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El factor social en la salud y en la enfermedad mental.

Autor/autores: Manfredo Teicher
Fecha Publicación: 01/03/2010
Área temática: Psiquiatría general .
Tipo de trabajo:  Conferencia

RESUMEN

¿Quién define lo que es justo y lo que no lo es? En la pirámide social todos quieren estar arriba y someter a los de abajo. Somos víctimas y cómplices de un juego imposible de modificar. Cubierto de una elegante hipocresía que resulta peligroso denunciar. El dinero que se obtiene por el trabajo personal es el reconocimiento que la comunidad otorga. Para una amplia mayoría, resulta significativamente negativo. La hostilidad que esto genera, comienza un proceso donde la guerra y el genocidio están en el extremo de un camino de corrupción social que a nivel individual puede traducirse en droga, locura o suicidio. Si el ambiente social no es capaz de imponer una jus¬ticia social en su me¬dio, éste será el caldo de cultivo donde la perversión y la locura estarán a sus anchas. El odio surgido por la frustración puede manifestarse en una de las revoluciones cruentas que ilustran la historia. Lamentablemente jamás se concretó su intención de imponer una justicia social. ¿Por qué la guerra? ¿Por qué los genocidios? Pretender imponer la razón allí donde la pasión embota los sentidos, es, no sólo inútil sino arriesgado. El instinto de conservación de la especie promueve la reproducción, pero no se opone a la aniquilación de los vecinos. Las diferencias de clase, tanto dentro de un grupo como entre grupos (naciones) se resisten a un favorable cambio. La cultura humana transmite su eterno mensaje: ¡Sálvese quién pueda y como pueda! Muchos lo logran. El ser humano ¿es un animal racional?

Palabras clave: enfermedad mental


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REFLEXIONES SOBRE EL FACTOR SOCIAL DE LA enfermedad MENTAL

Manfredo Teicher
Asociación. Psicoanalítica Argentina (APA)
fredi@fibertel. com. ar
http://www. manfredoteicher. com. ar

RESUMEN:

¿Quién define lo que es justo y lo que no lo es? En la pirámide social todos quieren estar arriba y
someter a los de abajo. Somos víctimas y cómplices de un juego imposible de modificar. Cubierto de
una elegante hipocresía que resulta peligroso denunciar. El dinero que se obtiene por el trabajo
personal es el reconocimiento que la comunidad otorga. Para una amplia mayoría, resulta
significativamente negativo. La hostilidad que esto genera, comienza un proceso donde la guerra y
el genocidio están en el extremo de un camino de corrupción social que a nivel individual puede
traducirse en droga, locura o suicidio. Si el ambiente social no es capaz de imponer una jus¬ticia
social en su me¬dio, éste será el caldo de cultivo donde la perversión y la locura estarán a sus
anchas. El odio surgido por la frustración puede manifestarse en una de las revoluciones cruentas
que ilustran la historia. Lamentablemente jamás se concretó su intención de imponer una justicia
social. ¿Por qué la guerra? ¿Por qué los genocidios? Pretender imponer la razón allí donde la pasión
embota los sentidos, es, no sólo inútil sino arriesgado. El instinto de conservación de la especie
promueve la reproducción, pero no se opone a la aniquilación de los vecinos. Las diferencias de
clase, tanto dentro de un grupo como entre grupos (naciones) se resisten a un favorable cambio. La
cultura humana transmite su eterno mensaje: ¡Sálvese quién pueda y como pueda! Muchos lo
logran. El ser humano ¿es un animal racional?

I) . - Nosotros, los humanos al comienzo del siglo XXI: Tras millones de años la vida se
desarrolló de tal modo que produjo en la cumbre de su evolución al animal humano (el homo
sapiens) dotado de una inteligencia y de una habilidad que nos permitió desarrollar una asombrosa
tecnología cuyo avance es incontenible, para bien y para mal.
Disponemos de un medio de comunicación que suponemos exclusivo y contamos con altos
ideales utópicos de Libertad, Igualdad y Fraternidad, junto a instituciones sociales como las
religiones y las nacionalidades, con las que mantenemos relaciones tan singulares que culminan en
sacrificios humanos como la guerra y los genocidios.
Nos encontramos al comienzo del siglo XXI con la posibilidad de la autodestrucción de la
especie, con un desastre ecológico cuya solución parece tan ilusoria como en su momento lo fue el
socialismo y con un peligroso desarrollo de la ingeniería genética que es, a la vez, un magnífico
ejemplo del potencial creador que la naturaleza nos ha otorgado.
La tecnología y la globalización que es uno de sus productos, profundiza dramáticamente la
brecha que siempre existió entre los ricos y poderosos por un lado y los pobres y desamparados,
por el otro.
Los robots de las fábricas automáticas reemplazan sin nostalgia a los antiguos esclavos pero
aumentan el problema de la desocupación que la globalización impone por doquier. Mientras la
religión y los nacionalismos demuestran su vigencia, crece la desconfianza frente a la democracia,
simple fachada de una realidad bien distinta a su significado teórico: ninguno de los supuestos
gobiernos democráticos puede dejar de defender los intereses de la minoría que representa, a
expensas de la mayoría. La prevención en salud mental debería iniciarse en el campo de la política
pero en vista de lo que ésta realiza en la práctica concreta, no es de extrañar que la angustia, la
frustración y la violencia, sea el producto de las fervientes promesas de un mañana tan hermoso
como imposible.
La vida social no es fácil. Todos quieren vivir "bien", tener éxito, ser respetados, ser
importantes. Todos queremos ser ricos y famosos. No hay límites para estas metas. El fracaso, la
frustración, genera bronca, rabia, odio, defusión instintiva (o como quieran llamarla) lo que impulsa
a "actuar" más y a reflexionar menos. Corriendo el riesgo de caer en un círculo vicioso de más
frustración y más odio. Acompañado de miedo (al fracaso, a la propia bronca) cerrando otro círculo
vicioso paralelo al anterior. Evitar caer en esta trampa, salir de ella, o simplemente tolerarla, es el
arte de convivir en sociedad.
No cabe duda que el Principio de Realidad (postergar, renunciar) debe controlar al Principio de
Placer (ya, todo) pero esto introduce serias dificultades en la cultura. ¿Hasta cuándo postergar? ¿A
qué renunciar?
Las distintas culturas definen a su modo el concepto de sublimación1 y el de perversión2. ¿Cuál
es el camino correcto para alcanzar el éxito, el respeto y la valoración de aquellos a quien uno
valora? ¿Cuáles son los valores adecuados para convivir con los otros, de los que no podemos
prescindir por nuestra condición gregaria? El odio a veces es justificado por injustos maltratos no
merecidos. ¿Quién define lo que es justo y lo que no lo es?
Los ejemplos del éxito económico de la corrupción en los altos niveles de la administración
humana está en flagrante contradicción con los discursos que deben formular los políticos
democráticos prometiendo la justicia social para todos. Y las enormes masas humanas son tanto
víctimas como cómplices de un juego imposible de modificar. Todo cubierto de un manto de
silenciosa y elegante hipocresía (la desmentida) que hasta resulta peligroso denunciar.

