Se aborda el análisis de la experiencia de acoso escolar a partir de su relato por sujetos que lo experimentaron o conocieron personalmente. El estudio de los testimonios biográficos informa sobre las áreas y las categorías a aplicar en el análisis de este tipo de comunicación patológica.
Semiología del acoso escolar.
(Semiology of bullying. )
Biurrun, J. ; Guerra, J. ; Yárnoz, S. ; Plazaola, M.
Facultad de psicología Universidad del País Vasco. San Sebastián
PALABRAS CLAVE: Acoso escolar, comunicación patológica.
(KEYWORDS: Bullying, Pathologic communication. )
Resumen
Se aborda el análisis de la experiencia de acoso escolar a partir de su relato por sujetos que lo experimentaron o conocieron personalmente. El estudio de los testimonios biográficos informa sobre las áreas y las categorías a aplicar en el análisis de este tipo de comunicación patológica.
Abstract
The analysis of the scholastic experience of harassment from their story by subjects is approached that experienced it or knew personally. The study of the biographical testimonies informs on the areas and the categories to apply in the analysis of this type of pathological communication.
Introducción
El recurso a la memoria para estudiar trayectorias o episodios biográficos es una vía fructífera de aproximación y comprensión de realidades sociales, históricas y, desde luego, personales y psico(pato)lógicas (1, 2, 3, 4). Aplicada a experiencias biográficas, como es el caso de este estudio del acoso escolar se interpreta, a menudo, de un modo exclusivamente instrumental. La memoria es, entonces, la herramienta que permite recuperar una realidad que el tiempo desplazó fuera del foco de la conciencia. Dicho de un modo simple, la refocalización de ese segmento temporal saca de la penumbra los objetos que contiene y los presenta depurados con las técnicas de estimulación, discriminación y acreditación idóneas, listos para su explotación. La memoria es tomada por la fuente de la información sobre la que se trabaja.
Este uso de la memoria es legítimo y habitual en diferentes ciencias. La psicología no puede, de hecho, prescindir del mismo sea en sus aplicaciones teóricas, clínicas o de investigación. Lo que no impide reconocer los límites de este método. La crítica más consistente es la que ve en el relato ofrecido por la memoria no una crónica sino una versión del pasado; no un relato fidedigno sino una reformulación personal del suceso vivido. En cuyo caso el relato ofrecido se convierte en el material mismo sobre el que trabajar.
Son dos usos de la memoria, como fuente o como material de trabajo, que pueden considerarse alternativos o complementarios. En el caso que nos ocupa nos inclinamos por la segunda opción. La edad, el estado mental y proximidad del objeto de estudio, entre otros factores, minimizan el riesgo de degradación mnésica. Sin embargo, la calidad atribuida al relato no permite considerarlo una copia del suceso vivido. Los procesos de selección, censura, distorsión o invención operan sobre cualquier material mnésico. Pero esta alteración del recuerdo puede convertirse en un hecho muy valioso desde las perspectivas clínica y psicosocial (5, 6), además de terapéutica, un propósito que albergamos (7, 8, 9, 10) aunque ajeno a este trabajo. En efecto, los relatos sobre el bullying proporcionan información de naturaleza intrapsíquica y social. Lo subjetivo y lo cultural se muestran fundidos en cada narración, permitiendo el estudio más apropiado de un fenómeno en cuya etiología y procesos prevalecen los factores psíquicos y sociales.
Método
Un estudio de la memoria del acoso puede utilizar material oral, escrito o audiovisual. Los métodos más frecuentes son la entrevista y el relato (11, 12). Son los que venimos utilizando en nuestros trabajos. El material oral procede, en nuestro caso, de testimonios individuales y de intervenciones en discusiones de grupo. El escrito, de sesenta relatos personales tras una exposición previa que incluye la presentación del tema, la definición del objeto y el guión a seguir de modo libre. Es éste el método al que hemos dado preferencia en el presente análisis de la fenomenología del acoso: el texto biográfico.
Asumimos que la condición de estudiantes de último curso de psicología de los autores de los relatos dota de una acusada precisión y validez el contenido de sus testimonios.
Las funciones del acoso
Entendemos por funciones los distintos papeles representados por los sujetos implicados en un caso de acoso. Los constituyen actores (los protagonistas de esta modalidad de interacción), roles (conductas codificadas) y sentidos (signos de valor psicosocial y clínico) (13, 14).
Los protagonistas del acoso son actores codificados y semantizadores. ello supone, en el primer caso, que sus comportamientos se ajustan a roles diferenciados. Gracias a esa predeterminación es posible prever el desarrollo de la interacción y entender la congruencia interna de las distintas conductas y de éstas entre sí. Lo que permite la intervención preventiva y la terapéutica.
