrontamiento”. Diferenciar el duelo normal del duelo patológico es una tarea ardua: el duelo patológico es aquel en el que el deudo se siente sobrepasado en sus capacidades de afrontarlo, presenta conductas maladaptativas y/o persiste el duelo sin modificar a lo largo del tiempo. (Horowitz, en Olmeda, 1998).
Las consecuencias psicopatológicas en las víctimas han sido descritas en la última década del siglo XX dentro del trastorno de estrés Postraumático (TEPT), acuñado por la escuela Americana y presente en los diversas revisiones de los DSM desde 1980. El TEPT coincidiría, en aquellos casos en los que tiende a cronificarse, con las neurosis traumáticas descritas clásicamente en la literatura.
Algunos investigaciones como la de Kuch y Coks (1992), encontraron una incidencia del 46% de TEPT en una muestra de 126 supervivientes del Holocausto y North, Smith y Spitznagel (1994) encuentran una incidencia de TEPT de un 28% en el estudio de 136 supervivientes de un asesinato en masa tras un mes del atentado y recientemente se ha publicado el primer estudio sobre los efectos psicológicos del ataque contra las Torres gemelas en la población neoyorquina, citado por Rojas Marcos (El País, 5-12-01), donde nueve de cada diez adultos estadounidenses mostraban signos de estrés postraumático el fin de semana siguiente al ataque.
Elaboración de duelos y consecuencias psicopatológicas en las víctimas de campos de concentración.
Steinberg expresa sintéticamente el proceso de degradación de los seres humanos hasta su aniquilación en los campos de concentración: la muerte de los sentimientos, la muerte del pensamiento y después, la muerte del hombre.
Las agresiones encaminadas a anular y aniquilar psicológicamente a los prisioneros eran comunes a todos los campos de concentración:
• Pasar lista numerosas veces al día.
• No tener escudilla ni cuchara al entrar.
• La desnudez colectiva repetida.
• El despioje obligado.
• La comida: consistente en potaje aguado diario y un trozo de pan (menos de 600 Kc/día que llevaba a un estado de desnutrición a los pocos meses de estancia en el campo).
• Gritos, insultos y carreras.
• ausencia casi absoluta de cualquier propiedad material.
• Las selecciones periódicas para las cámaras de gas.
• Pulcritud obsesiva en la forma de hacer la cama (¿símbolo cuartelario de orden y disciplina?).
• Matrícula/numeración tatuada, como única forma de identidad.
• El trabajo esclavizador (no retribuido).
• Uso del cuerpo humano como un objeto del que se podía disponer de forma arbitraria.
Esta reiteración de conductas, mantenidas durante el tiempo de internamiento, daba lugar, con prontitud, a una pérdida del sentido de realidad y de identidad en los prisioneros. Constituía una actualización de mecanismos obsesivos-compulsivos de carácter sádico que uniformaban a los prisioneros y los rebajaban a la categoría de rebaño apelmazado y obediente. Otro elemento que hay que resaltar es la concatenación de mandatos que podemos entender como mensajes de “doble vínculo”, paradójicos en su cumplimiento: Amèry recuerda (Más allá de la culpa y la expiación) que los prisioneros debían de mostrar siempre un afeitado perfecto pero estaba severamente prohibido tener instrumentos para afeitarse. No debía de faltar ningún botón en el uniforme de rayas, pero era prácticamente imposible reemplazarlo si se perdían. Era necesario conservar las fuerzas, pero se sometía sistemáticamente al prisionero a un proceso de enervamiento. Esta paradojas dictadas por las leyes de los campos estructura un funcionamiento perverso entre la obligación de las normas y la imposibilidad de cumplirlas.
Desde los estudios de Holmes y Rahe (1967) sobre acontecimientos vitales estresantes y su conocida escala de reajustamiento social, sabemos que las experiencias vividas por los prisioneros de los campos de concentración sobrepasan el umbral de alto riesgo para desarrollar una enfermedad médica o psiquiátrica. Estas conductas humillantes constituyen, probablemente, la puesta en funcionamiento y el desarrollo del máximo horror que el ser humano halla podido ejercer de forma sistemática, organizada y encaminada a la anulación física y moral de las víctimas.
¿Se puede sobrevivir psicológicamente a las agresiones vejatorias encaminadas a la anulación de la identidad en el campo de exterminio? ¿Qué precio hay que pagar para poder desarrollar en el futuro una mínima capacidad para poder abordar las necesidades adaptativas de la vida en libertad?. El término "síndrome del sobreviviente", define al conjunto de respuestas adaptativas y no-adaptativas de los antiguos prisioneros de los campos de exterminio y ha sido tratado en la psicopatología y la literatura psicoanalítica a partir de los años 50 y 60 del Siglo XX. El matrimonio Grinberg, psicoanalistas afincados en España y exiliados del régimen militar argentino, escribieron en su estupendo libro Psicoanálisis de la emigración y el exilio (1984), algunas respuestas comunes de los prisioneros de los campos de concentración:
"Los elementos comunes en la historia traumática de estas personas están constituidos por la pérdida de seres queridos, pérdida del hogar y todas sus pertenencias, haber sufrido humillaciones y tratos discriminatorios, padecimientos físicos y psíquicos (torturas, ver torturar a otros, estar a punto de morir de inanición), ataques a la autoestima y al sentimiento de identidad. Frente a todo ello solían reaccionar con apatía extrema (pérdida de interés en vivir) o con estados de despersonalización, estupor, o terror".