1

Sublimar, significa "portarse bien", según los valores del grupo de pertenencia, respetar al objeto significativo, del que se
espera un adecuado reconocimiento como premio a la conducta sublimada. reconocimiento que eleva la autoestima y fortalece
el deseo de vivir.
2
perversión, es lo que el grupo de pertenencia considera "malo". Despreciando al objeto significativo, del que se exige el
-2reconocimiento positivo a cualquier precio. Incluye la psicopatía y la plusvalía.
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La experiencia cotidiana educa, formando el carácter del sujeto. La juventud, al comprobar los
honores que se brindan a cualquiera de los tantos héroes militares que se lucen en sus estatuas
¿podrá pensar que tal héroe debería ser considerado un asesino? O, más bien tendrá muy en cuenta
que el campo de batalla es una oportunidad ideal para ganarse envidiables medallas al honor. Pero
el que se niega ir al frente a matar (lógicamente, a los enemigos de turno)
puede ser fusilado y/o sufrir el desprecio de su grupo por cobarde.
La salud mental consiste en vivir en sociedad y practicar sin cuestionarse demasiado con mas o
menos elegancia la misma hipocresía y ser cómplice del pacto de silencio. La negación, la
racionalización, la proyección, son los lugartenientes sin los cuales la represión no sería posible; sin
olvidar el misterioso poder de la autosugestión. La enfermedad mental denuncia que algunos sujetos
(que no son pocos) no pueden soportar este "juego" y su aparato mental queda intoxicado con la
angustia y el odio. En determinadas situaciones, esto puede ocurrirle a cualquiera. Dependerá de
sus series complementarias (su historia personal) que alguno tenga un poco más capacidad de
tolerancia que otro.
II) . - Convivencia, dependencia, competencia.
La necesidad de convivir plantea serias dificultades. El problema surge de una naturaleza
humana que se inclina a apoyar las pretensiones del narcisismo arrogante y prepotente infantil
en su conflicto con otros semejantes que tienen la misma aspiración.
La necesidad de ser aceptado para convivir en la sociedad humana, obliga a todos al control de
ese aspecto del narcisismo, a sublimarlo para convertirlo en un narcisismo socialmente adaptado
que está dispuesto a tolerar la frustración, respetar al otro, a colaborar con él y a ser solidario. Pero
al mismo tiempo, en la sociedad todos compiten constantemente para obtener suficiente poder que
permita relajar los controles e imponer a los otros sus caprichos, sometiéndolos.
Y un curioso mecanismo psíquico permite diluir en el grupo de pertenencia al narcisismo
individual. Ya no seré Yo lo más maravilloso en el Universo, sino mi grupo de pertenencia: mi
familia, mi patria, los miembros de mi religión, de mi institución, de mi sexo, de mi color de piel, de
mi clase social, etc, etc, etc. Y ellos, los otros, serán los que deberán estar a disposición
incondicional de Nosotros, los Señores. Freud llamó a este fenómeno social "Narcisismo de las
diferencias" sin profundizar.
La elaboración del complejo de Edipo equivale a la internalización de pautas culturales, en una
educación intermediada por la familia. Las pautas culturales conforman una Ley que intenta
normatizar los vínculos de los miembros de una comunidad. Una Ley que contiene "licencias" por las
que, en determinadas circunstancias y frente a determinados semejantes, no rige la ética que la Ley
y la cultura dicen defender. Nuestro discurso cultural generalmente oculta con elegante hipocresía lo
que nuestra actitud cultural señala.
La humanidad se divide en:
los que tendrían el poder de imponer una justicia social pero no les interesa.
los que denuncian el abuso de poder clamando por una justicia social pero no tienen el
poder para imponerla.
Y, si los que ayer clamaban por una justicia social pero no podían imponerla, si hoy pueden,
ya no les interesa.
Dentro del grupo, la competencia narcisista que lucha por el poder de una arrogancia ilimitada y
por la sumisión incondicional de los objetos significativos que componen el grupo de pertenencia
(por ejemplo, en una familia) puede convertir la cotidianidad del ser humano en una guerra sin
cuartel. Lo que llegaría a convertir al intento esquizofrénico de salir del campo y evitar esta
competencia, como una defensa válida si no fuese que la naturaleza humana tampoco tolera quedar
al margen de este "deporte", o sea, de la competencia narcisista.
A pesar de que en algunos momentos es necesaria y por lo tanto buscada y anhelada, para
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descansar y reponer fuerzas para la próxima "batalla", la soledad es en general muy temida,
resultando intolerable si durase mucho tiempo.
Haber logrado crear una comunicación digital (las palabras) sumamente sofisticada, es un
motivo de orgullo para la inteligencia humana ya que hizo posible el desarrollo de una asombrosa
tecnología. Pero también introduce la mentira y otros ingredientes perversos en el vínculo humano.
La necesidad de recibir el reconocimiento positivo de un objeto significativo convierte al sujeto
humano en un ser eminentemente social. Esto resulta indiscutible en los primeros años de vida por
el largo período de indefensión en que nacemos. La adolescencia trae el incremento del llamado de
la naturaleza a la reproducción, acentuando el deseo de ser deseado como objeto sexual, por aquél
que logra despertar ese deseo.
La necesidad de ser valorado por algún semejante que se ha convertido en un objeto
significativo para el sujeto, o sea, el ser importante para alguien que es importante para uno, es una
necesidad narcisista primordial inherente a la condición humana, si bien no es exclusivo de la
especie. Mientras nuestro aspecto humano se esfuerza en crear altos ideales utópicos de Libertad,
