Después de una breve visión panorámica sobre el análisis Transaccional, se revisa y actualiza cada uno de los tres tipos básicos de estados del yo, en base a nuevas contribuciones científicas de la psicología y la neurociencia.
Y así, desde el punto de vista funcional, se describen el yo cuidador, el yo individuador y el yo cuidado, mientras que desde el punto de vista histórico o biográfico, se describen el yo introyectado, el yo robotizado y el yo regresivo. Tras ello, se presentan diversas maneras de trabajar en psicoterapia transaccional en la reestructuración de los estados del yo, finalizando con un caso práctico.
Psicoterapia de los estados del yo en análisis transaccional.
(Psychotherapy of the ego states in transactional analysis. )
Jordi Oller Vallejo.
Psicoterapeuta Analista Transaccional Certificado por la Internacional Transactional Analysis Association y la European Association for Transactional Analysis
PALABRAS CLAVE: análisis Transaccional, Estados del Yo, Gestalt, psicología, psicoterapia, psiquiatría, neurología.
(KEYWORDS: Transactional Analysis, ego States, Gestalt, Psychology, Psychotherapy, Psychiatry, Neurology. )
Resumen
Después de una breve visión panorámica sobre el análisis Transaccional, se revisa y actualiza cada uno de los tres tipos básicos de estados del yo, en base a nuevas contribuciones científicas de la psicología y la neurociencia. Y así, desde el punto de vista funcional, se describen el yo cuidador, el yo individuador y el yo cuidado, mientras que desde el punto de vista histórico o biográfico, se describen el yo introyectado, el yo robotizado y el yo regresivo. Tras ello, se presentan diversas maneras de trabajar en psicoterapia transaccional en la reestructuración de los estados del yo, finalizando con un caso práctico.
Abstract
After a brief panoramic view on the Transactional Analysis, based on scientific new contributions of the psychology and the neuroscience each one of the three basic types of ego states is revised and up-to-date. And this way, from the functional point of view they are described the caregiving ego, the individuating ego, and the caregettting ego, while from the historical or biographical point of view they are described the introjected ego, the robotitzed ego, and the regressive ego. After it, diverse ways are presented of working in psychotherapy in restructuring the ego states, concluding with a practical case.
Introducción
El principal objetivo de este trabajo es compartir una nueva perspectiva sobre el tema de los estados del yo, uno de los conceptos fundamentales del análisis Transaccional al servicio de la reestructuración terapéutica de la personalidad, revisándolo, actualizándolo y renovándolo en función de nuevos avances, tanto desde el punto de vista psicológico como neurológico.
Sobre el análisis Transaccional
El punto de partida del análisis Transaccional fue el Dr. Eric Berne (1910?1970), psiquiatra de origen canadiense que pasó a vivir a Estados Unidos a partir de 1936. Berne estuvo al principio orientado hacia el psicoanálisis, comenzando en 1941 su entrenamiento y análisis personal, hasta que, después de quince años, se apartó “amistosamente” del psicoanálisis, desarrollando su propio y nuevo enfoque. Esto ocurría en 1956, presentando ya dos años más tarde (1) su nuevo sistema de psicoterapia, el cual tiene su propia identidad en todos los órdenes y se ha ido enriqueciendo con contribuciones de otros muchos analistas transaccionales. Su aportación consiste no sólo en una teoría psicológica y una metodología psicoterapéutica, sino también en una manera de ver al ser humano y de entender la vida, que está dentro del llamado enfoque humanista de la psicología.
La idea humanista básica es que todas las personas nacen siendo esencialmente dignas de aceptación, es decir, que todas son miembros de pleno derecho dentro de la raza humana y de los seres del mundo. Todas tienen derecho a existir y a expresarse de una manera autónoma y singular, pensando, sintiendo y actuando por ellas mismas, aunque también vinculándose, relacionándose y cooperando positivamente con las demás personas. Y todas tienen un potencial que pueden expresar si encuentran unas condiciones ambientales adecuadas. Desde luego, en algunas personas este potencial está disminuido por deficiencias genéticas, traumatismos o enfermedades, pero como personas también tienen derecho a ser aceptadas y a expresar al máximo su potencial, sea cual sea.
Crecer para ser personas autónomas en el mayor grado posible, es el objetivo del análisis Transaccional, tanto en el nivel individual como en el de unas estructuras familiares y sociales que nos faciliten el logro de esta autonomía. Este último aspecto es importante por cuanto a veces ha habido y hay quienes presentan el análisis Transaccional remarcando demasiado la idea de los grandes recursos que la persona tiene para poder superarse individualmente, ignorando o desvalorizando el enorme condicionamiento que representa lo social como factor favorecedor o entorpecedor del desarrollo personal. Esta idea probablemente está influida por el típico mito americano-estadounidense del hombre que se hace a sí mismo y que logra subir desde abajo. Pero más allá de algunas presentaciones del análisis Transaccional con esta influencia y ante las que ha de superarse el posible prejuicio cultural, ha de tenerse en cuenta que, desde luego, se trata del logro de una autonomía psicológica relativa, pues todos somos interdependientes tanto funcional como socialmente, así como también lo somos en bastantes de nuestras necesidades psicológicas, como, por ejemplo, las necesidades afectivas y sexuales.
A nivel operativo, la gran perspicacia de Berne (2) fue descubrir que toda persona manifiesta su yo a través de formas de pensar, sentir y actuar, que pueden diferenciarse claramente unas de otras. Denominó estados del yo a estas diferentes formas de manifestarse, distinguiendo tres tipos principales de estados del yo, a los que, remarcando su origen biográfico, familiarmente denominó: Padre, Adulto y Niño. Pero éstos, desde el punto de vista de su utilidad funcional, que es también una importantísima contribución iniciada por Berne, se corresponden con los que, desde mi nueva perspectiva, denomino (3) (4) (5) respectivamente el yo cuidador, el yo individuador y el yo cuidado (Fig. 1), así como, desde el punto de vista de lo histórico-disfuncional, con los que denomino respectivamente el yo introyectado, el yo robotizado y el yo regresivo (Fig. 2).