Los supervivientes de los campos de concentración, destacan estos mismos autores, tienden a desarrollar un primer momento de "supernormalidad", seguido de otro en el que surgen síntomas como ansiedad, trastornos en el dormir, pesadillas, fobias, perturbaciones de la memoria, estados depresivos crónicos, tendencias al aislamiento, problemas de identidad, manifestaciones psicosomáticas y a veces trastornos psicóticos. Este amplio abanico de síntomas mencionados abarcan casi toda la psicopatología (trastornos de personalidad, trastornos afectivos, psicóticos, psicosomáticos. . . ), pero no explican que detrás de todo ello permanece, en muchos casos, el intento de superar una situación traumática que difícilmente puede compaginarse con las dificultades de la vida cotidiana. El hecho que alguna de las víctimas halla podido reorganizar y elaborar psicológicamente el horror vivido y desarrollar una vida bio-psico-social futura aceptable, es indicador de que los factores personales (vulnerabilidad, experiencia previa, personalidad previa, etc. ) influyen en el desarrollo o no de una patología futura. Steinberg se pregunta por las secuelas de sus años de internado que resume en las siguientes características: “La incapacidad de expresar mi amor a pesar del calor que siento en mi interior, los gestos que no me salen, como abrazar a los que amo, las caricias de las que soy incapaz, ¿son obra del campo, o son el resultado de una infancia sin madre y sin ternura? Tal vez los dos. ” (Crónicas del mundo oscuro). Este bloqueo afectivo secundario a la situación traumática se puede entender como una característica relacionada con la alexitimia (dificultad para leer y describir los propios sentimientos).
¿Puede rescatarse alguna experiencia positiva de una experiencia traumática como la reclusión en los campos de concentración y exterminio?. Amèry se cuestiona qué es lo que el hombre de espíritu ha salvado del campo de concentración y trae al mundo llamado “normal”. En primer lugar refiere que esta experiencia no hace que los personas sean más “sabias” ni más “profundas”, ni siquiera se hace uno más humano, ni mejor, filantrópico o maduro, ya que “No se puede ser testigo de los crímenes del hombre deshumanizado sin cuestionar todas las nociones sobre la dignidad innata del ser humano”. La consecuencia de la experiencia de este tipo no aporta prácticamente nada positivo “Del campo salimos desnudos, expoliados, vacíos, desorientados –y tuvo que pasar mucho tiempo antes de que reaprendiésemos el lenguaje cotidiano de la libertad-”, de forma que todavía al cabo de muchos años sigue influenciando en la vida de los prisioneros. Sólo incorpora un aspecto de aprendizaje de la experiencia de la reclusión: ser más avisado, y a través de esta experiencia acrecentar el escepticismo de confiar en la palabra “la palabra cesa en cualquier lugar donde una realidad se impone como forma totalitaria. Para nosotros ha muerto hace mucho tiempo. Y ni siquiera nos ha quedado la sensación de que fuera menester lamentarnos por su pérdida”.
Para León y Rebeca Grinberg (1984), es necesario centrar la atención en el sentimiento de culpa para comprender la patogénesis de los antiguos prisioneros: la pérdida de seres queridos, intensificada porque no pudieron evitar sus sufrimientos y su muerte y agregaríamos, por el hecho de haber sobrevivido. Estos sentimientos de <> aumentan la severidad del superyó, y explica el masoquismo del yo.
“Los médicos dejaron morir. Vi morir a mi alrededor, pero a mí me salvaron. Eso ha bastado para que me sienta incómodo, culpable de un exceso de suerte, de no haberme solidarizado con el destino común” (Crónicas del mundo oscuro). ¿Se es culpable por sobrevivir? se pregunta Steinberg. Responder a esta pregunta e intentar reparar el sentimiento de culpa le ha supuesto sentirse indigno durante más de 50 años. “He vivido y vivo en la indignidad. Nunca he logrado lavar mi imagen. Soy, y sigo siendo el testigo pasivo de la muerte de Philippe, el que abofeteó al viejo judío, el enchufado de las letrinas, el cortesano que aduló a brutos y asesinos para proporcionarse un suplemento de sopa cotidiana”. Escribir sobre esta experiencia puede ayudarle a expiar esta culpa “Quizás he sobrevivido para dar un último testimonio al mundo entero”, que puede transformarse en liberación “Es bastante raro, pero no sufro en absoluto. Mejor dicho. siento una especie de voluptuosidad: a medida que escribo, me desatasco y experimento un vago sentimiento no de liberación, sino de deber cumplido” (Crónicas del mundo oscuro). En Sefarad, se refiere este mismo sentimiento por sobrevivir: "El no tenía la culpa de haber sobrevivido ni debía guardar luto perpetuo no ya por su madre y sus hermanas, sino por todos sus parientes, por los vecinos de su barrio y los colegas de su padre y los niños con los que jugaba en los parques públicos de Budapest, por todos los judíos aniquilados por Hitler" (Muñoz Molina, Sefarad).
