El ser humano es un animal social y familiar que vive y se desarrolla en un entorno, que ejerce una gran influencia sobre su conformación del carácter, sus valores, y sus emociones. Los 3 millones de años de evolución humana le proporcionan conciencia, la capacidad de metaconocimiento, múltiples y complejas emociones y son estos logros evolutivos los que se convierten en los mayores factores de riesgo y precipitantes de la ideación suicida. El hombre, según Ardrey, es un misterio que trasciende, y debemos buscar la esencia no en sus facultades, sino en sus paradojas.
El Sapiens Sapiens en su libertad para actuar y elaborar su destino, puede llegar a la incoherencia, incluso atentando contra su propio instinto de supervivencia. Por ello, incluir el suicidio dentro de la teoría de la evolución nos obliga a situarlo en su vertiente más cruel. La sociedad actual es fruto de un desarrollo que ha posibilitado la superación de los retos de supervivencia que se perdían en la antigüedad, esta evolución, así mismo, exige unos rendimientos que ponen a prueba el equilibrio psicológico del hombre: la selección natural tiene lugar en el campo de lo psicológico.
La muerte elegida puede ser entendida como conducta psicopatológica desde las clasificaciones diagnósticas psiquiátricas, sin embargo, es considerada salud evolutiva desde la selección natural en determinados casos. El suicidio es la muerte autoinflingida con plena conciencia del final de la existencia y una idea clara de la irreversibilidad de la elección, esto caracteriza esta conducta como exclusivamente humana.
Suicidio y evolución.
Ginés Jesús Llorca Díez.
Resumen
El ser humano es un animal social y familiar que vive y se desarrolla en un entorno, que ejerce una gran influencia sobre su conformación del carácter, sus valores, y sus emociones. Los 3 millones de años de evolución humana le proporcionan conciencia, la capacidad de metaconocimiento, múltiples y complejas emociones y son estos logros evolutivos los que se convierten en los mayores factores de riesgo y precipitantes de la ideación suicida.
El hombre, según Ardrey, es un misterio que trasciende, y debemos buscar la esencia no en sus facultades, sino en sus paradojas. El Sapiens Sapiens en su libertad para actuar y elaborar su destino, puede llegar a la incoherencia, incluso atentando contra su propio instinto de supervivencia.
Por ello, incluir el suicidio dentro de la teoría de la evolución nos obliga a situarlo en su vertiente más cruel. La sociedad actual es fruto de un desarrollo que ha posibilitado la superación de los retos de supervivencia que se perdían en la antigüedad, esta evolución, así mismo, exige unos rendimientos que ponen a prueba el equilibrio psicológico del hombre: la selección natural tiene lugar en el campo de lo psicológico. La muerte elegida puede ser entendida como conducta psicopatológica desde las clasificaciones diagnósticas psiquiátricas, sin embargo, es considerada salud evolutiva desde la selección natural en determinados casos.
El suicidio es la muerte autoinflingida con plena conciencia del final de la existencia y una idea clara de la irreversibilidad de la elección, esto caracteriza esta conducta como exclusivamente humana.
Introducción
La teoría de la evolución humana permite explicar la complejidad inherente a la vida, y las adaptaciones de los organismos, planteando como eje fundamental la transmisión de sus genes a la generación siguiente. Es una teoría sobre la lucha por la supervivencia, sobre el impulso de la vida, constructiva y creativa, como prefería catalogarla Dobzhansky (1980), llena de ilusión y esperanza; al contrario que el suicidio, conducta autodestructiva que renuncia a la vida y a la posibilidad de reproducción, en una elaboración desconcertante que arremete contra el instinto de supervivencia. Ardrey (1990) expresaba al respecto, su asombro ante el comportamiento humano, concretamente por su impredictibilidad y por sus contradicciones, que en su libertad de acción puede llegar a la incoherencia. El hombre, según este autor, es un misterio que trasciende, y debemos buscar la esencia no en sus facultades, sino en sus paradojas.
Nuestro planteamiento en el marco evolutivo, cuyo fin último es que los genes no desaparezcan del acervo genético de la humanidad, es: ¿porqué en el hombre persiste una tendencia a la autodestrucción que lleva a la renuncia de la vida? (que no a la voluntad de vivir, como diferencia Schopenhauer, en 1951).
La idea de establecer una explicación taxativa o plantear un modelo teórico que consiga esclarecer porqué persiste el suicidio en nuestro días, tras aproximadamente 3 millones de años de evolución del género homo, resulta una labor demasiado pretenciosa. No vamos a entrar a profundizar en los tipos de suicidios minoritarios donde la presión colectiva o los precursores externos son manipulados para conseguir el fin es sí mismo; en este grupo entrarían los llamados suicidios accidentales, suicidios colectivos sectarios, suicidios por mimetismo, o los suicidios altruistas.
Debemos considerar el suicidio como comportamiento exclusivamente humano, ya que el hombre, a diferencia de los demás animales, puede dejar de existir a voluntad después de una acto premeditado. Para poder hablar de suicidio animal debería existir una consciencia de la irreversibilidad del acto y de la propia muerte que le sobrevendrá. Exceptuando el ser humano no podemos afirmar que en el mundo animal se de esta certeza sobre la finitud de su existencia. El animal no se reconoce como mortal, y no sabe que va a morir, por tanto, no puede pensar en su muerte, ni desearla, ni planificarla, ni finalmente llevarla a término.