Cada actor, a su vez, imprime un sentido específico a su acción. De ahí que una misma conducta signifique cosas distintas según quien la ejecute. Además de tener sentidos distintos según la perspectiva desde la que se contemple. Una bofetada puede significar desesperación si quien la propina es la víctima al acosador o desdén si se produce en la dirección opuesta. Una operación interpretativa que se completa cruzándola con la consideración de la perspectiva epistemológica. El acto citado puede significar miedo para el psicólogo, afirmación grupal para el psicosociólogo, incontrol de impulsos para el clínico, etc.
Identificamos dos tipos de actores, los intragrupales y los extragrupales. Uno de los rasgos más característicos del bullying es el de constituir un fenómeno eminentemente grupal. Se produce en el seno de un grupo constituido en burbuja sumergida en otros grupos institucionales y sociales e involucra con frecuencia al conjunto de los elementos, bien que con tipos y grados de participación distintos. Son los actores intragrupales, que desempeñan los roles de víctima, acosador y espectador. Roles intercambiables incluso durante un mismo caso y, sobre todo, a lo largo de la historia del grupo o de los individuos aludidos. En efecto, el espectador puede activarse como agresor o la víctima de hoy ha podido ser el acosador de ayer o el espectador de mañana en casos anteriores o posteriores al actual.
Los actores extragrupales pertenecen a esos ámbitos que acogen en su seno la citada burbuja grupal. Excluidos en principio de las dinámicas de acoso y aún de su mismo conocimiento, el desarrollo del mismo y sus efectos pueden convertirles en actores externos.
Pertenecen casi en exclusiva al grupo familiar (padres, sobre todo) y docente (profesores y autoridades escolares). Son las suyas actuaciones sobrevenidas a lo largo de un proceso de acoso y dotadas de una considerable influencia sobre su curso, con facultad potencial de ponerle fin. En un número reducido de casos el actor extragrupal es abducido por el grupo cuando él mismo, un profesor por lo general, es convertido en la víctima del acoso (15) o colabora con él integrado en alguno de sus restantes roles (acosador u observador). En términos generales hay que decir que el actor extragrupal dota de límites y censura pero también de argumentos y sentidos, de pautas expresivas y de motivación al fenómeno bullying. Su aportación imprime una huella en cada caso o, incluso, episodio de acoso sin cuya valoración y análisis estos no serán comprendidos.
Los tipos de conocimiento
El papel que se desempeña en el acoso determina el tipo de información relativa al mismo que se posee (16). No sólo la cantidad, algo obvio, también la clase de datos y hechos conocidos. Así, el acosador posee la información más precisa sobre los motivos y avatares del acoso, mientras que la información del observador es preferentemente contextual y acerca de las conductas de la víctima y el acosador. Estamos hablando de una información cuyo referente puede ser o no objetivo; o sea, de datos sobre hechos reales o imaginarios. En cualquier caso, es una información que fluye entre los protagonistas y alcanza e implica en medida variable a los individuos que integran el grupo. Junto al conocimiento de naturaleza interconectiva o grupal existe otro conocimiento de naturaleza intrapsíquica. Tiene, este último, carácter privado, exclusivo y generalmente excluyente, pues rara vez supera los límites de la intimidad personal. Da cuenta de los factores etiológicos o desencadenantes y reactivos ante la situación de acoso. Esto es, del por qué de sus conductas y de qué y cómo de sus vivencias y consecuencias en los ámbitos subjetivo y biográfico.
Ambas clases de conocimiento aparecen fundidos en categorías cognitivas y comunicativas como las que aquí identificamos. Su enunciación reclama algunas consideraciones previas. Las categorías se predican de uno o varios autores del acoso. Mientras el secreto (la ocultación) incluye a víctima, victimario y espectador, la violencia es práctica característica del segundo y el aspecto físico se dice en particular del primero. Como es obvio cada actor tiene una experiencia, posee un conocimiento y proporciona una conducta expresiva particulares. En otras palabras, hay una interrelación entre el rol desempeñado, el manejo de la información (lo que se sabe) y el control de la intercomunicación entre los actores: qué, cuánto y a quién se trasmite lo que se conoce. La naturaleza de la información que obtenemos de los relatos de acoso es doble: psicosocial y clínica. Es decir, los relatos proporcionan sobre todo información sobre los factores sociales operantes en las conductas de acoso, sobre el malestar y la psicopatología de los individuos involucrados y, en fin, sobre la detección y descripción de patologías sociales.
Formas expresivas
Hemos clasificado las formas expresivas como se manifiesta el acoso en cinco apartados (17, 18, 19). Son los siguientes, expuestos en un orden aproximado de menor a mayor complejidad comunicativa y censura social.