Y partiendo del esquema anterior, Berne trabajó desarrollando el análisis estructural, es decir, la interacción dentro de la propia persona entre los estados del yo, al que siguió el análisis transaccional propiamente dicho, es decir, las interacciones que las personas tienen entre sí, a las cuales llamó transacciones, derivando de ello el nombre del sistema en su totalidad. Después, prosiguió con el análisis de la estructuración del tiempo, o sea, de las diferentes series de transacciones con las que las personas ocupan su tiempo cuando se relacionan. Y dentro de este tema se centró, especialmente, en el análisis de los juegos psicológicos, las series de transacciones con las que, más o menos inconscientemente, las personas se utilizan psicológicamente unas a otras, repitiendo viejas maneras de supervivencia con las que esperan satisfacer sus carencias del pasado, aunque con un resultado infructuoso. Con esta contribución Berne (6) y el análisis Transaccional ganaron una gran difusión internacional.
Por último, avanzó también en el análisis de los guiones psicológicos (7), aunque este aspecto tuvo también importantes contribuciones de otros colaboradores (8). El guión psicológico es un programa inconsciente que la persona puede estar siguiendo ahora, determinando su vida actual. Está basado en las influencias parentales del pasado y en las decisiones tomadas por la persona en su infancia para sobrevivir. Este tema del guión psicológico, es una contribución muy cercana a la del cognitivismo constructivista (9) (10), cuyo planteamiento básico es, en líneas generales y relativizando, el de que la vivencia de lo que experimenta la persona en la realidad y en muchos casos la propia realidad como tal, suele co-depender también en gran parte de la persona misma. Es decir, que ésta co-participa “construyendo” dicha vivencia o incluso la realidad en sí misma, en base a los elementos que vive en su vida, a veces aleatoriamente.
Aunque el análisis Transaccional nació como una psicoterapia grupal, también podemos utilizarlo como psicoterapia individual, pudiendo entonces ser útil en sí misma o ser el paso previo para después poder proseguir en un grupo. A veces hay personas que temen revivir en el grupo viejas situaciones negativas, necesitando prepararse para ello. También, la terapia individual puede usarse, sola o como complemento al trabajo en grupo, cuando necesite dar el terapeuta y recibir el cliente una mayor protección que la que se puede dar y recibir en el grupo.
Pero ya sea individualmente o en grupo, el objetivo siempre es que cada persona logre lo antes posible lo que quiere lograr, según su contrato terapéutico que especifica lo que quiere resolver. Una diferencia importante del análisis Transaccional dentro de los sistemas de la psicología humanista, es su enfoque contractual, en parte parecido al del conductismo, pero menos “conductual”. Todo lo que se trabaja en análisis Transaccional se basa en contratos. Otra manera de decirlo, más humanista, es que se basa en acuerdos. Con ellos, la persona y el terapeuta acuerdan de una manera lo más realista, práctica y mensurable posible, el objetivo a conseguir y los medios para lograrlo. Tener un acuerdo terapéutico favorece que los pensamientos, sentimientos y conductas de la persona que está trabajando en resolver un problema, se orienten hacia el cumplimiento del objetivo, incluso aunque no esté dedicada explícitamente a él.
Los tres estados del yo funcionales básicos
En nuestro vivir diario podemos ver en las personas cambios notables de conducta, pudiendo pasar de una a otra con relativa rapidez. Es como si en su interior existiesen distintos “personajes”, manifestándose uno u otro según el momento o situación. Con frecuencia, lamentablemente, lo hace el personaje que no conviene, causando entonces problemas en las relaciones y, en el peor de los casos, comenzando o perpetuándose los conflictos en la vida. Estos personajes son, metafóricamente, lo que Eric Berne técnicamente denominó estados del yo. Y esta diferenciación conceptual y práctica, inspirada en las contribuciones del psicoanalista Federn (11), fue su crucial aportación inicial, deslindándose a partir de ella ya definitivamente del psicoanálisis.
Berne (7) definió un estado del yo como un “sistema coherente de pensamientos y sentimientos manifestado por unas correspondientes pautas de conducta”. Y los clasificó en tres tipos principales a los que familiarmente llamó: Padre, Adulto y Niño, denominaciones que se han popularizado, en un sentido para bien, por ser términos muy descriptivos de la realidad que Berne quería resaltar a efectos de la psicoterapia, y en otro sentido para mal, por haberse vulgarizado y trivializado tanto su uso, que en cierta manera, han visto mermada su credibilidad científica, pese a su consistencia conceptual y su utilidad. Por otra parte, son denominaciones que aluden demasiado a un enfoque histórico-biográfico de la personalidad, gestada ésta en la infancia. De hecho, dichas denominaciones no implican todo lo que funcionalmente son los estados del yo, los cuales tienen utilidad durante toda la vida. De ahí, que los términos de yo cuidador, yo individuador y yo cuidado, que he adoptado (3) (4) (5), expresan mejor la funcionalidad de los tres estados del yo básicos (Figura 1), así como su aplicabilidad no sólo en psicoterapia, sino también para un crecimiento personal que facilite el desarrollo de las
potencialidades humanas.