Para todos los casos de “suicidio animal” existen razonamientos más apropiados que pueden justificar su comportamiento. Los lemmings desconocen su incapacidad para superar los obstáculos (ríos, mares, barrancos) que aparecen por primera vez en sus vidas en su migración. El caso del alacrán o el jabalí es una reacción desesperada ante situaciones amenazantes de peligro excepcional. Las ballenas sufren accidentes de embarrancamiento, se desorientan al interferir el hombre en su medio, o simplemente el fenómeno puede deberse a que el cetáceo muerto en alta mar haya sido llevado por las olas hacia la playa. Ya en la antigüedad, Plinio (61-114) consideraba el suicidio como un privilegio reservado sólo al hombre, frente a los animales e incluso al mismo Dios.
Dentro de los límites conceptuales de la autoeliminación en el hombre, debemos considerar la eutanasia dentro del suicidio, sin entrar a analizar específicamente sus características especiales o lo razonable que puede ser esta opción en situaciones concretas, y sin adentrarnos en las clásicas disquisiciones éticas como en momentos históricos reprobaron Santo Tomas de Aquino, Aristóteles, Kant o Sartre, frente a los defensores de la libertad de elección como los epicúreos, los estoicos, Séneca o Hume. Como menciona Traver (2001): “El suicidio es una manera de desafiar a la muerte y de obtener ventaja sobre su incertidumbre y control sobre su impredictibilidad”, describiendo como la muerte personal premeditada ofrece al sujeto retomar el control sobre la deriva de su vida.
El suicidio
Al igual que el padre de la genética moderna, Dobzhansky (1980), mantenemos que nada tendría sentido en biología si no se considerara bajo el prisma de la evolución, entendiéndola como el producto de la interacción entre un organismo y su medio natural.
La conducta suicida establece una interdependencia con el medio sociocultural, siendo uno de los indicadores más relevantes del nivel de salud de una comunidad sus tasas de suicidio. Aproximadamente 2800 personas al día se quitan la vida en el mundo, a razón de 1 cada 30 segundos, y 10000 lo intentan (Alonso de Medina, 1991). Por primera vez, desde su constitución, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha reconocido el suicidio como una prioridad de la salud pública. La prevalencia de suicidio en países desarrollados y en vías de desarrollo ha aumentado en un 60% durante los últimos 45 años, y concretamente en el año 2000 un millón de personas se quitaron la vida en todo el mundo.
Los modelos teóricos más recientes sobre el suicidio propugnan una interrelación de variables confluyentes. Este es el caso de los modelos de Mack (1986) o de Blumenthal (1988, 1990), que resaltan la influencia mutua de la predisposición biológica o familiar con los factores psicosociales, ambientales, y circunstancias vitales, así como con los rasgos de personalidad y los trastornos psiquiátricos.
Según la Asociación Psiquiátrica Americana las prevalencias de suicidios se dan en poblaciones con las siguientes características: 45 años o más, dependencia de alcohol, personas irritables, coléricas, violentas, desesperanzadas, pesimistas, sexo masculino (las mujeres registran más intentos que consumación de suicidio), personas aisladas socialmente, episodios depresivos de larga duración, situaciones coyunturales trágicas (enfermedad, pérdidas materiales o humanas, etc), individuos solteros, viudos o divorciados, personas en ambientes interpersonales y familiares conflictivos, ausencia de logros personales.
El suicidio es consecuencia de una actividad psicológica sometida a una situación anómala, infrecuente o de requisitos extremos, o que el sujeto así la percibe; no debe concebirse siempre como la acción de un perturbado mental. La cuestión es qué puede llevar a un ser humano a atentar directamente contra un impulso biológico primario, como el instinto de supervivencia.
Así mismo, Alonso de Medina (1991), menciona que algunos seres humanos son incapaces de soportar un determinado nivel de sufrimiento físico o mental. Este sufrimiento puede llevarle a una autoeliminación, acto máximo de agresión que uno puede infligirse a sí mismo. Para llegar a romper la dura línea del instinto de conservación y del respeto a la propia vida en su relación con los demás, el suicida necesita haber alcanzado una total marginación, fruto de un enorme conflicto interior.
Es conocido que Freud consideró el suicidio como un fenómeno intrapsíquico, originado primariamente en el inconsciente y en cuya psicodinámica intervenían sobre todo la agresión y la hostilidad contra sí mismo al no poder exteriorizarla. Es decir, el suicidio era para él un homicidio en grado máximo (Schneidman, 1979). Meninger explicita, en su obra El hombre contra si mismo (1972), los componentes agresivos del suicidio en tres deseos: el deseo de matar, el deseo de ser matado y el deseo de morir. Gustavo Bueno (1991) le incluye direccionalidad y funcionalidad a la agresividad con su afirmación: “un acto, seguramente, de vana e inútil protesta, porque, a fin de cuentas, es probable que uno siempre se suicide contra algo o contra alguien”. Prueba de ello son los resultados a favor de una relación inversa entre suicidios y homicidios que indicarían una inclinación alternante y complementaria como resuelve Henri Ey (1979), o la disminución de suicidios en tiempos de guerra que estudió Kendell (1973). López Sánchez (2000) señala la autoagresividad que existe en todo comportamiento suicida, sosteniendo la hipótesis que forjó Freud (1920) sobre la pulsión de muerte. Pero la conducta suicida no es sólo un chantaje y un acto muy agresivo para con los demás, sino que también comporta una responsabilidad perpetua para con ellos, y ese es un castigo y una venganza que el suicida impone.