Para Semprún ser un superviviente puede acarrear sentimiento de culpa en algunos “De ahí la angustia de no resultar creíble, porque no se está muerto, precisamente, porque se ha sobrevivido. De ahí el sentimiento de culpabilidad de algunos. De malestar, por lo menos. De angustiada interrogación. ¿Por qué yo, viva, vivo, en lugar de un hermano, de una hermana, tal vez de una familia entera? (Semprún. La escritura o la vida). Diferencia entre sentimiento de culpa, tristeza y angustia por (sobre)vivir: “Había vuelto. Estaba vivo. Una tristeza sin embargo me oprimía el corazón, un malestar sordo y punzante. No era un sentimiento de culpabilidad, en absoluto. Jamás he comprendido a santo de qué habría que sentirse culpable de haber sobrevivido” (…) Ese sentimiento no es más que algo derivado, vicario. La angustia desnuda de vivir le es anterior: la angustia de haber nacido, salido de la nada confusa debido a un azar irremediable” (…) La pena que me embargaba no provenía de ningún sentimiento de culpabilidad. Es verdad, no había mérito alguno en haber sobrevivido, en estar indemne". Y añade en otro momento de la Escritura o la vida "Estar bien de salud, tener curiosidad y saber alemán: la suerte se encargaría del resto, en efecto. Toda mi vida - mi supervivencia- había estado pensando lo mismo. Incluso cuando no hablaba de esta experiencia. De ahí mi incapacidad para experimentar un sentimiento de culpabilidad ¿Culpable por estar vivo? Jamás he experimentado este sentimiento -¿o resentimiento?- aún siendo perfectamente capaz de concebirlo, de admitir su existencia. De discutir al respecto, por lo tanto".
Son constantes los recuerdos de los que sobreviven sobre los hundidos y desaparecidos: "Los <> de Auschwitz no eran los mejores, los predestinados al bien, los portadores de un mensaje; cuanto yo había visto y vivido demostraba precisamente lo contrario. Preferentemente sobrevivían los peores, los egoístas, los violentos, los insensibles, los colaboradores de <>, los espías. (. . . ) Sobrevivían los peores, es decir, los más aptos; los mejores han muerto todos" (P. Levi. Los hundidos y los salvados).
"Por lo general, sólo se mantenían vivos aquellos prisioneros que tras varios años de dar tumbos de campo en campo, habían perdido todos sus escrúpulos en la lucha por la existencia; los que estaban dispuestos a recurrir a cualquier medio, fuera honrado o de otro tipo, incluidos la fuerza bruta, el robo, la traición o lo que fuera con tal de salvarse. Los que hemos vuelto de allí gracias a multitud de casualidades fortuitas o milagros - como cada cual prefiera llamarlos- lo sabemos bien: los mejores de entre nosotros no regresaron" (V. E. Frankl, El hombre en busca de sentido).
"Era la misma vergüenza que conocíamos tan bien, la que nos invadía después de las selecciones, y cada vez que teníamos que asistir o soportar un ultraje: la vergüenza que los alemanes no conocían, la que siente el justo ante la culpa cometida por otro, que le pesa por su misma existencia. . . " (P. Levi. La Tregua).
Muchos se han sentido, pues, culpables por sobrevivir. Desde otra perspectiva y en un análisis más radical, B. Betelheim (En E. Fromm, 1975), antiguo prisionero de campos de concentración y uno de los psiconalistas de niños más influyentes de la segunda mitad del Siglo XX, hace una crítica sobre el carácter de los supervivientes judíos de los campos de exterminio, pertenecientes a lo que él denomina la clase media alemana, y que para sobrevivir pusieron en funcionamiento una fuerte identificación con los agresores, tanto con los guardianes como internalizando lo peor del sistema nazi.
El análisis que realiza Améry sobre el sentimiento de culpa, constituye, quizás, la mayor contribución al mismo desde la experiencia autobiográfica de un superviviente de los campos de exterminio. Como señala E. Ocaña en la presentación e introducción del libro Más allá de la culpa y la expiación, “El hecho de la supervivencia (…) engendrará en la rigurosa conciencia moral de este sobreviviente un sentimiento de culpa que jamás será vencido del todo a pesar de las tentativas de superación o integración”. El suicidio de Amèry en 1976, pone el punto y final de este intento por reparar la culpa persecutoria de haber sido testigo de una de las mayores atrocidades del Siglo XX.
¿Era el suicidio un recurso común frente a las atrocidades y el destino común de los prisioneros? Para Améry sólo una minoría de los prisioneros optaron por suicidarse “correr hacia la alambrada” (arrojarse hacia la alambrada de púas electrificada con alta tensión), u otras formas de elecciones de muerte. Pero otros sí resolvieron suicidarse con el paso del tiempo (Amèry, Levi). P. Levi habla de un número bajo de suicidios activos, debido a la falta de iniciativa y vitalidad para llevarlos a cabo, pero resalta un gran número de personas que se dejaban morir. Por el contrario V. E. Frankl, sí habla de conductas suicidas en muchos de los recluídos de los campos. El análisis de Amèry en el sentido de que la muerte estaba omnipresente y que el “deber del prisionero era la muerte” daba lugar a que no existiera angustia ante la muerte y que tampoco se recurriera al suicidio como una búsqueda activa de la misma.