La gestualidad. Contiene un amplio arsenal de fórmulas para manifestar la hostilidad: entre otras, la mirada, la crispación, los rictus, la risa, el silencio, la ignorancia o la invisibilización del otro. Con las primeras se emite un mensaje inequívoco que su destinatario no puede desconocer. Es la mirada despectiva, el gesto amenazador, la mímica ofensiva. Con las últimas formas se trasmite la insignificancia del sujeto aludido, convertido en algo desdeñable, reducido a la condición de inservible, tan próxima a la basurización.
La expresión verbal. Acoge las expresiones lingüísticas que trasmiten alguna forma de hostilidad dirigida de modo directo y personal al individuo afectado. Las más simples son ciertas interjecciones y los insultos. La amenaza, la burla, el descrédito, el bulo, la acusación o la injuria reclaman enunciados más complejos. En algunos casos, como son la propagación de bulos e incriminaciones, se desarrolla una estrategia comunicativa y un argumento que se adaptan a la evolución de los acontecimientos.
Las conductas de perjuicio. Damos este nombre a las acciones verbales o físicas sobre objetos o seres diferentes al individuo acosado con el propósito de causarle daño. Este apartado acoge una gran variedad de prácticas, desde las operaciones más simples, groseras o patentes hasta las más elaboradas, ingeniosas y encubiertas. Esto es, desde deteriorar el ejercicio que la víctima debe entregar al profesor, esconderle el calzado de deporte, rajarle el fondo de la mochila de modo que vaya perdiendo su contenido o apropiarse pertenencias materiales (dinero, el reloj) o morales (méritos) suyas hasta difundir imputaciones falsas, influir sobre terceros en su perjuicio, dedicarle pintadas murales amenazadoras o injuriosas, hacerle llamadas telefónicas o al timbre del portero automático de su domicilio, afectando la vida de su entorno humano. Porque la extensión del malestar o el perjuicio al medio próximo al sujeto acosado (sus amigos o familia) es una táctica más en un proceso persecutorio. Una radiografía de las conductas de perjuicio nos muestran los siguientes desarrollos.
1. La triangulación de la acción hostil, mediante la que A actúa sobre C para perjudicar a B. Donde A es el sujeto acosador, C es el objetivo inmediato de una acción (agresión, engaño o simple influencia) del primero, cuya meta es perjudicar a B, el objetivo final que se pretende alcanzar mediante esta operación indirecta.
2. La disociación entre emoción y conducta, entre hostilidad y agresión. Permite agredir a alguien contra quien no se siente animadversión alguna o significativa.
3. La reificación, por último, es el mecanismo mediante el que se objetualiza a una persona pudiendo, a continuación, actuar fríamente con o contra ella o instrumentalizarla sin experimentar reparo alguno.
La agresión física implica una acción de esa naturaleza, directa, expeditiva y, frecuentemente, notoria sobre la víctima. Son los empujones, zancadillas, golpes de todo tipo, ataque con objetos o armas. La interacción de acosador y acosado, física y lesiva corporal o moralmente, es impuesta por el primero de ellos. El agresor se revela ante el otro y el grupo como un individuo competente en el manejo de este lenguaje y dispuesto a la creación y gestión de estas situaciones.
La agresión sexual justifica un apartado separado no tanto por su número, en todo caso creciente, cuanto por la nitidez de la huella que deja en quienes la conocieron.
Para el agresor la lesión física es secundaria respecto de la lesión moral que inflige. Para el agredido el dolor o el traumatismo son inferiores a la humillación y el estigma. La especificidad sexual impregna el suceso de un sentido de degradación impuesta a la víctima y publicitada, esto es, conocida por el grupo a pesar de la clandestinidad con que se perpetró. Asimismo, esa especificidad impregna de un modo oscuro (carente de discurso) y liminar el goce y el beneficio social que esta práctica reporta a quienes la ejecutan.
Un mismo acto puede revestir sentidos distintos y, en función de ello, pertenecer a un apartado u otro según las circunstancias, intención y códigos que le sean aplicables. Tomemos el acto de escupir. Cuando se escupe al suelo al paso del sujeto a victimizar se tratará de una conducta de agresión gestual. Si se escupe sobre el rostro o el cuerpo de esa misma persona tendremos una agresión física. Y cuando se escupe sobre el ejercicio que debe entregar, afectuará una conducta de perjuicio.
Los signos evocadores
El signo activador de la respuesta de acoso no tiene valor etiológico. Puede atribuírsele un valor desencadenante o de resorte o, también, de álibi instrumental, una razón espúrea que explique el cuándo y el por qué de las prácticas persecutorias. Cada observador, investigador o clínico resolverá por cual de ambas interpretaciones se inclina (19).
Los relatos nos han permitido distribuir los signos evocadores del acoso en categorías simples, o sea, perceptibles de un modo inmediato y directo. Estas categorías se integran, a su vez, en un cierto número de apartados comunicacionales más genéricos y abstractos. Comenzaremos por la clasificación de las categorías.