El suicidio es el acto de alguien acorralado por la vida y angustiado. Fernández Tresguerres (2002) sostiene que nadie se quita la vida si considera factible continuar viviendo (sin entrar en el terreno de la psicopatología), y sólo lo hace cuando las exigencias a las que ha de hacer frente le resultan más indeseables e insoportables que la muerte misma. Nadie desea ser atormentado en el recinto del séptimo círculo, aprisionado en árboles y malezas, como describió Dante (1343).
Teoría de la evolución y salud mental
La idea fundamental de Charles Darwin (1859) es su teoría de la evolución por selección natural, en ella sostiene que, a causa del problema de la disponibilidad de alimentos descrito por Malthus, los jóvenes miembros de las distintas especies compiten intensamente por su supervivencia. Los que sobreviven al proceso de selección natural tienden a incorporar variaciones naturales favorables, y éstas se transmitirán a través de la herencia. Este proceso gradual y continuo es la causa de la evolución de las especies.
La clave pues, está en sobrevivir y así aportar material genético. Cuantos más descendientes mayor es la representación en la siguiente generación. La evolución, como expresa Antonio Barbadilla (2003), será un cambio acumulativo e irreversible de las proporciones de las diferentes variantes de los genes, o alelos, en las poblaciones.
La selección natural es el proceso en el que se cumple una variación fenotípica entre los individuos de una población; una eficacia biológica (fitness) diferencial, es decir, algunas de las variantes establecidas tienen como promedio mayor número de descendientes y/o mayor supervivencia. Las entidades que posean ciertas variantes estarán asociadas a una mayor descendencia y/o longevidad; y, por último, una herencia de la variación. Si en una población se dan estas tres condiciones, entonces se sigue necesariamente un cambio en la composición genética de la población por selección natural.
A partir de estas premisas de Catanzaro (1991, 1995) ha desarrollado una teoría evolucionista del suicidio, comprobándola con casos de la población general o grupos de alto riesgo como ancianos e internos de pabellones psiquiátricos. El argumento central de la teoría de De Catanzaro es que el suicidio será más frecuente cuando un individuo tenga dramáticamente reducida su capacidad para contribuir a su propia eficacia biológica (fitness) diferencial. Indicadores de la disminución en su potencialidad de reproducción y longevidad son: precaria salud, enfermedad crónica, desgracia o fracaso, pobres perspectivas de apareamiento heterosexual, y percepciones de ser una carga para su entorno. Como señalan McGuire y Troisi (1998), los resultados de varios estudios han sustentado esta interpretación: el 58% de la varianza de la ideación suicida es debida a variables socio-familiares o a la percepción de carga para la familia (de Cataranzo, 1980, 1991).
La reducción en eficacia biológica (fitness) se relaciona directamente con la psicopatología y ésta con la gran tasa de suicidios que se dan entre los enfermos mentales. En el meta-análisis, que realiza Barracough (1997), se concluye que todos los trastornos mentales tienen un incremento del riesgo de suicidio sobre la población general, exceptuando la demencia, la agorafobia y el retraso mental. En este mismo sentido, Salvador Cervera (1998) señala que la mitad de los suicidas son enfermos mentales, siendo mucho más elevado el número de suicidas con patología que en la población general. La media de suicidios e intentos de suicidio en la población general oscilaría alrededor del 1%, en tanto que en enfermos mentales alcanzaría el 10%. El estudio IOWA-500 concluyó que existía un riesgo de suicidio 8 veces superior en los pacientes psiquiátricos que en la población general (Tsuang, 1983).
Para las ciencias psicológicas y psiquiátricas el suicidio está generalmente asociado a alteraciones de carácter psíquico, frecuentemente depresión. Los datos que se obtienen desde la psiquiatría son: el 50% de pacientes con esquizofrenia tiene probabilidades de morir por suicidio, entre un 10 y un 15% de los esquizofrénicos logran suicidarse, así como un 25% de los pacientes que abusan de sustancias opioides y alcohol, y un 5% de los trastornos bipolares o con trastornos de ansiedad.
La vinculación que existe entre el estado depresivo y el suicidio es constatada por múltiples estudios y demostrada por los recientes datos genéticos. No debe hacerse una interpretación causa-efecto sino que puede entenderse como un acompañamiento, una comitiva de tristeza que le embarga ante la alternativa de futuro que se vislumbra.
Como teoriza Mcguire (1975), la selección natural favorece mecanismos cerebrales cuyo resultado confiera una ventaja reproductiva. Generalmente, tales comportamientos no son atípicos ni patológicos. Existen excepciones, ya que los desordenes mentales son atípicos, patológicos y desadaptativos. La teoría evolucionista proporciona un encuadre para analizar el comportamiento adaptativo, los mecanismos que lo regulan y las circunstancias que interfieren en su expresión normal. Así, la psicopatología puede ser explicada por la comprensión de sus precursores considerados como normales y adaptativos. Las alteraciones psicológicas surgen de la radicalidad de factores como la respuesta de ansiedad o la alteración del estado de ánimo.