Igualdad y Fraternidad, para lograr su satisfacción, la presión de lo reprimido nos alienta a buscar la
satisfacción de tal necesidad a través de una lucha por el poder, una pulsión de dominio que
denuncia nuestras profundas intenciones.
Esta necesidad narcisista primordial podrá tomar distintas significaciones a lo largo de la vida de
acuerdo a los cambios que las diversas circunstancias van imponiendo pero crean una fuerte dependencia entre los miembros de una comunidad.
Lo molesto de la dependencia es el abuso que se tiende a hacer del poder que otorga. Narciso
obtuvo ese poder por sus atributos naturales: juventud y belleza. Y se dio el lujo de rechazar
(reconocimiento negativo) a todo aquél que lo convirtió (a Narciso) por sus atributos naturales, en
objeto altamente significativo del que se esperaba el reconocimiento positivo: ser deseado o, por lo
menos, ser valorado. La tendencia al abuso de poder es universal. Mantener el control de la
conducta, respetar al otro en lugar de despreciarlo, para obtener una mejor convivencia, es un gasto
de energía que resulta, si no recibe pronta y adecuada respuesta, frustrante para nuestra parte
infantil prepotente (en el mejor de los casos, oculta en el Inconsciente) lo que puede elevar la
tensión a niveles difíciles de soportar.
Con suficiente poder se podría contar con el reconocimiento positivo garantizado de aquellos a
quienes se pudo someter. Cuanto más poder, mayor es el campo que abarca el reconocimiento que
se puede imponer. Todo poder es tan frágil como un castillo de naipes al paso del tiempo (sea un
minuto o un siglo) pero mientras dura es una temible tentación de disfrutar del placer que produce
su abuso, ya que libera al sujeto de la exigencia social de controlar su conducta para con los demás.
El superyo, si pretende defender los intereses de los otros, poco puede hacer frente a la presión de
un ello maníaco, debiendo colaborar mediante sutiles racionalizaciones a rechazar el juicio de
perversión que el abuso de poder merece.
Un sujeto humano se siente motivado por su naturaleza narcisista a competir para ganar.
¿Qué? La admiración, la valoración, el deseo, de aquellos que han conquistado el deseo del sujeto,
convirtiéndose en objetos significativos (importantes) para él. Esperando este resultado,
competimos en cualquier terreno que intervengamos. Llamar la atención, ser valorado y ser deseado
por el objeto significativo (a su vez deseado) es el momento que traducimos como felicidad. Ganar,
implica alegría y mayor status; perder, significa el rechazo y la marginación seguida de una
inevitable depresión.
El deseo es ganar siempre, lo que resulta imposible. Perder en la competencia, sea la que fuese,
suele ser una herida narcisista muy dolorosa capaz de provocar estallidos de furia, si la tolerancia a
la frustración es mínima por cualquier circunstancia. Normalmente se aprende a tolerar esta
frustración, o sea, a controlar al ello (al Inconsciente).
Los riesgos de la competencia son varios. Perder, puede generar la furia, la melancolía, la
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marginación o aún la muerte. Si hay tolerancia a la frustración, ésta puede resultar un buen motivo
para aprender a competir mejor o a cambiar el terreno de la competencia, evaluando mejor la
predisposición y la habilidad, sea la ya adquirida o la residual, en el caso de la vejez del sujeto.
La competencia puede ser agradable y productiva (sublimada) respetando el narcisismo ajeno, o
perversa, despreciándolo.
La meta es lograr un lugar digno en la sociedad (status) y/o despertar el deseo del objeto
significativo. Ambas metas pueden coincidir o entrar en conflicto. Para el adolescente, suele ser
primario lo segundo, pudiendo ser despreciado el resto. El Deseo del adolescente se dirige a un
objeto significativo idealizado.
El Deber suele ser causa y consecuencia de convertir al grupo de pertenencia en objeto
significativo y es éste el que define cuál es el deber a cumplir.
A través del tiempo se ha convertido al dinero en un símbolo de la valoración social y la
valoración social es el reconocimiento positivo donde la sociedad es el objeto significativo altamente
privilegiado. Por lo tanto una meta fundamental de la competencia social es la obtención del dinero
que permite disfrutar de la exuberante tecnología desarrollada, adquiriendo los infinitos objetos que
otorgan su categoría al status, una vez que se han logrado cubrir las necesidades primarias de
supervivencia, como la salud y el hambre. Con la movilidad social que posibilita la democracia
(valioso avance) y la sofisticada tecnología que el ingenio humano ha desarrollado, la competencia
no tiene límite y, lejos de liberar, mas bien aumenta la alienación con sus pretensiones sin fin.
El dinero que se obtiene por el trabajo personal es el reconocimiento que la comunidad,
convertido en objeto significativo, otorga. Para una amplia mayoría, bien notorio en los países "en
desarrollo" (¿?) este reconocimiento resulta significativamente negativo. El poder adquisitivo de los
magros importes que se logran juntar, es una frustración que se convierte en puerta de entrada a la
patología donde la actitud perversa quizás resulta el menor de los males.
El desprecio que encierra esta respuesta de la sociedad, la hostilidad que genera, comienza un
proceso donde la locura social, la guerra y el genocidio están en el extremo de un camino de
corrupción social que a nivel individual puede traducirse en alcohol, droga, prostitución, estafa,
robo, locura o suicidio.
El narcisismo tiene dos terrenos privilegiados: la valoración social del grupo de pares y el deseo
(reconocimiento positivo) del objeto a su vez deseado.
El rechazo social es una frustración que, como toda frustración, produce una violenta reacción