Los tres estados del yo básicos son las manifestaciones fundamentales de la personalidad y sirven para facilitar a la persona una vida plena. En general, cumplen funciones adaptativas y están al servicio primero de sobrevivir y después de vivir. Cada uno de los tres estados del yo se manifiesta funcionalmente de una manera que le es saludablemente propia. Es sencillo, las personas, en lo primordial, necesitan poder cuidar, poder ser cuidadas y poder individuarse. Y así, la evolución filogenética ha conducido a que la función básica del yo cuidador sea dar cuidados, la del yo cuidado sea recibir cuidados y la del yo individuador sea individuarse. Y también han evolucionado subformas funcionales (12) dentro de cada estado del yo básico, subdividiéndose el yo cuidador en yo nutritivo y yo protector (o yo crítico), el yo cuidado en yo sumiso, yo rebelde, yo retraído y yo libre, y el yo individuador en yo reflexivo y yo creativo. En principio, la finalidad funcional de los estados del yo básicos (así como de sus subformas) es positiva, pero también pueden manifestarse negativamente, dependiendo de las circunstancias que hayan concurrido en el pasado durante el desarrollo de la persona y por lo cual repiten entonces viejas cosas de antaño. Y entonces los tres estados del yo básicos se manifiestan disfuncionalmente de una manera para la que los términos, que uso, de yo introyectado, yo robotizado y yo regresivo (Fig. 2), son más descriptivos y se refieren más a las dificultades que se manifiestan en psicoterapia. Y su análisis pertenece a un enfoque histórico-biográfico de la personalidad.
Fundamentación psicológica de los estados del yo básicos
La función principal de cada uno de los tres estados del yo básicos viene determinada por la aparición y desarrollo evolutivo de las necesidades psicológicas de apego-separación-individuación, vitales para que la persona pueda sobrevivir y crecer a lo largo de la vida.
Por una parte, a partir del nacimiento, la persona necesita formar vínculos de apego (13) para poder vivir. Y así, la evolución filogenética ha posibilitado que el recién nacido desarrolle un tipo de conducta a la que se llama conducta de apego (13), como es, por ejemplo, gorgorear, llorar, sonreír, seguir con la mirada, etc. Su finalidad es mantener próxima y disponible a una persona adulta (que al principio generalmente es la madre), de manera que se forme un vínculo afectivo, asegurando de esta manera que recibirá los cuidados que necesita.
Pero los procesos de apego al servicio de cubrir establemente la necesidad de cuidados no sólo se dan en la infancia, sino que siguen después también en la vida adulta (14) y sus diversos vínculos afectivos, como ocurre, por ejemplo, en los vínculos de pareja (15). Desde luego, a diferencia de lo que sucede en los vínculos paterno-filiales, lo más apropiado en los vínculos adultos, aunque con frecuencia no sea así, es el intercambio en recibir cuidados según las respectivas necesidades.
Por tanto, además de ser evidente en sí misma, está psicológicamente fundamentado que buscar y recibir cuidados es una necesidad básica de la persona a lo largo de toda la vida, una necesidad que a veces es incluso más perentoria que la de recibir alimento (16), derivándose graves consecuencias de las carencias en cubrir dicha necesidad (17).
Y está necesidad de buscar y recibir cuidados es la que posibilita su propia función para satisfacerla, manifestándose, cuando está implementada por el yo, mediante el tipo de estado del yo buscador y receptor de cuidados o simplemente yo cuidado.
Sin embargo, como es obvio, todo resultaría inútil si la conducta de buscar recibir cuidados no tuviese su complemento natural, resultado también de la evolución filogenética, en la conducta de dar cuidados (13) por parte de una figura cuidadora. Ésta es en la infancia una conducta generalmente materna, quien tiene también su propia conducta de apego específica (18), como, por ejemplo, sonreír al bebé, repetir sus sonidos, hacerle carantoñas, responder a sus monerías, etc.
Pero se trata también de una necesidad que se extiende a los vínculos afectivos de la vida adulta, inclusive a los de pareja, siendo lo apropiado en ellos, a diferencia de lo que ocurre en los vínculos paterno-filiales y aunque con frecuencia no sea así, el intercambiar dar cuidados según lo que se necesite. Por tanto, también dar cuidados es una evidente y justificada necesidad básica de la persona para poder vivir y desarrollarse. Con dicha necesidad la evolución responde, precisamente, a la necesidad de recibir cuidados que tiene la persona.
Y por tanto, la necesidad de dar cuidados posibilita también su propia función para satisfacerla, manifestándose entonces, cuando está implementada por el yo, mediante el tipo de estado del yo proveedor de cuidados o simplemente yo cuidador.
Y por último, para un desarrollo saludable las persona tiene también la necesidad de ser ella misma, es decir, de individuarse, con independencia de la “servidumbre” que implica tener que estar pendiente de recibir o de dar cuidados para sobrevivir y vivir. Y así, una vez más también resultado de la evolución filogenética, de esta manera la persona puede explorarse y descubrirse a sí misma e incluso el mundo, creciendo en su autonomía. Es el contrapunto equilibrador de la necesidad vinculadora del niño o de la persona adulta, la cual se expresa mediante las necesidades de separación-individuación (19), para además también poder desarrollarse individualmente. La necesidad de separación, con frecuencia experimentada como una crisis, es un primer paso facilitador de logros de individuación. Y mediante estos procesos, a través de diferentes etapas a lo largo de la vida, la persona irá desarrollando y consolidando el sentido de sí-misma (20).
Por tanto, individuarse es también una no menos evidente y justificada necesidad básica de la persona para poder vivir y desarrollarse. Y como necesidad, posibilita también su propia función para satisfacerla, manifestándose entonces, cuando está implementada por el yo, mediante el tipo de estado del yo individuador o simplemente yo individuador.