Dentro de unos límites, estos son adaptativos al medio y enriquecen la interrelación social pero pueden llevar al desequilibrio al extremarse, es decir, se puede pasar del signo o síntoma adaptativo al desorden. Del miedo a la fobia, del perfeccionismo al trastorno obsesivo, del cuidado de la imagen al trastorno alimentario, de la tristeza a la depresión, del rasgo de personalidad al trastorno de personalidad.
Existen otras teorías sobre la persistencia de las enfermedades mentales en la evolución humana que podrían adaptarse para justificar la conducta del suicidio. Primero, los rasgos atípicos o desviados tienden sólo a reducir, no a eliminar, el número de descendencia. Esto es, una vez que un desorden aparece en la población, este puede permanecer durante un considerable tiempo. Segundo, muchas enfermedades (depresión, enfermedad de Huntington, o enfermedad de Alzheimer) aparecen después de los picos reproductivos, por lo tanto, la eficacia biológica (fitness) se ve menos afectada. Y, por último, una tercera línea de la explicación argumenta que los atributos recesivos son difíciles de eliminar para la selección natural si solamente comprometen a la adaptación parcialmente, y algunas formas de enfermedad mental son tan infrecuentes que la selección podría ser muy lenta (McGuire, 1975).
Después de considerar la perspectiva evolucionista y su relación con el inicio y con la pervivencia de las enfermedades psicológicas, es fundamental su inclusión en el tratamiento, y así tener en cuenta las variables del entorno y su significado funcional.
Evolución cerebral y psicopatología
Existe una estrecha unión entre las cogniciones anticipatorias de muerte y el mundo afectivo y emocional del sujeto. Durante la ideación suicida acompañan al individuo un estado de ánimo depresivo, desesperanza, baja autoestima, angustia ante la presión social, frustración y miedo al fracaso. La evolución humana ha ofrecido unas transformaciones anatómico-funcionales cerebrales, que han posibilitado el desarrollo de una capacidad de autorreflexión profunda, y los matices en los sentimientos, las emociones, la consciencia, la responsabilidad, el autoconcepto y el metaconocimiento. Julio Sanjuán (2000) describe cómo emergen nuevas capacidades emocionales y también nuevos trastornos relacionados, esto es lo que podríamos conceptuar, tanto filogénico como ontogénico, como emergencia evolutiva emocional.
Las emociones surgen como reacciones adaptativas filtradas por los mecanismos de selección natural. Todo este crecimiento en complejidad va encaminado a obtener una ventaja evolutiva que permita al hombre una mejor adaptación al medio y un afrontamiento de los problemas más efectivo, sin embargo, esta complejidad del sistema aumenta las posibilidades de vulnerabilidad y de disfunción en la regulación del mecanismo. En este sentido, muchos trastornos emocionales se pueden entender como un exceso o defecto de dicha respuesta emocional.
Según Bidney (1953), es la autoconciencia la que permite al hombre reflexionar y pensar en sí mismo como un objeto; también sólo él sabe que morirá. Cuando el hombre se convirtió en un animal “autoreflexivo” descubrió que su destino personal era la muerte ineludible. La certeza de la muerte es una consecuencia inevitable de la autoconciencia, argumentó Dobzhansky (1967), y son expresiones definitivas de la forma única de la evolución adaptativa del hombre, quien además tiene la ilusión permanente de que es libre.
La aparición del neocórtex en el cerebro mamífero permite un análisis mucho más complejo de los estímulos. El crecimiento cerebral, la sinaptogénesis y su multiplicación exponencial de las posibilidades sinápticas hacen que existan mayor número de neuronas y mayor ramificación dendrítica. El crecimiento del córtex cerebral ha ido unido en la especie humana a un crecimiento de las estructuras del sistema límbico, lo que guarda relación con una respuesta emocional más amplia y compleja, que es característica del acervo genético del homo sapiens.
Un reciente estudio del Instituto Médico Howard Hughes de Chicago ha identificado el gen ASPM que interviene en el desarrollo de la corteza cerebral humana. El equipo coordinado por Lahn ha encontrado evidencias de que la presión de la selección natural acelera los cambios en este gen, al comparar la secuencia del gen humano con el de otras seis especies de primates. Al contrastarlo en otros tipos de animales los resultados no muestran ningún cambio evolutivo acelerado y demuestran que “el linaje humano es especial” (Lahn, 2004).
Suicidio y genética
Las pruebas que demuestran la predisposición genética al suicidio son, por un lado, la alta ocurrencia del suicidio en determinadas familias, y por otro los resultados genéticos. Faberow y Simon (1969) comentan en un estudio acerca del suicidio en la población general, que el 6% de los sujetos que lo habían consumado tenían un pariente suicida, siendo esta tasa 88 veces superior a la esperada. Los resultados en investigaciones más recientes también apoyan esta “herencia”. Roy (1983) señala que la mitad de los pacientes con historia familiar de suicidio también realizan alguna tentativa de suicidio, e incluso hay datos de un 56, 5% de pacientes con antecedentes familiares de suicidio consumado (Montejo, 1986).