del narcisismo infantil que no la tolera. El Yo (nuestra parte consciente) intentará mantenerse en la
Ley defendida por el superyo y reprimir los impulsos antisociales, elaborando un narcisismo socialmente adaptado y valorado, para lo cual, si es posible, usa como defensa la sublimación:
convertir la energía de la rabia en un esfuerzo para una mejor adaptación. Su tolerancia a la
frustración depende del poder de estas fuerzas. Si logra controlar a la criatura rebelde (el narcisismo
infantil encerrado en el Inconsciente) o no.
Pero si la realidad insiste en situaciones frustrantes, por ejemplo, que la familia reclame para
satisfacer sus necesidades básicas, un apoyo económico que su trabajo no logra, o que ni siquiera
consiga trabajo, en tal caso será cada vez mas difícil frenar los impulsos hostiles, pudiendo aún
recurrir al alcohol, a la droga, para aturdirse y no pensar en esa realidad. La hostilidad terminará
por romper los diques morales y aparecer en escena de diversas maneras.
La hostilidad vuelta contra el sujeto producirá la enfermedad psicosomática, la locura (que es
una de sus facetas) o el suicidio. Contra los otros aparece la conducta antisocial que fácilmente
puede encontrar el apoyo de un grupo de pertenencia socialmente marginado (de los que abundan)
para diluir los frenos morales, lo que el alcohol y la droga realizan por otros medios.
Dentro del ámbito familiar, la descarga de odio suele producir un infierno más o menos
encubierto por sutiles "pulseadas" que se mantienen a nivel gestual y verbal, una lucha por el poder
todavía soportable, o manifiestas y crueles batallas campales. El desprecio al otro semejante es la
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contraseña para justificar la conducta hostil hacia él, en muchas formas, siendo la lucha de clases
(el desprecio a las clases inferiores) la mas habitual. De esta forma, la situación social justifica actitudes que producen esa situación social, cerrando un círculo vicioso que la especie humana no está
en condiciones de romper.
En la pirámide social todos quieren estar arriba. Subir en la escala social es hermoso, bajar es
doloroso. Igual que despertar envidia, produce placer; mientras que sentir envidia duele.
Toda la sintomatología mencionada puede ser producida por razones que nada tienen que ver
con la situación social. No todas las frustraciones se originan en el campo económico. Pero la
situación social puede justificar la hostilidad que produce, por las injustas frustraciones que impone.
Reclamamos a la familia la responsabilidad de criar a los nuevos miembros de la comunidad.
Pero si el ambiente social no es capaz de asumir la responsabilidad de imponer una justicia social en
su medio, lo que es utópico, éste será el caldo de cultivo donde la perversión y la locura estarán a
sus anchas.
A nivel individual, la responsabilidad principal en cuanto al control de la hostilidad se refiere,
recae sobre la tolerancia o la intolerancia a la frustración, siendo las series de experiencias históricas
individuales las que dictaminen el resultado. Y decidir entre la justificación o la condena de una
actitud hostil no siempre es una tarea fácil.
La furia, la enfermedad psicosomática, la melancolía, así como un muy molesto sentimiento de
envidia, resultan precios muy altos que la competencia obliga al sujeto, a pagar. Estos son
argumentos que conducen a la renuncia de toda competencia, a la automarginación, buscando la
ayuda en alguna situación escapista como el alcohol, la droga, la locura o aún en el suicidio. La
naturaleza humana tiende a la competencia en todo nivel resultando una dolorosa frustración no
poder intervenir. Sin embargo, el miedo producido por continuos fracasos ya sean vividos por el
sujeto o vistos en otros, alientan a buscar la forma de evadirse, debiendo aceptar para ello caminos
que el consenso también rechaza.
Compartir, es una actitud socialmente valorada. En cambio, la competencia, como conducta
natural, es aceptada con determinadas reservas. Y fácilmente criticada por la moral. El deseo de
competir y ganar siempre, es tan intenso en el ser humano, que se puede definir al ser humano
como un empedernido jugador. Como es imposible ganar siempre, la frustración por el hecho de
perder en la competencia se presenta continuamente y causa un profundo dolor contra el cual surge
el odio como justificada respuesta. Pero justificada solamente para el sujeto y, en el caso de un
adulto, las normas internalizadas y defendidas por su superyo, tienden a reprimir este odio que
suele manifestarse en forma de envidia, aspecto del odio que corroe las entrañas (mundo interno) al
no poder expresarse en el mundo externo.
En determinadas circunstancias, el hecho de competir, es aceptado y hasta valorizado. Ser
importante es, a veces, mas valioso que ser querible. O, se es querible, si se es importante. Y se es
importante, si se gana. En el deporte se acepta la competencia y se intenta controlar la envidia
forzando convertir a ésta en admiración: el buen deportista, si pierde, debe rendir sincero homenaje
al ganador. Y el ganador no debe hacer alarde de su triunfo. La guerra es un ejemplo más
dramático. Se exige competir y ganar al enemigo, matándolo. Aquí es el miedo el que debe ser
negado.
Hay pautas culturales universales que imponen el respeto hacia el otro semejante. Lo que quiere
decir que se debe dar un reconocimiento positivo a todos los otros. También hay pautas culturales
que introducen ciertas "licencias": en determinadas situaciones y a determinados "otros", el reconocimiento positivo puede tener algún ingrediente despectivo.
Que un general envíe a la muerte a su tropa es un desprecio ampliamente justificado por la
defensa de la patria (de lo "nuestro").