El aspecto físico. Incluye los signos característicos de la forma, el peso, el grado de desarrollo, la movilidad o la belleza. Las prótesis, como son los aparatos dentales, las muletas, las gafas o los zapatos ortopédicos, la deformidad, la facies mórbida o la mutilación, el pelo y el maquillaje son algunos de estos signos. Pero en varios de ellos no existe, al igual que en las categorías que siguen, una relación necesaria ni un sentido fijo entre la presencia de alguno de estos elementos y la conducta de acoso. Cualquiera de ellos tanto puede evocarla como no y tanto puede hacerlo su expresión deficitaria como la opuesta (ser flaco como ser obeso, ser guapo como ser feo).
El atuendo. Los signos invocados por el acosador son la ropa y el calzado, su tipo y calidad, su estado (usados o nuevos) y su adecuación a la moda. También el estilo con que el sujeto la lleva: desgarbado, elegante, etc.
La interactividad. Es la primera de un grupo de categorías del desempeño comunicacional. Refleja la disposición del sujeto a la interacción y limita con la competencia relacional y la expresividad. Se manifiesta en la facilidad del sujeto para la interacción, en particular con su grupo de iguales, y la forma de hacerlo. Unas cualidades que, como ya se ha indicado, permiten indicar riesgos pero no respuestas necesarias. En otras palabras, un desempeño ineficaz puede fragilizar la posición del individuo pero no lo expone necesariamente al acoso y un desempeño óptimo no le exime de padecerlo. A este apartado pertenece el decir o hacer desafortunados, mediante lo que el sujeto se pone en ridículo ante el grupo o evoca en él ese sentimiento de deshonra sobrevenida que denominamos vergüenza ajena. Un género de malestar que, a menudo, desea hacerse pagar a su responsable. Ejemplos de disposición negativa son la timidez y la introversión. La voluntad de ocultarse a la mirada del otro propia del tímido tiene el efecto paradójico de singularizarlo y, de ese modo, hipervisibilizarlo precisamente en su intento de ocultación. La introversión, a su vez, representa a los ojos del grupo una fuga del universo grupal, con sus intereses, gustos y códigos. Una división del sujeto que puede procurarle algo peor que su aislamiento. La disposición afirmativa se manifiesta en conductas que denotan extraversión, asertividad o impulsividad.
La expresividad. Los signos aquí incluidos tienen que ver con la cantidad, la forma o el ritmo expresivos. No los distinguimos, de acuerdo a la pauta adoptada en este trabajo, por el origen de los mismos: somático o psicosomático, desarrollo o aprendizaje, cultural o psicopatológico. Nos limitamos a citar sus formas más frecuentes. Tenemos la parquedad expresiva, sea verbal o mímica, el tartamudeo y el bloqueo, el amaneramiento o el comportamiento percibido como raro.
La competencia relacional. Consiste en la capacidad para establecer contacto y lazos con interlocutores del mismo y otros grupos, mutuamente satisfactorios, de modo rápido y estable. Puede tratarse de una facultad especializada en la relación entre pares o erótica, de entretenimiento, etc. , o general, manifestándose en todas las áreas de la interacción.
Padece incompetencia relacional el sujeto secundarizado, ignorado o aislado en su grupo de pares. Las expresiones de fragilidad, sean espontáneas (un acceso de llanto o un rapto de desesperación) o instrumentales (para ganar la simpatía del entorno o detener un maltrato) tienen a menudo efectos adversos al convertirse en signos que precarizan aún más la posición del afectado. Pero si la debilidad o el infortunio social pueden ser signos que merezcan una respuesta hostil, sus opuestos también pueden proporcionar un argumento para el maltrato. Es así como el individuo ejemplar, quien goza de popularidad en el grupo o el líder llegan a perder todo su valor modélico, el afecto y la consideración, convirtiéndose en objeto de descrédito y acoso en muy breve tiempo. Bastarán estímulos tan simples como un malentendido, un infundio o un rencor particular para que el brillo de aquellas cualidades y posición sobremotiven su caída en desgracia.
La competencia escolar. El capítulo de las competencias/ineptitudes incluye junto a la arriba citada que situamos en el capítulo de las categorías comunicacionales, la competencia deportiva y la escolar. Cabría añadir otras nuevas tan pronto como otro tipo de actividad (la creativa o la artística, v. gr. ) adquiriesen el prestigio o la relevancia que las citadas y sólo ellas merecen en el grupo estudiado. La competencia escolar alude al rendimiento medido por las calificaciones. Unas calificaciones bajas suponen una infravaloración exterior al grupo que éste puede confirmar trasformándola en desvalorización y maltrato del sujeto afectado. No obstante, unas calificaciones óptimas pueden evocar una respuesta de reordenación del universo grupal intervenido y una compensación que se materializa en la persecución de ese individuo. Pero en el caso de la competencia óptima hay que añadir una extensión superior. Además de la calificación –u otros signos de una valoración positiva del rendimiento- está la conducta del sujeto, su aplicación, la atención y horas que dedica al aprendizaje y las tareas intelectuales. De modo que los calificativos de “empollón” o “pelota” no sólo penden sobre quien saca sobresalientes sino también sobre quien, con calificaciones inferiores, pone empeño en la ejecución de dichas tareas.