Hasta tal punto estaba tan arraigada la presencia de la muerte en los campos, era tan cotidiano ver morir a los propios compañeros, que ante aquellos que estaban a la puerta de la muerte (los musulmanes en el argot del campo), no se mostraba ni tan siquiera conductas compatibles con elaboraciones anticipatoria de duelos. Solo ante las primeras muertes se manifiestan verdaderas conductas de duelo, ante aquellos con quienes se mantuvo una estrecha relación y afinidad afectiva. Posteriormente la inhibición de los afectos (embotamiento afectivo), la cosificación ante la muerte de los otros y la inevitabilidad de la propia no conducía a expresión de duelos anticipatorios. Para Améry la primera consecuencia era, casi siempre, “la quiebra total de la representación estética de la muerte” “la gente no se preocupaba de si había que morir o del hecho de que se tuviese que morir, sino sólo de cómo, sucedería”. Esto tiene como consecuencia el que no existiera angustia ante la muerte “la realidad del campo triunfaba con facilidad sobre la muerte y sobre la constelación de las cuestiones últimas”. (Más allá de la culpa y la expiación).
La presencia constante de la muerte, hace que la reacción inicial de trastorno por estrés post-traumático, donde el embotamiento afectivo es quizás la conducta más generalizada, no dé lugar a situaciones depresivas, sino a situaciones de “duelos postpuestos” o negación de los mismos, que han permanecido a lo largo de muchos años tras la experiencia de los campos de concentración. La respuesta suicida de muchas víctimas (años después de la liberación) es posible que sea el equivalente (mezcla de culpa, duelo no elaborado, situación traumática múltiple) de estos duelos sin terminar de resolver y que difícilmente el ser humano es capaz de elaborar mentalmente.
La elaboración del duelo entre las víctimas del terrorismo.
El terrorismo que venimos padeciendo en España desde hace más de 30 años y cuyo goteo persiste de forma sangrienta e implacable en la actualidad, ha dado lugar, como sabemos, a casi mil muertos y miles de víctimas entre los perseguidos y quienes no pueden ejercer una vida digna por la amenaza de “los otros”. Esta escisión de la sociedad está dando lugar a un funcionamiento social que como dice F. Savater (Entrevista de S. Alameda, El País, 2001) “Hay quien condena la violencia pero comprende a los violentos; mucho más a los violentos que a las víctimas. Se sienten más próximos de la ideología de los violentos que de la ideología de las víctimas. Y sienten mucha más simpatía por los violentos que por las víctimas”. La negación de una parte de la sociedad y el desplazamiento hacia otros intereses de la “persecución” de unos por otros.
¿Quiénes son las víctimas del terrorismo? "Víctima es quien fue un humano que perdió su voz y no puede decir ya nada en el seno de una sociedad que funciona para dar plena libertad a todas las voces por igual y no queden atemorizadas ni en la humillación del súbdito soportando a un señor soberano" (M. Azurmendi. "La verdad de las víctimas", El País. 30-8-01). A. Elorza destaca en el artículo "La memoria herida" (El País. 24-8-01) "La memoria de las víctimas se convierte de este modo en agente principal de la recuperación de la justicia y del mantenimiento de la democracia seriamente amenazada en tierra vasca”. J. Mª Calleja comenta refiriéndose a las víctimas: “Son gente que primero sufre el terror y luego se la remata con la indiferencia”. (El País, 10-11-2001). Culpabilidad, discriminación, indiferencia, estas son algunas de las consecuencias por ser víctima, doblemente víctima. Así escribe Muñoz Molina sobre Ortega Lara tras 16 meses de secuestro "Pero este hombre, Ortega Lara, sonríe y abraza a su hijo como si de verdad hubiera sido capaz de volver: no sólo de la muerte temida y al final deseada, solicitada ansiosamente; también del sentimiento abismal de la soledad, de la ruptura de los lazos con los demás seres humanos, con la multitud inmensa de los que no padecieron su desgracia, de los que no conocieron el infortunio de ser elegidos en la lotería negra del terror"
"Esa es quizás una de las sensaciones más crueles que permanecen en la conciencia de quien ha padecido una desgracia que trastornó de golpe su vida, un accidente, la noticia súbita de una enfermedad, la muerte de alguien tan próximo que su pérdida es una amputación: se siente aislado de los otros, expulsado de la normalidad sin fisuras en que imagina que ellos viven, arrojado a un exilio personal que tiene algo de estigma, de inaceptable excepción: por qué yo y no otro, qué han hecho o qué tienen los demás para que a ellos no les sobreviniera lo mismo que a mí, para que no fueran escogidos. En cualquier conciencia humana atribulada por la desgracia surgen como un instinto el lamento y la rebelión de Job" (. . . ) (El País, 13-8-1997, "El regresado").
En todos los casos por muerte en atentado terrorista, no ha mediado el adiós (el rito de la despedida o “deudo de despedida”) “Si la partida es un límite que necesita protección, atrae de forma inevitable al rito –cuya función es proteger al límite -, y aquí ese rito no es otro que la despedida” (Sánchez Ferlosio, El País, 26-8-1983). ”Cuando efectivamente ocurre la desgracia, la despedida es justamente lo que al instante surge como el primer asidero que palpando a tientas, por así decirlo, en la negrura del desgarramiento, halla la mano del recuerdo, y al que se aferra con el alma entera como el primer sostén, como al punto de referencia cardinal, para la comprensión y aceptación de la tragedia”. El rito de despedida, es pues necesario y permite separar lo que se conoce desde tiempos inmemoriales como “el mundo de los vivos y el mundo de los muertos” y la elaboración futura del duelo por la pérdida.