La revisión sobre los factores genéticos y familiares de Bobes, González Seijo y Sáiz Martínez (1997) indican una mayor concordancia de conductas suicidas entre hermanos homocigóticos que entre los heterocigóticos, y mayor número de intentos de suicidio (Haberlandt, 1965; Roy y cols. , 1990, 1995; y Juel-Nielson y Videbech, 1970), llegando incluso a encontrar una similitud del 20% en homocigóticos (Hendin, 1986). Blumenthal (1988) registró que de los 26 suicidios que acontecieron durante 100 años entre los amish, 24 fueron diagnosticados de trastorno afectivo y pertenecían a tan solo cuatro familias.
Por otra parte, un grupo de científicos del Royal hospital de Otawa han hallado un gen que predispone a ciertas personas a quitarse la vida confirmando así una predisposición biológica. Observaron, que aquellos depresivos que tenían una mutación en el gen que controla los receptores de la serotonina, presentaban el doble de posibilidades de suicidarse, en comparación con los sujetos depresivos que no tienen tal mutación. Es decir, la mutación marcaría la diferencia entre aquellos que tienen ideas suicidas y no las concretan y quienes tienen ideas suicidas y las llevan a cabo. Los estudios de Van Praag (1981), Stanley y Mann (1983) y Lidberg (1985) demuestran la hipótesis de que el metabolismo de la serotonina es importante en el control de la tendencia a la violencia o al comportamiento impulsivo en estados de alteración emocional.
Suicidio y ciclo vital
Las edades con mayor predisposición a quitarse la vida son las marcadas por la transición, es decir, la pubertad y el paso a la senectud. En las últimas décadas, el grupo de edad que ha aumentado su tasa de suicidio es el constituido por jóvenes y adolescentes. Las tasas más altas de mortalidad por suicidio en población adolescente se encuentran en Canadá, Sri Lanka, Austria, Finlandia y Suiza. En los países occidentales, el suicidio es la segunda causa de muerte (después de los accidentes de tráfico) en los ciudadanos de edades comprendidas entre los 15 y los 24 años. Según las estadísticas, la mortalidad por suicidio va aumentando paulatinamente.
Los resultados obtenidos por Farberow, en 1983, sobre el suicidio juvenil en diez países, indicaron que los factores decisivos eran: las malas relaciones con los padres, depresiones, antecedentes de tentativa de suicidio, aislamiento social y déficit de rendimiento en la escuela.
Los adolescentes viven una etapa de enfrentamiento, de confrontación, de toma de conciencia y de reflexión sobre él mismo y sobre su relación con el mundo. Surge la consciencia de la vida y la muerte, y en el momento de la cristalización de la personalidad necesitan hacer balance de sus aptitudes, comprueban su eficacia biológica (fitness). El ser humano con su capacidad de pensamiento no tiene porqué limitarse a depender de su capacidad de adaptabilidad al medio, también puede pensar, reconocer y anticipar su adaptación.
El intento de suicidio es la expresión de la agresividad que manifiesta el joven ante la frustración y presión a la que está sometido por el estrés circundante, y no tiene porqué ir acompañado de un deseo de morir.
La primera causa de suicidio en niños y adolescentes es el fracaso escolar (70% de los suicidios infantiles). La valía personal es puesta en entredicho y se criba con las notas escolares. Las malas relaciones familiares o el contacto con la muerte (fallecimiento de abuelos) también pueden ser precursores. Tal como afirma Alonso de Medina, el niño se agrede a si mismo y de manera indirecta ataca a sus padres y a la sociedad.
El rango de edad durante el cual se mantiene un estatus estudiantil se ha ampliado progresivamente en los últimos años. En la actualidad, en nuestra cultura la competitividad alcanza sus máximos desde edades tempranas. El fracaso y la culpa son demasiado frecuentes y la autoexigencia sitúa al éxito en una posición cada vez más inalcanzable. Dura dualidad la que ofrece nuestra sociedad para obtener la satisfacción y la felicidad.
Sin embargo, las tasas de suicidio en la población mayor de 85 años triplica las que corresponden al rango de edad entre 15 y 24 años (López Sánchez, 2000). Las cifras de suicidio letal siempre son más altas conforme aumentan las franjas de edad y disminuyen las tentativas. A esta edad muchos de ellos ya se han reproducido y transmitido su carga genética, demostrando así que su adaptabilidad a lo largo de su trayectoria vital prevalece sobre su muerte por elección, y por ello, no son considerados una carga para la selección natural. En los casos que poseen linaje sucesor la pulsión de vida ha perdido intensidad y la balanza puede decantarse si la calidad de vida se resiente.
No hay que olvidar que el principio de fitness está cumplido al existir descendientes y longevidad. Según Traver, nuestros hijos son la salvaguarda de nuestros genes, nuestra estirpe una garantía de continuidad de nuestra identidad mítica a través de las generaciones. Siguiendo la teoría neutralista de la evolución del japonés Motoo Kimura, el suicidio podría ser considerado una mutación deletérea al tener menos descendientes y debería ser eliminada. Sin embargo, el nivel de funcionamiento global previo puede ser normalizado, por tanto, es posible que su supervivencia dependa de la deriva genética y por tanto del azar.