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III). - La ilusión; un paliativo válido.
"La fantasía es el Parque que oxigena el espíritu" S. Freud
"Si los seres humanos no tuvieran fantasía, les sería fácil tolerar a la realidad" Andy
Warhol.
Fieles servidores del Principio del Placer y favorecidos por una brillante inteligencia, el destino
humano ha consentido el encumbramiento de la ilusión. Que la fuerza de la razón es su estandarte,
no puede ser menos que una ilusión más, cuya existencia, la trampa de la lógica nos ofrece como
paradigma de tal argumento. Al imponer la ilusión de un supuesto orden, a la criatura cuyos
privilegios y poderes llegaron a competir con el omnipotente azar, alcanzando el nivel cada vez mas
cercano a todos los dioses, que su asombrosa imaginación, a su imagen y semejanza ha creado,
persiguiendo la excelencia a la que pretende unir su existencia.
Surgida del mismo enjambre que los primeros balbuceos pensantes que orgullosamente
bautizamos con el nombre un tanto pomposo de ciencia, la filosofía insiste en condenar al descrédito
a la única tabla de salvación, que con todas sus falencias, nos acerca, siquiera por instantes fugaces,
al deseo de vivir, al reino de la felicidad.
Los avatares del reino de la realidad, con profundo desprecio al desesperado intento intelectual
que realizan sin descanso los curiosos habitantes de un minúsculo rincón del Universo, bastante
lastimados ya en sus esfuerzos por mantener a flote un maltrecho oasis de megalomanía, niegan
sarcásticamente el valor de toda escala de valores, indiferentes al dolor intolerable que una
afirmación semejante puede provocar en las enormes masas humanas cuyo destino es ser los
parias, las víctimas, de esos valores.
La apenas conocida e inconmensurable realidad, supera todo intento de ser medida por
cualquiera de las escalas de valor que nos empeñamos en producir ávidos de mostrar los hijos
dilectos de una capacidad de discurrir en un nivel de abstracción fácilmente convertible en un juego
intelectual que, en los raptos de delirio consensuado sugiere la ilusión de dominarla. Tal ilusión de
dominio, reconocemos como imprescindible e inevitable. El narcisismo, la ilusión humana de Ser
valioso, importante, querible, legítimo paradigma (categoría de valor que otorgamos
caprichosamente a tal afirmación no por ello menos ilusoria) con el que adornamos el vacío de
nuestra existencia, impone esta norma como necesidad inalienable a nuestro psiquismo. Toda escala
de valor, que en algún nivel sugerimos denominar ideología, no deja de ser una frágil ilusión por
mas beneficio o daño que pueda sembrar en las mismas criaturas que la generan, fortalecen,
apoyan o combaten. A través del tamiz que los delgados hilos de las innumerables escalas de valor
construyen e imponen a nuestra percepción, la realidad toma para nosotros, status de existencia.
No, no nos atrevemos a desmitificar la ilusión. Pretendemos, por lo contrario, rendirle sincero y
merecido homenaje a un ingrediente vital, imprescindible para que un sujeto humano se avenga a
transitar por un jardín de rosas defendido por infinitas y peligrosas espinas. ¿Acaso podemos
encontrar en la cultura de la especie algún elemento significativo no contaminado por nuestra
heroína? ¿Acaso no usamos constantemente en cualquier conducta, en el más amplio sentido que
podamos dar a ese término, esas supuestas sutiles defensas que son las escalas de valor? Pero aquí
nos encontramos con un problema que colocaremos en una escala vertical, dictaminando que, hasta
ahora, nos hemos movido en una supuesta escala horizontal, ilustrando, de paso, lo complejo y
arbitrario, lo ilusoria, que es toda escala de valor.
Podemos defendernos de todo aquello que molesta, simplemente, negando su existencia o
alterando su valor. La ilusión, en su juego dialéctico con la razón y la lógica, demuestra su poder. Y
la inteligencia humana coloca su inaudita capacidad de producir argumentos de toda índole, a su
disposición.
La realidad no es una ilusión. Sí lo es toda escala de valor, que oculta el deseo narcisista del que
tiene el poder de imponer tal escala de valor. La posibilidad de satisfacer ese deseo narcisista no
deja de ser una efímera esperanza por lo que sería mejor denominarla también ilusión.
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Más allá de toda escala de valores hay una realidad. Pero si esta realidad, alguno de los millones
de elementos que la componen, roza el narcisismo humano, automáticamente es modulada por la
ilusión, cualquiera de las escalas de valor o ideologías que el narcisismo sostiene. Únicamente
tamizada por una escala de valor producida por el narcisismo, podemos relacionarnos con la realidad. Es imposible ser imparcial, objetivo, prescindir de un juicio de valor, frente a cualquier
elemento de la realidad.
En segundo lugar está la incógnita sobre cuál narcisismo, a qué individuo o grupo pertenece, el que determina
la escala de valor en juego. ¿Qué intereses defiende? o sea: ¿a quién perjudica? Con estas reflexiones he intentado
ilustrar la particular importancia que cobra el caldo de cultivo social en el desarrollo de lo que consideramos salud y
enfermedad mental.