Fundamentación neurológica de los estados del yo básicos
Los tres estados del yo funcionales básicos no sólo están fundamentados desde el punto de vista del desarrollo psicológico, sino también por parte de las contribuciones de la neurociencia, siendo especialmente útiles en este sentido las aportadas actualmente por el neurofisiólogo Jaak Panksepp (21), quien ha investigado y descrito varios sistemas operantes subcorticales, que son esenciales para nuestra supervivencia. Son, desde mi punto de vista (22), el substrato neurológico subcortical de los estados del yo. Se trata de sistemas funcionales que se han ido estructurando a lo largo de la historia evolutiva de los mamíferos en general y del ser humano en particular, teniendo una utilidad adaptativa. Su función general es la de organizar e integrar, al principio de una manera automática, los diferentes recursos fisiológicos, conductuales y psicológicos necesarios para sobrevivir y crecer.
Estos sistemas se manifiestan con unos patrones que integran emoción, cognición y conducta, teniendo unas expresiones faciales y gestos que generalmente les son típicos, tal como ocurre con los estados del yo descritos por Berne. De hecho, son patrones que, a mi modo de ver, cuando están implementados por el yo, se les puede considerar propiamente como estados del yo funcionales, siéndoles claramente aplicable la definición que Berne (7) dio para los estados del yo.
De entre los varios sistemas descritos por Panksepp, cuatro de ellos contribuyen siendo el substrato neurológico subcortical en los que se fundamentan los tres tipos de estados del yo funcionales básicos. Son concretamente:
- el sistema de la separación-distrés
- el sistema del confort afectivo
- el sistema cuidador
- y el sistema buscador-explorador
Por sistema de la separación-distrés Panksepp entiende aquel que, subcorticalmente, tiene la función de asegurar que el niño mantenga su apego con los padres, generalmente la madre, pudiendo así recibir de éstos la protección y cuidados que necesita. Para ello, este sistema facilita al niño vivenciar y expresar sentimientos de indefensión y de pérdida, así como el poder emitir algún tipo de señal o de vocalización si el contacto se pierde. Y en concreto, posibilita el denominado llanto de separación, en el que subyace una mezcla de ansiedad de separación y de protesta de separación, todas ellas manifestaciones bien estudiadas por la teoría del apego y que también tienen su versión para la persona adulta, pues el sistema de separación-distrés sigue funcionando a lo largo de toda la vida. De hecho, es una parte del substrato subcortical en el que se sustenta neurológicamente la manifestación del yo buscador y receptor de cuidados o simplemente yo cuidado.
En cuanto a la neurología, según Panksepp, en el sistema de la separación-distrés destacan circuitos subcorticales en los que intervienen el cíngulo anterior, los núcleos de la estría terminal del tálamo, el área preóptica, el tálamo dorsomedial y el área periacueductal dorsal gris. Y como neurormoduladores químicos, son clave, inhibiendo el sistema, diversos opiáceos endógenos, la oxitocina y la prolactina, así como, por el contrario, actúan activando el sistema, la corticotrofina y el glutamato.
El sistema del confort afectivo tiene la función, también operando subcorticalmente, de facilitar vivenciar la seguridad y tranquilidad que se logra cuando se tiene la necesaria protección y cuidados, sin los cuales, en definitiva, el niño no puede sobrevivir. Panksepp considera que este sistema, al que aúna con el de la separación-distrés y con el cual en cierta manera es antagónico pero complementario, forma parte de un único sistema neurológico al que denomina el sistema para el afecto social. Pero yo prefiero denominarle el sistema del apego filial, pues en definitiva está al servicio de mantener este tipo de apego. Y es el substrato subcortical en el que se fundamenta la manifestación funcional del estado del yo cuidado, siendo también un sistema que sigue funcionando a lo largo de la vida en su versión para la persona adulta.
Respecto a los circuitos neuroanatómicos del sistema del confort afectivo, activo cuando el apego no está amenazado, aunque aún se está en fase de investigación (23) (24), sí se sabe bastante bien cuáles son sus neuromoduladores químicos, siendo a destacar la acción de diversos opiáceos endógenos, de la oxitocina y de la prolactina, todos ellos activando el sistema y, por otra parte, antagónicamente, también todos ellos inhibiendo el sistema de la separación-distrés.
Como complemento neurológico natural del sistema subcortical del apego filial, está el sistema proveedor de cuidados o simplemente sistema cuidador. Éste interviene en facilitar a los padres, generalmente la madre, el dar al hijo la protección y cuidados que éste necesita, en todos los sentidos, inclusive siendo para él una base segura (25), no sólo desde la que ir explorando el mundo, sino además desde la que iniciar ir individuándose, es decir, para poder comenzar a desarrollarse en ser sí mismo. Y este sistema es el substrato subcortical en el que se fundamenta la manifestación funcional del estado del yo cuidador.
En este sistema cuidador destacan, según Panksepp, circuitos subcorticales en los que intervienen el cíngulo anterior, los núcleos de la estría terminal del tálamo, el área preóptica, el área tegmental ventral y el área periacueductal gris. Y como neuromoduladores químicos son clave, activando el sistema, la oxitocina, la prolactina y la dopamina, así como diversos opiáceos, algunos activando y otros inhibiendo el sistema.
Por último, como equilibrador indispensable del sistema del apego filial y del sistema cuidador, está la contribución de otro de los sistemas subcorticales descritos por Panksepp y que aquí viene identificado como el sistema buscador-explorador o simplemente el sistema explorador. Este sistema promueve en la persona, una búsqueda y exploración en el entorno, moviéndose ésta con interés, curiosidad y afán de investigación ante las cosas, lo que le facilita no sólo el logro de recursos primarios, como, por ejemplo, la comida, sino también la realización de tareas con un propósito intelectual. Esto la lleva incluso no sólo a querer descubrir el mundo y sus complejidades, sino, en sus manifestaciones más avanzadas, a querer averiguar el significado de la vida y de sí misma, autoconociéndose en todas las facetas posibles. Y este sistema es el substrato subcortical en el que se fundamenta la manifestación funcional del estado del yo individuador.