La competencia deportiva. El éxito en la práctica de un deporte, sobre todo si éste goza de popularidad dota de prestigio. Un género de prestigio más consistente que el proporcionado por la competencia escolar, pues protege mejor que ésta del riesgo de acoso. La ineptitud en esta área presenta formas distintas. Las principales son el rendimiento desganado y escaso debido al desinterés por ese tipo de actividad, la torpeza física y el rendimiento mediocre por falta de aptitudes para el deporte.
La familia. Los signos que tienen que ver con la pertenencia configuran un capítulo que contiene las categorías de familia, grupo y etnia. En el apartado de familia se incluyen signos tan variados como el nombre o el apellido cuando estos son susceptibles de una interpretación burlona o despectiva; el trabajo de los padres, cuando carece de prestigio social o está estigmatizado; la historia familiar o de alguno de sus miembros; la naturaleza de la familia o el estado civil de los padres: ausencia de padres, familia monoparental, pareja de hecho…
El grupo. La marca distintiva la pone el hecho de proceder de otro Centro. El recién llegado, procedente de un grupo similar al de acogida, tanto puede ser asimilado sin dificultad como distinguido por ese rasgo sutil de forastero y diferente de los auténticos.
La etnia. El color de la piel, el habla y su cadencia, el dominio del idioma, el carácter, las pautas conductuales o motoras son algunos de los signos que permiten señalar a un individuo y justificar su maltrato. El factor étnico incluye dos formas opuestas de diferencia con respecto a la cultura mayoritaria y, en todo caso, la del acosador: la alternativa (el gitano entre payos) y la sobrerrepresentación (el individuo escaparate de ‘lo último’ en un medio urbano y consumista).
Los códigos sociales. Los signos que emanan de los códigos y los roles forman parte de un capítulo sistémico. Unos y otros proporcionan los rasgos que justifican el repudio de un individuo, como en el resto de los casos, pero aquí dotados de un sentido normativo. Los códigos trasgredidos son los que el entorno adulto inculca a sus menores y operan como un superego grupal. Son los códigos de la higiene personal que censuran la suciedad y las manchas, el olor corporal o las prácticas nocivas. Los códigos religiosos y los morales, a menudo confundidos, vetan ciertas conductas sexuales y modos de ganarse la vida que, aunque se atribuyen a otros elementos de la familia, extienden su estigma sobre el hermano o el hijo victimizado.
La posición social. Entendemos por posición social la percepción que el medio tiene del lugar que un individuo ocupa en una escala económica y moral. Sin que la posición elevada conlleve un seguro contra el acoso, las posiciones inferiores dejan a esos sujetos en una zona de riesgo. Son quienes visten ropa de Centros de caridad o comprada en comercios de segunda mano o quienes reciben alimentos o ayuda social de los Servicios públicos. Pero también cuantos, simplemente, dan muestras de vivir en una familia económicamente débil.
El rechazo imputado a la víctima. La transferencia de la culpa es el capítulo que acoge las conductas de acoso tal vez mejor motivadas desde una perspectiva psicológica. El acosador proyecta sobre su víctima la responsabilidad de sus actos. Es ésta quien no le deja otra opción que actuar como lo hace. Porque su acción es una respuesta, ya que fue la víctima quien agredió primero. Lo hizo hostilizándole ya con la exclusión ya con el ataque. En el primer caso, la víctima habría abandonado o rechazado al actual acosador ocasionándole una herida narcisista. Su maltrato reaparece convertido en un acto de reparación y de devolución. Los cambios de gustos y amistades son una fuente de agravios que llevan a una inversión en el sentido del afecto.
El perjuicio imputado a la víctima. El signo que desencadena el acoso es, a decir de su ejecutor, una agresión física o moral padecida por él a manos de su actual víctima. De acuerdo a su versión, la agresión y el acoso constituyen una secuencia de dos unidades concatenadas: imputación y respuesta (o bien, agravio y satisfacción). El signo motivador será, por consiguiente, aquella conducta originaria del acosado. A saber, que le ‘robó’ una novia, que le separó de sus amigos, que le abandonó por otros, que descubrió secretos suyos o le delató, que difundió mentiras sobre él, le sustrajo una calculadora, le golpeó aposta en un partido, le rompió la bici, etc.