La alta tasa de inmolaciones en edades avanzadas es un ejemplo de la pleiotropia que aparece en el suicidio, es decir, demuestra la posibilidad de que un gen o grupo de genes pueden tener múltiples efectos. Un gen que puede provocar un fenotipo totalmente adaptativo en un determinado ambiente, puede ser incluso perjudicial en contextos diferentes. El modelo Pleiotrópico de depresión (McGuire y Troisi, 1998) explica que determinadas expresiones de mayor fitness, como puede ser una mujer con mucha descendencia y gran instinto maternal puede llevar a sufrir un episodio depresivo ante el momento del “nido vacío” y la pérdida de su rol existencial de cuidadora. Este efecto diferente del mismo gen puede ser depresógeno e incluso llevar al intento de suicidio en sus límites más extremos, en determinados contextos en que se da una pérdida del estatus social, ante fracasos personales e interpersonales y en las situaciones de sensación de pérdida real, imaginada o anticipada.
Evolución de la sociedad
No es posible entender el suicidio si no consideramos el entorno en el cual tiene lugar y su momento cultural. Las sociedades, como mantiene el evolucionismo cultural, son dinámicas y también deben pasar por sucesivos estadios de desarrollo en su evolución.
Fernández Tresguerres afirma que el suicidio mismo difícilmente puede ser comprendido cuando se le abstrae de los contextos sociales y culturales en los que se inserta: el harakiri de un noble japonés, el disparo en la sien del banquero arruinado, o el suplicio aceptado voluntariamente por el mártir cristiano, no pueden ser entendidos más que por referencias sociales a tales contextos. Las propias coordenadas históricas, sociales y culturales y el sistema de creencias y valores al que pertenece el individuo son las únicas capaces de desafiar el imperativo biológico de supervivencia.
Tal como afirmó Ayala, la facultad de los organismos para adaptarse a su medio se puede considerar como una “teología interna”, donde el verdadero potencial reside en los genes pero su expresión conductual sólo puede ser considerada dentro de un medio, es una activación etógena.
Según McGuire, la selección natural conforma predisposiciones de comportamiento, pero la experiencia y el aprendizaje personales pueden modificarlas. Los mecanismos psicológicos filtran, modifican, organizan y focalizan la información del ecosistema y las normas del entorno que influye en el comportamiento. Los genes transmiten hereditariamente una predisposición a engarzar comportamientos, pero su puesta en marcha depende de un proceso psicológico. Todo esto es posible debido a la gran flexibilidad en la ejecución del programa genético. Una adaptación es una estructura o variante que incrementa su frecuencia en la población por su efecto directo sobre la supervivencia o el número de descendientes de los individuos que la llevan, por tanto unas variantes tendrán más fitness que otras. Esto nos muestra que la adaptación no es una propiedad invariante, absoluta, sino contingente, dependiente del contexto ecológico, por tanto debemos acudir a él para poder conocer porqué unas variantes son seleccionadas y otras no.
La variabilidad individual, en la que Darwin se basó, tiene un doble origen: endógeno (genético-heredable) y exógeno (ambiental-influencia del entorno). La capacidad potencial de crecimiento exponencial de las especies, provoca la generación de un número muy superior de individuos de los que normalmente podrían establecerse con objeto de incrementar las probabilidades de que al menos algunos vástagos puedan sobrevivir a todas las causas de mortalidad. En la actualidad, existe una superpoblación sobre el planeta con 6. 300 millones de seres humanos. Si en una comunidad se presenta un número de individuos que excede a los recursos disponibles para sobrevivir, tendrá que competir con otros individuos, ya sean de la misma o de diferentes especies, y forzosamente ocurrirá la mortalidad, que por lo general es proporcional al exceso de individuos. Resultando dos elementos cruciales que determinan la mayor o menor adecuación de un individuo a un ambiente determinado: la sobrevivencia y la capacidad de dejar más descendencia.
De aquí surgió el concepto darwinista de la lucha por la vida, en que la victoria ha de corresponder siempre a quien posea una ventaja respecto a los competidores. La variación por mutación es azarosa, siendo la selección natural el proceso ordenador que escogerá, de entre las variantes existentes, aquellas que permitan la supervivencia del organismo y su reproducción. La selección natural es un proceso acumulativo, es verdaderamente la fuerza creativa de la evolución.
El hombre como individuo se convierte en prescindible en macropoblaciones y el suicidio ya no se considera un atentado contra la sociedad. Santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII, reprobaba moralmente el suicidio argumentando que el hombre es parte de la comunidad y al matarse lesiona a la misma comunidad. Actualmente, no es necesario inmolarse pues la vida de un sujeto no es trascendente en términos evolutivos. Con el desarrollo de las macrosociedades el hombre se difumina y su capacidad de pensamiento le lleva a callejones sin salida donde se pierde el sentido de la vida.
Actualmente, la esperanza de vida europea se sitúa en 78, 20 años, y la media de vida saludable es de 69, 83. El control de la enfermedad física y el aumento de la esperanza de vida provoca una disregulación del funcionamiento de la selección natural, y convierte la lucha de la vida en países desarrollados no en cubrir las necesidades básicas sino en afrontar el estrés que nuestra sociedad ofrece. La criba se establece a nivel psicológico, pero no sólo lo ansiógeno, también el desarrollo emocional, y la presión de los valores impuestos por la sociedad.