Muy interconectado con este sistema está el sistema de auto-estimulación, denominado también sistema de recompensa o de refuerzo y situado en el hipotálamo lateral. Y en este último sistema es crucial la contribución de la dopamina, de manera que este neuromodulador es también fundamental para el sistema explorador.
En cuanto a la neuroanatomía, según Panksepp, en el sistema explorador destacan circuitos subcorticales en los que intervienen el núcleo acumbens, el área tegmental ventral, diferentes procesos mesolímbicos y mesocorticales, el hipotálamo lateral y el área periacueductal gris. Y como neuromoduladores químicos, son clave, activando el sistema, la dopamina, el glutamato, diversos neuropéptidos, diversos opiáceos y la neurotensina.
Sin embargo, no obstante todas estas contribuciones subcorticales, hemos de tener en cuenta que en la persona, en un funcionamiento saludable, el desarrollo y contribución de lo neocortical va posibilitando mejores recursos respecto a la mera pero necesaria contribución subcortical de los sistemas operantes descritos por Panksepp, que forman parte del que denomino el cerebro instintivo-emocional (5) (22) y que describiré más adelante.
Y así, con el desarrollo se configura neurológicamente una forma más avanzada del sistema explorador a la que denomino el sistema cerebral explorador-individuador o simplemente sistema cerebral individuador, la cual no sólo incluye la contribución del cerebro instintivo-emocional, sino la del cerebro racional y también la del cerebro imitativo. Y análogo desarrollo sucede a partir de los subcorticales sistema cuidador y sistema del apego filial, dando lugar neurológicamente, respectivamente, al sistema cerebral proveedor de cuidados y al sistema cerebral buscador y receptor de cuidados o simplemente sistema cerebral receptor de cuidados, pues ésta es su utilidad final.
Por tanto, en cada uno de estos tres sistemas cerebrales funcionales básicos, en un desarrollo saludable, contribuyen y coparticipan (Fig. 3) los tres tipos de cerebro (22) que describiré en el próximo tema, o sea, el cerebro instintivo-emocional, el cerebro racional y el cerebro imitativo, que son respectivamente el substrato cerebral de la arqueopsique, la neopsique y la exteropsique, es decir, de los órganos psíquicos postulados por Berne (2), a los que consideró como los “organizadores” de los estados del yo.
Neurología de los órganos psíquicos bernianos
En el cerebro pueden distinguirse tres grupos neurológicos básicos (5) (22). La clasificación tripartita más divulgada es probablemente la de MacLean (26), con su concepto al que denominó “el cerebro triuno”, en el que distingue tres grandes grupos de estructuras neurológicas fundamentales, las cuales se han ido superponiendo e integrando a través de la evolución filogenética. A efectos didácticos, MacLean denominó a estos grupos neurológicos el cerebro reptiliano, el cerebro límbico y el cerebro racional. Sin embargo, de una manera más generalizadora y también menos precisa –lo que evita tener que considerar las divergencias y contradicciones terminológicas y conceptuales que tanto abundan en neurología- pueden denominarse respectivamente, como también hace Panksepp (21), el cerebro instintivo, el cerebro emocional y el cerebro racional.
Pero pese a estas diferenciaciones didácticas y a que según el caso puede destacar uno u otro de estos grupos neurológicos, no hemos de perder de vista que el cerebro es una unidad en la que todo está interconectado. Y en este sentido es a resaltar la inseparable cooperación funcional que existe entre el cerebro instintivo y el cerebro emocional, hasta el punto de que funcionalmente pueden integrarse en un solo cerebro instintivo–emocional. Este cerebro destaca en la regulación biológica básica para la supervivencia, en la que contribuye el tallo cerebral y del hipotálamo, así como el popular sistema límbico (hay autores que sitúan el hipotálamo formando parte de este sistema), posibilitando, entre todos, los diversos sistemas subcorticales básicos que describe Panksepp.
En su conjunto, el cerebro instintivo-emocional es el substrato neurológico de la arqueopsique postulada por Berne y a la que también puede denominarse psique reactiva. Pero han de “separarse” de este cerebro los mecanismos cerebrales de la imitación, los cuales aunque en su origen son instintivos, es decir, reptilianos según MacLean (26), la posterior contribución neocortical llega a posibilitar, en términos psicoanalíticos, no sólo la identificación con otros, sino la introyección de “otros” en la propia psique. Los mecanismos cerebrales sobre la imitación, sobre los que aún se está avanzando en su investigación (27), forman parte del denominado cerebro imitativo, que es el substrato neurológico de la exteropsique postulada por Berne (2) y la que también puede denominarse psique imitativa.
Inicialmente la imitación es, en su origen, una contribución instintiva que está ya presente sólo nacer, de manera que está comprobado (28) que los bebés de muy pocas horas ya pueden imitar los gestos faciales que les hace un adulto. Pero con el desarrollo saludable, en los mecanismos de la imitación van incluyéndose también contribuciones neocorticales. Es el caso, por ejemplo, de las denominadas neuronas espejo (29), situadas en un sector del área ventral del córtex premotor y las cuales se excitan no sólo cuando se realiza un gesto concreto, sino que también lo hacen cuando se observa a otro realizando el mismo gesto. Éste es un mecanismo neurológico de suma importancia no sólo para la empatía y el poder “resonar” a las necesidades de las demás personas, lo que es crucial no sólo para sintonizar con ellas, sino para “predecir” sobre su conducta y actitudes. Como curiosidad, la existencia de las neuronas espejo explica el hecho tan habitual del porqué se contagian los bostezos, pues cuando una persona bosteza se activan en las otras personas que la observan las mismas neuronas motoras que están generando el bostezo en la primera, activando en dichas personas, motoramente, también el bostezar.