La gestión del flujo de la comunicación
El rol que se desempeña proporciona una posición diferenciada respecto del control de la comunicación y, en particular, de la referida al acoso. El acosador detenta la mayor capacidad de control y gestión de la información circulante. Incluso de generarla. Le sigue el observador, siempre en función de su grado de proximidad a aquél. Decir que el tercer lugar corresponde a la víctima conduce a la confusión, porque ésta resulta secundarizada, cuando no excluida, del conocimiento y, por supuesto, del control de los flujos informativos. Los relatos proporcionan la siguiente batería de recursos para propiciar una intervención.
La violencia. Este apartado incluye las conductas que suponen una intervención física contra la persona de la víctima o sus creaciones. Esto es, el impacto físico de un golpe en el pecho, junto al robo de la bicicleta con la que se desplaza, el desgarro del impermeable que colgó en el perchero o el sabotaje del ejercicio que debe entregar. Sin olvidar objetos tan sutiles como la calidad del espacio y el tiempo de estudio que el agresor puede boicotear a su víctima.
El secreto. El acosador gestiona la información de interés para el acosado. El resultado es, en términos generales, una discriminación de los contenidos y de los destinatarios que tendrán acceso a ellos: quién sabe qué. El principal afectado por esa práctica es el sujeto acosado, al que se ocultará información de su máximo interés y accederá a otra de modo incompleto e impreciso, con los consiguientes efectos ansiógenos y paranoides.
El engaño. Hay que entender engañosas aquellas informaciones que llevan a su receptor a extraer imágenes o conclusiones falsas, siempre que su emisor sea consciente de esa virtualidad de sus enunciados y aunque no sea capaz de saber de modo preciso el error en que aquél incurrió. Es lo que ocurre cuando se da información falsa sobre el lugar y la hora en que se tomará el autobús que lleva de excursión.
La intoxicación. Se favorece la intoxicación informativa cuando se difunden informaciones destinadas a socavar el crédito o la dignidad de una persona. Se trata de datos o versiones de sucesos total o parcialmente falsos. La veracidad que pueda existir en ellos queda sumergida bajo la intencionalidad de construir una exposición tal que trasmita una imagen degradada del sujeto afectado. Ejemplo de esto último es el caso de quien un día padeció una descomposición intestinal con emisión de heces y ese hecho puntual da lugar, tiempo después, a una neoversión que lo convierte en un ser degradado a la condición despreciable y risible de “cagón”. La intoxicación con verdades resemantizadas o con falsedades persigue dos efectos alternativos o, más frecuentemente, complementarios: el descrédito de la víctima de acoso y la legitimación de su persecución.
El aislamiento. Toda persecución de un individuo o grupo lleva a su aislamiento en el medio social que lo acoge. En este lugar la técnica del aislamiento tiene un alcance más modesto. Alude a las prácticas de la ignorancia, el silencio y el vacío destinadas a la víctima de acoso y sus intentos por establecer contacto y mantener una relación similar a la que mantiene el resto de miembros del grupo o la que ella misma mantenía antes de iniciarse la victimación presente. Ocurre cuando sus preguntas no reciben respuesta, sus intervenciones o propuestas son ignoradas o desestimadas al punto, cuando no se repara en ella para formar un equipo o convocar una fiesta…
El desreconocimiento. Consiste en la extensión de un discurso especializado en proporcionar las razones por las que se suspende a un individuo la carta de integración en su grupo. En la medida en que este propósito se cumple el sujeto recibirá el trato dispensado a alguien ajeno al grupo. Es decir, la pérdida de derechos y la desprotección, la desconsideración y la hostilidad correspondientes. Los motivos argüidos para promover ese efecto carecen por sí mismos de significación o valor predictivo, pues pueden predicarse de cualquier miembro del grupo. Se desencadena o justifica por hechos excepcionales o estigmatizados como tener una madre prostituta o al padre en prisión, o ante signos tales como presentar rasgos caracteriales o físicos fácilmente identificables como le ocurre a quien es inusualmente amable, le apasiona la danza, es gordo o viste de modo no convencional. Incluso rasgos positivos como sacar buenas notas o ser buen deportista pueden no ser vistos como tales o ser leídos de un modo negativo. El buen estudiante se convierte en empollón y el buen deportista en engreído. Ambos, enemigos del grupo y, por ello, excluibles.
La reacción del acosado
La víctima de acoso lo afronta de modo personal, no colectivo y, a menudo, en una soledad total (13). Abandonada a sus recursos, opta por las estrategias que su temperamento, recursos y entorno le permiten. Los relatos ofrecen el siguiente listado de reacciones más comunes.
El enfrentamiento directo. La víctima se enfrenta al acosador de modo público y directo. Lo hace verbalmente y, en ocasiones, también físicamente.