Durkheim resuelve que el suicidio es el resultado de las influencias y el control de la sociedad y propone dos variables que hay que tener en cuenta: el grado de integración social del individuo, y el grado de reglamentación social de los deseos individuales. Situar el suicidio en nuestra sociedad actual nos obliga a retomar su clasificación de 1897: el suicidio egoísta, el altruista y el anómico. El concepto de suicidio egoísta se imbrica perfectamente en la línea de razonamiento anterior, al ser el resultado de la alineación del individuo respecto de su medio social, es decir, es consecuencia de la falta de integración social. Tal como afirma Rojas en 1984, este tipo de suicidio depende de los nexos de integración conseguidos por esa sociedad en concreto, y es muy común allí donde los factores culturales subrayan el individualismo. Por todo ello, los autores concluyen que en general el suicidio aumenta con la ciencia, aunque no es ella la que lo condiciona, y que la religión ejerce una acción profiláctica sobre el mismo.
Gustavo Bueno describe las desvinculaciones hombre-sociedad bajo el término de “individuo flotante” siendo estos, individuos que dejan de estar asentados en la tierra firme en situaciones en las cuales desaparece la conexión entre los fines de muchos individuos y los planes o programas colectivos. Esta ruptura acompañada de soledad, depresión, frustración e inadaptación podría llevar al hombre a acabar con su vida.
La revolucionaria teoría de Dawkins utiliza el razonamiento darwiniano para explicar como la cultura evoluciona mediante la supervivencia diferencial de replicadores culturales, a los que Dawkins llama “memes” (similitud con memoria y mímesis). Estas unidades mínimas de información y replicación cultural también se someten a un proceso de selección. Desde esta perspectiva lamarckiana, la transmisión cultural pasa a considerarse evolución cultural, entendiendo la cultura de una manera informacional: una cultura es información transmitida entre miembros de una misma especie, por aprendizaje social mediante la imitación, por la enseñanza o por asimilación. Unos memes, tienen más “fitness” que otros, es decir, perviven durante más tiempo o se transmiten a un mayor ritmo que el resto en la cultura humana. La evolución de las diversas parcelas del conocimiento y de la cultura humana pueden, de esta forma, verse bajo la perspectiva darwiniana. Un individuo es, a la vez, el producto de la evolución biológica y de la evolución cultural efectuada en interacción con otros yoes.
El proceso de modificación, transformación o eliminación de caracteres en el ser humano requiere de cientos o miles de años, sin embargo la capacidad plástica, evolutiva y creadora del hombre sobre su medio es mucho más dinámica cambiando el mundo conocido de generación en generación. El nicho ecológico es lo que diferencia notablemente al ser humano de las demás especies animales (Wallace, 2002).
Incorporamos en décadas nuevos derechos y deberes de igualdad social, innovaciones tecnológicas (móviles, internet, etc. . . ) que generan adaptaciones inseguras y provisionales, y también patologías de nueva generación como son en la actualidad: la vigorexia, o las modernas adicciones al trabajo, al deporte, o a los videojuegos. La continua evolución de la sociedad impone exigencias, metas y presiones diferentes, para las cuales no existen precedentes y quienes estaban preparados para superar las preestablecidas se encuentran indefensos ante las nuevas exigencias. Existe un desfase en la temporalidad entre su adaptación del medio y su adaptación al medio.
Como afirma Sanjuán (2000), lo que más cuesta digerir de la evolución es su ausencia de proyecto o dirección, siendo una improvisación de creatividad y adaptabilidad.
La civilización contribuye a modificar las presiones selectivas naturales hacia la nueva cultura y sus requisitos adaptativos. El suicidio es una decisión libremente elegida ante la presión y el estrés circundante. Entendemos el estrés como la situación de un individuo vivo, o de alguno de su órganos o aparatos, que por exigir de ellos un rendimiento muy superior al normal desequilibra el balance homeostático del organismo. La selección natural ha favorecido el desarrollo de mecanismos cognitivos y emocionales preadaptados a situaciones particulares, es decir, una especialización.
Nuestro medio incorpora nuevas exigencias de rendimiento requiriendo una alostasis, o lo que es lo mismo, el afrontamiento demanda una homeostasis específica para cada circunstancia. La primera etapa, definida por Selye (1946), es la de alarma, donde al reconocer el estrés el individuo se prepara para reaccionar o huir. Como afirman Sancho Rof y González, el desarrollo cognitivo de los homínidos hace que estos estímulos anticipativos estresantes puedan ser exclusivos de la especie humana, como la consciencia de la inevitabilidad de la muerte (Sanjuán, 2000). Hay que recordar que los life events cotidianos, incluso los eventos considerados como positivos (casarse o un nuevo trabajo) pueden ser precursores estresantes. Heikkinen y cols. (1992) señalan que en los 400 suicidios estudiados existían life events previos en el 85% de ellos: problemas en el trabajo (33%); desajustes familiares (32%); enfermedad somática grave (29%). Igualmente, el modelo Cúbico de Schneidman (1976) considera que los factores fundamentales que acompañan al acto suicida son niveles elevados de presión, dolor y perturbación, que sitúan al individuo en una situación de indefensión, desesperanza, frustración y constricción que le lleva a buscar una vía de escape y cese de su conciencia.