En el cerebro instintivo-emocional es a resaltar la existencia de una colaboración funcional del hipocampo con la amígdala, memorizando entre ambas las situaciones emocionales vividas, siendo el hipocampo quien memoriza la situación y la amígdala la vivencia emocional. Y todo ello pudiendo reproducirse sin la contribución cortical, así que, por lo tanto, este sistema nemotécnico justifica neurológicamente la existencia del tipo de estado del yo regresivo o fijado, manifestación que se produce cuando el cerebro instintivo-emocional domina excluyentemente a los otros dos cerebros. A este sistema de memoria subcortical, que Berne claramente intuyó (2), es al que probablemente accedía Penfield (30) en sus experimentos estimulando determinados puntos de la corteza cerebral.
Y junto al cerebro instintivo-emocional y el cerebro imitativo, está también la contribución, más o menos destacada según el caso, ya sea consciente o no, del cerebro racional, o sea, del neocórtex y sus estructuras, el cual es el substrato neurológico de la neopsique postulada por Berne y que también puede denominarse psique razonadora.
Los estados del yo y las instancias psíquicas freudianas
Aunque puede verse un parecido entre los conceptos de superego, ego e id, y la conceptualización inicial que Berne aportó para los tres tipos básicos de estados del yo a los que denominó Padre, Adulto y Niño, no existe una correspondencia entre las dos series de conceptos. Es decir, que los estados del yo y las instancias psíquicas que conceptualizó Freud, son conceptos diferentes. Y su diferencia aún se hace más evidente si los estados del yo básicos los consideramos desde el punto de vista de su funcionalidad, es decir, respectivamente como un yo cuidador, un yo individuador y un yo cuidado.
Los tres tipos de estados del yo son realidades funcionales concretas que la persona puede aprender a identificar y a utilizar, pudiendo incluso trabajar terapéuticamente en ellas para cambiarlas y desarrollarlas en su crecimiento personal. En cambio, las instancias psíquicas son construcciones abstractas cuya existencia y contribución sólo se infiere, se deduce. Además, de hecho, en cada estado del yo pueden contribuir las tres instancias psíquicas, al igual que pueden contribuir los tres órganos psíquicos, existiendo alguna correspondencia entre estas dos series de conceptos y teniendo en común el mismo substrato neurológico, es decir, respectivamente el cerebro imitativo, el cerebro racional y el cerebro instintivo-emocional. La arqueopsique incluye los procesos psíquicos primarios descritos por Freud y atribuidos al id, mientras que la neopsique incluye los procesos psíquicos secundarios atribuidos al ego. Y la exteropsique incluye los procesos de introyección mediante los cuales se forma el superego. De hecho, el superego y el id son aspectos parciales respectivamente de la exteropsique y la arqueopsique (Fig. 4), mientras que el ego se corresponde con la neopsique.
Por otra parte, mientras que las contribuciones inferenciales del superego y el id son inconscientes (Fig. 4), las de la exteropsique y la arqueopsique, aunque también puede destacar en ellas este aspecto, también pueden ser preconscientes e incluso conscientes. En cambio, por parte del ego y por tanto de la neopsique, suelen destacar las contribuciones conscientes, frente a las preconscientes e inconscientes, aunque también pueden darse este tipo de contribuciones.
Los tres estados del yo disfuncionales
En un funcionamiento saludable, cada uno de los sistemas cerebrales en el que se fundamentan los estados del yo básicos, incluye la contribución del cerebro instintivo-emocional, del cerebro racional y del cerebro imitativo. O expresado desde el punto de vista de los órganos psíquicos, la manifestación de cada estado del yo incluye contribuciones arqueopsíquicas, neopsíquicas y exteropsíquicas, acordes con la utilidad funcional de su manifestación.
Otra cosa es cuando uno de tres los órganos psíquicos o, desde el punto de vista neurológico, uno de los tres cerebros, debido a necesidades de supervivencia, domina excluyentemente a los otros dos órganos psíquicos o a los otros dos cerebros. Se manifiestan entonces, como tipo de estado del yo, respectivamente los disfuncionales yo introyectado, yo robotizado y yo regresivo, que son, en definitiva, las formas disfuncionales respectivamente del yo cuidador, el yo individuador y el yo cuidado. Y entonces se requiere de una reestructuración terapéutica de estos estados del yo disfuncionales, que facilite a la persona poder lograr o recuperar funcionalidad.
Formas de trabajar en la reestructuración de los estados del yo
En análisis Transaccional se utilizan diversas formas para trabajar en la reestructuración de los estados del yo, las cuales se completan y complementan entre sí, convirtiéndolo en un método de psicoterapia integral que trabaja en-y-con el pensar, el sentir y el actuar. Una de las formas es la que fue originada por Berne (31), conocida como terapia de control social y cuyo objetivo es facilitar a la persona con dificultades alcanzar el control saludable de su propia vida, tanto en el ámbito privado como en el social. Para ello fortalece su estado del yo individuador, trabajando en liberarse de las influencias negativas derivadas de sus estados del yo disfuncionales, ya sean del tipo introyectado, robotizado o regresivo. Las estrategias de intervención que se utilizan son más bien verbales y remarcan el “pensar”, aunque desde luego sólo como punto de partida, pues el logro terapéutico deviene con la integración saludable del pensar, sentir y actuar, aplicada a la solución de las dificultades. Berne describió los siguientes ocho tipos de intervención terapéutica con el yo individuador: la interrogación, la especificación, la confrontación, la explicación, la ilustración, la confirmación, la interpretación y la cristalización. Y también describió cuatro tipos de intervención con el yo cuidador: apoyo, tranqulizamiento, persuasión y exhortación.