En el libro de C. Cuesta Contra el olvido se recopila el testimonio de 44 víctimas del terrorismo, todas ellas de Guipúzcoa, con el objetivo de "dar voz a los sin voz", "aportar materia humana a la verdad y la memoria de lo acontecido" y "dar luz a la oscuridad de la violencia terrorista" tras tres décadas de violencia en el País Vasco. En estos testimonios se explica "lo aberrante de toda su trayectoria, la sinrazón de sus objetivos deformados por los métodos y la irracionalidad absoluta de las estrategias de todo terrorismo". Destaca cinco características comunes en todos los protagonistas: 1) actitud de valentía y paciencia; 2) Deseo de que nadie sufra lo que ellos han sufrido; 3) Lucha por defender la justicia y la verdad desde el derecho y la ética; 4) No se han tomado la justicia por su mano; 5) No han perdido la esperanza de convivencia normalizada y en paz.
Algunas reflexiones comunes de las víctimas y sus familiares que permanecen a lo largo del tiempo: la necesidad de buscar un porqué al atentado terrorista ("Necesito saber la verdad, que digan que mi hijo era inocente" "Nunca tuve pintadas ni nada. Ninguna sospecha de ningún tipo" "Yo quiero luchar por la memoria, por la memoria de mi padre" "El comunicado de reivindicación acusó a mi marido de chivato de la Guardia Civil, lo esperaba, pero es completamente falso" "Estábamos tan sorprendidos que queríamos saber la causa de su asesinato, fuimos allí"). La reacción de miedo ("El miedo se le metió en el cuerpo y no se ha repuesto jamás" "Pasé miedo y pensé que me iban a hacer lo mismo que a mi marido"). ambivalencia por conocer la identidad de los asesinos: para algunas víctimas es importante saber quienes mataron y para otros no es un dato que le ayude a elaborar el duelo y el dolor por lo ocurrido ("No sabemos quienes mataron a mi aita, creemos que juzgaron a algunos pero no nos hemos enterado de nada" "Es un trago muy fuerte verle la cara al asesino de tu marido"). Humillaciones sociales hacia los familiares de las víctimas, como si volviera a matarlo después de muerto ("He tenido pintadas frente a mi casa, varias veces", "Ya le habían matado, qué necesidad tenían de seguir haciendo tanto daño" "El asesinato no era el final de la amenaza o del miedo sino el principio de un largo camino de descalificación y sambenito que acompaña para siempre a los familiares"). sentimiento de culpa, de tal forma que la carga de la prueba recaiga sobre la víctima y no sobre el agresor. El sentimiento de soledad ante la sociedad ("Me gustaría pasar totalmente inadvertida, ser transparente, dejar de estar siempre alerta. No me agrada tener que desconfiar siempre de los demás" "Te sientes solo. A la gente le daba miedo o apuro saludarme" "Al mes nadie se acuerda de lo que pasó. A nadie le interesa recordar, todos intentan vivir como si algo tan horrible no hubiera pasado nunca". Posibilidad de elaborar el dolor y el daño mediante la denuncia y el testimonio público de sus experiencias, como las que están surgiendo en los últimos tiempos así como la pertenencia a Asociaciones y movimientos ciudadanos de lucha contra la violencia.
J. Mª Calleja comentaba en la presentación de su libro ¡Arriba Euskadi! La vida diaria en el País Vasco, XVIII premio Espasa Calpe de Ensayo del año 2001: “…Se olvida con frecuencia que detrás de cada atentado de ETA hay un montón de gente y que, para esa gente, lo verdaderamente difícil empieza cuando han enterrado a sus muertos”. “La vasca es una sociedad opulenta en la que muchos viven estupendamente siempre que tengan el salvoconducto necesario: no meterse en política, estar bajo el paraguas protector del PNV y a favor, por tanto, del nacionalismo”. Las víctimas son para este periodista amenazado: “gente que primero sufre el terror y luego se la remata con la indiferencia”. El libro está dedicado a las víctimas “lo más importante de este país”. Mª San Gil, teniente alcalde amenazada de San Sebastián, comentaba lo siguiente en una entrevista a Rosa Montero (El País Dominical, 2001): “Luchas por recuperar esos pequeños espacios, esas pequeñas cosas. Por recuperar esa normalidad que existe en todas partes menos aquí. Y esa pelea nos está costando la salud” (…) “Eso es lo más importante que no te pueda el miedo. Por ahora nosotros le podemos al miedo. Pero también hay que ser conscientes de que un día el miedo te puede, y ese día hay que tener la valentía de marcharse”.