La pasividad. El acosado no responde, actúa como si deseara desvanecerse o esperar la fatiga del agresor. O como si buscara una adaptación a una situación inevitable.
La negación. La reacción adaptativa implica una disociación funcional. El sujeto no se da por enterado, renuncia a interpretar el acto agresivo como la muestra de hostilidad que es. Actúa como si ésta no existiera, comportándose con naturalidad incluso con sus acosadores. Esto incluye una conducta temeraria, ya que priva al acosador de las satisfacciones personales y sociales que extrae del efecto de su conducta. No en vano el negador ignora de modo público las amenazas que recibe. La admiración y el estupor son otras reacciones posibles del observador y el agresor.
La contradicción. El acosado entra en la lógica de su acosador para contradecir la veracidad de los motivos que éste esgrime para maltratarle. Él, le responde, no es como dice o no ha hecho aquello de que le acusa.
La denuncia. La víctima decide traspasar el círculo grupal, con sus códigos inmanentes, y contar lo que le ocurre en el grupo familiar o profesional. Lo que implica asumir su condición de traidor y que ésta se haga pública, y afrontar los cambios posiblemente drásticos que se producirán en su vida.
Roles de los personajes secundarios
Consideramos secundarios a los personajes que pertenecen al grupo en que se da el acoso y al universo social en que éste se integra (13, 14, 18). Todos ellos son necesarios, sea por su presencia física como observadores sea por su presencia simbólica y en ocasiones física como familiares y profesores. Identificaremos los personajes del grupo y de su universo y los roles que desempeñan en el acoso. Personajes grupales
Una vez descontados el agresor y su víctima en la escena donde se produce el acoso sólo queda el observador. Es conocido el rol (necesario y versátil) que éste cumple. Aquí destacaremos el papel desempeñado por una categoría especial de observador: el amigo del acosado. Una figura que permite conocer el estado de intemperie o amparo social de este sujeto. En otras palabras, si dispone o no de un nicho solidario y, en cualquier de los casos, cómo repercute ello en su situación. Los relatos muestran las siguientes posibilidades.
No hay constancia de la existencia de amigos. Si carecía de ellos ya antes de padecer el acoso esa soledad pudo ser uno de los signos motivadores del mismo. Si los tenía, es el acoso el que se convierte en signo que motiva la retirada del amigo, como dicen los informantes, para evitar que les alcanzara.
El amigo acosador. La retirada arriba aludida puede evolucionar a una inversión conductual. El amigo se asimila al acosador e integra su partida de victimadores.
El amigo permanece. El mantenimiento del vínculo tiene distintas intensidades y formas. Oscila desde la dispensación de apoyo moral a la defensa del amigo acosado, llegando a la denuncia del o enfrentamiento con el acosador
Personajes extragrupales
Los familiares entran en el proceso del acoso sólo cuando se produce su denuncia o lo conocen por otros medios. Este grupo está formado por padres, en menor medida hermanos y rara vez otros parientes. La constatación del hecho les impele a intervenir sobre los actores o el marco espacial en que éste se produce.
Intervención con el hijo. Una vez que el familiar se ha percatado de la importancia del asunto adoctrina al hijo sobre qué hacer, cómo ignorar o responder, a quién acudir, etc.
Intervención con los acosadores. Padres y hermanos buscan a los acosadores, les salen al encuentro, reprenden, amenazan o castigan. A menudo la acción se extiende a los padres de estos, en los que buscan su colaboración para acabar con el problema.
Intervención con los profesores. Les ponen sobre aviso y piden explicaciones sobre el maltrato que sufre su hijo. Les exigen que tomen medidas que conduzcan a su rápida desaparición.
Rescate del hijo del espacio donde recibe el maltrato. ello supone un traslado a otro Centro y, en ocasiones, un cambio de domicilio familiar. Esta intervención implica con frecuencia una alteración del tiempo de la víctima cuando se acompaña de una repetición del año escolar.
La judicialización o la denuncia mediática son otras medidas de aparición tan reciente que no figuran en los testimonios de acoso de hace sólo cinco años.
El profesorado, colectivo sobre el que recaen las miradas cada vez que se produce un caso de bullying, administran el tiempo-espacio en que estos sucesos se gestan y materializan. Lo que no le convierte en conocedor del mismo ya que el acoso es una ceremonia intragrupal que, por consiguiente, reclama una ejecución a espaldas del ojo adulto. A ello debe añadirse la existencia de un acoso, a veces de mayor gravedad, practicado en el espacio-tiempo exterior a la institución escolar. Dejando a un lado los testimonios, mayoritarios, que mencionan la inactividad del profesorado por supuesta o real ignorancia, sus reacciones al acoso se incluyen en algunos de los siguientes tipos.
El descompromiso. Como si de un hecho ajeno a sus competencias o trabajo se tratara el profesor deja hacer, sin intervenir en ningún sentido.