Otra forma es la conocida como terapia de redecisión (32), con un enfoque que resulta de una integración del análisis Transaccional y la terapia Gestalt, buscando facilitar a la persona que manifiesta en sus dificultades un yo regresivo, una reestructuración que le permita usar su yo cuidado saludablemente saludable en función de sus necesidades actuales. Entonces la persona deja de repetir viejas maneras negativas de la infancia en su conducta de buscar y de recibir cuidados, estos últimos con frecuencia también negativos. El trabajo que se realiza es, partiendo de situaciones vivenciales que presenta la persona y que pueden ser: una situación antigua, reciente, presente, imaginada o una combinación de varios de estos tipos, ir facilitándole el proceso de cambiar las decisiones negativas que tomó en su infancia, ante las figuras parentales de las que dependía para recibir cuidados. Desde luego, la “redecisión” no sólo ha de ser cognitiva sino también vivencial. También en el sentido de reestructurar el yo cuidado, está la llamada terapia de reniñamiento (33). En síntesis, consiste en facilitar a la persona que manifiesta en sus dificultades un yo regresivo o un yo robotizado, el que pueda vivir situaciones y vivencias positivas de ser cuidado que no pudo tener en su infancia, en cierta manera “volviendo a ser niño”, es decir, facilitándole una regresión terapéutica. De esta manera, la persona experimenta nuevas vivencias positivas que van contrarrestando las antiguas vivencias negativas, manifestando entonces un saludable yo cuidado situado aquí-y-ahora.
Otra forma de trabajar que en cierta manera es el complemento terapéutico de las anteriores formas, es la conocida como terapia de reparentamiento o de reparentalización (34), en principio iniciada para el tratamiento de personas con dificultades psicóticas. Su premisa es que bastantes de estas dificultades son fundamentalmente maneras de supervivencia aprendidas en ambientes favorecedores de dificultades psicóticas. Puede que haya cierta predisposición orgánica que “carga la escopeta”, pero las experiencias vividas son los que en definitiva “aprietan el gatillo”. El trabajo que se realiza consiste en facilitar a la persona que regrese terapéuticamente a su infancia, es decir, que “vuelva a ser niño” y a manifestar su yo cuidado, para entonces “recriarlo” cuidándolo de una manera saludable. Y en el proceso de dejarse reparentar o recuidar, la persona, a la par que también reestructura un nuevo yo cuidado, reestructura en su psique un nuevo yo cuidador saludable, capaz de contrarrestar el antiguo yo cuidador nocivo que tiene interiorizado y que mantiene sus dificultades psicóticas. Desde luego, según el caso, el apoyo farmacológico con antipsicóticos es indispensable. El reparentamiento no sólo es aplicable en el tratamiento terapéutico de dificultades psicóticas, sino que también es útil para la persona “normal”. Pueden reparentarse o recuidarse cuestiones puntuales en pocas sesiones o incluso en una sola, es decir, que se trata de un reparentamiento puntual. Se suele llamar entonces simplemente parentamiento a este tipo de trabajo, para distinguirlo del otro. Por ejemplo, mediante un trabajo de doble silla (que es una técnica adoptada y adaptada de la terapia gestalt, de su técnica de la silla caliente) entre el yo cuidado y el yo cuidador de la propia persona, el terapeuta puede facilitar que ésta interiorice y manifieste con su yo cuidador el mensaje incondicional: “Te quiero”, dirigido a su yo cuidado, mensaje que nunca recibió en su infancia. Entonces, al culminar el trabajo el mensaje es recibido y vivenciado por su yo cuidado, probablemente sintiendo tristeza por todo lo que no recibió en el pasado, pero también alegría y afecto por lo que está recibiendo ahora, de hecho, de su propio estado del yo cuidador que se ha reestructurado gracias al trabajo terapéutico.
Existe otro tipo de trabajo dentro de la línea de reestructurar un nuevo yo cuidador, que es el llamado auto-reparentamiento (35), el cual consiste en “introducir” la propia persona en su yo cuidador actitudes y conductas cuidadoras saludables. Es un tipo de trabajo que, se realiza a partir del yo individuador, utilizando el cerebro racional, que es quien estructuralmente coordina el proceso, pero a favor de lograr un yo cuidador saludable, que contrarreste la existencia de un yo cuidador introyectado, es decir, dominado excluyentemente por el cerebro imitativo. Y a nivel del proceso, o sea, no tanto trabajando con lo “qué” ocurre en terapia según el material biográfico, sino con “cómo” ocurre lo que ocurre, también está la forma de trabajar llamada terapia del proceso (36). Con ella se trabaja en facilitar a la persona un cambio en “cómo” piensa, siente y actúa, en tanto que esté determinado por mandatos parentales disfuncionales. Se trata de mandatos que condicionan inconscientemente a la persona a “ser aceptada si. . . ”, con su yo cuidado regresivo o su yo individuador robotizado, “es perfecta”, “complace”, “se esfuerza”, “es fuerte”, “se da prisa” o “tiene precaución”, mandatos aprendidos en su infancia para sobrevivir y reforzados a lo largo de la vida para poder seguir sobreviviendo. Son mandatos que también pueden exteriorizarse hacia las demás personas, manifestados con el yo cuidador introyectado, poniéndoles condiciones para ser aceptadas existencialmente.
En resumen, por tanto, tenemos seis posibles formas de trabajar en la reestructuración de los estados del yo, que se complementan y que configuran al análisis Transaccional como una terapia integral para el logro terapéutico. Si además añadimos, según las preferencias del psicoterapeuta, otras “complementariedades” procedentes de otros enfoques de la psicoterapia, no sólo disponemos de una terapia integral, sino que podemos contar también con una terapia integradora. Y esta facilidad para integrarse con otros enfoques, enriqueciéndolos o siendo a su vez enriquecido por ellos, es también una útil característica del análisis Transaccional.