IV). - El malestar en la ética3
El psicoanálisis nos habla de un sujeto escindido. De un inconsciente y de un conflicto psíquico.
En ese conflicto encontramos la raíz de lo que la sociedad humana y su historia ilustran. Una ética
individual primordial (cuyo supremo bien es la satisfacción caprichosa y antojadiza de su dueño)
que lucha contra una ética grupal (cuyo supremo bien es el bienestar grupal) que la quiere
someter. Y las distintas culturas (cada una sistematiza la ética grupal a su modo) que luchan entre
si, para imponer su escala de valores.
Un `deporte' que podemos ubicar en distintos niveles:
La lucha por SER aceptado en el grupo. La infancia es un paradigma.
La lucha por el liderazgo dentro del grupo. ¿Quién es mas importante?
La lucha por el liderazgo entre los grupos. ¿Cuál es mas importante?
Nacemos con una ética individual que entiende que es bueno y justo que todo y todos estén a
disposición del sujeto en formación. Sistematización que millones de siglos de evolución se
encargaron de realizar. Etica que respeta únicamente las necesidades narcisistas de su dueño (que
podemos llamar Etica Primordial).
Poco a poco esta ética se cubre con un "barniz social" que contiene otra ética: la que respeta las
necesidades de los otros, según normas consensuadas. Incluye determinadas "licencias", a quienes,
dentro del grupo, se puede despreciar. En toda cultura, la criatura humana aprende por experiencia
propia y en sus primeros años de vida, que existen clases sociales, de las que hay que respetar
alguna, pero que se puede despreciar (usar) a otra. Nuestra conducta cotidiana (del sujeto adulto)
es una transacción dialéctica del eterno conflicto entre las dos "éticas", la primordial y la grupal (que
podemos llamar Etica Superyoica).
La ética primordial, de "His Majesty the Baby", es inevitable. El nuevo sujeto se encuentra en un
mundo hostil donde pretende sobrevivir. Entonces es lógico que trate de "usar" los objetos que
encuentra en ese mundo para su único beneficio. No se pretende que respete a esos objetos.
Respetar a los otros, significa tener en cuenta las necesidades narcisistas de los otros. Todavía no
está en condiciones de ello. Y hasta parece necesario que se fortalezca ese egoísmo, el narcisismo,
para que el desarrollo del sujeto sea "sano".
Otro problema será: ¿cual es la ética grupal superyoica que deberá limitar a la ética individual
primordial?
La ética primordial es natural, genéticamente dada, universal e igual en toda la especie. En
cambio la ética grupal es un producto de la inteligencia humana que ha desarrollado infinitas
culturas. Culturas que se han ido desarrollando a partir de las relaciones entre los seres humanos
entre si y entre ellos y su contexto. Cada cultura contiene determinadas normas éticas a las que
considera las más adecuadas. Son distintas transacciones dialécticas entre la ética primordial, que
desea someter a su gusto a todo y a todos; y la necesidad de convivir con los otros, que desean lo
mismo.