Víctimas de atentados terroristas, víctimas morales de una parte de la sociedad que insulta y amenaza, necesitados de protección oficial, y con un ritmo cotidiano de vida bajo mínimos (horarios, salidas, vacaciones) en permanente estado de amedrantamiento y sentimiento de que todo se puede perder. Una de las quejas que manifiestan las personas amenazadas por la violencia en el País Vasco es el no poder llevar a cabo una vida “normal”, cuando el resto de las personas “no amenazadas”, “no señaladas”, sí pueden ir con sus hijos al Parque, de compras, salir con los amigos, etc. “Pero el fin de semana, que soy madre, eso lo llevo muy mal. Muy mal. Que me dejen el fin de semana. Tendría que haber una especie de acuerdo: el fin de semana les dejamos a ustedes en paz, porque estoy con la familia, y estoy actuando de madre” (Mª San Gil, El País).
¿Puede elaborarse el duelo ante la permanente amenaza a vida, la propia identidad, la dignidad y poder seguir vivo sin que medie un atentado por medio?. Desde lejos del País Vasco es difícil ponerse en el lugar y compartir la vivencia persecutoria con la que viven muchos ciudadanos. Cuando de una forma obsesiva se impone una y otra vez como una compulsión a la repetición las bombas y los tiros en la nuca un guión que se repite sin ninguna posibilidad de elaboración para el psiquismo colectivo de la sociedad vasca: no hay tiempo ni esperanza para elaborar los duelos porque se van repitiendo de forma mimética uno a otro. La expresión sociológica del miedo, levantar la voz (aún en el silencio como protesta), mantener la dignidad personal es muy difícil y los mecanismos psicológicos con el que muchas personas han intentado adaptarse a la violencia, han reducido la capacidad expresiva de la Sociedad Vasca: han mutilado a lo largo de muchos años la expresión de lo vivo y ha reducido (con mecanismos de represión y negación de la realidad) lo vivo a una “ilusión de vida”: recortada y temida en su expresión.
Por otro lado hasta el momento se han hecho escasa intervenciones psicoterapéuticas de forma sistemática y programadas entre las víctimas de la violencia, que tengan en cuenta los principios de inmediatez en el comienzo del tratamiento, que éste se realice en el núcleo cercano de la víctima y con el objetivo de que ésta recupere las actividades previas a la situación traumática. La fragmentación de la sociedad en Euskadi no permite que los duelos se realicen en el entorno donde se han producido y que muchas víctimas permanezcan en situaciones de aislamiento y amenaza social, o bien tengan que emigrar a otros lugares fuera del País Vasco.
Las expresiones de duelo colectivo que se han ido sucediendo a lo largo de los años de violencia en el País Vasco todavía no han generado la fuerza suficiente como para transformar las pérdidas en manifestaciones de creatividad y vida. La secuencia colectiva de expresión de sentimientos en los funerales es un botón sobre el que se puede rastrear el paso de la sumisión y el miedo a la valentía y la rabia contenida: Desde las primeras imágenes de los funerales de víctimas en el País Vasco donde el silencio y el miedo eran patentes, a otras donde se empieza a aplaudir a los féretros, de ahí a las manifestaciones silenciosas en las calles de colectivos (Gesto por la Paz, ¡Basta Ya!) cada vez que se han realizado atentados, el grito de “Libertad, Libertad”, las “manos blancas” expresando de la vida frente a lo siniestro y la muerte, y sobre todo la recuperación de la dignidad de las víctimas, la capacidad volver a ser un ciudadano digno y no marcado por el estigma social de los verdugos y la identificación masoquista con el papel de víctima. Cada vez que una antigua víctima (perseguido, insultado, extorsionado, amenazado, sobreviviente de atentado, familiar o amigo, etc. ) recupera la capacidad de vivir como un ciudadano libre, expresa una victoria sobre los verdugos y todos los miembros de la sociedad nos sentimos un poco más libres. Es posible que esta victoria sea una de los vías de acceso para que la memoria colectiva de muchos ciudadanos del País Vasco y de la sociedad española recupere la dignidad y permita la elaboración de un duelo que tanto daño está haciendo a las víctimas.
La memoria de las situaciones traumáticas: recuerdo y elaboración a través de la escritura.
"Se escribe desde la memoria, donde se macera la experiencia de vivir y, al fin, lo más imprescindible que es la imaginación, esa facultad del alma, no es otra cosa que la memoria fermentada" (L. Mateo Díaz. La mano del sueño).
“Escribir no es sólo ponerse delante de un papel o de un ordenador, es también esperar, dejar que las cosas vayan sedimentándose en la imaginación, y también en el olvido, esperar a que llegue el momento preciso para rescatarlas” (A. Muñoz Molina. Carlota Fainberg).
“Lo mismo que el recuerdo de algunas vivencias personales que nos habían parecido imborrables, la memoria de aquello que hemos visto con la imaginación, porque no alcanzamos a vivirlo, también se hace borrosa con el tiempo, también se desgasta” (J. Marsé. Rabos de lagartija).
No todos los supervivientes de los que se hace referencia en este trabajo han podido elaborar y reparar internamente a través de los recuerdos y/o reflexiones noveladas las vivencias traumáticas, el dolor y desgarro producida por las mismas: pero todos han tenido el valor de contarlo, de dar testimonio y recordar a las víctimas "Y había que hablar en su nombre, en nombre de su silencio, de todos los silencios: miles de gritos ahogados. Quizá porque los aparecidos tienen que hablar en el lugar de los desaparecidos, a veces, los salvados en el lugar de los hundidos" (J. Semprún. La escritura o la vida). “Pero cuando Miralles muera”, pensé, “sus amigos también morirán del todo, porque no habrá nadie que se acuerde de ellos para que no mueran” (J. Cercas, Soldados de Salamina).