Un caso práctico
Un caso, que se presenta en este trabajo como un ejemplo esquematizado que obviamente no agota todas las posibilidades, es el de un hombre que está viviendo con su pareja un conflicto debido a que ésta busca mayor proximidad vinculadora, quejándosele de que no se deja ayudar en sus problemas y de que se absorbe demasiado en sus cosas, es decir, que le acusa de buscar espacio individuador. Dicho hombre pide ayuda individual para clarificar y resolver este conflicto. El psicoterapeuta transaccional coloca entonces tres sillas de manera que dos estén una enfrente de la otra y la tercera, en medio, mirando a estas dos. Las dos sillas, una frente a la otra, representan respectivamente al yo cuidador y al yo cuidado de la persona. La tercera representa al yo individuador. Esta manera de trabajar es una optimización gracias al análisis Transaccional, de la técnica de la silla caliente gestáltica.
A petición del terapeuta, la persona se sienta en la silla del yo individuador y se pregunta: “¿Cuáles son mis necesidades individuales?”, a lo que ella misma responde: “Necesito tiempo para leer, quiero meditar y quiero dedicarme a mi afición favorita”. Entonces, el terapeuta le indica que cambie a sentarse en la silla del yo cuidador y que se pregunte: “¿Cuáles son mis necesidades de cuidar?”, a lo que ella misma responde: “Me gusta hacer cosas por mi pareja y además también me gusta que me cuente sus cosas”. Por último, también a indicación del terapeuta, cambia a sentarse en la silla del yo cuidado y se pregunta: “¿Cuáles son mis necesidades de ser cuidado?”, a lo que ella misma, después de unos momentos pensando, responde: “Pues…, no sé…, no encuentro ninguna. . . ”. Entonces el terapeuta aprovecha su respuesta para darle información saludable sobre la importancia no sólo de cuidar, sino de ser cuidado cuando es necesario. Después, el terapeuta le va indicando seguir repitiendo cambios de silla, con el objetivo terapéutico de lograr que la persona se de cuenta de que está excluyendo en sí mismo su necesidad de ser cuidado, es decir, su yo cuidado. Por fin, aunque no sabe por qué, se da cuenta de que lo está excluyendo y de que su pareja tiene razón en su queja, con lo cual establece el acuerdo de comenzar a pedir ayuda en sus problemas.
Posteriormente, en otra sesión, el terapeuta le propone tener un diálogo entre su yo cuidado y su yo cuidador, para lo que coloca entonces dos sillas mirando una a la otra. A petición del terapeuta la persona se sienta en la silla de su yo cuidador, el cual tiene bastante desarrollado para su pareja, pero no para sí misma. El terapeuta le propone que le ofrezca a su yo cuidado: “Cuenta conmigo si necesitas cuidados”. Luego, a instancias del terapeuta, cambia a sentarse en la silla del yo cuidado, para tomar conciencia de lo que está vivenciando y de su respuesta ante el yo cuidador: “Es que yo sé funcionar bastándome a mí mismo”. Obviamente, no es una respuesta receptiva de su yo cuidado sino una respuesta rechazante de su yo individuador robotizado, actitud sobre la que el terapeuta le invita a reflexionar, siguiéndole entonces un trabajo de análisis biográfico y vivencial respecto a lo que le sucedió para necesitar sobrevivir bastándose a sí mismo y decidiendo rechazar recibir cuidados. Y en sucesivas sesiones, se sigue trabajando que la persona logre, con su yo cuidado, el redecidir, cognitiva y vivencialmente aceptar pedir y recibir cuidados cuando sea necesario. Y al lograrlo e interiorizarlo en su psique, se ha facilitado también a sí misma poder pedir y recibir cuidados en la realidad, de manera que también le será más fácil poder hacerlo con su pareja cuando lo necesite.
En definitiva, es como si se estuviese haciendo psicoterapia con personas reales, pero de una manera en la que dichas personas son los diferentes estados del yo funcionales básicos de una única persona, que están implicados en la situación a resolver.
Referencias
1. Berne E. Transactional Analysis: A new and efective method of group therapy. Am J Psychother. 1958 Oct; 12(4):735-43.
2. Berne E. análisis transaccional en psicoterapia: Una psiquiatría sistemática, individual y social. Buenos Aires: psique; 1976. (Original publicado en Inglés en 1961).
3. Oller Vallejo J. Vivir es autorrealizarse: Reflexiones y creaciones en análisis Transaccional. 2ª ed. renovada. Barcelona: Kairós; 2001.
4. Oller Vallejo J. The ego states and the three basic functions. Transactional Analysis Journal. 2001 Jul; 31(3): 290-94. (Traducción al Español en la Revista análisis Transaccional y psicología Humanista de AESPAT. 2002; 47. Disponible a través de: personales. jet. es/jollerv/index. html).
5. Oller Vallejo J. La personalidad integradora: El doble logro de ser sí mismo y vincularse. Barcelona: CEDEL; 2004.
6. Berne E. Juegos en que participamos: Sicología de las relaciones humanas México: Diana; 1964.
7. Berne E. ¿Qué dice usted después de decir hola?: La psicología del destino humano. Barcelona: Grijalbo; 1974. (Original en Inglés publicado en 1972).
8. Steiner C. Los guiones que vivimos: análisis Transaccional de los guiones de vida. Barcelona: Kairós; 1992. (Original en Inglés publicado en 1974).
9. Maturana HR, Varela FJ. The tree of knowledge: The biological roots of human understanding. Boston: Shambala; 19
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