La confrontación pedagógica. El profesor detiene, descalifica y castiga el acoso. El grado más bajo de esta actuación se reduce a prestar apoyo a la víctima.
La victimación. El profesor colabora con su actitud, sus comentarios y órdenes o de obra en el proceso de victimación en curso, potenciándolo con su autoridad.
Los efectos del acoso
El acoso produce efectos de índole sanitaria, escolar y social entre otras. Pueden ser severos o de escasa relevancia y tener un curso breve o temporalmente circunscrito o cronificarse. Su experiencia puede quedar inscrita en la memoria como un hecho del que se habla años después o que se mantiene en secreto. Catalogamos las consecuencias del acoso en las áreas que siguen.
La huella. Los testimonios se dividen a la hora de reconocer al acoso la capacidad para imprimir o no una huella duradera en su víctima. ello implica un juicio sobre la gravedad/lenidad de esa experiencia.
La temporalidad. Los efectos del acoso pueden ser permanentes (a veces irreversibles, como se verá más abajo) o reducidos a un periodo escolar o del desarrollo del individuo.
El espacio biográfico. Un efecto de naturaleza quirúrgica consiste en la extracción o huida del espacio institucional en que el suceso patógeno se produce. La víctima es trasladada a otro Centro con la consiguiente quiebra narcisista y social que ello supondrá. Un extrañamiento que puede extenderse a su propia familia cuando ésta decide cambiar de domicilio y de localidad.
La salud. Los testimonios dan cuenta de tres tipos de afectación de la salud: la enfermedad de la víctima como consecuencia del o favorecida por el acoso; una afectación psíquica de larga duración o permanente; por último, la muerte del sujeto por o en el contexto del acoso.
Consideraciones finales
La pretensión del presente texto se concentra en dos propósitos: facilitar una decantación, a partir de los testimonios, de las áreas del fenómeno estudiado y de sus categorías. Y estructurar un modelo de análisis del acoso fundado en el material trabajado al que se aplicó un guión flexible elaborado a partir de la experiencia y los estudios previos sobre la comunicación patológica (20, 21, 22).
Ciertamente, el material investigado posee un extensión en tablas estadísticas y desarrollos de naturaleza socioepistemológica, etiológica y eco-psicopatológica que constituyen una monografía. Pero el propósito de este trabajo se ha fijado en los objetivos mencionados y los consideramos satisfechos. A partir de este hecho caben distintas consideraciones acerca del material sometido a estudio. De hecho su elección nos traslada a un área insuficientemente frecuentada, la del estudio (a partir) de la memoria. Las reservas que esto pueda despertar entre los profesionales de la salud se atenuarán si se repara en que el trabajo del clínico o del psicoterapeuta con la entrevista es sustancialmente similar, por más que con una focalización mayor del objeto y sometido a unos protocolos más rígidos, al de un análisis del relato como el que aquí se plantea.
Respecto del estudio de la memoria, la elección de una franja de edad en que los sujetos ofrecen testimonio de sucesos pasados pero recientes nos ha permitido soslayar obstáculos de trabajoso manejo técnico y que hubieran requerido desarrollos teóricos complementarios para explicar el contexto, la historia y, al fin, las motivaciones. Mientras que el material sobre hechos recientes nos sitúa sobre el fenómeno del acoso escolar en su expresión y percepción actuales. La ausencia casi completa de sujetos que superan los veinticinco años en el grupo de relatores se debe, por consiguiente a la decisión de evitar efectos sobre la memoria solicitada como los siguientes. El desaliento del recuerdo que se observa crece en la persona conforme aumenta la distancia temporal. Su resultado inmediato suele ser la negación del hecho, constatable en afirmaciones del tipo “no viví nada de eso”. El recurso a la explicación narcisista-diferencial, que se expresa en el alegato del tipo “eso que pasa ahora no ocurría entonces”. La imposibilidad de negar la violencia en la sociedad de los años sesenta y setenta produce otro efecto: la afiliación a una imagen tópica, no exenta de realidad, de esa época que se caracteriza por la violencia de arriba abajo y una interacción directa de suma cero. De modo que la respuesta a la pregunta sobre esta modalidad de acoso entre pares puede ser: “A nosotros nos pegaban los curas (o los maestros) a todos”. O bien: “Siempre había alguien más fuerte que te podía pegar. Pero llamabas a un primo o un hermano que le pegaban a él y arreglado”. Por último, la disolución del fenómeno, que no se entendió en su día como merecedor de atención psicológica, al considerarlo un hecho natural, inevitable, manifiesta en los siguientes juicios: “Eran cosas de críos, no había malicia, ocurrían y se olvidaban”.
Un estudio de todas estas expresiones resulta, si duda, muy sugerente pero quedaba fuera de nuestros propósitos.
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