3

ética: sistematización del Bien y del mal, de lo Justo y lo Injusto.

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-8-

REFLEXIONES SOBRE EL FACTOR SOCIAL DE LA enfermedad MENTAL

Surgió entonces una legislación, una ética grupal superyoica, normas de convivencia, para que
el grupo humano, imprescindible para la salud mental del sujeto humano, pueda subsistir. Había que
prohibir el incesto, el homicidio y el canibalismo, dentro del grupo de pertenencia.
Normalmente, la ética primordial, el deseo de usar a los demás a gusto y según el antojo del
sujeto, queda reprimida en el Inconciente. Pero no desaparece, sino, por el contrario, presiona
constantemente, saboteando la convivencia grupal.
Stefan Zweig, escritor vienés nacido en 1881 en "La curación por el espíritu" incluye una
biografía de Freud donde aquél describe a la vida psíquica como un iceberg "del que sólo una
pequeña parte alcanza la superficie iluminada de la conciencia". La ilustración del iceberg coincide
dramáticamente con el poder del Inconciente que seria la parte sumergida, la que marca el rumbo.
Es la ética primordial, tan actuada como negada, racionalizada y proyectada en los otros, la que
marca el rumbo de las relaciones humanas; la competencia narcisista en el grupo le debe su origen.
¿Quién es el más poderoso, el más importante, el más bueno, el más lindo, el más inteligente? La
síntesis de la manifestación de la ética individual en el grupo es: ¿quien tiene más poder? Por lo
tanto, ¿quien tiene más derechos? Los demás tendrán los deberes.
Si entramos a desmenuzar el ovillo de la ética grupal, nos encontramos con una intrincada
selva. Un discurso, donde predomina la solidaridad y la justicia (que podemos llamar Ética Grupal
Superyoica Sublimada). Una hermosa fachada, producto del barniz social adquirido e internalizado
con amarga resignación en la lejana infancia. Cubriendo una actitud individual y grupal que compite
para obtener suficiente poder y dar rienda suelta a aquella criatura que escondimos en el
inconsciente, la que tanto en un sujeto adulto como en un grupo humano, exige la denominación de
Ética Perversa, o, simplemente perversión.
Mientras no se obtiene tal poder, ocultando los deseos perversos, los seres humanos solemos
mostrar una emocionante capacidad de compartir con los vecinos, respetarlos y ser solidarios. Es el
poder que anula al miedo, el que intoxica en forma maníaca al ser humano. El miedo pone freno a
sus deseos ilimitados. Pero también el miedo obliga a someterse al poder grupal que puede llegar a
ser mucho mas cruel y dañino que el individual.
Si la ética pretende defender los intereses del grupo humano frente al egoísmo individual, entra
en contradicción con sigo misma si defiende los intereses de algún grupo en particular porque de
este modo lesiona los intereses de otros grupos. Entramos en el campo de la hipocresía.
En este caso ¿no debería llamarse ética perversa?
¿Es posible una ética que contemple los intereses de la especie humana? En teoría, es posible.
En la práctica haría falta un poder que imponga esta "Ley" (dejando de lado el problema que
plantean los obstáculos que se oponen a encontrar una ley semejante) a la especie humana. Lo que
implicaría un muy serio riesgo. La historia demuestra que la lucha por el poder es inherente a lo
humano y por eso mismo tiende a un cruel abuso del poder, si lo logra.
Sin embargo, la administración racional del extraordinario potencial humano, es posible. Gracias
a la tecnología producida por la inteligencia y la habilidad de la criatura humana, estamos en
condiciones teóricas de disfrutar de una era de bienestar increíble. Pero la inteligencia humana es un
instrumento que no se destina a ese fin.
La teoría suele dejar de lado algunos elementos por los cuales la práctica -que no puede dejarlos
de lado- convierte a esa teoría, lamentablemente en utopía. El discurso cultural incluye la Justicia
Social en sus ideales éticos como virtud fundamental.
La actitud cultural incluye en su cinismo la conveniencia de negar que ésta no es posible.
"Desde tres lados amenaza el sufrimiento; desde el cuerpo propio, que, destinado a la
ruina y a la disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma;
desde el mundo exterior, que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas
hiperpotentes, despiadadas, destructoras; por fin, desde los vínculos con otros seres
humanos. Al padecer que viene de esta fuente lo sentimos tal vez mas doloroso que
a cualquier otro; nos inclinamos a verlo como un suplemento en cierto modo
superfluo, aunque acaso no sea menos inevitable ni obra de un destino menos fatal
que el padecer de otro origen. "
Freud "El Malestar en la Cultura"
-911º Congreso Virtual de psiquiatría. Interpsiquis 2010
www. interpsiquis. com - Febrero-Marzo 2010
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En los años 45, tras la segunda guerra mundial, estaba de moda soñar con un gobierno mundial.
Sin fronteras nacionales. No habiendo fronteras ni soberanías nacionales para defender, la guerra y
la industria bélica perderían todo sentido. Una sola moneda universal. Imaginen un mundo sin
imperialismo ni guerras. Aquél sueño era algo muy distinto a la globalización, donde el poder de los
menos somete y desprecia al resto que es la mayoría.
No adhiero a los profetas del Apocalipsis, que auguran el cercano fin de la especie como
producto del desastroso avance de la cultura humana. Pero el avance tecnológico que es
espectacular, no está acompañado de una ética que otorgue sus beneficios a la especie. A pesar de
todos los discursos demagógicos que lo prometen. Es la conducta de la especie y no, los discursos
de sus líderes, la que señala nuestras intenciones.
El desarrollo tecnológico permite una mayor longevidad, mayor velocidad en el movimiento y en
las comunicaciones, al mismo tiempo que profundiza la injusticia social. El extraordinario poder
alcanzado podría, si la humanidad se lo propusiera, brindar una era de bienestar a toda la especie.
El fracaso de la utopía comunista alimenta la idea de un supuesto fracaso de la ideología
socialista frente a las ventajas de la libre empresa capitalista. De ser cierto, significaría que la
inteligencia humana no es capaz de encontrar e imponer normas de convivencia racionales, o sea
justas, para la especie humana.
Triunfa el capitalismo. La cultura transmite su mensaje:
La habilidad y la inteligencia humanas ofrecen, a través de una tecnología que
enorgullece a la especie, salud, educación, diversión y felicidad, a todo aquél que sea
suficientemente "bueno" para pagarlo. Y las oportunidades de conseguir el dinero para ese fin
son muchísimas. Demuestre que tiene coraje y habilidad. Demuestre que es omnipotente. Y,
¿si no? pues ¡consiga un pañuelo y llore! ¿Que las oportunidades no son las mismas para
todos? ¿Quién habló de justicia? No somos todos iguales, ni queremos serlo.
El: ¡Sálvese quién pueda y cómo pueda! triunfa por amplio margen.
Un tratado de Ginebra pretendía reglamentar lo absurdo de la guerra. Hay armas prohibidas, por
lo tanto hay otras permitidas. No se deben matar civiles, ancianos, mujeres, ni niños. Sí, se deben
matar soldados, lógicamente, enemigos. Y no parece haber remedio conocido para esta patología