Sólo una minoría de los que sobrevivieron a los campos de concentración o han sufrido un atentado terrorista, han podido escribir sobre esta experiencia, y de estos una ínfima parte han sido capaces de recrear un mundo imaginario, de ficción, que permita trasladar a un plano simbólico lo que supuso esta experiencia traumática. Algunos ejemplos: Steinberg permaneció mudo 50 años antes de profundizar en “las destilaciones de la memoria” ya que necesitaba “el fórceps” de la misma, para recuperar el pasado de preso en Auschwitz a la edad de 17 años. Amèry, maduró la experiencia de deportación e internamiento en Auschwitz más de veinte años hasta que pudo escribir Mas allá de la culpa y la expiación, esperó hasta que la memoria interiorizó el pasado traumático. Semprún necesitó permanecer en silencio muchos años antes de trasladar a la literatura su experiencia como prisionero: "Nada indicaba a primera vista dónde había estado en los últimos años. Yo mismo callé al respecto por mucho tiempo. No con un silencio afectado, ni culpable, ni temeroso tampoco. Era, más bien, un silencio de supervivencia. Un silencio rumoroso de apetito de vivir. No es que me volviera mudo como una tumba. Sino mudo al estar deslumbrado por la hermosura del mundo, por sus riquezas, deseoso de vivir en ellas borrando las huellas de una agonía indeleble". (La escritura o la vida). "Hablé por primera y última vez, por lo menos en lo que a los dieciséis años siguientes se refiere", para él vivir y contar lo ocurrido era incompatibles: "Había escogido una prolongada cura de afasia, de amnesia deliberada, para sobrevivir". Semprún, después de 50 años re-escribe su memoria novelada del campo de Buchenwald en su última novela Moriré con su nombre, vivirá con el mío. Para este superviviente no basta sólo con contar la experiencia: “El verdadero problema no estriba en contar, cualesquiera que fueran las dificultades. Sino en escuchar…” (…) “El otro tipo de comprensión, la verdad esencial de la experiencia, no es transmisible… O mejor dicho, sólo lo es mediante la escritura literaria” (La escritura o la vida).
Levi distingue dos actitudes en quienes han experimentado el encarcelamiento, la persecución y la violencia gratuita: los que se callan y los que hablan. Los primeros son los que sufren más profundamente ese malestar, <<vergüenza>>, los que no se sienten en paz con ellos mismos, o cuyas heridas sangran todavía. Los que hablan, son los que reconocen la experiencia traumática como el centro de su vida, que ha marcado su existencia entera y han sido testigos de hechos que trascienden su propia experiencia. Cuentan sus experiencias porque hay otros capaces de escuchar y compartir sus recuerdos.
M. del Castillo decide poner en palabras y narrar la historia del niño Tanguy (Su Yo novelado) que transcurre en lo que él mismo califica como el "horror" como una necesidad vital para recuperar las coordenadas de la vida, para "expresar la verdad del sentimiento", desde una identidad perteneciente a "la especie de las víctimas impuras". Las vivencias desgarradoras, llenas de estupor y dolor y horror, siendo un niño, son descritas en Tanguy no como testigo de las mismas sino "llevado por la corriente". Los acontecimientos narrados no significan nada por sí mismos "para convertirse en memoria deben primero llenarse de sentido". El autor refiere que hasta los cuarenta años su vida estuvo desprovista de sentido: "la verdad es que era incapaz de leer mi vida. Incapaz igualmente de decirla". (Esta dificultad la vamos a encontrar en muchas de las personas que han intentado buscar un sentido a la experiencias de horror vividas). En M. del Castillo se da un doble exilio: el provocado por las sucesivas mudanzas entre dos Guerras y el destierro que le lleva a salir fuera del entorno protector de su madre, lo que denomina "el instante en el que un niño de nueve años comprendió que en lo sucesivo, estaría completamente sólo, abandonado al horror por la mujer que él quería por encima de todo". A través de la literatura y de la creación literaria intenta sobrevivir a las experiencias traumáticas de abandono y duelo por la madre durante su infancia.
Para Levi, escribir es "proporcionar documentación para un estudio sereno de algunos aspectos del alma humana". En su relato autobiográfico sobre su internamiento en Auschwitz, cuenta “el horror” para que otros puedan saber hasta qué punto el ser humano realiza las mayores atrocidades con otros semejantes hasta tratar “al otro” como alguien desprovisto de la mínima dignidad y rebajado a un objeto del que se puede disponer, maltratar y eliminar en cualquier momento. O como refiere Semprún “El envite será la exploración del alma humana en el horror del Mal…”. Pero recordar y contar no es fácil:
"El recuerdo de un trauma, padecido o infligido, es en sí mismo traumático, porque recordarlo duele, o al menos molesta: quien ha sido herido tiende a rechazar el recuerdo para no renovar el dolor; quien ha herido arroja el recuerdo a lo más profundo para librarse de él, para aligerar su sentimiento de culpa" (Los hundidos y los salvados).