El medio ofrece continuas situaciones en las cuales el hombre pone en funcionamiento un proceso psicológico de afrontamiento, en el cual hay una fase de autoevaluación donde se analiza la capacidad aptitudinal para organizar y ejecutar las acciones requeridas para manejar los posibles problemas (Lazarus y Folkman, 1984). Esta fase está en relación directa con una valoración subjetiva de la potencialidad de adaptación, lo que Bandura (1977, 1986, 1995) denomina autoeficacia percibida, e interviene en la conducta que se producirá. Por tanto, las cogniciones anticipatorias que realiza un sujeto sobre su competencia personal y las expectativas de resultado influyen en la motivación y predicen la conducta. Las autoevaluaciones de un suicida potencial corresponderían con su percepción subjetiva de fitness y su competencia adaptativa y establecerían un determinismo recíproco con las emociones, los factores biológicos y consecuentemente con las conductas.
A todo ello se añade que nuestra cultura se caracteriza por una disminución de relevancia en los valores. Según Carlos Portillo la existencia de las religiones se encuadra en su capacidad de amortiguar los infortunios a los que estamos expuestos (en especial, la muerte). Las religiones formarían parte de las actitudes y creencias que nos permiten una mejor adaptación al entorno, sugiriendo la posibilidad de considerarlas como fruto del proceso evolutivo. Esta explicación tiene gran similitud con el denominado suicidio anómico de Durkheim, caracterizado por la perturbación en el equilibrio de integración del individuo en la sociedad ante la pérdida de valores normativos. Tal como explica Gebser (1973), las características del entorno producen una evolución en las estructuras de la consciencia, la humanidad se encuentra en una época de crisis, que ha desarrollado una estructura arracional-integral.
Además, la especie humana tiene una tendencia general a vivir y a formar grupos, aumentando así las posibilidades de enfrentarse al medio y sobrevivir. M. Halbwachs (1930) mantiene la teoría de la existencia de una relación complementaria entre los motivos individuales del suicida y las situaciones sociales de aislamiento. No podemos olvidar la característica de animal social, tan fundamental en el hombre, que hace que exista una tendencia a vivir en compañía, en interdependencia con los congéneres, así como la finalidad evolutiva reproductora. Esta dependencia explicaría la desesperanza que embarga al individuo tras las rupturas sentimentales, o los duelos ante la pérdida de la pareja. Concretamente, Moreno Chaparro y cols. (1987) describen el proceso de occidentalización al que se somete al duelo en el mundo occidental, donde las pérdidas deben ser silenciosas e inhibidas, incrementando, así, la tendencia a la depresión y a las conductas autodestructivas. En la cultura occidental las tasas más elevadas de suicidios en varones corresponden a los viudos, seguidos de los solteros.
Por otra parte, estar casado ofrece una protección, salvo en el grupo de edad más joven. Hoyer y cols (1993), tras un seguimiento de 15 años comprueban que las mujeres casadas y con hijos tenían menor riesgo de suicidio, que las solteras y sin pareja. Así mismo, los hombres se suicidan más que las mujeres, especialmente los depresivos y alcohólicos, los solteros sin amigos o familiares, los recién separados por abandono imprevisto del cónyuge, o los que enviudan a edad avanzada. Otra variable que también predispone al suicidio es la laboral, el paro o el tener un trabajo carente de gratificaciones personales puede inducirlo. Paul y cols, proponen que los cambios sociales de progresos tecnológicos (telecomunicaciones: internet, e-mail, móviles, etc. . . ) han determinado modificaciones en los procesos de comunicación social que pueden haber influido en esta disminución o desaparición del antes observado fenómeno estacional del suicidio (picos en primavera y otoño). McGuire y Troisi señalan que debería esperarse un incremento en intentos suicidas en mujeres solteras o con alguna incapacidad para reproducirse, y también tendrían que obtenerse relaciones negativas con respecto al número de descendientes, tal como corroboran los estudios realizados por Hoyer y Lund (1993).
Conclusiones
En resumen, la razón por la cual el suicidio persiste en la actualidad, aunque contraríe al instinto de supervivencia, es algo que no podemos concretar con fundamento científico. Hemos revisado las teorías establecidas acerca del suicidio y las enfermedades mentales, y hemos abierto nuevos campos a estudiar, evitando el reduccionismo y aceptando que todo intento de propuesta tiene mucho de especulativo.
En la base del acto suicida hay desencadenantes biológicos, psicológicos y sociales, no pudiéndose entender el suicidio sin considerar en el hombre su evolución cerebral, su inmensurable desarrollo cognitivo y su progreso social y cultural. El hombre posee una gran plasticidad en los fenotipos que desarrolla, a partir de la carga genética que porta. Hay que considerar también, que su capacidad mental y emocional maneja matices que le enriquecen y le hacen, a su vez, más vulnerable. La sociedad actual progresa generando exigencias psicológicas cambiantes, para unos individuos prescindibles, cuyos memes actuales (menos “devotos”), no protegen al reflexionar sobre el sentido de la vida. Estos factores se aúnan con la percepción subjetiva de nuestro potencial fitness, poniendo a prueba nuestra adaptabilidad al medio.
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