social.
Ingenuamente, la ilusión de muchos intelectuales (yo, entre ellos) era llegar al siglo XXI
habiendo erradicado el militarismo, los nacionalismos y la religión. Pues deberemos agregar: la
droga, el hacinamiento de las grandes ciudades, los desastres ecológicos y un posible desastroso
empleo de la ingeniería genética, paradigmática ilustración del poder de la inteligencia humana.
El justificado clamor de justicia que rodea a las víctimas de la violencia terrorista convierte en
triste venganza la impotencia para prevenir y evitar esta patología social que el avance tecnológico
fortalece peligrosamente.
La sociedad humana cada vez mas sofisticada es un caldo de cultivo donde ya no es posible
prevenir la expresión de violencia. Esto no quiere decir que el ser humano es esencialmente
violento. Pero no cabe duda que puede serlo.
V). - Reflexiones sobre el Poder
A tiene poder sobre B,
si consigue que B haga algo que, de otra manera no haría
o, no haga algo que, de otra manera, haría;
a favor de sus intereses o, en contra de sus intereses.
Quiero pero no puedo; impone la realidad (al nacer)
puedo pero no debo; intenta la educación
puedo y debo, pero no quiero; clama la revancha
Los distintos niveles, intrincados entre sí, en los que podemos describir la problemática del
poder, se relacionan con:
*la educación, adquisición de información, imposición de valores.
*las normas de convivencia, la ley.
*los valores éticos, el respeto a los demás.
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*la política, la administración de intereses.
*la ideología, los valores sociales.
*la libertad, actuar sin control.
*la naturaleza humana. Un conflicto intrapsíquico, donde luchan para obtener el control de la
conducta del sujeto un narcisismo prepotente e intolerante que desprecia al narcisismo ajeno
(perverso) y un narcisismo respetuoso del narcisismo ajeno (sublimado).
*sus raíces: la inteligencia y la habilidad del ser humano.
*su uso o abuso.
Que serán los elementos de estas reflexiones.
Capaz de crear, construir y usar herramientas que no pertenecen a su anatomía, desde el
martillo al robot, pasando por el avión y la máquina de escribir. Capaz de usar el lenguaje, la
escritura, los libros y la computadora. Capaz de pensarse a sí mismo como objeto de estudio.
Aspectos que no comparte con sus antecesores del reino animal, pero que señalan el inmenso
poder que la naturaleza le dio.
Para regular ese poder la inteligencia humana ha creado conceptos como responsabilidad moral
y justicia social, llegando a la utopía de pretender sus beneficios para toda la especie. Ninguna otra
especie animal ofrece un ejemplo similar.
El ser humano es el depredador mas temible de la naturaleza y los enemigos naturales
mas peligrosos que tiene, son sus propios semejantes. Por estas características: su
inteligencia y su habilidad. Las mismas características que lo convierten en una criatura
admirable y maravillosa.
No está muy claro si el lugar de "temible depredador" lo comparte con los parásitos,
las bacterias y los virus.
El desarrollo de la cultura humana pretende encontrar una ética que haga la
convivencia agradable para todos. Pero quizás el obstáculo insalvable esté, a nivel
individual, en el poder que puede adquirir un narcisismo recalcitrante que quiere a los
demás, padres, hijos, hermanos, parejas o amigos, siempre y cuando estos estén
dispuestos a satisfacer sus arbitrarios deseos. Un narcisismo al que no le interesa
demasiado, ni el futuro, ni el resto de la especie. El instinto de conservación de la especie
motiva a la reproducción, no, a la preocupación por los vecinos. Este aspecto del
narcisismo, individual y grupal, está en constante conflicto con otro aspecto del
narcisismo, que podemos llamar sublimado, preocupado por aquella ética universal,
dispuesta a compartir con los demás, a ser solidaria. Pero su poder, según lo señala la
historia, logra imponerse en la teoría, mientras el narcisismo perverso reina en la práctica
concreta. La transacción dialéctica, producto de ese eterno conflicto, nos ofrece
abundantes y hermosos discursos demagógicos, acompañados por aisladas y raras, pero
emotivas, muestras de solidaridad.
La naturaleza humana impone una seria dificultad en respetar al narcisismo ajeno y una fuerte
tendencia a pretender el respeto incondicional al propio.
El extraordinario poder que la naturaleza nos otorgó, propone un formidable desafío: ¿podrá la
inteligencia humana evitar las funestas consecuencias del uso indiscriminado del poder humano?
¿Seremos capaces de administrar en forma racional ese poder?
Aunque no nos guste, la definición de lo Humano se completa con el ingrediente del mal como
del bien, por lo que entendemos como algo deshumanizado aquello que carece del poder humano,
constructivo o destructivo. La guerra nuclear y el fenómeno nazi, tanto como los viajes a la Luna, la
ingeniería genética, la fábrica automática, la música de Schubert y el psicoanálisis, son productos
exclusivamente humanos.
La organización social de la especie es una intrincada selva donde la ley del mas poderoso
impone su capricho a los más débiles, a su vez, ávidos de poder.
La socialización del sujeto equivale a la resolución del complejo de Edipo, la inclusión del
individuo en la comunidad cultural, que implica la internalización de alguna sistematización del
Principio de Realidad (a qué renunciar, hasta cuándo postergar) por medio de normas culturales de
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convivencia que se cristalizan en el ideal del yo y que son custodiadas por el superyo. Las normas
de convivencia indican al Yo cuál es la conducta sublimada y cuál la perversa, según los valores del
consenso social que la familia, como intermediaria, se encarga de transmitir. proceso que se
desarrolla bajo la presión del complejo de castración, cuyo significante privilegiado es el desprecio
del objeto significativo; ingrediente del complejo instinto gregario.
Para ser humano, necesito que otro ser humano significativo me reconozca como tal, merecedor
de vivir en la comunidad. Así surgió la necesidad del grupo de pertenencia, en el que el control de
los impulsos hostiles es imprescindible para que éste pueda subsistir.
Cuando la criatura prepotente e intolerante, normalmente reprimida en el inconsciente, triunfa
en su eterno conflicto dialéctico con un ideal del yo tolerante y dispuesto a respetar al otro, se
puede crear un chivo emisario dentro del grupo, para el que la cultura permite canalizar impulsos
que transgreden su ética, triste destino que se otorga a los más débiles. En la familia ese lugar lo
ocupará la mujer y los hijos mientras que el narcisismo arcaico antisocial individual, disuelto en el
grupo de pertenencia, produce la lucha de clases, el racismo, la xenofobia, la guerra, el genocidio,
que son formas sociales de la perversión.
Las poderosas contracargas que mantienen la represión, alientan y favorecen la proyección de lo
reprimido, intentando evitar el dolor del castigo superyoico por deseos perversos que toda criatura
humana no puede dejar de tener. Fantasías prohibidas que pueden, gracias al <

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