Semprún se pregunta "¿Pero se puede contar? ¿Podrá contarse alguna vez?" y duda al respecto "No obstante, una duda me asalta sobre la posibilidad de contar. No porque la experiencia vivida sea indecible. Ha sido invivible, algo del todo diferente, como se comprende sin dificultad. Algo que no atañe a la forma de un relato posible, sino a su sustancia. No a su articulación, sino a su densidad. Sólo alcanzan esta sustancia, esta densidad transparente, aquellos que sepan convertir su testimonio en un objeto artístico, en un espacio de creación. O de recreación. Unicamente el artificio de un relato dominado conseguirá transmitir parcialmente la verdad del testimonio". Esta es la tesis del libro La escritura o la vida: contar el horror de forma que el testimonio pueda ser escuchado desde un acto de creación literaria.
Para J. Amèry los doce años de “silencio” hasta que cuenta su experiencia de prisionero en Auschwitz, no supuso que olvidara la fatalidad personal vivida sino que “me había dedicado a la búsqueda del tiempo indeleble”, reconociendo la dificultad de hablar de la misma. Contar lo ocurrido hizo que recuerdos que permanecían en un “estado semiconsciente de ensoñación reflexiva” salieran a la luz.
Evitar este dolor es lo que lleva inconscientemente a suprimir o deformar el recuerdo de situaciones dolorosas. Como señala P. Levi "Quien recibe una ofensa o es víctima de una injusticia, no tiene ninguna necesidad de inventarse mentiras para disculparse de un crimen que no ha cometido (. . . ) pero ello no excluye que sus recuerdos puedan también sufrir alteraciones", más que de recuerdos relata "consideraciones", que se apoyan tanto en sus propios recuerdos como en las circunstancias y conocimiento colectivo de los traumas de otros semejantes que sufrieron como él los campos de concentración.
Muñoz Molina describe la dificultad para rememorar la situación traumática a través de los recuerdos infantiles de uno de los personajes de su novela Sefarad:
"De la vida anterior, Budapest y el pánico, la estrella amarilla en la solapa del abrigo, los noches en vela junto al receptor de radio, la desaparición de su madre y sus hermanas, el viaje con su padre, a través de Europa, con pasaporte español, asombrosamente le quedaban muy pocas imágenes, tan solo algunas sensaciones físicas que tenían la irrealidad de los primeros recuerdos de la infancia".
¿Qué se recuerda? ¿Porqué unas cosas se olvidan y otras se mantienen conscientes, accesibles al Yo?. Como refiere Semprún: "La memoria es lo que cuenta". Todos tenemos escotomas, imágenes reprimidas de nuestra historia. En el caso de las víctimas muchos recuerdos son negados o reprimidos, pasando a la trastienda de la memoria: "Mi memoria privilegia el recuerdo de la infancia en detrimento del de mis veinte años, estando en Buchenwald".
"Hasta aquel día de invierno, un poco por azar, mucho por estrategia espontánea de autodefensa, había conseguido evitar las imágenes cinematográficas de los campos nazis. Tenía las de mi memoria, que surgían a veces, brutalmente. Que también podía convocar deliberadamente, confiriéndoles una forma más o menos estructurada, organizándolas un recorrido amnésico, en una especie de relato o de exorcismo íntimo. Eran una imágenes íntimas, precisamente. Unos recuerdos que me eran tan consustanciales, tan naturales - pese a su dosis de intolerable- como los de la infancia. O como los de la dicha adolescente de las iniciaciones de todo tipo: a la fraternidad, a la lectura, a la belleza de las mujeres". (. . . ) "Al convertirme, gracias a los operadores de los servicios cinematográficos de los ejércitos aliados, en espectador de mi propia vida, en mirón de mi propia vivencia, me parecía que me libraba de las incertidumbres desgarradoras de la memoria" (La escritura o la vida). Desvelar y hacer consciente la riqueza vivida de cada uno, reconocer las vivencias, completar el puzzle de la propia historia para poder así alimentar y superar los traumas. Esto no ha sido realizado más que por un puñado de las víctimas a lo largo de la historia.
Steinberg reflexiona sobre los recuerdos: “Cada vez salen con la vieja historia: el inconsciente enmascara, cura, ahorra…¿Pero y el recuerdo del horror, de Rakasch y de los demás, de la sarna, del frío? El inconsciente tolera esos recuerdos y en cambio suprime otros, como un jardinero loco que cortara con una podadera plantas y flores en un jardín anárquico” (Crónicas del mundo oscuro).
Discusión y conclusiones
Las mayor parte de las víctimas presentan algunas de las siguientes alteraciones del recuerdo relacionado con las situaciones traumáticas: amnesia del acontecimiento traumático, debido a una fuerte represión de la situación vivida y a veces incluso una negación de la misma; Pantallas mnésicas, que recubren los recuerdos más dolorosos, así como distorsiones de los mismos (falsificaciones y fabulaciones); Otros, por el contrario, presentan hipermnesia, con un grado exagerado de retención y recuerdos (Del Castillo, Levi, Semprún, etc. ), a veces con una memoria visual de viveza casi alucinatoria (imágenes eidéticas) (Steinberg, Amèry). Cuando la represión y la negación de la situación traumática persiste un largo periodo de tiempo de forma que el sujeto siente que remem
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